28.7.09

la batalla de mi dedo meñique del pie izquierdo

En estos momentos mi dedo meñique izquierdo está enfrascado en una terrible batalla contra el material del interior de mi zapato también izquierdo.

Esto sucede porque mis zapatos son nuevos (hoy cumplen su segundo día de uso) y porque mi cuerpo, del cual el meñique es un tenaz representante, trata siempre de defender su estatus con respecto a la opresión y la tirania. Mi meñique, en meñiqués, debe andar diciendo ahora mismo “superficie represora, ¡conmigo no podrás!, ¡gñññ!, ¡aprietooo!, ¡retrocedeee!” y cosas por el estilo.

Y mientras añora mis antiguos zapatos que, vencidos e inmóviles, retratan en la alfombra de mi situación la forma en que los dejé caer la última vez que me los quité, el viernes pasado.

Yo soy persona de poco calzado, la verdad. Ahora mismo mi surtido de artilugios para caminar se compone de esos zapatos, los nuevos, unas zapatillas, unas chanclas que no sé dónde están, otras que sí sé dónde están y unas botas que recuerdo haberme puesto un par de veces pero no recuerdo haber tirado.

Supongo que soy una persona de poco calzado porque soy la leche de perezoso a la hora de ir de compras (puede dar fe la Muchacha, que vio atónita como por fin me compraba esos zapatos que, en realidad, son el regalo de mi abuela… de Reyes de este año. Ahí, con la tarea al día. Ese soy yo), aunque a mí me gusta decirme que lo que pasa es que me encariño con las prendas, y a fin de cuentas mis zapatos eran tremendamente cómodos, igual que lo son mis zapatillas. Y así pasa, que los uso exclusivamente, y pagan el desgaste y la comodidad cediendo al imbatible afán liberador de mis dedillos, que finalmente consiguieron que los zapatos tengan lengua como los perros de los dibujos animados y que por el costado de babor de, precisamente, el izquierdo (si es que la izquierda no deja de ser la izquierda), surgiese un ojo de buey por el que si el calcetín proclamaba al mundo su color. Y como por cómodos que fuesen tampoco es cosa de que en la Secta vayan a protestar por mi indigencia, y como encima este fin de semana hay boda (e irán dos a las que voy como profesional. Qué mal está la gente de la cabeza), pues he tenido que ceder al mundo, admitir la derrota de la materia querida y comprarme estos zapatos nuevos con los que ahora mismo mi dedo meñique del pie izquierdo lucha a brazo partido.

Por ahora va perdiendo, el pobre, coronado por una oronda ampolla, vencido de nostalgia por aquel calzado aún tan fresco en su memoria, tan comodísimo y tan maleado. Pero sabe que a la larga no habrá zapato que se le resista. Pues no es cabezón mi meñique izquierdo ni nada.

