12.11.09

¿barcelona? una mieeerda al lado de madrid

Más o menos esa frase resume el sentir de la expedición a Barna del fin de semana pasado, de la que todavía me estoy reponiendo, como pudo escuchar, gracias a los gritos, todo catalán que pasase a menos de cuarenta metros de nostros.

Yo no estaba del todo de acuerdo, porque en fin, el barrio gótico mola, aunque la gente no vaya con cadenas y de cuero, y el de Gracia, y los bares tienen la curiosa costumbre de estar bien, no atestados, ser bonitos y encima poner música estupenda, a veces rozando la genialidad y hundiéndonos en la miseria a quienes vamos por la vida pensando que debemos ser los únicos a este lado del Atlántico que escuchan a Rodrigo y Gabriela. Las grúas de la Sagrada Familia son ya algo que forma parte del imaginario colectivo, así como el Parque Güell, con sus flamantes y espectaculares remolinos de polvo y sus marabuntas de gente que parecían ocultar algo.

Como digo, no estaba del todo de acuerdo. Pese a esa desconcertante manía de llamar a todos los sitios por sus nombres, tan raros ellos, pese al tormento que le supone eso a la pobre gente que va por la vida desorientada y con tendencia a perderse todo el rato, y ojo, no lo digo porque yo sea uno de esos, es que soy solidario con un colectivo del que formo parte, eh. Pese a que, como apuntó cierta persona, tengan el metro mal, con los números y los colores cambiados, con la confusión que eso genera en quienes ya tenemos la decente costumbre de que la línea 1 sea azul, la 2 roja, la 3 amarilla, etcétera.

Nótese que “estaba” es pasado. Mi opinión cambió cuando cenamos el sábado en un lugar donde los camareros usaban flamante tecnología para apuntar los pedidos. Flamantísima, pero si el camarero es un lerdo que omite dos platos de lo que le hemos pedido hay que indignarse en solidaridad con toda esa gente que va por la vida con hambre y que cuando pide comida lo hace con la ilusión de que se la traigan. Y de nuevo, ojo, no lo digo porque yo sea uno de esos, es que soy solidario con un colectivo del que formo parte, eh.

Y me puse de muy mala hostia.

Me alegró un poco, provisionalmente, un bar cuyo techo era un escenario en el que sucedía, boca abajo, un concierto de reagge, boca abajo, y con todo detalle, desde las rastas del cantante hasta la botellita de agua del batería o la toalla del bajista, o las chuletas de los músicos con el setlist.

Mirábamos al techo y pensábamos “uau, eso sí que es un techo”. Pero era un suelo, en realidad, solo que boca abajo. Lo que nos convertía a nosotros, ubicados en el suelo, en su techo. Y claro, nos preocupamos un poco, ¿seremos el techo ornamentado de un concierto de reagge, donde un grupo de gente toma copas en un bar boca abajo?

Pero el cabreo seguía ahí latente, y encima me dio un hipo que la hermana de nuestro anfitrión, que es un polaco caluroso, inmenso y simpático (no nuestro anfitrión, ojo: su hermana es el polaco. La gente, por lo visto, transmuta géneros, formas y nacionalidades, de vez en cuando, por allí. Supongo que será la influencia francesa), tomó como producto del alcohol. Que no que no, oiga, señor polaco, que simplemente era hipo, un hipo vulgar, sin otra razón que el hambre inenarrable que me atenazaba las entrañas.

Pero al día siguiente Jaimito me llevó con una amiga suya a comer a un lugar estupendo, donde los camareros y cocineros, brasileños, se descojonaban de la políglota amiga de Jaimito porque esta se empeñaba en hablarles imitando el portugués de Portugal (confesó después que con los portugueses hace lo contrario, se pone brasileira). Riquísima comida allí por 10 pavos el menú. Y Jaimito tuvo la cortesía de dejarse la mitad de su plato de pato, o pato de plato, y apartarse e insinuar que sería un crimen dejarlo a medias. Dos segundos tardé en comérmelo, yo creo que hasta dejé un mordisco grabado en la mesa.

Pero en fin, al margen de los cabreos culinarios y de la confusión de las líneas del metro Barcelona me ha gustado más esta vez. Por lo menos la he visto.

Así que ahora me siento un poco mal, porque la he hecho una cantidad considerable de fotos, en las que sale tan fea y tan sucia como saco siempre a Madrid.

Así que que me perdonen los barceloneses y que me perdone Barcelona. Qué culpa tengo yo, si mi estilo es la mugre.

5 comentarios:

  1. Ay! ¡Cómo te entiendo, David! Barcelona es muy bonita eso es un hecho, pero le pasa algo comparable a lo de Venecia, ese Parque Temático (su 'tema' es Venecia, claro) lleno de canales: que hay que estar enamorado para disfrutarla (y viva el tópico, no sólo por cierto sino por tópico), pues algo parecido pasa con Barcelona: se puede disfrutar, como no, pero como verdaderamente alucinas es si eres japonés y fanático de Gaudí (rama esotérica)

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  2. Que un restaurante no te cambie la opinión, buscaremos otro mejor y menos improvisado para cuando vuelvas. Yo me encargo!

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  3. Lansky, una respuesta así me esperaba yo, después de la del post anterior. Pero no por esperada he dejado de reírme ni un poquito con ella, ja ja.

    Tiene su encanto, de todas formas, Barcelona. Claro que qué gran ciudad no lo tiene.

    Lidia, tranquila, luego aquel otro restaurante del que hablaba me hizo volver a cambiar de opinión al día siguiente. Qué estupendos el entrecot y el pato, madre mía.

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  4. Yo, por hurgar más en la herida que os produce la no exclusividad en conocer al Rodrigo y a la Gabriela en esta parte del mundo, pongo esta versioncita del Orion que se marcaron junto al Robert Trujillo y que tiene su gracia.

    http://www.youtube.com/watch?v=swiypXOCVFM

    Verificación de la palabra, no miento, es "froto".

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  5. Ah, ya no me duele. La herida fue allí, y la costra enseguida. Luego ya sólo quedó decir "qué grandes el Rodrigo y la Gabriela" durante la media hora que los tuvieron puestos.

    Tremendo el vídeo, nunca les había visto.

    Y frótate, frótate, que es divertido.

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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.