29.5.09

¿qué tal me va?

Como hoy es un día con un intervalo de intrascendencia considerable, que va desde su comienzo hasta las 20:30, cuando comienza La Presentación (en la que quizá sí que haya representación institucional a cargo del Vinagre, ji ji, después de todo), me voy a dedicar a hacer un post utilísimo (para mí). Y conste que lo de intrascendencia lo digo no porque sea mucha, sino porque es poca: la mayoría de mis días suelen tener intervalos de intrascendencia de muchas más horas, entre la secta y el transporte público y patatín patatán.

El caso es que hace poco alguien a quien no veía hace siglos me encontró por estos tortuosos caminos de la Interné, me reconoció de hace siglos, literalmente, y me preguntó eso de ¿qué tal te va?

Es una pregunta que quieras que no tiene su miga, sobre todo si en la respuesta tienes que resumir 15 años de vida, sobre todo si no tienes claro cuánto tiempo pretende dedicarte esa persona, o cuán larga es su santa paciencia. Así que para poder abreviar, y por ser fiel al egocentrismo que supone la esencia más pestilentemente dulce de los blogs, voy a responderla aquí en diferentes versiones:

PREGUNTA POR CORTESÍA ALGUIEN A QUIEN CONOCÍ HACE MIL AÑOS: ¿Y qué tal te va?

RESPUESTA: Bien, bien, ¿y tú qué tal?

 

PREGUNTA POR CORTESÍA ALGUIEN A QUIEN CONOCÍ HACE MIL AÑOS, CON INTERÉS PERO SIN TIEMPO: ¿Y qué tal te va?

RESPUESTA: Bien, bien. Aquí ando. Hice una carrera, pensé "pfff" y me metí a Matemáticas, me la saqué a pesar del golferío de la Autónoma, luego perdí un poco más el tiempo, y ahora trabajo en una secta satánica, hago fotillos y escribo cuentos de hamor y westerns, por pasar el rato y como excusa para emborracharme como un intelectual. ¿Y tú qué tal?

 

PREGUNTA POR CORTESÍA ALGUIEN A QUIEN CONOCÍ HACE MIL AÑOS, CON INTERÉS Y CON TIEMPO: ¿Y qué tal te va?

RESPUESTA: Pues bien; este año me han seleccionado una foto para una exposición de PHotoEspaña, he publicado en cuentito en una revista en Brasil, salgo con una Muchacha adorable que, por cierto, presenta hoy su primer librito de poemas, me he convertido en todo un experto en el Death Metal Melódico Progresivo Sueco de Gotheburg, y todo lo demás lo escribí en este cuento,

 

Madrid, 1975-2008.

 

 

"…Tú sonríes con plomo en las entrañas."

(Antonio Machado)

 

"Maldita ciudad, no es tu mejor momento

y aún estás hermosa."

(Ismael Serrano)

 

 

