29.5.10

flores en el mar

La recepcionista de la secta nos cuenta a Vicky (la señora de la limpieza, tremenda conversadora), y a mí, que paso por allí, que en su país, una noche se estrelló en el mar una avioneta que iba cargada de flores (porque las flores, producto perecedero como pocos, no pueden tener la paciencia de las bodegas de los barcos o las panzas de los trenes).

Al pueblito costero más cercano, el de nuestra recepcionista, no llegaron noticias del accidente hasta bien entrado el día siguiente. Antes fue el amanecer, y cuenta que cuando salió el sol todo el mundo pudo contemplar la playa entera cuajada de las flores.

Y sonrieron felices y supongo que algún niño tendría en su cabeza ese chispazo que en unas cuantas décadas nos hará padecer otro García Márquez y no habrá quien se libre del sambenito del realismo mágico.

Y pienso en si se salvaría el piloto, en los últimos instantes de su vuelo –y lo imagino gritando mierdamierdamierda aferrado a los mandos que ya no responden, la vista como loca saltando del altímetro desbocado al parabrisas negro negrísimo, al otro lado del cual supongo no alcanzó a ver el mar que llenaría de flores, para alegría de niños e inocentes.

Pienso también que al contar la historia dan ganas de corregir al mundo y pulir la historia y decir que no, no, el piloto se salvó, que en un momento valiente de conciencia de lo que sucedía saltó al vacío y descendió sobre el mar sembrado de flores columpiándose en la negrura. Olitas brillando debajo a la luz de la luna, quizá.

Pero pienso inmediatamente que no, que la historia es un buen ejemplo de lo bello y lo trágico de esta cosa, el mundo, la realidad, la alucinación colectiva en la que vivimos y morimos y se suceden los días y las noches y a veces ocurren tragedias que, a veces, tienen esos efectos secundarios, y las flores decoran una playa. Y que rectificar eso, salvar a base de detergente la historia real, pretende dejar la historia limpia, pero que en realidad sólo consigue ensuciarla de una forma sutil y atroz.

Moriría el piloto, y los niños, maravillados, correrían entre la arena floreada y se zambullirían de cabeza en olas jardín.

26.5.10

aritmética módulo 3

Problema: ayer salí de casa con un mechero en el bolsillo. Después, una amiga me regaló dos más. ¿Cuántos mecheros tenía cuando volvimos la Muchacha y yo a Palacete?

Solución: ¡cero!

Como por otra parte sabemos, porque todos vimos Barrio Sésamo, que 1 + 2 = 3, la conclusión que yo saco al pensar en el descuadre es, evidentemente, que vivimos en un mundo en el que 3 = 0, y que por alguna razón sólo yo me di cuenta, ayer. Debe ser de esas cosas tan tontas que hay que tener un despiste descomunal para ver.

En otro tiempo, concretamente el que se emplaza antes de estudiar Matemáticas pero después de que me empezaran a salir pelos en la cara, que fue más o menos cuando yo me quedé tonto, lo siguiente que habría pensado es que basta dividir por tres a ambos lados de la ecuación para concluir que 1 = 0 y que, por lo tanto, nada existe, pues por ejemplo:

1. Existe una cantidad de átomos N en el universo, para algún N. Entonces, como N x 1 = N y 1 = 0, tenemos que N = 0, luego no existen átomos en el universo.

2. Existe un universo que habitamos. Como 1 = 0, no existe ningún universo que habitemos.

3, o sea 0. Cada uno de nosotros es una persona, es decir, cero personas.

Etc etc.

Pero ahora que he madurado como persona porque me saqué la carrera y el lunes madrugué para terminar Lost, sé que existe una cosa que se llama aritmética modular, por la cual puede darse que 3 = 0 sin que por ello el mundo se vaya al garete.

Tengo la sospecha de que ya he hablado de esto antes, pero es sencillo: piensa en relojes. En un reloj los minutos van del 0 al 59, y 60 son una hora, que es otra cosa, y 0 minutos. En lo que a los minutos respecta, 60 = 0. En cuartos de hora, 4 = 0. Pues lo de 3 = 0 sería como considerar intervalos de 20 minutos en un reloj.

