30.9.08

planes de futuro



Lo tengo todo pensado a largo, medio y corto plazo.

A largo plazo, mi plan es convertirme en monarca absolutista, para empezar de este, nuestro país, y luego de los que decida anexionarme (qué sé yo, Mexico, Zanzibar y Nueva Zelanda, por ejemplo). Entonces me dedicaré a decapitar a un montón de gente. Ya tengo la lista más o menos preparada; empezaré por todos los comentaristas de fútbol de Antena 3 y de Telecinco, seguiré por cierto reportero de deportes de TVE, los publicistas de Citroën, etc etc.

Echando cuentas yo creo que eso lo conseguiré en unos siete años, al poco y como consecuencia de mis planes a medio plazo.

A medio plazo, mi plan es ganar 100.000.000.000 €. El primer día que los tenga, me compro un Pontiac GTO y lo tuneo como el del Niforespí. El segundo, me compro un equipo de fútbol inglés, digamos el Nottingham o alguno de esos, y ficho, por 200 millones de euros, a la selección entera de fútbol de la Eurocopa, y al Kun Agüero y a Messi. Y luego me llevo a la Muchacha a ver, de palco en palco, todos los partidos que juguemos por Europa y por el mundo.

Esto yo creo que ocurrirá en unos tres o cuatro años; en cuanto encontremos debajo de los castaños de nuestro monte una inmensa bolsa de petróleo y podamos convertirnos en jeques toledanos.

A corto plazo, pretendo conocer el mar en invierno, que no lo he visto, y siempre me ha llamado muchísimo: incluso soñé hace un par de noches con una playa adornada con hoyuelos de lluvia, y un viento gris y un paraguas debajo del que nos arrebujamos la Muchacha y yo, con los pies húmedos y la mirada embutida en las olas encrespadas, oooh.

Y mirando la agenda, sospecho que esto último ocurrirá para el puente de diciembre, cuando por lo visto nos vamos a ir a ocupar casas de playa de emporios familiares. Y será el primer paso, el primer plazo de mi escalada de conquistas y de mi serie de crucecitas, en la agenda, junto a los sueños por cumplir.

28.9.08

otoño



Cómo no va a ser el otoño una estación maravillosa si tiene mañanas como esta, mañanas grises y frescas en la que uno es el único imprudente que sale en camiseta a la calle a sentir el fresquito en los pelos de los brazos, camino del periódico, camino del chino salvador que nos redimirá de la falta de previsión y la carestía de café.

En otoño, da gusto a veces soportar sobre los ojos el brillo gris de este cielo e ir silvando canciones de Of the Wand and the Moon. No hay estación más bella ni más melancólica. En otoño casi tiene menos importancia leer que muere Paul Neuman (claro que era actor y ya hace tiempo que hizo su última película, lo que significa que las noticias necrológicas y los homenajes llegan tarde, cuando muere una persona, porque el actor ya se fue para no volver, y yo siento eso de que los actores se merecen la necrológica primero, antes, y luego que los dejen en paz, que les dejen ser personas anónimas en su final tan común y tan previsible). Y pienso en David Foster Wallace, de quien aún no he dicho nada, y no por pereza ni por desconocimiento sino por enfado, porque yo no sabía quién era David Foster Wallace, sólo sabía que una vez leí aquel panfleto hilarante de Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer y pensé que había que rastrear a ese hombre y que había que buscarle la pista, pero claro, ¿ahora, con todos los cuervos comprando La Broma Infinita porque han leído el reportaje del dominical de El País? No, que los cuervos se den su festín y cuando igual que lo tenían los medios olvidados en vida lo devuelvan a ella después del banquete yo ya intentaré que mi errática memoria vuelva a recordarlo. Y mientras, al menos, tengo que agradecerles que me hayan hecho pensar esto, pensar en cuervos, y recordar en Raven Chant de Of the Wand and the Moon y silbarlo, melodía perfecta para una estupenda mañana de domingo, por mucha gente que vaya por ahí muriéndose así de repente, sin ninguna consideración para quien les leímos poco y les vimos poco, que ya les vale.

27.9.08

top 3 de frases de amor

Muchas veces al hacer la transformada de Fourier que convierte la vida, esa cosa grandota y fractal, en las palabras que van encajándose en este blog, la inevitable simplificación puede parecer que vuelve la cosa un tanto poética, quizá un tanto idealizada. No es así: las cosas son tal como las cuento. Vale que a veces exagere un poco, vale que a veces, cuando sé que se va a notar, miento e invento, pero por lo general, son así. Todo poesía, todo inocencia, todo arrebolamiento. Para demostrarlo, sin simplificar y sin poetizar, de forma totalmente literal, aquí van las tres mejores frases de amor que le he propinado a la Muchacha, para su regocijo y, no sé por qué, carcajada.

3: Eres más guapa que el paquete de Fortuna nuevo.

2: Si fueras una patata, serías una Lays Gourmet.

1: Te quiero más que a las croquetas de mi madre (ésta última, por cierto, dicha aquella primera noche. Avisada quedó).

25.9.08

velatorio

Ayer fue un día en el que pasaron un montón de cosas, como pasa todos los días, de las cuales unas cuantas me incumbieron a mí. Eso también pasa algunos días. Una de estas últimas cosas fue que un tío de mi madre murió. Vino la familia del campo (al menos mi familia, que es una pequeña parte de La Familia que vino; las otras pequeñas partes vinieron de mil sitios, como suele pasar), y yo, al salir del trabajo, también fui, con esa estupidez alegre que a veces siente uno cuando no piensa mucho en lo que significan las cosas. Yo iba tan feliz de la vida pensando “ya es coincidencia que hoy me pusiese la camisa negra”, o “joder, con la que hace que no veo a esos primos”, o “a ver si luego me da tiempo a pasarme a por el portátil, que dicen que ya está arreglado”, y de vez en cuando me daba por pensar que bueno, iba a un velatorio, se supone que uno debe ir algo más serio, más triste a un velatorio.

En uno de esos momentos de consciencia miré el libro que llevaba en la mano, y me di cuenta de lo imbécil que puedo ser. ¿No es de un mal gusto espantoso ir a un velatorio con Por quién doblan las campanas? Y probablemente fuese una tontería, pero me pasé la tarde cubriendo la portada del libro con una copia de un cuento impreso para revisarlo y llenarlo de tachones, actividad esta que le hace a uno sentir de lo más intelectual e interesante. En el cuento también había un muerto, amén de un burdel, whisky y felaciones, pero eso sólo lo sabía yo: de lejos no se notaba, y si iba silbando, mirando al techo, aferrando libro y papel con una mano dispuesta a permanecer cerrada incluso en caso de ataque nuclear y poniendo cara de no llevar en la mano ese libro ni ese cuento, daba el pego. Aunque lo de ir silbándole al techo también quedaba un tanto impropio, pero en fin, mejor esa opción que al otra.

Tal vez todo esto suene un tanto frívolo por mi parte. Puedo jurar que no es tan frívolo como lo que sentía ayer. La gente tan triste, y yo pensando que hacía siglos que no veía a aquel tío de mi madre, y ya entonces se intuía esto. Claro que yo apenas lo traté, y claro, así dónde se busca uno la pena.

Pero la frivolidad no viene de ahí ni de que yo sea un patán, que son cosas aparte. La frivolidad viene de todo aquel circo de la misa, de toda esa pena institucional. Yo lo conocí poco pero lo recuerdo gritando feliz, insultando a mi rama de La Familia por madridistas (el era del Atleti de toda la vida o desde los setenta, según lo contase él o mi abuela), mirando orgulloso a su familia. A la familia que él había engendrado, sostenido, querido, ayudado. Vale que al final se le fue un poco la pelota, y que sólo se lo encontraba en el bar, y que cuando empezó a tener graves problemas para razonar atajó volviéndose muy gritón y muy cascarrabias, pero si yo recuerdo los buenos momentos, digo yo que quienes lo trataron más recordarán más buenos momentos (y si sólo recordasen los malos, en fin, no llorarían, o no así). Pero tenemos ahí metida esa querencia por el dolor de la pérdida (el mantra con el que la Muchacha lucha contra la precisión del álgebra, como recordarás), ese absurdo querer más y más y más, y negar lo que ya hay para pedir los imposibles, la vida eterna, la juventud constante, ese tipo de cosas que nos han enseñado a desear sin pararnos mucho a pensar, como hizo Borges repugnado, en las consecuencias que tendrían.

