12.12.09

2 años


Quizá fue Nano el culpable de que yo dejase de mirarme los zapatos.

-¿Habéis visto cómo sonríe? -dijo, sonriendo a su vez, por puro contagio del recuerdo-. Tiene una sonrisa brillante.

Pero yo soy muy torpe, tímido, y la primera vez (que nos vimos, ella, yo, todos, grumetes entonces del Bremen) le dediqué casi todas mis miradas a mis manos y a mis zapatos. A fin de cuentas no dejaba de resultar algo raro, yo ahí, obedeciendo aquella invocación porque no entendía qué razones había para obedecerla; qué pinta un matemático en un taller de relatos. Movido por la curiosidad del a posteriori y por el afán de contradicción. Si no lo sé, pues voy, a ver si lo descubro.

El día que Nano dijo aquello estábamos tomando algo en la previa de la segunda reunión del taller. Los puntuales, los impacientes, los que por casualidad no teníamos nada que hacer antes, estábamos ahí, compartiendo las impresiones del primer día, de las primeras palabras. De las primeras sonrisas que nos veíamos, también, o que veían, porque yo ya digo, vista gacha. Así que motivos hay para acusar al Nano de ser el culpable de que la curiosidad pudiese al miedo, y me hiciera apartar la vista de mis manos y de mis zapatos.

Luego comenzó el taller y al rato -porque trabajaba lejos, y salía tarde- llegó ella, nos saludamos con un gesto, porque ya entonces nos leíamos y nos escribíamos (con esa extrañeza que proporciona esto de internet, donde hablas con la gente, compartes con ellos lo que no sabes si querrán compartir, aquellas mañanas de mis resacas y sus viajes al patio, a romper el hielo para que los perros pudieran beber, aquellas noches negras, donde sospechaba yo, creía saber, que los dos, a veces, mirábamos ventanas oscuras y veíamos, reflejadas, las luces de dentro). Y en un momento dado, claro -no hubo que esperar mucho- sonrió, y yo, que ya estaba atento, ya no pude dejar de mirar aquella sonrisa.

Luego, claro, pasó lo que tenía que pasar, de tanto ver esa sonrisa. Se borró un poco el desconocimiento, la extrañeza se disipó, sólo quedó un miedo vago, lejano, algo informe, algo que se escabullía cuando me ponía a pensar en ello. Vinieron los talleres y sus postdatas, con ese vino suyo y esa copa mía y las palabras que logramos cruzar, una periodista poeta y un matemático que acababa de entrar a trabajar en una secta satánica. Pero por increíble que pareciese ella se reía, yo me reía, estábamos contentos, y aquello acotaba aquel temor sin nombre, y después, recordando, los dos llegamos a sentirnos fatal por odiar a terceros interlocutores que, por aquel entonces, a veces se nos cruzaban en aquella exploración, aquel descubrimento al que nos dedicamos así, con copas y la resaca de los relatos recientes. Y la noche del 12 de diciembre de 2007, quizá ya a las cuatro o las cinco de la mañana (y tenía su mérito, porque era un miércoles, claro) por fin entendimos qué era ese miedo cobardica y difuso, que no logró sobrevivir siquiera al primer beso.

Y luego amaneció sin tormenta de arena, pese a las predicciones de Google, y yo caminé como borracho sin alcohol, dando tumbos por las aceras al sol de la mañana, sonriendo como un idiota. Y así llevo dos años, y en la botella queda el vino justo para un brindis, así que, si me disculpan, me reclaman a una el recuerdo y el presente.

11 comentarios:

  1. ¿Has visto cómo el tiempo no solo pasa sino que transforma?

    Hace dos años te mirabas los zapatos y ahora, como el título de esa película genial de Coppola de cuando hacía maravillosas películas ligeras con dos dólares, ¡Ya eres un gran chico!

    ResponderEliminar
  2. Anónima; hora más, hora menos... además, quién miraba relojes, aquella noche.

    Nán: gracias por el halago coppoliano, ja ja.

    ResponderEliminar
  3. y los demás, sin vino, a llorar, ¿no?

    felicidades!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

    ResponderEliminar
  4. Bonita manera de decirlo todo sin decir nada ...¡Felicidades! (por eso de dejar de mirarte las manos y los zapatos)

    Una que de cuando en cuando se pasea por aquí

    ResponderEliminar
  5. Vengo del blog de La Muchacha, y os leo con lágrimas en los ojos por la mezcla de emociones, las vuestras y las mías, y me alegra pensar que a veces es posible, que a veces funciona "esa cosita llamada amor" (sí, homenaje a Hank Moody). Sólo hace falta dar con la persona adecuada. Os leo y todo mi dolor se transforma en esperanza.

    Besos y felicidades

    ResponderEliminar
  6. Bah, el típico individuo que finge ser tímido para ligar (Hace siglos yo aguantaba la respiración sin que se me notara para parecer que me ruborizaba...mamón). Está muy visto, también por la muchacha, seguro, pero ellas, que en casi todo nos dan cien vueltas (y nos enredan) había escrito ya el siguiente capítulo del guión de esa bonita y no por repetida preciosa peli que estáis viviendo.

    Enhorabuena a los dos y un beso sin lengua (al menos a uno de ambos) ¿Cuál es el blog de La Muuchacha que yo más que navegar o deambular por la Red más bien me choco por las paredes.

    ResponderEliminar
  7. Lara, como puños eran nuestros lagrimones. Y algo alcohólicos probablemente también.

    Verónica, gracias, y di que sí, pasea, que es sano.

    ETDN, a tus pies, y caramba, qué responsabilidades nos encaramáis. Pero las llevaremos con orgullo, claro que sí.

    Pi, ay, sí, ay, pero qué ay. Bueno, como ese, con muchas yyys.

    Lansky, hombre, concédeme al menos el beneficio de la duda. Pero desconfías por no haberme conocido ayer. Si no, ante la evidencia de mi torpeza y de mi persona, así en general, seguro que me dabas la razón. Y por cierto, qué pena no haberte visto, tenía ya pensado cómo saludarte; "que la paz del Señor sea contigo".

    ResponderEliminar
  8. Oh, qué maravilla.
    Lo que has contado, y cómo lo has hecho, una maravilla.
    Un abrazo.

    Así, sin rencor.

    ResponderEliminar
  9. Gracias, Porto, otro abrazo para ti, que estoy sensible. Que si no, te sacaba la lengua y listo, ja ja.

    ResponderEliminar

Con la tecnología de Blogger.

Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.