31.1.09

el amor duele, decían

Dicen, también, que nunca te vas a la cama sin saber una cosa nueva. Muchos días pienso en eso, cuando me voy a dormir, muchos días, sin saber qué es lo que se supone que he aprendido yo ese día. Quiero decir, sí, hay días que se te ocurre algo, incluso varias cosas, acopio para días no lectivos, pero hay días y días en los que no sé qué he aprendido. ¿Aprender sin ser consciente de ello es aprender? No sé. En cualquier caso yo siempre he sido un especialista en perder el tiempo, así que en algún momento decidí ser consecuente y limitar mi cupo: está bien que digan eso de que todos los días te vas a la cama aprendiendo algo nuevo, pero yo me conformo con aprender algo por ejemplo una vez a la semana.

Esta semana, un día, fui a hacerme unos huevos fritos con forma de corazón. Sí, con forma de corazón, mediante el uso de un artefacto que tiene la Muchacha que sirve de molde, para que salgan de esa forma (tiene todo tipo de artefactos extraños para la cocina). Es estupendo porque limita la tendencia de mis huevos fritos a lo fractal, a lo no medible, a abarcar más que el propio huevo, más que el plato destinado a contenerlo, más incluso que la propia sartén, hilos de clara cuajada que se enroscan y se extienden como zarzillos de enredadera regada con anfetaminas diluidas. Así que yo estaba diciendo esta vez no, par de huevos, esta vez tendréis un tamaño razonable y un aspecto relativamente razonable (relativamente porque, en fin, es una form de corazón). Y ahí estaba yo, viendo materializarse esa masa blanca con masa amarilla contenida en un entorno cerrado cuando bang, saltó el aceite y cayeron dos gotas sobre mi mano, dos gotas hirientes e hirvientes que chisporrotearon un instante sobre mi piel, tan sorprendentes que ni dolían, y yo dije "¡uooo!", y luego, ya, sí, sentí el dolor (o quizá sólo lo recordé), y me quedé con dos marquitas en la mano derecha que aún me duran.

Y esa noche las vi, rememoré su causa, rememoré el dolor fugaz y extraño de la quemadura, y me dije que eso me pasaba por darles esa forma amorosa y graciosísima, ah el amor, y al fin me dormí pensando que por esta semana ya he cumplido, y que he aprendido, por la vía directa, que va a ser cierto eso que dicen de que el amor duele, como decían.

29.1.09

el asno de Buridan

Ayer por la tarde tuve una de esas epifanías en las cuales uno descubre cosas esenciales sobre sí mismo. Fue en esa hora en la que la sangre anda ausentándose del cerebro para atender los affaires de la digestión, había una calma chicha en la Secta y la alta temperatura típica de los lugares con antorchas y reminiscencias dantescas producía una modorra considerable. Y yo andaba como siempre, perdiendo el tiempo, o sea trabajando, y de pronto, muy seriamente, mi cerebro se dijo a sí mismo: No me gusta trabajar.

Y es que no me gusta trabajar. Lo que yo quiero es tener dinero para poder vivir, para pasar las noches buscando los brillos del aire, escribiendo posts chorras, tomándome una copa, vigilando el horizonte por la ventana para ver si finalmente la noche se rinde y llega la apisonadora del alba con sus matices del negro y azul oscuro, y después quizá tomarme un caldito calentito y darle los buenos días a la Muchacha e irme a dormir.

Pero claro, ¿qué hay que hacer para no trabajar?

Por ejemplo, ser rico. Pero ser rico está complicado para nosotros, los que no ganamos euromillones ni descendemos de rancias fortunas banqueras, y también para nosotros, los que gozamos de los siempre entretenidos vaivenes de una mente dispersa que es ufanamente consciente de que jamás inventará el velcro, o el tupperware, o el microondas o la televisión de plasma, algo patentable con lo que forrarse.

La única alternativa que se me ocurre es convertirme en escritor, y engañar o bien a algún jurado o bien a algún público bobalicón para que me suelten una pasta con la que poder pagar hipotecas, facturas del agua, pinchos de tortilla, botellas de Habana, camisetas de Dark Tranquillity y discos de Gojira.

El problema es que para eso, qué faena, hay que escribir algo (hay que hacer muchas más cosas, pero para empezar, bueno, hay que escribir algo). Así que nada, ayer tarde me dije a mí mismo pues ala chaval, ponte, y escribe de una puta vez esa novela que te ronda la cabeza.

¡Qué fácil es decirlo, y que difícil apenas empezar!, porque llegado a ese punto me siento como el asno de Buridan, aquel que llevado por la lógica y enfrentado a dos montones de heno y sin poder decidirse por ir a uno o ir a otro termina muriendo de hambre. Porque no tengo una novela rondándome la cabeza, tengo dos, y eso es terrible.

La primera transcurre a principios del siglo XVIII; un joven oficial de marina inglés desaparece en mitad de una guerra (¿napoleónica, la revolución de Haiti, algo en iberoasia?, y su bella prometida, noble inglesa, acude víctima de la desesperación a los brazos de un viejo pretendiente, un noble degenerado, probablemente artista, enamorado en un secreto nada eficaz de la dama en cuestión. Le cuenta sus penas y él, pese a estar corroído por los celos, hace un par de maletas y acompañado de su criado, de su secretario y de su intolerable sentido de la desproporción y el desprecio por todo lo ajeno se embarca en un viaje que le llevará por medio mundo para buscar al oficial de marina perdido, para traerlo de vuelta si es que por un casual siguiera vivo.

La segunda es más yo, supongo, y habla de un tipo que habiendo trabajado para una mafia algo siniestra y chunga decidió tomarse una jubilación anticipada aprovechando estar en posesión de un maletín lleno de pasta. La mafia algo siniestra y chunga se ha pasado años pidiendo su cuero cabelludo a cambio de un montón de dinero, sin éxito. Pero finalmente lo encuentran, y su exjefe, convaleciente de una enfermedad posiblemente terminal, le ofrece el indulto a cambio de un último trabajo: debe encontrar a una anciana profesora de matemáticas desaparecida.

Y aquí ando yo, debatiéndome entre travesías navales y cañonazos y tipos con chistera que toman café a las 5 en mitad de la jungla, por un lado, y tipos sombríos y mal afeitados que caminan por las calles de Madrid con una pistola al cinto y una navaja en el calcetín.

En parte esto tiene sus ventajas. Mientras permanezca incapaz de elegir entre una y otra, bueno, no tendré que afrontar el hecho de lo único que intuyo de cómo se escribe una novela es que requiere una constancia que yo no tengo. Pero vayamos paso a paso, y dejemos que el paso se pierda mientras yo miro mis dos montoncitos de heno, a derecha a izquierda, y escucho el reloj que corre sin piedad, como loco, como hace siempre, el buenazo autista, el muy cabrón.

28.1.09

las ganas de correr

Cuando las nubes cubran las estrellas, cuando sólo graznen los cuervos imaginarios en la tiniebla de carbón, que será plomo negro, helado y hueco, cuando fuera no haya más que la bofetada del viento frío y la desintegración de las sinapsis pintando estrellas fugaces ante tus ojos abiertos e inútiles, cuando, en resumen, ni sientas ni padezcas, ni sepas si vives o no, si existe un mundo o sólo lo soñaste, cuando, resumiendo aún más, ni veas ni oigas ni nada, entonces será mejor que te tragues las ganas de correr, porque hay escalones ahí fuera, y trampas, y precipicios, y paredes, y barandillas, y puertas entornadas, y cables pelados reptando sinuosos por el suelo encharcado.

