31.12.10

in bruges

Nos hemos ido a Brujas unos días aquí la Muchacha y yo, con nuestro guía turístico particular: Martin McDonagh.

Y así caminábamos refiriéndonos a cada rincón de la ciudad por lo que pasaba en la peli en aquel rincón. "Aquí fue donde el enano pasó sin saludar a Ray", "aquí donde Ken se pegó el hostiazo", y así.

Aunque el motivo de nuestra visita, obviamente, no era pasearnos por los escenarios de una de esas pelis raras que nos encantan a los dos. No no no, nuestro motivo era muchísimo más elevado. La idea era ir a esa bella ciudad de cuento de hadas y, armados con la cámara de fotos, convertirla en un lugar siniestro. El proyecto está en fase de post-producción, aunque ya hay algún resultado visible, y más que vendrán según vaya teniendo tiempo.


En cualquier caso el viaje bien, gracias. Fuimos un poco asustados por aquello de que si una ola de frío y que si Bélgica colapsada y trenes y aeropuertos paralizados. Al final, agua de borrajas y decorado de fondo para animarnos el viaje en tren: todo nevadito, Europa saliéndonos al paso como en las leyendas de sus inviernos y en las películas de la Segunda Guerra Mundial.

Y Brujas, maravillosa, y sus gentes y visitantes, muy simpáticos. Aunque pese a tamaño contratiempo logramos tener un conato de incidente diplomático con un francés estúpido que se empeñó en traducirle a su novia (atribulada ya de por sí al descubrir que el plato que había pedido consistía en un cazo tremendo relleno de una de las pasiones de los brujos: mejillones) aquello que hablábamos nosotros en la mesa de al lado. ¡Qué graciosos los españoles! Así que los españoles empezamos a entrelazar comentarios sobre lo majos que son los franceses volcando camiones de tomates y fresas en una conversación de fondo bastante arcana sobre Don Pelayo y la esencia nacional, que nos creó la duda: ¿qué idioma hablaba Don Pelayo, procer de la patria y padre de Castilla? ¿Bable?

En fin: Brujas, en general, es famosa por un par de montones de centenares. Por un lado las cuatrocientas cervezas que puedes encontrar en sus pubs, y por otro los 366 escalones que llevan desde la base hasta la cima de la torre del siglo XIII que presidió nuestra visita (y la peli de McDonagh). Lo primero causa mucho revuelo, visto lo visto y oídos los comentarios que la gente nos hizo antes de ir. A mí la verdad es que me da un poco igual a estas alturas de la vida. Igual si voy hace diez años pues sí, voy con la firme intención de probar todas y cada una de esas cuatrocientas cervezas, pero a día de hoy con una que me guste me basta y me sobra. Y al segundo centenar le rendimos el tributo de las agujetas que arreciarán, sospechamos, mañana.

Desde lo alto, obviamente, la nada, niebla y cosas borrosas ahí debajo, a nuestros pies, a tomar por culo de lejos.

El resto de los visitantes que subían resoplando veían aquello y maldecían en diversos idiomas. Nosotros, claro, no: nosotros dijimos "¡estupendo, como la última vez que sube Ken en la peli!"

Y nos bajamos tan contentos.

9.12.10

Con la tecnología de Blogger.

Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.