31.3.09

más sueños

Hace dos noches soñé que tenía una moto blanca.

En fin, yo sólo me he montado en moto una vez, en Cádiz, abrazado a la Muchacha y corroído por el pánico constante a que se nos abalanzase uno de los múltiples 4x4 que conducidos por borrachos homicidas parecían, según mi criterio de cobarde, querer convertirnos en arte moderno sobre el asfalto. Pero como el cerebro es una máquina de narrar perfecta, porque siendo creador y público se tolera todo y todos los trucos le salen bien, en el sueño toda la extrañeza incoherente se iba de un plumazo pensando con una línea de guión: “¡claro, se me había olvidado!”, y efectivamente, claro que yo tenía una moto blanca, pero cosas del despiste, me había olvidado de ella.

Así que la conducía, todo torpe con el cambio de marchas y con el embrague por la falta de costumbre, preguntándome cómo conseguiría el casco, porque lo guardaban mis padres y mis padres no sabían que yo fuera dueño de una moto (no es que lo hubiesen olvidado, es que por lo visto la tenía en secreto).

Era una bonita moto y yo la conducía hacia Palacete, deseando enseñársela a la Muchacha y dejársela, para que jugase también por las calles de Madrid a esquivar los 4x4 de los dementes.

Me pareció un sueño bastante raro, pero el de esta noche le ha superado. Esta noche he soñado con Sandra, una amiga de la Muchacha que suele ser todo paz (a no ser que a uno le de por quedar con ella y llegar una hora tarde al sitio que no es y cosas por el estilo, que la sacan un poco de quicio). En mi sueño Sandra, indignada, me perseguía para tirarme del pelo, con el suyo teñido de rubio, cabreadísima porque yo le había dicho no sé qué cosa ofensiva a otra amiga suya que en los castings para mi sueño no ha debido encontrar papel, porque me he despertado sin saber quién era.

Así que me he despertado pensando “caramba” y me he ido a hacerme un café.

Dándole sorbitos, he ido al ordenador, para hacer la guardia de cada mañana en la página del As, a ver si había nuevas señales del Segundo Advenimiento de Florentino. No lo había.

Y mientras, pensaba en mi sueño, y más o menos entonces he asociado pelos repentinamente rubios con Bola de Dragón Z, que ya pertenece a la parte abyecta de Bola de Dragón (para mí perdió toda la gracia cuando Goku se hizo mayor): no era que Sandri se hubiese teñido el pelo, era que Sandri estaba en plan Superguerrera, toma ya. Y entonces he comprendido que en lo friqui no se cumple que el todo sea mayor que la suma de las partes, porque alguna parte de mí esconde una veta que es capaz de delirios como ese. Y en fin, no debería contar esto, porque es más algo sobre lo que callar avergonzado, pero uno se debe a su público, y tiene que advertir, a quienes quiere, que la noche más insospechada les puede disfrazar de personajes de anime. Y a la Muchacha, a la que me vas a disculpar pero quiero más aún, para que cuando pueda, en sueños, se pase a recoger mi moto blanca, por si alguna noche quiere cruzar en ella el centro de Madrid, o las calles de Córdoba (Veracruz), o aquellas con las que le de la gana soñar.

25.3.09

hilo argumental urbano

Dos rasgos anatómicos, uno humano y otro urbanístico, convierten a los pasos de cebra en los escenarios proverbiales para las minihistorias de desencuentros y de enredos, versiones ultracortas de, qué sé yo, una película de Wong Kar Wai, o de una depuración de Isabel Coixet a la que se le haya exprimido la glucosa. Porque uno está ahí, mirando al frente, porque es lo más sano, porque mirar hacia un lado le hace a uno torcer el cuello y le promueve la tortícolis y el calambre, así que mira al frente, al monigote rojo que le señala que no debe cruzar y, cuando se cansa, al resto de lo que tiene delante. Y a veces, del otro lado, hay alguien que también mira al frente. Por el medio pasan los coches, mientras esas dos personas, cuando los “a veces” coinciden, se miran, y anhelan, del otro, su ubicación geográfica: está del otro lado. Nos gustaría ser esa persona de enfrente para poder estar ya ahí, y darnos la vuelta (no como hace esa persona, enconada en su deseo absurdo de pasar a este lado que nosotros queremos abandonar) y seguir camino.

Hay que imaginarse la escena con alguna música así tibia y melancólica y lenta: daño que nos hace el cine imponiéndonos obligaciones como esta. En fin, podría ser peor.

Y de pronto llega ese momento mágico en el que el habitante rancio del cajetín del semáforo, el Señor Rojo, se larga, y en su lugar aparece el Espatarrado Señor Verde, y –cuando ambos dejamos pasar los últimos coches que ávidos de prisa estéril cumplen con ese ritual madrileño de fingir que el semáforo sigue en verde dos o tres o cuatro o cinco segundos más– ambos transeúntes nos apresuramos el uno hacia el otro, cambiando la música lenta y tibia y melancólica por algo con crescendos sin pasarnos mucho, que esto es Wong Kar Wai, no Michael Mann (*) ni Clint Eastwood (**) o Terry Gilliam (***). Y en el clímax de la historia, los dos peatones nos cruzamos, suspiros de reloj, pasos de rutinas, y sin mirar atrás y sin ceremonia alguna hollamos el territorio ansiado que un rato antes era del otro y sin meditación alguna, o como mucho con esta, seguimos caminando, viviendo, mirando al frente, previniendo la tortícolis y los calambres.

 

 

 (*): si fuese una película de Michael Mann sería de noche, en ese momento llegaría la parte movida de una canción de Auidoslave, estaríamos en Los Ángeles, y terminaríamos cosiéndonos a tiros por honor y deber y fatalidad, pese a la mutua simpatía que, en realidad, nos tendríamos, y que nos llamaría más a tomarnos un café juntos y contarnos chascarrillos de maleantes, mercenarios y policías, en lugar de acribillarnos, pero nobleza obliga.

