30.9.09

sueños = sueños + 1

Como duermo poco, tengo sueño.

Como tengo sueño, a veces tengo un sueño.

Acabo de tener uno. Sobre la marcha se lo contaba a Que Sí, y desde ya mismo, recién horneado, lo coloco en la vitrina mental de mis fantasías probablemente irrealizables que sería fantástico cumplir. Esta es:

Sería necesario un bote de pintura negra, un saco, una flauta y unos guantes para enmascarar las huellas dactilares. Sería bueno, aunque no imprescindible, tener también un mono negro y un pasamontañas.

Entonces habría que colarse de noche en un edificio de oficinas lo más grande posible, e ir planta por planta robando todos los ratones y metiéndolos en el saco.

Después, salir, firmar con bellos caracteres escribiendo “Hamelin” en la puerta de las oficinas con el espray negro, y dejar la flauta debajo.

Después, tirar a la basura los ratones en diversos cubos de basura de la ciudad, y luego irse a casa, lograr dormir pese a la euforia y al día siguiente, con una sonrisa tremenda, estar atento a los periódicos locales. En algún momento, tarde o temprano (sobre todo si la oficina desratonizada pertenece a alguno de ellos) alguno publicará la absurda noticia del ladrón que ha dejado un edificio sin ratones.

Y pasar la mañana imaginando el caos de una oficina sin ratones, con todo el mundo intentando hacerlo todo desde el teclado, y observar la hazaña aparecer en Menéame, y deleitarse leyendo las hipótesis lanzadas por esa gente tan pintoresca pero tan común que piensa que todo obedece a alguna causa, y que detrás de cada acción hay un propósito.

¡Ja, propósitos a mí! ¡A mis fantasías y a mis sueños! ¡JA!

28.9.09

claxoneros

Salgo a la calle y pasan coches. Dos van en paralelo. Para esquivar una furgoneta aparcada medio en la acera medio en la calzada, el conductor de la derecha se echa hacia la izquierda. El conductor de la izquierda lanza su mano sobre el claxon y le mira, furioso, y se le ve mover los labios, maldiciendo y renegando y repasando el árbol genealógico del conductor de su derecha. Este, a su vez, hace lo propio y gesticula y vocea. Las ventanillas subidas atrapan sus palabras, y sólo el eco del efecto doppler del claxon y el ruido de todos los motores de la calle llega hasta mis oídos.

Por habitual, esa escena es irrelevante, y no merece comentario. Porque la calle es una jungla, somos orgullosos, somos altivos, no pasamos una, y cualquier cosa nos ofende y nos reclama que reivindiquemos nuestro honor cagándonos en la puta madre de quien sea.

Una cuestión de testosterona, dirían un par de amigas que yo me sé. Los tíos, que somos así de idiotas. Pero yo miro a las dos señoras que van sentadas junto a los dos conductores, y las dos escupen fuego por los ojos y gruñen y vociferan acompañando las letanías de odio de sus respectivos conductores.

Y pienso que generalizar no es bueno, pero peor todavía es hacerlo y quedarse a medias.

Y también pienso que vaya ganas de gritar, y en si esa gente tendrá más probabilidades de tener una úlcera que yo. Y pienso que sí, y les veo alejarse más contento.

25.9.09

ah, que ya es el futuro

(Me veo obligado a escribir hoy otro post porque el de esta mañana está en la UCI, después de la paliza de sentido común que le ha dado Vanbrugh en el segundo comentario)

 

Esta mañana, volviendo del desayuno, nos hemos cruzado con una jovencita que iba ataviada con, de arriba abajo, rastas bicolores, tatuajes, una cazadora de plástico negra con bandas rosas, un top, un bolso enorme de lona militar, unos vaqueros plagados de accesorios metálicos caídos que mostraban, en la popa, un tatuaje y la parte superior de la ropa interior negra, y unas zapatillas rosas y blancas de corte militar.

Viéndola pasar he pensado que tan solo con que lleve por alguna parte un iPhone y un pen drive (y quizá una navaja con la empuñadura forrada de cinta americana, un destornillador y/o un revólver de los años 60 con balas dum-dum hechas artesanalmente y empuñadura también forrada de cinta americana, pero eso sería regodearse), sería, tal cual, la habitante de una novela de William Gibson.

Y me he sorprendido pensando de pronto que, en consecuencia, ya es el futuro.

Pues aquí está, sin que nos hayamos enterado de la transición, pese a que no hayamos encontrado monolitos ni centros comerciales en la Luna (sólo agua, anteayer, y gracias).

Así que ala, bienvenidos todos al futuro: es ya.

Y yo con zapatos.

Qué vergüenza.

la justa distinción entre iglesia y sociedad

Hoy iba a escribir sobre Que Sí, que este fin de semana, en otro pasito hacia la edad adulta, esa cosa tan esquiva, va a conocer a sus suegros virtuales, pero nada, no ha habido manera, hay ciertos temas que me pueden, y este en concreto mucho, muchísimo.

