Más que pensando en ti, amable, querida lectora, escribo este post pensando en la posteridad, en los historiadores del futuro. Porque algún día buscarán un momento histórico, el propio instante en el que todo cambió, y es deber de quienes hemos asistido a él cumplir con la eternidad, alzar la mano, decir yo estuve allí (aunque entonces, oigan, más bien lo llamábamos aquí, ya me entiende, ¿tienen Barrio Sésamo en el futuro? ¿No? ¿Y Pocoyó? Espero que al menos tengan Pocoyó). Y eso haré. A la de tres. Una, dos y tres, ¡va!
¡Ríome yo de la Bounty! ¡Ja ja ja! Esta mañana un grupo de… espera espera, que aún me queda risa: ¡ja ja ja ja ja! ¡Ja! ¡Ja ja! ¡JA! Vale, esa ha sido la última… nonono ¡ja!, vale, quedaba esa, ¿más? ¿No? Vale. ¡Me he reído yo al comienzo de este post (tienes que recordarlo, acabas de leerlo, ha sido hace unas palabras. Si no lo recuerdas, en serio, deberías ir al médico. Claro que si tienes problemas para recordar más de diez palabras atrás esa advertencia también te servirá de poco, porque recordarás “deberías ir al médico” sin más. Lo cuál tampoco está mal pero le resultará confuso al médico cuando te pregunte qué coño haces en su consulta y tú, recordando ya sólo eso, le respondas un más que probable ¿eh?, porque las cosas ya no son lo que eran, ah, viejos tiempos, entonces los jóvenes se comportaban y eran respetuosos y no hacían botellón ni fumaban porros (como mucho grifa los exlegionarios, pero esos prohombres cabrafílicos merecen ese privilegio y más aún) y seguramente hubieran respondido ¿perdón? o ¿disculpe? pero nosotros, hijos de nuestro tiempo, como mucho diremos ¿eh?, porque las cosas ya no son como eran, ahora las editoras pornográficas están en ruina por culpa del Interné ese, las palomas medran y conspiran y el metro llega tarde, porque antes para ver porno tenías que esconder una revista debajo de la cama, en los cielos había millones de alcones y el metro, que iba tirado por caballos, a pedales o a vela (por eso a veces hace tanto aire en los túneles) según el modelo, era puntual.
Pero ya no. Vivimos tiempos fúnebres. Funestos. Hoy menos porque es viernes, pero vivimos tiempos definitivamente tenebrosos. Trípticos. Ambifúsicos. Diplámicos. Sí, me estoy inventando palabras, ¿por?
Bueno, a lo que iba, que en cualquier momento alguien de la secta puede venir a decirme que por qué no lo dejo y trabajo un ratito, para variar, si no duele hombre. Que esta mañana un grupo de personas que recordaban los buenos tiempos, cuando teníamos a Batman (al fascista hiperviolento de Frank Miller, no al mariquita, no por homofobia, que ya veo a mis amigas lesbosexuales afilando sus bates de beisbol y oxidando y emponzoñando sus dagas, sino porque a la hora de resolver conflictos con el mal era más contundente. Más imaginativo. Más mejor), y a Maira Gómez Kempfzt y a la Ruperta, y a Lobato, que hacía innecesarios los teléfonos móviles. Y cuando uno era tan palurdo como para escribir vueno con uve el corrector no le salvaba del público escarnio y de la mofa general, porque por aquel entonces hasta los analfabetos escribían sonetos de prístina perfección y conmovedora corrección ortográfica. Y esta mañana por fin ese grupo de gente del que llevo desde el principio intentando hablar (en ocasiones me resulto TAN molesto), esos próceres rebeldes e insatisfechos, han dicho basta: ante la última tropelía, la definitiva, un retraso averiático reflexivo y reflectante, que ha afectado a todos los andenes de la línea 6 de Metro de Madrid, que dicen ser dos pero que, yo lo he visto, pueden ser cuatro, por ejemplo en Oporto o en Avenida de América, o hasta seis, si uno se pone tiquismiquis en Príncipe Pío, y toma cerrados en vez de abiertos (discúlpenme el tecnicismo topológico. Juro que tiene sentido, y que más aún, era necesario. Qué digo necesario, ¡imprescindible!).
