29.8.08

on the loose



Creo que ya escribí un post con este título, pero después de seiscientos y pico yo creo que ya tiene uno permiso para repetir.

Mis ordenadores se me mueren. Los ordenadores que me dejan, en suplencia, a veces también se mueren. Soy una especie de Némesis informático.

Consecuencia: imposible subir fotos al fotoblog. Los ordenadores que, ay pobrecitos míos, me deja la gente no son pasto para andar instalando todo el rato photoshops, enchufándoles discos duros externos y demás vaina.

Así que paciencia.

¿Yo? En vez de arreglar el ordenador, yo me voy al campo, dos o tres días. Donde la tecnología más compleja es la del futbolín, y la mayor ansiedad la de la transición de la piscina al tinto de verano.

Así que ale, hasta el lunes o el martes, salud, suerte y alegría.

27.8.08

notas de viaje, 2

Siguiendo con lo de ayer, la parte de Lisboa.




Mensaje para Xavie, con todo el cariño del mundo: "Lisboa es vieja, ruinosa y decrépita: nos encanta. Dice la Muchacha que te lo cuente, para que veas que hay cosas que aunque estén hechas polvo y sean viejísimas tienen su aquel. Besos de ambos dos". Luego filosofamos sobre lo mal que expresamos nuestro cariño, por más que sea todo el del mundo, y al día siguiente nos respondió, insultantemente conmovido, o conmovidamente insultante. Más mensajes, y Conde Duque nos aconseja dónde comer al día siguiente. Iremos porque somos muy obedientes, y nos fiamos mucho del creador de Vicentito, a quien no paramos de recordar a lo largo de toda la Costa Vicentina, claro.

En Madrid la calle está obsesionada con venderte rosas, bocadillos, oro y engendros parpadeantes, y en Lisboa la tradición es ofrecer hachís y marihuana. Eso sí, el vendedor está trajeado, y profesionalmente acepta el primer no.

Restaurante de luces tenues. Terracita, cielo medio azul, medio negro. Fados rebotando en los adoquines, en la brisa, en los tímpanos. La Muchacha insoportable de puro contenta, claro, faltaría más. Y eso antes incluso de que cantasen el primer fado en el que leyó o escuchó su nombre. Ahora yo concentradísimo la veo, la temo: la imagino ya levantando la manita, pidiendo permiso y arrancándose a cantar fados. Pues no es, ni nada.

(Esta nota es de la Muchacha, que no tenía bastante con su cuadernito de poesitas y a veces me invadía) Jarrita de peligroso vino sobre la mesa. Del que desata las lenguas de todos los cuerpos. Suenan los fados en la Alfama Lisboeta. Bella ciudad en decadencia. Hermoso fado de este p###to (no es que ponta puto y lo censure, es que no entiendo esa palabra). Suena precioso aquí, con Daviiid. Noites a Lisboa. ¡¡¡Ya tengo mi disco de fadooos!!!
...Podemos irnos.

Pues eso: vinimos a
1. Que la Muchacha cenase a la luz de unos fados,
2. Que la Muchacha se comprase un disco de fados y
3. Que yo hiciese algún centenar de fotos,
y en la primera noche ya está todo hecho. Qué va a ser de nos. ¿Y ahora qué, nos encerramos en el hotel, a ver el no-transcurso del tiempo portugués? Y a mí que esta ciudad de primeras me pareció hostil, porque nos escondía las cuestas y los tranvías y los callejones...

Es difícil escribir mientras la Muchacha le besa a uno. ¡Ay!

(Esta nota también es suya)
La la la laaa.
La la la laaa.

(Otra nota de la intrusita) Día 21 de agosto.
David y su cámara.
La Muchacha y sus fados.
La ciudad de la humedad en ruinas que tanto nos advirtieron de visitar.
Una llega con miedo, con esperanzas de no desesperar.
Vuelve el fado.
Que vuelva David a la palabra.
La fadista se enjuaga de noche de Lisboa.
No hace falta entender una sola palabra.
Podría ser este rincón de calles tal vez Madrid, México DF o un pequeño pueblo castellano o veracruzano. Es igual.
David y su cámara.
La Muchacha y los fados.

(A continuación viene un geroglífico: sale una taza de te, un símbolo más, las letras q, u, i y e, y una nota musical, un do. ¡Qué intriga!)

Diálogo:
-Si fueras José Matoso me cantarías fados.
-Pero como no lo soy, te haré otras cosas.
-Mmmm: guay.

Se sabe que una noche ha degenerado cuando la n, o, v, i, a de uno le cuenta batallitas mexicanas de nuestra princesita, Leti Ortiz. Ay, princesita, ay.

Y la Muchacha brilla y no hay sol y es de día, lo juro, ¡es de día!




(Y ahí se terminan las notas porque la libretita iba guardada con la cámara y la última noche, con la tarjeta de memoria llena, no me la saqué de paseo. Y ya está, a falta de releer por si se me ha escapado el nombre de la Muchacha, no sea que quede alguien en el mundo que aún no sepa cuál es y vaya a leerme y a desvelar por fin el misterio, ejem ejem)

(edit: ejem ejem, ejem ejem ejem. La cosa es aún más fácil sin no transcribo todas las veces el nombre por el apodo, claro)

26.8.08

notas de viaje, 1

En orden cronológico, sin fecha y desde esta calorina negruzca de persianas asediando la tiniebla fresquita, en esta ciudad por la que es imposible pasear de noche de la manita de la Muchacha sin que acudan al asalto batallones de sonrientes de vendedores de rosas que no entienden que un sólo no signifique NO, en fin. Van divididas en doish parts, hoy hasta la llegada a Lisboa, y mañana las demás:




'¿Echas de menos el blog, eh?': la frase más repetida por la Muchacha, más o menos una vez cada diez minutos.