Leo en El País que el Comité Ejecutivo de la Conferencia Episcopal Epañola (cuyas siglas invitan al ceceo, y cuya s de “española” me he saltado aposta, no tengo muy claro por qué) ha dicho, respecto al intento de IU de votar, en el congreso, la iniciativa para reprobar las palabras del Papa aquellas de que los condones ayudan a que el SIDA se expanda. Dicen los curas, concretamente:

“la justa distinción entre Estado y sociedad y, más en concreto, entre Estado e Iglesia y entre el orden político y el orden moral, exige que las instituciones del Estado se abstengan de intervenir en el libre desarrollo de las instituciones religiosas, y en nuestro caso, de la Iglesia Católica, mientras no esté probado que atenten contra el orden público”.

Y como la gracia del juego es que sea igual para todos los participantes (bueno, digo eso y mi cerebro dice “eh, no, en futbol el portero puede coger la pelota con las manos en el area”. Y mi cerebro se responde “pero pueden hacerlo los porteros de los dos equipos”. Y dice mi cerebro “vale, convencido quedo”. Y dice “¿seguimos?”. Y se responde “sigamos”), asumo que cuando la Conferencia Episcopal hace esa exigencia, lo que está pidiendo a su vez y en honor del juego limpio, es que se la exija lo siguiente:

“La justa distinción entre Iglesia y sociedad, y más en concreto entre Iglesia y Estado y entre el orden de la Iglesia y el orden moral, exige que las instituciones de la Iglesia se abstengan de intervenir en el libre desarrollo de las instituciones políticas, y en nuestro caso, del Estado, mientras no esté probado que atente contra el orden público”.

Es decir, la Iglesia, pidiendo que la dejen en paz, debería estar dejando en paz al resto del personal.

Es decir, la Iglesia, después de escribir cosas tan razonables como esa, debería empezar a preguntarse qué hace tocando las narices al personal tratando de imponer sus opiniones a la sociedad, manifestándose contra el aborto y la sexualidad de la gente, o haciendo esas cosillas suyas de, por ejemplo, sugerir opciones de voto desde los púlpitos.

Queda coleando la frase final, ese “mientras no esté probado”. Pero una institución que se basa en dogmas de fe y en autoridades divinas, y que todo lo sabe y nada se cuestiona, no debería andar usando tan alegremente verbos como probar.

Y total, a cuento de qué salen ahora con eso, si con la derecha española (léase PP) votando en contra de la reprobación y el centro-derecha (léase PSOE) absteniéndose no ha ido a ninguna parte.

En fin.

Siempre queda el consuelo de mirar las estadísticas sobre creyentes en España y pensar de qué pensarán vivir dentro de, qué sé yo, cincuenta años (¿de la caridad de los fieles que les queden? Jo jo jo).

24.9.09

mi radio de influencia

Es, redondeando, de 0.

Ayer estuve haciendo un estudio de campo y preguntándole a un conjunto pequeño pero coqueto de supuestos lectores de este blog si alguna vez se les había ocurrido hacer caso a alguna de mis magistrales sugerencias musicales y hacer click en los botoncitos de play, cuando hay incrustadas canciones desde Goear, o en los links, cuando los hay a páginas donde se puede escuchar a los grupos, digamos MySpace, digamos el propio Goear.

Sin su consentimiento, por supuesto, grabé sus respuestas, aparte de lograr que tenga que referirme a ellos como supuestos lectores en lugar de lectores a secas, fueron las que reproduzco a continuación.

1.       “Ni de coña, antes me como un gato vivo que escuchar cualquiera de las basuras que recomiendas”.

2.       “¡Pero qué dices!, seguro que todo son satánicos suecos gritando y echándose encima cubos de sangre, paso”.

3.       “Es que no pones los Beatles y a mí me gusta la música de verdá”.

4.       *clash* “¡Aaaaaaaaaaaaah!” *plof* (fueron los sonidos que se grabaron mientras saltaba por la ventana).

5.       “Uy, pues fíjate que, eeeh, es que no me dio tiempo. ¿Que si nunca? No, nunca me ha dado tiempo. Soy una persona muy ocupada, sabes”.

6.       “Disculpe señorita, ¿de qué empresa de telefonía móvil dice que llama?”

7.       “Claro hombre, todo, yo lo escucho todo, le doy siempre. Pero es que no controlo el volumen del ordenador y nunca escucho nada”.

8.       “Hola, soy el abogado de [aquí va el nombre de un supuesto lector]. Le recuerdo que tengo una orden judicial que le prohíbe hablar con mi cliente, y utilizar cuchillos no romos para comer”.

9.       (poniendo voz de contestador automático aunque estaba sentada a mi lado) “Hola, soy el contestador automático de [aquí va el nombre de una supuesta lectora]. Ahora mismo no puedo atenderte. Si tienes algún mensaje…”

10.   “Zzzz. Zzzz. Zzzz” (a la Muchacha la pregunté mientras dormía).

La conclusión más evidente es que cuando sea malo de película de James Bond no podré reclutar a mi ejército de secuaces proponiéndolo en el blog, porque nadie me hace ni caso.

La otra que Miroslav, que prometió escuchar la penúltima recomendación se merece una medalla, de mi parte, y simpáticas palmaditas en la espalda de pésame por parte de al menos ocho personas, o diez, si #4 logra sobrevivir a sus fracturas múltiples y #2 se repone del accidente con el destornillador en el tímpano que tuvo durante la entrevista de ayer.