Tú agáchate con mucho cuidado, recógete las rodillas entre las manos, y después tómate el tiempo que necesites para elegir si buscar y tal vez no encontrar una cerilla, un mechero o un interruptor en tu bolsillo, o dejarlo estar y confiar en que quizá, al tiempo, le dé a algún sol por pasarse por allí.

27.1.09

pero por dentro

Ayer por la tarde mi ordenador de la secta decidió que no le apetecía conectarse a nada. Es una faena cuando uno pretende trabajar, porque todo mi trabajo lo hago en red. Bueno. El problema es que también es una faena cuando uno no pretende trabajar, porque no iba ni el correo, ni Internet, ni nada. Enfrentado a la posibilidad de pasarme la tarde ojeando la Zombie Survival Guide y/o trasteando con sucesiones numéricas en alguna hoja de cálculo se lo conté Al Que No Es, que me dijo “aaah”, así que yo puse el antivirus a funcionar y me fui a casa de la Muchacha.

Esta había quedado con la creadora del Bremen. Creo que ya lo he contado alguna vez: el Bremen sería una deliciosa metáfora religiosa si la religión no fuese absurda: ella nos reunió, nos creo como taller literario, y después nos abandonó, aunque de lejos, cuando se aburre, nos echa una mirada curiosa. Yo cada vez que la veo recuerdo mi metáfora y pienso que quizá un día aparezca con un lanzallamas, apartando a justos de pecadores y proporcionándonos nuestro apocalipsis y luego, balanza mediante, cielo o infierno a quien corresponda.

Es, lo sé, una visión absurda cuya única razón de ser es que, bueno, si la vieras estarías de acuerdo –o no– en que es gracioso imaginársela lanzallamas en ristre con cara de justiciera definitiva, pero yo creo que como consecuencia de tanto jolgorio mío al pensarlo ya me porto bien con ella, por si las moscas.

En cualquier caso habían quedado la Muchacha y ella para tomar un café, así que cuando llegué estaban tomando té. Yo, como soy así de consecuente, decidí tomarme un café, y por no hacerle un feo, como tres docenas de las ensaimadas que había traído para merendar. Y hablando de todo pasamos de los cafés que eran tés y el café que sí que era café al vermú (ellas) y el tequila (yo). Serían entonces las seis y media de la tarde. Ya era de noche, con siempre le da un aire toledanamente legítimo a la cuestión del beber.

Así que ahí andábamos, dándole a la lengua, marujeando, riéndonos, pasando la tarde, y por cortesía de la calefacción, del café y sobre todo del tequila yo empecé a tener calor. Aquí debo puntualizar que yo iba exquisitamente vestido: zapatos, pantalones negros de vestir, camisa blanca de rayas y corbata colorada (por cierto, que ya sé para qué sirve una corbata: para quitarle el polvo a la pantalla del móvil). Iba así porque aunque en la secta vamos con túnicas, crucifijos invertidos, brazaletes erizados de pinchos corroídos y de figuras demoníacas, en fin, lo típico de una empresa del ramo, pero claro, para ir y volver a casa nos disfrazamos de oficinistas clásicos, por no ir dando la nota en el metro. Así que cuando harto del calor me quité la camisa, debajo apareció mi camiseta interior, que en vez de ser la clásica camiseta blanca de algodón era una negrísima de Amon Amarth.

–¡Hostiás! –exclamó Lara, creadora del Bremen y culpable, por tanto, de que la Muchacha y yo nos conozcamos.

–¿Hostiás, qué?

–¿Y esa camiseta?

Yo miré hacia abajo, a la tela negra y los dibujos de espadas y fuego y todo lo que por otra parte se puede esperar en una camiseta de un grupo de death metal melódico vikingo.

–Bueno, uno puede ir disfrazado, pero de alguna manera hay que mantener la coherencia.

Y ella se echó a reír mientras yo le explicaba la satisfacción que da ir así por la calle diciendo sí, vale, yo voy como me digan los que pagan, pero por dentro voy como me parece. La Muchacha, meneando la cabeza y sonriendo, imagino que recordaba mis absurdos pases de modelo de por las mañanas mientras empuñaba la botella y nos servía otra ronda de vermú, para ellas, y otro tequila, para mí.

Lo que no dije es lo difícil que resulta camuflarse luego las camisetas debajo de la túnica satánica. Aunque, viéndolas, yo creo que no desentonan demasiado.

23.1.09

9.15 vs 6.41

En casa somos grandes fans de How I Met Your Mother, la seguimos a la semana, como hay que seguir las cosas, y Juanito y yo solemos picarnos viendo quién es el mayor fan de Barney Stinson, con conversaciones del tipo:

–¡Soy yo!

–¡No, yo!

–¡No, yo!

–¡No, yo!

Y así durante horas, aunque yo, en secreto, a quien más admiro es a Marshall, con su mezcla de cazurrez, friquismo, romanticismo y, caramba, amor.

Por otra parte, la Muchacha, en su implacable busca de placebos que le hiciesen soportable la espera por Lost (que ya ha terminado, por cierto), y por Weeds, y por Dexter, etcétera, hacaba de empezar a ver la serie, y yo a veces re-veo algún capítulo con ella. No es que nunca me importe ver capítulos o películas repetidos, igual que no me importa releer libros o escuchar canciones más de una vez, pero estoy notando, mientras veo de nuevo las primeras andanzas de los colegas de Ted Mosby, lo que ha cambiado mi vida mientras transcurría la serie.

En el primer capítulo, en una de las primeras escenas, Marshall le pide a Lilly que se case con él, y se convierten en prometidos. Yo cuando lo vi la primera vez pensé “vaya manera de comenzar”. Lo que normalmente es una temporada de trama, se lo acababan de ventilar en un plis, ¡y encima prometidos!; el único interés de aquellos dos personajes en la trama, pensé, estaría en saber si iban a ser un par de cansinos empalagosos o a romper el compromiso. Arrugué el gesto y me puse meditabundo. En aquel tiempo vivía con La Bruja del Piso de Arriba, y ni la Muchacha existía en la suya ni yo en la mía. Y yo supongo que me identificaba con Ted y con Barney. Ted, buscando amor, y Barney, bueno, buscando sexo y sentando cátedra. Pero yo conocí a la Muchacha y Marshall y Lilly se cepillaron mi prejuicio, y creo que lo segundo fue antes que lo primero.

Digo esto porque ahora les veo con sus dudas, con sus hay que madurar, con los no tenemos por qué estar haciendo tanto el tonto, y luego al final de cada capítulo pasan de dogmas y de consignas externas y siguen queriéndose como bestias, siendo un par de cronopios y a amarse jugando, y yo siento que me solidarizo, siento que quiero ser Marshall.

No siempre es fácil. Bueno, a nivel consciente por lo general sí, porque ayuda que la Muchacha sea un sonriente angel con patas. Pero a veces tenemos problemas a nivel subconsciente. Cuando se cierran las noches y caemos en el sueño, cuando nuestros yoes subterráneos empuñan nuestros timones, se desatan duras batallas que mueven sus campos de batalla desde el control de la nórdica a cada centímetro de almohada, desde los intentos de despeñar al otro por el borde de la cama al de asfixiarlo en sueños haciéndole imposible respirar. Esta semana, la guerra ha llegado a las agujas del reloj.

El martes nos despertamos cuando sonó el teléfono. Eran las 9.15. Yo entro a trabajar a las 9:30, y tardo media hora en llegar al trabajo, aparte del tiempo del trajín en el baño, la puesta a punto, el vestirme, desayunar, bostezar, leer el As, etcétera. Salí corriendo y llegué tardísimo. Cuando por la tarde –muy tarde, porque llegar tarde implica salir muy tarde– llegué, le conté mi teoría, sin tapujos y sin vueltas

–Eres mi principal sospechosa, yo ni oí el despertador. Así que creo que tú lo escuchaste empezar a soñar, lo desconectaste y seguiste durmiendo.