El Guadalquivir es un río al que odiaré mientras viva, y luego un poco más. ¿¡Pues no se le ocurre otra cosa que ponerse a tirar de mí en dirección contraria a la Muchacha!? Asco de masa acuática, escúchame: cuando mee en tu cuenca, lo haré con odio.

El Sol se pone igual en Sanlucar que en el Cabo de San Vicente (misma mecánica, mismo tempo). Solo que en el Cabo hay más público, que pasa más frío y sufre más viento, y que aplaude cuando el Sol termina su zambullida diaria. Y que luego huye despavorido formando inmenso atasco de tráfico, porque lo dicho, el viento es insoportable y qué frío del carajo.

No conducen tan mal como se dice, los portugueses. O conducimos igual de mal que dicen, los madrileños: todo puede ser.

Simpáticos abueletes, amigos de amigos de hosteleros, alquilan habitaciones a 30€ la noche para las simpáticas parejas de españolitos. Son incomprensibles y están sordos como tapias, pero son tremendamente simpáticos.

Curioso sector el de la hostelería portuguesa. Para evitar que una puerta, al abrirse del todo, golpee el respaldo de una silla ubicada junto a una mesa definitivamente mal ubicada (ay, geometría mía, qué poco te quieren), colocan una silla junto a la puerta, de manera que esta impacte siempre contra la silla anteriormente citada, se abra mucho o poco. Por ahorrar una molestia casual, crean una recurrente, habitual. Curioso, en serio, eso de trivializar la molestia a base de convertirla en rutina.

Investigación de campo de la Muchacha: sandwich no es sandwich, sino bocadillo. Café con leche en vaso es galao. Y lo del bigote de las portuguesas, concluye en tono académico, es rigurosamente cierto.

Retomando: café con leche es galao. Café con hielo, en cambio, se dice "café con hielo". Pollo se dice "frango", o sea, en terminología rigurosa,

(Fraga + Frango) / 2 = Frango = Pollo.

¡Suena a rancio que te mueres! Por puro morbo pedimos, ávidos de lo nuestro, pero no les quedaba. Oooh.

Todas, todas, te o de a ese, TODAS las mesas de Portugal están cojas.

Noche en Cercal. ¿Cena? Lombo de porco, con arroz y patatuelas. Luego ganas de un par de copas y El Horror: En los bares de Cercal ¡¡¡No Hay Ron!!! ¿No tenéis ron?, preguntamos, empuñando nuestros corazones, y no, dicen. Retrocedimos aterrados, caminando de espaldas a la puerta, y huimos de aquel bar. Luego en el hostal donde dormíamos preguntamos, y nos dicen que sí, que tienen, entre sonrisas de inversor a largo plazo o de quien va a enseñarle a uno fotos de los nietos, y nos sacan una polvorienta botella de ron blanco, añejo de puro desuso. Veneno, pensamos. Historia, intuimos. Bebimos y pagamos, a 2,50€ la copa con Cocacola.

Sintra es raro. En vez de cuarto, nos alquilan un apartamento interior, estupendo, aunque con una puerta en el dormitorio que, intuimos, fue un tanto escandalosilla. Además cualquier lugar en el que uno termina cenando y tomando copas con quien suele hacerlo cuatrocientos y pico kilómetros más al este, es raro. Mi tocayo nos cuenta que hay tanto español porque a una señal van a invadir el país. Yo le digo que para qué, que sería un jaleo: ¿a quién quitamos de la selección para meter a Cristiano Ronaldo, eh?

14.8.08

va, ca, ciooo, neees

Y en otro orden de cosas, hoy hecho el cierre para marcar el fin de este acto, que hoy se acaba la temporada laboral, y mañana tengo que madrugar lo indecible para cogerme un tren que rápidorrápidorrápido me plante allá donde la Muchacha pueda ir a recogerme. Por fin. Y luego un día en familia, una noche para dormir y ala, a recorrer carreteras y costas y pueblos y aldeas, a pasar dos o tres días por Lisboa, mirando el Atlántico y agitando la manita como si desde el otro lado fuesen a poder vermos (y, en parte, esperando que el mundo no se vuelva loco y efectivamente no nos vean, para tener que ir más tarde a agitarlas más de cerca, del otro lado).

Las ciudades generan prejuicios; cuando fuimos a París, esperábamos ver París. Lisboa también tiene una fama, una reputación, una serie de imágenes metidas en mi cabeza, prestadas de fotos y películas, robadas de recuerdos ajenos. A ver si se parece, a ver qué podemos buscar que las transgreda, que parte nueva de Lisboa podemos cosechar.

Miro por la ventana y ya apenas me corroe la impaciencia. Es lo que tiene ver al tiempo ya fluyendo manso, rendido. Han sido ¿cuánto, diez días?, no me atrevo ni a contarlos, y ya no le queda ni uno. Mañana a estas horas hará casi tres desde que yo haya llegado y le haya podido plantar a la Muchacha ese beso que vengo incubando desde la última vez.