1− nombre de ciudad grabado en un trozo de plástico, en tu cartera. 2− donde abrir los ojos, y llorar, y empezar a vivir. 3− un lugar donde casi matar a tu madre, donde tenerla postrada en una cama durante meses. 4− una primera nochevieja. La madre contigo en brazos. El padre dormido en el sillón, arropado con su cazadora. Empieza 1976. 5− durante años, un lugar mítico en el norte, barroco en su complejidad de tráfico feroz, de edificios labrados y erizados de esculturas, moles grises de ladrillo y afiladas verjas metálicas. Hierro negro, piedra gris, arcoíris aceitosos en los charcos. El cielo, una herida abierta azul o su costra, gris de nubes que sangran al atardecer. 6− destino excitante para un niño. Autobuses rojos que abordas de la mano de tu madre, con instrucciones para mentir sobre tu edad y así no pagar billete. El cordel del que se tiraba para que sonase una campanita, cuando uno quería bajarse, al que tu no podías llegar. 7− los primeros cines, las primeras luces, Cortilandia, la masa de gente, mendigos, dependientas vestidas de azul, semáforos. Arriba estatuas, columnas, frisos, cornisas, las gárgolas que vigilan el puzle de nubes rotas. 8− las escaleras mecánicas. Su traqueteo, el plegado final, la magia del eterno retorno. El asombro por esa abuela que no podía, no sabía y no quería montar en ellas. 9− el metro. Viajar en vagones bamboleantes y escandalosos con la cara pegada a la ventana, espiando el túnel negro de hollín y oscuridad, el súbito latigazo del convoy en dirección contraria. Pensar que cuando crecieses pasarías días y días recorriéndolo. 10− acordarte todavía de eso, cada vez que ves a un niño con la cara pegada a la ventana, tragándose la oscuridad. La estación fantasma de la Línea 1. 11− ir con tu padre a su trabajo en días tranquilos de verano, la ciudad desierta y un calor de horno. Bares que sirven bocadillos de jabalí al amanecer, olor a café y a tabaco. El contraste entre un sótano con cámara acorazada reconvertida en oficina de ordenadores primigenios y las escaleras de madera gastada que crujían como navíos. Tras ellas, pasillos desvencijados y teléfonos rotos. La risa del padre, que sonaba tan extraña fuera de casa. Bolígrafos de regalo y zumbido de fluorescentes. 12− escenario de miedo, de golpe de estado. "Todo el mundo al suelo". 13− tu padre fumando al cobijo de un portal cercano, viendo a los guardias civiles desertar escapando por las ventanas; él espera, trabaja allí. Tu padre, por fin, cerrando los micrófonos de la radio por los que todos escucharon, cuando aquello terminó. 14− los cines en familia, para navidad o para los cumpleaños. 15− la película más mítica, Willow: nieve, espadas, bichos y aquella música, ¿qué más se puede pedir? 16− la primera, tal vez, Bambi, con los vecinos de Leganés. Quieres recordar que no te gustó demasiado. 17− la última, tal vez Sin Perdón. Tu padre y tú con los ojos brillantes, tu madre resignada. 18− siempre la tradición, el paseo. Tu padre enseñándonos atajos, negros callejones por los que a ti, de su mano, no te daba miedo cruzar. El chocolate con churros. El ruido de las tragaperras. Palillos, servilletas, serrín. Vaho en las ventanas, luces sobre los coches acribillados de escarcha. 19− la aureola sucia y amarillenta de la contaminación. 20− ir de compras con tu madre. Telas inmensas, colores y más colores, largas y desgastadas varas de medir. El Corte Inglés, su café y tu croissant. 21− tú contándole lo que lees: Los Cinco, 2001: Odisea en el Espacio, La señora Frysby y las ratas de Nimh. 22− años de zanjas y obras y asfaltados y ensanches y ampliaciones y túneles y siempre humo 23− la ciudad inexistente, aérea, invisible desde los túneles en la roca. El camino a la universidad. El amanecer devorado por la boca del metro de Opañel. 24− el marco perezoso y proscrito de las peyas. Los recreativos, con aquella máquina de tiros y su cacofonía digital. Las cafeterías. Las cañas. Los parques. Leer al sol de marzo. La iluminación maquiavélica de los Sex Shops. El cine, los fines de semana. Los paseos. La calle Preciados y el ansia psicópata cada Navidad. Las tiendas de discos, ya todas cerradas, y las tiendas de comics, aún todas abiertas. 25− primero un día con la fecha ya gastada, un lugar para que le rompan a uno el corazón. Luego mil más como ese. Rincones por los que desperdigar los trozos, a patadas. Esquinas en las que vomitar, charcos que pisar, bancos en los que esquivar borrachos y yonquis y sentarse a esperar a que la pena te mate. 26− más de lo mismo, la marquesina del Cine Callao, un día de lluvia. Tan dramático; tres pasos al frente y calarse hasta los huesos; qué pena que ella no te viera. 27− más de lo mismo, un bar, aquella mujer que bebía más que tú. 28− más de lo mismo, una parada de tren, "que sí, que volveré"; ya, claro. 29− más de lo mismo, por calles y plazas. 30− el pasatiempo de dibujar figuras uniendo esos puntos con el dedo, sobre el plano del metro. 31− el ruido del tráfico al salir de ver Bringing Out the Dead de Scorsese, fundiéndose con el ruido de Nueva York a tus espaldas. El ruido del metro aquella noche. El ruido de la ciudad, intérprete y compositora. 32− el aeropuerto y la gente de lejos. Los fines de semana de guía turístico. Redescubrir los bares, cruzar todos los semáforos en rojo: es tradición. 33− una huelga de bomberos. Ellos de uniforme, cargando estacas. Los policías encogidos y mirándolos con recelo. 34− hogueras en la Puerta del Sol. Uno de los bomberos firme, impasible, vista perdida y manos a la espalda. Las llamas arremolinándose a su alrededor con cada golpe del viento. 35− un rastro de sangre en la Gran Vía, girando por un callejón. Las zonas desiertas, los ecos de toses, el ruido de pies al arrastrarse y el rumor remoto del tráfico. El desierto urbano. 36− todos y cada uno de los bares que ya están cerrados. Sus camareras. Las bebidas inefables. Los escotes de sus camareras. Las fantasías. 37− una fiesta de Halloween y dos amigas, una de Eduardo Manostijeras. La otra, de colegiala inolvidable. 38− conciertos al azar, máscaras de lucha libre mexicana, mujeres con tupé, whisky y Guinness, grupos suecos, camisetas extrañas, distorsión, oídos pitando, calambres en las piernas y sudor en el pelo. 39− el repiqueteo de la lluvia en las marquesinas de chapa de la estación de Chamartín. Nieve colándose por las troneras de la Estación de Atocha. La Gran Vía empapada, reflejando un paraguas violeta. 40− cine en versión original. Fundar rutinas en los bares. Dormir en el césped de Plaza de España una, dos, tres veces. Aventuras con fecha de caducidad inmediata. 41− las manifestaciones, la calle tomada, un gobierno estúpido ignorándoos a todos. Otra guerra en Irak. Un viejo comunista agita una bandera raída y llora de emoción ante tanto joven marchando. Luego por un tiempo, nada. 42− una llamada de teléfono, "¿estás bien? ¿estás en casa?". La televisión y el alma a los pies. La incredulidad. Trenes destripados en sus raíles, tus trenes de cada día llenos de muertos. 43− buscar a los amigos, entre líneas saturadas. 44− buscar a los conocidos, insistir e insistir. 45− buscar a los conocidos de los amigos, internet. 46− actualizar, seguir buscando. Volver a actualizar. F5, F5, F5. 47− en la primera lista de fallecidos, el nombre que faltaba. 48− ha sido ETA. 49− no ha sido ETA. 50− maremoto de prensa, sí, no, sí, no, sí, no. La desconfianza. Leer periódicos extranjeros para poder entender algo. 51− otra manifestación, bajo lluvia y un cielo de luto. Gente ajena y desafiante, cierto ánimo de revancha. Banderas de España con un toro en medio. Absurda y  extraña como una manifestación de la Selección Española. 52− el orgullo herido. La furgoneta, la cinta, la reivindicación, los portavoces de prensa que no consiguen convencer. Escuchar que hay cuatrocientos manifestantes en la Calle Génova el sábado frente a un mar de antidisturbios, e ir para que sean al menos cuatrocientos uno. 53− y encontrar la calle ya abarrotada. El ruido de las llaves. El silencio. La policía mirándoos con ojos de lo siento. Pero también antidisturbios y rumores de cargas. Veteranos de mil manifestaciones calmándoos desde lo alto de una marquesina: Imposible, muy mal sitio, no hay salidas, sería una masacre, montoneras, pisotones y no pueden, sin calles para corrernos no pueden. En la radio políticos desquiciados hablando de violencia. Sentaros en el suelo con las manos alzadas y en silencio: así erais de violentos. Enamorarse, ahí, idiota perdido; así fue después. 54− pasar por Atocha la tarde de las elecciones, camino del cine. Velas rojas, flores en los andenes desiertos, los daños, gente llorando, un silencio de catedral. No poder entrar al cine, caminar sin rumbo hasta no poder más. 55− el recuento de votos. Un odio atroz, un dolor atroz. Pensar, qué sabes tú, que alguien iría a la cárcel. 56− lluvia, y siempre invierno todavía. Nadie fue a la cárcel. 57− un ex-presidente mintiendo desde parapeto de su soberbia. Los padres heridos y vosotros a un lado, los niños pijos que en su vida cogieron un tren al otro. Manos pintadas de rojo retenidas por la policía. Una señora llorosa y fortísima, que luego se hizo famosa. Les cantó las cuarenta, nos conmovimos todos, y se la olvidó 58− noviazgos clandestinos. Tortillas de patatas hechas en tiempo record. Andenes de tren, paradas de autobús, la salida de metro de Ópera. Helados. Césped. El olor a tierra mojada en el Retiro. 59− luchar contra pasados ajenos, y perder. 60− huir de la ciudad, aborrecerla. Volver y descubrirte echándola siempre de menos. 61− atardeceres épicos, puestas de sol fastuosas, amaneceres inexistentes, y no cansarse nunca ni dormir jamás. 62− locales clandestinos, copas a quince euros, borracheras tremendas. 63− la ciudad como laberinto. La ciudad como cielo en la tierra, en una calle, e infierno en la tierra, en cualquier rotonda. La ciudad como forma de autorretrato. Bares a los que no se puede volver. Bares a los que no se puede pero se vuelve igual. 64− la ciudad como rutina, como medicina, como terapia. Más cines, y tantas copas. Salas abarrotadas. Falsas alarmas de Ley Antitabaco. Trabajar aquí. Trabajar allí. 65− la salud mental: depresiones, síndromes bipolares, ansiedades, astenias, hastíos, intentos de suicidio. Pastillas de  colores, alcohol de marca, drogas de toda clase. Manejarlo todo como quien pone o quita canciones. Gente hablando sola por las calles, a gritos. 66− la mudanza, con su etapa buena, su caída, su desplome y su encierro. 67− la ciudad como personaje de ficción. La ciudad como sujeto a retratar. La ciudad como gato jugando con sus presas. La ciudad como amante celosa e insatisfecha. Cientos de fotos y miles de palabras. 68− la ciudad como complemento circunstancial de todo. 69− la invitación a escribir, el colapso doméstico. Las enfermedades respiratorias. 70− un taller literario y volver a esto; teclear sin sueños ni ilusiones, por puro vicio: Por qué no. 71− lo que no se dice 72− y lo que sí. Palabras borrachas rebotando en la ionosfera, viajando de tu noche de sábado a cierta mañana de domingo. 73− la Buena. La tetería de después. La gente que tiene que madrugar, y la que no. Una muchacha, que te sonríe. 74− el reportaje de chirigotas, plan un tanto extraño. 75− un sofá, en la pantalla un motorista desquiciado, música atroz. Una ventana loca. 76− pues tú te vas, dices, y primer beso, y bueno; te quedas. 77− Y todo el presente, de horizonte a horizonte. 78− y  el viento a favor.

