18.11.09

crítica de cine: la peli esa del mando a distancia

Es hora de rendirse: Me hago un blog, vale. Seré uno más de los millones de insignificantes personajes que van por ahí contando las memeces de su vida diaria y las tonterías que se les pasan por la cabeza (rectificando verbos: las memeces de nuestra vida diaria, las tonterías que se nos pasan por la cabeza). Total, si me gusta escribir y perder el tiempo un rato es casi inevitable. Pero había argumentos para no hacerme un blog, entendedme. Buscad un blog al azar...

Nah, era broma. Pensaba copiar la primera entrada, en serio, porque me parecía una cosa lo suficientemente estúpida para hacerlo, pero eso fue ayer, y hoy es hoy. Y para diferenciar el paso de los días que no son jueves, que se diferencian solos, hay que condenarlos al giro repentino. Así que hoy voy a hacer una crítica cinematográfica.

Hace poco, o quizá no tan poco, depende de cómo definamos poco, en fin, hace un tiempo que mejor no definiré vi una película absurda en la que un tipo, uno de esos famosetes yanquis que, no sé, deben ser los Buenafuentes o Grandes Wyomings de allí (¿Los Goodfountain, Big Albacete, quizá?), que por lo visto pueden hacer cualquier gilipollez y llenar los cines con su careto, lo que al menos en la primera mitad del asunto, la de la gilipollez, era absolutamente riguroso.

En la película un tipo que por lo visto era muy cachondo y muy majete encontraba a un viejo loco, mitad Dios y mitad el profesor de Regreso al Futuro, que le daba un mando a distancia con el que el prota podía manejar el tiempo a su antojo. ¿De dónde sale el viejo, de dónde sale el mando, por qué nunca se le gasta la pila? Tamañas preguntas requerirían una pensada tan ingente que los guionistas decidieron ignorarlas y dedicarse a escenas absurdas como que va el tipo con el coche y ralentiza el tiempo para ver balancearse los grandes pechos de una mujer footingante, o para paralizarlo y poder, así, abofetear a su jefe en mitad de una reunión o, en el colmo del delirio guionístico, soltarle un cuesco en los morros.

Me preguntaba yo cómo puede moverse con el universo detenido, el prota, sin alcanzar una masa infinita y cosas por el estilo. Pero pensar eso es iniciar de nuevo la peligrosa senda del tener que pensar, así que me abstuve, por ejemplo, de preguntarme por qué narices el protagonista no aprovechaba para convertirse en el ladrón de bancos perfecto, o en un jugador de póquer inbatible, o en el campeón mundial de los 400 metros lisos que, para más recochineo, ni siquiera necesita entrenar. O coño, ¡en un puto superheroe! Pero no: el protagonista de la película se limita a hacer el gilipollas y a comportarse como un idiota hasta que en su lecho de muerte comprende que ha sido un gilipollas y un idiota, y entonces se redime un poquito en una emotiva escena final, con la familia alrededor y él muriéndose de viejo en un charco.

Palma, y lo único bueno que podría haber tenido la peli, que el tío haya sido un imbécil toda su vida y palme, es mentira; aparece de nuevo el tipo que es mitad Dios mitad inventor loco, y le dice que no, que era coña, que ahora ya si eso venga, desde el principio. Y él sonríe y toda su familia está ahí y se asume que todos van a vivir ahora en serio tremendamente felices.

Vi la peli porque no sabía dónde estaba el mando y estaba yo a lo mío, procesando fotos (es decir, que la vi mientras la barrita de progresos del software completaba su tarea, y el resto del tiempo la oí, mayormente). Es decir, que no malgasté mi vida, porque estaba haciendo otra cosa, en realidad, e igual podría haber tenido la tele apagada. Pero la tuve encendida, y fue cojonudo. Porque mientras apagaba el ordenador y buscaba el mando de la tele pensé que por el careto del tipo ese un montón de gente habría malgastado dos malditas horas de vida viendo esa basura en un cine, mientras que yo no, me escapé, no perdí nada. Y como una visión ante mí se aparecieron los caretos de la gente que, atrapada en salas a oscuras, se retorcían en sus asientos sintiendo que esas dos horas de su vida jamás les serían devueltas y que ojalá hubiesen visto esa peli en casa, sin hacerla más caso del que merece, o sea, ni puto, y me sentí muy bien. En parte, porque había realizado un acto de justicia. Y sobre todo, en parte, porque atrás en el tiempo y lejos en el espacio hubo gente que, sin atreverse a huir de la sala del cine, sin creer lo horrible que era lo que y en fin, que me envidiaban y lamento inconexión pero teléfono y de pronto Muchacha aparece y nos tenemos que ir de cañas así que por hoy basta.

La semana que viene, criticaré para la posteridad, que los dioses paganos me perdonen, Delta Force, de Chuck.

Vayan agarrándose las partes débiles y concertando la fecha de mi funeral.

Coda: y lo peor es que encima recuerdo bien el nombre del miserable actor. Y por tanto, con tres clicks de ratón, el de la peli. No la cito porque ni lo merece. Pero ahí está el link. ¡Mierda, ya la cité!

4 comentarios:

  1. Las películas truño son estupendas para concentrarse en otras cosas. Recuerdo otra peli con un mando a distancia, con rollo satánico de por medio, en la que el protagonista se metía en una especie de vodevil de canales delirantes. No me viene a la cabeza el título, pero era una frikada divertida.

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  2. "Permanezca en sintonía", protagonizada por el grandísimo John Ritter.

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  3. Coño, ésa era fácil.

    Verificación de la palabra, ejem: INGLE.

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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.