30.10.08

consumir preferentemente antes de: ver envase

Leo en el blog de Maikelnai (que a pesar de ese nick, ejem, es un blog imprescindible) sobre la poca durabilidad de los datos en torno a los que hoy construimos nuestra cultura. Pienso en lo que leí hace tiempo sobre el efecto de una bomba nuclear detonando sobre la atmósfera, con sus rayos gamma alcanzando los átomos de las capas superiores de la misma, arrancándoles los electrones y aniquilando con el pulso magnético resultante toda la cacharrería tecnológica que hay debajo. Pienso en cuánto confiamos en estos cacharritos, los ordenadores, y en los unos y ceros que contienen, y como, tontería clásica de nuestra especie, pensamos que eso va a durar siempre, ahí. La inmensa producción de una humanidad entera (en fin; siempre quedará África, pero supongo que ellos tienen preocupaciones de verdad). Pienso en que si toda la información de la humanidad, ahora más que nunca y, quizá, ahora más fragil que nunca se fuese al garete, ¿qué echaría yo de menos?

Obviamente, música, películas. Y esta forma de asomarme lejos, de hurgar en esta memoria que, a base de chascarrillos y con la excusa del porno, hemos contruido entre todos. Y pienso ¿y de lo mío, qué querría conservar?

Se me ocurren un par de cuentos, y la discografía de Porcupine Tree.

Y pienso que con eso, la Muchacha y un yate cargado hasta los topes de gasoil, por si las moscas, ya tengo respuesta a la pregunta más trascendental de la filosofía, esa de ¿qué te llevarías a una isla desierta?

29.10.08

el enigma del cortauñas

Como tantos otros, es un simple ¿por qué?

¿Por qué cada par de días o así, a cualquier hora –hoy, hace 4 minutos– uno de los archidiáconos de la secta va al cuarto de baño a la carrera, se encierra en él y al instante desde dentro nos llega a quienes nos emplazamos cerca de la puerta el clic clic clic persistente, metódico e increíble de un furibundo cortauñas utilizado de manera compulsiva?

¿Por qué tanto cortarse las uñas?

¿Será un hombre lobo o algo así, obligado a controlar el tamaño de sus garras?

¿Por qué precisamente ahora, en este instante?

¿En su apretada agenda será el único momento del día que pueda destinar a ello?

¿Será una especie de mantra suyo?

¿Un método de obtención de placer masoquista?

¿Se cortará realmente las uñas?

¿Por qué me pregunto todo esto?

 

Uno se queda con esa sensación de que algo raro está pasando, esa sensación incómoda de no saber, y de saber que no se quiere saber, pero sabiendo ya que ya se sabe que no se sabe, lo que además, lo sé, de sonar la mar de confuso (ahí va mi desesperanzada promesa de que tiene no ya sólo significado sino también sentido, en serio) basta para prender la llamita de la inquietud, esa invencible precursora y fiel promesa de los devastadores, asfixiantes e inminentes incendios del pánico.

28.10.08

667 (o david es un pequeño planeta)

He prosperado en la vida (si ya,... con -114 eurillos). No hay duda de ello. Asciendo en los escalafones de los cultos a Satán, tengo unaaa, hmmm, eeeh, es que estoy en contra de las letras de más de tres, de tres en tres, no boba esto no lo copies (encima, serááá...) yo la tilde sólo (jiji) la pondría en la última a. Bueno, a lo que iba, que he prosperao (echa humo: fiuuuuu) prohperao (perdón, con hache), es evidente paso de (aspira) (me mira a la sien fijamente...) (frunce ceño) y mi última señal de proSperidad es que he conseguido una transcribiente (son 10 eurillos, ja!). Yo dicto (oye estoy usando un dedo en la derecha...) y ella escribe una serie de letras al azar en la pantalla y luego las borra y escribe masomenosmasonemos (perdón, ay!) lo que he dicho. (vuelve a echar humo y da golpecitos al cigarro) y encima fumo tabaco chino lo cual es estupendo porque en vez del típico mensajito de "te vas a morir" o "te estás pudriendo por dentro" en este pone "double japineh" ("pero ponlo bien", dice el amo...) hapiness. hapineh lleva dos pes ¿no?... ja, sí lleva dos (y agita el paquetito que Yo, la esclava he traído, me da con él en la nariz y dice jum!, triunfante, pobre, que pequeñas son sus victorias...) (no pienso poner lo que estás haciendo) (eso tampoco, demoñodemuchacho). Eeeh, pues eso. Que el de ayer fue mi post número 666. Salve a la bestia devoradora de mundos. No (dice), bestia devoradora y mundos con mayúscula. Salve a la Bestia Devoradora de Mundos. vale, gracias. Y después de un punto va mayúsculas. (voy a dimitir...). Eeeh. (pasooooo) (uoh! acaba de poner cara de pequeño planeta feliz cuando en la esquinita del monitor ha salido la descarga completa de californiqueision) Anda que tú no has puesto la cara contenta, con lo que te gusta a tí Hank Moody. Punto y aparte. (uy, perdón).

Mmmm, vale pues que tenemos, que tengo, no sí que tenemos que depurar la téncina de dictado y transcribidora, pero todo se andará. Y que si el 666 que es el número malo malo (no que si sin que, que si no ha dicho eso... aj!). Y que si el 666 es el número malo malo malo entonces yo ya, en este blog, soy malo malo malísimo. Punto. (pone cara de pepino) Los siguientes 666 posts (jijiji) van a ir dictados (si, ya.... no tengo yo poesitas que escribir y van cuatro suspensivos porque quiero... rebelión). Advertidos quedais. Todos (y todas). Incluyendo la copista.

(¿puedo saludar? hola Nán! ay.. vaaale, hol...ay)

27.10.08

balance del fin de semana de rodríguez

Estaba yo escribiendo, para publicar, en vez de esto, el balance de mi fin de semana de Rodríguez, hablando de todas las series que he visto y de todo lo que he jugado al Need for Speed y de la peli que fui a ver al cine (Tropic Thunder: ve a verla, toda la maldita película riéndome, que estuve), pero aceptémoslo, eso no le interesa a nadie, cortemos la paja y vayamos al grano.

Para ser un Rodríguez como mandan los cánones uno tiene que aprovechar la ausencia de su manceba para salir por ahí con otras mujeres y precisamente eso he hecho yo este fin de semana. Salir no ya con una, sino con dos mujeres, ala. Yo no sé si los Rodríguez de los tiempos de las baladas y las leyendas ligaban en esas salidas. Yo, claro, no lo hice. No es que lo pretendiese, naturalmente, pero estando con ellas me vi a mí mismo y me dije que caramba, qué tipo más digno de confianza que soy; yo creo que la Muchacha debe estar orgullosísima de mí, porque dificilmente podría pasársele por la cabeza que su novio (tacho la palabra, que le da repelús, y uso otra más propia) mancebo va a intentar echar una canita al aire, si cuando sale por ahí con otras lo hace con una pareja de lesbianas.

La pareja, encantadora, claro. Excepto quizá por algún detalle como intentar matarme llevándome a un bar donde en el sótano, compinchadas con un camarero sonriente, lograron que fuese golpeado en la cabeza con un vaso de coctel, por lo demás muy majas. Si les perdonamos además eso de sentenciar a (y comenzar a planificar la) muerte a (de) la Muchacha. Desistieron sólo cuando las aseguré que si lo hacen me la llevaré a algún torreón perdido con quince toneladas de maquinaria eléctrica y un par de tornillos y la convertiré en mi pequeña Frankensteinita. Asentimos los tres ante la afirmación de que estaría muy graciosa con las tuercas, un costurón cerrado con grapas en la frente y los brazos así estirados como los tienen Frankie y las momias en el imaginario colectivo, pero a ellas les dio el suficiente repelús como para desistir de su fantasía homicida. O eso dijeron: por si las moscas debo advertirla sobre los peligros de que la lleven a bares de camareros sonrientes donde de pronto alguien se pone a hacer cócteles primero y luego puntería con las sienes del público. No está el mundo como para andar fiándose de nadie.

