30.12.05

Cerrando el año

Al final creo que no voy a poner puntos en los títulos. No sé por qué los puntos parece como que le quitan algo a las letras. Ahí al final, como perrillos guardianes, pavoneándose: Esta frase termina... AQUÍ .

Curiosamente con los puntos suspensivos no me pasa...

Claro que son distintos. Ofrecen ese saltito al infinito, ese suspiro final, ese desvanecimiento tibio hacia las aguas de la comunicación no verbal, del reino de la imaginación. Ese dejar de hablar suavemente para que el mundo se reinstaure alrededor de las palabras, lento y suave como la lluvia.

Ah, la lluvia. Esta semana ha llovido un par de días. Madrid es una ciudad hecha para ser llovida (se pone preciosa cuando llueve, el gris se vuelve plata, y todo brilla y reluce), pero el cambio climático nos está jodiendo.

En fin, se acaba el año. Estoy en el curro, en la oficina, en el trabajo, solo, defendiendo esta planta del vacío. Como Plasson en Océano Mar, pero en plan cutre. Mi único compañero de planta de esta tarde de fin de año laboral ha ido a comprar una botella de Champagne, porque total, no estamos haciendo nada, y en fin, ya que no hemos cantado villancicos ni nada por el estilo, algo habrá que hacer que nos recuerde que es Navidad. No es que me guste especialmente la Navidad, aparte de como excusa para montar un par de buenas fiestas (por eso me busco las vueltas para celebrar alguna otra cosa con más misterio, como el Yule, ver debajo), pero este año la miro con otros ojillos. Tal vez porque no me pilla cogiendo aceitunas, o probablemente porque este año, por primera vez en mi vida, no he tenido vacaciones de Navidad. Que tampoco es que las eche de menos, eh. O sea, las vacaciones sí, claro, quién no. Pero total, en el periodo entre curros ya bastante homenaje me di con eso de irme a Amsterdam (a ver si conseguimos convertirlo en una rutina anual. Por ahora, va saliendo). Así que no me quejo.

Y bueno, poco más voy a decir, que este estará al volver, con algunos fugitivos de la planta de abajo. A terminar de matar la hora que queda con algo de arte. Que es Navidad, coño, aunque de igual. Que mañana se acaba el año. Qué año. Devin Townsend, que estás en los cielos, QUÉ AÑO. Las vueltas que ha dado, y lo bien que ha salido el jodío.

Lo aviso ya mismo: Si algún día escribo mis memorias, ojo al 2005, que va a estar bien. O sea, a lo mejor lo escribo y sale un asco, pero la materia prima, por ahora, es la mejor que tengo.
Y poco más que decir. Que se me hace raro escribir aquí pensando que ahora pasará un tiempo indefinido antes de que tus ojos (o otros, según quién seas) lean esto. Lo cuál le da a esto una incertidumbre así como de mensaje en una botella. Cuando yo era pequeño soñaba con ir a la playa y tirar uno, un mensaje en una botella, digo. Preparaba papeles en invierno, en una especie de lumbre que me montaba con unas ascuas, un vaso metálico y una caja de galletas (yo no sé cómo nunca quemé la casa). Pero nunca pensé qué escribir, qué curioso.

Claro que por otra parte casi nunca lo pienso. En especial aquí, pero eso me lo tienes que perdonar. Yo pienso y escribo (a 341 pulsaciones por minuto, por cierto, que me las han medido hoy, y dicen que son un taco. Debo escribir un poco más rápido de lo que pienso, lo cuál siempre es útil porque terminan saliendo cosas que uno no sabe de dónde salen), y las palabras salen trotando y haciendo el tonto detrás del cursor y se van colocando en fila. Y sin saber cuándo las leerás, pero con esa esperanza de niño pequeño que no sabe qué va a poner pero sí que su botella terminará cruzando los mares y que alguien la encontrará.

Aunque claro, yo también veía, cuando íbamos a la playa (que nunca fue mucho. Dicho así, parece que una o dos veces al año, y bueno, fue una o dos veces en veinte años, como quien dice), que no había mucho espacio de costa donde una botella pudiese llegar con garantías, y mucho espacio donde romperse contra rocas o engancharse en lugares donde a ver quién es el listo que la encuentra (yo es que entonces no sabía qué era un percebeiro). Y luego pensaba yo que a lo mejor terminaba en una playa pero la enterraba de arena una marea. O que se hundía. O que se la trincaba un pulpo, vete a saber.

Vamos, que ahora mismo no me queda nada claro si yo tenía fe en que la carta llegaría o no. Siendo sinceros he empezando fingiendo que sí porque quedaba así tan bucólico que cómo resistirse. Pero reconozco más al niño paranoide que piensa que la carta va a terminar convertida en papel sucio deshecho y cristales rotos. Ese espíritu prosaico me suena, sí. Y aún conservándolo, manteniendo ese espíritu (es que no tengo otro, qué le voy a hacer), y de la paranoia y de la habilidad para inventar catástrofes imposibles, sé y siento que tarde o temprano tú terminarás leyendo esto. Y en fin. Está bien, ¿no?

Sonrío como un bobo. Y me voy, que dicen que no saben si hay vasos para todos. Feliz año, guapa.

1 comentario:

  1. Bueno, probablemente este mensaje en esta botella no iba dirigido a mi, pero es lo que tiene andar tirando botellas al mar, sabiendo que el cristal es uno de los ¿productos? menos orgánicos que existen,esto constituiria casi casi un atentador ecologista, por lo menos imagino una botella de cristal, porque si imagino una de plastico te defenestro.

    Espero que el 2006 te trate igual o mejor que el 2005
    Más vale tarde que nunca. guapo

    Hasta más ver
    Victoria

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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.