Mañana. Suena tan cerca esa palabra, “mañana”, ¿verdad?

Tiempo, te gané.

Trabajo, hasta septiembre.

Y blog, o sea tú, pues no sé, hasta el veintitantos de agosto.

Cargado de fotos del concierto de la semana pasada dejo el fotoblog, que por una vez no se me va a quedar olvidado, que vaya año llevo. A la vuelta, fotos de Portugales, Océanos Atlánticos, Muchachas felices y Davides con sonrisillas bobas. Que te sea leve si te quedas trabajando, y te vayas o no, trabajes o no, a pasarlo bien y a disfrutar la vida, que son dos días. ¡Y a ver Batman!

batman: el ritmo del thrash metal hecho cine

Se me ocurren mil formas de titular este post: que si Batman: The Dark Knight a secas, que si Batman crece exponencialmente, que si Batman: velocidad terminal, que si Batman: caída libre, pero me voy a poner sectario cuartelero y lo voy a titular así.

Uno va a ver Batman como uno va a ver un milagro religioso, habiendo escuchado a mil conversos gritando maravillas durante meses y meses y meses. Como cuando se escuchan tantas alabanzas, uno va al cine temiendo, con escepticismo, pero dudando también de su propio escepticismo, porque al fin y al cabo las opiniones de la película son unánimes entre público y crítica, porque a todo el mundo le ha encantado, por lo visto. Pero claro, eso genera unas espectativas y uno, que en el fondo es un cobarde y un soñador, teme soñar demasiado y luego ir al cine y esperar más, esperar salir de allí alucinado, esperar demasiado, y que luego el plato esté bien pero no sea el manjar de dioses al que tanta crítica positiva le hace a uno aspirar.

Pero Christopher Nolan es dios, y si las espectativas se marcan altas, se quedan por debajo de lo que logra la película.

Puede encararste todo esto desde el punto de vista objetivo y físico: cuando una película logra que uno salga a las 9 de la noche del cine en un Madrid en el que aún es de día, aún es agosto y en la calle aún hay más de 35ºC y camine 2 kilómetros sudando y aún tenga los pelos de punta, algo se puede deducir de la película. Cuando uno viene padeciendo un incómodo dolor en el talón izquierdo que llega al punto de hacerlo cojear a ratos y a las dos horas de la película descubre que no, que el pie no le duele, algo se puede deducir de la película. En concreto, que la película es un chute de adrenalina en vena. Y que una película logre hacer eso le reconcilia a uno con el cine. Que a mí no me hacía falta, que las dos últimas películas que he visto en el cine (Escondidos en Brujas y Wall-E) me dejaron a gusto y contento. Pero esta es una película para lograr conversiones, para gritar, emocionado, que el cine puede ser un lugar en el que vivir una experiencia apabullante.

Y vamos a lo del thrash metal: lo más llamativo de la película, para mí, fue su estructura. Leí en una crítica, tiempo ha, que el subtítulo de la película, “bienvenidos a un mundo sin reglas” era un mensaje de Nolan sobre el argumento de su película pero, también, sobre la estructura de la misma; que esta película no sigue la estructura clásica que sí seguía Batman Begins, de planteamiento / nudo / desenlace. No, para qué: esta película tiene un planteamiento relativamente corto, y un desenlace de dos horas. Esta película es una carrera sin frenos con el acelerador a fondo. El ritmo de la película es el de un salto sin paracaídas, aceleras hasta la velocidad terminal y luego caes en picado, al límite, pegado a la butaca.

La película, digo sin reventar nada, gira –rodeándolos por una constelación de personajes y actores secundarios de lujo– en torno a tres personajes: Bruce Wayne, con su alter-ego de Batman, el fiscal Arthur Dent, con su propia dualidad, y ese otro del que todo el mundo habla maravillas que tampoco logran hacerle justicia, el Joker del inmenso y difunto y glorioso Heath Ledger, que es el único personaje, quizá, que no se divide en dos lados, que no afronta un dilema: el Joker sólo tiene un lado, tiene clarísimo cuál es, y tiene una profundidad suficiente como para no sólo no necesitar esa dualidad que le de más interés, sino como para resultar un atractor, un agujero negro, alguien que, simplemente, es capaz de aterrorizarte con una simple risa, con esa pedazo de risa que, sinceramente, sí que creo que vale un Oscar póstumo. Bruce Wayne, en esta película, es más Bruce Wayne, más tapadera de ricachón consentido que actúa sin freno ni mesura –genial la cancelación del ballet ruso... que no, caaalma, que con decir eso no destripo nada de la película, que esto no se entiende hasta después de verla–, pero también más poseído por Batman, porque Bruce Wayne tiene que crecer para tapar las zonas a las que Batman, con su disfraz y su panoplia de armas de alta tecnología, no llega, porque a eso le obliga el Joker, alguien que, con la simple fuerza de su nihilismo, su ingenio y su malignidad descarada, asumida y estimulada a tope, le pone contra las cuerdas y obliga a Batman a esa expansión, por un lado hacia el lado descubierto de quien se pone la máscara, y por otro del enmascarado en sí: Batman nunca ha sido (o no debió haber sido) un héroe clásico, Batman se tomaba sus licencias, se las tenía que tomar, pero intentando atrapar a el mal hecho carne pintarrajeada y carcajada psicópata, al mal sin frenos, tiene que soltar el freno él también, sin tener nada claro hasta dónde llegar, sabiendo que cualquier límite que se ponga, cualquier muro que no quiera derribar supone perder la carrera, ser impotente, pese a todo, y no atrapar nunca a la presa. Porque ese es el Joker, el experimentador social del que habla Vega en su post de hoy, el tipo que es capaz de coger a la persona más pura, intachable y honesta de Gotham City, el Caballero Blanco, y demolerlo pieza a pieza.