26.7.09

el francotirador de Argumosa 35


Anoche unos amigos de la Muchacha y yo salimos por Lavapiés (no diré que en inglés sería Washfeet porque tendría que contar lo del tipo aquel que me contaron que en vez de decir Plaza de la Paja decía Masturbation Square, definitivamente mejor historia). Estuvimos medrando en una terracita, que si venga raciones, venga tintos de verano y vengan copichuelas, hasta que con la excusa de que eran las dos de la mañana nos cerraron la terraza, y nos pusimos a vagar por ahí. Como hacía un calor de mil demonios y los bares de la zona tienden o tendían al lleno (a saber, con esta crisis que se manifiesta hasta en la cantidad de taxis libres que se ven por la noche por el centro de Madrid. Ahora hasta se ven luces verdes, y no una ni dos, a lo lejos, asaltada por los afortunados de turno), compramos unas latas de cerveza y decidimos ir a algún sitio amplio donde pudiera correr el aire, a bebérnoslas sentaditos y charlatanes.
Nunca llegamos.
No llegamos porque una expedicionaria se quedó rezagada hablando con un excompañero de facultad. Nosotros nos sentamos a esperarla en un banco, como muestra la foto, al final de la calle Argumosa. Y allí estábamos en el banquito debajo de un árbol cuando de pronto chaf, al paso de alguien estalló en el suelo un globo lleno de agua. Coño, dijimos todos a una, qué ha sido eso. Y al rato, al paso de una pareja, estalló otro.
Por lo visto alguien estaba dedicándose a matar el aburrimiento arrojando globitos llenos de agua a la gente que pasaba. Por fortuna, dedujimos, a nosotros no podía darnos porque nos cubría el ramaje de los árboles, que deshacía los globos en una lluvia fina que, encima, caía lejos de nosotros.
Así que ahí nos quedamos una hora y pico, hablando de cualquier cosa hasta que aparecía alguien, desprevenido, caminando por la calle. Entonces nos callábamos y, el francotirador no defraudaba, chaf, globo al suelo.
Lo peor eran las implicaciones éticas, como dijo uno de nosotros, corroído por la culpa. Porque anda que advertíamos a nadie, anda que según se acercaban les decíamos "eh, cuidado, que desde ahí arriba están tiando globos de agua". Nada, nada. Nosotros callados como tapias, asistiendo a la risa de algunos y la indignación de otros, y luego diciendo ji ji ji, según se iban y ya no nos oían. Discutiendo luego sobre alcances, ángulos de tiro, trayectorias, formas de los impactos.
A la hora de bombardeo el tirador consiguió acertar en los riñones a la mujer de una pareja heterosexual que pasaba por allí. Y en fin, que te sacudan un globazo desde un tercer piso escuece. Se quedaron allí mirando en todas direcciones, dedujeron comprensión en nuestras miradas y se acercaron a preguntarnos. Les contamos lo que sabíamos. Y la mujer dio el alto a un coche de policía que pasaba y el coche se detuvo, y sus ocupantes se entretuvieron un rato alumbrando las ventanas con sus linternitas policiales. Uno de ellos se acercó a nosotros, con una sorprendente educación y con muchísimas precauciones gramaticales. ¿No será -preguntó- que les estéis molestando aquí hablando, que yo creo que no porque se ve que estáis muy tranquilitos, pero que aún así le estéis molestando a alguien? Entonces, le dijimos, intentaría darnos a nosotros, no a cualquier que pasase por ese lado de la calle o el otro, aunque fuese en perfecto silencio.
Se fue la policía y nuestra hipótesis favorita, que hablaba de varios tiradores en un par de edificios, se vino abajo. Tras la aparición de la policía el tirador debió asustarse y no lanzó más agua, a pesar de que nos colocamos en su zona de tiro e imitamos los gestos y el cacareo de las gallinas. Un adolescente cobardica y acojonado, nos dijimos. Y nos quedamos media hora más, por si simplemente estaba rellenando más globos, y al final, viendo que se nos había acabado el entretenimiento, nos fuimos a casa.
Pero por si no es hábito de un día, si alguien pasa alguna noche por la calle Argumosa, y a la altura del número 35 le cae o ve caer un globo de agua, que avise. Por si tenemos que volver a instalarnos en el banco, a seguir recabando información sobre el francotirador nocturno y acuoso del barrio de Lavapiés.

22.7.09

el infierno sobre ruedas (horizontales)

Ya hablé yo un día de las tres formas que hay de llegar a la Secta, aunque, la verdad, mentí un poquito por omisión respecto a la tercera, que era la convencional y aburrida de coger el metro y plantarse a la puerta y coger el ascensor hasta la planta 666, digo 5 (qué le vamos a hacer: no hay edificios de 666 plantas en Madrid, y si los hubiera sería un coñazo subir. Aunque ¡qué vistas tendrían Canita y su hermana pequeña, Lumita!).

Mentí por omisión porque me faltaba un detalle importante: entre la puerta y el ascensor cutre que sólo sube 5 plantas (aunque los sótanos, ¡ah los sótanos!, sótanos tenemos a patadas. Lo que bien pensado es bastante más propio. Y aunque tampoco tengamos 666 sótanos, que me da menos pena porque ahí en el subsuelo ni Canita ni Lumita iban a tener mucho que ver) hay dos obstáculos.

De uno de ellos no me apetece hablar ahora, porque yo soy así, ¡caprichoso!, ¡voluble!, ¡camarera, otro Santa Teresa con Coca-Cola! El otro es, tiembla, una puerta giratoria, con toda su cohorte de motor y engranajes y cadenas y poleas.