La frivolidad, recapitulando, viene de que yo no le vi motivo de mayor tristeza. Morimos. Ya lo teníamos claro, ¿no? En fin.

Naturalmente me sentí fatal por pensar así. Pero me distraje viendo a la familia. Viendo a Juan Carlos, que cumple años el mismo día que yo y que de pequeño me odió porque, claro, le jodí un cumpleaños. Viendo a Ana y Mariángeles, con quienes de pequeño peleaba a muerte, venga mordiscos, venga arañazos. A la prima Miriam, que yo no sé de dónde coño ha sacado genes para tener ese pelo rubio, esos ojos azules y esa estampa nórdica. Y a los mayores, a la gente a la que yo, siempre, he visto mayor. A las tías Carmen y Misi (con su bastón al lado que parecía salido de una película de justicieros, un bastón enorme en el que estaba grabado su nombre en letras inmensas: “Misericordia”). Entre todos, muchas lágrimas, y entre ellas, navegando enfurecida, mi abuela, que no paraba de echarle la bronca a todo el que se ponía por delante: “¿cuánto hace que no vienes al pueblo a verme, eh?” Lo decía entre lágrimas por la circunstancia, claro, pero hay que aprovechar las circunstancias en las que últimamente nos vemos. A mí me hizo sonreír, mi pobre abuelilla. Y mi madre y su hermano flanqueándola, y mi padre vigilante. Y ellos y los de sus edades, encargados de la logística, como si por unos pinganillos invisibles estuviesen escuchando una salmodia del estilo de

“Ancianita A pretende ir a edificio B para tomarse un C: preparar coche D para desplazamiento rápido. Conductores E, F y G permanezcan en alerta, pues ancianita H parece inquieta”.

De vez en cuanto, alguien miraba mi libro con un principio de curiosidad. Yo giraba, o se lo escamoteaba de delante para colocarlo a su espalda, “dame un abrazo, prima”. Y la curiosidad se extinguía.

Al fondo, un cristalito, el ataud abierto y la cara del muerto. Pensé en no mirar, pensé que por qué no mirar, pensé que por qué mirar y mientras estaba muy ocupado pensando en todo eso y pensando que por qué coño siempre tengo que estar pensando todas esas cosas, me despisté y miré.

El difunto estaba, más o menos, tal y como lo recordaba (excepto por lo del cristal, la pose, el ataud, cierta palidez, etc). Pero tenía un gesto raro, un gesto que ne sonó fuera de lugar. Un gesto que a mí me pareció el gesto de alguien que está a punto de echarse a tararear una cancioncilla.

Me hizo gracia y sonreí, de espaldas al mar de lágrimas.

Y pensé que creo que fue feliz, y me alegré por su vida, y busqué una excusa por persona y, recitándolas, me fui de allí, que luego había taller.

 

 

24.9.08

cuánto tiempo sin fes de erratas

Ay ay ay.

Hablaba de lo quisquillosa que es la gente, y olvidé lo, digamos, olvidadizo que puedo ser yo. Así que a revisitar este tipo de entradas: en lo anterior a esto, donde decía Ábalos debía decir Á#####.

Ala, ya está, todo el anonimato del mundo para ese buen señor (a quien, naturalmente, ya estoy buscando en Google).

a quien diga que el correo electrónico mata la poesía

Hay que decirle: tienes toda la razón del mundo.

La literatura a nivel epistolar ha muerto, y quien diga lo contrario miente, y sólo nos queda guardar y soplar en los rescoldos de sus brasas y esperar, no sé, una especie de Noche de los Muertos Vivientes de la misma, y que un día se levante de su tumba y se coma los cerebros de la gente y, con algo de suerte, los convierta en zombies literarios: qué bella estampa formarían.

Al llegar esta mañana a la secta tenía una serie de correos electrónicos, entre los que he leído uno que empezaba diciendo así:

De:          sebastianc@...

Para:       david@...

 

Invitación para Eduardo Á#####

Demo online de Zetadocs NAV: Envío y gestión documental para Microsoft NAV

Todos aquellos que ya sean usuarios de NAV, como los que están pensando en integrar este ERP de Microsoft, tienen disponible el complemento software

Yo no tengo nada claro qué es eso de Zetadocs NAV, pero sí tengo claro que lo único que sé del tal Eduardo (el apellido venía completo pero con lo quisquillosa que es la gente yo lo tacho) es que no soy yo, a no ser que yo sea una especie de protagonista del Club de la Lucha, cosa que francamente dudo, viendo mis habilidades marciales y lo limitado de mi nihilismo. Así que me he sentido juguetón y le he respondido:

                De:          david@...

                Para:       sebastianc@...

 

Buenos días tenga usted, Sebastián.

En adelante sería bueno que las invitaciones para Eduardo Ábalos sean enviadas a Eduardo Ábalos, sea quien sea, esté donde esté y tenga el correo electrónico que tenga (del que por ahora sólo sé que no es éste), en pro de la eficacia de la citada invitación y del uso del correo electrónico. Imagine qué pasaría si por ejemplo yo fuese a casarme y le enviase a usted la invitación de algún amigo mío: sería un jaleo, ¿verdad?, la vida se volvería un poco como ese cuentecito de Cortázar en el que un cronopio comienza a sospechar que todos los objetos de la realidad se han convertido en otros objetos y termina pensando que es un paragüero, algo intolerable.

Y me he repantigando en mi silla todo feliz. ¿Qué esperaba yo con ese correo, aparte de jugar un rato y sonreír al escribirlo? No lo sé. Quizá nada. Uno anda muy descreído con esto del correo electrónico y los desconocidos, a estas alturas de la vida. Quizá que me ignorasen. Pero sospecho que una partecita muy pequeña de mí soñaba con arrancarle una sonrisilla al tal Sebastián, y una sub-parte de esa tal vez se atreviese a imaginar que me respondía en el mismo tono y nos echábamos unas risas. Pero no. Ha respondido esto:

De:          sebastianc@...

Para:       david@...

 

Estimado David.

Lamento que el registro en nuestra base de datos no sea correcto, así como las molestias que le hemos ocasionado. Acabamos de proceder a corregir la ficha de este usuario.

Un saludo.

Mi primer impuso ha sido responderle paternal y sabio para decirle que no me estime tanto sin siquiera conocerme, pero algo dentro de mí sabe que no valdrá la pena. Que la literatura epistolar yace muerta y putrefacta tirada en las ruinas de alguna oficina postal olvidada. Así que hay que planear ya su advenimiento, y desde ya mismo me voy a poner a buscar voluntarios para propiciar la conversión de toda la gente seria, seca y drenada de imaginación en zombies epistolares. ¿Quién se apunta?

23.9.08

se dice constipado

Constipado, con ene, y no costipado, como digo yo siempre, desde siempre.

De pequeño había palabras que decía mal. Pero me servían para entenderme y la gente me las dejaba decir sin rectificarme, y luego algún día, leyendo, he terminado por fijarme en que se decían de otra manera y me he sentido abrumado mirando atrás, hacia la cascada de palabras mal dichas acumuladas en mi haber. Uf, que era discusión, y no discursión. Uf, que en inglés es statistics, y no stadistics. Uf, etc etc.

