30.1.11

mi último regalo de cumpleaños

Ha llegado hoy, con bastante retraso (tanto que yo pensé primero que cuando esa pandilla de amigos míos me dijeron, la noche que celebramos mi cumple, "ejem, es que nuestro regalo no te lo podemos dar todavía porque, uh, está en camino" yo pensé que es que en realidad no me querían regalar nada hasta ver qué tal se lo pasaban en la fiesta, y luego que se lo pasaron fatal y decidieron cancelar cualquier regalo).

Se han presentado en Palacio a tomar café y me han plantado delante la cajita que contenía esto, que temo poner aquí en forma de fotografía porque entre el post anterior y este aquí mi blog empieza a parecer un arsenal.


La reproducción exacta de un fabuloso Colt 1851 Navy.

Tremendo tener en las manos ese armatoste que tantos personajes míos han usado con más o menos suerte pero siempre con mucha, muchísima devoción.

Y claro: de tanto documentarse uno lo agarra y ni se sorprende del peso ni tiene menor problema en amartillarlo a medias para dejar que el tambor gire, o del todo, y escuchar ese fortísimo tremendo chasquido doble, y apretar el gatillo y ¡CLACK!, cae el percutor sobre el tambor.

Así que nada. Aquí hemos estado, ellos tomando café, la Muchacha meneando la cabeza y yo acunando el revólver, murmurando "ji ji ji" y de cuando en cuando amartillándolo y disparándolo hacia los regalantes.

Han sido muy educados cuando les he soltado la chapa sobre cómo se cargaba el arma y bla bla bla.

Eso sí: ya hemos tenido la primera baja por su culpa. La Muchacha, la pobre, la ha empuñado un ratito, y se ha pillado el dedo meñique con el percutor. Y claro, le ha puesto como un as de bastos y le ha salido un moratón que le ocupa toda la punta del pobre dedo.

Así que creo que por hoy mejor no sacar el tema de si puedo dormir con el revólver debajo de la almohada.

25.1.11

turbulencia en el espaciotiempo lector


Corre el año 1862, y estamos en mitad del Pacífico, acompañando a Albert Madsen, un marinero danés, en sus viajes y sus tribulaciones. Busca a su padre de islita en islita. El mar, tremendo, abarca las más de las veces la mitad exacta del mundo visible; la otra mitad, el cielo.

Yo me lo paso pipa.

Siguiendo el rastro de su padre (con sus míticas botas, por cierto, protagonistas de la primera parte de la novela), ha dado con un contrabandista, un loco graciosete que le ha enrolado como primer oficial en su tripulación. Y es con ellos con quien va de islita en islita.

Todo estupendo.

El contrabandista aprovecha el viaje para llevar una misteriosa carga, que deja en cierta isla que ni siquiera sale en los mapas. Entonces tienen ciertos problemillas con los nativos, y el contrabandista, para evitar la desesperación, echa mano de uno de los varios juguetitos yanquis que tiene en un armarito de su camarote: un rifle Winchester. Y con él, va solucionando sus problemillas.

Y seguiría siendo estupendo si no levantase yo la mirada del libro y me dijese "¿1862? ¿he leído mal?".

Pero no, no: vuelvo páginas atrás y la última fecha que se ha mencionado es, efectivamente, 1862 y, desde luego, no ha pasado una década y pico. No, el contrabandista tiene un rifle Winchester ¡cuatro años antes de que los empezasen a fabricar, y once antes de que se hicieran famosos! No queda otra opción más que indignarse.

-¡¡¡Que lo llamaban Winchester 73 por algo, señor Jensen!!! -grito.

-¿Eh? -pregunta la Muchacha.

-Este libro. El maldito Carsten Jensen. Me estaba encantando su novela y va el tío cretino y me mete un Winchester en el 62 -a estas alturas de obsesión, siempre que digo años o décadas sin especificar el siglo suelo estar refiriéndome al XIX.

Ella no me contesta: consigue hasta no mirarme. Así no sufro intentando descifrar si la mirada que me ahorra es la de que me está bien empleado por aprenderme estas tonterías o la de que cómo puede ser que recuerde esto y que nunca me acuerde de que hay que destender la ropa o comprar Fairy y servilletas de papel.

Así que me resigno, devuelvo la vista al libro y sigo leyendo. Aunque de cuando en cuando, sé que ella todavía me escucha gruñir, por lo bajini, "...Winchesters en 1862... anda que... con lo bien que le hubiera quedado un rifle Henry..."