 

PREGUNTA ALGUIEN A QUIEN CONOCÍ HACE MIL AÑOS Y QUE NO SABE QUE ME CAE MAL: ¿Y qué tal te va?

RESPUESTA: Psé.

 

Que cada cual se apunte a la que merezca, cuando preguntándome qué tal, yo les remita a este post.

28.5.09

y el Barça venció al fascismo

Titulo así mi crónica futbolera más que nada porque así prometí llamarla, aunque a puntito he estado de faltar a mi palabra y de llamarla Catalonia Is Not Spain. Pero tanto monta monta tanto, las dos hablan de lo mismo.

Ayer fui a ver al Barça vapulear al Manchester (y no digo esto a posteriori: cuando salí de Palacio a las 19:14, iba con ese propósito) inmerso en un aura de lo más surrealista. Tanto como para verme procediendo a mantener una entrevista de trabajo con un ingeniero eléctrico de Rumanía en plena Calle San Bernardo. Lo más absurdo de todo era que, encima, yo era el entrevistador, y que aquel tipo me ofrecía su trabajo. Decliné la oferta porque ni mis necesidades requieren de ingenieros eléctricos ni mi sueldo me permitiría pagar uno. Y nos plantamos en el bar, pronto y con tiempo, porque luego se llena aquello siempre. Y se llenó. Entre quienes más lo llenaban había un grupo de escandalosos fans del Madrid, mi equipo, que se dedicaron, desde bien pronto, de dejar claro que si estaban allí para algo era para vociferar en contra del Barça (cosa que me parecería bien, porque es un bar) y de quienes estaban allí para verlo ilusionados porque es su equipo (cosa que me pareció fatal). Los gritos, aderezados por cortes de manga y dedos índices alzados al techo, eran una amalgama de racismo, desprecio al público del bar e insistentes comentarios sobre la sodomía que a mí me dejaban siempre pensando que qué curiosa fijación y que qué diría del subconsciente de sus perpetradores.

Así pasó que el trance del partido fue para mí más dulce de lo que esperaba (que ya era bastante, porque a mí, ya sabes, me gusta más el fútbol que mi equipo, y si el que juega bien es otro y si ese otro gana, pues me alegro), porque ver cómo les dolía primero el primer gol, luego los rondos de los jugadores del Barcelona y finalmente el cabezazo de Messi (ese dibujo manga, como se lo llamó ayer) valía lo suyo.

Así que allí estaban ellos, con cara de odio, gruñendo y rebullendo. Y yo miraba sus orondos cogotes y me decía ¿y esta gentuza es de mi equipo? ¿Y estos personajes forman parte de aquello de lo que yo digo formarme parte, aunque sea la parte tenue y discontinua del mero simpatizante? Evidentemente sí. Y hasta se me pasó por la cabeza mandar a la mierda al Madrid y a sus hooligans cafres y hacerme, qué sé yo, de cualquier otro equipo.

Pero no era tiempo de meditar cambios de colores, me dije, así que me dediqué a ver el partido y a disfrutar cuando, poco después del cabezazo de Messi, se fueron de allí (con un rabioso “que os follen” al que una pizpireta asistente respondió “¡gracias!”), probablemente por no aguantar a quienes les habían soportado cuando el partido terminase. Y fue irse aquel grupúsculo fascista y surgir aquella frase de que el Barça ganaría la Copa de Europa, sí, pero que también, aquella noche, había vencido al fascismo.

Y viendo que aquello era bueno, nos regocijamos, como Dios cuando jugaba al Quimicefa en sus primeros días de prácticas.

Como una de las asistentes había prometido, presa de los nervios pre-partido, que si ganaban nos invitaba a una ronda, nos quedamos un rato más, lo justo para ver al Barça celebrando y a sus fans, contentísimos. Entre ellos, una cámara mostró lo que sospecho que otro montón de cámaras habían pasado el partido esquivando: un cartel que decía “Catalonia Is Not Spain”.