No ayuda nada, claro, el hecho de que yo, cuando leo, mayormente pase del método que supongo que será el habitual de leer, el de fijarse en las letritas, y ponerlas en fila para ver qué palabras componen: de siempre yo he tirado por el atajo de fijarme en las palabras, en sus formas, y reconocerlas, identificarlas y pasarlas de un vistazo y sin mayor atención. Por eso hay libros que leí en mi infancia de los que lo recuerdo todo excepto el nombre exacto de algún protagonista. Porque yo identificaba el manchón con el protagonista, y ni siquiera me esforzaba en leerlo, en pronunciarlo.

Pero me estoy yendo por las ramas, ¡qué novedad!

Decía que se dice constipado, así con ene, porque estos días estoy constipado, que no costipado, claro. El catarro se inició el sábado, y el domingo se mostró pletórico, omnipotente, demoledor. Por la mañana pudimos salir un rato la Muchacha y yo con la gentuza de nuestro querido Bremen, esa panda de alcohólicos y degenerados en la que tan bien y tan a gusto encajamos. Comimos unos huevos rotos con patatas y jamón, y paté de nosequé y, sobre todo, cerveza, y a la vuelta a casa yo caí en la cama, plaf, y ya no pude levantarme.

La Muchacha acometió la tarea de cuidarme con un empeño y una dulzura que a mí, ay, me derrota, atendiéndome en todo momento, asegurándose de mi estabilidad térmica, verificando lo que como, el conveniente estancamiento de mis vicios y mis turnos y dosis de medicamentos. Yo la dejo hacer (en parte porque estando hecho polvo no me queda remedio, pero también) porque me encanta que me cuide, igual que la dejé a ella desarroparme la noche del viernes y contemplar, creyéndome dormido, cómo me enfriaba y ensayaba mis primeros estornudos y toses, con fervoroso regocijo y maquiavélica sonrisa.

Sé lo mucho que me quiere y sé lo mucho que me gusta cuidarme. No es cuestión de ponerse encima quisquilloso y desatar susceptibilidades por la tontería de que me provoque ella misma esta inocente enfermedad que ella, tan alegre, puede dedicarse a eliminar después. Y además los polvos esos para la tos están riquísimos.

22.9.08

el primer amor

Podría costar trabajo pensar qué escribir un lunes como este, con la Legendaria visitando la ciudad, las tormentas nocturnas que provocan riadas, ETA a lo suyo y el mundo dando sus pequeños pasitos erráticos en la cuesta abajo resbaladiza de ciertas ocasiones. Podría, pero no. Hoy, día nublado y tenebroso, el cuerpo me pide viejos amores, desengaños y reencuentros.

Creo que ya he mencionado –y si no da igual– que ando leyendo a Nick Hornby contar su adicción al fútbol. Le leo con la mezcla de pena y fascinación que un aficionado mucho menos consistente que él puede profesarle a ese deporte, y me quedo pensando que qué fuerte y qué peligroso es queder con tanta intensidad algo tan aleatorio, tan, en realidad, ajeno, y luego como a todos nos gusta ponernos hipocondríacos me pongo a pensar si yo tengo alguna pasión así, como esa. Me sale la música. Y bien podría ser.

No es que hiciese falta excusa alguna para pensar en la música, paso bastante tiempo al día dedicándome precisamente a eso, pero últimamente me han dado nuevas razones, y todo por culpa de Xavie, que se empeña en salir en el dramatis personae de este blog ya sea por una razón o por otra, y que el viernes, en cierto punto de la noche, recordó mi friquismo musical y me preguntó si tenía yo ya el último disco de Metallica.

–No, ni ganas –respondí, faltándome sólo escupir al suelo–. Metallica murieron para mí con el Disco Negro (o con el Live Shit: Binge & Purgue, o con el Garage Inc., pero no después).

–Ah, bueno, es que yo lo he estado buscando por Internet y chico, no hay forma de bajarlo, aparece borrado en todas partes.

–Oh, ¿de veras? Hum –respondí yo, crispándome. Porque yo renegué de Metallica hace muchos, muchos años, pero no sólo por la calidad musical. También tuvo algo que ver el caso Napster. También tuvo algo que ver que yo fuese uno de los 100.000 fans que la banda denunció a los tribunales. Y desde entonces les he aborrecido bastante, pero siempre ha supuesto una pequeña satisfacción bajarme sus discos, aunque sólo fuese para borrarlos después. Sólo por el placer de haber hecho, fácilmente, eso que por lo visto tanto les jodía. Así que luego cuando llegué a casa y me acordé de aquello me puse a buscar, y efectivamente, el disco ha sido subido y borrado a muchos sitios. Pero tratar de evitar que esté en Internet es como luchar contra las zarzas en mi pueblo: tardas más en cortarlas que ellas en expandirse. Así que en un minutito de uso de www.shareminer.com di con un par de enlaces que funcionaban. Procedí a escribirle un educado correo a Xavie diciéndole que ña, ña, ña, y a cumplir la rutina de bajarme el disco. Esa cosa de título raro que se llama Death Magnetic.

Y ya que lo tenía bajado, me puse a escucharlo de fondo mientras satisfacía el ansia matinal de tostadas con mantequilla y mermelada con el que la Muchacha se despertó el sábado. Escuché así por encima las 4 últimas canciones. Las dos primeras me parecieron flagrantes refritos de temas viejos (en especial la segunda, con un riff al principio que era el de 2x4 con un par de notas del mismísimo The Four Horsemen. Las letras de la primera o la segunda canción parecían montarse en la misma melodía que las del Creeping Death). Y cuando empezó la 4ª canción me dije que no contentos con plagiarse a sí mismos con una actualización del Fade to Black, sino también habían decidido aliñarlo plagiando también a Iron Maiden. Es fácil pensar así: le tengo muchísimo rencor a ese grupo que fue tan inmenso y que se volvió tan zafio y que sacó discos que tan poco me han gustado. Pero luego los escucho y dejando de lado la batería del patán de Lars Ulrich, soy capaz de reconocer, escuchando un solo de guitarra, si lo está tocando Hetfield o si corre a cargo de Hammet. Y escuchando y despreciando, me di cuenta de que si ese disco no fuese de mis ahora odiados Metallica, sería un disco que me gustaría. Así que la conclusión es que tras dieciséis años, Metallica ha sido capaz de componer canciones que me gustan. Suenan a refrito de lo viejo, sin duda, ¿pero cuántas veces, oyendo el nuevo material que escribían, he pensado que ojalá se dedicasen precisamente a esto? Y en consecuencia, me he rendido, he admitido que Metallica fue uno de mis primeros amores en lo musical (ellos y Blind Guardian, mis dos primeras pasiones, la primera ahogada por un pasado glorioso y un día a día patético, y Blind Guardian ahogados por si mismos y por esa manía de sacar discos cada cinco años), y he sentido eso que se supone que se siente en la presencia de alguien que, algún día, amamos, cuando después de muchas veces de coincidencias en algún bar y de pensar qué risa más lamentable o vaya peinado o de la que me libré un día aparece y uno piensa que vaya, que qué figura, que esa sonrisa sigue teniendo toda su pólvora, que algo de lo que me enamoró sigue ahí, latiendo, evidente una vez más después de años de ausencia. ¡Dieciséis años, nada menos!

Así que esta semana me voy a dedicar a escuchar el disco con recelo y con atención, pero también con algo de maravilla y mucha nostalgia sorprendida. No he escuchado aún más de esas cuatro primeras canciones: voy despacio, apuntalando cada paso, estudiando a fondo cada canción. Por ahora me gustan, y hay que reconocerlo, por ahora, valen la pena. Así que aquí queda mi sentencia y mi veredicto por ahora: igual, por fin, han vuelto a acertar, han conseguido que pueda escucharles y recordar sin sentir arcadas que precisamente ellos revolucionaron el thrash metal, y que el disco es un disco que recomiendo encarecidamente bajarse de internet.