23.1.11

22.1.11

reunión de empresa

-Querido, necesito que me hagas una foto de la calle San Bernardo, para un artículo de Entre Líneas.

-Claro: y como no tengo ninguna de la calle San Bernardo... -acoto mi gruñido entre dos sorbos de café.

-¿Eh? -dice sorprendida por mi tono.

-Tengo miles. Vale, son un poco viejas... pero tengo esa de la esquina, con el Bar Noviciado y el tipo corriendo, sales tú y todo.

-Ya, pero necesito una más de la calle, como desde arriba.

-Ah, perfecto. Con el sol de cara. Va a quedar magnífica.

-¿Perdona?

-¡Ya estoy harto, en esta empresa el departamento de fotografía es la última mierda! ¡Estamos al final de la cadena! Mira: la línea va de Redacción en todo lo alto -y la señalo al otro lado de la mesa- y yo al final -y me señalo el pecho-, ¡sin nada por debajo!

-Bueno, tampoco hay nada en medio.

Es lo que tiene trabajar en proyectos minimalistas, supongo. Pero me va a tocar salir a la ventisca y al frío a hacer una foto de la calle San Bernardo, verás.

21.1.11

Terry Gilliam cambió mi vida

¿Qué nos cambia la vida? Si tuvieras que mirar atrás y ver qué decisión o qué suceso determinó tu vida tal y como es ahora (o si tuvieras que escoger, de entre las muchas que te han conducido al presente, cual fue la más improbable y la más inesperada), ¿cuál sería?

Yo, que esta semana he estado hablando mucho de cine y, en consecuencia, dando mucho la lata con mi director favorito, he llegado a la conclusión de que a mí la vida me la cambió una película: Tideland, de Terry Gilliam.

La cadena de sucesos vino a ser así: un buen día de 2007 yo no tenía nada que hacer, y decidí pasar el día perreando e irme por la noche al cine.

Nunca me ha importado mucho ir solo al cine, y por aquel entonces aquellas expediciones eran, en parte, demostraciones de independencia: si no tenía planes, si no tenía con quién quedar, tenía el recurso de irme solo a ver una película. Lo veía, y lo veo, algo de lo que sentirse orgulloso porque, por lo que veo en las colas de la entrada y en las salas de cine, es bastante inusual que la gente vaya sola a ver una película.

Yo lo hacía: metía buena música en el reproductor de turno, empuñaba un libro, me iba a dar un paseo por las librerías del centro (en aquel entonces era el centro. Ahora es el barrio y alrededores: lo que te puede cambiar una peli), luego me iba a una cafetería a leer un rato y tomarme un café, y luego al cine.

Cuando se terminaba la película, me volvía a casa, leyendo y escuchando música. Eran días estupendos.

Total, que aquel día de 2007 decidí ir a ver la película de Terry Gilliam. No sé por qué nunca es fácil encontrar quién te acompañe a ver películas suyas, y me dije: aprovecho, antes de que la quiten (en aquel entonces ya sólo la ponían en sesión golfa). Me leí la crítica (decía que podía ser un tanto excesiva, la película, pero que a los fans de Terry Gilliam les encantaría (y yo lo soy), decidí que definitivamente era probable que me gustase, no sé qué libro agarré y para allá que fui.

La peli, por cierto, me encantó.

Alguien del Bremen (al que, como casi todo lo que ha sucedido después, voy gracias a esa película) decía hoy en un correo que a ver quién es capaz de escribir un relato que no tenga tono deprimente y que hable de decadencia, de ilusiones pasadas, miserias presentes y sordidez: eso, en película en vez de en relato, es Tideland.

Cuando volví a casa volví como se vuelve de ver una película genial: en estado de shock. Lo aproveché para escribir un post en el blog. Un arranque más de esos míos de hablar de algo que a mí me ha encantado y que a la mayoría de la humanidad no le interesa un pimiento.

Pero en otro rinconcito del mundo, poco después, una mujer estaba trabajando en algo en lo que salía mencionada bastante a menudo la película 12 Monos (era un trabajo rarísimo, en efecto), y como no la había visto, le preguntó al tío Google por la película, primero, y luego por el director.

No sé qué senderos tortuosos del buscador la condujeron a mi post, en lugar de llevarla al IMDB o a Wikipedia, pero me leyó, y tuvo la santa paciencia de aguantar la primera parte del post, que era yo dándome autobombo y contando lo bien que me lo paso yendo solo al cine (pensando cómo empieza este post veo que he cambiado poco, en ese sentido, pese a Terry Gilliam). Así, de esa manera, aquella mujer llegó a mi blog. Concretamente, aquí.