La puerta giratoria es probablemente uno de los tres inventos satánicos más crueles y retorcidos, junto con el vagón de Metro de la línea 6 y Telemadrid. Tiene su cosa buena, como por ejemplo que al estar formada mayormente por paneles de cristal le deja a uno ver de un solo vistazo mareante y frenético la calle reflejada a sus espaldas de lado a lado, según entra al edificio, cosa sumamente útil si uno quiere vigilar por si aparece alguien con una regadera llena de agua bendita, como es mi caso, o pasa alguna zagala de lindas piernas o un Ford Mustang GT. Hay que estar siempre vigilante.

El caso es que la puerta también es entretenida por cómo se comporta la gente cuando la afronta. Porque la idea de la puerta es infinitamente cruel. Va alguien caminando tan pancho por la acera, y cuando la acomete tiene que andar mirando, calculando el momento de entrada, calculando el paso que debe dar durante el giro de la misma, y saliendo del otro lado. Es complicada la readaptación que requiere, el sometimiento a la reducción de libertad móvil que impone. Ah, la de veces que al cruzarla yo camino del café y el vegetal del desayuno he estado a punto de ser decapitado o mutilado por entrar pensando en mis tonterías.

En cualquier caso todo el riesgo personal lo compensa el inmenso placer de estar acodado junto a la entrada mirando cómo la gente se juega el tipo y hace el bobo. Por ejemplo, en cada, digamos, gajo de la puerta caben bien a gusto tres personas, pero si viene un grupo de gente de fuera lo normal es que se tiren un ratito mientras entran de uno en uno, y si vamos un grupo de sectarios lo normal es que nos intentemos meter veinte a la vez. En esos casos el motor que mueve la puerta se suele indignar, y hay que mover la puerta a pulso, como una versión realista y mundana de la Wheel of Pain de Conan, vamos. Y por lo general hay gente que no comprende que, cuando funciona, es el motor el que dicta el ritmo, y cuando la cruzan la empujan, como si así fuesen a lograr algo que no sea agobiar más aún al pobre motor, a las ruedecitas horizontales de las que se ayuda. Yo cuando veo eso me indigno. Y más aún si cuando apoyan la mano lo hacen en vez de contra el cerco exterior contra el cristal en sí. Y es entonces cuando, no puedo evitarlo, me sale de dentro siempre el grito que suele sorprender mucho a la gente, “¡quita las zarpas de ahí, hombre, que estás llenando el cristal de dedazos!”

No lo puedo evitar, me sale del alma. Y cuando me sale pienso en limpieza de cristales, y en lo orgullosa que estaría la Muchacha de este hábito de limpieza mío, si lo pudiera ver. Y pensando en ella me meto en la puerta y por lo general voy y planto distraído los dedos en el cristal, y subo de vuelta a la oficina coloradísimo, sintiéndome brutalmente culpable.

21.7.09

la luna pisoteada

Yo no crecí pensando en la luna como en un objeto misterioso y remoto. Cuando yo nací, ya había gente que se había dedicado a hacer historia yendo para allá a dejar pisadas, restos de equipo y módulos y banderas, y después sacar unas fotos, recoger piedras y polvo y volverse.

De eso, como todas las personas cuerdas(*) saben, hace cuarenta años y un día. Para conmemorar el aniversario todo el mundo habló ayer de ello (cada telediario, cada periódico no deportivo, si es cierto eso que dicen de que los hay), y hoy se han dedicado a publicar cartas en las que la gente dice que valiente tontería haberse gastado aquel pastizal de dinero en ir allí, con la de hamburguesas que se le podían haber enviado a los negritos del África para que comiesen bien por un día.

Yo les leía esta mañana y, muy apropiadamente, alunizaba, digooo, alucinaba.

Propongo el experimento mental de retrotraernos a la época de Colón, emplazar allí diarios gratuitos e imaginar a la gente, airada, diciendo que a cuento de qué se gasta la Corona tal cantidad de oro en, ya ves tú, cruzar un océano y traerse de vuelta patatas, que ya ves tú para lo que sirven.

Mi conclusión es que hay gente muy idiota a la que me gustaría poder preguntar si tienen coche, si tienen un buen sueldo y una tele grande, y si saben la cantidad de africanos que podrían alimentar con el dinero que han gastado en su tele, en su coche, en sus zapatillas y sus pantalones vaqueros.

