10.4.10

mi guerra con telefónica, 2 y punto final

Pues terminó mi encarnizada y rocambolesca batalla con telefónica.

"Conclusión", pensé al borde del embalse en ruinas, viendo el agua brillar en una cascada improvisada a la luz de la luna: "vemos demasiadas series".

En especial uno de mis sicarios ve demasiado Los Soprano. Al filo del asfalto quebrado sostenía una escopeta de cañones recortados. Las virutas mal limadas del borde de la escopeta se enredaban y desenredaban con la capucha que cubría la cabeza del tipo arrodillado que sollozaba y hablaba de dinero y de hijos y de no por favor y venga llanto y venga tiritona del pánico.

-No tiembles tanto -le dijo mi sicario que ha visto demasiados capítulos de Los Soprano-. Te vas a dar una señora hostia como te muevas un centímetro a la derecha.

¿Quien era ese tipo? El comercial que alegremente decidió que no pasaba nada por robarme la conexión telefónica y la de internet. Una hora antes me había llamado diciendo que ya tenían al tipo, y que perdón por las horas, pero que quedábamos allí. Así que allá que fui, cruzando Caracol la noche, hendiendo la oscuridad con los faros y el silencio con la Creedence. Y llego y veo la escena y me hincho porque, de pronto, me siento poderoso: tengo la cabeza de un gilipollas en bandeja, delante mío. Telefónica puede haber logrado un contrato ilegal (que poco le va a durar: en cuanto llegó la primera hora decente tras esta escena que cuento, pedí la baja del servicio, ¿que por qué?, pues porque ya no vivo ahí, ¿queda raro que haya tenido un contrato con una duración de dos semanas, verdad?), pero gracias a la eficiencia de las series yanquis en el modelado de nuestras sinapsis yo puedo equilibrar la balanca cósmica y rescindir otro contrato de Telefónica: el de la nómina del tipo cuyo destino depende de mi próxima palabra. O gesto. Teatralmente extiendo el brazo derecho, el puño cerrado en horizontal, y tras un último momento de regocijo intrigante extiendo el pulgar hacia arriba: vida.

Mi colega asiente un tanto desilusionado (se le veía fantasear sobre cómo se desparramarían por el aire nocturno del valle el interior de la cabeza del comercial demasiado eficaz), alza la escopeta y camina hacia la furgoneta donde le espera su secuaz, enfocando la escena con las largas.

Yo me monto en Caracol, bajo la ventanilla, apago la música un instante, saco la cabeza y grito al comercial:

-Recuerda: cuando te pongas de pie, girar a la derecha sería una idea malísima.

Y me siento un poco mal porque las frases lapidarias sólo se les ocurren a los buenos guionistas de la HBO, pero bueno, uno lo intenta. Y arranco y seguido por la furgoneta enfilo la carretera que baja de la montaña. Y el comercial se queda allí, arrodillado, con una capucha en la cabeza, los pantalones empapados de pis y las manos retorciéndose asincopadas a la espalda, enredadas en cuerda de embalar.

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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.