En fin, intenta uno hablar de los tres personajes protagonistas, y todo termina girando en torno al Joker. Pero es que eso es Batman: The Dark Knight. Un viaje a los infiernos, de la mano de un maquinista loco al que le importa todo tres pepinos, que el tren se estrelle, que le tiren de él en marcha o que le quiten la vía, porque lo único que él quiere, lo único que él pretende es acelerar a tope, romper todos los límites y luego ver qué pasa, y reír, y grabar vídeos histéricos, y ser un asceta de la destrucción que, aunque lo pide todo, luego no lo quiere, porque como bien dice en un momento dado de la película a él le gustan tres cosas, que son la pólvora, la gasolina y la dinamita, que tienen algo en común: que salen muy baratas. Y aún así, qué tremenda rentabilidad les saca.

Épico Batman. Épico, en la otra dirección, el Joker. En torno a ambos, hilo conductor, espejo de ambos a su manera, épico Harvey Dent. Épico el guión, que va sobrado, que transgrede todo, absolutamente todo lo convenido en el cine de acción, en el cine en sí. Épica la música, con sus silencios y sus transiciones agudas. Épica la imagen, que bebe de y recuerda a Michael Mann. Y épica la película, que, y de esto se puede deducir el mismo algo, aún ahora, sólo en una oficina con el aire acondicionado al tope y ya lejos del cine y de todo, consigue ponerme los pelos de punta y quitarme el dolor del pie cada vez que recuerdo algo, cualquier detalle de ella.

13.8.08

digestión de ignorancia

A veces, cuando miro al cielo, me gustaría saber más sobre los nombres de las nubes en función de su sombra. Me gustan estas nubes que planean hoy sobre Madrid pero ¿cómo las nombro? ¿Cómo las describo? ¿Podré rectificar este post para que no termine pareciendo un anuncio de compresas?

Me pasa lo mismo cuando miro algunas plantas, algunas flores (me pasa con muchísimas más cosas, pero por poner otro ejemplo concreto, venga, las plantas). Las veo, sé que tienen un nombre, sé que con una simple palabra podría dejarlas ahí retratadas, con la etiqueta bien puesta, enmarcadas con precisión, pero no tengo ni idea de qué palabra es esa; conozco los nombres de los árboles que me han visto recogerles los frutos –digamos castaños, olivos, manzanos, perales, etcétera– y punto.

Todo esto me hace sentir bastante ignorante, bastante a menudo, y bastante vago y perezoso. Podría aprenderme cómo se llaman las nubes, y podría preguntarle a mi padre el nombre de todos los árboles que conoce (que, en esta franja climática, deben ser todos). Y más difícil todavía, podría luego poner un cierto interés por mi parte por recordar todo eso, porque me temo, porque sé que he olvidado el nombre de bastantes plantas, porque mi mente es eficiente recordando otras cosas, como, digamos, ese capítulo de Californication en el que Hank Moody, precisamente, recuerda las críticas de su padre por no saberse el nombre de una planta, y la alegría de este cuando su exmujer, por fin, se lo dice años más tarde. Aunque tiene su cosa buena recordar esto, recordar esta forma en la que los guionistas sugieren que esa exmujer nunca debió prefijarse con la e y la equis, porque lo completa hasta de esa manera –y pienso en eso y pienso en que ser Hank Moody no estaría mal y en que la Muchacha sabe cantidad de plantitas, sus pequeñas mascotas verdosas y floreadas.

En fin. Hay tantísimo que no sé. Cuando escribo, mis nubes tienen que resignarse a ser simplemente nubes, o a que me ponga metaforicopedante y hable de nubes tenues como los cabellos infinitos de la diosa de los vientos o hable de atigrados blancos en los cielos azulísimos o tonterías así. Cuando escribo, a mis plantas no les queda otra que ser arbustos o árboles que o bien son frutales recordados por mi con rencor postadolescente, o bien son cosas de hojas verdes sujetas por maderas marrones.

Todo esto, en parte, me hace pensar que menos mal que hago fotos; no sabré cómo se llaman, pero los puedo describir tal cual. ¿Y ahora qué, ignorancia mía? Bendita fotografía.

Todo esto, por otra parte, me hace pensar que escribir, lo que se dice escribir, es una tarea de pintura en la que uno descubre que para ciertas cosas que tienen matices diminutos uno tiene un set de herramientas que sólo incluyen el rodillo y la brocha gorda.

Y todo esto, por todavía otra parte, me hace pensar que al fin y al cabo qué más da, si lo que debe hacer la literatura no es fotografiar sino sugerir, y después de todo supongo que no es muy normal que la gente tenga mucha idea de qué es un laburno, un callistemo o una bellasombra, o sepa con certeza cuál es la diferencia entre un cirrostrato, un estratocúmulo y un cumulolimbo. Y siendo así, también sería de cretinos escribir un libro que cada tres páginas le hiciese a cualquiera tener que darse un paseo hasta el diccionario, ¿no?

