Aparte de por ser un barrio muy soleado, como dije hace justo un mes, hay otra cosa que caracteriza a este barrio, o al menos a esta calle, y es la gran cantidad de ciegos que van constantemente de un lado para otro, conjurando ante ellos la realidad a bastonazos. Observé esa distribución tan anómala de población en los primeros días de llegar aquí, y me pareció muy curioso, y me pregunté por qué sería, pero no fue hasta cosa de mes y medio más tarde cuando me di cuenta de que el edificio que hay según se sale de este a mano izquierda es una mole de hormigón y ventanales azules que tiene un logotipo de la ONCE tamaño extragrande. Se trata, creo, de alguna clase de biblioteca, o del equivalente braileano de una biblioteca, o tal vez no se trate de nada de eso, al fin y al cabo soy tan bobo como para no darme cuenta de que ese edificio estaba ante mis ojos durante un mes y medio, así que cómo va a fiarse nadie (yo mismo incluido) de mi posible criterio al suponer que pueda ser una biblioteca.
Sea lo que sea, el caso es que explica la gran afluencia de ciegos, claro. Cuando lo vi, aparte de sentirme bastante torpe, por lo grande y obvio de la evidencia, sentí ese chispazo existencial que a uno le cruza la espalda cuando de pronto siente los engranajes del cosmos girando engarzados con total precisión. Como cuando Amelie se encuentra al tipo calvo aquel. El balance general fue positivo, más que nada porque torpe me siento constantemente, y el chispazo ese da muy de vez en cuando: Esa mañana, o en la parte final de Dinero, cuando se comprende un teorema especialmente bonito, cuando me besas o cuando uno mira en una dirección casual y se encuentra con una puesta de sol violentamente hermosa, una estrella fugaz, un paisaje urbano perfecto o una nube glotona reflejada en un charco (pero sobre todo como cuando me besas).
A lo que iba. Con tanto invidente calle arriba y calle abajo (y ocasionales perros lazarillo, menos de los que en principio esperaría uno ver, o tal vez sea que me gustan demasiado los perros) pienso mucho en ellos. Quizá sea culpa de José Saramago. Pero por ejemplo, yo soy un tipo silencioso, en eso siempre salí a los gatos (que, claro, también me gustan demasiado), no me gusta caminar haciendo ruido excepto en bibliotecas e iglesias o cuando estoy solo en una calle silenciosa, y eso me convierte en un ser «invisible» para alguien cuyo concepto de la realidad «visible» está limitado al alcance de un bastón y a los sentidos del oído y, menos veces, el olfato (y obviamente no quiero decir literalmente invisible porque ya, ya sé que obviamente para un ciego absolutamente todo es invisible). Eso me hace sentir un fantasma en su mundo, un destello que como mucho pasa intuido a su lado, una distorsión en el eco rítmico del tanteo del suelo. Como consecuencia de todo esto suelo hacer bastantes ruiditos estúpidos cuando me cruzo con un ciego, intentando sonar tranquilizadoramente localizado y presente. No en realidad porque yo me sienta o me deje de sentir etéreo, sino porque imagino que debe ser útil, para quien sea, saber que comparte la acera conmigo, que estoy ahí, y que si gira de pronto puede darse de bruces conmigo.
Y también pienso la confianza que tenemos en nuestros sentidos, que un montón de señales dispersas, con grandes errores y con un montón de datos inventados por nuestros cerebro se nos manifiesten así como lo real, y parezca, en efecto, tan real, tan sólido, tan tangible. Es increíble. Qué acto de fe tan inmenso entre parpadeo y parpadeo.
17.2.06
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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.
Qué bonito eso de "cuando uno mira en una dirección casual y se encuentra..."
ResponderEliminarMe ha recordado algo.
También me ha recordado tu escrito cuando yo trabajaba en la C/ Barquillo y la noseque historia de la ONCE estaba justo en la calle de al lado, te encontrabas que todos los dias te arrollaba un ciego.
Lo más práctico que resolví después de cierto tiempo, fué que cuando oía el tap-tap-tap de un bastón blanco automáticamente debía cruzarme de acera, porque si no daba exactamente igual que lado dejase libre, siempre siempre (no se porque) era el mismo lado que elegia el ciego para pasar.
Esto hace que no me den pena, pero claro... ¿cuantos libros se habrán traducido al braille? ¿como soñaran los ciegos de nacimiento? y por supuesto también pienso en todas las imagenes impresionantes que no pueden ver, aún así, me niego a sentir lástima.
Me han atropellado demasiadas veces, y ninguno se disculpó nunca.
Hasta más ver.
Victoria