22.2.06

Madrid 0 - Arsenal 1

Es lo malo de esta religión, que aquellos a los que rendimos culto fallan. Además de dar bastante grima y de peinarse de una forma rarísima, en particular cuando el objeto de culto es el Real Madrid. Bueno, anteayer perdimos, en un mal partido, pero al menos pudimos ver a Henri, y disfrutamos de lo bueno de esta religión, que también lo tiene: Que se puede practicar acodado en una barra, tomando cañas y tragando tapas.

La verdad, en parte estoy contento porque el Arsenal nos ganase, por un grupo de ingleses con los que fui parte del camino hacia casa (yo iba del trabajo, ellos iban al partido). Cuando bajamos del tren de pronto todos escuchamos a una horda feliz y cantante, y madre mía, ¡qué repertorio y qué pulmones tiene esa gente! Había de todo allí, desde veinteañeros a una abuelilla que iba renqueante con su bastón y su bufanda del Arsenal al cuello. Y dando una imagen muy distinta a esa que suelen presentar las televisiones de los hooligans. Porque miedo no daban, lo que hacían era transmitir una alegría y una diversión que, la verdad, me hizo sentir mucha, pero mucha envidia.

Siempre lo he pensado y el pensamiento sale fortalecido cada vez que un equipo inglés viene a Madrid o un equipo español juega allí y se ve el estadio en el campo. Cuando vaya (o vayamos. Mejor lo segundo, claro) a Inglaterra, tengo que ver un partido allí. En fin. Hacían pensar en Flogging Molly, en los Dropkick Murphys, una alegría, vamos.

Pero claro, después de la derrota uno siempre se siente propenso a pensar que la vida es terrible (al fin y al cabo, nuestros dioses de turno nos han fallado), y a asumir que el frío, el sueño, el dolor del madrugón, que un calcetín manifieste una curiosa tendencia a buscar refugio debajo del talón o que el transporte público se muestre especialmente malévolo está relacionado con la derrota. No que sea consecuencia de la misma (al fin y al cabo che, soy un tipo ilustrado, y cuatro arranques panteístas al año no son suficientes para cambiar eso), sino que son manifestaciones de una misma mala leche. Si creyese en dios, sería en momentos como ayer por la mañana. Y me caería fatal.

Pero luego empiezan a pasar cosas. Uno empieza a recibir llamadas de ofertas de empleo, y utiliza eso para preguntar cómo van los pensamientos de la gente que uno quiere que le contraten, y eso sirve para que a la hora de comer uno acuerde con su futuro jefe, via telefónica, un cambio laboral. Me voy, oh jefa que me diste aquel susto tan chungo. Me voy, oh jefe del que no tengo nada que no sea insultante que decir. Me voy, oh Excel, oh Power Point. Me voy, oh empresa que no sabes qué hacer con un matemático. Me voy a una empresa que me comprende, que tiene gente con la que puedo comunicarme en un lenguaje coherente (e.d., otros matemáticos), que sabe qué hacer conmigo, que pretende subirme el sueldo en un futuro no remoto y que así por la patilla, sospecho, me va a prestar un ordenador portatil. Total, que la derrota del Madrid empieza a desvanecerse y al fin y al cabo llueve, y Madrid es una ciudad preciosa cuando se moja. Incluso empecé a hacer fotos. Te llamé para contártelo, y plaf, otra buena noticia, resulta que ya eres profesora, ya te has sacado el CAP. Y claro, hay que celebrarlo con una caña y un paseo. Y más fotos. Y por la noche, conseguí establecer un perímetro de defensa frente al Línux, que se revuelve y muerde porque no sabe que sólo quiero jugar con él y ser su amiguito (vamos, que me reinstalé Windows, volví a tener internet, fui infectado por el virus ese que te apaga el ordenador en un minuto y me libré de él en un minuto y cuarenta segundos, record de la casa). Vamos, que fue un gran día, y cuando se termina uno ya ni se acuerda de las madres de Ronaldo, Raúl y compañía, y lo disocia, y así tras la próxima derrota uno vuelve a pensar igual, pero si el día resulta una mierda lo archiva en el recuerdo, y al final uno tiene toda una biblioteca de casos que confirman una teoría estúpida.

Así que hoy, al despertarme, estaba algo paranoico, porque a diferencia de ayer hoy me levantaba contento, y el día prometía ser bonito, nevaba, y Madrid cuando nieva es aún más hermosa, y la mayor preocupación que tenía era cómo redactar una carta de esas que dicen "señores. Otra gente quiere untarme de dinero. La carne es débil, los vicios caros, y como consecuencia de tales circunstancias un servidor de ustedes dejará de serlo en quince días" y hacerlo sin que suene así de informal (porque, sinceramente, estoy considerando escribir algo así). Uno piensa "si ayer el día empezó amenazando y terminó de fábula, ¿será al contrario hoy que ha empezado bien?"

Molestamente irracional, la idea, claro. Pero sigue ahí, revoloteando, pidiendo que la haga caso. Yo la ignoro, miro fotos, aprovecho el tiempo de la comida para corretear por calles húmedas, alimentarme a base de cañas y pinchos de tortillas (una de las dietas de la felicidad), leer y dar saltitos delante de los escaparates (no por lo que hay detrás, sino por lo que se ve reflejado, todo tan gracioso y tan inflado). Y el día no va empeorando, y yo puedo ir sacándole la lengua, metafóricamente, a esa idea boba e ir anticipando una pequeña victoria frente a ese lado derrotista que por más que le discuta siempre termina teniendo razón un día de cada cuantos y claro, así no hay quien lo calle.

4 comentarios:

  1. Madrid es horrible cuando llueve y ni te cuento cuando nieva especialmente si pasas media vida intentando ir en transporte publico de punta a punta de la ciudad (exagerando como buena fulera :D)
    jajajjaa para que luego digas que no leo tu blog!!

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  2. No digo que no lo leas, digo que cuando no lo escribo me mandas correos cada 2 minutos metiendo prisa, y cuando lo escribo te dedicas a yo qué sé qué, a lo que hagas cuando se supone que deberías estar currando.

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  3. ya sabes a qué me dedico: a trabajar (demasiado) y a pensar en formas de que seas util a la sociedad :D

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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.