A pesar de la superpoblación del globo, del calentamiento atmosférico, de la epidemia del SIDA y de esta otra que parece que se nos viene encima, con esos críos con la gripe del pollo en Turquía (aquí al lado, como quien dice), a pesar de la política exterior de Estados Unidos, de los terremotos y las putadas que el ser humano hace y se hace, no puedo evitar pensar en esta época que nos toca vivir sintiéndome como un chaval (occidental y de clase media) con bici nueva: Qué tiempos fascinantes estos. Qué tiempos para un adicto a la música y a la palabrería barata como esta con la que pinto este monitor tuyo. El otro día, en el trabajo, descubrí por azar que mi ordenador tiene altavoces. No es que yo sea especialmente torpe (que lo soy, por otra parte), es que van integrados dentro de la carcasa del ordenador, y hasta que la publicidad de una página web no se puso a hacer ruido yo nunca pensé que aquello pudiera sonar. Desde luego por su aspecto parece más eficaz tostando pan bimbo que calculando con bases de datos, pero oh sorpresa, en efecto también suena. Y claro, entre eso, la conexión a internet y la página que decía el otro día, www.pandora.com , pues como que el trabajo a tomado una nueva dimensión.
Es que es algo increíble, alucinante. En estas fechas, que hay ordenadores por todas partes uno puede conectarse a internet enchufándose hasta al mismísimo aire (vía conexión wifi de vecino desprevenido, por ejemplo), y entonces ya puede escuchar música, puede consultar enciclopedias (y uncyclopedias, si hace falta), puede bajarse películas, buscar libros, conocer gente, aprender, pasar el rato, trabajar. Puede escribir esto aquí y esperar a que alguien venga y lo lea. Es como plegar el mundo en un cable y meterlo a presión en nuestras pantallas, en nuestros ojos. Y todos esos datos al alcance de la mano. ¿La batalla de Waterloo? Pregunta en Wikipedia. ¿Se escribe haya o halla? Pregunta en Googlefight. ¿Cuándo sale el disco de Devin Townsend? Mira qué dice en su foro. ¿Y qué tal está? Pues dile a la Mula que te lo preste, hasta que salga. ¿No encuentras el DVD de Ser o no ser? Pues díselo también a la Mula. ¿Recuérdas lo genial que fue el Monkey Island? Lo tienen en mil páginas. ¿Quieres leerte Neuromante en inglés? Bájatelo. ¿Quieres aprender historia antigua? Regístrate en un foro al respecto. Quieres un callejero de Hong Kong? Pues no puede estar a más de cinco clicks de distancia. ¿No viste anoche el partido del Madrid? Léete los reportajes de la prensa deportiva. Todo, por un lado o por otro, termina aquí metido o desaparece. Dentro de unos años, lo que no encuentre el Google (o su heredero, cuando tío Google se jubile) será invisible. Lo que por otra parte nos crea la responsabilidad de nutrirle de aquello que no queremos que desaparezca, y de aquello que no pueda desaparecer.
En fin, es magia. Es una base de datos enorme, inmensa, todo a esos cinco clicks de distancia. Aquí al lado. El sueño de los Enciclopedistas franceses, llevado a límites que jamás se atreverían a haber soñado. Y no dejo de pensar en Carlos Sánchez Almeida, y una carta que le escribía a Hipatia, hablándola del triunfo definitivo de su biblioteca. La biblioteca convirtiéndose en el espinazo de la humanidad, en nuestra memoria compartida, en nuestro tesoro común.
Tiempos fascinantes para un adicto disperso como yo.
Sólo me falta tenerte en una ventanita, y la noche sería un poco más perfecta.
O a este lado de la ventana, y se me morían los adjetivos.
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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.
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