Pero las cosas, vistas desde aquí, también dan para sacar reflexiones interesantes sobre el mundo y las cosas, particularmente las que van de tres en tres, o lo que es lo mismo, en tríos.

Concretamente, los tríos no existen, al tener 3 = 0 elementos. Mi más sentidas condolencias para todos aquellos que albergabais la fantasía sexual de algo que es imposible.

Las trilogías tampoco, lo que ya sospechábamos todos, al ver la calidad literaria de tantas, lo que confirma que lo de Stieg Larson fue un montaje editorial para ganar un pastizal.

Consolémonos pensando que el número de átomos del cosmos no es múltiplo de 3.

priviusli

(aviso: este post sólo contiene un espoiler y está en el último párrafo. Aviso por si alguien visita esto desde el pasado, o desde otro planeta)



Fue nuestro grito de guerra miércoles tras miércoles. Murmurábamos la Muchacha o yo "priviusli" al oído del otro y teníamos que salir pitando y dejar tiradas copas de Europa, sesiones de cañeo o talleres literarios para ir a plantarnos delante de una tele y ver, recién bajadito de internet, el capítulo de cada semana.

Los veranos eran largos y duros, y los sobrevivimos gracias a Dexter, Californication y últimamente True Blood. Pero los veranos eran sequía y hambre.

Y vino el fin y pasó el final. Madrugamos, ¡cómo no! A las seis sonó el despertador. A las seis y media estábamos delante de la tele, duchados, el segundo café en la mano y media tostada masticándose en la boca. La otra única vez que recuerdo que madrugásemos tanto fue porque nos fuimos a París.

Nos reímos muchísimo los dos cuando Sawyer, el tremendo nomenclador oficial, tuvo el par de huevos y la coña y la mala leche de darle por fin un nombre al Monstruo del Humo Negro: "smoky". Luego, división de opiniones. A la Muchacha el final la dejó indignada. A mí, en el último punto de la Escala Casciari.

Y hoy he ido a la página de mi agenda en www.espoilertv.com y, aparte de marcar como lista para ver toda la temporada dos de The Shield, he marcado como vistos los dos capítulos de The End. Tras ellos una casillita corta dice "FINAL". Tras la serie quedan muchos miércoles de gusto, algunos, como negarlo, de pero qué me estáis contando, y otros, muchos, de puro y simple "uau".

Soy seis años más viejo que cuando empecé a ver Lost. Lost fue la primera serie que empecé a seguir por internet, después de un viaje a Ortigueira, cuando me dije a mí mismo "un momento, en realidad no tengo por qué haberme perdido ningún capitulo". Lost tiene tres cuartos de hora de lo más genial que la humanidad ha visto nunca por ese invento reciente, la tele, ya quizá un poco obsoleto: el episodio ¿quinto era? de la cuarta temporada, The Constant. Lost fue la serie que la Muchacha, al poco de estar saliendo juntos, me dijo que si me importaría volver a ver con ella, desde el principio, para saber de qué narices hablaban sus amigos. Lost no tiene ni la trama de Los Soprano ni los personajes de The Wire ni la fantasía de Six Feet Under. Pero pienso que este otoño no volveremos a decir "priviusli" y pienso en el bobo valiente de Hurley y en la sonrisa de Penny y no puedo evitar sentir un poco de pena dulce, y de pensar: qué pedazo de serie que hemos visto, señores.



Y en una nota al pie, a los cenutrios imbéciles que andan diciendo que esto termina como Los Serrano y que todo ha sido un sueño en agonía del mismo Jack que moría sin saberlo recién estrellado el Oceanic 815, que incomprensiblemente los hay, y a patadas: que me expliquen cómo un accidente aéreo puede transmutar el traje de chaqueta y corbata de un médico en camiseta sudada.