Luego trataron de secuestrarme y me llevaron a rastras a su casa, pero yo conseguí escapar dándoles esquinazo a través de los salones, corredores y balaustradas de su domicilio, con el infalible truco de emborracharme. Ahora que lo pienso ¿el truco bueno no es emborrachar a los captores y luego, sobrio, huir? Hum. No sé, funcionar funcionó, que es lo que importa, y además, la toledanía le impide a uno ir por ahí emborrachando gente y perdiendo así un valiosísimo tiempo que podría estar invirtiendo en eso, en emboracharse él.

Y al fin, libre cual un grajo, me fui, y me di un paseo nocturno por Madrid y me quedé un ratito en Puerta de Toledo mirando el milagro del nacimiento de los taxis (pasan cientos de miles por esa calle, rumbo al centro. En serio, es un espectáculo digno de National Geographic), y cuando me harté de ver lucecitas verdes revoloteando por la Calle Toledo abordé uno, le obligué a virar en redondo y me condujo a casa.

El taxista era simpático, pero eso ya, como el resto del fin de semana, no merece más comentario. Bueno, quizá aquello de los temblores del viernes o el jactarme de que el viernes hice Mi Primera Tortilla de Patata sí que lo merezcan, sobre todo lo primero. Pero dije que al grano, y uno debe ser consecuente con lo que dice. Y eso va con segundas, pero me temo que es demasiado críptico como para que nadie lo entienda o recuerde a qué me refiero. Igual no debería haberlo puesto, hum. Pero bueno, con suerte igual hasta me da un cierto halo de misterio. Soñar es gratis. Excepto si uno paga el alquiler o la hipoteca del sitio donde está la cama en la que sueña, o se va a un hotel o similar. Ahora que lo pienso ¿es soñar gratis alguna vez?

Bueno, qué más da. Olvida el último párrafo. O el penúltimo. O los dos, porque si olvidas el penúltimo este se aplicaría al anterior y luego olvidado a este al anterior, y al final me quedo sin post, y sería una lástima, para una vez que me da por ir al grano y no ponerme a filosofar sobre mis miedos de que quizá esté jugando demasiado al Need for Speed, que cuando me preguntan que qué coche tengo mi respuesta instintica es “un Pontiac GTO” y cuando mi coche frena poco pienso en tunearle los discos y las pastillas de los frenos, en fin.

25.10.08

la propiedad transitiva

Supongamos que tenemos W, X, Y y Z.

Entonces W lee a Y, X lee a Z, y nos consta que W lee a X y X a W, y que Y lee y es leído por Z.

Tomando valores W = la Muchacha, X = yo, Y = Luis García Montero y Z = Rafael Reig, tenemos un caso en el que todas esas condiciones se cumplen.

Y uno se pregunta si no sería cosa de extender esa red de relaciones de lectura. Ah, si tan sólo tuviésemos unas cuantas novelas con las que hacerlo (lo de leer).

En fin, estoy de Rodríguez con -114,93€ en el banco. Pero con algún billete en el bolsillo.

Tengo como 20 capítulos de series por leer, y un tupper grande como el infierno lleno de croquetas de mi abuela.

Ron no me queda mucho, pero tengo el Need for Speed y paquete y medio de tabaco.

Estoy de Rodríguez y poseído por la nostalgia y la morriña (y eso que sólo hace un par de horas del adiós corazón, pásatelo bien y saluda al García Montero de parte de un lector de Rafael Reig -o sea "adiós W, saluda a Y de parte de un lector de Z"). Y me siento todo un aventurero.



Y quizá me vuelva salvaje y, no sé, me vaya luego al cine. ¡Qué pasará!

24.10.08

lo peor que le puede pasar a una mujer

–Es que lo que me ha pasado a mí es lo peor que le puede pasar a una mujer –dice una señora.

Es un día cualquiera y yo voy volviendo del trabajo a casa, pero por una vez voy sin el iPod conectado, pues acabo de hacer una llamada de teléfono y por lo general cuando voy a hablar me quito la música. Porque además de hablar a veces uno, no siempre, escucha, y en fin, cualquier ayuda es buena. La señora que acaba de hablar va delante de mí, caminando junto a otra y bloqueando toda la acera, así que yo llevo unos metros a rebufo de ambas cuando dice eso. No he escuchado nada de lo que dicen antes, y una vez dicho eso no añaden más. La frase ha quedado ahí, flotando entre ambas, y yo me la apropio, y la asimilo, y miro a la mujer.

A primera vista parece sana. Tiene dos piernas, dos brazos, dos ojos, orejas, pelo. No tiene cicatrices visibles, parece que no tiene problemas de movilidad, el tono de la piel es sano, articula su lenguaje, y parece que no le faltan dientes.

No parece que haya sufrido ningún atropello traumático, ni enfermedad degenerativa, ni accidente que involucre una radial o productos químicos o medicamentos en mal estado. Tampoco parece que nadie la haya hurgado con herramientas de bricolage o de carpintería o de cocina o de ingeniería genética. No parece que le haya caído un rayo ni que una prensa hidráulica le haya aplastado las piernas o que una sesión de submarinismo profundo le haya reventado el cuerpo por dentro. Tampoco parece que la hayan metido en un microondas, ni rociado con ácido.

Ella ha dicho eso, y yo he repasado todas esas posibilidades en lo que he tardado en parpadear un par de veces (en fin, uno tiene fondo cinematográfico del que tirar). No es obviamente que estas cosas sean lo peor que le puede pasar a alguien: Lo peor es un elemento maximal, y lo peor que le puede pasar a alguien probablemente sea algo que está más allá de mi imaginación, pero son cosas que, en todo caso, la señora no parecía estar sufriendo y que sospecho que empeorarían su situación.

Y ahí se ve lo que tiene que soportar uno por llevar a cuestas un cerebro matemático: la señora ha hecho una afirmación, “tal cosa es lo peor que le puede pasar a una mujer”, él por su cuenta se ha puesto a buscar –y encontrar– formas en las que su situación podría ser peor que la actual, ergo lo que le ha pasado no es el elemento maximal en la categoría de “lo peor que le puede pasar”. En otras palabras, su frase es falsa.

Así que no pierdo tiempo y le doy a la señora unos golpecitos en el hombro. Ella se gira y me mira sorprendida.

–¿Sí?

–Señora, eso que usted ha dicho es falso.

–¿Qué?

–Lo de que lo que le ha pasado es lo peor que le puede pasar a una mujer. Es falso.

–Oiga, ¿qué coño sabrá usted?

–Pues de lo que a usted le pase nada, pero sé que no le pasa…

–¿Y a usted qué le importa?

–Bueno, nada, pero el rigor lógi…

–¿Qué hace escuchándome?

–Pues verá, mi teléf…

–¿Pero quién se cree que es?

–Ah, hola, me llamo Da…

–¡Cotilla!...

–…vi…

–…¡Miserable!...

–…d.

–…¡Imbécil!...

–…

–…¡Patán!...

–..

–…¡Gilipollas!...

–.

–…¡Cretino, animal, cerdo!

Hizo una pausa para respirar, y yo aproveché el momento para intervenir.

–Las cartas sobre la mesa, Marta. Llevo años buscándote por todo el puto mundo. Y te he encontrado. Sé dónde estás. Y esta vez no podrás huir, y no podrás esconderte. Nos veremos.

