2.2.10

el narcotráfico ya no es lo que era

Sesteábamos el sábado por la tarde en el hotel de Granada (una maravilla renacentista en pleno centro, al pie de la Alhambra). Nosotros estábamos tirados en la cama y al otro lado de la pared los vecinos de la habitación de al lado hacían un ruido cotidiano y habitual de cuarto de baño. Suena una ducha, suena un secador, suena su charla.
No sé de qué hablábamos, sí que no les estábamos haciendo ningún caso. Pero sucede que hay ciertas palabras o expresiones que llaman la atención del que las oye, las esté escuchando o no: por ejemplo, si vas por la calle y hablas nadie te suele hacer caso, pero si en tu conversación dices “sexo” entonces la gente pasa de oírte e ignorarte a escucharte. Sin haberlo decidido siquiera. Nuestra psique es así, hay palabras que nos disparan la atención. O que me la disparan: a mí me pasa siempre que alguien habla de Kafka, lo que no me preguntes por qué es algo que, por lo que es cucho, es habitual en los bares madrileños.
Y lo peor es que luego, cerca, suelen añadir “Murakami” u “orilla” y ya no despiertan mi atención, sino mis más sinceros deseos de atropello o impacto de piano en la coronilla.
En fin: nuestros vecinos de la habitación de al lado no dijeron ni “sexo” ni “Kafka”: la frase que de pronto se coló por nuestras orejas como si fuese parte de un discurso que escuchábamos atentamente fue “te mato”.
–…te mato –le dijo el vecino a su compañera.
Después siguió un silencio que no era tal, porque el secador y la ducha siguieron sonando tal cual.
–¿Ha dicho “te mato”? –nos preguntamos, sorprendidísimos. No, no podía haberlo dicho, habremos entendido mal, habrá dicho “te de pato” o “mes pago” o “gres raro”.
Pero sí, sí que había dicho eso, porque al momento lo repitió, en un tono bastante coloquial, entre palabras de las que sólo pudimos entender una frase: “si supieses la de drogas con las que he traficado yo ni te lo creerías”.
Y nosotros contuvimos nuestra euforia, pues estábamos pared con pared con un narcotraficante de vacaciones, e hicimos lo único que se puede hacer en esos casos: correr en silencio hasta la pared de la que salía el ruido y escuchar bien calladitos.
No sirvió de mucho: terminaron de sonar la ducha y el secador, y tras ruido de trastos y voces más lejanas escuchamos la puerta de su cuarto. Corrimos hacia las ventanas, que daban a patios interiores, y atisbamos por entre las cortinas, espiando al narco y a la consorte, muertos de curiosidad.
No sé qué esperaba la Muchacha. Yo un tipo alto, ceñudo, con coleta, chupa de cuero, cara curtida y algún tatuaje.
Junto a la señora esposa –con aspecto de ama de casa común y corriente– él era un cincuentón regordete, de pelo cano y jersey de lana.
Y yo pensé y dije el título de este post, pensando que cuánta tele nos hemos tragado y cuánto nos ha domado ya la imaginación.

2 comentarios:

  1. Caramba, en adelante sospecho que cuando escriba desde la Secta me saldrá esa postata rara de confidencialidad... La borro, pero que nadie se asuste si aparecen cosas raras en letra chiquinina debajo de mis desvaríos. No son para tanto secreto, la verdad.

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  2. Están, son, y abren tu puerta....

    A veces me pregunto: - ¿ Qué hay detrás de cada ciudad? ¿ Qué esconde esas paredes?

    Da miedo, del miedo que da...

    Un beso

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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.