Mi segunda conclusión es que la gente no entiende todas las implicaciones de formar parte de una especie que está atrapada en un único mundo, ni las que tiene ser, que sepamos, la única especie inteligente del cosmos capaz de salir por ahí a ver qué hay. Como seres inteligentes que, digamos, somos tenemos el deber moral de esparcir vida por ahí, y esos pasos que manchan la luna son el primer titubeo en esa dirección: la prueba de que salir, podemos, y llegar a alguna parte, también. Son la prueba, también, de que somos todavía una especie tremendamente romántica, pues también probamos que se podía volver. Llegará el día, supongo, en el que tal cosa sea impensable.

Mi tercera conclusión es que la gente no sabe de dónde viene la tecnología que les hace la vida más fácil, ni ve la relación entre la carrera espacial y su teléfono móvil, o su microondas, o quizá con el mero hecho de que sigan vivos, pues con tanta carrera espacial rusos y americanos tuvieron una buena excusa para no hacer una guerra nuclear.

En fin. Yo miro las fotos de los tiempos de aquel Apolo legendario, míticas, historia aún viva; veo aquella de la tierra saliendo por encima del horizonte lunar o las de Aldrin dando brinquitos por la superficie de la luna, como el niño pequeño que en realidad, en ese preciso instante, era. Y me quedo con la de la sonrisa de Armstrong cuando terminó el aterrizaje, cuando consiguió posar aquel trozo de chatarra setentera en la superficie de otro cuerpo celeste.

Crecí con todo eso en los libros de historia. No lo he vivido. Y aún así me pone los pelos de punta, y me llena de orgullo.

 

(* Las personas no cuerdas, en cambio, puede que sigan gritando que aquello fue un montaje, que la tierra es plana, que han visto al Yeti o que peculiares hombrecillos verdes empeñados en sodomizarles con materiales de alta tecnología se echaron un mus con los astronautas en la luna. La viña del señor es lo que tiene, variedad de discurso)

17.7.09

coches patrulla

A veces, cuando veía pasar un coche patrulla (y cuando me veo -es un decir- viendo pasar un coche patrulla), me preguntaba a mí mismo ¿seré yo el gran damnificado por el cine también en esto, el único que cuando ve pasar a la policía adopta esos andares y coge esa postura de "señor agente, yo no soy sospechoso de nada" que tanto ponen en el cine los que sí son sospechosos de algo, cuando ven pasar un coche patrulla?

Me lo preguntaba hasta hoy. Caminando por mi barrio he pasado -con el aire, digamos, de un gran distribuidor neoyorquino de heroína- junto a uno. Según se alejaba, el coche ha pasado junto a una parada de autobús, en cuyo poste un chaval ha puesto la postura de "a mí que me registren" holliwoodiense de un traficante californiano de armas a la espera de una entrega.

Así que yo he resoplado aliviado y me he metido en mi portal pensando que menos mal que no soy sólo yo, pensando que qué bien que las costumbres que se nos pegan de la forma más tonta no sólo me escogen a mí como depositario, pensando que menos mal que no soy el único bobo con esta bobada. Hasta que, al introducir la llave en mi puerta, me he dicho que bueno, quizá sí. A lo mejor ese chaval era simplemente un traficante de armas adoptando su postura preceptiva.

¿renacer? ¡no, gracias!

El otro día (hace demasiado, lo sé, lo sé. Es que los malditos sectarios me están haciendo currar, y paso las tardes abstrayéndome con mis cosas, “¡oh, un avión!”, “hala, una farola!”, etc. Lo siento sobre todo por los comentarios a los comentarios. Volverán, palabra de niño con complejo de culpa) en un arranque de optimismo me eché la siesta. Fue una de esas tonterías que uno hace sin pensar demasiado: me dije “es que estoy muy cansado, a ver si se me pasa”, y me quedé frito, víctima de una de esas siestas que pretenden ser de media hora o una hora y terminan siendo de la suma de sus cotas, de hora y media. Y mi primer pensamiento al despertarme, hecho polvo, dolorido, quejumbroso y medio zombie (no, no infectado, Ender, no: zombie total, casi con denominación de origen y todo), fue “si esto es lo que sienten los niños al nacer no me extraña que lloren”. Lo segundo fue “si esto es nacer, quien pretenda reencarnarse o alguna pavada así es, lógica al margen, un imbécil.