23.9.09

carta abierta a la humanidad

Yo, David Ruiz, regalaré un caramelito de menta a todo aquel que escuche el disco nuevo de Diablo Swing Orchestra, del que, recordarás, hablaba ayer, así un poco de pasada, mientras olvidaba comentar que también había inventado tiempo en ver fotos de Dmitri Baltermants y otras cosas que obviamente ya no recuerdo (por contestar de paso a Miroslav, que es que lo de darle a lo de responder comentarios me resulta complicado por razones de la política de interné de la secta, debo decir que perder el tiempo es una tarea que requiere mucha dedicación y mucho esfuerzo y que, definitivamente, no se valora. Que debería, porque entonces yo sería inmensamente rico y podría retirarme de perder el tiempo y cumplir por fin mu sueño de ser archivillano de James Bond, y arrasar París de una puta vez), pero de las que me acordé ayer puntualmente en la suma del breve lapso que tarda el dedo en hacer clic en el botón de publicar, y el otro brevísimo lapso que ocupó las horas siguientes.

Porque es una pena que nadie conozca a ese grupo. O cuatro colgados, sólo. Arrebátanoslo, a los colgados.

Por promocionarlo, por hacerlo irresistible, pronunciaré un teorema, que es el que sigue:

Teorema 1: todo grupo con un contrabajo merece ser escuchado.

Y tres corolarios, que son, respectivamente:

Corolario 1: y si encima hay trompetas y cellos y el grupo es, formalmente, de metal, más.

Corolario 2: y si son suecos, más más.

Corolario 3: y con títulos de canciones como Balrog Boogie, más más más.

Cuando logré oírlo me pregunté cuántos grupos conocía yo de, digamos, por inventarnos un género, que siempre es algo divertido de hacer, metal bailable. O en inglés, como debe ir todo género que se precie (excepto el calorreo, que es infinito en su perfección tal cual), danceable metal.

Y me acordé de dos a bote pronto: esta gente y Estradasphere. Quizá también Finntroll (y como siempre que se les menciona, Moonsorrow también), cuando les da por ponerse con la humppa, su polka finlandesa acelerada.

En fin.

Y ya está, no se me ocurre nada más que tenga que decirle a la humanidad, por ahora.

A ver, voy a pensar un ratito por si las moscas…

No, nada más.

A no ser que me ponga a predicar también sobre los Hammers of Misfortune. Pero mejor no. Vamos por partes. Mejor recomendar un grupo y que no lo escuche absolutamente nadie que recomendar dos, y que pase lo mismo. Es que los estoy escuchando y buf, son buenísimos, un rock progresivo estupendo, nada de wankery musical, que dicen los guiris, con alma, la cosa.

Ala, pasa un buen día, humanidad. No te mueras mucho de hambre ni de miseria, y suerte.

 

P.D: venga, va, vaya aquí también mi recomendación de los Hammers of Misfortune.

22.9.09

a lo que me vengo dedicando

A cambiar la forma en la que se atan los cordones de mis zapatillas, después de ver esto.

A mirar qué asteroides pasarán cerca de la tierra en un futuro cercano, y cuánto de cerca. Lo más cercano que he visto es un pedrusco a 36000 km, el 13 de abril de 2029. Y otro que el 7 de enero de 2081 podría pasar a tan solo 12000 km de nosotros. No veo (o la paciencia no me alcanza para ver) ninguno que vaya a pasarnos cerquita coincidiendo con algún cumpleaños mío. Oooh.

Siendo muy consecuente, a escuchar Unearth. Y aquella de Stones from the Sky de Neurosis, claro.

A leer sobre exoplanetas, en general, y en particular sobre Gliese 581 d y Fomalhaut b.

A ponerme de fondo de pantalla, precisamente, una pintura inspirada en Fomalhaut b (la tienen en todo tipo de tamaños y resoluciones, incluso por si alguien se la quiere imprimir bien grande, aquí).

A recordar aquel cuentito que escribí yo una vez sobre amores que transcurren en naves que se mueven a velocidades cercanas a la de la luz a planetas como, precisamente, Gliese 581 y Fomalhaut b. En lo referente a la velocidad de la luz y el tránsito del tiempo era riguroso, porque aquello me lo curré terriblemente, pero recuerdo que el lugar elegido para el viaje de la nave más o menos me lo inventé. Hubiera quedado mucho mejor con Gliese 581 d o Fomalhaut b.

A curiosear sobre la Compañía Holandesa de Indias Orientales. Y sobre los parecidos que podría haber entre una humanidad entre estrellas cercanas y las travesías de sus barquitos en los siglos XVII y XVIII.

Ya puestos, a añadir el enlace del Hubble a mi lista del Google Reader.

A fallar siempre en todos mis intentos por ver el primer gol de Cristiano Ronaldo al Xerez.

A soportar estoicamente los efectivos empeños de Que Sí por darme envidia con el Need for Speed Shift.

A pensar que tengo pendiente responderle a Ender, respecto a Dexter, que el señor Morgan jamás diría nada por el estilo, siendo, como es, un perfecto ciudadano modélico cuando no está descuartizando a nadie.