22.5.10

proposze o znieczulenie

Hace un par de noches soñe que caminaba por las calles de Varsovia, que estaban embarradas y tan llenas de obras que parecían Madrid. Las calles forradas de carteles de ese alfabeto parecido, pero raro, colores raídos por la lluvia y arabescos en los pliegues y rotos de los bordes, tablones para cruzar los arroyos de fango.

Entré en un bar donde la tele brillaba verde por el fútbol, sobre el blanco de las mesas y las paredes, y jugaba el Madrid un partido que iba 0-1 porque nos había metido un gol un niño de seis años.

¿Qué diría Freud de eso?

Bueno, sabemos de sobra qué diría Freud de eso. ¿Qué estaría diciendo mi subconsciente?

En cualquier caso al rato el Madrid iba ganando 2-9, cosa perfectamente normal si juegas contra un equipo polaco que alinea delanteros que Garay puede mandar a los Urales de una buena coz.

Volviendo a mi subconsciente, imagino que estaba regodeándose con la idea de Polonia, porque ha surgido en mi vida una vía digamos polaca de la que no voy a decir nada, pero que sería tan graciosa que la Muchacha ya me ha regalado un librito que se llama "Guía de conversación - Polaco", por si las moscas. Estupenda la guía, cuando la abrí encontré esa frase, que sería estupendo decirle al camarero de un bar, juegue o no el Madrid en la tele:

-¡Proposze o znieczulenie!

Y me miraría raro porque dudo mucho que la gente vaya a los bares y exija alcohol al grito de "quiero anestesia".

Y eso es todo lo que tengo que contar.

Porque no voy a ponerme a contar las mañas que se gasta la Muchacha a la hora de mantenerme encerrado en casa, no. Quedaría yo tan dócil que me niego a contar eso. Bueno, venga, lo cuento, pero por hacer bulto, para que parezca que sigo contando cosas, ¿de acuerdo?: que nadie siga leyendo a partir de aquí. Gracias. En fin, sigo, ya solo. ¿Qué hizo la Muchacha? Se fue anoche a dormir con su familia y me dejó todo el Palacete para mí. Supongo que quiso asegurarse de que no me diese por salir por ahí a cerrar bares y vaciar bodegas (más que nada porque, si lo hago, preferiría acompañarme), ¿y qué maquiavélica idea tuvo? Regalarme la segunda temporada de The Shield, e irse tan tranquila. Hace un rato ha vuelto y me pregunta ¿qué has hecho? Y yo qué le iba a decir, pues comer albóndigas y ver capítulos de The Shield. ¡Como si pudiese haber hecho cualquier otra cosa!

13.5.10

breve pero larga historia de amor con baile a medias al principio

En la verbena legendaria de un pueblito de montaña, bailaron por fin. Pero a él no le había sentado bien que ella le dijese que no las otras cuatro veces que antes, aquella noche, la había invitado a bailar. Así que mientras se agarraban y daban vueltas la miró muy serio, con el orgullo al rojo, y le preguntó:

-¿Por qué no has querido bailar antes conmigo?

Digna como ella sola, un paso más tarde, ella replica:

-Pues porque no me apetecía.

-¿Y si a mí no me apetece bailar ahora contigo, qué?

-Pues no bailes.

-Pues no bailo, ea.

Y ante el pasmo de la concurrencia, porque en los pueblos todo se sabe, pero hay cosas que no se ven llegar (o irse. O volver), se fueron cada uno por su lado.

El lado de ella fue Madrid. El de él, un poco más lejos.

Vuelve desde Argentina cuatro años después de aquel medio baile, cansado de cortar filetes y de aguantar gilipolleces cuando juega al fútbol con los compañeros. Tanto toquecito, tanto toquecito, y cuando te quieres dar cuenta tienes veinte punterazos en la espinilla, gruñirá al final de esta historia.

Se cruzan de nuevo en Madrid. Terminan el baile a medias, y luego dan otro, y otro, y otro. Al año, son novios. Al año, están casados. A los dos años, nazco yo.

