27.10.10

25.10.10

¡Fe li pe!, ¡Le ti zia!

Escribo en riguroso directo (bueno, eso no es novedad) para confesar un ataque agudo de monarcofilia: estamos la Muchacha y yo viendo esa maravilla televisiva con la que Telecinco ha decidido cambiarnos la vida, la reconstrucción del romance entre los principitos estos nuestros, los de España, vaya, la Leti y el Feli.

Y caramba: ¡y yo que pensaba que el Príncipe era un patán con la sangre roída por la endogamia monárquica! Y no no, qué va. Casi lloro en la escena en la que están la principesca pareja esperando en el coche de él (casi nada: un Aston Martin que así de serie nos sale por, la verdad, nada, céntimo y medio por cabeza plebeya). Esperan porque la guardia de corps del señorito está registrando el piso de ella por si tiene paparazzis en el armario, terroristas en el altillo o carestía de papel higiénico. Y pasan unos plebeyos riendo felices junto al coche (que ni miran, claro. Hay tantos Aston Martins por el mundo que ya ni sorprenden ni nada), y Felipe se tapa la cara para que no lo reconozcan, pero el gesto no termina de ocultar su sonrisa feliz, empática, porque él es así: se alegra un español, y el príncipe con él.

Y no fuma, ni bebe, un sorbito de cava muy de vez en cuando, dice, que hasta brinda con cocacola (porque hay que ser modernos, explica), y no sabemos cómo es, dice, porque no ha llegado el Momento. Y la Reina, bueno. Yo pensando que las reinas estaban para traer al mundo un primogénito y salir en la foto oficial, ¡y qué va!, revisa los textos navideños con los que su marido nuestro rey nos deleita navidad tras navidad, porque claro, la horda de filólogos y analistas que preparen el texto tendrán un currículo precioso, pero una reina es una reina.

Y lamentan que se hundan petroleros, y dicen bueno, sí, es que está divorciada y es de la plebe, pero da igual porque ¡ah, el amor!, y el Rey juega al tenis con una muñequera con la bandera de España que le cubre medio antebrazo. Y hablan todo el rato, superintensos, todos.

En fin, que estamos en el deleite televisivo más grande. Lo único, que nos puede un poco la envidia: el decorado que hace de Zarzuela es muy bonito, y viéndolo va la Muchacha y dice

-Ay, qué bonita la Zarzuela, ¿podemos vivir allí?

Y yo, que por ella todo, la digo que claro, que sólo tenemos que hacer una revolucioncilla y montar una guillotina para desalojar a los actuales inquilinos, esos señores que tan gracisamente representa esta jauría desatada de actores que está protagonizando, y esto que conste que lo digo totalmente en serio, la mejor comedia televisiva que jamás se ha hecho en España. El esfuerzo que les tiene que costar a todos no descojonarse en cada plano.

En fin, os dejo. Hace un ratito él ya se ha puesto a hablar de matrimonio y ahora el Rey y su hijo, el prota, están intentando derribar un pino haciendo estiramientos contra él. Qué emoción.

17.10.10

higos

Del día de ayer me quedo con cuatro escenas y una preocupación.

Escena #1: la cara de mi padre cuando, como regalo de cumpleaños (es hoy, pero lo celebramos ayer) le di un portátil. Acostumbrado a que le regale libros que me gusten a mí o películas que, después de un tiempo prudencial, le robo, aquello le pillo muy por sorpresa. Porque le hacía ilusión, por una vez, y porque no era una racanería.

--Pero hijo, cómo se te ocurre --me reprochaba mi madre luego--, gastar todo ese dinero.

--No sé cómo puedes decir eso, con la de ordenadores que me habéis comprado vosotros a mí --respondía yo.

Así que en cuanto se compre un pinganillo usb para conectarlo a internet igual nos aparece por aquí mi padre (en tal caso hola, padre).

Escena #2: llevamos a mis suegros de paseo por los dominios familiares. Lo digo así, los dominios, para que parezca importante, pero no son para tanto. Por ejemplo, no tenemos siervos ni nada. Pero sí un buen par de fincas de vistas espectaculares, mucho árbol, y bastante aparatosidad si se viene de la ciudad y un jardín es considerado una construcción vegetal de tamaño razonable. Así pues mis padres, mi tío y mis suegros triscan monte arriba y monte abajo y señalan ramas y paredes y hacen un buen ejercicio que la Muchacha y yo miramos con aprobación, ella porque es sano y yo porque albergo la esperanza de que si se cansan darán menos la lata (esperanza vana: el entusiasmo del día los propulsó toda la jornada). Y la escena en cuestión es la de mi suegro plantado debajo de una higuera tras la que yo me pegué mil carreras, hará casi treinta años. Mientras su mujer honra a la comitiva de mi familia contemplando el huerto --los surcos sembrados entre los cuales, indiferentes a todo lo que no sea cachondeo, juegan los tres gatitos de la finca--. Mi suegro traga higos como quien quiere batir un record guinness, y sonríe contento.