(**): si fuese en cambio una película de Clint Eastwood en vez de semáforos habría una luz crepuscular y sólo habría dos disparos, y ancianos horados en su cruel leyenda, y sería una escena digna de un óscar, y Samuel L. Jackson tendría el papel de siempre por ahí en algún lugar. Pongo esto porque me pide la Muchacha que mi post incluya la palabra “crepuscular”, hoy. Espero que no quede muy artificial.

(***): no me atrevo a imaginar qué haría Terry Gilliam. Probablemente la escena volase al paso de una furgoneta en cuya parte de atrás unos personajes disfrazados de gorilas mezclarían armamentos químicos mientras el conductor, corroído por los alucinógenos, conduce creyendo que llueve, y él es gota. Todo en tonos barrocos y con planos magistrales, y yo le daría un óscar, también, aunque quién soy yo.

24.3.09

making off del fotoblog

Subo una meta-foto, que tomé el jueves con el móvil, mientras tomaba la foto que ayer adornaba este blog, en pequeñito, y que a su vez era la foto de ayer en el fotoblog. La tomé para mandársela a la Muchacha, para que viese a qué me estaba dedicando, y de paso sirve para ilustrar un poco cómo se hace la foto, como ayer me pedía en un comentario la agente, y como le respondí yo: básicamente la foto se hace sola. Es decir, después de colocar el trípode, enfocar, hacer una foto de prueba para comprobar el enfoque, cambiar el filtro polarizador por el infrarrojo, decidir el tiempo (en esa foto fueron sesenta segundos), disparar y esperar a que pase el minuto mientras uno se dedica a llamar por teléfono a la gente, mirar el paisaje y, puestos a ello, sacar una foto con el teléfono mientras se va haciendo la foto oficial.

Y aprovecho para pedirte un favor, para seguir con el making of, pero por otro lado. Quería poner, en el fotoblog, una seccioncita hablando de mí, del fotoblog, del –escaso– equipo que uso y demás, y para hablar sobre mí no tengo muy claro qué poner, así que voy a fusilar la idea que un colega alemán tuvo en su día, y voy a delegar, y he aquí el favor que pido: por dos minutos de tu tiempo ¿qué te gustaría saber de mí, del fotoblog y de las fotos? ¿Qué te gustaría que contase, qué preguntas tendrías curiosidad por que respondiese, y qué, definitivamente, opinas que debería ahorrarme?

Para que sea más fácil y para darle vidilla al blog por si algún troll vuelve a pasarse por aquí he vuelto a permitir los comentarios anónimos, y naturalmente también se aceptan sugerencias por correo o en persona. Así que ale, ánimo, dale al botoncito de enviar comentario y ahórrame tener que pensar yo las preguntas.

23.3.09

batiburrillando

Tengo unas cuantas cosas que contar en la cabeza y poco tiempo, y poca profundidad en las cosas, que son de esas de “pues tal, y ya”, y “ah, vale, ¿algo más al respecto?” y “pues no” y “pues ala, a otra cosa”, así que ala, a granel.

Tuve puente, y en mi entrañable manía de llevar la contraria ni me fui fuera, ni me quedé, sino que hice las dos cosas. Me encanta esto de tener cuatro días de fin de semana: da para hacer uno toledano, y otro madrileño. Y vuelve uno tan contento, recordando a duras penas y en el último momento que tiene que poner la alarma del móvil si tiene la contradictoria esperanza de despertarse el lunes a tiempo del café, la corbata y la lectura matutina del As.

Así, el jueves por la mañana me fui a Toledo, al campito. Comí con la familia y como iba yo solo dediqué la tarde a eso que uno a veces fantasea como dedicación vespertina, pero que al final nunca hace: eché mano de la cámara, el trípode, los filtros nuevos y las gafas de sol y me fui por ahí a hacer fotos. En total hice 55 kilómetros y quedé ya prendido hasta el tuétano del filtro infrarrojo, como puede atestiguar el pobre fotoblog, ahora aquí, y el resto de la semana en fotos sucesivas. Y mientras hacía los 55 km y sudaba y pateaba campos y trepaba al monte y bebía agua a morro mientras las fotos se iban haciendo, pensaba yo que qué inmenso placer de tarde fotográfica, y me lo pasé como un enano. Resultó que iban al pueblo un par de amigos, y que con estos iban otro par de amigos suyos, uno de los cuales resultó ser un fotógrafo la mar de simpático que estuvo haciéndole carantoñas a Canita (he bautizado así a la cámara), le estuvo echando piropos a mis fotos y me estuvo abroncando por no usar el espacio de colores Adobe RBG y por guardar el archivo JPG. Si la noche llega a alargarse más habría terminado necesitando tomar apuntes.

El viernes me levanté con el tiempo justo para comer y volverme a Madrid a comenzar el fin de semana madrileño con la Muchacha. Tras una noche de terracitas y de sentimientos de desfasez absoluta por la contemplación de la fauna nocturna de Malasaña, nos fuimos a dormir, nos levantamos, hicimos una gloriosa tortilla de patatas con espárragos y nos fuimos a comérnosla al Retiro, donde también me hinché a echar fotos, algunas de las cuales también aparecerán por el fotoblog el jueves y el viernes. Luego nos fuimos a casa hartos de trajín y de gente y vimos Indiana Jones en el Templo Maldito. Hay que ver, el tío friqui, torturando a la pobre Muchacha, tan poeta y tan intelectual ella, me parece estar oyéndote pensar. En fin: me callo por preservar su mito. Sólo alzaré las cejas con misterio y fruición, como quien se calla lo que sabe por motivos que no quiere confesar. Más o menos.

Y por lo demás, me compré otro portátil que tiene más memoria, en el que el procesar fotos se hace a cámara rápida y en el que me corre un Need for Speed nuevo en el que tenía un Fiat Punto hasta que ayer le levanté a un pardillo su Golf GTI. Hasta que consiga un Aston Martin queda trecho, pero en fin, todo se andará.