A mirar el reloj desesperado por poder salir a la calle a jugar con mi nuevo juguetito.

A leer, mientras tanto, algo sobre Teoría de la Información. Mientras recuerdo que la protagonista del cuento del que hablaba antes se dedicaba a calibrar la velocidad del flujo de información que la nave emitía y recibía. Ella sabía más de todo eso que yo.

Recordando de pronto que no, que planetas como esos me venían demasiado cercanos para el argumento del cuento. Que el dilema de la ausencia de planetas razonables conocidos donde hacían falta me lo salté a la torera inventándome una luna en 55 Cancri f. Leo (releo, mientras cambio la música a Pelican, a Spaceship Broken-Parts Needed) que pese a que se trata de un planeta gaseoso la mitad de grande que Jupiter está en la zona justa como para que quizá una luna suya tuviese agua líquida.

Pensando que antes me documentaba para los cuentos más que ahora, definitivamente. Pero cómo, si el tema del último taller fue “caerse del guindo”.

Pensando cuántos cuentos, en realidad, entrarían dentro de la categoría de caídas del guindo. ¿Casi todos?

A hacer lo que puedo por escuchar el disco nuevo de Diablo Swing Orchestra, que salía ayer, con el genial título de Sing-Along songs for the Damned and Delirious.

Pensando, por cierto, que se equivocaba Microalgo en el comentario del post anterior por un factor de 1.7, porque según el iTunes en el iPod tengo metidos 12,6 días de música.

Y pensando, ya puestos, que a qué diablos se referiría cuando decía que estoy un poco tarumba. ¿Yo? ¿Por qué?

18.9.09

con lo que yo he sido

Qué decepción. El otro día, movido por una súbita e inexplicable curiosidad (ya verás), me puse a hacer una estadística, y concluí que de las 3665 canciones(*) que pueblan mi iPod, sólo 11 de ellas comienzan por la palabra “blood”.

Toda la vida viendo pelis de tiros y aplaudiendo los salpicazos de sangre a la cámara (desde aquellos míticos de Braveheart hasta el último que me hizo ronronear en District 9, peli de la que no sé por qué no estoy hablando, qué asco me doy), y mi iPó, sangre de mis tímpanos, es sólo un 0,3% sanguinario.

Así, he pensado, no me extraña que la gente deje de hablarme. Porque hay gente que deja de hablarme. Bueno, claro, la mayoría de la gente con la que me cruzo y, por ejemplo, saludo en un portal o me cruzo con un “disculpa” o a la que reclamo con ese confuso “¿está libre la silla?” no me vuelven a dirigir la palabra porque no me vuelven a ver ni me conocen. A lo que me refiero es a la gente que uno conoce y con la que tiene un trato cercano (que se ven cada cierto tiempo, se cruzan y en teoría deberían interactuar, aunque así excluya a algún elemento abucheado que me aumentase esa estadística), que de un día para otro deja de hablarme.

Que pueda recordar (consideremos esto una cota inferior), existen (al menos) seis siete personas en esta categoría. De ellas, cuatro cinco me retiraron la palabra (y alzaron sus ofendidas narices. El gesto completo) por decirles lo que pensaba respecto a algo, justo después de escuchar la suya e incluso de ser preguntado por la mía. Sin insultos ni nada, ¿eh?, que hay gente que se toma fatal que uno pueda opinar distinto, se lo toman como un ataque personal, como si las opiniones no fuesen seres que vale, son nuestros, pero hay que tener con ese desapego de saber que si uno no quiere convertirse en un imbécil dogmático tiene que estar siempre preparado para el momento en el que se revelen como falsas y haya que echarlas por el retrete.

Siempre que me acuerdo de esas cuatro cinco personas me da la risa. Si siento curiosidad por saber de sus vidas es con la esperanza de echarme unas risas a su costa, cosa que suele pasar, pero que no siempre da sus frutos porque, en fin, esa maldita manía de tener el Facebook abierto sólo para quien tú admites es un coñazo.

De las otras dos a una le tengo algo de tirria, porque fue la razón de que algún grupo de gente a la que le tenía cariño dejase de llamarme (no sea que la señorita vinagre… ups, ahora que veo esto debo subir el contador a siete. Antes estaba en seis Eso explica los tachones, claro. No es que la séptima sea cercana, pero no se puede hablar de vinagre sin incluir a La Auténtica Vinagre) (a lo que iba: no sea que la señorita vinagre se mosquee y se pase toda la noche callada poniendo morros, por ejemplo). En rigor la perdí por una estupidez que hice, aunque había hecho antes mil más y después las sigo haciendo con la constancia del bobo que soy, claro, pero por lo que me dijo la última vez que me habló no me mandaba a la mierda por eso, sino por más cosas, de mucho tiempo. Sinceramente no tengo ni puta idea de cuáles serían ni ella quiso decírmelas. Y yo me dije que si alguien que se decía mi amiga era capaz de mosquearse a muerte sin dar una explicación (y negándome así la esperanza de la redención al saber qué estaba mal) tampoco merecía tanto la pena. Así que por esta la verdad es que ni me pregunto. Me pregunto por la gente que no veo por su culpa, en todo caso.