Pero eso sí y por supuesto: de comprarlo ni hablamos, que a costa de haber vendido basura y de haber exprimido su pasado al máximo, ya se han hecho lo suficientemente ricos.

20.9.08

la excepción de la heterosexualidad

Yo no sé qué pasa en este mundo loco nuestro en el que la heterosexualidad, en ciertos ambientes, es siempre un tema tan discutible. Que el que existan otras tendencias sexuales y se respeten y se admitan y se equiparen en derechos es algo estupendo, pero leñe, que son otras, no, de pronto, todas. Que no, que no todos somos bisexuales. Que yo soy heterosexual. Pero no, lo dices y siempre hay quien arquea las cejas y dice ya, claro, a ti lo que te pasa es que estás reprimido. Como si uno no supiese bien lo que le gusta, a estas alturas de la vida. Como si uno fuese lo suficientemente razonable como para habérselo preguntado en su día ni lo suficiéntemente neurótico como para considerar todas las opciones. En fin.

Todo esto viene porque la otra noche se hablaba un poco de todo y se terminó hablando de cine primero, de Woody Allen después y finalmente de Scarlett Johansson. ¡Buf!, dijimos.

-Yo es que la veo y pienso "si tuviese que acostarme con alguna mujer y pudiese elegirla a ella, no me importaría" -dijo una bella y pizpireta mujer heterosexual cuyo nombre no citaré por respetar su intimidad (así que me referiré a ella como B.P.M.H.). A unos nos pareció comprensible, a otros nos extraño, otros supongo que nos pondríamos a imaginar la escena, y luego el tema de conversación dio un giro, uh, genérico, por abusar de mi terminología, y ella nos preguntó con qué actores haríamos nosotros lo propio. Xavié, a quien si cito porque su intimidad no me merece tanto respeto, ji ji, me miró alzando las cejas, pensativo, y los dos, después de unos segundos, respondimos a coro...

-Con ninguno.
-Con ninguno.

Y luego llegaron las miradas suspicaces y el que si la represión y el que no coño, que ni represión ni hostias, que a mí es que no me apetecería tirarme a ningún actor, qué le voy a hacer.

-Pues yo tengo unos amigos que sí que me dijeron nombres- protestó B.P.M.H.

-¿Ah sí? -dije yo-. A ver, dime nombres.

B.P.M.H. me miró sorprendida.

-¿Quieres saber quienes son esos amigos míos? -risas.

-No mujer, lo digo por ver qué pienso de esos actores, porque a mí no se me ocurre ninguno, y así, por dar ideas -expliqué yo, y la cosa se terminó más o menos ahí porque luego pasaron otra serie de cosas relacionadas con figurantes que esa noche se fueron acompañados a por fotos y se ganaron así sin saberlo, comerlo ni beberlo despidos fulminantes por tortuosos caminos que no vienen al caso. Y alguna noche después volvió a salir el tema hablando con un amigo de un amigo, al que le terminé contando la historia y preguntando qué pensaba él, en ese sentido, de los actores.

-Hombre, actores no -dijo él, rascándose el cuello-. Pero políticos...

-¿Te tirarías a algún político?

-Hombre, a Aznar estaría bien darle por culo -razonó, y ya nadie tuvo nada más que decir.

19.9.08

la guerra genérica

Ya me conoces. Ya sabes que a veces –ejem– me gusta polemizar, y que a veces suelto opiniones chocantes que ni siquiera son realmente mías simplemente por montar la tangana, por hacer que se monte un debate psicodélico y por pasar el rato con algo de lógica llevada al límite y con alguna falacia lógica escurrida aquí y allá. Pero hay algo mejor aún que eso, que se puede hacer con bastante menos frecuencia, que es conseguir que se monte un debate de esos de indignación y desvarío entre personas que en principio ni siquiera estaban discutiendo, y entonces uno puede dar un pasito atrás, apagar su micrófono y disfrutar de algún linchamiento.

Acaba de suceder, y hay que darle las gracias a Rafa Nadal y a Sam Querrey, que mientras escribo están jugando el primer partido de la eliminatoria de Copa Davis entre España y Yanquilandia. En fin, ya me conoces, decía, y por eso ya sabes que a mí me pirra el tenis, con su solitaria caballerosidad de dos únicos jugadores separados por una red y un montón de campo, con ese refinamiento de no poder dar a la pelota sin el apéndice de la raqueta, con sus reglas exhaustivas y rigurosas que lo cubren absolutamente todo, con su forma de contar y sus carreras y esa profunda y bella geometría que despliegan los buenos jugadores.

Y estaba yo desayunando y viendo en una tele sin volumen a El Comentarista, Alex Corretja, pensando que qué pena que la Davis empiece así de pronto, un viernes a las 12 (cosa que, englobada en el estrafalario marco de toda la normativa del tenis, es por otra parte adorablemente bizarra), y que estaría bien verla, cuando he pensado que la Muchacha está en casa y que debajo de su televisión reposa un reproductor DVD que además de ser reproductor de DVD tiene un bonito disco duro que sirve para grabar cosas de la tele, así que mientras pagábamos el café y el bocadillo de francesa con chistorra (qué almuerzo sugerente) la he mandado un mensajito diciendo que a ver si me lo podía grabar.

El problema, triple, es que

  1. en el Palacete sólo hay una conexión para la antena junto a la tele, y que si la ocupa la televisión el DVD no coge señal, y no puede grabarse.
  2. si se enchufa la antena al dvd es complicado saber cuál de los modos AV de la tele hace que se vea el DVD, porque...
  3. el DVD es un aparato de un funcionamiento gótico y tenebrista, y para ver la tele hay que andar hurgando por menus y menus descartando estar viendo canales muertos o un DVD ausente o reproducciones de viejos capítulos de series que hay ahí grabados nadie recuerda de cuando.

Así que nos hemos cruzado unos cuantos correos la mar de confusos por lo errático de mis recuerdos sobre el aparatito y lo confuso de mi prosa entusiasta y voluble. Y como pasaba por aquí mi tocayo de oficina (hoy no le pongo siglas, se siente) se lo he comentado con una versión sesgada y malintencionada como ella sola.

–Ay, las mujeres y los cacharros –le he refunfuñado–. Anda mi novia en casa peleándose con el vídeo para grabarme el partido de Nadal, y no sabe cómo hacer que funcione.

–Es que ya lo digo yo siempre, las mujeres y la tecnología... –ha comenzado a divagar él desde toda la experiencia de su extrema juventud, su desguarnecida inocencia y la panoplia de topicazos de rigor. Yo he sonreído con esa sonrisa que Terry Pratchett siempre llama grin, y me he girado hacia mi compañera de delante (que por cierto y ahora que lo mento, comparte nombre con uno de los personajes más gloriosos del señor Pratchett, Yaya Ceravieja). Pero estaba distraída en sus tareas, mirando algo atentamente en su pantalla.

–¿Esme, has oído lo que ha dicho David? –he preguntado con toda la inocencia que he podido ponerle a mi voz.

–¡Cabrón! –ha gritado mi tocayo junto a mí.

–No, ¿qué dice? –me ha preguntado ella, sonriente.

–Que las mujeres sois unas torpes y no tenéis ni idea de manejar ningún aparato eléctrico.

La sonrisa de Esme se ha desplomado según apuntaba sus ojos hacia mi tocayo.

–Bueno, no todos –se ha defendido este–, o sea, la plancha y la lavadora sí...

Y ha estallado la guerra genérica, que sigo escuchando de fondo, mientras escribo estas líneas y miro, de reojo, la web de El País, donde dicen que vamos un set abajo, pero que Nadal ha conseguido zafarse de un break con otro y va empatando a 2 juegos en el segundo, cosa que veré luego porque, naturalmente, la Muchacha ha puesto el partido a grabar sin problemas.

Ya me conoces. Ya sabes que a veces –ejem– soy un pelín maligno.