Y termino volviendo a lo del fotoblog, porque me consta que algunos (2 o 3) de los lectores de este blog (3 o 4) lo visitaban, cuando actualizaba: habiendo mirado en la nevera y habiendo visto fotos para subsistir las semanas de dejadez, vuelvo a la política de una foto por día laborable. Y según vuelvo, me la salto, porque esta semana subo siete.

Y eso es todo por ahora.

Mañana, quizá una encuesta que será memez, que no meme.

18.3.09

leer best-sellers es malo, malo, maaa, looo

Teorema: lo único bueno en lo que participan algunas de las letras de “best-seller” fue Peter Sellers, y está muerto, y aún así tenía sus días.

 

Demostración: encima de mi mesa (la mesa mía mía, la que me compré yo un día de muchos golpes en la espinilla y mucho pillar de dedos al pasarla por los quicios de las puertas, ah, juventud de hace un par de años o tres, que se me van los dedos contando) tengo un libro peligroso que no pienso abrir sino interponiendo entre sus páginas y yo una careta de soldador y mediante el uso de un par de guantes de algún sucedáneo amianto que no provoque asbestosis, cáncer o mesotelioma.

Sé que el libro es peligroso porque me lo ha prestado la Muchacha mirando nerviosa para todos lados, mientras murmuraba que bueno, que sí, que a ella le ha gustado, pero que en fin, no es gran cosa, pero que de pronto la enganchó y ya no supo parar de leer.

Es decir, y he aquí donde reside la naturaleza de la bestia, que el libro es un libro popular. De hecho un best-seller en toda regla, por lo visto, en Suecia, donde reside su autora, o quizá no, en fin, donde nació la señora, parece, al menos.

La Muchacha se comportaba de forma tan rara al dejarme el libro porque, como habitantes que somos de la cloaca cultural madrileña, somos muy conscientes de que es axioma de fe que los best-sellers son por naturaleza demoníacos y aberrantes, infumables hamburguesas literarias destinadas tan sólo a que la masa crie grasa en su cerebral masa(1). Qué ripioso me ha quedado eso. Así que hay que tomar precauciones, y ella tiene que titubear y disculparse cuando confiesa que se lo ha pasado bien leyendo lo que, gusto de muchos, sólo puede ser carnaza, y yo me cuido sobremanera, cuando vengo al trabajo y dejo junto al ordenador el libro que me estoy leyendo en el metro, que no se vea por ninguna parte ese trocito de la solapa que vi a destiempo, con el libro ya comprado, y que lo delata como ganador del premio Nadal 2008. Puaj.

En fin, iba a dedicar el resto del post a analizar por qué los habitantes del inframundo palabrero somos así pero como evidentemente es culpa del silogismo “somos la hostia pero no nos leen, ergo la masa es tonta, ergo lo que lea la masa debe ser basura, ergo los best-sellers apestan” el tema no da para mucho, y de todas formas desde que he puesto lo del amianto y he consultado la wikipedia para ver si efectivamente el amianto daba cáncer estoy notando otro tema que me tira de la manga y me dice eo y me agita la manita y me grita ¡aquí, aquí!

Y dice: resulta que considerando las propiedades ignífugas del amianto, los alquimistas creían que las fibras del asbesto que lo compone eran los pelos de las salamandras, esos reptiles de fuego (de ahí la resistencia)… y venenosos, y de ahí lo putas que las pasaban quienes trabajaban el asbesto.

Dice también que Carlomagno tenía un mantel de amianto y que solía hacer a los invitados el numerito de, terminada la cena (supongo), echarlo al fuego para limpiarlo. Qué entretenido debió ser el pasado, cuando no existía la Wii para atontar a las visitas.

Dice también que 2000 caballos y 4000 hombres de Alejandro Magno murieron, en la India, por beber de las aguas de un arroyo envenado por una salamandra, y yo me quedo pensando en si irían de dos en dos en los caballos, y en cómo sería de grande el arroyo para tanta gente, y en el avispao que viese a la salamandra y dijese “¡pues va a ser por ese bicho que se han muerto cuatro mil compañeros, mira, mira, el lagarto ese!”

En fin. Que se me ha ido. Encima salamandras. En el libro este que me leo a escondidas dice cómo se fabrican basiliscos, no salamandra. Así que no doy la receta.

 

 

 

(1) Que conste que exagero. Tampoco es que a la Muchacha le haya repugnado el libro porque sea popular estoy pecando de correlador, y mintiendo, además. Sospecho que padece lo que, mirándome a mí, podemos denominar el Síndrome Águila Roja, del que hablaré otro día. ¡Pero es que sin exageración no tenía historia!

17.3.09

a qué me he dedicado hoy en la secta

Supongo que, por lo que cuento, doy la impresión de que me dedico mucho a tocarme las narices aquí en el trabajo. Tendrás que disculpármelo y achacarlo al hecho de que a soy narrador antes que confidente, y en fin, ya lo dijo Amis, escritor, mentiroso, bla bla blá, y encima cuando me dedico a algo absurdo como lo de pronosticar el resultado de un partido de fútbol terminan saliendo cosas útiles de la pretendida pérdida de tiempo (qué mal sabor de boca que le deja eso a uno, hay que ver).

Disculpa entonces esto también, y achácalo a lo mismo. Hoy he dedicado la mañana a traducir un articulillo de la Wikipedia sobre paseos aleatorios, que no es que sea yo un buen traductor, precisamente, pero en fin, al menos ahora está en español (y tiene de propina una sección más) (y ahora que lo pienso ¿qué dice de mí que precisamente esa sección comience hablando del deambular de un borracho? Y pensándolo más digo que, bueno, al menos he escrito sobre un tema que domino a la perfección, andares ebrio-brownianos a mí, ¡ja!), y la tarde a darle algunos retoques cosméticos a los programitas que algún compañero de oficina utiliza para darle a la base de datos que yo pastoreo los datos que come, ah mascotita mía.

Acabo de terminarlo y de enviarle un correo que dice así:

                De: David

                Para: Javier

Asunto: cambio cosmético en el programa de carga de Q&R

Oye, cuando puedas y si no es molestia prueba a cargar un cuestionario, ¿vale?, que le he hecho un cambio al programita de estos tontos así para adaptarlos al gusto del consumidor, por enfermo que este sea, y hay que comprobar que va todo bien.