Escena #3: a través de la viña viene la Muchacha de recoger, en la caseta, una bolsa que llenaremos de pimientos y de acelgas. Baja la suave cuesta que lleva del pajar a la huerta. Las hojas de parra se abren a su paso como puertas giratorias. Infiltrada en un marco de otra vida mía, de otro tiempo mío, ella me sonríe. Yo pienso en lo que son las cosas y en cómo, de incógnito, pasan los años. Algún día, supongo, pasarán a traición. Pero estos que abultan esta escena entre sus dos extremos bien gastados están.

Escena #4: a unos 150 km de antes y tres horas después ella sujeta la correa de un perro que mueve el rabo, trota de lado a lado de la carretera y olfatea las briznas de hierba y los pies de las farolas, antes de firmarlos con dos ráfagas de meado, chas chas. Y yo pienso en voz alta que qué situación tan adolescente, ella paseando al perro, yo a su lado con las manos en los bolsillos. Sólo nos falta besarnos bajo el halo de luz cansada de una farola, pero me da miedo que, detrás y en la distancia, su padre me esté contemplando a través de la mira de un rifle.

Así que la beso tres pasos más adelante y uno a la izquierda, donde no hay tanta luz y un seto nos cubre de posibles francotiradores.

Y bueno, la preocupación no debía ser para tanto, porque mientras escribía (me ha llevado un tiempo, con eso de, en medio, haber aprovechado para salir de cañas y hacer la comida y ver París, Texas) se me ha ido tontalmente de la cabeza.

10.10.10

mi vida en paro, capítulo 2

Decía un personaje de Master & Commander, citando la Biblia: The Lord giveth and the Lord taketh away. Pues eso, precisamente, ha sido el paro. Ah, que se me va, ¡que se me escapa entre los dedos! Adiós, días en los que podía ver el episodio de turno de la serie de turno a las 9 de la mañana. Adiós, días en los que mi mayor preocupación está siendo si llueve o si se va a poder secar de una maldita vez la ropa tendida. Hola otra vez, mundo laboral.

El miércoles empiezo en mi nuevo trabajo. Es un circo de trapecistas y domadores de peculiares fieras, oriundo, el circo, de Portugal. Ya contaré, espero y supongo, porque está visto que la cosa laboral es lo que a mí me desata el fervor dactilar.

A todo esto, un par de cosas sobre las entrevistas de trabajo: sigo haciendo reír en ellas a los entrevistadores, cosas que me parece estupenda, y aborrezco cada día más eso de la pregunta psicológica, en plan "dime una virtud y un defecto tuyos".

Por favor, que ya todo el mundo se lo sabe, que todos saben que deben decir una virtud laboral y un defecto que sea una virtud laboral, por ejemplo, no sé, "soy muy meticuloso, no soporto las cosas mal hechas" o "a veces me paso de puntual" o "duermo demasiado poco porque soy adicto a hacer horas extra". Me las estoy inventando, que conste, no es que haya respondido yo alguna tontería así. Yo soy literal. Cuando me preguntaron la preguntita, dije, como defecto: soy bastante cabezón. Que quienes me conocen juzguen si exagero. O que no lo hagan, te puedo decir qué dirán, que me equivoco, que de "un poco" nada.

Y habrá quien añada también un literalmente, claro.

En fin.

En otro orden de cosas, aprovechando lo poco que he tardado en encontrar un reemplazo a la hora de cobrar un sueldo mensual (que, dije, como respuesta a otra preguntita dichosa, que era mi mayor motivación a la hora de trabajar: el sueldo. Otra cosa quizá no, pero lo de sincero no hay quien me lo niegue) he dilapidado parte de la indemnización que me dio la Secta por largarme en comprarme un juguetito nuevo desde el que ahora escribo: un Mac. Me he pasado toda la vida en Windows (salvo aquel intento de transición a Linux que escribí aquí hace mil años y que se resume en que yo me acerqué al Linux y le dije hola, ¿juegas?, a lo que el Linux respondió tragándome, masticándome y escupiéndome de vuelta a Windows) y pensando, de un tiempo a esta parte, que no estaba tan mal aquello, y que a cuento de qué vendría tanto jaleo por parte de los usuarios de Mac. Y creo que fue a los cinco minutos de usarlo cuando me vi el nuevo converso. A los cinco minutos. Cuando todavía estaba configurando el cacharro.

Para las fotos, es un Ferrari, esto.

Y para lo demás, también.

Además tiene su cosa. Mientras escribo, debajo late y bulle mi fondo de pantalla, que por primera vez en mi vida no es una imagen (o directamente nada), sino esto:



...entendiendo "esto" como la cosa, no como el vídeo ese. Así que todos los huecos entre ventanitas destellan en cascadas fractales de luz que se actualizan siguiendo algoritmos genéticos. Internet es una cosa fabulosa.

Y en fin, eso es todo por ahora. Creo que no me queda nada por contar. Perdón por tanto silencio, no había mucho que decir. Es una consecuencia no necesariamente mala del Paro. Por ejemplo, la huelga general. Todo el mundo hablando de ella, que si vas a hacerla, que si la has hecho. Y yo ¿qué podía responder? ¿Se podía hacer huelga en paro? Pues eso.

Me vuelvo a las fotos. Corre, Ferrari, corre.
Con la tecnología de Blogger.

Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.