Y me fui.

O intenté irme, porque en ese instante me pegó con el bolso en la cabeza y fue ella quien se fue gritando ¡policía, policía, hijo de puta, policía!, escoltada por su acompañante, que me ametrallaba con miradas bien cebadas de odio, ratatatatá, pero también de temor, blam blam blam blam. Y desaparecieron doblando una esquina y yo me quedé muy feliz y muy contento de haber podido hacer algo de divulgación lógica, sabiendo que acababa de probar mi razón. La señora tiene ahora el consuelo de saber que a fin de cuentas, le pase lo que le pase, su situación podía empeorar. Sé que es un triste consuelo, porque le consta a posteriori, y ahora que cree que alguien la acecha y la persigue por su barrio se siente aún peor, y que el alivio sólo es aplicable a su situación anterior, pero pronto, cuando se familiarice con el concepto de la inducción matemática y se vaya dando cuenta de que cada día iré a buscarla y a hacer que su vida ruede un pequeño peldaño más abajo por la escalera del drama, espero que se de cuenta de que las cosas no son tan terribles, que por malo que tenga el día seguro que al día siguiente le verá algún consuelo, que cada día será mejor que el que sigue y por tanto tendrá algo que disfrutar. Y así, y este es mi sueño, espero que llegue el día en el que la vea sonreír, en silencio y sin queja alguna.

Ese día no sé qué haré. Tal vez la deje en paz. O tal vez por afán de superación la meta cristales rotos en los yogures de la compra, o vaya a por la lijadora de mi padre, o conecte un cable de alta tensión a la cerradura de su portal. Ya veremos.

 

23.10.08

recordatorios con patas

Pregunta:

¿Qué hacían ayer dos niños en la calle, cuando ya paró de llover –la ciudad húmeda de metal brillante–, enarbolando un paraguas inmenso abierto de par en par?

 

Respuesta:

Divertirse.

 

¡Ay los niños! Recordatorios con patas, denuncias andantes de la estupidez adulta. Ahí iba yo, con mi paraguas bien cerrado, no fuese a hacer el estúpido, no me fuese nadie a mirar mal. Como si el único objetivo de un paraguas –y por extensión de cualquier cosa– fuese el objetivo con el que se vende.

Ay los niños. Si no estuviese tan ocupado odiándoles –por gritones, por egoístas, por niños– les adoraría.

22.10.08

la herencia

Yo en el trabajo soy un ser esencialmente silencioso. Mi compañero de al lado y yo podemos pasar un día tan felices en el que toda nuestra conversación se resuma a estas 10 líneas:

Yo (9:31:48 a.m.): Buenos días Antonio.

Él (9:31:51 a.m.): Holaaa.

Yo (9:32:03 a.m.): ¿Viste ayer al Madrid?

Él (9:32:06 a.m.): Sí, qué asquito.

Yo (10:34:03 a.m.): Bajo a echarme un piti.

Él (10:34:06 a.m.): Vale.

Él (10:40:17 a.m.): Te ha llamado Isa.

Yo (10:40:19 a.m.): Aaah.

Él (13:17:47 a.m.): ¿Hoy no se come o qué? ¿Bajamos ya?

Yo (13:17:51 a.m.): Venga.

Él (16:29:24 a.m.): ¿Vas a ver hoy al Atleti?

Yo (16:29:26 a.m.): Quita, quita.

Él (17:30:00 a.m.): Hasta mañanaaaa.

Yo (17:30:03 a.m.): Hasta mañana Antonio.

Esto a la gente de la secta le hizo pensar, en principio, que yo soy un tipo tímido e introvertido, cuando lo cierto es que, en primer lugar, puedo pasarme el día perfectamente sin hablar gran cosa, y además, callándome evito parecer un idiota y, sobre todo, que se me note mucho el destrozo en los numerosos días de resaca.

Con el tiempo, de todas formas, me he ido soltando, y ahora de vez en cuando intervengo en las conversaciones de oficina. Por ejemplo, el otro día le estuve contando a una compañera embarazada que cuando vaya a dar a luz a mí que ni me mire que paso de ayudarla, que no quiero mancharme, y en el almuerzo del viernes pasado, hablando todos de esas cosas que a uno le gustaría hacer antes de pasar a mejor vida les conté alegre y dicharachero que si tuviese una enfermedad terminal me inyectaría heroína.

Como soy así de racional, tengo una razón para esta apertura mía de fronteras. No es que ahora pretenda demostrarles lo idiota que soy (que con el tiempo ya se han dado cuenta ellos solitos) ni que piensen que soy un alcohólico (ídem del paréntesis anterior); es puro rencor. La idea es que cuando yo me vaya de aquí y venga alguien a suplirme, se acuerden de mí y de mis tonterías, y las comenten, y así quien venga de nuevas se sienta ignorado, ajeno y extraño, exactamente como me pasó a mí cuando llegué aquí en relación a mi predecesor (no es difícil imaginar un ciclo cosmico en torno a todo esto en el que todas las reencarnaciones de todos los ocupantes de todos los puestos de trabajo tienen estas cosas). Y, de paso y como efecto colateral para nada pretendido, les aporto mi sabiduría y mi punto de vista de las cosas, encima gratis (porque yo no cobro por eso, yo cobro por los cánticos a satán y por leer blogs, eso lo tengo bien claro y así lo pone en mi nómina, sobre todo lo primero).

También, claro, tengo otro ejemplo de eso, si no a ver para qué voy a estar escribiendo este post.

Subimos hoy de comer unos cuantos, y había una duda epistemológica: una compañera –la embarazada, para más señas–, enredada con los informes de planes expansivos de la secta, viene y pregunta al corrillo de los que tecleamos por aquí:

–¿Cuál es la diferencia entre un plan de emergencia y un plan de contingencia?

–Las letras de “emer” y las de “contin” –responde Antonio.

–Contingencia significa “posibilidad de que algo suceda o no suceda” y las emergencias son cuando ya ha sucedido algo –ha respondido el informático que no es informático.

–¿Pero en qué se diferencian los planes de las dos cosas?

Yo he cogido aire y he maldecido a mis compañeros, por usurpadores; normalmente yo soy el que da respuestas rigurosas e inútiles o se limita a responder citando a la RAE, así que me ha tocado cubrir la banda de las aclaraciones, con lo que yo odio ser claro.

–Eso como mejor se ve es con un ejemplo –le he dicho yo–: los airbags de los coches son planes de contingencia, y las radiales de los bomberos son planes de emergencia.

Todos me han mirado un rato y me han dicho a coro.

–Pero mira que eres burro.

Y yo, tan contento de ganarme un nuevo adjetivo con el que algún día torturarán a mi sucesor, he sonreído y he vuelto a lo mío, que Hernán Casciari acaba de publicar en Espoiler.

20.10.08

ovnis en El País

Leo en El País una noticia que viene titulada así: “pilotos de combate estadounidenses recibieron órdenes de disparar contra un OVNI”. Justo debajo incluyen un elocuente subtitular que reza “archivos británicos desclasificados hoy revelan que militares norteamericanos vieron ‘un portaaviones volador’ en 1957.- Un avión comercial estuvo a punto de chocar contra un objeto no identificado en 1991”.

La noticia es, a la vez, un ejemplo prodigioso de cómo funcionan tanto la ufología como el periodismo malintencionado.

No se incluye un link a la noticia original, que viene publicada (aquí) en el The Times inglés, pero al menos sí pone su nombre, por si alguien un poco escéptico o curioso quiere leer algo que no sea la interpretación del patán que haya firmado ese artículo.