No te preocupes que el cambio, ya te digo, es, digamos, cosmético, pero échale un ojo.

(Ji ji ji)

Y el pobra acaba de responderme esto:

                De: Javier

                Para: David

Re: cambio cosmético en el programa de carga de Q&R

Venga, le echo un vistazo, todavía tengo dos  por cargar.

Y yo espero impaciente a que lo haga, a que lamente haber hecho, un día, aquella confesión que hizo, cuando hablábamos de gustos embarazosos y de cosas vergonzosas (en una conversación en la que no sé por qué me libré yo de hablar de Mayra Gómez Kemp, uf). Porque cuando termine de usar el programa, en su pantalla aparecerá ésto.

16.3.09

el tripis y el mckein

Ya hablé una vez muy de pasada del Campa, por aquí. En tiempos fue el encargado de pasarme la ITV con la Muchacha, es decir, de darme el visto bueno, confirmar que yo no era un tremendo gilipollas o un maníaco homicida. No le juzguéis sin clemencia, al pobre.

El caso es que este fin de semana yo ya he decidido elevarle a los altares de los personajes que merecen una religión propia basada en ellos, junto a otros seres magníficos como John Locke (quien, bien pensado, ya tiene su culto propio, siendo la gran sacerdotisa otra amiga de la Muchacha, Erru, inclemente y fanática como para que su mayor desprecio sea la frase “no eres digno de Locke”), mi tocayo Dave Lister o Florentino Pérez (más sobre eso otro día, aunque este, en la prensa deportiva madrileña, también tiene ya el culto montado y funcionando).

El sábado la Muchacha y yo nos fuimos a Toledo a echar la tarde viendo cómo las hilachas de nubes correteaban sobre las tejas viejas y a comernos un plato de albóndigas. Estando allí la Muchacha habló con Campa, con quien pensábamos quedar luego. Es decir, pensábamos quedar con él y con otros doscientos amigos de la Muchacha, pero en fin, habló con él, y le informó que el plan que tenían era hacer una oda a la adolescencia yéndose a un parque a hacer botellón, así que cuando volvimos a Madrid y después de dar un par de vueltas nos situamos todos en mitad de la nada, tomando el fresco y alguna copa a la luz de los reflectores de los helicópteros de policía a los que, educados, saludábamos con la mano cuando nos alumbraban. Pasamos un rato así, y luego, nómadas nocturnos, decidimos buscar un bar por allí cerca. Conocíamos uno que estaba tan cerca como se podía desear, o sea al otro lado de la calle más cercana, pero el tipo de la puerta nos informó que estaba hasta arriba y que si pretendíamos entrar los doscientos que éramos tendríamos que esperar un rato a que saliese gente. Como de allí no saldrían juntas 16 horas mas que a la hora de echar el cierre, continuamos buscando un garito y así pasamos junto a la puerta de uno que, en fin, desde las ventanas iluminadas se parecía bastante a lo que yo creo que sería el infierno, de existir y ser un bar de copas.

Antes de seguir, quizá debiese contar algo más de las costumbres y hábitos de los amigos de la Muchacha. Para que se vea qué tendencias tienen, qué capacidades. Algunos de ellos adoran una forma de divertimento nocturno que llaman “ir a China Town”, que consiste en buscar a la chinita más próxima que, en cualquier esquina, esté vendiendo sándwiches terroríficos y latas de cerveza, comprarle unas cuantas de las últimas y dedicarse a beberlas debajo de la farola más cercana, y así durante horas. Sigo.

El caso es que cuando pasamos por la puerta del sitio ese aberrante, la mitad de los que íbamos nos quedamos paralizados de puro terror, mientras la otra mitad dijo “hostia, qué sitio más ridículo” y se lanzó dentro de cabeza. Salieron pronto en estampida casi todos ellos, el último el Campa. Y tras ellos salió el tipo bronceado y dicharachero que se encargaba de las relaciones públicas del garito, a quien llamaré RRPP. Y RRPP esgrimió su sonrisa de trabajo y nos dijo que qué prisas, que dónde íbamos, que doscientos gallardos borrachos eran una fuente de ganancias que al bar le vendrían de perlas, que había que amortizar la inversión en la decoración aberrante (esto no lo dijo en voz alta, pero se leía en el brillo de sus incisivos). Ah, no, es que hemos quedado, es que llegamos tarde a un sitio, huy, que nos esperan en tal otro lado, dijimos todos, e hicimos el gesto de la estampida. Pero Campa, de pie justo al lado del RRPP, nos detuvo, alzando la mano y diciendo:

–Un momento, que faltan [Insertar nombre de amigo #1 aquí] e [Insertar nombre de amigo #2 aquí] –no es que pretenda preservar anonimatos, es que no recuerdo quienes eran.

–¿Y dónde están? –le preguntó alguien.

–Dentro –dijo, señalando el antro infernal con un gesto del cuello.

–¿¡Y qué coño hacen ahí!? –le preguntó otro alguien, sorprendido.

–Es que se han encontrado con dos colegas y les están saludando.

Todos miramos el bar y la gente que lo poblaba. Era inconcebible que ninguno de ellos pudiese tener la clase de amigos que pueden estar dentro de un sitio así, excepto si están haciendo una expedición surrealista, y todo ente capaz de tal cosa, bueno, ya estaba allí, es decir, éramos nosotros. En rigor, nosotros, entre los doscientos, sumábamos todos los colegas existentes por la rama de las amistades de la Muchacha.

–¿A quiénes? –preguntó alguien, aún más sorprendido. Y Campa, con un aplomo y una entereza de órdago, nos informó:

–Al Tripis y al McKein.

Y con más aplomo y más entereza de órdago, todos, a coro, dijeron:

–Ah.