Y a la última la echo de menos bastante. Pero me digo que a lo largo de nuestra amistad ella se enfadó mortalmente conmigo mil veces, y yo sólo me he enfadado una, al final.

Y pienso que si alguien que se decía mi amiga no es capaz de tragarse lo que sea, como yo hice esas mil veces, por la amistad que decía que teníamos, entonces esa amistad ya estaba muerta.

Y espero que le vaya bien. Y que cuando alguien le diga que no puede hacer algo piense que quizá no sea que no le da la gana, sino que no pueda. Y la echo de menos. Y me aguanto.

Sólo dos canciones de mi iPod empiezan por la palabra “fair” (en realidad, “a fair”).

Qué terrible estadística se deduce de eso.

16.9.09

la desgana

Me veo sin ganas de contar nada en el blog.

No es pánico a la hoja en blanco ni nada por el estilo, eh, porque alguien de mis recursos tiene sus mañas para neutralizar ese peligro (por poner un ejemplo, basta con volcar una taza de café sobre un folio en blanco para que deje de tener sentido el pánico a la hoja en blanco. ¿Y quién puede tenerle miedo a un folio embadurnado en café, aparte de éste señor?). Pero es que la realidad me supera.

O sea: ayer leí en el periódico al tipo ese de Palma que dice que los 50.000€ públicos que se gastó no fueron en putas (o putos), sino en cocaína, señor juez, que es que soy adicto.

O sea: El País lleva la semana dándole cerita fina a Zapatero.

Y o sea número 3: en una medida desesperada, en un intento audaz de dar el cante, hoy voy y me pido merluza para comer, y resulta que los tres carnívoros de la secta, los tres a los que jamás se nos había visto pedir pez vamos hoy y pedimos merluza.

Y me joden el post del día entre los inmensos parpadeos que me produce la prensa, el desconcierto que reina en el mundo y los sabotajes de mis compañeros que se empeñan en ser si no más al menos si tan raros como lo que yo, con todo mi empeño, consigo.

¿De qué más puedo escribir? ¿De fútbol? ¿De toros? ¿Del tiempo? ¿De cualquier tontería?

Bueno, por probar…

Ganó el Madrid, sí sí…

Eeeh…

Pues no me van mucho a mí los toros, no… al margen del Season Finale de la segunda temporada de  True Blood, que también tenía lo suyo de raruno… Aunque el rabo de toro está de vicio…

Uuh…

¡Pues parece que refresca!

Grlrlrlrl…

…y me han mencionado por alusiones en el blog de PostLost (creo que soy el responsable del bautismo de "qué decepción, me pensaba que era el otro").

Nada. No doy para más.

Lo acepto. Yo soy así, aceptable. Sé captar las señales enviadas por seres inexistentes. Cambio y corto, whisky, delta, tango, y cash.

Encima para algo comentable que pasa (palma otro actor) resulta que su muerte ha sido mucho menos comentable que la de David Carradine, y en fin, era Patrick Swayze, lo que nos pone en serio peligro de que alguien nos reponga Ghost o Dirty Fucking Dancing (lo que a su vez no me saca de la apatía porque a mí qué más dará lo que me pongan por la tele).

Así pues no escribo nada.

De nada. Mira, mira cómo no escribo. La la la. ¡Ni! ¡Ni! ¡Ni! ¡Ekke Ekke Ekke Ekke Ptang Zoo Boing Zow Zing!

¿Que qué son entonces las palabras que preceden a ésto, y éstas mismas?

Pues qué van a ser. Una ilusión óptica, obviamente.

Porque yo no he escrito nada, lo juro.

No tengo de qué.

Nada tengo. Todo lo más, un folio pringoso de café.

14.9.09

culto al cuerpo

Después de haberse observado los michelines en la playa, a los sectarios les está dando por apuntarse a gimnasios y hacer dieta.

Hablaban de ello hoy un Paco (tenemos dos) y otro compañero a quien siempre llamo el Poeta, porque se llama igual que uno. Y en consecuencia tenemos divertidos diálogos como el que sigue.

–Esto del gimnasio es un coñazo –dice el Poeta.

–¿Cuántos días has ido ya? –pregunta Que Sí.

–Dos.

–Ja ja ja –reímos Que Sí y yo.

–Sí, reíros –le defiende Un Paco, rotundamente serio–, pero ya tiene el record del departamento.

Él lleva apuntado al gimnasio dos años y ha ido ya la mitad de veces que el Poeta.

Con esa estadística, voy a tener que promoverle de El Poeta a El Poeta Atleta.

11.9.09

queda terminantemente prohibido hacer fotos en Nueva York

Ya no hacen falta.

Porque si alguien va a Nueva York tres semanas armado con un trípode y Canon 400D, y durante las 3 semanas hace unas 6000 fotografías (que, asumiendo que pase haciendo fotos sólo 10 horas al día, son una foto cada dos minutos, de media), hay que prohibir hacer más fotos de la ciudad.