La noticia cuenta que en los ficheros desclasificados sobre ovnis que han dado a conocer los militares ingleses está la historia de un piloto americano, Milton Torres, que en la noche del 20 de mayo de 1957 recibió órdenes de despegar cagando leches, de armar todos sus misiles y de soltárselos al blanco en cuanto lo avistase. El blanco era un punto grandote de su radar, que parecía indicar algo del tamaño de un B-52, y por la orden recibida se esperaba que fuese hostil y probablemente ruso: los paranoicos tiempos de la Guerra Fría. En cualquier caso, de pronto el puntito del radar desapareció y Torres se quedó sin nada a lo que soltarle los 24 misiles que ya tenía preparados. Volvió a su base y cuenta ahora a los periodistas ingleses que al día siguiente recibió la visita de alguien de la NSA y que le dijo que mantuviese la boca cerrada respecto a lo que había ocurrido, que en ningún momento llegó a ver nada, y que a día de hoy sigue sin una explicación de lo que pasó. Dice también que aquello tenía el tamaño de “un portaaviones volador”, y termina contando que en opinión de David Clarke, profesor de periodismo y ufólogo, lo que pasó fue que alguien andaba haciendo pruebas un programa secreto de la CIA, llamado PALLADIUM, que se pensaba utilizar para crear señales falsas en las pantallas de radar rusas.

Termina el artículo con tres entradas breves que hablan de otros “avistamientos”, que hablan una de un avión de pasajeros que casi chocó contra un ovni que era un objeto marrón con la forma de un misil, otra de una orden que prohibía a los militares ingleses fotografiar los círculos del heno que cierta gente pensaba que eran una especie de graffitis de aliens y que resultaron ser broma de un par de labradores, y la última y mejor, la que revela la existencia de la carta de una señora que dice ser de Sirio, y cuenta cómo su nave se estrelló en Inglaterra durante la Segunda Guerra Mundial.

Pero claro, esa noticia no tiene chicha: ¿un piloto que vio una cosa parpadeando en su radar y que despegó con orden de cargársela, que no vio nada, justo cuando la CIA andaba probando algo para distorsionar las señales de radar? ¿Y noticias que hacen chufla de los ovnis que hablan de misiles, los caducos círculos del heno y una colgada que dice venir de Sirio? Con eso no se va a ninguna parte, así que en El País han decidido montarse su versión:

Ya cité en el subtítulo. En él ya fabulan, y aquí resulta que los pilotos sí vieron el inexistente ovni. Se dice además que éste estaba inmóvil y que en vez de ser un puntito en un radar salió pitando “a 12.000 kilómetros por hora”. Se incluyen algunas expresiones cuartelarias del piloto y mogollón de cifras y datos para que le den a todo un aura de realismo, se encomienda a Mulder y a Scully y puestos a citar los otros expedientes revelados, coge sólo el de los pilotos del avión de Alitalia que vieron un misil.

Eso sí, de propina añaden que una vez en la tele salió un niño de 14 años que vio algo parecido a un cohete que volaba bajito y luego subió muy alto.

Así que yo termino indignado pensando que hay que joderse con los periodistas que vieron demasiado Expediente X y preocupadísimo voy corriendo a avisar a la Muchacha, no sea que en su periodiquillo le den trapo a las idas de pinza de algún reporterillo con ánsias de fabulador. Y ella me tranquiliza diciendo que no me preocupe, que la noticia del día es que el novio de Falete confiesa que se autosecuestró.

Y yo ya me quedo más tranquilo, sabiendo que hay quien con la que está cayendo sigue teniendo claro qué es lo importante del día a día.

17.10.08

leo

Y no me refiero al medio signo zodiacal (esa cosa absurda) de mi agente (es Leo por conveniencia pero puede ser Cáncer, según cual pinte el pronóstico más conveniente) y de una excompañera de universidad cuyo cumpleaños siempre olvidé (mil años de carrera y es que no me acordé ni una sola vez: soy desastre). Me refiero a que leo, del verbo leer.

Leo sorprendido a Guille citarme cuando habla de Mil Cretinos, y no como ejemplo de uno, que bien podría ser, sino como buen crítico, además de sabio madridista. Caramba, farfullo yo, y pienso que Guille debe haber estado esnifando pegamento o algo, para decir algo así de halagador y de falso. Porque yo leo otras cosas. ¿Qué he leído esta semana?

·         He leído una fricada divertidísima que en 1978 escribió el Premio Nobel de Economía de este año, Paul Krugman, que se titulaba The Theory of Interstellar Trade, y cuya lectura recomiendo a todo aquel al que Asimov le suene de algo.

·         Con todo el debate sobre música, entre todo lo que leí para coger impulso, leí esto, en la Wikipedia, sobre el ritmo “típico” de una canción de Meshuggah (la traducción es mía, así a bote pronto):

“En un ritmo polirítmico típico de Meshuggah, las guitarras pueden tocar en compases extraños como 5/16 o 17/16, mientras que la batería toca en un 4/4 normal. Haake (el batería)  también usa dualmente compases de 4/4 y 23/16. Mantiene el hit-hat y en plato en un compás simple de 4/4, pero usa la caja y el doble bombo para seguir un ritmo de 23/16. En “Rational Gaze” (del disco Nothing), Haake toca un 4/4 simple, golpeando la caña en cada tercer tiempo, durante 16 barras. A la vez, las guitarras y el bajo tocan en los mismos cuartos, pero en diferentes signaturas de compás, y eventualmente ambos lados se encuentran en el 64 tiempo. Hagström (guitarrista) comenta sobre los politirmos ‘nunca hemos estado realmente metidos en los compases extraños que nos acusan de utilizar. Todo lo que usamos está basado alrededor del núcleo de un 4/4. Es sólo que arreglamos las partes de forma diferente alrededor de eso para que parezca que lo que está pasando es algo distinto’.”

Y pienso: “¡uau!”, y pienso que a veces un friqui de esto tiene extrañas formas de alcanzar la fascinación.

·         Leo más de ciencia ficción, leo que Ridley Scott, que ya ayudó a definir el género con Alien y Blade Runner, va a volver a dirigir ciencia ficción, adaptando The Forever War, que por lo visto es un libro sobre guerras estelares consistentes con la Relatividad, en la que un soldado participa en campañas que para él duran unos cuantos años, viajando a velocidades próximas a la de la luz de batalla en batalla, mientras en casa, en la Tierra, pasan milenios. Y pienso que viendo el historial en esto de Scott, es para ilusionarse.

·         Y leo más de cine, leo que Steven Soderbergh ha elegido a una actriz que se llama Sasha Grey como protagonista para su siguiente película. El chascarrillo está en que la actriz es una actriz porno, galardonada como tal a pesar de sus escasos 20 añitos. Leo que ella ha declarado “he sido una admiradora de las películas de Soderbergh durante años y estoy eufórica por tener el papel protagonista en un filme lleno de personajes”, y me pongo a pensar por un lado que claro, lleno de personajes, tampoco es que las pelis porno tengan mucho dramatis personae, y por otro que, oye, igual Soderbergh se pone a rodar una inmensa orgía, y me da una risa floja que despierta miradas curiosas en la oficina.

·         Y no paro de leer y releer y pensar en algo que escribió José A. Pérez en su mesa coja,

“Hace unos meses, Cuatro emitía un reportaje en el que el siempre dicharachero Jon Sistiaga nos mostraba el mercado de las armas en Norteamérica. Paseaba por una feria mientras su voz en off remarcaba la inadecuada presencia de infantes en aquellos encuentros de amantes del sr. Smith y del sr. Wesson.