Excepto el RRPP, que varió en longitud y en la elección de la vocal, para decir:

–Eeeh… –y luego proseguir– si me disculpáis… tengo que volver dentro…

Y se desvaneció, probablemente a la búsqueda de alguien que había dentro de su bar que tenía el incómodo apodo de Tripis. Y entonces Campa se encogió de hombros y me explicó:

–Hombre, están meando, pero no le iba a decir a este pobre hombre que aparte de que no vamos a entrar ninguno dos de nosotros están usando el baño así por la cara.

Y yo le miré y comencé a pensar de qué tamaño habrá que hacerle el altar al Campa cuando le ponga en marcha el culto que se merece. Qué habilidad, qué velocidad, qué apaño de una salida y, caramba, qué mérito de los doscientos que allí estaban para pillarlo todos a la primera.

13.3.09

género epistolar #2

Chiquipunto, más o menos, para Pi, que señala con el dedo eso de recriminar que no estén unos papeles que dificilmente podrían ya estar cuando vienen en el mismo sobre que la recriminación.

En fin, mi comentario de texto de la carta es cortito:
Primer párrafo - No das noticias, y yo a diferencia tuya me dedico a mostrar interés, alguna semana que otra.
Segundo párrafo - Te insisten y te insisten y tú ni puto caso. Con ese "a tenor", que me produce estallidos de placer en la retina cada vez que lo releo.
Tercer párrafo - Ah por cierto, aquí tienes unos papelillos, así, como ayuda, para que veas lo majete que soy.
Cuarto - Mueve el culo.

Así que tras leer, releer y analizar y reanalizar la carta, yo he redactado y voy camino del buzón para responderle con esto:



Pablo:

Aquí tienes la presencia de noticias mías que anhelabas en la carta a la que con la presente te respondo, fechada a nueve de marzo del año en curso. Espero que estas noticias te procuren consuelo, si tu preocupación por mis trámites te deja tiempo para ello.

Muchas gracias por servirme de intérprete con mi propio Colegio y por llamarles solicitándoles mi información. Lamento que te hayan hablado de la reiteración con la que me vienen insistiendo sobre los fallos que se han ido encontrando en los papeles presentados, que, te leo explicar y acepto penitente, son todos por mi culpa. Por mi gran, inconmensurable y reincidente culpable carácter de errador compulsivo. Me rechina un poco, si te soy sincero ―y la franqueza y la honestidad de tu epístola me obligan a serlo―, pues no termino de entender del todo cómo puede ser mi culpa que no se hayan presentado correctamente los pliegos que precisamente tú, acompañando tu entrañable carta, me remites ahora, que no antes, pero a falta de meditarlo a fondo lo acepto con carácter provisional sintiéndome por ello honrado. A fin de cuentas supongo que ya bastante tendréis por ahí después de tanto confundir treses con treces, paseos de los olivos con paseos de los olmos y documentos de final de obra en curso legal ―como aquellos que yo en toda mi torpeza os remití― con los obsoletos ―como aquellos que en un error sin duda inocente vosotros me devolvisteis, alegando que los incorrectos eran los correctos―. Triste mundo este en el que esas odas al clasicismo, a la tradición y a la alabanza del pasado son ignoradas por la tiquismiquez de los administrativos, tan susceptibles y ávidos de corrección.

No te ocultaré que a veces pienso en todo esto y filosofo que quizá llegue el día en el que lamente tener que apearme de este bello reparto de errores tan solidario y tan noble, aunque si te digo la verdad, ansío que tal final de nuestra mutua colaboración termine de una vez, en honor a las pobres gentes que con la ilusión de quien va a construirse una morada cayeron en este particular método reiterado ad absurdum del mucho ensayo y más error. No hay razones para prolongar más aún sus bochornos y sus hastíos, y entiendo que tú también piensas así, decidiéndote por fin a mandar los papeles adaptados a la legalidad. A ver si con la suerte entendida de esa manera terminamos por fin con todo esto mediante ―permíteme la licencia de recurrir a tu precisa terminología― estas dos soluciones que por fin aportas. Porque me envías dos certificados, que dices que son una solución pero, lamento tener que corregirte pero debo insistir, los contaré de nuevo, uno, dos, sí, dos, es decir, son las dos soluciones a los dos problemas que quedan, que son la falta de estos dos documentos, que insisto, tú me mandas por fin ahora, que no antes, sin duda por mi culpa; desengrasad un poco vuestra aritmética, definitivamente, y conste que os digo esto desde la simpatía que me inspiráis.

En fin, como siempre me pides y como siempre que recibo tus cartas en la dirección correcta, y envío los documentos y te respondo a vuelta de correo; anoche mismo la recibí y ya hoy la pongo en el buzón. Más velocidad no puedo ponerle, pues por las noticias que tengo en Toledo no hay Aeropuerto todavía, y no me es posible confiarme al veloz correo aéreo.

Un abrazo descomunal de tu humilde chivo expiatorio para lo que quieras,

David Ruiz Ruiz, Ex Arquitecto Técnico.

P.D: Envíale un afable saludo a Q____ de mi parte.




Ah, cómo me gusta ser pedante y señalar con el dedo, y qué bien que a veces, a uno, le manden cartas que le den la oportunidad de despacharse a gusto y de despedirse como dios manda.

No creo que haya ya respuesta a esto, pero si sucediese algo tan divertido, la pondría por aquí, claro.

género epistolar #1

Preludio: yo, aparte de ser matemático, fui aparejador, por esas cosas que tiene la vida. No sé si lo he contado alguna vez. Supongo que sí. En fin, tampoco voy a entrar en mucho detalle, sólo hay que decir que ejercí fugazmente, que la fugacidad se fue estirando en el pueblo por la cosa de los favores, los compromisos y los politiqueos, y que al final se ha enredado en una serie de casos no resueltos, todavía y espero que por poco tiempo, que son bastante absurdos y bastante surrealistas. Así que la cosa aún colea para desesperación de muchos y para parloteo de algunas partes a las que yo, tan lejos, les vengo de perlas para explicar todo lo que no sale bien, o todo lo que se hace mal, o todo lo que se tarda siglos en hacer. Total, que yo hoy he recibido una carta de un arquitecto, al que llamaremos Pablo, que dice así:



David:

Ante la ausencia de noticias sobre la tramitación de los certificados que tenemos pendientes y de respuesta a mi carta de fecha 17 de febrero, la semana pasada volví a interesarme por el visado de dichos documentos.