Hablaba la megafonía, “ding dong ding, Metro de Madrid informa de lo de siempre”, y la masa, furibunda, insatisfecha, se revolvía y hacía referencias, ya digo, a Batman, ¿dónde está cuando se lo necesita?” Hasta una sonriente ancianita de ojos resignados se ha dirigido a mí, luego de toda clase de muecas para que reparase en ella, pues sus gastados “disculpe” (ah, los viejos tiempos) no hacían mella en mis orejas, sepultadas bajo los asincopados ritmos del último disco Burst, una obra maestra, oiga. Así que ahí estábamos, como los nazis de Hollywood en sus trenes de exterminio, después de haber sido desalojados de un Tren Lleno (© Metro de Madrid 1919-2009) para que pudiesen meternos en otro Más Lleno (© Metro de Madrid 1919-2009), y yo por fin reparo en ella y la miro y ella, como pasa siempre en estos casos, ha dicho “que si puede usted bajar la música de sus cascos, por favor, que nos están volviendo locos a todos”. Y yo, que reconozco el señorío y la decencia cuando los veo aunque no escuche nada con los cascos puestos, me he desprendido de ellos y la he respondido “¿eh? ¿disculpe?”
“Que si puede usted bajar la música de sus cascos, por favor”, ha repetido gritando, aunque ya la verdad es que no hacía falta, pero en fin, la gente mayor tiene sus cosas y yo las respeto.
“Claro mujer. Puedo, puedo. Como podría haberme cogido un puto taxi, y no molestaría, y estaría en el curro hace una hora”.
Yo no sé qué había en mi tono, que era respetuoso o esa era mi intención, pero la gente del vagón se ha echado a reír. Sería la tensión, o el efecto de los malos humoristas, que hacen que por contraste todo se vuelva gracios. Ah Morancos, Cruz y Raya y demás fauna, cuánto daño habéis hecho.
Total, que bajo mi volumen, ella sonríe y dice gracias y yo me vuelvo a mis asincopamientos, ahora con más concentración porque claro, a menos volumen, más dificultad para escucharlos. Cuando de pronto veo a la señora que de nuevo da saltitos y agita las manos.
“¿Sí, señora?”, la digo tras los nuevos plops de rigor y las nuevas liberaciones de mis orejas.
“Que da igual, que subas la música otra vez si quieres; la música que nos molesta la tiene puesta ese tipo detrás de mí”.
Yo creo que la he contestado algo sobre que no importaba y que la salud de los tímpanos y mejor la dejaba así y ya he dejado de hacerla caso porque por fin llegábamos a mi parada, que también era la suya. No la he oído (Burst tiene un batería que me encanta), pero salía detrás de ella y la he visto ir dibujando disculpes con los labios todo el maldito camino hasta las taquillas. Y allí esta rebelde educada, esta revolucionaria de vagón, ha reclutado a un grupo de audaces y han dicho el hasta aquí se puede llegar hombre ya: ha dirigido el grupo a la taquilla y han pedido un papel que explicase a sus superiores, jefes o citas indignadas por el retraso que la culpa del retraso era de Metro y sus Averias Expansivas en el Tiempo que Ocasionan Retrasos de Diez Minutos que De Pronto Son Veinte y Luego Se Redondean A Cuarenta (© Metro de Madrid 1919-2009). Es un humilde primer paso, pero yo, con lágrimas en las manos (porque me he restregado los ojos con los puños), he sabido con indudable certeza que eso no era sino un primer paso. Que algo ha cambiado. Y que pronto veremos a esa señora por la tele, diciéndole a la gente “perdone” y cambiando, después, el mundo.
Y después llegará otro día en el que todo sea distinto, en el que de nuevo los halcones saturen los cielos de la urbe y los cráneos de palomas muertas mucho ha alfombren las calles, y Mayra Gómez Kefmprftrrr vuelva de entre los muertos a luchar contra la Ruperta en su batalla entre el Ying y el Mal, y ese día yo, a los niños, permíteme que me enorgullezca, y ese día yo, a los niños, les podré decir:
–Yo estuve ahí. Sí, niños: aquel día yo, liderado por aquella viejecita amable y gesticulante, aquella incansable y heroica luchadora cívica, aquel día yo, ¡yo!, yo también pedí un justificante a la taquillera. ¿Queréis un caramelito?
ooooh ya está aquí otra vez doña mayra, grrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr
ResponderEliminarDisculpémosla pensando que fue ella la que metió en la fantasía de un niño el amor por el rubio, ja ja.
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