 

Las cosas que tiene uno que pensar para asesinar horas, a dos días de las vacaciones.

12.8.08

mi única dosis de olimpismo

Sucede que, y no creo que a estas alturas te sorprenda en lo más mínimo, los juegos olímpicos a mí no es que no me gusten, es que me aburren sobremanera. Todo ese rollo de la superación personal y la hermandad entre los pueblos a mí me choca frontalmente con las imágenes que me vienen de inmensas infraestructuras innecesarias levantadas a mayor gloria de un régimen tan absurdamente represivo como para prohibir el acceso ¡a esta página!, y con esas otras que vienen de Osetia del Sur, y con ese despliegue de tipos ultramusculados y señoras ultramusculados también que se dedican a corretear, y saltar, y lucir publicad deportiva y defender, con un orgullo casposo, a esos entes sanguinolentos y obsoletos que se llaman países.

Y me da la alergia, me da. Intento poner el telediario a ver si por un casual les da por informar de algo que tenga que ver con mi pobre Real Madrid y nada, ahí les tienes, intentando que yo me conmueva porque un tío de Cuenca se esté jugando un trozo de metal con otro de Pernambuco, con la excusa de que no, es que el de Cuenca es de los míos. Español como yo. Como si a mí me importase un pito. Y encima con el maldito plan ADO ese de las narices. Vamos a pagar a gente para que se pasen el día corriendo y trepando y saltando y haciendo algo absolutamente improductivo. En fin.

Pero bueno, yo soy yo, y el resto del mundo no tiene por que sufrir las consecuencias de mi integrismo (o al menos, no todo el tiempo, qué coñazo), así que a veces termino sentado en el sofá, junto a mi compañero de piso, trasteando con el portátil mientas el ve, qué sé yo, al equipo olímpico español de lanzamiento de chapas de botellín fajarse duramente con el combinado nacional turco en los sesentaycuatroavosdefinal. Que probablemente fuese otra cosa (no sé, tal vez unas griegas y unas españolas jugando con una pelotita a algún deporte que, encima, también aborrezco en sí mismo), pero eso era más o menos lo que había en pantalla para mí. Y yo de vez en cuando escuchaba al comentarista y me indignaba. Oh, sí, claro a 10 minutos del final y con 10 puntos de ventaja nos enfrentamos a un final complicado. Oh, mira, ahora  quedan 2 minutos y los de rojo van con 20 puntos de ventaja: cómo se les complica el tema. En lo extradeportivo al hombre le daba por comentar, de cuando en cuando, lo raro que eran los chinos, y cómo animaban y demás. Yo mentalmente lo añadí a la lista de gente a la que ordenaré decapitar cuando me convierta en monarca absolutista, comenté algo ofendidísimo sobre que los comentaristas deportivos deberían atenerse a lo deportivo, y seguí trasteando por internet, sin saber que en breve me iba a tocar tragarme mis palabras.

Terminó aquel suplicio y anunciaron el tenis, el partido, en diferido, entre el señor Nadal y un italiano que tenía el fabuloso nombre de Potito. Esto último sería razón suficiente para haber visto aquello, aunque sólo fuese por la risa floja que me iba a dar cada vez que lo mencionasen por su nombre de pila, pero es que además sucede que el tenis es uno de los pocos deportes que sí que me gustan, así que dejé el portátil a un lado, nos repantigamos bien en el sofá y nos preparamos para ver el partido. Comentaban mis dos comentaristas favoritos de tenis de toda la historia, el tipo de TVE cuyo nombre desconozco, y Àlex Corretja. Y me tocó tragarme mis palabras porque Corretja tiene la manía y el don de ser, tal vez, el comentarista más surrealista que he tenido el placer de escuchar. En apenas veinte minutos,

  1. nos había contado que era un vago redomado que se había levantado con la esperanza de que lloviese, para poder decir “guay, no hay partido, me vuelvo a la cama”... lo que implicó, con el comentario de su sufrido compañero (“no, dejó de llover una hora antes del partido”), que se había levantado con la hora un poco justa.
  2. nos definió lo que era una pelota “blanda como una morcilla”.
  3. organizó una cruzada para quitarse de en medio el monitor de otro grupo de periodistas que le tapaba una parte del campo, primero bajando a su puesto cuando no estaban y moviéndolo, luego quejándose cuando vinieron “hey, my friend, my friend! Nada, ni puto caso”, y por último intentando provocar a su compañero para que fuese él a resolver el tema, que por lo visto el comentarista era un tipo enorme.

Y así durante todo el partido. Bueno, también encontró tiempo para quejarse continuamente por absolutamente todos los detalles de la organización que se referían al tenis (desde la total falta de estadísticas hasta lo que les decían para anunciarles que iban a dignarse a poner una repetición, y decía con voz cursi y afectada “reeeplaaay”), montarse una timba de apuestas de helados con su compañero y, naturalmente, contar el partido de forma entretenida y didáctica.

Y terminó y nos lo habíamos pasado en grande, y no ya por el partido en sí, que encima vi con ese desinterés omnisciente de quien ya sabía el resultado, sino por las idas de pinza y las coñas del señor Corretja. Me pregunto cuánta culpa tendrá ese hombre de que a mí me guste el tenis, cuántos partidos me habré tragado sólo por escucharle las tonterías que se le pueden ocurrir durante un partido, muerto de risa. Y sospecho que bastante.