Hay que prohibirlo porque solo caben dos opciones: o el tipo es un cansino insoportable que habrá fotografiado todo lo que haya que fotografiar (y hay de sus amigos si a la vuelta le preguntan ¿qué tal te fue el viaje? y él dice espera, que te pongo las fotos), o será un genio, y quizá las ponga todas en fila y haga algo como esto:

New York city portrait, HD time lapse, April 2006, music by Moby from Max Moos on Vimeo.



El tipo, Max Moss, cuenta que durante esas vacaciones se cargó el obturador de la cámara. Y los obturadores del mundo ronronean su envidia pensando que no es posible muerte más dulce.



En otro orden de cosas me voy a La Función, es decir, a las fiestas del pueblo. Vuelvo antes de que nadie pueda cansarse de ver una y otra vez ese vídeo, y el fluir de las nubes, del tráfico, de las personitas, los aviones, los barcos y la ciudad entera.

(El vídeo en alta definición, aquí)

9.9.09

qué habrá sido de orlando

Y no me refiero a la marca de tomate ni al tipo que hacía el tonto (mal, porque el señor Depp lo hacía estupendamente bien) en Piratas del Caribe. Me refiero a un niño que iba conmigo al colegio, cuando yo también era un niño, que fue una cosa que me pasó una vez y se me curó con el tiempo. Ah, la infancia, esa edad sobrevalorada, que escribía Cortázar (perdón por la digresión pedante, es que para tres citas literales que me sé de memoria tampoco pasa nada porque ponga una, ¿no?). Orlando era un chaval que nos caía bien a todos, morenísimo siempre, con el pelo rizado y con un don realmente acojonante para el resto de la clase.

Porque en nuestra clase del cole, como en toda agrupación de niños, los había con algún talento, que eran reconocidos y respetados por él (por ejemplo había un tal Manuel que era una puta enciclopedia con patas en todo lo relativo a animales, o en fin, aquellos que cuando jugábamos al fútbol eran capaces de coordinar las piernas, y que todos veíamos jugando en el Madrid de mayores, cosa que creo que ya no va a ocurrir), y luego estábamos los demás, o bien con habilidades anónimas, como la mía de mirar a la nada durante todo el horario lectivo, que no despertaban ningún aplauso ni ningún asentimiento honroso de la estratificada mafia infantil. El talento de Orlando era que sabía caerse por las escaleras: se colocaba en lo alto de la que fuese, alguien se ponía debajo con la mano en la cadera, fingía desenfundar y dispararle con un arma invisible y acompañando el gesto con el preceptivo “¡pañum!” y blam, Orlando fingía ser alcanzado y caía rodando por las escaleras. Quedaba al pie de las mismas, retorcido y desmadejado, hasta que alguien comenzaba por fin a asustarse. Y entonces Orlando se ponía de pie, tan pancho, y se mataba, sí, pero de risa.

Fue épica la primera vez que le vimos hacerlo en las escaleras de entrada al gimnasio-semisótano con colchonetas del cole, pero más épica aún fue aquella otra vez que una profesora le vio hacer su numerito. Visto el escándalo, comenzamos a cuidarnos mucho de que ningún adulto asistiese a sus experimentos de extra hollywoodiense.

Hoy me he acordado de pronto de Orlando cuando íbamos a comer y la tipa que nos recita la programación basura ha comenzado su tortura diaria. Probablemente mi mente, despavorida como gato en encimera de cocina ante la aparición de la cocinera, se ha escabullido por el primer hueco mental que ha encontrado, y habiendo tantos ha saltado al azar por ese que ha caído directo en la memoria de aquel niño tan gracioso que se caía tan bien como caía.

Hoy me he acordado de él, pues, y me pregunto, obviamente, qué habrá sido de él. Pero como no recuerdo ni su apellido ni nada por lo que tratar de rastrearlo (nada que restregarle por el hocico a Facebook antes de chasquear el látigo y gritar ¡busca, Sproket, busca!), sólo puedo recurrir a la lógica y al sentido común, y asumir que Orlando debe estar o en Almería currando en algún pueblo esos del Far West Costra, o en silla de ruedas.

Esté donde esté, un saludo y gracias por tantos recuerdos espectaculares e impagables de mi niñez.

Es que en serio, ¡cómo rodaba escaleras abajo!

7.9.09

tendencia

Desde pequeñito me quedó claro que yo era un tipo que marcaría tendencia. Por ejemplo una vez hice el tonto (creo, era muy pequeño y lo recuerdo más de oídas que como recuerdo propio) y arranqué el papel pintado de las paredes para ver qué había debajo. Y después fui viendo la cantidad ingente de gente que se dedica a eso, a hacer el tonto.

Ahora me está pasando con la barba.

Me la dejé el verano pasado, porque era la siguiente etapa en mi avieso plan de convertirme, cuando encanezca del todo, en el reverso tenebroso de Chanquete (creo que es algo que le debo a toda mi generación, y quizá a algunas otras, si no todas). Sin influirme yo por nadie, que quede claro. Y ahora de pronto se la ha dejado Jorge, Iker Casillas, el Rey y su vastaguillo.

Y me quedo pensando que la próxima vez que se me ocurra hacer cualquier cosa, voy a plantarle encima un copyright del tamaño de la economía de mis fantasía más caras.