18.9.08

la parte contratante de la primera parte

Siempre se me han dado bien las entrevistas de trabajo, supongo que porque siempre me han dado bastante igual. Cuando necesité el trabajo las partes contratantes solían ser o bien amigotes de borracheras o gente que me debía favores por aquellos contactillos que tenía yo en la adolescencia con la gente esa del tráfico ilegal de órganos, en fin, y cuando no era ese el caso todo me daba un poco igual porque ya tenía otro trabajo y tener la rutina de todos los días y del cobro a fin de mes como que calma y relaja.

La primera consecuencia de esto es que yo no he estado en paro más que de forma no ya anecdótica, sino, hum, alegórica, digamos.

La segunda, pues eso, que siempre se me han dado bien las entrevistas. Tengo yo mis mañas, y he leído mucho (ojo que no digo mucho y bien, eh), y lo hacía con la idea de ver dónde estaba el truco, dónde ponen los novelistas las cuerditas que mueven los hilos y cómo se montan las tramas, y no, al final lo que pasa es que uno se ha leído tanto argumento y tanto subterfugio que en plena entrevista se sorprende pensando "¡eh, esta tía es buena, con una obviedad inocente acaba de reducir mi experiencia a la mitad!", que fue precisamente lo que pasó el martes, que quedé con la regente de uno de los cines X que han accedido a echarle un ojo a mi candidatura. Y a mí me gusta darme cuenta de esas cosas, y caray, no le guardo rencor a nadie por cosas como esas que, a fin de cuentas, consisten en hacer bien su trabajo.

Y yo también hago mis trampillas. No sé, hasta donde sé soy el único tipo que puede despachar una frase jugosa de su currículum diciendo "¿qué? ¡Ah, no, eso es mentira!, eso está ahí para rellenar".

Ella me miró y me dijo "David, eso deberías callártelo". Pero me lo dijo riéndose a carcajadas. Y hay otras razones, pero principalmente por eso, por haberle hecho reírse así, por cómo fue esa risa, yo creo, sospecho, intuyo que voy a ser yo quien venda las entradas a su sala. Porque hay risas que no son sino el eco de una conquista.

Eso sí, espero que la conquista sea sólo laboral. No quisiera ser yo víctima de acoso sexual ni nada de eso. Aunque ya me estuve cubriendo las espaldas al dedicar como media entrevista en contarle batallitas de la Muchacha a la buena mujer, para que ella, hábil en los subterfugios, pudiese pensar "¡eh, este tío es bueno, con cuarenta minutos de parloteo sobre lo maja que es su novia me está dando calabazas!"

17.9.08

la madurez

Uno se despista con el pasar de los días y para cuando se quiere dar cuenta es un tipo de mundo, un adulto maduro y adiestrado en los vivires y los sinvivires, y se ve por ahi adoptando pequeños padawans, explicándoles en qué mano está el saltamontes, como comportarse y cómo lijar los sobresaltos de la vida para que esta fluya sin problemas ni trauma.

Me acaba de pasar, hace un ratito, cuando yo y El Otro De Aquí Que Se Llama Como Yo hemos salido un momento a la calle a que el viento nos alborotase las corbatas y nos librase un poco de la modorra. A la vuelta hemos llamado el ascensor mientras hablábamos qué sé yo, de fútbol, de coches o de lo plasta que es El Tipo De Aquí Que Debe Ser La Persona Más Plasta Del Mundo (Pero, Eso Sí, Sin Malicia), y cuando se ha abierto la puerta, dentro había una ocupante, que visto lo visto en casi un año de secta quizá sea la moza más guapa del edificio.

Naturalmente ahí se ha acabado nuestra conversación sobre qué sé yo, fútbol, coches o E.T.D.A.Q.D.S.L.P.M.P.D.M. (P., E.S., S.M.). No es nada raro, por lo general las conversaciones mueren a la puerta de los ascensores cuando dentro hay extraños. Lo raro ha sido que mi compañero, E.O.D.A.Q.S.Ll.C.Y., ha entrado, se ha colocado junto a ella y ha adoptado pose de estatua, con la vista fija que ha mantenido hasta que en hemos llegado a la planta de la moza y esta ha dicho adiós y ha salido (entonces por fin ha sido capaz de mover los ojos para seguir la trayectoria de las nalgas de ella, obviamente). Y apenas las puertas se cerraban ha suspirado cual hipopótamo en celo, exclamando:

–¡Joder!

Yo he puesto los ojos en blanco, he pulsado el botoncito de nuestra planta que por lo visto él olvido presionar al entrar y con mi tono más coloquial le he estado aleccionando sobre la vida y las mujeres, y lo poco que le puede gustar a cualquiera de ellas que en el reducido espacio de un metro cuadrado se monten con ella dos tipos, uno se plante frente a ella y olvidado de la botonera y de que tiene una oficina a la que volver, o de fingir que al menos tiene una oficina a la que volver.

–En esto, pequeño Padawan, –concluía mi alegato– a las mujeres hay que tratarlas como a cervatillos en el bosque. Disfruta de su trote, de la elegancia de su pose, del espectáculo de su presencia, pero no las molestes, no las hagas sentir observadas e incómodas, y déjalas ir y seguir tan contentas. Siéntete feliz de verlas y finge que tienes más neuronas que esperma en tu interior: si te montas en un ascensor con una mujer que sabe que no vas a su planta y no pulsas ningún botón, la próxima vez que la veas llevará en la mano un spray de pimienta.

E.O.D.A.Q.S.Ll.C.Y. me ha mirado con admiración, ha asentido y ha salido corriendo a por un taco de post-its y un boli, para apuntar la lección. Yo lo he visto partir a la carrera, he pensado sonriente que pobrecillo, me he sentido viejísimo y he recordado aquellos días con nostalgia cero, dándome cuenta de que no es la edad lo que nos diferencia, sino que el amor, a fin de cuentas, tiene su cosa monoteísta, y ¿quién soy yo ahora sino un pequeño muyaidín del corazón?

Ah, la Muchacha, ah, ¡de cuantos ojos rojos, toses sanguinolentas, denuncias policiales y órdenes de alejamiento me habrá salvado ya!

16.9.08

incognito ergo sum

HAY que andarse con ojo. Como ando en conversaciones con los magnates del porno madrileño para ver si me dan su puesto de taquillero en una sala perdida (para poder criar con la Muchacha un gato y una mata de geranios. Que sí, que sí que lo conté, leñe), vengo yo a la secta satánica con algo de mal cuerpo, sintiéndome, en el fondo, un pequeño traidor. Ah, las empresas, qué jodías son, como consiguen meternos dentro esos sentimientos, como nos involucran y nos crean lealtades mientras nos pagan lo menos que pueden y nos explotan todo lo que alcanzan (que en mi caso, no me puedo quejar, nunca ha sido mucho, pero en fin).

Para paliar los efectos que en mí producen las miradas quisquillosas de mis cosectarios (que no son quisquillosas, claro, porque no sospechan, cosa que naturalmente no le importa un bledo a mi paranoia) he tomado medidas, y así, a pesar de la punta de 87ºC que aún amartillan Madrid durante el día ahora que el verano mengua y el otoño se acerca con pasos mansos y bostezantes, vengo todos los días con gabardina, peluca, bigote postizo, gafas gordas, gorro Stetson y periódico con un par de agujeros en medio para poder otear a los demás sin ser visto. Vale, tal vez haya leído demasiados libros de espías cuando era pequeño, lo admito, pero mi cultura es la que es, y uno reacciona como reacciona, y bueno, siempre me queda el consuelo de saber qué es, cómo se usa y para qué puede servir un buzón ciego, además de tener a fuego en el disco duro un montón de teoría sobre cómo reptar bajo alambradas, verificar que un coche no me sigue, buscar pistolas en los sobacos de la gente y cosas así, de esas que hacen la rutina diaria más fácil.