Y poco después me fui de allí pensando que idiotas los hay en todas partes, que ya son ganas de sacar opiniones políticas fuera de su contexto, que cómo puede usarse para ese argumento estúpido (digo estúpido como sinónimo de nacionalista) un partido en el que jugadores manchegos, cameruneses y franceses, entre otros, juegan bajo la mirada de nuestro coloradote monarca y del presidente del gobierno. Pero en seguida me llegó mi lado matemático-literal y dijo que en rigor no había nada que objetarle al cartel salvo la queja cansada que debe dedicarse a aquel que señala lo que es obvio, porque está claro que Cataluña no es España, de la misma manera en que una rodaja de tomate no es una ensalada ni una bujía un coche. Y me dio la risa, y me fui a casa de la Muchacha a contárselo. No me dejó porque estaba concentradísima viendo Operación Triunfo, pero no entro en detalles, no vaya a ser que le ensucie el aura poética que esta semana tiene que tener relucientísima, claro.

26.5.09

allá voy, Clint

Hay que reconocerle a mi vida que a la hora de redactar guiones se maneja con mejores maneras y más maña que George Lucas. Nadie en su sano juicio puede creerse que Anakin Skywalker estuviese en una escena diciendo “¡que soy un tipo majo! ¡vida el reverso luminoso!” y a la siguiente actuando como si los niños jedi fuese chopped a rodajear, tchac tchac tchac y ¿quién quiere un sándwich?

Es una pregunta retórica: que nadie se haga ilusiones.

A lo que iba: mi vida no, mi vida se toma su tiempo, lo que a veces hace un poco complicado seguirle la trama a aquellos que, como yo, somos de atención sumamente deficitaria. Aunque de tanto ver Lost (mencionarlo a falta de ocho meses de la temporada final no puede ser nada bueno para el mono, en fin) uno va cogiendo costumbre.

Total, que ayer por la mañana me descubrí muerto de sueño y haciéndome un lío terrible con el cinturón, de pronto rebelde e indómito. Resultó que, despistado hasta de mi despiste, intentaba ponérmelo al revés, como en su día ya me puse la corbata.

Así que ahora vivo aterrado, sabiendo que no queda otra, que la vida me va empujando a confundirme de lado con mano firme y a un ritmo lento pero evidente. Así que ahora me voy a la cama resignado, sabiendo que un buen día en lugar de levantarme por el lado que me tengo que levantar, me voy a pegar un costalazo descomunal con el poster de Clint Eastwood de la pared.

25.5.09

parto feliz


La primera criaturita que viene a adornarnos la felicidad a la Muchacha y a mí no berrea ni se mea encima: tiene páginas, y pastas duras, por razones relacionadas con el vinagre que no me deja detallar el dedo índice que amenaza mis espaldas mientras reescribo esta frase por quinta vez.

Hablo, y conste esto como salida del armario, del primer libro de poemas de la Muchacha, Veinte años sin lápices nuevos, que presenta en Madrid el viernes. Y por tal motivo, en parte, y sobre todo por la sospecha paranoica de confirmar si me lo he leído, me ha pedido que le haga aquí una reseña, un comentario.

Como para cenar ha hecho una ensalada estupenda y un pastel de atún, accedo gustoso y salivante, para descubrir ansioso que en realidad no puedo decir gran cosa. Y no puedo porque yo siempre me he considerado un bicho rural e inculto, y la poesía siempre ha sido para mí no una asignatura pendiente, sino ese estante de la cocina de la infancia en el que se esconde el chocolate, es decir el paraíso, y al que uno no llega por más que se suba a las sillas y se estire gatuno y kamikaze.

Digo muchas veces, cuando hablo de sus versos a sus espaldas, que yo no los entiendo. Lo hago porque así me disfrazo de malote tonto, para que no se me vea el traje de verdad (que no es de malote, pero si de tonto). Y me callo que me da igual que no se me entienda, que (atención que viene curva hacia cosa familiar, para poder explicarme) es como las atmósferas que se consigue escuchando a Kinski; es un no saber cómo con cuatro, cinco, seis notas y su eco (con las palabras de sus versos) uno no ve, pero siente.

Así que no sé qué diablos puedo yo decir de un libro que no puedo leer excepto como un gato ve la tele por primera vez, cuando aún es pequeño y no sabe que es inofensiva y absurda. Siento la magia, veo los fuegos artificiales, con los ojos como platos, y sólo sé decir y sólo puedo decir una cosa:

¡Uoooh!

Así que invitados estáis a ir a llenar el bar de la presentación, que es tiempo de crisis, son buena gente y está bien vaciar las bodegas de los bares simpáticos en estos tiempos tan de páginas sepia de periódico. Además, es probable que durante El Acto hasta se escuche un trocito de canción de los Kinski. Con las fotos de un plasta de fondo, sí, pero eh, que son los Kinski.

22.5.09

desvirgándome una foto

Creo que ya hice un día, de pasada, un comentario sobre PHotoEspaña, que este año hacía un concursito por su web, con el tema Madrid y el Agua. No dije gran cosa por dos razones, la primera que eso de que vayan las tropecientas personas que leen el blog de uno a votarle la foto me parece una chiquillada (y aparte porque el concurso de popularidad era sólo eso, porque hay un jurado que opina sobre las fotos), y la segunda porque en cualquier caso tampoco me leéis tropecientas personas, las cosas como son.

El caso es que el concurso se fallaba así y los premios de ganar pasta los han ganado tres fotos nefastas, y conste que no lo digo comparándolas con las mías, sino con otras que había que eran estupendas. Aunque la verdad es que lo que más había era en su mayoría atroz. Había ochocientas fotos de patos (en todas ellas llamándolos “anades”, que digo yo que si sonará mal decir pato), otras ochocientas de barquitas en El Retiro, y otras ochocientas de El Día Que Nevó, donde la gente le hacía fotos a cualquier cosa que tuviese nieve, dijese eso algo o fuese una tontería. Y luego, en fin, la foto de rigor que los padres les hacían a los hijos haciendo el canelo en la piscina y esas otras fotos donde la cámara sobreimpone la fecha en unos horribles numeritos rojos, que yo no sé en qué piensa la gente.