Creo recordar (no voy a mirarlo: mirar la Wikipedia requiere tres clics que no estoy dispuesto a invertir ahora mismo) que el budismo contaba que nos vamos reencarnando y la idea es salirse de esa cadena macabra y dejar la reiteración. Lo que me hace pensar que Buda sabía de siestas. Y justo me digo eso mientras lo recuerdo en esas estatuas inmensas donde siempre aparece dormido y sonriente, y pienso que cuánta razón tengo y qué listo que soy. Y que sonríe, el pobre, hasta que se despierte y se cague en la puta dispuesto a matar por un café, a inventar religiones para ahorrarle ese dolor absurdo de la vida al volver a su rutina desde el abismo del no existir.

Si vuelvo a echarme una siesta, por favor, que no sea de menos de cinco horas, o que alguien me estrangule mientras duermo.

14.7.09

caramba con Harry Potter

No mucha gente sabe que Harry Potter se ha casado hace poco, en mi pueblo, en una boda que fue un tanto accidentada, con un castillo deshinchable, para los niños, que un capullo borracho que olvidó haber alquilado su finca para el evento desinfló antes de intentar emprenderla a bofetones con el dueño, que ya hay que ser cenutrio.

Pero no es raro: son muchas las cosas que no se saben de Harry Potter, por ejemplo, ¿se va a quedar la actriz que hace de Hermione en la categoría de niñas que prometían una guapa actriz, y en la adolescencia lo olvidaron?

Yo hoy ya he gastado todo mi optimismo en unas cuantas reuniones de trabajo y hasta después de la comida no me resurgirá, así que opinaré que no: no. ¿Ves? Te lo dije.

En cualquier caso ayer averigüé otra cosa sobre Potter, Harry y su emporio mediático-cinematográfico. Un dicharachero reportero de TVE, en su clásico espacio publicitario del cine de masas disfrazado de noticia, dijo que la saga era la que más pasta había ganado en la historia del cine. Concretamente, dijo llenándose la boca de cifras, entre todas las pelis, en el mundo entero, han recaudado 80 billones de euros.

Y como yo soy así de majete cogí la calculadora y me puse a estimar: a ver, la población mundial a fecha de hoy mismo se estima en 6.771.000.000 personitas. Eso supone un gasto por habitante en Harry Potter de 11.815€ y unos centimillos.

Mi conclusión es que a partir de ahora voy a dejar de quejarme de que el cine valga ya 8€ en el centro de Madrid, porque en algún lugar es evidente que tiene que ser caro de narices.

 

(Y que nadie disculpe al patán del reportero sólo por confundir billones yanquis con billones de los nuestros: yo de lo que le culpo es de recitar tal cual el texto publicitario que le han redactado los de la Warner. Basta mirar la maldita página de la wikipedia de la película para ver que lo de la serie más exitosa era con el matiz de no aplicar la inflación, y que encima dejó de ser cierto con la última película de James Bond. Debe ser que los becarios de TVE no tienen conexión a internet u/o ordenador. A ver si con lo que les unte la Warner con la noticia se pueden equipar, los pobrecillos)

12.7.09

anoche

Anoche cumplí uno de mis sueños. Anoche, una de esas cosas con las que uno fantasea pero que ve imposibles, cómo podría yo, qué complicado sería, de pronto se hizo posible y, sin más, ocurrió:

Porque anoche me postré a los pies de Juanma Trueba. Un tipo encantador.

El resto de la noche también estuvo bien. Maté delante de testigos a Andrés Neuman, y nos emborrachamos con la primera excusa que se nos ocurrió. Por ejemplo publicando este libro.

10.7.09

saben lo que nos conviene

Hay muchas cosas que me tocan los cojones, la verdad, porque soy un gruñón y una cantidad increíble de cosas me vale para pasar un buen rato gruñendo y vociferando (no al nivel ni con la paciencia necesaria para convertirme en Javier Marías, recuerda). Pero si tuviera que hacer un ranking con las 10 cosas que más me molestan entre "los aficionados del Valencia" y "el fascismo", estaría la gente que sabe lo que le conviene a los demás.