Así que todas las mañanas me planto aquí con la gabardina, las gafas, el bigotazo y demás, y cuando la recepcionista satánica me saluda diciendo:

–Buenos díaaas, Daviiid

Yo le respondo, impostando la voz:

–Me confunde usted con otrrro, fräulein.

Vale que me mira muy raro, pero esa extrañeza patente, o tal vez ese “a éste se le ha terminado de ir del todo el seso” mezclan mal con la quisquisillez miradística y la diluyen. Así que ande yo caliente (claro, con la gabardina cualquiera) etcétera etcétera con el refrán.

Lo único malo es que cuando de camino atravieso algún parque (que en teoría no sería necesario, pues ni de casa al metro ni del metro aquí hay parques, pero ya lo he dicho mil veces y con esta mil una, Yo Siempre Me Pierdo, y a veces aparecen parques bajo mis pies, ¡qué le voy yo a hacer!) las adolescentes, creyéndome un exhibicionista, corren hacia mí, me hacen corro, gritan “¡queremos carne! ¡queremos carne!” y emiten ruidos guarretes. Pero bien compensa ese sufrimiento diario el salir de casa cada día dejando a la Muchacha en casa, con un café en la mesilla, riéndose de mi aspecto a mandíbula batiente.

15.9.08

mientras, en la ciudad

Es 15 de septiembre. Hoy es el día grande de las fiestas de mi pueblo, y mientras yo estoy aquí, en la ciudad, supuestamente trabajando (y más o menos, trabajando, también sin el supuestamente). Pensarlo resulta un tanto extraño, porque yo, por estas fechas, suelo estar siempre allí. A estas horas estaría por el primer o segundo sueño. Me levantaría a eso de las 3 y media de la tarde, con el tiempo justo para comer, bostezar un par de veces, tomarme un café e irme a tomar cervezas, o una primera copita, o participar en una barbacoa, o algo. Y luego la cena, la música, la risa, la anécdota de la noche, y a dormir por la mañana. La sensación que siento al recordar algo que he hecho tantas veces y que ahora mismo sería lo más natural es un poco una sensación de desadherencia, de despego. Un poco como un post-it arrancado.

Pero todo esto por lo visto le vuelve a uno más propenso a la filosofía que a la melancolía. Aunque esta filosofía también muestra hoy una querencia natural por la gama media del gris, porque cuando ve una oportunidad para la alegría también refunfuña: esta mañana, en el metro, he visto una bonita melena prendida de la cabeza de una mujer (una bonita cabellera, el tipo de pelo que uno querría ver en un anuncio de champú, en lugar de todas esas masas capilares ondeantes que fulguran embebidas de química y de Photoshop), y apenas me ha dado tiempo a pensar “¡oh, qué boni...!” cuando la vocecita interior que todo lo protesta ha saltado diciendo “recuerda siempre que el pelo, como la capa superficial de la piel, son células muertas, y que la belleza, muchas veces, resulta así una forma refinada de necrofilia”.

Así que he adoptado un gesto un tanto patibulario, me he dado un instante a la contemplación necrófila de lo bello, y luego me he puesto a leer las tribulaciones de Nick Hornby como fan impenitente del Arsenal.

12.9.08

y cuando el viento sopla

...los que somos así, de ánimo ligero, damos bandazos, extendemos los bracitos y los agitamos, esperando echar a volar.

Lo mejor es que a veces, eso pasa, así que hay que andarse con ojo.

Igual uno de esos bandazos me aleja de los brazos de Satán. Porque como quien más y quien menos sospecha yo ya voy albergando planes de futuro, acunando sueños de posibles, pensando en vivencias conjuntas y tal, así que ando yo mirando si dejar la secta satánica, porque existe la posibilidad de que me salga un buen trabajo como taquillero de una Sala X. Estaría bien pagado y, algún día, ese sueldo podría venir muy bien para que la Muchacha y yo criásemos un gatito y una mata de geranios, que ya se sabe los gastos que todo eso implica. Así que nada, ayer tuve una entrevista de esas protocolarias y pre-todo, en la que me hicieron montar en monociclo y hacer trucos de cartas. Lo del monociclo fue bastante mal, y mi mejor truco de cartas consiste en intimidar al otro para que admita que el 5 de espadas que yo he sacado era el 4 de copas que él había elegido, pero en general la cosa fue bien, y quedamos en tener otra reunioncilla la semana que viene para ver cómo me las apaño haciendo malabares con monedas y cantando canciones populares turcas. Además, no me perdí para ir, y eso que el sitio estaba en un lugar en el que por lo visto consideran que poner plaquitas con los nombres de las calles hace feo y no queda elegante. Pero me las apañé con un planito de Googlemaps y con reflexiones de esas mías de “si el sol está en esa dirección y esa calle va cuesta abajo y hace curva, esa calle de ahí debe ser esta rayita de aquí, hum”. Así que llegar, llegar, lo que se dice llegar, llegué bien. Donde me perdí fue allí mismo, en el descansillo del edificio, donde en vez de ir a la puerta que era fui a otra, y llamé a un timbre, y no sé si pasó algo, pero como no aparecía nadie empujé la puerta, que se abrió, y entré en la oficina, y deambulé por ella, por despachos vacíos y salas de reuniones desiertas, y estaba mirando unas fotos preciosas en blanco y negro de oleaje rompiendo contra unas rocas cuando apareció un tipo hablando por teléfono. Yo esperé educadamente, hasta que terminó, me preguntó quién era y qué quería, y a los dos minutos de mutua confusión dedujimos que había acertado edificio y planta, pero no puerta, y que yo en realidad donde iba era a la oficina de enfrente.

Aunque volviendo para casa tuve ese consuelo de la circunstancia compartida que da ser abordado por otro ciudadano perdido en calles extrañas: un tipo me paró, y me dijo,

¿Bfprblfgfrt?

Plop, hizo mi oreja cuando me desprendí de uno de los auriculares del iPod, donde tronaban los Diablo.

–Perdona, ¿qué?

–Que si sabes dónde está la calle C... –repitió él.

–Pues no, soy nuevo por aquí –le respondí, aunque fui rápido para que no cayese en el desánimo–, aunque casualmente traigo un planito de Googlemaps de la zona donde seguro que viene esa calle.

Así que desplegamos el papelito, y dedujimos que la calle a la que iba estaba a 20 metros escasos de donde nos encontrábamos. Se fue él contentísimo con mi planito, y yo continué rumbo a casa, con esa sonrisa boba que da ser un tipo capaz de perderse en la bañera y aún así haber conseguido evitarle a otro uno de mis dramas habituales.

Aunque ahora lo pienso y me pregunto ¿hasta qué punto lo hice por solidaridad y no por retener mi esencia, mi superpoder, aquello que me distingue y me hace único? Y no lo sé, pero es una pregunta lo suficientemente estúpida e irrelevante como para ser entretenida, así que me lo seguiré preguntando. ¿Hasta qué punto? Hum, hmmm, hm.

10.9.08

a la mierda el socialismo

Vuelvo a ser un ávido consumidor de minúsculos vasitos de plástico, rellenos de agua fresquita por esa máquina de ahí que burbujea cada vez que le aprieto la clavija y ella eyacula su fresquita esencia para mí.

Cada día, debía beberme un pantano de ella, antes de las vacaciones. Y hoy pantano nuevo para celebrar la vuelta, un pantano grande y lustroso, relleno de aguacero de anoche, malgastado en los brindis vacíos que uno entona al Dios del Trabajo, esa bestia infernal que crearon los socialistas, que, recordemos, son esas gentes que postulan que el trabajo es algo bueno, que el trabajo realiza y que la esencia del ser humano es trabajar.