Os salva que casi nunca se me ocurre hacer nada.

4.9.09

la descintación

En principio ver televisión (porque ver las noticias de los deportes no cuenta, y ver series yanquis por internet tampoco) tiene sus ventajas. Por ejemplo uno no tiene que ponerse como un tomate haciendo zapping y descubriendo al Cristo Mejide aullando o viendo Cuéntame ¡en la democracia ya! (que, digo yo, ¿no podrían acelerar, contar dos años por temporada, y así, algún día y ya puestos, convertirse en una serie futurista? ¿o no podrían haberse metido en el curso de la distopía habiéndose inventado que Franco no moría, o que su sucesor decía “bienvenidos a la monarquía absolutista en el siglo XX”, y convertirse en un folletín de espadachines contemporáneos con muchos rulos y pelucas y escotes a la Águila Roja? ¿o hacer algo para que no se sepa el contenido íntegro de cada capítulo completo sólo viendo el avance previo de después del telediario?)

En principio, decía, porque siempre puede suceder que uno haga lo posible por ser una persona cuerda y feliz y no pueda porque ver la tele no la vea, pero alguien se dedique a contársela concienzudamente.

Déjame dar la luz de este cuarto a oscuras, ponerme en pie y confesar que yo sufro de tal mal. Tal cual. Pall Mall. ¿Cuántos conjuntos de palabras que suelan ir asociadas y terminen las dos en ele existen? En fin, que me distraigo: una compañera de la secta ve todos y cada uno de los programas que yo desprecio con el mismo empeño (por verlos) que le pongo yo (por no verlos). Total, que cada vez que la veo me cuenta un documental sobre enanos y gigantones y sus respectivas problemáticas y la cantidad de problemas económicos que conllevan, o un programa que vio sobre el casón de tal personaje que antes le caía bien, pero que ahora viendo lo que despilfarra pues ya no, o la última aberración de Tele5 con el impresentable ese calvo y borde y desagradable diciendo sandeces en modo repeat, o sobre los tratamientos de adelgazamiento de lujo a los que se someten los ricos.

Esto último me hizo abandonar mi línea de pensamiento resignado sobre cuánto énfasis hace siempre esta psoecialista de pro en la pasta de la gente y en cuánto me recuerda a aquel joven comunista escandalosamente confeso que conocí en mi infancia que decía que en realidad él y todo el mundo se movía por dinero, para que considerase el más reciente problema al que me han traído las causas combinadas de la súbita desaparición de mis cinturones, que no sé dónde están, y el tratamiento de adelgazamiento mexicano, consistente, como sabes, en pasar 20 días en México comiendo como una alimaña, bebiendo como un finlandés y sufriendo la venganza de Moctezuma.

Y me quedo considerando el patentar el método, en montar una clínica de adelgazamiento que funcione sin matar de hambre a nadie o sin obligarle a ejercitarse cual Conan en el molino aquel, sino a base de playa y copazos y festines y una reserva completa de un baño (un sanitario, decían allí) por un día, con medio bosque convertido en papel higiénico a mano.

Y considerando, también, dónde narices se habrán metido mis cinturones. ¿A dónde van los cinturones, cuando desaparecen? ¿Debería componer una canción a la Silvio Rodríguez sobre mis cintos?

Y considerando, también, qué contradictorio y divertido problema supone ir caminando y tener que subirme con disimulo de cuando en cuando los pantalones, que poco a poco intentan escurrirse y huir, quizá en post de los cinturones.

2.9.09

epistolando

(Para el interés de quienes argumentan que la Muchacha y yo somos un par de pasteles (yo un soufflé venido a menos, después del tratamiento de adelgazamiento mexicano, consistente en dos días de sauna continua, y veinte de inflarme de comida y tequila, y sufrir en el proceso La Venganza de Moctezuma), reproduzco con permiso del autor, claro, y de la receptora, el correo que la he enviado hace un rato, para que se vea que también nos decimos cotidianeces. Y quede así documentada la naturalidad y la llaneza que caracteriza nuestra comunicación epistolar mantenida durante los periodos laborales)

 

De: David

Para: la Muchacha.

Asunto: itaaa.

Como demostración sumamente oportuna de que mi cabecita no está en todo, acabo de constatar, al ir a rascarme la parte superior de la pierna derecha, que esta mañana he olvidado mi telefonino móvil en tu casa.

En algún momento del día o probablemente de la tarde sonará, y tras su timbrar estará mi madre tratando de contactarme para decirme que han llegado a Madrid sanos y salvos, a resguardo de accidentes, atascos, pinchazos, corsarios y tempestades. Si tal llamada sucediese antes de que yo llegue a recuperar el aparatito ¿podrías cogerle tú el teléfono, para que no piense que he sido abducido, o secuestrado, o inyectándome droga, o que estoy internado en el departamento de urgencias de algún hospital?

En otro orden de cosas, recibe un rotundo beso de tu amantísimo novio,

D.

 

(Respondiome ella que no lo veía, que me rascase más a conciencia. Lo hice, se lo comuniqué, y al final el teléfono apareció emboscado en la sandalia de un pie derecho, por lo visto).