Entre los muchos personajes que desfilaban frente a la cámara, recuerdo uno que afirmaba que tener armas en casa le hacía sentirse más seguro ante un posible ataque. El intrépido Sistiaga, cejas en arco, le preguntaba de quién pretendía defenderse. Y el tejano, con la naturalidad de quien está convencido de tener razón, respondía:

‘De mi Gobierno, claro.’

La voz en off de Sistiaga remarcaba entonces las carencias de la cultura norteamericana, madre del amor hermoso, cómo está el patio por aquí para que la gente crea que necesita armas para defenderse de su Gobierno.

‘¿Es que en España la gente no lleva armas?’, preguntaba alucinado el tejano.

Y la sonrisa del europeísimo Sistiaga le decía que no, hombre, que aquí somos mucho más cultos y sensatos y confiados, y dejamos las armas exclusivamente en manos de la pasma, la legión, los escoltas y las mafias del este. ¿Para qué cojones vamos a necesitar armas nosotros, los hombres y mujeres de bien?

Creo que ésa fue la primera vez que pensé que en América la revolución aún era posible, mientras que en Europa el pueblo ya había sido derrotado y, además, lo íbamos pregonando por el mundo como unos perfectos gilipollas.”

(Que sigue, deprimido porque ni con armas en los cajones de la mesilla nadie hace nada ante la juerga de los fondos a los bancos) Y por lo general después de eso durante un rato no leo, sino que me quedo pensando que igual no es tan terrible como le parece a la Muchacha que algún día me copre un Colt Army Model 1860, que yo quería por mero afán mitómano, pero que igual algún día nos salva del ridículo si, despistados e irreconocibles nos da por hacer la revolución y no tenemos con qué explicarles nuestros puntos de vista a los banqueros, los políticos y demás fauna.

El gorro, el poncho, las botas con espuelas y los puritos tendría que comprármelos por otra razón, supongo. ¿Por ir conjuntado? Hmmm.

Y termino pensando que leyendo todo esto yo no sé qué criterio o credibilidad puedo tener como crítico literario, y que menos mal que me queda el único consuelo de que afortunadamente, nadie sabe qué me dedico a leer.

Aparte de leer esta semana también he visto fotos, pero eso lo cuento otro día que estén las visitas bajas, porque incluirá bonitas fotos de tías en topless.

15.10.08

dream theater vs porcupine tree

Llevo unas veinticuatro horas enzarzado en una telediscusión a dos bandas con receptor y rebote con un tipo que no conozco.

El rival es un compañero de Elena, que es la que hace de receptora y transmisora de los mensajes, y la culpa de la discusión fue suya, que hizo ese comentario que supuestamente es inocente (pero ella y yo sabemos que no),

–Pues aquí hay un tipo que escucha grupos de esos raros que sólo conoces tú.

–¿Ah, sí? ¿Como cuál? –pregunté yo, mordiendo otro anzuelo, que no doy abasto ya.

–Dream Theater –dice ella.

Yo me escandalizo y la digo que es Dream Theater y, curioso, investigo por los gustos del tipo. Como la comunicación es via e-mail, por ir avanzando, le digo que le pregunte si conoce unos cuantos grupos, Opeth, Isis, Porcupine Tree, Estradasphere. La elección de los grupos es del todo menos casual, digo esos porque me gustan mucho y son los primeros nombres que me vienen a la cabeza que incluyen un par de bandas geniales que no son precisamente populares. Porque eso de que alguien conozca a mis grupos amenaza mi autoridad, mi independencia y mi maravilloso elitismo, y no puede ser. Yo puedo conocer los grupos de los demás ¿pero alguien va a conocer a mis grupos? ¿A todos? Ni de coña.

Al rato responde Elena.

–No le suenan, pero se ha puesto a escucharlos.

Bendita época esta en la que a alguien le dicen un grupo que desconoce y con unos cuantos clics los puede escuchar desde su ordenador. Al rato me informa.

–Está escuchando Porcupine Tree y dice que no están mal del todo, que empiezan las canciones bien, pero que luego tienen estribillos gays comerciales y bajan mucho.

Y yo, claro, me indigno: ¡comerciales! ¡Y lo dice un fan de Dream Theater, banda archiconocida –al menos en cierto ambiente– que vende a espuertas –al menos en cierto ambiente–, que lleva desde el Metropolis II sin sacar un disco decente y que encima entienden que la excelencia musical consiste en hacer canciones muy largas con solos megacomplicados donde el guitarrista –Petrucci– y el teclista –Ruddess– puedan demostrar todo el rato lo rápido que pueden mover los dedos!, ¿y no es eso, precisamente, ser comercial?

Así que me ofendo y le escribo a Elena largos correos explicando los múltiples defectos de Dream Theater y las incontables virtudes de Porcupine Tree, y le digo que si busca algo no comercial que qué hace escuchando a los Drinci y no a Gojira o a Meshuggah o puestos a mover los dedos rapidito pero con alma a Nevermore. Y así correos y correos y más correos. Pero dice Elena que es que a ese hombre le gusta ese grupo “y el jebi de los ochenta”, porque Elena y yo siempre decimos un cariñoso y terapéutico “jebi” cuando tocaría usar la pretenciosa “heavy”. Acabáramos. Como si el heavy de los ochenta, con sus tachuelas, su cuero, sus pelos cardados y sus letras sobre lo que mola el alcohol o hacer cuernos o los guerreros cachas e ir por ahí metido en una cutre versión de un universo de Dungeons & Dragons no fuese ridículo y comercial.

Pero el tema vuelve siempre a Porcupine Tree y sus estribillos ¿abiertos? y ¿comerciales?, según terminología de mi tele-rival. Y yo le digo a Elena que me queda el consuelo de saber que al menos ella, imparcial, si escuchase a Porcu y a Drinci preferiría de largo a Porcu. Y me dice que probablemente y me responde además esto,

–No debería decirte esto, pero qué coño, tu eres mi amiguito y te voy a dar más munición: mientras tu escuchas prácticamente de todo (creo que es cierto tu axioma de que cualquier persona decente puede encontrar cinco discos tuyos que le gusten), éste muchacho no lo hace y lo que es más fuerte... ¡¡es fan de los Héroes del Silencio!!

Y yo me considero vencedor moral y primorósamente halagado, y me dedico a ronronear y a pensar en lo que tiene de absurdo que lleve 24 horas destacando fallos y penurias de un grupo que, en realidad, me encanta.

En parte es por pura gana de discutir, porque discutir es divertido, y en parte es por mero afán provocador, probablemente, pero también es cierto que todos esos fallos y todas esas críticas tienen su base y son cosas que yo en su día he escuchado y que en su día también concedí como ciertas. Pero una cosa es lo que a uno le gusta y otra muy distinta pretender que los gustos personales de uno son perfectísimos e inmaculados. Hay que mirar con objetividad, y saber que se puede apreciar algo pese a verle cosas criticables. Y yo creo o sospecho que eso no es algo que la gente haga mucho.

Creo que a mí me resulta más fácil porque nadie puede abarcar tanto campo como para criticar al tiempo todo lo que escucho. Es muchísimo más sencillo tocarle las narices a alguien que sólo escucha Scorpions (y he conocido gente así) que a alguien que encuentra gustirrinín en muchos estilos distintos. Y también escuchar todos esos estilos distintos te da perspectivas nuevas y más lejanas para analizar cada uno por separado, frente a los demás, y destapar sus carencias y virtudes.

Y además está aquella costumbre lejana y remota de mis días de forero en tierra friqui de que el mayor y mejor crítico de cada banda, para pasmo de noveles y gentes de paso, fuese al mismo tiempo su mayor fan. Cuando ves al tipo que más ama a Pantera en el planeta quejándose del ritmo machacón, el gruñir de la voz de rottweiler de Phil Anselmo y de las pajas que se hacía Dimebag Darrel en cada solo, no puedes sino confundirte, la primera vez, y luego aprender algo sobre el relativismo de los gustos y el funcionamiento del placer.