A pesar de todo el balance del concurso había sido, pensé yo y en mi opinión y en lo que a mí me incumbe, positivo, porque cuando uno le ve fallos a tantas fotos es porque algo va sabiendo, y eso es bueno.

En cualquier caso acaban de llamarme para decirme que una de las tres fotos que mandé me la cogen para la exposición de este año en la Fundación Canal, con lo que por primera vez se va a exponer una foto mía, así que adiós, virgo fotográfico. Ya puedo decir que soy un fotógrafo que ha expuesto y tirarme el pisto diciendo que eh, yo publiqué ésta foto en PHotoEspaña’09.

Definitivamente tengo que comprarme unas gafas de pasta, aunque las lleve sin lentes, como los monologistas de La Sexta.

20.5.09

garra y carne

…somos Satán y yo, ahora mismito, y por eso no actualizo esto desde el lunes. ¡Con lo que yo era!, ese tipo que se pasaba el día perreando delante del ordenador, leyendo blogs, memorizando artículos de la Wikipedia y contándole a compañeros de secta elegidos al azar que otros compañeros de secta también elegidos al azar iban rajando sobre ellos a sus espaldas.

Ah, los tiempos dorados, en los que yo me iba de vacaciones y todo lo más que me decía mi superior era “pues vale, pásalo bien”, y volvía y sólo me decía “¿ah, ya has vuelto?, pues qué bien, ¿y qué tal?”

Ah, los tiempos que se fueron. Cuando me fui, como los tiempos esos pero más tarde, hubo sudores fríos, gritos y carreras de gente vociferante por los pasillos. El tufillo del pánico y de la tarea irresoluble que se queda sin que el pringado de turno, léase yo, pueda engranar los engranajes de la máquina granate de pervertir almas. Y cuando volví, el lunes, hubo abrazos, que los hubo, pero no creas que fueron para nada que no fuese arrastrarme de acá para allá y decirme de tres cosas distintas, tres superiores distintos, que debían ser mis prioridades absolutas.

A mí todo eso me confunde, pero me quedan dos cosas claras. La primer: mis jefes deberían hablar entre ellos, porque yo, aunque negrísima, sólo tengo un alma y dos manitas, en fin. La segun: definitivamente tienen que subirme el sueldo.

Por lo demás, todo bien, gracias.

Mi legendaria coloradez esta de ponerme al sol ya no tiene un tono radiactivo ni brilla en la oscuridad. Ahora, si nadie me la mira cuando fumo o cuando bebo, hasta parece saludable. Así que voy por las calles y por el metro buscando a la persona más pálida que veo y me planto a su lado, para dar contraste, para suscitar envidias. Y luego le miro, sonrío perro y hago así con las cejas: boing, boing, boing.

Yo no entiendo cómo nadie me ha cruzado la cara todavía. Santa paciencia que tiene la gente.

18.5.09

las vacaciones: Jaime era encantador

Al principio teníamos un poco de miedo de irnos de vacaciones con él, porque sabíamos (la experiencia es la suma de muchos desengaños y de muchas decepciones) que la gente puede ser muy distinta en la convivencia diaria que en los encuentros habituales, que en su caso siempre habían sido las charlas ocasionales, los encuentros casuales, las risas sobre las cervezas y alguna que otra noche de copas y de fiesta. Pero nos equivocamos y resultó ser un tipo encantador, divertido, ávido de ser útil, alegre y magnético. Quizá por eso o quizá por ser el de mayor edad todos le asumimos en una unanimidad silenciosa como el líder de nuestra expedición a la costa, y buscábamos desesperados su complicidad, su aprobación y su sonrisa. Todos competíamos por ser quienes más fuerte reíamos sus ocurrencias, por ser los primeros en enrolarnos en sus planes, en subscribir fanáticos su opinión en cualquiera de los numerosos debates con los que engañábamos el calor de después de comer. Por eso no fue tan raro que, en la tarde del penúltimo día en Cádiz, todos nos mirásemos sorprendidos cuando jugando en el mar uno de nosotros se descubrió al fin superior a él en algo, sosteniéndolo bajo el agua con la ayuda del oleaje y sus brazos temblorosos. Y en silencio nos acercamos todos, y lo sostuvimos contra el fondo arenoso de aquel mar poco profundo hasta que dejó de patalear y vomitar burbujas de alarido desesperado. Y después nos fuimos a tomarnos una cerveza, hablando, riendo y caminando todos a la vez.

10.5.09

recita el poeta gaditano, al otro lado de la mesa


Y yo aquí escribiendo en una mesita del Flaherty's, el pub irlandés que la Muchacha ha convertido en su oficina costera, por eso de la wifi.

La semana pasada, cuando yo estaba en la secta, invocación va, blasfemia viene, y ella aquí, jugando al Word Challenge del Facebook. El primer día contaba que era un irlandés raro, con cocinero chino y venerable gaditano bajito de camarero (contaba también que al llegar, cara coloradota por el sol y pelo rubio, la tomaron por guiri). El segundo, que el sexagenario gaditano le daba conversación, y que era muy gracioso, diciéndole cosas como "qué hase aquí, niña, t'ol día con el ordenador", y ella le decía que rigores de internet, y él "ay, interné interné". Y el tercero que le llegó, le pidió prestado un cigarrillo y luego, mirando el portátil, le dijo "pues estoy yo pensando comprarme uno, para pasar a limpio mis poemitas": Satán los cría y los bares los juntan, a los poetas.

Así que estamos invitados a un recital de poesía gaditana el viernes, je.

Por otra parte, el viernes por la noche conocimos a dos de los personajes más literales, visto lo visto, que puede dar la blogosfera esa de marrás: Martin y La Luisita, de la bitácora de cuadraditos. Así que llegué yo en el AVE, un poco avergonzado por haberme puesto a lloriquear como una madalena viendo la peli que nos pusieron, Definetively Maybe, y un poco enrarecido por esa autoobservación que tiene uno cuando piensa cosas como "y si voy en un tren que va a ras de suelo de Madrid a Málaga a 300 km/h, ¿cuántos mosquitos tienen que quedar estampados en el parabrisas del tren, viendo la tendencia de los bichos?", y luego al pararse el tren va a mirar la capa de bichos muertos que empaña de prosa el poético perfil de pato feo del morro del tren (un centímetro de espesor de bichillos espanzurraos, tenía aquello). Y ahí esperábamos sin saber cómo sería Martin, no muy tranquilos por lo que había dicho él cuando le preguntó la Muchacha cómo nos reconocería. "Buscaré a una rubia guapa y a un tío alto con perilla", había respondido el pobre, tremendo halago, porque está bien saber que uno, escribiendo, da la impresión de más estatura que la que tiene, pero en fin, barba, y bajito. Aún así fue vernos y sonreír todos y decir "pa mí que va a ser ese", y al rato estábamos todos en el coche de Martín, con La Luisita insultándome diciendo que a mí seguro que me gustaba Estopa y negando cualquier parecido con el personaje que habita la bitácora cuadraditeada y resultando, al hacerlo, clavadita a su alter-ego literarioblogués.