Pero no se volverá a repetir (salvo con otros partidos de tenis). Olimpismos a mí, ja. Para vosotros todo.

 

 

 

 

 

11.8.08

síndrome de abstinencia

Hubo, supongo, semanas que fueron largas, en las que tendríamos cosas que hacer, cuando ella aún no vivía en el centro geométrico exacto de Madrid (al menos, de nuestro Madrid), que terminarían en fines de semana en los que yo me fuese al campo y que se verían seguidos de alguna otra semana de ocupaciones varias. Esto me lo digo sin fe, porque la Muchacha siempre tuvo mucha facilidad para empuñar el volante de su Utopía Cantabar Móvil, porque no recuerdo ninguna semana como esas que quiero suponer que existieron, y sí muchas otras en las que en teoría no íbamos a vernos y que en la práctica solían significar no más de 20 horas separados casi nunca.

Pero bueno, uno puede tener fe en su malísima memoria y decirse que quizá hubo semanas largas de esas, y hasta atreverse a suponerlo, o intentarlo, y buscar ahí un cierto consuelo, una experiencia previa, un precedente, una sentencia favorable.

El caso es que hace seis días que no nos vemos, y a mí el síndrome de abstinencia me estrangula la traquea.

Harto de inventarme precedentes mirando sin ver al pasado, harto de mi mala memoria, me doy la vuelta y miro hacia donde no se ve no por ser yo un idiota desmemoriado, sino porque no hay forma de ver: hola, futuro. Y pienso que hoy es lunes. Contando con los dedos, falta dormir cuatro noches (despertar cuatro mañanas) antes de que nos volvamos a ver. Contando así por encima, faltan unas 93 horas para que me la encuentre delante, y nos abracemos y nos besemos y le cuente que se me ha olvidado todo lo que tenía que llevarme (porque, fijo, se me olvidará) y para que a ella le de igual. 93 horas: Noventa y tres horas. Dos mil doscientos treinta y dos minutos. Ciento treinta y tres mil novecientos veinte segundos. Diecinueve, dieciocho, diecisiete, dieciséis.

Mientras, por pasar el rato, hoy me pasaré a ver si sus plantitas van sobreviviendo al verano. Y luego quizá me compre un libro friqui, me vaya a casa, coma por fin, limpie la cocina y el baño, barra el pasillo y retome Damages, para seguir odiando muchísimo a Glenn Close.

Mañana, en un crescendo del friquismo, hemos quedado para ver Batman Begins e ir haciendo hambre.

Pasado, apoteísis del friquismo, antes de ponernos decimonónicos en el taller, por fin al cine a ver Batman: The Dark Knight.

Lo del jueves ya no lo cuento (pese a que sea la única forma consecuente de terminar una semana como esta, consagrada a servirse del friquismo para sobrevivir a esta ausencia que tanto me mata) que me llamáis enfermo.

Y aprender de los errores. No hacer más tonterías como ir de pronto a ver Wall-E, por qué no, nos dijimos, cine fresquito, aire acondicionado, estupenda terapia para la resaca, y luego ve uno ahí a ese robot tan keatoniano hacer el tonto, enamorado, y no deja de pensar en la Muchacha y soltar lagrimones toda la película.

Ciento treinta y tres mil ochocientos cincuenta. Y bajando. Sobreviviré. ¡Espero!

8.8.08

intrusismo #01 + personitas buscantes

Se me hecha el tiempo encima y no me da tiempo a contar cómo fue la primera y flamante tarea del recién formado destacamento de fotografía del taller S. S. Bremen, que ayer, en su primera tarea de escandaloso intrusismo profesional, se personó mediante quien esto y firma y la flamante agente a este lado del Atlántico del productor hollywoodiense John X en la sala Pradillos para recoger en imágenes el espectáculo que dieron José Luis Montón (guitarras y voz), Selene Muñoz (danza), Gorka (acordeón) y la mente maléfica que nos llevó allí, María Berasarte (voz). Ya aparecerán imágenes por el fotoblog la semana que viene, cuando resucite (de nuevo). Fuimos profesionalísimos. Lo único que yo creo que nos delató fue nuestro ansia por tomar una caña y el curioso orden de prioridades, primero las cañas y luego el trabajo, que Madrid es Madrid y agosto es agosto, y quizá las caras que pusimos cuando la mayor autoridad artística de la ciudad (un tipo que colgaba cables, subía a escaleras y picaba las entradas) nos estuvo poniendo reparos por aprovechar y tocar las narices un rato. Pero todo muy bien y muy bonito y muy como para escribir con más tiempo.

Así que improviso tema a base de búsquedas. El otro día me puse a buscar en google analytics las palabras que han traído a la gente a este blog, y las ordené por el tiempo que pasaron viendo esto quienes las teclearon. Encontré, y me hizo sentir un poco orgulloso, a un buen montón de gente que vino aquí por error pero que de todas formas se tiró un buen rato leyendo (por poner un par de ejemplos hubo quien vino buscando cómo bajar la hinchazón de los ojos después de llorar -29 minutos y 33 segundos de lectura-, o cómo se llama la canción de cuatro bodas y un funeral -25 minutos y 38 segundos- o fotos y detalles de la vida de los ciervos -22 minutos y 34 segundos-... o gente que buscaba porno, “las mejores en la cama haciendo sexo” y “chicos follando a chicas desnudas atadas en la cama” que, en fin, yo creo que se les pasaría el calentón después de los 27 minutos que se pasaron leyendo, respectivamente), otras cuantas que sí que vinieron buscando algo que había aquí, que no menciono que me crezco, y tres que me tienen fascinado.

