Se acaba el año, y cuenta con mi permiso para hacerlo. Adiós, 2009, que te vaya bien en los anaqueles. Que venga ya el 2010, con sus estupendos horizontes de fútbol y de series (¡que vuelve Lost!) y de convivencias. Adiós 2009, y que te den morcilla los libros de historia.
La lluvia adorna las ventanas de la secta al gotelé, y el edificio, inmóvil, se finge galeón majestuoso según las nubes aletean a su alrededor, rumbo al norte (o a ese lugar geográfico hacia el que mi escacharrado sentido arácnido apunta el norte, más o menos al frente y a la izquiera de donde estoy sentado escribiendo).
Sol y nubes, dijo Google, esta mañana.
Una demostración (más) de mi cándida estupidez es esa, seguir haciéndole caso a Google a la hora de decidir si blandiré paraguas o me enfrentaré al mundo armado sólo con un libro (que nadie se fíe, porque los de pasta dura pueden ser mortales, con esas esquinas temibles).
Y bostezo, porque acabo de comer. Hemos tenido la visita de la Muchacha (que ha conocido por fin a los personajes de la secta, y estos a ella, así que ella creerá que estoy menos loco y ellos que no me la he inventado, por sospechosamente bien que hable de ella), que se ha ido al metro bajo la lluvia, sonriendo a la media vuelta, diciendo eso tan maravilloso de: luego nos vemos.
Y se va terminando el año. Nadie en la secta canta villancicos. Es de agradecer, pero los villancicos son tan odiosos que cuando se sufren molestan, y cuando no se padecen se añoran.
Nota mental para por si algún día, en contra de lo que sugiere lo que sabemos de física, se pudiera viajar en el tiempo: buscar al inventor del villancico y transportarlo hacia atrás al cretáceo, o al periodo que fuera el que habitasen los tiranosaurios.
Y ya en serio, pasado mañana dejaré de fumar.
Tengo un abuelo vivo y un abuelo muerto.
El que murió vivió sus últimos días atado a una máquina que le ayudaba a respirar.
No era una de esas máquinas de las películas, donde el personaje-paciente reposa en una cama y los tubitos de plástico le estorban el gesto con placidez y en calma. No, este iba conectado a un trasto al que denominábamos “el cacharro del aire”, que hacía el ruido característico de un martillo neumático.
Aquel fragor nos acompañó como banda sonora de la agonía de mi abuelo, y cuando por fin el pobre se murió yo sentí un odio tremebundo hacia aquel aparato que seguía rugiendo, atronando la casa, y fui a apagarlo.
No encontré el interruptor, así que tiré del enchufe, a la tremenda.
Pero tenía un seguro: cuando apagué su interruptor dejó de rugir, sí, pero empezó a sonar una sirena de alarma. Así que tuve que buscar el interruptor mientras la sirena espantaba a todos los gorriones del valle.
Era tan temible la máquina que me prometí que haría lo posible por no morirme yo, cuando me toque, atado a otro chisme de esos. Y lo posible, probablemente, pasa por dejar de fumar.
Así que ¡a la mierda el tabaco!: la próxima vez que escriba aquí, lo habré dejado. Y esta vez en serio, ¿eh?
¿Qué pasa? ¿¡Nadie me cree!?
Y yo... y a mi si que nadie me cree tampoco.. pero vaya, que si, que se usan las pastillas mágicas esas que te receta el médico y santas pascuas!
ResponderEliminarÁnimo, David. Yo llevo ya nueve semanas. Es cuestión de mentalizarse y desvincular el tabaco de rutinas y placeres. Las primeras 48 horas son de monazo, eso no te lo quita nadie.
ResponderEliminar¡Vaya mierda de taller que vamos a ser! Porque a mí me han dado un ultimatum: el domingo 18. Que me quite antes es tontería, porque en ese taller + cena del 16, me iba a fumar la servilleta picada en cigarrones hechos con los folios.
ResponderEliminar¡Que alguien siga fumando o me borro!
¡Y que se mueran los feos! (lo dice Lesli, el de los Sirex).
Vero: ¿que tú qué?, me he quedado pensando al releerte, de inconcebible que me parece.
ResponderEliminarEn cualquier caso es un alivio supongo que mutuo saber que no vamos a ser los únicos que estén ahí gruñendo con el mono. ¡Suerte!
Fleischman, pionero, muchas gracias por el consejo, y por ir abriéndonos camino.
Nán: piensa que la droga del taller es otra más fuerte y mejor que el tabaco.
Aunque alguien seguirá fumando, siempre. Y si lo dejamos todos siempre podemos obligar al secretario del turno a que fume...
Y pobres feos. Que se mueran los obispos, mejor, que por otra parte son feísimos también.
yo voy el 16 y fumaré!!!
ResponderEliminarfumaremos todos
feliz año, con o sin tabaco, pero con muchos libros y mucho amor y mucho Lost
Es posible, no temas, yo llevo 3 años y medio y subiendo. El caso es encontrar una razón de peso.
ResponderEliminarFeliz año. Un bico.
Que si, que si, que lo dejo, yo dejo de fumar y cambio el tabaco por pastis! y con el dinero que nos ahorramos... no se... ¿viaje a Amsterdam? :D
ResponderEliminar¡Gotelé, gotelé!
ResponderEliminar(estoy poseída)
Lo asocio a váteres de Duchamp
Feliz año, Davicín
¡besos!