–¡Huy! –respondió ella–, pues ahora que lo dices, tal vez acabe de acordarme de algo así –y se echó a reír mientras yo podía esgrimir una de esas caras que a posteriori me encantan porque, en fin, no se dan motivos muy a menudo para que uno pueda usar la palabra ‘patibularia’.

El miércoles fue mi venganza. Le tocaba madrugar a ella, y tenía que levantarse a las 7. Yo me desperté, a oscuras, en el más absoluto silencio. Como siempre que me despierto en silencio es porque no suena ningún despertador, despertarme en silencio implica que me he dormido.

–¡¡¡Despierta, Muchacha!!! –comencé a gritarle mientras la sacudía.

Ella dio la luz. Me miró con un ojo apenas abierto (una rendija de ojo), estiró la mano, cogió el reloj y lo miró. Cuando me pegó con el en la cabeza, marcaba las 6.41.

el mejor post de la semana #02

And the winner is Juan Carlos Escudier, que en su Merienda de Medios, por el post “El doctor Aznar”:

“Corroído por la envidia, Obama contraprogramó este pasado martes con exótica alevosía, e hizo coincidir la jura de su cargo con la investidura de José Mará Aznar como doctor honoris causa por la Universidad Cardenal Herrera-CEU de Valencia, en un fútil intento de restar protagonismo al ex presidente español (…).”

Y sigue, y sigue, lee, lee.

21.1.09

el mitin de Mario Conde

Harto por fin de noticias sobre la Fórmula 1 y después de hartarme de leer demasiadas veces muy cercanas las palabras “Kaká”, “Florentino” y “Madrid”, doy paso a la lectura de las noticias de última hora. En una de ellas aparece Mario Conde, que por lo visto ha regalado un montón de libros a la cárcel de Sevilla y ha ido ahí a darles una charla.

Debe haber sido graciosa. Dice la noticia que Conde ha hecho coñas sobre su paso por la cárcel, ha negado que le diesen ningún trato de favor, y ha soltado la serie de topicazos que uno debe soltar cuando da una charla de ese tipo. Venga chavales, no os preocupéis, hacerse buenos, salid de aquí en cuanto podáis, bla bla bla. Y los presos, por su parte, le han pedido el traje para ir al juicio, le han sugerido que se engominase en vivo y en directo, y han hecho unos cuantos chistes a costa de su condición de probrecillo preso multimillonario. Todo muy previsible.

El caso es que esta noticia me ha recordado algo que Google y yo creemos no haber contado todavía aquí: una vez yo… no, espera, espera, esto requiere unas mayúsculas, por lo menos: Yo Estuve En Un Mitin De Mario Conde.

 

 

 

(Estas líneas vacías son para que puedas contemplar con ojos como platos, que no plateados, la última frase)

 

 

 

En mi disculpa diré que no fue aposta. La historia se remonta a aquellos años en los que el señor Conde iba a ir a la cárcel, y no sé si tuvo la estupenda idea de presentarse a unas elecciones, por si conseguía un cargo y le caía algún indulto, alguna inmunidad o pensó que dada la clase de gente que integra nuestro politic establishment, aquello era ciertamente su hábitat. El caso es que se presentó.

Aquella tarde yo había quedado con una amiga a la que veo con el paso del tiempo con la frecuencia de la inversa exponencial cuando x tiende a infinito, o sea, muy poco y cada vez menos (y no es que nos caigamos mal, es que la vida es así, y tenemos cosas que hacer). Como nos vemos tan poco, cuando nos vemos nos alegramos mucho, y aquella tarde en cuestión decidimos celebrar nuestra alegría mediante una serie de brindis para los que requerimos la compra y el vaciamiento de una litrona de cerveza, actividad esta que en aquellos idílicos tiempos era algo que uno podía hacer en la calle tan ricamente. Así que dudando de adónde ir decidimos plantarnos en la Plaza de Santa Ana, como los otros varios cientos de jovenzuelos que estaban allí celebrando también mediante el mismo método el reencuentro de esta amiga mía con tu humilde servidor. En el lado de la plaza que da al teatro había un escenario, pero nadie le hizo el menor caso, algunos, como yo porque somos, como los dinosaurios de Spielberg, incapaces de ver objetos que no estén en movimiento (como, para alivio de corduras, suele ser el caso de los escenarios) y otros porque pensaron con suma sabiduría que fuese lo que fuese a ocurrir sobre aquella plataforma el asunto no iba con ellos. Así que todos le dedicamos la más absoluta indiferencia a ese rincón de la plaza y nos concentramos en las litronas, hasta que de pronto aquel rincón de la plaza se llenó de personas extrañas, comenzó a sonar una música políticamente estándar, brillaron unos focos y bajo ellos, zas, brillaba la engominada cabeza del mismísimo Mario Conde.

En ese preciso instante debió batirse el récord mundial de litronas detenidas a medio camino de bocas abiertas, sospecho, aunque ningún juez de Guinness podría haberlo medido: de haber estado allí él también habría estado mirando embobado a aquel Mario Conde que, acallando magnánimo los esmerados aplausos de la Gente Rara, comenzó a dirigirse a nosotros, “los jóvenes”.

La Gente Rara era realmente rara no porque tuviesen cantidades impares de ojos, orejas, piernas o brazos, o cantidades pares de narices o cabezas, no. Era rara en todo. Estaba dividida en dos clases muy dispares, por un lado una reluciente y de media alta de edad donde era mayoritaria la profusión de peinados caros, abrigos de pieles y zapatos lustrosos, y por el otro otra clase de gente menos abundante, más tirando a flacucha y ataviada con chándal y playeras que eran los que sostenían unos palos de los que pendían las banderas que eran ondeadas cuando Mario Conde, elevando el tono, terminaba una frase y aplaudían los de los peinados caros y los zapatos lustrosos. Y yo me recuerdo pensando que qué guay es ser rico metido en política mitinera, que subcontratas la tarea de agitar esas banderas que quedan tan bonitas ondeando en los telediarios. O sea, si eres de la clase de persona que opina que el agitar de las banderas es algo bello y no repugnante, y si eres tan inocente como para no sospechar que probablemente las labores de abanderamiento sean subcontratadas por más partidos en más ocasiones. Vamos, que como yo soy malpensado y antibanderal aquel primer pensamiento me duró poco, lo que fue una suerte porque, librado por fin de mi estupefacción, pude deleitarme escuchando el discurso que Mario Conde, que sí, que sí, dirigía no a sus fieles aplaudidores, más entraditos en años y en fortunas, sino a nosotros, los jóvenes, los golfos que estaban ahí para emborracharse y fumar porros y mirar tetas y culos y todas esas cosas que hace que los jóvenes sean jóvenes. Hasta saqué un boli y en una hoja que luego perdí inmediatamente con inmenso dolor apunté cuantas frases magistrales pude escuchar al señor Conde. No porque fuesen nada recordable, sino porque eran graciosas (también él habló de alcohol y drogas y de miserables echaos a perder cuando hizo su balance de nosotros, los jóvenes), absurdas y en general estúpidas. Como las de cualquier mitin político, por otra parte, con el plus morboso de tener delante a ese prohombre, ese ladrón de guante blanco, el legendario Mario Conde, con su tan mítica gomina que ya ves, hasta ahora, tantos años después, se la reclaman en la cárcel de Sevilla.

Así que nos quedamos al mitin por afición a lo surrealista incluso cuando se vació la litrona, y luego nos fuimos, muertos de risa, y naturalmente no votamos a Mario Conde.