Desde Urnieta, el 16 de enero de 2008 alguien llegó con estas palabras: "y tengo que dejar de hacer tanta tontería, y dejar de saltar en los charcos cuando llueve... como cuando estabas tú".

Desde San Cristobal de la Laguna, el 30 de enero de 2008, alguien lo hizo con estas otras: "me salvaste de la noche rutinaria".

Y desde Dusseldorf, el 26 de noviembre de 2007, con estas otras: "hoy me levanté con la cabeza puesta en mil lugares, con los pies sin rumbos".

Y supongo que más, que ya no me dio por mirar.

A mí esto en parte me hace pensar que Google está loco si la gente busca eso y termina apareciendo por aquí. Pero por otra parte también me enternece, y me hace pensar que es estupendo que de vez en cuando un cronopio tenga un arranque de misticismo, de poesía o de cursilería, tanto da, y lo plasme en su buscador y luego vaya haciendo clics y clics y clics y al final llegue hasta aquí, y se pase un rato leyendo.

No sé si volverían o no, supongo que no. Cuando los vientos de Google te traen, suele ser normal que los vientos de Google te vuelvan a arrastrar después, en otra dirección. Pero por si las moscas, gracias por la visita, y gracias por perder conmigo más de media hora, enterita, leyéndome. Santa paciencia la vuestra.

7.8.08

la conquista del espacio, y nos la hemos perdido

Hay momentos en la vida de un hombre, y supongo que también en la de una mujer, extrapolando, aunque a ciencia cierta no lo sé porque yo soy lo que soy, o sea, un hombre, y en parte por eso digo que hay momentos en la vida de un hombre, porque no podría asegurarlo con más de uno y lo tengo que restringir a mí mismo, pero por humildad y tratando de vadear los lagos del egocentrismo me veo obligado a asumir que igual que yo podría ser cualquiera y que en todo esto mi hombría es sólo un complemento circunstancial sin importancia alguna, y por tanto asumir que esos momentos que hay suceden en la vida de un hombre, que soy yo, pero también, con bastante probabilidad, en la vida de otros hombres y mujeres, y hay momentos entonces en la vida de un hombre, u otro, o de una mujer u otra, en los que la luz del entendimiento da un fogonazo y una escena se nos ilumina y de pronto nos descubrimos comprendiendo uno de los misterios de la vida, desvelado antre nuestros ojos de hombre, o mujer (por poner un ejemplo, no sé, como cuando uno entiende por qué a la hora de freír un huevo primero se echa el aceite, luego se calienta y finalmente se echa el huevo, y no, digamos, primero se pone el huevo, luego se calienta y finalmente se vierte el aceite).

Ya, ya sé que eso de entender las cosas suena un tanto contradictorio después de un primer párrafo como ese. Pero es que con la adrenalina de la revelación corriéndome por las venas no me siento nada capaz de comprensibilizarme. Lo siento.

En cualquier caso, a lo que iba es a que por razones que no vienen a cuento y que serían un tanto complejas de explicar hoy estoy dedicando mi jornada laboral a indagar sobre la llegada de las patatas a Europa y como forma de complicarme la vida y hacer la cuestión más divertida, en vez de tirar de Wikipedia o similar he decidido mirarlo en la web de Matutano, que al fin y al cabo trabajan con patatas (o eso debemos suponer). Y naturalmente no he encontrado eso, pero la tontería ha valido la pena porque he hecho dos descubrimientos. El primero es irrelevante, y es que no hay web de Matutano, o no la he visto directamente, porque Google le envía a uno a la que se descuida un poco a la página del grupo de empresas de Matutano, que se llama PepsiCo, donde la información que viene de las patatas es demasiado técnica y concreta para esta investigación mía; pone cosas como esta,

Ruffles York'eso

una combinación que no pasa desapercibida, dos sabores que se complementan y que te harán disfrutar de una experiencia de auténtico sabor.

Pero el segundo, ay el segundo. El segundo descubrimiento lo he encontrado en la página intimista de esa web, que se llama nosotros, y donde dice

PepsiCo es una compañía internacional líder en el sector de la alimentación y las bebidas. Un gran grupo presente en más de 200 países, con ventas por encima de los 35 billones de dólares y más de 168.000 empleados.

(Las negritas son suyas. La cursiva, en cambio, la he puesto yo, en un arranque de elegancia).

Lo aterrador del asunto es que países, lo que se dice países, hay 193, y aplicando el principio del palomar se deduce que si en este planeta hay 193 países y Matutano vende bolsitas en más de 200, entonces Matutano vende patatas también ¡fuera de éste planeta!

Y con eso en mente ya no suena tan raro eso que hicieron los de Doritos (que también pertenecen al grupo PepsiCo) de emitir spots publicitarios para los extraterrestres. Qué en secreto se lo tienen los golfos, anda que dicen nada, que cualquier día la NASA lo va a flipar cuando sus maquinitas se topen, en órbita alrededor de Júpiter, una máquina expendedora de patatas y refrescos, dando vueltas cual monolito de 2001, Una Odisea del Espacio.

 

Que digo yo que puestos a exagerar vaya tontería quedarse con eso de “más de 200 países”, ya que te pones tírate el pisto y di algo del estilo de “presente en más de 134.974.723 países”, en fin.