Un tema recurrente de la velada, que cito por ignorar el tema de qué cenamos, que quiero mantener mi reputación, fue ¿y cómo se le ocurre a dos personas cuerdas quedar con dos personas que sólo conoce de leídas. ¿Qué nos hacía pensar que no seríamos psicópatas? Nada, en realidad. Pero la paranoia siempre nos hace ser un poco tontos y así fue en parte un cierto alivio cuando ya yéndonos él nos dijo...

-Vamos a pasar por la Avenida de Andalucía...

Y ella apostilló:

-Y allí es donde os vamos a matar.

Logramos huir en un descuido simpático, mientras afilaban el hacha de destrazar y los cuchillos de despellejar, y nos alejamos pisando el acelerador a fondo y diciendo adiós con la manita, pensando que qué gente más maja, salvo por el arranque psicótico final.

Queda pendiente que vengan ellos a Madrid, cosa que a ellos les apetece un montón, especialmente a La Luisita, que se muere por ver el congreso ("con Ana Blanco ahí dando el telediario, fíjate", decía). Hemos hablado la Muchacha y yo y ya sabemos a qué restaurantes los llevaremos, en qué bares los emborracharemos y en qué parque solitario esconderemos sus cadáveres.

7.5.09

a la playa mañana

Qué titular más pleno de aes.

Por fin he encontrado la forma de mantener a raya a Que No cada vez que abre la boca para decirme algo del Madrid.

–¿Sabes que he leído en el Marca que…? –comenzaba a decir estos días, por ejemplo, sonriendo con malignidad mal contenida.

–El viernes me voy a la playa –le interrumpía yo. Y se iba, echando fuego por los ojos y rechinando los dientes.

Así que tendría que añadir a mi lista cosas como cremita de protección solar, chanclas y bañador, por cierto.

Mientras dejo que se pasen las horas. No es tan productivo como invertirlas en cumplir puntos de mi lista del martes, pero cunde bastante. Incidentalmente, hasta trabajo, a ratos bastante.

Y hablo con los compañeros de secta, que son siempre un filón, cuando no les da por hablar de los jaleos de Lidia Bosch, Bosh o como diablos se escriba.

Hoy, Que Sí me hablaba de sus tiempos de borrachín. Luego ha pasado al sosegado presente. Me cuenta que este fin de semana fue a un bar y mantuvo este diálogo con el camarero.

–Un ron con cocacola.

–Son ocho euros.

–¿Y a cuánto salen los chupitos?

–A un euro.

–Pues ocho chupitos.

Me cae bien, porque a mí la gente que bebe me cae bien y me recuerda a Bryce Echenique, de quien ya he hablado por aquí alguna que otra vez. Aunque me sigue pareciendo un enfermo desde el día en que, avergonzado, me contó que jamás ha visto una peli porno. Como si no hubiese tenido adolescencia, vaya.

6.5.09

qué culpa tendrá la máquina

Voy tachando cosas de mi lista:

·         Jugar mucho al Niforespí.

·         Quedar para ir a la casa del libro o similar.

·         Quedar para tomar cafés (aunque al final fueron cervezas, pero la indulgencia bien entendida empieza por uno mismo).

·         Comprarme alguna peli para poder cumplir el segundo punto de esta lista.

Y hay alguna más que voy a poder tachar esta misma tarde:

·         Hacer una foto.

·         Ir a una exposición pictórica (mañana, a partir de las nueve o así, en el Café Manuela, por cierto, por si a algún aficionado al arte underground le diese por leerme, que no creo pero en fin).

Y la verdad es que todo lo tachado me lo quité de encima ayer en un rato. Fuimos una amiga y yo a la Casa del Libro, donde aprendimos que quejarse sirve, y que los empleados que tienen allí no son de este mundo. Cuando llegué mi amiga estaba buscando libros de Simone de Beauvoir. ¿¡Y por qué!?, pregunté yo, ¡si esa tía es insoportable!, y luego no escuché su respuesta porque me dediqué a mirar a mi amiga y responderme solito: “dios las cría…”

Cuando volví a prestarle atención gruñía y blasfemaba hablando de la última desordenación de libros que han hecho, que lo ha vuelto todo patas arriba y hace imposible ver nada para gentuza que como nosotros lleva tiempo frecuentando la tienda. Y tras mi amiga, acuclillada, colocando libros, había una empleada de la casa. Intenté decírselo por gestos, pero mi amiga ni caso, ¡que vaya panda, que ya les vale!

Total, que la empleada deja sus libros, se alza, se acerca y, poink poink, le da dos toquecitos con un dedo a la espalda de mi amiga que gira y se sonroja y dice “¿sí?” mientras piensa “ups”. Y la buena mujer le pregunta “¿decías que buscabas a Simone de Beauvoir? Ven, que te indico dónde está, porque si no no la vas a encontrar ni en broma”. Y yo estaba tratando de calibrar si con eso la estaba llamando lerda o no mientras nos guiaba por un paseo laberíntico por el edificio hasta donde antes estaban los libros en inglés (?), y allí nos señala los libros, sonríe y se va.

Y no sonreía en plan “par de gilipollas”, sino “de nada, un placer”.

Parpadeamos asombrados.

Luego yo encontré un libro de Rafael Reig donde antes estaban los libros de cocina de culturas amazónicas (esto ya es un decir, pero entiéndeme), y cuando lo di la vuelta para leer la sinopsis, me encontré en mitad de la misma la pegatina con el código de barras y el precio. Y fue mi turno de indignarme. Que si cómo coño pueden hacer esto, que esto lo hace alguien que desprecia los libros, que esto los editores lo ponen aquí por algo. Así que fuimos hacia las cajas mientras yo pensaba en quitar la pegatina, leer la sinopsis y entregarle las dos cosas por separado a la dependienta, o en acercarme a atención al cliente para decir “perdone, ¿puede decirme qué pone aquí debajo?”