Pero luego, con el tiempo, fui sacando una conclusión de todo esto que yo creo que ha venido condicionando muchos pensamientos políticos míos, pese a que hasta ahora no recuerdo haberla formulado conscientemente, en voz alta: lo que hubo que agradecerle a Mario Conde aquella noche fue que saliese con su mitin en nuestra busca y captura, en lugar de hacer la clásica cosa política de juntar al rebaño en un redil donde quepan y recitar con el ojo puesto en el piloto rojo de las cámaras de televisión.

Y lo pienso y pienso que Mario Conde dio un mitin absurdo y surrealista, igual que ha dado una charla absurda y surrealista en la cárcel de Sevilla, de acuerdo. Pero al César lo que es del César, ojalá algún político de los tenidos por serios hiciese algo parecido, y oje sus santos huevos por regalarle un lote de libros a la biblioteca de la cárcel. Que habrá sido todo lo ladrón que sea pero a mí, hoy, leyéndole, me ha hecho entender y recordar por qué hay algo en ese tipo que al margen de tantas cosas, qué le voy a hacer, me cae bien.

19.1.09

si yo fuese ave

¿Vuelan los pavos? ¿No, verdad?

La secretaria del Sumo Sacerdote (ella odia que la llamen secretaria, y en rigor no lo es, pero por eso mismo la llamo yo así aprovechando que no nos lee) tiene un pavo real encima del monitor de su ordenador.

Bueno, mejor digamos tiene un dibujo de un pavo. Seamos exactos. La imagen de un pavo de verdad encima de su monitor es demasiado estupenda como para provocarla sin el mérito de que sea real.

En fin, el pavo está dibujado en un circulito de cartón y ella lo tiene en la rendija superior de la pantalla, como si la misma fuese una rejilla de un Mercedes y el pavo (su dibujo en cartulina) el chirimbolo del Mercedes que con tanto entusiasmo coleccionaban los punkis de mi infancia (nota a quien corresponda: Word reconoce punkis, pero no punquis. Qué cosas), y yo, que soy así de majo, me he acostumbrado a propinarle un rotundo golpe con mi disparado dedo índice de la mano diestra cada vez que paso por allí. Al pavo de cartulina, no a la secretaria, que tiene siempre a mano unas tijeras descomunales y afiladísimas que esgrime con aterradora maña. El efecto (del golpe de mi enérgico dedo), siempre el mismo, es que el pavo (léase su dibujo en cartulina) se desprende de su no muy eficaz soporte y revolotea y da vueltas por el aire, hasta aterrizar siempre en puntos distintos pero por lo general lejanos al punto de partida.

Luego por lo general la secretaria que no es tal (voy a patentar los cargos que no son) entrecierra sus ojos, frunce sus ceños y arruga sus mofletes y por sus indignadas bocas suelta una ráfaga de improperios y maledicencias de las que yo huyo con ese clásico caminar a saltitos que tanto enternece a la Muchacha y soltando una risita traviesa, ji ji ji.

El caso es que yo no comprendía por qué hacía esto con el pavo. Para tocar los cojones, me podrías decir, y yo te podría contestar que la secretaria que no es tal es mujer al uso y que por tanto no tiene cojones que tocar, y tú podrías responderme que joder, que ya entiendo qué quieres decir, y yo te contestaría que sí, pero que qué te cuesta expresarte con rigor, y tú alzarías los ojos al cielo, hastiada, y suspirarías y dirías venga: por molestar. Y yo hasta el otro día te habría dado la razón, resignado. Pero no. Como suele pasarme y ya he confesado demasiadas veces, reconozco pertenecer a esa sospecho que abundante casta de los que posponen los motivos a los actos, y que aceptando la complejidad de las motivaciones humanas en lugar de aventurarlas como buenamente puedan las investigan a toro pasado, en base de los hechos. Esto hice yo el viernes, que con el trajín del metro hice una de las dos únicas cosas que puede uno hacer en un día de averías y retrasos y aglomeración: me puse metafísico (la otra es volverse un psicópata), y comprendí por fin que todo mi afán era hacer que el pobre bicho alado volase al fin. Porque tiene que ser tristísimo ser un ave y no volar. ¿Para qué entonces esas magníficas alas y ese aerodinámico plumaje? ¿Para limitarse a usarlo a la hora de amortiguar caídas y darle algo más de eficacia a los saltitos para subir escalones? Triste vida la de los pájaros así como por ejemplo las gallinas. Si yo fuese un ave odiaría ser gallina. Si yo tuviese alas, coño, las usaría.

Y pensando en eso me quedo, y pensando qué cosas hay, equivalentes a las alas, que tenemos y no usamos. Porque seguro que las hay. Y yo las voy a usar. Con un par (sobre todo obviamente si, como las alas, vienen en lotes de dos).

17.1.09

al final Sauron recupera el Anillo



La gente no le da a las cosas la importancia que tienen (la demostración, evidente, se hace viendo a qué le da importancia la gente. Analiza las audiencias de la tele, y voilà). Por eso cuando intento comentar con alguien la actualidad del Real Madrid me suele responder con un bufido y un cambio de tema insertado con cuchillo jamonero. Y no, oye, no: es todo simbólico y de todo se sacan conclusiones, y es todo extrapolable. Por eso el fútbol vale por religión (aunque yo, que sí, vale, soy del Madrid, sea ateo también aquí). Y por eso no puede uno menos que tragar saliva y asistir a este falso final (porque en el fútbol, y he aquí su mayor virtud y su mayor tara a la hora de novelarse, no existen los finales) tan antiépico. Como sabes, Ramón Calderón se va envuelto en un considerable jaleo por culpa de unas cuentas que se aprobaron con los votos de un montón de gente sin derecho a voto a los cuales él naturalmente no conocía, aunque el Marca se haya deleitado en exhibir fotos de la familia del señor Calderón con ellos. Y así ha sucedido que eligiendo entre el linchamiento público y el exilio, Ramón Calderón ha elegido irse. Y entre sus últimas palabras, estas:

"Han triunfado la injusticia y la maldad".

Y no, no lo dice por Israel arrasando Gaza. Lo dice porque juró por su honor no conocer a conocidos y tener que largarse cuando han probado que mentía. Resulta que eso es que Sauron consigue el Anillo y ya no queda esperanza para la Raza de los Hombres, cuanto menos.

Y luego me dirás a mí que yo dramatizo.

16.1.09

faith of rats revisited

En el último post olvidé de cerrar un paréntesis y donde dije nazis quise decir judíos, ¡qué confusiones más absurdas sufre uno!, ¡je je je!

En fin, cierro ese paréntesis inconcluso, no vaya a rasgar el espaciotiempo,  o algo:

)

 

el motín del metro

Más que pensando en ti, amable, querida lectora, escribo este post pensando en la posteridad, en los historiadores del futuro. Porque algún día buscarán un momento histórico, el propio instante en el que todo cambió, y es deber de quienes hemos asistido a él cumplir con la eternidad, alzar la mano, decir yo estuve allí (aunque entonces, oigan, más bien lo llamábamos aquí, ya me entiende, ¿tienen Barrio Sésamo en el futuro? ¿No? ¿Y Pocoyó? Espero que al menos tengan Pocoyó). Y eso haré. A la de tres. Una, dos y tres, ¡va!