El otro día estaba yo tan pancho tirado en mi sofá jugando al Need for Speed cuando sonó el teléfono, ya cerca de las diez de la noche. Uy, ¡quién será!, me pregunté yo. Y como el teléfono no se callaba y como era una forma bastante eficiente de resolver mi curiosidad, cuando estuve con el coche en una recta di al pause (si lo das en mitad de una curva luego, cuando lo quitas, puede pasar cualquier cosa. Es difícil abstraerse de los 300 km/h y luego volver tan pancho) y acudí al aparatito, diciendo "ya voy, ya voooy", y temiendo que dejase de sonar antes de que lo alcanzase. No lo hizo. Y en el indicador de llamadas ponía "número oculto". También me tocan las narices los números ocultos (van después del fascismo en mi ranking hipotético). Y descolgué y resultó ser una operadora de mi compañía de internet. Como tengo por costumbre pagarles siempre con una semana o dos de retraso por eso de la pereza y por el que no se vayan a creer que soy un tipo fácil, yo pensé que querría hablar de mi factura, pero no: para eso no te llaman, para eso te mandan correos y te fríen a mensajes. La señora quería que cambiase de compañía telefónica y me fuese con ellos también en ese negocio. Yo la dejé hablar, porque soy educado con los desconocidos (al menos con algunos, por teléfono, cuando me pillan despistado). Me dijo que si cambiaba de compañía telefónica me ahorraría 100 euros al año, lo que por lo visto es un dineral, aunque echando cuentas sean menos de dos cañas por semana, que es lo que yo, en mi economía medible en cervezas, traduciría como errores de redondeo, y completó el discurso diciendo que entonces si me parecía pasábamos a unas preguntas de comprobación de rutina, y procedíamos al cambio.

-Porque evidentemente va usted a cambiarse, porque es lo razonable -dijo.

Yo tardé un parpadeo en prorrogar la ignición del asombro y de la reflexión, porque no era el momento, que esta gente se mueve muy rápida, y otro parpadeo más en, por fin, interrumpirla. Le dije que en realidad y por estúpido que me hiciese parecer, no estaba interesado en la oferta, porque en un par de meses, por razones laborales, me iré del país, cuatro meses a Estados Unidos, seis a Japón y otros seis a Dubai, y que para entonces pensaba incluso hasta la herejía de darme de baja del servicio de internet, cosa que esperaba me perdonase porque, en fin, sería lo razonable, y que total, para dos meses pues no iba a andar haciendo el circo de traspasos y tal.

La mujer dijo ah, vale y colgó.

Y yo me volví al sofá y antes de volver a mi coche a todo gas paralizado en su recta diáfana me dediqué, ya sí, a pensar que qué puta manía que tiene la gente de intentar vendernos decisiones que evidentemente les benefician a ellos más que a nadie son por nuestro bien, y que nos las pueden plantear cualquier día a cualquier hora. Invertí tres segundos en la meditación. Luego pensé que me estoy quedando sin excusas que darles, y que quizá la próxima vez ya me vea obligado a la mala educación y a responder, según se identifiquen, con un simple y eufórico "vayase usted a la mierda". Y quité el pause, y seguí corriendo, y me empotré con un camión, pero no importa, porque el Need for Speed no es real. Ni falta que le hace.

9.7.09

silencio administrativo sanferminero

Eso es lo que estoy ejerciendo estos días en el blog.

¿Y por qué?

Pues puedo pensar en mil razones. Al final se resumen en la pura y simple pereza.

Tampoco hago muchas cosas dignas de contar, la otra tarde me fui al cine. A la salida vi, en un lado de la calle, a un músico callejero tocando el arpa, y frente a él a un sin techo que le aplaudía y gritaba “¡bravo!” admirado al terminar cada pieza, y me cayeron bien ambos, lo que es extraño porque una de las formas más eficientes en que el Lado Oscuro se manifiesta en mí es a la hora de ponerme de mala leche con mendigos y músicos callejeros, sobre todo si en vez de callejeros son del Metro, y deciden invadir el vagón para joderle a uno la música que va escuchando sin estorbar a nadie para luego, encima, reclamarle dinero, claro hombre.

En fin, que no hago gran cosa aparte de leer y dormitar, e ir al cine y gruñir a los mendigos y a los músicos. Claro que, pienso ahora ¿cuándo me ha impedido a mí contar algo el hecho de no tener nada que contar? Es más, ¿alguna vez lo he tenido? Supongo que no. Así que al tajo, que para eso (no) nos pagan.

Lo más remarcable de estos días es que por las mañanas, en lugar de los deportes, me tomo el café mirando el encierro de los sanfermines.