Pero como yo el polemismo lo practico por escrito, por si los bofetones, y como el libro lo iba a comprar igual, fuimos directamente a la caja, y simplemente le dije a la cajera “oye, ¿quién pone estas pegatinas así?”

La cajera lo miró, arrugó el gesto y dijo “ah”, y dijo “eso”. Y dijo “sí, se queja de eso todo el mundo”. Y luego (lo decía así, por capítulos) “nosotros también. Lo hace una máquina”. Y mientras lo cobraba, iba explicando-refunfuñando: “antes lo hacía una persona. Bueno, dos. Pero ahora han decidido que lo haga una maquinita, qué le vamos a hacer…”

Le dimos el pésame mientras aplaudíamos ese estoicismo, y ya nos íbamos cuando ella, pensativa, concluyo: “claro que la máquina tampoco tiene la culpa”.

Parpadeamos asombrados otra vez y nos fuimos pensando que algo huele raro ahí.

Qué implicaciones tiene ese punto de vista, más allá del inmediato “no hay que maldecir al aparato, sino al jefecillo de turno que ha tenido la brillante idea de comprarla para profanar todos los libros y librarse de un par de sueldos”. Imagina esa frase en el contexto de Terminator, de Matrix. Qué culpa tienen las máquinas, las pobres. Es estupendo tener cosas de estas que pensar, la cantidad de tonterías que voy a razonar en los ratos muertos en las escaleras mecánicas del Metro.

Y luego fuimos a que me comprase Sin Perdón y encontré, cuando ya había abandonado toda esperanza, la versión de Los Tres Mosqueteros de Gene Kelly, así que me fui a casa contentísimo, pero preguntándome si aguantaría sin verla antes de reunirme con la Muchacha en la playa, para que pudiésemos verla juntos. Las cosas como son, en un primer análisis no me vi capaz. Pero luego pensé que a fin de cuentas siempre puedo malgastar todos mis ratos libres jugando al Need for Speed con saña obsesiva. Y a ello dediqué el resto de la jornada. Con mucha saña, y con mucha obsesión.

5.5.09

rodriguez II: the empire strikes back

Se ha ido esta mañana la Muchacha a la playa, y me ha dejado, por segunda vez, trabajando mientras ella se va a que las olitas le remojen los quesos, que por lo visto es algo que estimula mucho la poesía, y todo lo demás, claro.

Así que yo estoy currando, lo cual daría para soltar un gruñido, pero en lugar de ello yo miro por la ventana y miro a Madrid, y Madrid me mira. Y mentalmente (no es cosa de levantar hoy la voz, en la Secta. Cada vez que alguien habla, Que No despierta de su éxtasis y comienza a escupirle espumarajos a todos los que alguna vez nos gustó el Madrid) digo: “cuidadito conmigo, que estoy de Rodríguez”.

A la ciudad, claro, le importa un pimiento lo que yo diga o deje de decir, pero que conste que avisada queda.

Aunque luego miro el calendario del ordenador y pienso que si el jueves tendré que dedicarle un rato a hacer la maleta que tendré que llevar al encuentro de la Muchacha (y esas olitas que remojan quesos, claro. Pero sobre todo de ella), y si hoy soy todo bostezo y encima ya tengo la tarde ocupadilla, entonces empiezo a agobiarme, porque la verdad, tengo pensadas un montón de rodrígueces para estos días en los que la Muchacha no tiene, pobrecita, que soportarme. Como por ejemplo:

·         Ir al cine a ver al pelis friquis.

·         Ver también otro par de pelis friquis en casa.

·         Jugar mucho al Niforespí (aunque esto ya lo hice ayer, pero más, se entiende).

·         Quedar un día con la parejita de casados que se fue a Japón de luna de miel, para ver sus fotos y soltar vaguedades sobre las mías.

·         Quedar para ir a la casa del libro o similar.

·         Quedar para tomar cafés.

·         Leer mucho.

·         Dormir mucho.

·         Hacer una foto.

·         Dedicar tiempo a recordar lo que está escrito en esta lista, que se me irá borrando a cada momento.

·         Grabar un par de CDs para el viaje de vuelta de la playa(*).

·         Comprar CDs en los que poder grabar los CDs del punto anterior.

·         Comprarme alguna peli para poder cumplir el segundo punto de esta lista.

·         Ir a una exposición pictórica (mañana, a partir de las nueve o así, en el Café Manuela, por cierto, por si a algún aficionado al arte underground le diese por leerme, que no creo pero en fin).

Y más cosas que ahora mismo no recuerdo.

Y como a todo esto podré dedicar unas 10 horas, francamente, esto de estar de Rodríguez se está volviendo un estrés. Yo no sé cómo sobrevivo. Ah, sí: pensando que si tengo tan poco tiempo para rodrígueces es porque de aquí a nada estoy también de vacaciones. Uf, menos mal.

 

(*: Conste que los voy a grabar a partir de CDs originales que ya poseo, eh, y porque no quiero llevarme los originales, como me los llevo, para perderlos, rallarlos con arena, romperlos por accidente y ver cómo sus potenciales oyentes, hartos, los tiran por la ventana, espero que para caer en un contenedor de reciclaje de plásticos)

 

 

4.5.09

distancia entre Juan José Millás y la tontería

Dos hechos sumamente improbables confluyen en este post.

El primero, que se da la incomprensible circunstancia de que nunca te haya torturado dándote la definición de distancia. El segundo, que ayer estuve un ratito ojeando El País Semanal, incauto de mí. Pero vayamos por partes:

Se define una distancia como una función matemática a la que cuando le das dos puntos te devuelve un numerito que cumple las tres propiedades siguientes:

1.       La distancia nunca es negativa (porque “desandar” también es recorrer una distancia).

2.       La distancia entre un punto y él mismo es siempre cero (porque si uno no se mueve no recorre distancia).

3.       La distancia entre un punto y otro es siempre menor o igual que la distancia entre el primer punto y un tercero mas la distancia entre ese tercer punto y el segundo (porque si vas del trabajo a casa no puedes recorrer menos distancia que si vas del trabajo a Pernambuco primero y luego de Pernambuco a casa).