1.9.09

Madrid, España: epílogo

Ya creo que puedo escribir algo que no sean insultos. Y si se me escapa alguno discúlpame, no soy yo, es el mono del tabaco hablando por mis labios ya no humeantes.

Y en ese sentido, qué curioso mundo este. Ayer fue un día nebuloso. Hoy, más visible todo, vivir está siendo una escalinata de sorpresas: ah, que esto es el café sin un cigarrito. Ah, que así es el camino de casa al metro sin un cigarrito. Ah, que esta ruta es la del metro a la secta sin fumar.

Lo bueno es que no parecen malos lugares, malas cosas.

Peor sería darme los paseos, por ejemplo, sin música.

Pero a lo que íbamos: México.

El viaje terminó como empezó, a lo grande. Si la ida estuvo en duda hasta un par de horas antes del despegue, por ese carácter perezoso y juguetón que tuvo AirComet a la hora de pagarle los billetes a AeroMéxico, con quienes nos habían reubicado, la vuelta se desveló una comedieta veraniega cuando nos plantamos en el aeropuerto de Cancún para enlazar con México DF y nos comunicaron sonrientes y muy amables que la compañía con la que teníamos ese billete no existe desde hace dos meses, asunto este del cual no sólo no nos han avisado, sino sobre el que se había guardado un peculiar silencio, y eso que yo mandé un mail preguntando, creo recordar.

En fin: nada que no pudiese curar la Visa, ni que no nos permita mantener la esperanza de poder demandar a eDreams, a ver si por lo menos conseguimos que nos paguen los billetes que usamos, en lugar de los que ellos nos vendieron, todos en compañías que no vuelan esas rutas o que, como la de esta última peripecia, ya ni existen.

En total, la vuelta fue sobre todo larga. Comenzó a las 7 de la mañana del jueves, hora de México, cuando nos despertamos en Playa del Carmen, y terminó a las 3 y media de la tarde del viernes, hora de mi pueblo, junto a los caños hasta los que llegué buscando esa maravilla de que el agua potable salga de entre las piedras.

Al despegar, las nubes sobre DF parecían el cielo de Júpiter. A 10.000 metros, brindando por la simetría y por los regresos, nos tomamos los últimos tequilas del viaje. Y así queda México, un país allá a lo lejos, unas 1000 fotos repartidas en un DVD, un pendrive y varias tarjetitas de memoria.

Y sólo queda contar la otra parte de México, aquella que no es bonito contar desde dentro, pero que siempre se ve desde fuera (por ejemplo, El País nos saludó con esto, a la vuelta). Aquella de los soldados y los policías patrullando con las ametralladoras apuntadas hacia la multitud, aquella en la que se habla en voz baja y con miedo de los Zetas, y se cuenta hasta dónde llega la corrupción de policías y políticos. Aquella en la que la gente se desespera porque se sienten asustados y amenazados y no hay a quién recurrir. Y aquella otra en la que niñas de 4 años y ancianas de 80 le asaltan a uno, educadísimas, preguntándole cada 30 segundos si quiere collares, marcapáginas, pañuelos o una guabaya.

Queda México, en total, como una país inmenso y bellísimo, perdido en un laberinto de corruptelas y peligros de los que es mejor no hablar. Queda pensar que los turistas somos más o menos inmunes a esos venenos (porque siempre es una complicación engorrosa andar enredando con extranjerías), y arrancarse de los pelos pensando que aquella gente traza sus vidas, sus rutinas y sus sueños por los recovecos de la telaraña, por los pasillos de los rincones calmos del laberinto.

Y mientras historias de aquel que, perseguido por un coche, acudió a la policía, que lo tranquilizó y lo llevó directo a los que serían sus secuestradores. Historias de fotógrafos de periódico local arrojados de su moto y preguntados, a punta de pistola, por su vocación periodística. Episodios como comprar un libro que habla de ellos, de los Zetas, y verlo sacado por un amigo curioso en un bar y escondido a toda prisa en su bolsa, con la mirada alrededor, con los mafiosos rondando, con la policía y sus mordidas, con su ejército bajando a los turistas de sus autobuses para que, sospecho, digamos al volver que algo hacen.

Porque los turistas somos algo idiotas, y vemos lo que queremos, y a fin de cuenta vamos a lo que vamos, a pasar unos días contentos y tranquilos.

Y si no hubiésemos visto México (y sobre todo, a los mexicanos), supongo que hasta nos la habrían colado.

Y si no hubiésemos ido, supongo que nos habrían colado la otra, la de que aquello es un país que hace frontera directa con el infierno, donde todo son tiroteos y gripe A. Cuando México también es el país del que llevo todo el viaje hablando, claro. Y el país al que llegaban aquellos extremeños apestosos en armadura y alucinaban con la lluvia, con la flora, con las pirámides, con todo.

Porque México es todo lo que dicen, pero tiene tanto sitio y tanta gente para ser siempre más.

Gracias a tanto y pese a tantito, un placer. Y ahora a aprenderme la receta de los chilaquiles y de las micheladas, y a llenar el fotoblog de fotos de por allá.

Con la tecnología de Blogger.

Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.