A tenor de la información facilitada por tu Colegio, los certificados continúan retendos a la espera de que soluciones los requerimientos que te han comunicado en varias ocasiones.

Te adjunto parte de la solución a uno de ellos, los certificados de finalización de obra correspondientes a la vivienda de D. A________ _______ _____ y a la de D. R_____ _______ ______, ambos adaptados al Código Técnico de la Edificación y listos para que los firmes y los registres en tu Colegio.

Como ya hiciera en mi última carta, reitero mi petición para que actúes con toda la rapidez que te sea posible.

Atentamente,

Pablo ______ _____, arquitecto.




Aparte del tono de la carta, tan relamido, tan paternal, tan brillante en su pedantería, que ya me ha dado bastante risa, la carta esconde, y lo hace yo creo que de maravilla, una joya lógica, una trampa genial que me tiende el bueno de Pablo, arquitecto. Por un chiquipunto ¿cuál es?

Mañana, mi comentario de texto y mi respuesta, algo más larga y muchísimo más pedante.

9.3.09

el VOC Mariënbos

¿Qué estoy haciendo hoy, sin sistemas de minería de datos a los que poder levantarles las faldas?

Pues sigo con bases de datos, solo que ahora marcha atrás. Basta de miradas al futuro, a lo borroso. Hoy, miro atrás. A lo borroso del pasado, que estará borroso, pero era lo que fue.

El 23 de octubre de 1753 zarpó de Texel el navío de 1150 toneladas que entonces se llamaba Lekkerland, aunque luego fue bauizado como Mariënbos. Formó parte de la Verenigde Oost-Indische Compagnie, alias VOC, la Compañía de las Indias Orientales holandesa. En su primer viaje fue capitaneado por Kornelis de Nijs. Haciendo una parada de casi un mes en Ciudad del Cabo, llegó el 5 de mayo de 1755 a Yakarta, a la que los holandeses de por aquel entonces llamaban Batavia, que es también el nombre de un barco que tiene pinta de haber sido muy parecido al Mariënbos, y que es precisamente con el que adorno este post.

El Mariënbos hizo un total de cinco viajes desde Holanda hasta el Índico, a través del Cabo de Buena Esperanza. Que yo sepa sólo el primero lo hizo ese capitán. Los demás, creo, navegó a las órdenes del antiguo capitán del Spanderwoud, un buque 300 toneladas más ligero, Nikolaas Pietersz. Había otros dos capitanes de la VOC que por aquel tiempo mandaban en otros navíos de la flota apellidados igual: Hans y Dirk Pietersz. ¿Serían parientes, serían conocidos? ¿Quizá no tuvieran ninguna relación?

Por aquel tiempo los holandeses mandaban sus barcos a Oriente cargados de cañones, soldados (aquello era comercio y era guerra con Portugal, a la vez), oro, plata y ladrillos, y los traían con una tripulación mínima (podían ir unas 250 personas en el viaje de ida y volvían unos 80), cargados de especias, seda y cerámica china. En su último viaje al este el Mariënbos embarcó a un soldado en Ciudad del Cabo. No se sabe quién fue, pero viajó al menos hasta Yakarta. Esperaron a que cambiase el monzón, y zarparon por fin de vuelta en 1762. El 27 de marzo, una tempestad descomunal lo hundió cerca de Ceilán.

La misma tormenta se llevó, el mismo día y en el mismo lugar, al Sparenrijk, un barco de 850 toneladas, y al Rhoon, otro buque de 1150 toneladas.  ¿Viajan juntos en un convoy? ¿Sería una improbable coincidencia? ¿Se hundieron a la vez, o simplemente el mismo día? ¿Vieron los tripulantes de los barcos que más tarde se hundieron cómo naufragaban sus compañeros?

Al Sparenrijk lo capitaneaba un tal Andries Lint, que sobrevivió. Lo sé porque leo que en 1765 fue asignado al Sloten, otro navío pesado. O sea que sobrevivió gente. ¿Qué pasó con ellos? ¿Sobrevivieron todos?

Y no, no me estoy inventando todo esto para eludir hablar hoy de fútbol.

Y sí, esto significa que algunas cosas han cambiado, pero aquél dilema ya no lo es tanto.

6.3.09

palabra de satán y microsoft, valga la redundancia

En el empeño de avanzar al ritmo del tiempo los sumos sacerdotes de la Secta nos han proporcionado a todos los acólitos cursos de Excel a patadas, una buena ración de teoría de estadística y probabilidad, cascos, picos y palas y hasta un jilguero en una jaula, por si el grisú, y nos han metido de llenos en el tema de la minería de datos, porque la minería de datos es algo muy satánico como rezaba cierta presentación que nos dieron en el último curso: se podía leer ahí “la minería de datos es el diablo”. Nosotros lo leímos y todos a una exclamamos aquello de “¡salve a La Bestia, Devoradora de Mundos!”, para regocijo del profesor. Así, esta casa ha decidido invertir un pastizal considerable en la minería de datos de Microsoft. Yo les he correspondido destinando de manera prácticamente íntegra la mañana de hoy a utilizar toda esa maquinaria analítica en la previsión del derby de mañana: según las herramientas que utilizamos, el resultado del partido de mañana es Real Madrid 3 – Atlético de Madrid 1.

La previsión admite un pequeño margen de duda respecto a los goles del Madrid: dice que serán 3, pero avisa que, en cualquier caso, al Atleti le caerán entre 2 y 4. Respecto al Atleti, se limita a dudar que si medio gol arriba medio gol abajo, cosa que pensaré cómo interpretar, si como tiros al palo o goles injustamente anulados.

Vamos, que ya no hace falta ni jugar el partido.

Ahora sólo me falta una buena tabla con todos los resultados históricos de los equipos de Liga y ala, a ganar quinielas y a vivir la vida.