Esto puede generalizarse a objetos en vez de puntos considerando que la distancia entre dos objetos es la menor de las distancias que existen entre cada par de puntos de cada objeto. Y así cualquier cosa que cumpla esas condiciones es una distancia, lo que a veces da cosas raras según qué función tome uno; por ejemplo si a alguien le da por medir con pasos y la distancia habitual y decide dibujar a qué puntos puede llegar dando un paso le sale un círculo, pero si se considera la pieza del caballo de ajedrez en un tablero, el “círculo” de lugares a los que puede llegar de un movimiento no es tan circular, y deja huecos que para nosotros estarían más cerca pero que para él requieren cantidad de movimientos, como sabe cualquiera que haya jugado al ajedrez y haya tratado de comerse un peón que estuviese junto a su caballo. Pero esto ahora da igual. Consideremos la distancia de toda la vida, y vayamos al suplemento de El País.

Yo no acostumbro a leerlo porque de un tiempo a esta parte, de esto sí que creo haber hablado aquí, le he cogido cierta manía a esos (publi)reportajes sobre malas películas y a esas entrevistas que no me interesan lo más mínimo y a esos artículos de decoración, moda y cocina que me hacen pensar siempre que escriben para extraterrestres. Pero el sábado se lo cogí prestado a la Muchacha porque incluía un (publi)reportaje sobre Amenabar, lo cual a mí me da bastante igual (yo lo que quiero es ver sus películas, no conocerlo, leñe), pero como la peli va de Hipatia de Alejandría pues me resigné a leerlo a ver si me indignaba con alguna gansada.

Y claro, así fue.

El artículo empieza con Juan José Millás embutiéndonos en un aura de bohemia artística de la que luego Amenabar luchará por salir con uñas y dientes mediante la descripción de una noche en la que Amenábar iba a Ibiza en un barco por la noche, y tumbado en la cubierta miraba al cielo y, dice, descubrió la Vía Láctea, que yo pensaba que todo el mundo sabía que estaba ahí desde bien pequeño, pero en fin, será por gente despistada que hay por el mundo. Vale, paso eso sin indignarme. Pero no lo que dice entonces Millás:

“Y aunque la galaxia se encontraba a miles de años luz, en el hondo cielo…”

Y es ahí donde la distancia del texto de Millás y la tontería se hacen 0, porque no sé si Millás será tan lerdo en materia astronómica como describe a Amenábar y que o bien no es consciente de ello o no tuvo tiempo para echarle una ojeada a un libro de escolar o de invertir no más de 10 segundos en una búsqueda de Google (ni lee su propio periódico), porque la distancia entre Millás y la Vía Láctea es 0: señor Millás, hombre, ¡si está usted metido en ella!

Y yo chirrío los dientes y pienso que qué gracioso que pongan por ahí que están dedicadísimos al año internacional de la astronomía, y si no será muy alto el precio que se paga por alegrar una descripción con una licencia poética al caer en la tontería, o si por el contrario será que simplemente me estoy volviendo un gruñón, y que no sólo existe gente a la que le interesan las miradas al cielo estrellado de Amenabar, sino también gente a la que le importan un pimiento las tonterías si hacen bonito.

3.5.09

experimento sobre la inexistencia de dios: no concluyente

De buen disgusto te has librado, Vanbrugh.

Por un lado resulta que ayer se casaron dos personas que conozco. Es decir, que conozco de vista, y de haber hablado con ellos unas cuantas veces. Y a la boda iban ellos, más gente que no conozco, más gente que sí conozco, y también gente que, además de conocer, son amigos míos. Resulta, además, que muchos de los que iban a aquella boda son más del Madrid que Gento, y resulta, por terminar de enunciar las condiciones de contorno, que los que se casaban y sus familias, porque estas cosas van por genes y amenazas de zapatilla, por lo visto, son no ya religiosos, sino miembro de uno de esos pintorescos clubes sociales donde la gente, y aunque lo parezca no es coña, piensa que existe un dios al que le toca soberanamente los cojones que utilices condones (pero no, en cambio y según una lógia incomprensible, que tengas sexo ciertos días para intentar disminuir las posibilidades de que el sexo derive en descendencia), o por ejemplo, creen a pies juntillas que todas las sandeces alegóricas que dice la Biblia son literales. La gente a la que no te puedes acercar y decir "hola, ¿qué te pareció Camino, del Fesser?", vamos, si puedes, porque la verdad es que conmigo, ateo gritón y enviado de Satán, se cuidan mucho de hablar poco.

Por el otro lado, la boda era ayer por la tarde, y el Madrid-Barça también, lo cual hacía que los asistentes a la boda que profesan simpatía al blanco estuviesen tirándose de los pelos y pensando en radios y cascos y huidas al baño para gritar en la soledad de la cerámica blanca "¡gol!", "¡mierda!" o lo que se terciase.

Considerando ambos lados, yo comprendí que si los piadosos ultracatólicos se quedaban sin ver el partido por asistir a una boda y que si encima el Madrid ganaba el partido, de forma que resultase premiado, encima, el ateo plasta del grupo, yo, viéndolo y disfrutándolo en su lugar, entonces se podría concluir sin posibilidad de error que Dios no existe.

Pero pasó lo que pasó, lo que ya todo el mundo sabe: vino el Barça, y a cada gol que les metíamos ellos nos metían tres, y Dios, ese ser de reputada habilidad esquiva, se escondió de nuevo entre las sombras. Porque ganó el Barça, sí, en contra del resultado previsto como concluyente en mi experimento, pero yo, mirando embobado como Piqué se revolvía y marcaba el quinto o sexto o septuagésimo primer gol como si no fuese central, como si fuese Henry, pensé que si al final resultara que existe ese dios improbable, de él al menos se podría decir que sentido del humor tiene, y un evidente sentido justiciero en lo futbolístico, y aprecio por el arte, y que de todo el grupo de sujetos del experimento y de experimentador terminó premiándome a mí, que me gusta el fútbol, y que ayer, por el precio de una liga, pude por fin ver un partidazo en el Bernabeu.

Y me pareció barato.

Visca el Barça, y hala, a comerse al Chelsea el miércoles.
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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.