El gusto no es una religión de fe.

El gusto no es una verdad absoluta.

Y unos cuantos disfrutamos criticando lo que nos gusta, lo que de paso nos entrena y da fondo de resistencia cuando llega la hora de criticar los gustos de los demás, lo cuál es aún más divertido.

Y como ando tan encendido me dice Elena que me imagina con la vena hinchada llenando el teclado de espumarajos, y yo le digo que qué va, que estaba yo pensando que qué lástima que esto no sea un poco como en los viejos tiempos, cuando estos debates se tenían cara a cara, cerveza en mano, escuchando lo que se ataca y defiende y pasándolo estupéndamente, en fin.

La tecnlogoía, que abre puertas, sí, pero a veces estrechitas.

13.10.08

en memoria de Woody, que en paz descanse

El viernes la Muchacha accedió a venir conmigo al concierto de Porcupine Tree. Además, dijo que le gustaba. Además, me animó a comprarme una camiseta. Además, me animaba a hacer comentarios del estilo de “es que no hay nada como un buen ritmo asincopado con un compás de siete tiempos” o “¡mira, mira, qué obsesión de la Steven Wilson por los niños atiborrados de pastillas y armados con pistolas”. Además, al día siguiente accedió sin problemas a ver conmigo 12 Monos, de Terry Gilliam, insistiendo, además, en que no reprimiese ningún comentario sobre que qué encuadre virado más estupendo o qué cara de loco que tiene Brad Pitt en tal fotograma.

Tantos ademases, obviamente, tenían un fin, y yo no me di cuenta de nada hasta que fue demasiado tarde. Ah, la inocencia, cuál limpio es el mundo con estos ojos, pero en qué encerronas me veo metido. Lo que pasó, el horror, fue esto: ayer, por la tarde, me decía la Muchacha que si nos íbamos al cine. Hablamos un rato de posibles títulos, y mi ánimo iba cayendo en barrena. Pero sólo preparaba el terreno.

–Podíamos ver la de Woody Allen –disparó al fin, y yo sentí el anzuelo hundirse hasta el fondo de mi laringe. Así que fuimos a ver al Bardem y a la Johansson y a la otra y a la que me niego a nombrar comportarse como pijos elitistas curiosamente hábiles -es que yo, claro, además de pintor ricachón y ligoncete soy piloto y un colega me deja un avión, claro, claro, lo de siempre en el mundillo del arte- ir haciendo el idiota de un lado para otro. La Muchacha miraba concentrada la pantalla, y de vez en cuando, en la sala, me acariciaba para que yo dejase de retorcerme presa de mis ataques de repelús.

En su descargo debo decir que nada más salir fue suyo el comentario que sentenció la película:

-Es un telefilm de tarde -dijo. Y luego explicó que a ella Woody Allen siempre le ha parecido eso. Un telefilmista. Yo le disculpo alguna película, desde la nostalgia cada vez más escéptica.

Pero volvamos al cine, en un flashback o un desorden argumental de esos de moda (excepto claro, en telefilmes). Plantémonos de nuevo en las butacas del cine. Qué lamentable voz en off, qué ganas de asesinar a Pe. Pensaba yo, allí sentado, que Woody Allen en realidad está muerto y que desde hace unas cuantas películas alguien, probablemente algún familiar, o expsiquiatra, o lo que sea, lo ha disecado y se dedica a moverlo como si fuese un títere como excusa para filmar telefilmes absurdos sobre, eso, jovenzuelos burgueses que se pavonean de un lado a otro de la pantalla presentando las estupideces que se les pasan por la cabeza como verdades universales, y viviendo como reyes un universo imposible plagado de absurdos que sólo puede entenderse como la idea que un viejo comatoso tiene de lo que debe ser ser joven y tener erecciones y pilotar avionetas y decir mierda en español, en fin.

Pensé, allí sentado, que conozco a mucha gente que podría haber escrito, tal cuál, el guión de esa película, y que me daría vergüenza mencionarles porque me parecería deshonroso. Porque coño, podrían hacerlo mejor (y filmar de paso una escena de polvete con algo más que primerísimos planos de rostros en lo que lo que se enfoca es un codo o una cortina del fondo). Supongo que eso lo resume todo. Pero como a la Muchacha por lo visto le gustó algo más que a mí, y como a mí aunque no me gustase me dio algo de lo que rajar durante horas y horas (y como rajar, de hecho, me encanta) tampoco di la noche por perdida. Aunque luego me fui a casa y ponían United 93, de Paul Greengrass, película que en su día yo critiqué y que en su día el Monstruo Comeblogs (descendiente de Triqui, pero en cibernético) se zampó. Y vi la película con Juanito, y como siempre que la veo terminé pensando, en el plano negro final, que qué cabronazo el Greengrass, que siempre, siempre consigue que termine la película con tensión, deseando que salga todo bien, y sabiendo, claro, cómo salió todo.

Después pusieron esa de Harry el Sucio de La Lista Negra, en la que vimos con gran alegría que el mismísimo Jim Carrey tenía un papel en el que hacía de Axl Rose, y en el que Liam Neeson hacía de malo con coleta. Harry el Sucio iba por la película descargándole cerrojazos del 44 a todo bicho malo que se movía, y nosotros comentábamos todas y cada una de sus escenas con comentarios tipo (pongámonos en situación, unos tipos están atracando un restaurante chino y allí que va el inspector Harry Calahan con su Magnum 44) "pobrecitos, no saben que Harry el Sucio odia a los chinos, pero aún odia más a quienes atracan a los chinos". O unos tipos se ponen a dispararle con ametralladoras y él se los va cepillando mientras nosotros asentíamos y decíamos "es que Harry el Sucio aún odia más a quienes le disparan que a los chinos y a los atracadores de chinos". O cuando una periodista se muestra interesada en él, "porque Harry el Sucio también sabe cómo tratar a una mujer", "sí, o con un tiro en la cara o haciéndose el romanticote para que el malo se la pueda cargar y él lo pueda odiar aún más que a quienes le disparan". Nos encantan los odios de Harry el Sucio.

Y yo, entre la intensidad del United 93 y la liberación de los estampidos del Magnum, pensé que menos mal que la película del señor Allen la embutí entre otras tres que sí que me gustan, y en las que, en todas, veo cosas que me llaman (y cosas muy dispares, y cosas muy distintas, claro). Y ya me quedé tranquilo, olvidado de los veleidosos devanéos de esa élite intelectual que ni existe ni, afortunadamente, existirá, y me dedicaba a pensar que cómo odia Harry el Sucio a los que toman drogas y a los malos malísimos con coleta, y luego a meditar sobre cuántos malos del cine llevan coleta y qué pocos buenos, y sólo recordé como "bueno" al nefasto tuercecodos del Steven Seagal, y justo antes de dormirme tirado en el sofá imaginé cómo sería un encuentro entre Steven Seagal y nuestro querido Harry, con mister Seagal diciendo cualquier sandez y yendo a hacerle una llave de esas rompecabinas telefónicas y encontrándose con una bala del tamaño de un puño arrancándole la cabeza.

Y luego dormí contento, limpio otra vez.

10.10.08

madrid provincia, madrid capital, madrid pueblo

“Los madrileños son gilipollas y compran bicis de montaña para pasear por el Retiro y un 4x4 para escalar la C. Atocha, así que es lógico que piensen que la súpervivencia de su hijo en medio de la Península depende de que sepa nadar, y visto el excelente drenaje de los túneles de la M-30, cualquier día lo será.”