Luego, a veces, volvió.

Después montó un taller literario y le preguntó si quería participar a gente a la que leía. Yo fui a uno de los que le preguntó y dije que bueno. La Muchacha también fue preguntada, y también dijo que vale.

Luego ella sonrió, y bang: empezó esta vida.

Ya sé que es futil ponerse a pensar ¿y que pasaría si tal cosa no hubiera sucedido? porque la vida, en su conjunto, es la consecuencia de la acumulación de improbabilidades absurdas. Pero como lo futil suele ser divertido, esta semana, cada vez que hablo de Terry Gilliam, pienso que si no fuera por ese señor, que hizo esa película tan genial, tan tremenda, tan visceral, tan bella y tan horrenda a la vez, yo ahora no sería yo: sería otro yo bastante más infeliz, bastante menos afortunado.

Así que cuando hablemos de cine y te de el tostón diciendo que ni Kubrick ni Eastwood ni Ford, que mi director de cine favorito es Terry Gilliam, ya sabes por qué: porque ningún otro director de cine me gusta tanto y, encima, me ha cambiado la vida.

Mil gracias, señor Gilliam. Retratando infiernos, creó usted mi firmamento.

19.1.11

la moraleja de las pelis de espías

Ha estado estos días la Muchacha febril, batiendo la pobre récords históricos de temperatura, y yo, aprovechando la coyuntura, he estado practicando mis bastante virginales dotes como enfermero de cabecera.

Ah, qué noches: pequeñas siestas interrumpidas por la estridente alarma del móvil (que, que nadie se preocupe, sólo me despertaba a mí), para suministrar medicinas y cumplir cronogramas en tales cuantías y exactitudes, respectivamente, que yo creo estar ya capacitado para montar y dirigir una ONG pequeñita y servir medicamentos a cualquier nación de esa que creo recordar que los medios llaman, cuando se ponen poéticos, desfavorecidas, sin especificar por quién.

Como parte de mis labores, obviamente, estaba la del abastecimiento de la mercancía a racionar y administrar. En ese sentido me iluminó la madre de la Muchacha, que más sabia y más acostumbrada a lidiar tanto con su hija como con la enfermedad, me llamó el día del inicio de la guerra febril y me recomendó que adquiriese dos medicamentos, a los que nos referiremos, por respetar el honor de los implicados, como Ese Medicamento y Aquel Otro Medicamento.

-Pero ten cuidado cuando pidas Aquel Otro Medicamento -me advirtió-: te van a decir que sin receta no te lo venden. Hazte el tonto -"fácil", pensé yo- y prueba a decirles que es que tienes el médico en, qué sé yo, Torrelodones, o algún sitio así.

Yo asentí voluntarioso, tremenda estupidez pues la conversación con ella era telefónica, y me deprimí profundamente intuyendo una conversación tipo "quiero Aquel Otro", "¿tienes receta?", "no", "pues te jodes", y me fui a una farmacia cuya elección deje al azar de mis sobradamente errabundos pasos.

Llegué, entré, saludé, y cuando el farmacéutico inquirió por mis pretensiones díjele:

-Hola, buenas tardes. Quería Ese Medicamento y Aquel Otro Medicamento.

El farmacéutico frunció el ceño.

-Aquel Otro Medicamento no puedo dártelo sin receta.

Y yo me puse rojo como un tomate, enredé mis pulgares, di pataditas al suelo con la punta del zapato izquierdo y solté mi súplica:

-Es que mi novia está malísima... con una fiebre brutal... y el médico lo tenemos en Torrelodones, porque somos de allí...

El farmacéutico asintió grave, haciéndose cargo de la tragedia. Se alejó hacia la trastienda y volvió con no una sino dos cajitas de medicinas. ¡Coño!, pensé yo, ¡qué bien!

Pero mientras se acercaba sonriente detuvo sus pasos, me miró ensoñador y me preguntó.

-¿Y de qué parte de Torrelodones?

Como en una peli de espías.

-Gutten aven, Oberfeldwebel. Los papeles, danke.

-Bitte. Aquí tiene.

-Hum. Así que es usted de Kasseburg...

-En efecto.

-Mi suegra también es de Kasseburg. ¿Conoce la panadería de Schmidt, en la plaza del pueblo?

-Naturalmente que la conozco. Soy amigo personal de Schmidt desde mi más tierna infancia.

