30.3.10

xenofobia parcial y ajustes a la curva del color

(¡Qué propio, tengo una canción que se llama "The Moor"!)

En el mercadillo del domingo la Muchacha compró entusiasmada unas gafas que, a su vuelta a casa, confiscaron su generosidad y mi avaricia visual.

Las gafas, con un aire retro que se corresponde con el diseño que yo, de pequeño, asocié siempre a las gafas de sol (y son por tanto un ideal platónico, la esencia misma del objeto), son levemente amarillentas o marrones, y el efecto del paisaje a su través es que queda oscurecido y con los colores más cálidos, más verdes y dorados, menos rojos y azules.

En consecuencia, el mundo, visto a través de las que ya son mis gafas nuevas, queda un poco como mis fotos, cuando las proceso a gusto y las remato con una manita de contraste y otra de ajuste a la baja del canal azul. Y cuando me las pongo veo el mundo como una foto mía, lo que es un premio constante, porque si proceso las fotos así no deja de ser porque pienso que así serían bonitas. Y ahora las puedo ver así sin el esfuerzo, sin cerrar los ojos y recalcular.

Además las gafas, por su estructura y sus engranajes, parecen frágiles. Y está bien tener objetos preciados que se sepa frágiles, que vivan con la amenaza del despiste de sentarse encima o de caerse de la mesa o de morir aplastadas en un bolsillo. Siempre es bueno recordar que la belleza se revaloriza cuando es efímera, que los tesoros triplican su valor cuando tienen fecha de caducidad. Y si encima esa fecha de caducidad es un misterio que sólo conocen el azar y la fortuna, entonces la vida es juego.

Una vez me parapeté tras esas gafas que me dan pinta de estrella del rock (naturalmente no obran tal magia, pero como a mí me da igual y me gusta la expresión, pues no paro de proclamarme tal cosa) la Muchacha y su madre me agarraron de las manos y nos fuimos ayer a Marruecos.

Vimos: amanecer en Algeciras, un ferry materializado a partir de un resguardo de transferencia bancaria, Ceuta, nuevas carreteras ruinosas, montañas verdes, coches desvencijados, Tetuán, muchos gatos callejeros de aspecto lamentable (sobre todo uno, pero eso ya lo ha contado la Muchacha, a su manera, o lo que es lo mismo: mejor), edificios estupendos que no merecían nunca un comentario del guía, un japonés simpaticote, laberintos de callejas antieclídeas y laberínticas, un restaurante árabe cuyo comedor presidía un trono que poblaron para la posteridad "Fumanchú y Matahari" como dijo la autoproclamada Matahari, muchísimo verde, Tánger, más grietas, el otro lado de las montañas que, otras veces, habíamos contemplado del otro lado del mar (y el descubrimiento de su sorprendente nombre, montaña de la Mujer Muerta, la llamó el guía), las ineludibles alfombras berberiscas, y una horda de marroquíes que a lo largo de cada paseo se empeñaba siempre con fingida simpatía en ofrecernos implacables todo tipo de baratijas inútiles con tal pasión que yo sospeché que entre los guías y ellos trazaban un misterioso plan para fomentar entre nosotros, los turistas y presuntos millonarios ansiosos de pulseritas de imitación de plata y figuras vágamente parecidas a camellos, un odio xenófobo de oscura utilidad.

Eran tan plastas que en un momento dado uno de los lanceros del batallón que, a la espera de la batalla palaciega definitiva, me siguen para su adiestramiento en la toma de palacios, me preguntó, aferrando su lanza esperanzado:

-¿Los empalamos, señor?

Le palmeé la espalda (costumbre muy mora, por cierto, que me encantó, por lo toledana que me resulta), diciendo:

-Deja. Son capaces de proclamarse pincho moruno y agonizar ofreciéndote especias para aliñarse.

Y aquí, en este punto del post, iban seis párrafos donde en un ataque de javiermarieísmo me quejaba de lo cansinos que eran los vendedores callejeros. Pero baste con decir que, respecto a ellos (y sólo ellos), me declaro xenófobo. Sobre todo porque si uno no quiere comprar, pues no compra, porque lo de la oferta y la demanda tiene esas dos últimas palabras, "la demanda", que es básica para que se efectúe una transacción. Y sobre todo por simetría, por corresponder al odio que unos cuantos de ellos nos profesaban y manifestaban en un perfecto e incomprensible árabe que descifraban sus tonos y sus miradas cuando cedían el puesto a la siguiente andanada de ellos lo que opinaban de nosotros y de nuestra por lo visto odiosa manía de no comprarles carteras, guitarritas, llaveros, figuras de manera vágamente parecidas a camellos, chocolate, colgantes, relojes falsos, tambores y cachimbas.

Así que recapitulando, Marruecos está muy bien. Pero tiene toda la pinta de estar pidiendo a gritos una fortuna en reformas, una subida general de sueldos, la destitución de un monarca ególatra y el exterminio sistemático de todos y cada uno de sus vendedores callejeros.

O lo que es lo mismo, que salvo por el grado de fervor de los vendedores, por decantarse entre el Islam o el Jamón y por las formas de vestir, más o menos los dos lados del Estrecho vienen a ser lo mismo, con el redondeo.

2 comentarios:

  1. jaja, lo de los vendedores callejeros me recuerda a esa escena de La Vida de Brian en la que Brian va huyendo y el del puesto le obliga a regatear, y al final se lleva una vasija que todos idolatran y se convierte en un símbolo para sus seguidores.

    Perdón por la deriva, pero es que me da mucha envidia que la gente esté por ahí viajando a países vecinos y encima tenga tiempo y ganas para escribir un post y contarlo... menos mal que con el cambio de hora a las 7 aún hace sol (aunque yo me limito a verlo por la ventana)...¡ains!

    enhorabuena por tus gafas nuevas que te hacen verlo todo de color...¿marrón?... um, no sé si esto queda muy bien...

    ohhh, si las veo en el cuadradito del blog de La Muchacha. Me voy p´allá.

    bss

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  2. No es un buen sitio para pasear solo metido en tus pensamientos. Pero ¿quién necesita pensar, hoy en día, con la que nos está cayendo encima? Me parece un fortalecimiento de la mente, pasear por allí.

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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.