El Teleoperador, en su blog.

 

Esta mañana, en el metro, iba sentado enfrente de una niña con gafas que iba, presumiblemente, al cole. Y yo la conocía, pero claro, mi memoria es de todo menos de fácil acceso, así que durante un par de paradas no he podido dejar de preguntarme ¿de qué conozco yo a esta niña, dónde la he visto?

Pero para responder, no para responder con lógica ni con rigor, pero para responder, tengo que rebovinar la cinta de mi pasado reciente hasta ayer por la tarde, cuando Pip y yo mirábamos sorprendidísimos el plano de la ciudad que Marcela, mi prima transoceánica, había desplegado ante nuestros ojos. Estábamos en San Bernardo, había que ir a Atocha, ¿por dónde? Y ahí en el plano las calles y los nombres de las mismas se arracimaban en un puzzle anguloso e imposible. O sea, el camino estaba claro, Callao, Sol, Santa Ana, calle Huertas, Paseo del Prado; es la mejor ruta, las más bonita, todo el rato cuesta abajo y bastante eficiente (encajada entre las alternativas de dejar a un lado el excesivo rodeo hacia la izquierda que supondría bajar por la Gran Vía hasta el final y luego torcer por el Paseo del Prado y la de coger la calle Atocha, tan horrenda a esa altura, y recorrerla hasta la estación).

Cuando yo voy por ahí, cuando yo soy turista, los mapas y yo somos uno. Pese a mi pésima orientación, yo con un planito y alguna forma de orientación, que si el sol a esta hora está al oeste o que si el musgo de los árboles de este parque dan al norte, valgo para hacer un apaño y encontrar el rumbo hasta algún bar, restaurante, parada de hotel o lo que se tercie: preguntadle a la Muchacha, preguntadle. Pero ayer, frente a ese mapa, no. ¿Y por qué no?

Pues no sé, debo responder. Pero sé que no sólo me pasa aquí en Madrid, en las zonas de Madrid que conozco. También me pasa en otros lugares que conozco, como las callejuelas de mi pueblo. Dame su vista aérea de Google Maps, y me perderás. Cuando los lugares se meten en mí, cuando las calles y sus esquinas y sus cuestas y sus meandros se me meten dentro, se vuelven incompatibles con cualquier mapa, y fue bonito ver que Madrid, o ciertas partes de Madrid, han descendido ya para mí del Madrid Provincia no ya al Madrid Ciudad, sino al Madrid Pueblo.

Que sí, que sí, que Madrid puede ser perfectamente un pueblo. ¿Dónde si no puede uno esperar reconocer así, sin más, a la niña que se le sienta enfrente en el Metro?

El misterio ha estado dando brincos por mi cabeza, saltando tan contenta a la comba entre las melodías de Extremoduro, hasta que la he visto mirar hacia su derecha y mi izquierda y sonreírle a un tipo con bigote, que le ha devuelto la sonrisa y le ha guiñado el ojo.

“Caramba”, me he dicho yo, “cómo se parece ese tipo a Rafael Reig”. Y devolviendo la vista al frente, a la niña, me he dicho “y caramba, también: cómo se parece esta niña a las fotos de la hija de Rafael Reig que éste cuelga en su blog”.

Ha sido más o menos entonces cuando he atado cabos. O quizá un poco más tarde, que es viernes por la mañana, teng sueño y el tratamiento de ayer contra la resaca post-Bremen, consistente en caminatas y cañas, no fue muy eficaz. Pero por fin los he atado. Así que he sonreído radiante y he hecho lo que hago siempre que me encuentro con alguien a quien admiro profundamente, emitir muy bajito un “¡ji ji ji!” de contento, mirar de reojo y dejar en paz al admirado, que como todo el mundo seguro que tiene sus cosas que hacer, sus cosas en las que pensar.

Y luego irme tan feliz, pensando que siempre pensé que si algún día me encontraba a Rafael Reig sería por algún bar del entorno del Palacete, no así, en el metro, por la mañana, pensando también que me había parecido simpático, que qué majete ese guiño a su hija, y que espero que a estas alturas del día el hombre no esté pensando que vaya mañana de mierda y que quién coño sería el psicópata ese que esta mañana les miraba a su hija y a él en el metro y se reía por lo bajini.

He salido del metro con todo mi contento, y casi me doy de bruces con Guillermo Ortiz.

–¡Guille, acabo de encontrarme en el metro con Rafael Reig! –he gritado, mientras me arrancaba a Extremoduro de las orejas.

–Buenos días a ti también, David –ha respondido Guillermo, dándome la mano.

–¿Cómo tú por aquí? ¡Iba en el metro, con su hija!

–Es que resulta que de vecina de arriba tengo una loca.

Y así hemos seguido. Yo insistía con lo de mi encuentro, y mientras él me ha contado que su nueva vivienda está bajo el piso de una loca, que vive entre basura y restos de comida (¿gatos no? Qué raro) y que anoche, en un arrance de artista post-moderna, le inundó el piso, que ahora es un museo de la gotera y un sitio la mar de húmedo, y que por eso estaba ahí, frente a mí, en el metro, sufriendo el exilio en casas familiares de quien espera las intervenciones de las aseguradoras, los bomberos, los pintores, los yesistas, los efectivos de limpieza del Exmo. Ayto. de Madrid y los buzos de la Guardia Civil, probablemente no en ese orden.

Así que al fin nos hemos despedido y yo me he venido pensando que ir por las calles de Madrid un viernes por la mañana es ir topándose con caras conocidas, y que Madrid, definitivamente, es un pañuelo, como corresponde a todo buen pueblo.

 

Y hoy dejo deberes: para mañana tienes que leerte ésta carta con respuesta que mi primer encuentro de hoy escribió en Público hace ya casi dos semanas. Haré preguntas, y pasaré lista. Ahí queda el aviso.  

7.10.08

genética transoceánica

No recuerdo su nombre, y del apellido sólo sé que hay un 50% de probabilidades de que fuese Rubio, aunque lo llamaré así, porque de alguna forma tengo que llamarlo. Si existen tíos abuelos, iterando una generación más Rubio sería tío bisabuelo mío; mi abuela, cuando habla de él, recuerda que fue precisamente él la única persona que le ha regalado nunca unos pendientes de oro que haya podido ponerse sin que le hagan daño, y que era cariñoso, bueno y noble. Pero era pobre, como lo era toda la familia.

Por aquellos tiempos, a principios de los años 20 del siglo XX, España libraba guerras y escaramuzas con Marruecos y, cuenta mi abuela, buscaban gente para que fuese a que la matasen al otro lado del Mediterraneo. Cuando había suerte los mozos se libraban, cuando había mala suerte le tocaba ir a alguno, y cuando había una suerte de perros le tocaba ir a un niño rico que, en su lugar, mandaba a un joven pobre. A aquellas guerras se solía ir a que a uno lo degollase un moro, o le volasen la cabeza de un tiro, muerto de hambre y de calor.

Así que Rubio decidió que aquello no era para él y se adelantó décadas a los pacifistas de los años 60; cuando la Guardia Civil fue a buscarlo a casa, su madre –mi tatarabuela– les despachaba diciendo que estaba trabajando en el campo, que fuesen a buscarlo al monte. En aquellos tiempos la gente se iba a la sierra o las viñas o al ganado y no volvían en una o dos semanas, así que durante un tiempo la cosa coló, y cuando descartaron que la madre no les estuviese mintiendo su hijo ya estaba montado en un barco al que había conseguido llegar cambiando sus papeles con los de un amigo suyo, que tampoco sé quién fue, ni quienes serán sus nietos ni biznietos.