-Ah, sí, qué donuts hace el jodío.

-Tremendos.

-Y dígame, ¿cuál le gusta más a usted, el glaseado o el relleno de salsa de frambuesa?

-Eeeh... el de la salsa de frambuesa.

Y es entonces cuando el oficial de las SS sonríe torcido y saca la luger y encañona con ella al espía británico.

-Todo el Tercer Reich sabe que el panadero Schmidt de Kasseburg es alérgico a la frambuesa.

Y fríe a tiros al pobre espía, mientras se ríe como un loco y le brillan los ojos y los casquillos rebotan sobre el pavimento húmedo y contra las paredes y se pierden en la niebla del callejón.

-¿Y de qué parte de Torrelodones? -me había preguntado el farmacéutico. Yo respiré hondo, recuperé el control de mí mismo, y supe, gracias a las pelis de espías, cómo había de proceder. Supe que no iba a morir delatado en aquella farmacia. Retador, le contesté:

-Vivimos en el número 8 de la Sachsenwaldstraße.

El farmacéutico parpadeó varias veces. Y luego terminó de caminar hacia mí y vencido en su propio terreno, me tendió ambas dos medicinas. Pagué, las recogí, caminé hasta la puerta y allí me detuve, me di la vuelta, me cuadré con un sonoro taconazo, extendí el brazo y grité.

-¡Heil Hitler!

El correspondió al gesto, sudoroso y pálido, alabó al Fhürer y yo me fui de allí con las medicinas a toda carrera, acechando la aparición de la luz de los reflectores, el ulular de las alarmas, los ladridos de los perros y los reflejos siniestros brillando en rifles, cascos y bayonetas.

17.1.11

¿qué quedaba por hacer?

Hola. Qué tal. ¡Cuánto tiempo, otra vez! Esta (vez), mi ausencia no se debe a que ande por el Far West, pegando tiros, pues siendo como soy un tipo cabal, responsable y disciplinado apenas pongo el jueguecito yo, qué va, y si la Muchacha me corrige, notad el tono de broma. Pero si tiene la pobre que quitarme los platos y el estropajo de las manos y esconderme la fregona y el cubo y empujarme al sofá y ponerme el mandito en las manos, en serio...

Decía que mi ausencia no se debe a eso. Se debe a que he estado muy ocupado pensando qué más podía yo hacer para resultarle insultante al mundo. Y como siendo matemático ya hice mi primera entrevista, pues he pensado ahondar en el declive del periodismo por la vía de hacer cosas del género y que, total, ya que me ponía por qué no, también, darle palos a alguna arte noble.

Así que he escrito una columnita de opinión sobre una pieza de teatro.

Cada día que pasa soy un tipo más repugnante.

6.1.11

si no tenéis noticias mías

Si no sabéis dónde ando.

Si no escucháis nada de mí.

Si veis que no escribo, no actualizo, no llamo por teléfono.

No contesto a los emails, no felicito cumpleaños, no me encontráis en los bares de siempre.

Si sucede lo anterior, por partes o, seguramente, todo junto, no hay otra razón que he hecho literal el dicho "busca un desierto y piérdete", cortesía de la Muchacha, que me regaló el hardware y el software para hacerlo posible:



(¡Yo creo que pretende que la deje en paz!)

4.1.11

mi primera entrevista

¡El mundo se acabaaa! ¡Y no os dáis cuentaaa!

No os dais cuenta porque no os dejan. El Ministerio del Pensamiento, en sus ramas ministeriales de Cultura, Educación, Interior y, no me preguntéis por qué, Industria+Turismo+Comercio, han impuesto aquí un silencio informativo que os ha mantenido al margen de la verdad, pero en otras partes del mundo se ha filtrado la noticia y mirad, mirad qué cristos se han armado en un momentito:

¿Y cuál es la razón? ¿Por qué arden los coches de policía y la ídem carga contra la masa iracunda? ¿Qué terror vislumbran en el futuro?

Pues la muerte de la cultura, mismamente: se viene abajo.

Y además, por mi mismísima culpa, por meter las zarpas. Si me meto a entrevistar escritores consagrados, ¡qué menos podía pasar!

Pasaros por el link: hasta que llueva ceniza, la web cultural que ha montado la Muchacha es un lugar perfecto en el que entretenerse.

Remember, remember, the third of january.

Madrid Entre Líneas



Luego no digáis que no aviso.
Con la tecnología de Blogger.

Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.