¡Ríome yo de la Bounty! ¡Ja ja ja! Esta mañana un grupo de… espera espera, que aún me queda risa: ¡ja ja ja ja ja! ¡Ja! ¡Ja ja! ¡JA! Vale, esa ha sido la última… nonono ¡ja!, vale, quedaba esa, ¿más? ¿No? Vale. ¡Me he reído yo al comienzo de este post (tienes que recordarlo, acabas de leerlo, ha sido hace unas palabras. Si no lo recuerdas, en serio, deberías ir al médico. Claro que si tienes problemas para recordar más de diez palabras atrás esa advertencia también te servirá de poco, porque recordarás “deberías ir al médico” sin más. Lo cuál tampoco está mal pero le resultará confuso al médico cuando te pregunte qué coño haces en su consulta y tú, recordando ya sólo eso, le respondas un más que probable ¿eh?, porque las cosas ya no son lo que eran, ah, viejos tiempos, entonces los jóvenes se comportaban y eran respetuosos y no hacían botellón ni fumaban porros (como mucho grifa los exlegionarios, pero esos prohombres cabrafílicos merecen ese privilegio y más aún) y seguramente hubieran respondido ¿perdón? o ¿disculpe? pero nosotros, hijos de nuestro tiempo, como mucho diremos ¿eh?, porque las cosas ya no son como eran, ahora las editoras pornográficas están en ruina por culpa del Interné ese, las palomas medran y conspiran y el metro llega tarde, porque antes para ver porno tenías que esconder una revista debajo de la cama, en los cielos había millones de alcones y el metro, que iba tirado por caballos, a pedales o a vela (por eso a veces hace tanto aire en los túneles) según el modelo, era puntual.

Pero ya no. Vivimos tiempos fúnebres. Funestos. Hoy menos porque es viernes, pero vivimos tiempos definitivamente tenebrosos. Trípticos. Ambifúsicos. Diplámicos. Sí, me estoy inventando palabras, ¿por?

Bueno, a lo que iba, que en cualquier momento alguien de la secta puede venir a decirme que por qué no lo dejo y trabajo un ratito, para variar, si no duele hombre. Que esta mañana un grupo de personas que recordaban los buenos tiempos, cuando teníamos a Batman (al fascista hiperviolento de Frank Miller, no al mariquita, no por homofobia, que ya veo a mis amigas lesbosexuales afilando sus bates de beisbol y oxidando y emponzoñando sus dagas, sino porque a la hora de resolver conflictos con el mal era más contundente. Más imaginativo. Más mejor), y a Maira Gómez Kempfzt y a la Ruperta, y a Lobato, que hacía innecesarios los teléfonos móviles. Y cuando uno era tan palurdo como para escribir vueno con uve el corrector no le salvaba del público escarnio y de la mofa general, porque por aquel entonces hasta los analfabetos escribían sonetos de prístina perfección y conmovedora corrección ortográfica. Y esta mañana por fin ese grupo de gente del que llevo desde el principio intentando hablar (en ocasiones me resulto TAN molesto), esos próceres rebeldes e insatisfechos, han dicho basta: ante la última tropelía, la definitiva, un retraso averiático reflexivo y reflectante, que ha afectado a todos los andenes de la línea 6 de Metro de Madrid, que dicen ser dos pero que, yo lo he visto, pueden ser cuatro, por ejemplo en Oporto o en Avenida de América, o hasta seis, si uno se pone tiquismiquis en Príncipe Pío, y toma cerrados en vez de abiertos (discúlpenme el tecnicismo topológico. Juro que tiene sentido, y que más aún, era necesario. Qué digo necesario, ¡imprescindible!).

Hablaba la megafonía, “ding dong ding, Metro de Madrid informa de lo de siempre”, y la masa, furibunda, insatisfecha, se revolvía y hacía referencias, ya digo, a Batman, ¿dónde está cuando se lo necesita?” Hasta una sonriente ancianita de ojos resignados se ha dirigido a mí, luego de toda clase de muecas para que reparase en ella, pues sus gastados “disculpe” (ah, los viejos tiempos) no hacían mella en mis orejas, sepultadas bajo los asincopados ritmos del último disco Burst, una obra maestra, oiga. Así que ahí estábamos, como los nazis de Hollywood en sus trenes de exterminio, después de haber sido desalojados de un Tren Lleno (© Metro de Madrid 1919-2009) para que pudiesen meternos en otro Más Lleno (© Metro de Madrid 1919-2009), y yo por fin reparo en ella y la miro y ella, como pasa siempre en estos casos, ha dicho “que si puede usted bajar la música de sus cascos, por favor, que nos están volviendo locos a todos”. Y yo, que reconozco el señorío y la decencia cuando los veo aunque no escuche nada con los cascos puestos, me he desprendido de ellos y la he respondido “¿eh? ¿disculpe?”

“Que si puede usted bajar la música de sus cascos, por favor”, ha repetido gritando, aunque ya la verdad es que no hacía falta, pero en fin, la gente mayor tiene sus cosas y yo las respeto.

“Claro mujer. Puedo, puedo. Como podría haberme cogido un puto taxi, y no molestaría, y estaría en el curro hace una hora”.

Yo no sé qué había en mi tono, que era respetuoso o esa era mi intención, pero la gente del vagón se ha echado a reír. Sería la tensión, o el efecto de los malos humoristas, que hacen que por contraste todo se vuelva gracios. Ah Morancos, Cruz y Raya y demás fauna, cuánto daño habéis hecho.

Total, que bajo mi volumen, ella sonríe y dice gracias y yo me vuelvo a mis asincopamientos, ahora con más concentración porque claro, a menos volumen, más dificultad para escucharlos. Cuando de pronto veo a la señora que de nuevo da saltitos y agita las manos.

“¿Sí, señora?”, la digo tras los nuevos plops de rigor y las nuevas liberaciones de mis orejas.

“Que da igual, que subas la música otra vez si quieres; la música que nos molesta la tiene puesta ese tipo detrás de mí”.

Yo creo que la he contestado algo sobre que no importaba y que la salud de los tímpanos y mejor la dejaba así y ya he dejado de hacerla caso porque por fin llegábamos a mi parada, que también era la suya. No la he oído (Burst tiene un batería que me encanta), pero salía detrás de ella y la he visto ir dibujando disculpes con los labios todo el maldito camino hasta las taquillas. Y allí esta rebelde educada, esta revolucionaria de vagón, ha reclutado a un grupo de audaces y han dicho el hasta aquí se puede llegar hombre ya: ha dirigido el grupo a la taquilla y han pedido un papel que explicase a sus superiores, jefes o citas indignadas por el retraso que la culpa del retraso era de Metro y sus Averias Expansivas en el Tiempo que Ocasionan Retrasos de Diez Minutos que De Pronto Son Veinte y Luego Se Redondean A Cuarenta (© Metro de Madrid 1919-2009). Es un humilde primer paso, pero yo, con lágrimas en las manos (porque me he restregado los ojos con los puños), he sabido con indudable certeza que eso no era sino un primer paso. Que algo ha cambiado. Y que pronto veremos a esa señora por la tele, diciéndole a la gente “perdone” y cambiando, después, el mundo.

Y después llegará otro día en el que todo sea distinto, en el que de nuevo los halcones saturen los cielos de la urbe y los cráneos de palomas muertas mucho ha alfombren las calles, y Mayra Gómez Kefmprftrrr vuelva de entre los muertos a luchar contra la Ruperta en su batalla entre el Ying y el Mal, y ese día yo, a los niños, permíteme que me enorgullezca, y ese día yo, a los niños, les podré decir:

–Yo estuve ahí. Sí, niños: aquel día yo, liderado por aquella viejecita amable y gesticulante, aquella incansable y heroica luchadora cívica, aquel día yo, ¡yo!, yo también pedí un justificante a la taquillera. ¿Queréis un caramelito?