Treinta y cuatro años más tarde la Muchacha y yo los llevamos a cenar a un restaurante. "Los camareros son raros", dice mi padre, queriendo decir "gays".

No es que mi padre sea un antiguo, es que el mundo cambia, y las cosas ya no son lo que eran, dicen él y mi madre, sin pena ninguna. Pero siguen diciendo "raros", por costumbre, y en cualquier caso el peinado de uno de los camareros sí que es bastante raro, las cosas como son.

Además, le digo yo, tú todo tu odio lo centras en los argentinos, que te pasaste años soltando pestes sobre Solari, con lo bueno que era.

Y mi padre se indigna, y gruñe en contra de los argentinos, toquecito por aquí, toquecito por allá, patada a la espinilla (y yo, la verdad, veo ahí la esencia dual de la selección argentina, y asiento en secreto), y nos cuenta su historia en Argentina, y como es así contando historias se interrumpe, da rodeos, nos habla del después, y mi madre le mira sonriente y le brillan los ojos, y nos habla del antes, y nos cuentan entre los dos la historia del baile a medias, que yo jamás había oído antes.

Acabamos de dejarlos yéndose para casa, tan contentos, sabiendo que van para allá pensando que qué gusto dejarnos en casa, tan contentos. Y yo, aunque me suena raro, cierro la puerta sospechando que si consiguen resistir hasta entonces bailarán cuando lleguen a casa, en el pasillo, y si no lo harán en el ascensor o por la calle, si no están ya, ahora mismo, bailando en el portal del Palacete.

La moraleja, evidentemente, es que los bailes hay que terminarlos: si no los intereses suben, y suben, y suben, y en fin, hay que tirarse la vida entera pagándolos. Y por eso en cuanto pueda me dejo un baile a medias con la Muchacha.

10.5.10

aquí, aquí



Que no que no, que son infundados los rumores sobre mi defunción y posterior resurrección, ante un plato de albóndigas. También los de la abducción alienínena y los de la conjura judeomasónica que me prendió para someterme al recitado, al revés, de salmos selectos de Biblias blasfemas.

Lo que pasa es que ando la mar de ocupado haciendo eso de levantarme, ir a trabajar, pasar el rato y luego volver al Palacete, llamarlo casa (crece entre la población local el rumor, también infundado, de que soy un imitador de E.T.), y luego ir a la frutería a comprar pan bimbo y a la tienda a comprar lechugas (todavía me hago líos). En los ratos libres, nada como montar faraónicas cómodas de 827 cajones por banda y camas de 15 metros de ancho, diez de largo y cuatro de alto.

Y luego están las series, claro, que The Pacific anda ya en la etapa final, Treme acabo de empezarla, y luego las de siempre, con Community habiendo vuelto no sé de dónde y burlándose de todas las películas de acción de la historia con un capítulo perfecto que me ha hecho babear a mí tanto o más que a Casciari. Y Fringe, claro, también terminando, bordándolo, y de Lost no digo nada, que en fin. No digo nada.

Así que no cuento nada. No cuento por ejemplo que hemos estado a punto de perder a la Muchacha por culpa de un jeque que pretendió llevársela a París en jet privado. Tampoco que en la secta han hecho lo más parecido que se puede hacer a matar a Kenny: han echado a Que Sí, y tampoco contaré que acabo de hacer una tortilla de patata ni que me da igual lo que pase el fin de semana que viene porque a mí nunca jamás me ha gustado el fútbol, que yo siempre he sido fan del tenis, de la petanca y de los carajillos, pero del fútbol no, me tienes que estar confundiendo con otro.

Y en fin. Tampoco hablaré de intentos de enrolamiento en clubes de esquí mostoleños, ni de westerncitos comentados al ritmo de rancheras, ni de pastelitos palestinos. Nada cuento, reclamado por las compras y las cómodas y los tornillos y la lámpara que falta por colgar de un baño, etcéteras, tantos etcéteras.

Pero sigo aquí.

Y las Pléyades, por cierto, aquí, que sí que me lo sé.
Con la tecnología de Blogger.

Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.