Yo sinceramente no entiendo cómo nadie lapidó directamente a Marx. Un abogado-filósofo que se pone a arengar a la masa trabajadora, y que si la emancipación y que si la realización del invididuo. Claro hombre. Trabajando con un boli y un jersey de lana raída en una cafetería atestada de humo, cualquiera. Un pico y una vela le había dado yo, y a cabar a una mina, a tres mil metros bajo el nivel del suelo, con un canario muerto y escapes de grisú y tinieblas y derrumbes, a ver si te realizabas así, cretino.

Mis padres siempre han sido, y son, socialistas de pro, o eso dicen, si es que eso es posible en estos tiempos funestos en los que la única diferencia entre los socialistas y los cavernícolas es el color de la corbata. Por tanto, mis padres siempre le han tenido un glorioso cariño al trabajo, y han sido y son tremendamente trabajadores, y mira, hasta ahí se nos cuela el virus socialista, que lee uno eso, “son trabajadores” y se toma como un halago, como un piropo. No hombre no. Qué trabajo ni qué niño muerto. Que lo bueno no es trabajar, lo bueno es gandulear. Lo bueno era yo, ayer, yéndome al cine a esta hora, en lugar de estar aquí, vaciando pantanos a golpe de vasito blanco de plástico. Lo bueno era yo anteayer, despertándome al mediodía de un día laborable. Y todavía me llegan hoy los compañeros de secta, también ellos mordidos por el virus socialista, y me dicen que después de tanta ausencia ya estaría aburrido. Yo les he contestado que qué va, que ójala, que apenas había empezado a aburrirme cuando me ha tocado volver. Y claro, me han mirado raro, porque aburrirse se supone que es malo, y trabajar bueno. Que levantarse a las mil está feo, y que madrugar es de espíritus nobles. Que no, que no. Que el aburrimiento está tremendamente infravalorado. Que madrugar es una mierda. Que yo prefería haberme quedado durmiendo. Que mira que me jode estar pensando todo esto en mi primer día de vuelta al tajo tras las vacaciones, sabiendo que esto, simplemente, va a ser así día tras día, semana tras semana, hasta que vuelva a vivir uno de esos breves episodios de cordura colectiva en el que tenga vacaciones y yo pueda, por fin, dedicarme a hacer lo que me gusta, o sea nada.

9.9.08

mañana, diré que ronca

Aunque no lo hace. Duerme, a mis espaldas (intento teclear despacito, pero la pobre tenía mucho sueño, y probablemente de igual. Pero me gusta intentar teclear despacito), de vez en cuando farfulla algo en sueños o pregunta ¿qué haceees? con la voz empachada de almohada, a medio enroque del sueño. Yo le digo que escribiendo algo en el blog, así a bote pronto, a vuelapluma, para que mañana se entretenga leyéndome un ratito, y ella me dice que soy un plasta, se acurruca y se vuelve a dormir.

Yo mientras ¿qué hago aquí? Pues leo algún blog, leo cosas al azar, releo un cuento por quinta vez, hago tiempo, porque me he levantado muchas horas después que ella y porque me parece de justicia concederle hoy estas horas de más. Para que mañana estemos a la par, igual de cansados y, espero, igual de descansados. Para hacer más justo el reparto de los bostezos.

Así que yo escribo, y ella respira profundamente, con empeño, con ritmo; qué menos, si se sabe todas las canciones del mundo, si de alguna forma tienen que poder manifestarse las que no le da tiempo a cantar por el día. Y, definitivamente, respira y duerme sin roncar. Pero a mí esto me importará un pimiento. Yo, mañana, en cuanto me despierte, gritaré ¡roncaaas!, y ella dirá ¡nooo!, y yo diré ¡siií!, y nos pelearemos, y yo alzaré un dedo acusica y mentiroso, y en fin, me va a dar igual tener aquí esta confesión escrita, que por eso pongo, porque tampoco es que la Muchacha le de nunca ninguna credibilidad a mi dedo acusica y mentiroso, absolutamente inocuo contra ella, el pobre.

Ea, buenas noches y hasta mañana. Me voy. Intuyo que me toca hacer de almohada.

7.9.08

de colchones y camas

Tenía que pasar porque era inevitable, porque estaba en nuestras propias naturalezas, porque debía venir escrito en el manual de procedimientos del Universo, y así, igual que a nadie le extrañó que el pan bimbo fuese tan bien con la mantequilla y la mermelada, o que el pan de hamburguesa sepa mejor con un filete ruso dentro, tampoco puede sorprendernos que los tripulantes de una cama deshecha se terminen viendo las caras con los que vienen de un colchón que volaba. Es la simpatía del gremio de los que tenemos blogs relacionados con camas, naturalmente.

Así que decidimos resignarnos a la fatalidad, y quedamos con Lui et Ludo en un bar que hay al lado mismo del palacete. Por eso de la vergüenza y la timidez ellos dijeron que no irían solos, sino con un par de amigos sevillanos. Por esto de la timidez y la vergüenza, nosotros invocamos a Nán. Salíamos la Muchacha y yo pensando cómo diablos íbamos a reconocerlos. Lo más razonable fue ir preguntando ¿Lui, Ludo? a todos los grupos de cuatro personas que nos encontrásemos. Parecia divertido, pero duró poco la broma: nada más cruzar el puente levadizo del palacete pasó el primer grupo de cuatro, preguntamos ¿Lui? y Lui respondió ¿sois vosotros? y todos eramos los que éramos; qué pequeño es el mundo.

Y luego vino Nán, y como están reconvertiendo el restaurante que el co-regenta en un bar de cócteles, terminamos en La Cuchara Chueca (en la esquina de las calles San Marcos y Libertad) matando esas timideces y vergüenzas a base de mezcalitos. No hubo sopresas, la verdad; Lui es la mujer encantadora y estupendísima que se retrata en lo que escribe en su blog, y Ludo está lo loco que tiene que estar quien retrata el mundo como él lo retrata con sus rotuladores. Con la prosa de una y las imágenes del otro, nada parece raro. Quizá, tal vez, algo más escandaloso de lo esperado, porque hay que ver lo eufórica que puede ponerse un fan francés de The Arcade Fire en un bar repleto de gente. Y la noche pasó entre mezcalitos y cañas, paseos nocturnos, gritos y saltos, tabaco negro y traducciones simultaneas no siempre comprensibles del francés al español y del español al francés, y al final terminamos disolviendo aquella convención de profesionales del sector de la cama yéndonos a una de las propias, dando tumbos mientras saboreábamos ese saborcillo dulce que le deja a uno la última copa de Matusalén con coca-cola y, sobre todo, el conocer a gente así, a la que uno descubre llevar ya demasiado tiempo quere conocer, sabiendo que iba a querer haber conocido.

Y ahora, a por la repetición.

La verdad es que los de la secta bremenista cada vez nos curramos más los fichajes.

6.9.08

una rayita más

Advertencia: este NO es un post sobre cocaína, pese al título.



La gente tiene la costumbre de celebrar su cumpleaños siempre el día que no es para que cuando la buena gente que va invitada como consorte (claro claro, muy hábil enviar las invitaciones a los e-mails del trabajo, cuando uno está de vacaciones. Muy hábil) y diga, con todo su candor y su entusiasmo ¡felicidades!, le pueda responder la celebrante ah no, fue el miércoles, maldito, y no me felicitaste.

Pues haber celebrado tu cumple el miércoles, leñe. Como si fuese excusa que haya gente que el jueves tenía que madrugar, trabajar y esas cosas. Que se hubiesen cogido vacaciones, también. Que está muy bien pensar mal, y a mí nadie me preguntó si no habría alargado mis vacaciones precisamente en honor de la celebrante, para tener libre ese día, que no era el caso, lo confieso, pero a falta de datos digo yo que la gente podría ser bienpensante, asumirlo, suponerlo, preguntarlo, y yo mentiría y todos estaríamos tan contentos.