5.3.09

21 años, y ni uno más

Leo, por puro azar, que Sheldan Nidle, un tipo que dice tener poderes y ser colega de unos extraterrestres que por lo visto son mezcla de dinosaurios y reptiles, predijo una fecha para el final del mundo, como tantos otros. Solo que este me cae mejor porque la que pronostico fue la fecha de mi 21 cumpleaños. Por lo visto aquel 17 de diciembre de 1996 millones de naves espaciales descenderían de los cielos acompañadas por ángeles, y harían cosas raras con fotones y nuestro ADN.

Obviamente, pensarás, estaba equivocado, porque esa fecha pasó y aquí estamos, pero no, porque, y ojo que aquí reside la grandeza de Nidle, según él el fin del mundo llegó. Es sólo que nadie se enteró, porque los ángeles crearon una proyección holográfica del mundo en la que vivimos desde entonces, disfrutando de una segunda oportunidad de Dios.

La proeza a él le valió el Premio Pigasus de 1996 a la mejor actuación. A mí me sirve para, desde ahora, responder siempre, a quien me pregunte, que tengo 21 años justos, y si cree que no es porque es tan bobo de pensar que el mundo aún existe. Qué desfachatez.

 

Y juro por Gauss que no me lo estoy inventando.

4.3.09

exorcismo

Hay un niño y una muchacha cogidos de la mano en mitad de la llanura infinita. Sopla el viento y la hierba es un oleaje verde, el desfile de incontables estandartes que brillan bajo el sol. El niño y la muchacha miran las plumas que rematan las dos flechas. Cuando un golpe de aire es particularmente violento el telón de briznas se corre y los dos pueden distinguir algún miembro doblado del muerto, o su espalda ensangrentada, una vez la pupila negra y opaca de un ojo que ya no ve.

La chispa que es esa imagen lleva persiguiéndome desde hace un tiempo (cuyo alcance, como el de casi todos los tiempos, no alcanzo a medir, pero que sospecho que es largo) y, obviamente, pretendía prender en forma de cuento. Por fin lo ha conseguido, enganchando ese principio casi tal cual (quitando una palabra y poniendo dos) con otra escena que también me ronda desde hace mucho (aunque esta, pensando, sí que soy capaz de remitirla a un pasado de al menos 13 años, mutando y creciendo y engordando); una mujer atada llorando en las sombras, asistiendo a un ritual salvaje, sabiendo que no hay posibilidad de evasión, y que el ritual terminará con ella, en las dos acepciones que se me ocurren de la expresión “terminar con ella”.

Todo eso ha conseguido coagularse como mi quinto westerncito. Sumando, llevo 5 cuentos del oeste, 8300 palabras que suman 32 folios a doble espacio. Cuando lleve 12, 15 o 20 no sé qué haré con ellos, quizá lo propio fuese rociarlos en whisky y prenderlos fuego, pero lamentablemente el pragmatismo, que tan antinatural me es a veces y que tantos dientes de sierra tiene dentro de mí (fuera de zonas donde debería estar, y emperador coronado de regiones en las que no debería ni haber pisado), me convierte en una de esas personas que saben que el whisky arde fatal, como en general todas las bebidas pardas menos el ron, que aparte de arder de maravilla hace una llama azul preciosa y deja un olor estupendo en el aire. Pero en el fondo da igual prenderles fuego o no. Los cuentos, y con ellos sospecho que toda la literatura y muchas otras artes, tienen una propiedad que la gente no se suele a pasar a considerar, supongo que porque principalmente y ante todo somos todos lectores (pocas personas, quizá sólo futbolistas y toreros, podrán jactarse de escribir más libros de los que leen): la del exorcismo. A no ser que uno se pase toda la vida escribiendo y reescribiendo un libro (como leí que alguien que yo pensaba que fue Dante hizo, aunque por más que miro no doy con nada que me de la razón en esto: en fin), cuando uno termina de escribir algo, sobre todo si consigue publicarlo, encerrarlo entre portada y contraportada y sepultarlo en un estante, es libre de ignorarlo y seguir caminando. Cosa que no se puede hacer, por ejemplo, con el teatro y la música, al menos si la música se toca en vivo, y que es lo que a mí me produce escalofríos del teatro y me hace recelar cada vez más de la música en directo, por raro que incluso a mí me parezca.

Hasta he recogido evidencia empírica: el viernes Lara miraba su último libro de cuentos con un hastío culpable, harta de él pero algo avergonzada por ello. Ya le dije yo, te has ganado el derecho al desapego: para algo ya lo tienes escrito.

A mí me parece algo bonito, algo intrínsecamente vivo, porque vivir es eso, dar pasos en dirección a la flecha del tiempo, nunca para atrás. Los segunderos, excepto el del reloj de la película de El Curioso Caso de Benjamin Button y algunos cronómetros locos, desenroscan siempre el tiempo en la misma dirección.

Así que yo miro mi cuento (o ni eso: miro el archivo que lo contiene, ahí plantado en su carpetita, mirando receloso a mis otro cuatro westerncitos) y suspiro y pienso que eso era un trozo de mí que ahí queda, y que ya puedo seguir adelante, y me pregunto también si esto no deja de ser una especie de escalada en la que cada cosa que uno escribe, cada cosa que uno se saca y cuaja como palabras, no es sino un anclaje que va quedando detrás. Donde no se puede ir pero sí mirar. Por eso yo miro las dos escenitas de mi cuento, miro de dónde han venido y cuánto, a una, le ha costado salir, desde aquellas fantasías de hace unos trece años.

Entonces yo me imaginaba a las mujeres que me gustaban indefensas, atrapadas, en peligro, vencidas. Me las imaginaba así y me imaginaba a mí mismo apareciendo, héroe liberador. Luego me imaginaba más cosas, y en fin, era un adolescente, más o menos, y los adolescentes evocan cosas cuando invocan la erección.

Ahora leo lo que he escrito y pienso que me estoy haciendo mayor: no terminan follando, el héroe y la rescatada. Y pienso: vaya cosas deprimentes y tétricas que me saco de encima.