Como ya sabes, porque con toda seguridad me leíste contarlo hace un año (ves repasando, que un día haré examen sorpresa), a mí me pirran los sanfermines e intento verlos todos los años. Pero lo que me gusta es cuando va un pánfilo, le pone la mano al toro en el lomo, y aparece el pastor para descerrajarle un estacazo en los lomos. Y hasta ahora, el número de pastores que he visto repartiendo estopa es de cero. Esto es vergonzoso. Es indignante. ¿Con qué me entretengo yo, entonces?

Así me distraigo y miro otras cosas, como el tipo que esta mañana acompañaba a los toros por la izquierda hasta la curva de Estafeta, donde otros años se estampan los toros sistemáticamente contra el muro. Pues el hombre ha ido corriendo por ahí, con más de cuatro toneladas de carne rematada en cuerno corriendo ante él, a su derecha, tras él (los cuernos dibujando ochos en el espacio que su espalda ocupaba una fracción de segundo antes). Ha estado a punto de pasarle de todo, y al final no le ha pasado nada.

Yo he apagado la tele en parte aliviado (menos mal que al pobre hombre no le ha pasado nada), en parte escandalizado (¿¡pero qué coño pretendía, matarse!?) y en parte horrorizado (…y si no son pastores apaleando ¿por qué encuentro más cosas que ver?).

Ah, el horror. Temo que estén empezando a gustarme los sanfermines. Aunque que no cunda el pánico por este miedo mío. Será por hipocondría, yo, ja.

Pero me vigilaré mañana y pasado, por la mañana. Atento a mis propios suspiros, a la frecuencia de los sorbitos que le doy al café. Y como me descubra eufórico sin palos de pastor, me pego.

 

6.7.09

y dale con lo del Bremen

La sirena antiniebla del S. S. Bremen monta un escándalo descomunal, como corresponde a toda sirena de barco que de capitán y en el que a todo el mundo le hace ilusión soltar ese AUUUH transtimpánico, y toma pedazo de palabro. Suena:

En las Pléyades y rumbo a ellas.

En código morse, por eso de la transmisión fragmentada.

Entre macetas y portentosas murallas de hiedra.

En púlpitos evangelistas de la risa.

En escala XXS, por eso de lo pequeño.

En perpendicular, a escala transuniversal.

Invadiendo la sonoridad de una reposición de Casablanca.

Y despertando eco en un lugar que yo ni conocía.

Y aquí, en esto que claro, donde como el autor soy yo he incidido en lo que realmente importa, que como todo el mundo sabe, en cuestiones literarias es siempre el bebercio gratuito.

Y los canapés que le harán compañía, porque qué mar no queda bello más con barquitos.

Como esto, pero reemplazando el agua salada por vino y el barco por una tosta de jamón con tomate.


3.7.09

vino gratis el sábado 11

Aquellos que no somos escritores, pero por si las moscas nos construimos un banquillo para sentarnos en él, entrenar (vaciando botellas de tequila y extenuando máquinas expendedoras de tabaco) hemos buscado una excusa para dárnoslas de generosos e invitar a quien se nos acerque a vino, que ya es hora de dejar de reunirnos siempre en un sótano sin luz de atmósfera londinense-congoleña (por los humos y los calores). Así que hemos hecho esto,

Y el sábado 11 de julio, a las 20:00 horas, lo presentaremos emborrachándonos con quien venga en El Ladrón de Tinta, en la Calle Noviciado número 2.

Ver mapa más grande

dialogando con Que Sí, 2: elogio al tai chi

Han venido los de la tele a entrevistar a uno de la secta, que de vez en cuando hace apariciones televisivas para Intereconomía y canales de esos que no vería nadie en su sano juicio ni cobrando. En esas entrevistas nuestro compañero, un viejete cano y sonriente, pregona el Apocalipsis y aventura profecías más o menos enrevesadas. Cuando se han ido me he bajado a Que Sí a la calle, a que se fumase un cigarro mientras veía las piernas de las periodistas mientras cargaban el equipo en su coche, porque Que Sí es un cachorrillo satánico hormonado y a mí me despierta terroríficos paternalismos.

Así que hemos visto a una pobre jovenzuela cargar en un maletero una maleta más grande que ella, recordando los documentales de hormiguitas que llevan veinte veces su peso (recordando-inventando, porque los satánicos no vemos documentales a no ser que sean sobre la decadencia de algún artista maldito, y no, no vale Michael Jackson). Después nos hemos puesto a hablar de artes marciales, que es un tema recurrente que tenemos, y hemos hecho una comparativa, tras la que ha tenido lugar este diálogo que transcribo como parte de mi plan de refundar el platonismo, pero con Que Sí en el lugar de Sócrates y con garrafón madrileño en vez de cicuta.