Para evitar que lo hiciesen cruzar un mar para morir, él cruzó un océano, para seguir viviendo.

Sospecho que mientras viajaba rumbo a Argentina pasaba tanto tiempo mirando al frente, al otro lado del mar, con su futuro incierto, como detrás, hacia aquí, hacia este país en el que había sido declarado prófugo y desertor, hacia mi pueblo, y supongo que pensaría si podría volver algún día, y creo que se mentiría diciendo que sí, pero que probablemente sabría que no.

Porque, efectivamente, no volvió. Supongo que mandaría algunas cartas, supongo que otras se perderían, y sólo de imaginar la odisea de que se pudiese mantener de una pieza un hilo que uniese mi pueblo, perdido en su monte, con algún rincón de Argentina, durante los años 30 y durante lo que pasó en ellos, entiendo que se perdiese el contacto. Se le puede imaginar bien, allí, en aquellos años, pese a no saber nada de él durante aquellos años. Se tiene que poder imaginar lo que debía ser leer, tan de lejos, las noticias de la Guerra Civil, y luego las noticias de la postguerra, sepultadas a la sombra del humo que levantaba el resto de Europa, arrasándose al otro lado de los Pirineos.

Y claro, los años, que no respetan absolutamente nada, pasaron como pasan los años, como pedradas contra el alma. Y ya no sé si sufriría más angustias con las dictaduras que asolaron sudamérica o no. Silencio, ruido blanco al micrófono.

Pasaron más años, y un día, en ese foro del pueblo donde nos dedicábamos a compartir recetas de cocina y perpetuar las imposibles discusiones dialécticas con los fachas postadolescentes, apareció una argentina preguntando por la famila que años y años atrás, decía, había tenido allí, en el pueblo; era una de las nietas de Rubio. Se había hecho la luz por encima del hilo roto hace ya tres cuartos de siglo, y de este lado supimos que teníamos familia por aquel otro lado del Atlántico.

Y los océanos, hoy, ya no son lo que eran.

Hace media hora, más o menos y cruzando los dedos por los retrasos, una de esas primas ha aterrizado aquí, en Madrid. Su hotel está a cinco minutos andando desde el Palacete de la Muchacha, a quien mi prima transoceánica se muere por conocer. Se rompen los mapas y deshacemos las distancias por las que se desperdigan los genes. En qué tiempos tan maravillosos nos ha tocado vivir.

4.10.08

friquismo, día 3

Fuimos ayer al cine, Juanito y yo, para ver Death Race, una película que no le recomiendo a nadie, una película sin pies ni cabeza, una película cuyo único fin respecto a los actores consiste en lucimiento de musculos y escotes, y cuyo mayor mérito son las escenas de violencia que implican a coches blindados atiborrados de armamento que se fríen a tiros los unos a los otros, una película de esas que hacen pensar que un guionista le dice a su hija de cuatro años ¡hija, bonita, ayuda a papá a pensar una trama!

Nos lo pasamos como enanos. Al salir, Juanito me decía

-¿Sabes?, esta es de esas películas que me alegro de haber venido a ver contigo.

Es normal. Sólo nosotros podemos estar ahí sentados y sentir, cuando al protagonista le dicen que su coche va a ser un Ford Mustang (blindado y armado y casi irreconocible, pero ¡un Ford Mustang!) un regocijo que le hace murmurar ¡uooo!, y ser plenamente consciente de que, al lado, el colega está pensando exactamente lo mismo. Sentir que el rugido ronco y voraz de ese motor tiene un algo musical inmensamente bello. Y, bueno, acoger con regocijo las visceras y la sangre y la violencia, claro, eso también.

En parte era muy lógico que fuésemos a ver esa película. Me estoy dedicando en cuerpo y alma al Need for Speed. Lo primero, como demuestra la primera imagen de este post, fue el peugeot 206 rojo. Que va quedando como se ve. El segundo paso camino de recuperar el Pontiac GTO que me fue arrebatado por la defunción del disco duro, es un Toyota Célica. Que, bueno...

Ya solo queda correr.

3.10.08

abandonado, pintando de rojo un Peugeot 206

Llego a casa (mi casa). Forcejeo buscando la llave que ya cuesta encontrar, por falta de costumbre. Al fin la encuentro. Grñec, greñec, ñiiic y la puerta se abre. Dentro, Juanito, en el sofá, viendo una de las peores series del mundo por la tele mientras salva su cordura refugiando los ojos en un juego de internet que, creo, consiste en vigilar la evolución de una pizza.

–Hola, Juanito –saludo, entrando con mi arrastrar de pies que es característico cuando no estoy dando mis característicos saltitos.

–Qué pasa, tú –responde, haciendo clic desesperado en algún trozo de pepperoni o alguna anchoa.

–Pss –dejo el libro que llevo para el metro sobre la tele y me derrumbo en el sofá, a su lado. Miro lo que no es una pizza, pero es que coño, se le parece horrores.

–¿No va a venir la Muchacha?

–Qué va. No viene –respondo, tirando de la camisa hacia arriba, para liberar por fin sus pobres faldones, ahí, oprimidos por el cinto todo el santo día–. Me ha dejado, y se ha ido con otro.

El dedo de Juanito se detiene a medio camino de la mozzarella. Sus ojos se alzan y estudian mi aspecto. No lloro, no tengo sangre y mechones de pelo arrancado en la cabeza, mi boca no tiene el aspecto de un tunel ferroviario de finales del siglo XIX.

–Ni de coña –dice.

–Que sí, que sí –insisto–. Que me ha dejado aquí, y se ha ido con su padre a pasar el fin de semana a Alemania, ach mein Gott.

Y Juanito resopla, sacude la cabeza, intenta recordar lo bonito que era todo cuando no me conocía tanto, o directamente cuando no me conocía, y vuelve a su pizza, o cosa que se parece increíblemente a una pizza.

 

Así que estoy sólo en la ciudad, el fin de semana. Y sin un pavo, entre terminar de pagar la cámara (¿dónde coño he escondido el cargador? ¿Alguien lo ha visto?), alquileres y excesos. Así que supongo que la situación es perfesta para un fin de semana friqui. Ver mucho Sons of Anarchy, ver las pelis de El Señor de los Anillos, tal vez ir al cine a ver esa película en la que Robert Downey Jr. hace de negro, o Death Race, o alguna cosa con muchísimos muertos, sangre a mares y retumbar de muchos, muchos tiros. Y jugar al Need for Speed, claro.

–Cuando vuelvas –le dije a la Muchacha el jueves por la noche, mientras cogiditos de la mano ensayábamos una despedida– habré jugado tanto que ya tendré otra vez mi Pontiac GTO, tuneadito y todo.

–Te creo –respondió.

–Lo que pasa es que buf, tengo que empezar la partida desde el principio, con un Peugeot 206 o un Mazda, o un Ford Focus, supongo que con el Peugeot. Y tunearlo, y correr.

–¡Ay, podías pintarlo de rojo, como el que yo tuve, una vez!

Así que anoche empecé la partida. Juanito me miraba por encima del hombro. Me vio coger el coche y correr como un desesperado, ignorando la ciudad entera, hasta plantarme en la tienda de pintura. Me vio elegir primorosamente entre los tonos de rojo disponibles. Me vio sacar el coche del taller y mirarlo, sonriente. Y abrió la boca.

–No preguntes –me anticipé. Porque sé que le da curiosidad, pero que no quiere saber, que luego se va a ir tapándose la cara y gruñendo “¡Diooos!”

Y es que el amor, a fin de cuentas, le vuelve a uno bastante insoportable.

Y si encima uno disfruta con eso, buf.

 

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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.