Pero luego les miro, a ella y a él, veo la chunguez que se abate sobre ellos, y veo que los dos han tenido la oportunidad de elegir la huida, la carrera, la vida, pero que algo, a los dos, les ha empujado al rechazo, al estamparse, a la valentía.

Y me parecen dos perfectos imbéciles, y me caen bien. Y me descubro pensando que qué pena que sólo duren cuatro páginas de cuento. Y me descubro pensando que escribir es conocer gente, también, siempre que a uno le de un poco igual que no sea gente real, que sean personajes que uno más o menos se inventa.

Y por último caigo en el pensamiento final del que ya no hay por dónde salir, que ni escalada ni exorcismo ni depuración ni reciclaje ni nada, que si la literatura no será, al fin, una excusa para pasar el rato pensando bien surtidito de bobadas en las que pensar.

Yo asiento, asiento.

2.3.09

crueles satisfacciones

Este fin de semana ha sido el de las crueles satisfacciones, que son esas satisfacciones que le hacen a uno complicado contener la risa contenta potenciada, además, por el dolor ajeno. Por el dolor no doliente, se entiende, sino por el dolor blanco, inocente, el que jode pero se cura con un suspiro. Tampoco es que me vaya yo a echar a reír porque a alguien le roben el coche, le secuestren al gato o le prendan fuego al peluquín. Quizá en vez de dolor hubiese debido decir dolorcillo. O remitirme a la rechifla sana. Pero no corrijo: que quede constancia de mi errático meditar, que no sea este blog una reinvención de su autor, sino un dedo acusador que señala sus faldas. Digo faltas. Perdón.

El segundo momento de cruel satisfacción ocurrió el sábado, de madrugada. Estaba yo asistiendo al cumpleaños de la novia de uno, o bueno, la prometida.  O algo. Quizá todo fuese una excusa para llevarles a sus gatos (Janfrito y Boguitar) algo de compañía, o para fardar de la réplica de Narsil que usan como abrecartas y bastoncillo para retirada del cerumen orejal desde hace no mucho. El caso es que estábamos allí devastando sus reservas de cerveza cuando advertimos (ya nos lo habían dicho pero como les conocemos, les queremos y queremos seguir queriéndoles, jamás les escuchamos) que desde su ventana se ve el nudo de la M-30 con una carretera nacional, y que allí se paran en el arcén coches sin distintivos que pertenecen a la policía y que se dedican a plantar un radar móvil y sacarle fotos a quienes incumplen un prohibido pasar de cincuenta que hay por allí. Ver poner multas a los coches que van como locos es tremendamente satisfactorio y adictivo. Uno se alegra pensando en el “ups” del cazado al ver el flash en su retrovisor. En especial si es uno de esos idiotas que van de noche con los antinieblas, cuando no hay niebla que valga. Y más en especial todavía cuando ve que viene un coche de policía sin las sirenas puestas, y pasa a todo gas, y clic, le alumbra el flash de la multa, para nuestro regocijo de mirones.

El tercer momento fue ayer por la tarde, al seguir, convertido en atlético por un día, las dos remontadas que ayer hizo el Atleti contra el Barça. Por si fuese poca satisfacción pensar en la gente a la que uno podrá tocar las narices después del partido porque, pobrecitos ellos, son del Barça, yo me entretenía pensando además en Que No, mi compañero de trabajo, que es del Atleti y que, inocente él, decía la semana pasada que respecto al partido con el Barça él se alegraría más si esta semana perdía su equipo, por tocarnos las narices a los del Madrid. Con lo cual llegamos hoy al delirio más absoluto: yo le miro con sonrisa lobuna y él me esquiva los ojos ¡porque su equipo jugó un partidazo y ganó! Es genial esto de los odios en el fútbol, que le dan a uno estas alegrías.

Y por cerrar el inventario, el primer momento ocurrió también el sábado. Uno de los invitados a la fiesta cumpleañera es un viejo conocido al que siempre me da una alegría tremenda ver, y es un chaval estupendo y tiene méritos propios como para que yo me alegre de verlo por todo lo que a él mismo se refiere, sin crueldad ninguna. Pero se da el caso de que, encima, es amigo de toda la vida de una de esas exnovias que uno tuvo en su día y de las que ya no sabe nada, y de las que le encantaría saber, porque siempre es bonito saber de la gente que habitó el pasado de uno cuando el presente es un sueño y el futuro una tierra promisoria que uno arde de ganas de conquistar. Lo que le convierte a él en uno de esos geniales personajes capaces de decir, un día, de pronto, en reunión de sus amigos.

–El otro día vi a David, en el cumpleaños de la tía esa de los rizos.

–¿David? ¿Qué David?

Aquel David.

–¡Oh!

–…

–…

–…

–...¿y… qué tal le va?

–Se le ve contento.

–Oh.

Y quizá, siendo ya rematadamente ególatra, hasta:

–¿Y te preguntó por mí?

–No, la verdad es que no. Parecía muy ocupado hablando embobado de no sé qué muchacha y mirando cómo ponían multas por la ventana.

Mi alegría actual aparte de ir batiendo records es expansiva; le da a uno ganas de gritársela al mundo (qué te voy a contar, si me lees con tu santa paciencia). Y si encima puede uno hacerlo entonando el “ña ña ña” y el “mira lo contento que ando” este que supone poder lucirla delante de alguien que asistió a viejas historias que terminaron con sus viejas heridas (más raspones que puñaladas, todo es cierto, y todo se agradece), a alguien que, quizá, quien sabe, pueda sostener ese diálogo anterior, entonces ya la cosa toma ese cariz para nada inocente que es como el chorrito de whisky en la lata de cocacola que uno bebe entre niños, como la visión de un escote bello y fugaz en un vagón de metro, como el resbalón y el tropiezo de un peatón que nos empuja para pasar. Y uno se siente feliz y malo, cruelmente satisfecho y satisfactoriamente cruel, y termina dando un poco igual que el día ande nublado y mustio, porque uno sonríe y, como mucho, se preocupa porque el fin de semana que viene haga sol, o que le ganemos nosotros al Atleti.

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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.