En fin, que celebramos que la adicta a las rayas (tampoco ahora hablo de cocaína, conste) podía poner otra alineada junto a las que cuentan su edad. E hizo ayer una fiesta, en la que, por cierto, había una fan. Una fan de este blog, se entiende: una amiga suya le llegó y le dijo "pero... ese David de ahí ¿es el vago patán que nunca hace la cama?", y ella asintió, y la amiga, entonces, miró hacia otro lado de la fiesta bastante cerquita del primero y continuó deduciendo "y entonces ¿¡esa es la Muchacha!? ¡UOOOH!"

O sea que la fan casi que se la apuntamos a ella.

En fin, fue una fiesta graciosa. Nos quedamos sin alcohol, conseguimos más alcohol, alguien tocó la guitarra, alguien le dijo que se callase y le diese al play del equipo de música (una cosa así barrocosimplista que llevó una fanática de Apple), el segundo alguien dio una conferencia de tres horas y doscientos veintiseis minutos sobre Muse, razón esta por la que una canción de esta gentecilla adorna estas líneas (como si hiciese falga alguna razón para poner la canción con el solo de piano más glorioso de toda la historia del rock), y en fin, ahí estuvimos, intentando hacer llorar con el regalo, un libro mu bonito, a la cumpleañera rayista, que por cierto, cosas de la vida, aparece la primera en Google cuando a alguien le da por buscar "pelirroja gafapasta"; no me pregunto por qué será, ji ji.

En fin, la vida, que se mete en los blogs, y los blogs, que se meten en la vida. Y hoy, segunda sesión, conmigo afligido porque anoche vimos a miles de personas acarreando colchones por la calle y yo no llevaba la cámara encima.

Luego llovía, Madrid estaba muy bonito y nos fuimos muy, muy, pero que muy tarde a dormir, sonriendo como esa luna creciente que, detrás de las nubes, no podía verse, pero por ahí andaría.

(Y no me voy a ir aguantándome las ganas de poner otra canción de Muse, ala)






P.D: En otro orden de cosas hay blog nuevo enlazado a la derecha, el de un tipo absolutamente odioso que viaja por el mundo y encima va y lo cuenta para matarnos de envidia a los que no nos movemos tanto. Sólo queda el consuelo de que escriba la mitad de las veces desde teclados bárbaros y en vez de años siempre se le lea hablar de montones de anos. El blog es este, En la roud.

4.9.08

definición de poesía

Una vez escribí un cuento por el que me pagaron 50.000 pesetas de la época. Lo he contado alguna vez, claro, la vanidad y eso. De hecho, he hecho más, hasta lo colgué aquí. El caso es que mi parte favorita del cuento, al fin, surgió una noche en la que estaba atascado y aburrido estudiando alguna cosa y cogí mi viejo diccionario y me puse a buscar definiciones de palabras, y definiciones de las palabras que se encuentran en las definiciones. Termina uno pensando que los diccionarios los escriben extraterrestres.

Por ejemplo, poesía, y la pongo por ejemplo a priori, antes de saber a dónde nos va a llevar buscar por ahí. Abro la página de la RAE, busco, y ¿qué es poesía, o definidora de palabras?

"1. f. Manifestación de la belleza o del sentimiento estético por medio de la palabra, en verso o en prosa."

¿Y qué es manifestación?

"1. f. Acción y efecto de manifestar o manifestarse.

2. f. Reunión pública, generalmente al aire libre, en la cual los asistentes a ella reclaman algo o expresan su protesta por algo.

3. f. Despacho o provisión que libraban los lugartenientes del justicia de Aragón a las personas que imploraban este auxilio, para que se les guardase justicia y se procediese en las causas según derecho.

4. f. Nombre con que se distinguió en Zaragoza la cárcel llamada también de la libertad, donde se custodiaba a los presos acogidos al fuero de Aragón."

O sea, que poesía fue, por ejemplo, la final de la Eurocopa en el Quiet Man, o algo relacionado con la belleza de una carcel absurda que en su nombre se llamó Libertad (ya hay que tener mala leche), o un formulario escrito con letra bonita que llevaban los aragoneses que debía ser como el "quiero llamar a mi abogado" de las películas.

Vale. Ya lo tengo claro. Ya estoy preparado para la próxima vez que a Lui Lu le de por mentarme a Sabina, o a la Muchacha por cantarme la canción entera cada ve que lee a Lui citar un versito, o a la Legendaria Carmen Moreno le de por llamarme poeta. Temblad, pues nada hay más aterrador que un matemático con una definición en la manga.

2.9.08

álgebra



Dice la Wikipedia, con toda la razón del mundo, que el Álgebra es la parte de las matemáticas que estudia las estructuras, relaciones y cantidades. Además es algo que da repelús y que probablemente, campando ahí en el título, me esté espantando a dos tercios de la audiencia: qué se le va a hacer.

El Álgebra es esa cosa que, en las películas yanquis, las rubias rotundas andan siempre suspendiendo con sumo fastidio. Aquí en nuestro país, para suspender Álgebra, uno debe matricularse, por ejemplo, en alguna ingeniería, y ver como le desdoblan las matemáticas en dos ramas gordas y lustrosas, por un lado el Cálculo y por otro, esto; el Álgebra. O, claro, siempre puede uno meterse a matemáticas y ver cómo le van surgiendo Álgebras y más Álgebras, y disfrutar viendo como con el paso de los numerales junto al nombre de la asignatura se va volviendo todo salvaje según esas estructuras y esas relaciones dejan de ser las de toda la vida.

En cualquier caso, la idea es que Álgebra es todo lo que uno hace cada vez que tiene alguna cosa (la estructura, los elementos), una forma de mezclarlas y de hacer que interactúen (sumándolas, multiplicándolas, mezclándolas, encajándolas), y de ver qué pasa con ellas después.

En ese sentido yo, este fin de semana, lo dediqué principalmente a filosofar sobre el Álgebra de las relaciones, con la evidente particularización de la mía en concreto. Me levantaba yo por las mañanas, miraba mi cama sin deshacer, sin rastro de mi cuerpo pese a la noche pasada sobre las sábanas y el colchón, y pensaba que en esto de las personas, la suma y la resta no se aplican igual que cuando uno se dedica a sumar o restar manzanas o a echar cuentas para que el chino de la esquina no le estafe a uno con el cambio (como, por cierto y con mucha ternura, hace sistemáticamente, pero eso es tema para otro post). Que uno, digamos yo, mas uno, digamos ella, sean dos, no lo discuto. Pero que yo, sin más, con el añadido de cero unidades de Muchacha rondándome y en solitario, alcance la cifra de uno es cuanto menos dudoso, si nos atenemos al rastro que uno deja, a esas arrugas de la cama que no logran ni formarse, a esa almohada que ignora, con esa mansedumbre tan engañosa que tienen las capullas de las almohadas, que se ha pasado seis u ocho horas sujetando un craneo durmiente.

En rigor todo esto es tontería, es una cuestión de unidades, de medir por parejas, la pareja es uno, y el uno, a secas, es cero parejas (un álgebra de números pares, algo trivial), pero era bonito pensarlo así; yo mas ella igual a un pequeño y escandaloso todo, y yo, sin ella, igual a nada, pero siempre forma un dulce homenaje a aquella cosa que inventó, como sin darse cuenta, el matemático persa Muhammad ibn Musa al-Jwarizmi, al escribir su libro Al-Kitab al-Jabr wa-l-Muqabala, del que sacamos el nombre de esta asignatura, de este post, cogiendo la parte de al-Jabr. A fin de cuentas, él pretendía, con su tratado, explicar el Álgebra para su uso en la vida cotidiana. Así que supongo que es de justicia que, trece siglos después, un matemático cualquiera pueda ponerse a pensar en su soledad y en lo que echa de menos a su novia rindiéndole tributo.

Va por ti, Muhammad. Ya sumo uno otra vez, y la cama, esta mañana, retrataba figuras en perfiles de arruga y valles de tela tibia. Qué alivio.
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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.