El mejor post de la semana #01

Inauguro hoy esta sección que, cada viernes, premiará al que en mi pretenciosa opinión ha sido el mejor post de la semana. Aunque las semanas se supone que se terminen los domingos, o los sábados si eres inglés (y entonces digo yo ¿cómo un pueblo con un lenguaje tan estupendo y literal como para llamar a las farolas street lights puede llamar weekend a algo que es end of the week y beginning of the week?), yo voy a considerar que se acaban los viernes, y que el fin de semana no pertenece al calendario, sino al bucólico paraíso de los Días en los que No Se Madruga.

En fin: que el ganador de esta semana ha sido Mr. Pajasmentales con su post ¿Qué es lo que tenía que hacer?

La razón está a un clic de saltar a la vista.

14.1.09

aséptico, ca

Qué tremenda reputación de tipo simpático me estoy ganando en la oficina. Ahora que ya nadie dice “acento” harto de que yo grite “¡tilde!”, he encontrado otro hobby con el que torturar compañeros. El último ejemplo, hace escasos minutos: llega una compañera de comer, olisqueando, y dice

–Caramba, ¿a qué huele?

Así que olisqueamos todos, o bueno, olisquean todos aquellos que tienen sentido del olfato, que sospecho que son todos menos yo.

–A nada, ¿no? –le responden unas cuantas voces.

–No sé, no… a mí me huele a algo…

–¿Colonia? –sugiere alguien.

–¿Tabaco? –dice una nazi antitabaco, mirando con asco el perchero del destierro, donde los fumadores cuelgan sus abrigos.

–¿Tuberías? –propone otro.

–Huele como siempre –dice alguien–. Lo que pasa es que tendrás una lesión cerebral que te ha afectado al olfato.

–Que no, que no –insiste ella, mientras se sienta en su puesto–. Que esta oficina nunca tiene olores, no huele a nada, es aséptica, pero hoy… no sé, huele a algo.

Yo levanto la mirada del correo que le estoy escribiendo a la Muchacha (como he tenido cosas que hacer es sólo el número 823 del día), la bajo del nuevo, abro el Explorer, aprieto unas cuantas teclas, muevo el ratón, aprieto otras pocas.

–¿Qué será? –se está preguntando ya la gente.

–¿Dónde has comido? –le pregunta otro a la olisqueante e intrigada compañera.

–¿Qué hora es? –inquiere otro.

Yo le doy a imprimir, me levanto, voy a su mesa y le dejo la hoja recién salida de la impresora. Ella lee lo siguiente:

 aséptico, ca.

(De a-2 y séptico).

1. adj. Med. Perteneciente o relativo a la asepsia.

2. adj. Neutral, frío, sin pasión.

 

Termina de leer y me mira.

–Por si te da por volver a usar esa palabra –le digo–, para que sepas lo que significa.

Y me doy la vuelta y me vuelvo a mi sitio, dejando tras de mí sus ojos furibundos y una cerrada ovación del resto de bordes quisquillosos que pueblan esta oficina (que son unos cuantos, por cierto).

10.1.09

elogio de la incoherencia

Hoy hay cena en casa, pero yo no la veré. Juanito ha quedado con unos cuantos amigos comunes, o sea, del campo. Y está ya en la cocina empezando a preparar la cena. Él es así, precavido, activo. Si la cena la hiciese yo empezaría a pensar en hacerla cuando los invitados empezasen a morderse los tobillos, muertos de hambre. Pero él ya está preparando una lasaña.

-Y quién es eeél -entro yo cantando en la cocina-, y a qué dedica el tiempo libreee.

Se ríe y me mira, cuchillo y ajo moribundo en mano.

-No me preguntes por qué venía cantando eso -le advierto.

-¿Por qué venías cantando eso? -pregunta, mientras vuelve a la mutilación del ajo.

-Ah, yo qué sé.

-Quién si no, tú eres el que lo cantaba.

-El que yo realizase el acto no significa que yo sepa el motivo, o si hay un motivo. La gente se empeña en buscar motivos a sus actos y eso, según yo, es un error. No somos tan coherentes como pensamos que somos.

Juanito deja caer el ajo en la sartén y va preparando el primer estrato de su legendaria lasaña.

-¿No te da envidia? -pregunta.

-¿El qué? ¿Perderme la lasaña?

-Exacto.

-Qué va, intento no ser consciente tampoco del motivo de tus actos. Ignoro que hagas una lasaña delante de mis narices. Me concentro en el café.

Tampoco es que el café requiriese mucha atención. Quedaba hecho, faltaba un minuto de microondas, un chorro de leche y medio kilo de azucar.

-¿Y vas a ser capaz de resistir viendo si ver qué ves mientras la hago?

-Si tardases menos que yo en echar el azucar, no creo -he respondido, y he volcado el azucar y he salido corriendo.

Yo no sé para qué hablamos, mi compañero de piso y yo. Puta falta que nos hace. Al rato me llega diciendo que si puedo bajar a por queso rallado, que el que nos quedaba está verde. Claro hombre. Y según voy hacia la puerta y él vuelve a hacer guardia en torno a la lasaña en gestación, farfulla:

-¡y gñaflas!

-Y patatas, vale.

Y me he ido. Y efectivamente, eran patatas.

En serio, yo creo que con mirarnos valdría. Y a veces ni eso.

9.1.09

porque no está bien hablar de climatología, que si no...


…me pondría yo a contar que cómo los sectarios satánicos son, por muy satánicos y muy cincuentenarios que sean. Nieva en Madrid, como hoy contará media España convirtiendo los telediarios en una cosa plenamente atlética entre el blanco de nuestra nieve y el rojo de Gaza. Nieva y esta ciudad se vuelve rarísima, porque en Madrid no nieva nunca, o una vez cada dos o quince años, o sea nunca, y le pasa como a esas mujeres que no se pintan nunca y están tremendas y un día se hacen una rayita debajo de los ojos y uno se cae de espaldas para risa de la Muchacha, que luego le deja a uno vengarse con más risa cuando se autorretrata diciendo cosas como “oooh, ¡qué bonito, se parece a mí! Aunque claro, yo me parezco a cualquier cosa con mofletes y flequillo”. Nieva y hay silencio ese silencio suave, frío y contradictorio, y los satánicos, por muy satánicos cincuentenarios que sean, se suben al tejado del edificio a sonreír inmensamente y decir ¡uoooh! y acto seguido bajan a la calle a pegarse bolazos camino del café de los viernes, que abrazan como náufragos rescatados su primer plato de sopa caliente mientras sonríen como los niños que, hoy, son.

Nieva y camino del tejado alguien coge una cámara de fotos y luego contempla, pasmado, sus manos vacías y me ve trepar escalones como loco y hacer ochocientas fotos que luego saldrán todas negras porque la cámara no es la mía, y el zoom, bestial, se ha comido toda la luz. Nieva y yo apago el mono y me vuelvo con dos o tres fotos que me gustan, o sea contentísimo porque en realidad bastaba con una, y echando terriblemente, inmensamente de menos mi cámara, mi pobre cámara ahí dormida, en casa, que no sabe lo que se está perdiendo y que tan bien se lo iba a pasar si hoy yo tuviese el día libre y a ella en las manos. Nieva y el encargado de la cámara me dice gruñendo que está empapada y yo le despido con un aleteo de la mano mientras le digo que claro, que es que la nieve moja, esa culpa no es mía, sino del Adversario.

Pero nieva sobre Madrid y uno piensa que no está bien hablar del tiempo, que de eso es de lo que se habla en los ascensores con la gente que no soportas o que no conoces para hablar de otra cosa (o sea, que no sabes de qué equipo son, o si les gusta el fútbol siquiera), que en los blogs es absurdo decir que está nevando porque ya lo sabe todo el mundo, para eso están las ventanas y los televisores, cuando no toca la franja roja del uniforme televisivo. Así que en vez de contar que nieva y que he hecho fotos y he tomado parte activa en una guerra cívica, o sea, de cachondeo y sin más daños que un par de dignidades y la risa general, voy a hablar de otra cosa.