–La verdad es que se han inventado un montón de formas de sacudirse.

–Que si el tai muai…

–Que si el kung fu…

–Que si el kick boxing…

–O el tai boxing…

–Que si el karate…

–Que si la capoeira…

–Parece que estamos en el Un Dos Tres.

–Y todos divertidos de ver.

–Todos menos el judo.

–El judo es una mierda.

–Y el tai chi, otra.

–Nunca he visto una peli donde se peguen dos haciendo tai chi.

–Imagínatelos ahí, moviéndose superdespacito… wooooshhh… ay que me daaa… que me daaa… que me va a dar si no me quito en dos minutooos…

–…Tengo que apartarme despacitooo… ¿me dará tiempooo?...

–Sería un coñazo.

–…

–…

–Bueno, bien mirado sería como las peleas de Matrix.

–Coño, es verdad.

–Pero sin digital.

–Pues mola el tai chi.

–Pues sí.

1.7.09

Con una baraja se pueden hacer muchas cosas, desde castillos de naipes hasta echar el rato mientras se aprueba una carrera, pero su destino principal es servir para articular juegos obviamente llamados de cartas. Aún así hay formas y formas de utilizarlas, y no todas son siquiera equiparables sólo por usar la misma herramienta. Por ejemplo, no es lo mismo hacer un solitario que un truco de magia con cartas.

Con la literatura, pienso, pasa algo parecido (y según lo pienso me enredo a pensar que en la metáfora las palabras serían cartas y patatín patatán, pero no sé si habrá alguna conclusión útil que no sea una falacia al final de esa metáfora, así que me limito a proponerla). Hay cosas que uno lee como quien, aburrido, sin wifi, sin teléfono, sin televisión y sin nada que hacer se echa un solitario (y pienso en Dan Brown, en el Código Da Vinci, en Los Pilares de la Tierra, que no me los he leído, pero tengo mi derecho al prejuicio), y cosas que uno lee que entran en el imperio de lo mágico. Por ejemplo este principio de libro de relatos:

“En un tren de madera siempre puedes encontrarte con un soldado alemán, y puedes tener que saltar sobre la nieve si has olvidado tu pasaporte. Entonces te hallarías en medio de una Europa en guerra, con el tobillo torcido perdido en un bosque de niebla. Por eso ahora no los hacen así. No sería cómodo para los viajeros.”

Cada vez que lo releo me dan ganas de aplaudir, y me sorprendo pensando ¿pero eso es posible?, no ya sorprendido sino todavía maravillado. Es glorioso que se pueda. Ese inmenso poder de la literatura de rendirle a uno, de hacerle asentir al hecho de que, efectivamente, en los trenes de madera siempre puede uno encontrarse con un soldado alemán: es natural a ellos. Aunque antes del libro uno fuera tan bobo como para pensar que tal cosa es absurda.

El libro lo tengo gracias a la Muchacha, que es perversa y que, sospecho, era quien quería el libro en principio. Su truco para conseguirlo también es digno del aplauso al truco de magia: el lunes por la tarde me propuso que, de camino a casa de una(s) amiga(s) suya(s) con la(s) que había quedado, nos pasásemos por Tres Rosas Amarillas. Vale, dije yo. Llegamos y entró. Yo que estaba con Canita fuera no pretendía entrar, o al menos no entrar todo el rato que la Muchacha puede requerir para inspeccionar una librería de 20 metros cuadrados (que puede ser entre media hora y quince días), pero ella me llamó, y me preguntó ¿has leído a Carlos Castán? Yo, claro, dije que no. Y ella cogió Frío de vivir (y yo me dije “uy uy uy, ese títulooo”), lo abrió y me leyó el párrafo que copio.

Yo, envenenado, no tuve más remedio que comprarme el libro, y ahora, claro, ella lo tiene.

La acusé de lianta, de empujarme a hacerle la compra. Ella ponía cara de buena y lo negaba, mirando las nubes. A mí me da igual que la magia sea intencionada o inconsciente. Bastante tengo con aplaudir maravillado cuando la siento. Qué bonitos, los trucos de la Muchacha, y que bonitos los trucos de la palabra.

Con la tecnología de Blogger.

Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.