Quedo pensando en qué, mientras miro nevar y pienso en una excusa para volver al tejado.

8.1.09

el autobus a-ateo


Hace tiempo saltó la noticia de que en Londres, por iniciativa de una periodista que asistió estupefacta a unas declaraciones religiosas que decían que los ateos arderíamos en el infiero (esos creyentes siempre tan literales con eso del amor al prójimo, je), se había puesto en marcha una campaña publicitaria atea que en varios autobuses londinenses, de esos magníficos y orondos, coloradotes y de dos plantas, escribía en grandes letras este simpático mensaje: "There is probably no God. So stop worrying and enjoy your life" ("Probablemente no hay un Dios. Así que deja de preocuparte y disfruta la vida"). No sé si la campaña desató mucha polvareda por Gran Bretaña, pero la idea ha sido copiada por ateos barceloneses (y va a serlo en breve en Madrid también), y aquí, en el campo de batalla principal de la lucha del Vaticano por el control de occidente (el mismísimo New York Times dixit), para qué se va a tomar nadie las cosas con calma, qué va: aquí está poniendo el grito en el cielo hasta el ínclito, el inefable, como bien dice Rincewind el martillo de los herejes, ¡Pío Moa! (para el que el consejo de disfrutar la vida no es sino "una invitación más a la cultura de la trola, el choriceo y el puterío. (…) Más abortos, más divorcios, más colaboración con el terrorismo, más hogares monoparentales, más botellón, más droga"), y todo el mundo anda preguntándole a políticos y personalidades públicas qué opinan al respecto y mandando toneladas de indignadísimas cartas a mi de vez en cuando avistado y casi siempre avispado Rafael Reig, diciendo que qué pasaría sin con la persecución sistemática a la que por lo visto se sienten sometidos los cristianos en este país de rancia herencia se pusieran ellos a poner anuncios por ahí (qué sé yo, los típicos cartelones de la misa de la Inmaculada, o las típicas cruces en los edificios altos, o todas esas cosas que ya tienen y que por despiste supongo que no ven), y que a mí me hacen pensar que desde luego que están perseguidos, y no como los judíos en el III Reich o, qué sé yo, todos esos herejes a los que la Inquisición (perteneciente a la siempre benevolente y fraternal Iglesia) asó en tiempos por no ser buenos borregos.

A mí me parece que el anuncio es simpático y que la recomendación de disfrutar la vida que dan los que promueven estas campañas es irreprochable: aconsejan disfrutar la vida, y no sólo a los ateos, sino a todo el mundo, a diferencia de muchas campañas de ciertas fes que cuando tienen buenos deseos los tienen exclusivamente para los suyos. Pero como la gente se ha ofendido igual y como esto lo pienso desde el ateísmo recalcitrante, rompo una lanza redentora por los creyentes ofendidos y propongo reemplazar esta campaña por otras que, para que todo el mundo esté contento, hablen de la fe y de la Iglesia (o de las fes y las iglesias, pero en fin, permíteme centrarme en la que tengo presente hasta en la sopa). Así que yo pondría a circular autobuses con estos carteles:

 

ÚNETE A NUESTRA SECTA – QUEMANDO A QUIENES NO PIENSAN COMO NOSOTROS DESDE 1184

HEMOS ASESINADO YA A MEDIO MILLÓN DE HEREJES: ¡ÚNETE A NOSOTROS SI NO QUIERES SER EL SIGUIENTE!

 

DOLOR ETERNO A QUIEN NO PIENSE COMO NOSOTROS – ÚNETE O PÚDRETE EN EL INFIERNO

SÓLO NOSOTROS TENEMOS RAZÓN - ¿CÓMO VAMOS ENTONCES A ESTAR EQUIVOCADOS?

 

LO QUE DECIMOS ES CIERTO PORQUE LO PONE EN UN LIBRO DE HACE 2000 AÑOS, PLAGIO DE VARIOS LIBROS ANTERIORES

SANTA MADRE IGLESIA – FOMENTANDO EL MASOQUISMO DE LOS FIELES Y EL DOLOR DE LOS INFIELES DESDE HACE 2000 AÑOS, Y CONSTRUYENDO AXIOMAS DE FE A PARTIR DE ERRORES DE TRADUCCIÓN

 

¡NUESTRO AMIGO IMAGINARIO PODRÍA FULMINARTE AHORA MISMO SI NO CREES EN ÉL!

TODO LO MALO SUCEDE PORQUE A DIOS LE DA LA GANA – TODO ES UN PLAN DE DIOS

NO SEAS BOBO, ÚNETE AL BANDO DEL GANADOR

 

DIOS ES MÁS LISTO QUE TÚ, MÁS FUERTE QUE TÚ, MÁS GRANDE QUE TÚ

NO SEAS TOOONTO, SE CRISTIAAANO

 

¿CÓMO VAS TÚ A SABER MÁS DE NADA QUE LOS PASTORES ANALFABETOS QUE INVENTARON LA BIBLIA?

SÉ HUMILDE, HOMBRE, QUE DA PUNTOS

 

NO LEAS A BORGES

LA VIDA ETERNA ES DIVERTIDA

 

Así que nada, si a alguien le apetece montamos una colecta y ponemos un cartel de estos en un autobús. Por lo que leo el diseño vale 100 € y alquilar un autobús un mes, 200 €. Así que a 5 € por barba con ser 60 nos vale. Sé, porque lo leo en Google Analytics, que me leéis más de 60 personas al día, así que ¡pillines, aflojad cinco pavos!, y ayudemos todos al cristianismo en estas horas de necesidad. Como decía el refrán, hay que tener amigos hasta en el cielo, por si las moscas.



Edit / créditos: insertada imagen para ilustrar el post, hecha con esta maravilla: http://ruletheweb.co.uk/b3ta/bus.

7.1.09

cebarse: metáfora y realidad

1. La metáfora: ya he decidido como bautizar a los informáticos de mi oficina sin llenarme el discurso de frases: el que en realidad no es informático pasa de ser “El Informático Que No Es Informático” a “El Que No Es”, y el otro pasa de ser “El Informático Que Sí Es Informático” a “Que Sí”.

El Que No Es, pese a no ser (eso), es cosas. Por ejemplo es antipático y gruñón, condición suficiente y muchas veces necesaria para caerme bien, y del Atleti. Así que acaba de darme un pequeño momento de placer al llamarme para que viésemos juntos unos papelajos.

–¿Ya está todo? –le he preguntado al terminar.

–Sí, sí –ha respondido, agitando la mano distraído.

–Vale, pues si ya hemos terminado con el papeleo me siento en mi sitio –he dicho yo, pronunciando la cursiva igual que las siguientes negritas–. PapeLeo Messiento

–Pero mira que eres hijo de puta –se ha despedido él. Y yo me he vuelto a mi puesto satisfecho, contento y pensando que qué maravilloso es el fútbol, que cuántas vidas salvará, que cuánta gente hoy está haciendo coñas por el estilo y sangre en los atléticos.

Esto que hago, sin duda, es cebarme.

2. La misimísima y literalísima realidad: en otro orden de cosas, ya sé lo que pasa. ¿Qué respecto a qué? Ah, sí, vale, que si no esto queda confuso. Ya sé a qué viene tanta comilona y tanta cara sonriente por parte de la familia de la Muchacha. De pronto ayer, enfrentado al tercer plano lleno hasta los topes de espaguetis minados de bacon y albóndigas (que no eran sino el entrante, pues después habría de comerme un buey rociado por doscientos litros de salsa y secundado por una tonelada de patatas con huevo y de postre un barril de mouse de chocolate, y mientras ir picando canapés), tuve uno de esos raros chispazos de comprensión, de esos momentos en los que la niebla se desvela y uno entiende la realidad. De pronto supe que la familia de la Muchacha, harta ya de que esta no de muestras de fatiga y se libre de mí por hastío, ha tomado la ofensiva y planean asesinarme a base de hacerme comer cientos de kilos de comidas deliciosas. Obligarme, atrapado entre su generosidad, su simpatía y mi gula, a comer hasta que reviente por dentro.

Yo me resigno; si ese es el precio de la sonrisa, de la mirada de la Muchacha, lucharé por ella lamiendo hasta el último plato, mojando el último trozo de pan en la última gota de salsa, aceptando el 70% de filete que le sobra, siempre, a un par de docenas de comensales.

Esto que me hacen, sin duda, es cebarme.

Pero la resistencia es imposible. Está tan rica la comida que no hay nada que hacer.

 

(En otro orden de cosas, y ya que desde mi ombliguismo blogueril no he dicho nada de la guerra desatada por Israel en Gaza, aprovecho que leo en El País que Israel va a dar un alto al fuego ¡al día! ¡de tres horas! para declarar que, habiendo apreciado de corazón lo bello del gesto, nos demos todos respuesta del mismo y que durante tres horas al día nadie ponga a parir a los nazis judíos. Propongo también que esta pausa se de durante las horas de sueño. ¡Blogueros del mundo, no insultar a Israel mientras dormís!)

(Y leo también que Aznar, perro fiel, se ha quedado sin la palmadita afectuosa de su desagradecido amo. Por quedarse sin cosas, hasta se ha quedado sin la medalla aquella que se compró con nuestro dinero. Qué faena, se veía que le hacía ilusión al hombre. Ah, si es que la prensa al final siempre esconde una pequeña alegría, el caramelo que decía aquella profesional)

5.1.09

mi proclama de año nuevo

Parece que uno necesita despedir y empezar el año soltando discursos y lanzando promesas y análisis y proclamas y declaraciones de intenciones, no tengo muy claro por qué. Quizá sea cosa del Rey y de su soporífero y anticuado discurso navideño. Y digo yo ¿no podrían poner sólo un anuncio donde saliese nuestro amado monarca bailando ante un fondo epiléptico y colorista mientras su voz u otra en off nos dice, sobre un fondo musical machacón y cansino, que si queremos escuchar el discurso del Rey mandemos “JUANCAR” al 5115 o algo así? Incluso los fieles lectores del ABC podrían ponérselo de melodía del teléfono y la Casa Real tendría otra fuente de ingresos más, que nunca viene mal cuando el viento nos trae el tufillo de la crisis esta. En fin.

El caso es que yo, que siempre le tuve mucho afecto a La Polla Records, quiero, como cantaba el Evaristo, ser Rey, aunque sea sólo en esto, y aquí estoy con mi discurso. Pero ah no, pérfido lector montal, no esperes de mí promesas ni análisis trescientossesentayseisdiasísticos. Yo me voy a limitar a hacer una declaración de consumo interno para este blog tan tuyo como mío, y a hablar de las dos últimas pelis que he visto por primera vez.

Primero el blog: abolida queda, como prueba este post, mi ley no escrita de no escribir más de un post al día. Cada ley tiene su contexto y el de esa era evitar la saturación, que me conozco. Sin ella podría haber llegado a escribir aquí tres o cuatro veces al día durante meses. No sé si mis posts de longitud infumable son una consecuencia de esto (aglutinar todo y que no se quede nada en el tintero o morir) o son algo más esencial y una razón más para el corte de un post por día. En cualquier caso últimamente por la secta me hacen trabajar y las actividades extraescolares y los mohines de la Muchacha me hacen pasar poco tiempo perdido frente al teclado, con el blog en la cabeza. Así que ya no sólo no tiene sentido mantener una ley que frena lo que ya no se da, sino que es contraproducente. La flexibilidad es buena. Y quizá sean mejor cinco posts cortitos a la semana que dos eternos, aunque los primeros coincidan en días. En fin. Variar es bueno. La evolución, bla bla bla. Valga entonces este cambio como discreto homenaje a Darwin en este año, bicentenario de su nacimiento.

Segundo, el cine. He visto últimamente dos películas que merecen un par de palabras cada una. Primero, la primera de eso que ¿en serio va a ser una saga?, Las Crónicas de Narnia. Y me ha parecido una descarada apología del racismo: o sea que todos los lobos son malos, todos los minotauros son malos, todos los castores o lo que coño fuese aquello son buenos, y el león un encanto. Claro, claro: en Disney son racistas. ¿Y qué coño comen el león y los depredadores buenos, si puede saberse? ¿Minotauros? ¿Son vegetarianos? Eso sería terrible para su metabolismo pero por otra parte en un mundo en el que hasta el más infecto bichejo es un charlatán de tres pares de narices ¿qué otro remedio le quedaría a cualquier ser con paciencia? ¿Quién podría comerse una vaca que mientras uno la lleva al matadero va diciendo “oye ¿dónde me llevas? ¿qué es esto? ¿por qué huele tan mal? ¿¡qué haces con ese cuchillo!? ¡¡nooo!! ¡¡¡nooo!!! ¡¡¡AAAH!!! ¡Socorro! ¡Policía! ¡Asesino! ¡Qué haces! ¿Qué te he hecho yo? ¡¡¡AAAH!!!”?

Por otra parte la película es una estupidez con niños que uno pasa esperando los últimos 20 minutos, cuando por fin se dan de bofetadas, e ignorando todas las estupideces de la trama, y luego para nada, la batalla final es una patraña y en plena vorágine de supuestamente reconfortante violencia uno no puede dejar de pensar que sin pulgares retráctiles ¿quién coño le ha construido tal palacete al maldito león?

La otra película que he visto fue RocknRolla. Es de Guy Ritchie y no sale Madonna: con eso se dice todo. El tipo aún anda depurándose de ese periodo traumático de su vida, pero ciertos planos, ciertas escenas (ese polvo tan ritcheano, o el ataque a los rusos y la persecución de estos) tranquilizan, hacen pensar que no es Lock & Stock ni Snatch, vale, pero es algo, el débil eco del pulso súbitamente crecido en el cuerpo no muerto de un comatoso que se pensaba irreversible. Ánimo, señor Ritchie: si el mundo sobrevivió a los ochenta, usted puede sobrevivir a su exmujer.

Y me quedo yo preguntándome a qué clase de bares irá este tipo a tomar las pintas de cerveza. Probablemente a esos a los que uno le gustaría ir, si pesase el doble, tuviese la mitad de grasa y supiese partir cráneos con los dientes.

Y por ahora creo que eso es todo. Que os traigan muchos regalos a los recolectores, y a los cazadores suerte, buena caza y que no os pisoteen las muchedumbres de las zonas de compras.

cazadores y recolectores

Hoy es la noche de reyes y yo la pasaré en soledad, viendo alguna película sangrienta y puliendo mi A3 en el Need for Speed. ¿Triste? No tiene por qué. Pensaba yo hoy en ello y de pronto he pensado que hay a quien los Reyes le traen regalos y quien va a por ellos. Recolectores y cazadores. Yo soy un cazador. Cuando vengan los tiempos oscuros aferraos a vuestras lechugas y a vuestros botes de alubias. Yo, llamado por la lanza, partiré a la caza del tigre, igual que esta tarde iré por ahí a buscar mi película sangrienta para la noche de Reyes. ¡Quien no se consuela es porque no quiere!

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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.