5.8.08

violencia romántica

“Pobres de nosotros. Pobres indefensos ornitorrincos.”

(Rafael Reig, otro que está –o estaba– de Rodríguez)

 

El mundo es un lugar esencialmente violento, cosa que nosotros, los supervivientes, tendemos a olvidar con relativa y eficaz frecuencia, probablemente porque con nosotros, los supervivientes, el mundo no termina de mostrarse tan violento como puede. Como hace con los que no logran ser supervivientes, por ejemplo.

Es una especie de principio antrópico, a su manera.

Nos acostumbramos a la violencia, y la incorporamos a nuestra circunstancia, o la negamos, o la obviamos, o la cogemos con pinzas y guantes de fregar y la miramos al trasluz, guiñando los ojos lo suficiente para ver otra cosa, o para no verla.

Se nos da bien. Por ejemplo anoche, cenando con unas cuantas de las mexicanas y con Oswaldo (dueño del garito más legendario no ya de todo México, sino de toda América) y su señora, preguntamos por la violencia y los narcos, con ese horror tierno que se siente cuando se pregunta por esos asuntos tan legendarios y tan míticos y, analgésicamente, tan remotos. Oswaldo y su señora llamaban a los tiroteos tirotisas, palabra que a mí me pareció de una belleza luminosa, musical. Utilizaban la palabra a menudo, con una familiaridad pasmosa, mientras nos contaban cómo estaba el mundo por aquella parte, batallas de los Zetas, genealogías de los cárteles. Todo muy terriblemente legendario, terriblemente mítico; analgésico-terriblemente lejano.

Sin embargo, hace un par de sábados, en plena plaza de Ópera, Madrid, vimos a un tipo dándole una paliza a otro por un asunto de drogas. En pleno centro de la plaza, gritando y golpeando con saña a un hombre caído e indefenso. Diez minutos o un cuarto de hora, sin policías apareciendo por ninguna parte. A mí me pareció muy inquietante, muy extraño que, durante al menos 10 minutos, no apareciese ni un solo policía por aquella plaza, que quieras que no está a 2 minutos andando de Sol, donde siempre hay policía, y está en el camino a mil sitios y de camino de diez mil sitios.

Pero nosotros somos supervivientes. El mundo fue bastante más violento, aquella noche, para el traficante o camello o yonqui que estuviese recibiendo aquellos puñetazos.

Contaba la Muchacha que esta semana pasada en Madrid, ciudad civilizada y tranquila y tan decimonónicamente europea, hubo siete muertos en siete días, en varios tiroteos.

Pienso en todo esto y, la verdad, tiendo un poco al susto, porque la Muchacha se va hoy a la playa (se está yendo, ahora mismo, a la playa) y me deja aquí de Rodriguez, solo que yo soy un Rodriguez que tiende un poco al susto cuando ella no está y yo puedo asustarme a placer sin que ella me conjure la tontería con un parpadeo o una sonrisa o una caricia o lo que se tercie. Pienso en todo esto y en eso que le dijo su abuela,

–Muchacha, ten mucho cuidado, que he soñado que te paraban en el coche y te descuartizaban.

Y abro mucho los ojillos y pienso que la voy a llamar por si las moscas, y lo pienso muy alto y muy fuerte para no escucharme mientras también pienso que qué excusas más tontas me busco para preocuparme y para llamarla por teléfono para que me asegure que todas sus extremidades siguen puestas donde deben. Pero en fin, es divertido, y al fin y al cabo los dos tenemos bastante claro que si la llamo no es para que me diga que sigue entera, y aquí se queda la violencia, sino, simplemente, para escuchar su voz, y aún sigue el romanticismo.

4.8.08

las ricas galletas mexicanas

Y celebró la Muchacha su cumpleaños, y como es así de natural pizpireta y simpática y encima cuida sus amistades, a la reunión asistieron unas treinta y cinco personas, o treinta y seis si contamos a la vecina que vino a decirnos que nos callásemos y que iba a llamar a la policía, y entre todos –menos la vecina indignada y la policía, que no vino y si vino nos pilló fuera de casa, por los bares de la zona– realizamos una ingente labor de reseteo del alcohol existente en el palacete, consiguiendo dejar escurridas y secas absolutamente todas y cada una de las botellas que había en la casa, incluidas una de suavizante y otra que, llena de agua turbia, la Muchacha utiliza, normalmente, para regar sus plantitas.

Toda esta gente fue suficiente para que un físico intrusista se quedase con unos cuantos incautos al hacer el experimento de la paradoja del cumpleaños, y para englobar dos continentes y un océano, porque entre los asistentes había unos cuantos mexicanos. No todos los que la Muchacha conoce, naturalmente. A uno de ellos le preguntó por otro que no había podido cruzarse diez mil kilometrillos de nada para asistir a su cumpleaños, y este, acordándose de pronto, le dijo que oh, que sí, que le mandaba recuerdos, y que también le había mandado una caja de galletas, “que por cierto, estaban riquísimas”. Resulta que las galletas no pudieron cruzar el charco: las dos maletas que pretendía traerse para el viaje el portador de las galletas les parecieron excesivas a las gentes del aeropuerto del DF, y el buen mexicano no tuvo más remedio que sacar todo lo que llevaba en una de ellas y embutirlo dentro de la otra. En el proceso la pobre caja de galletas por lo visto crujió, se retorció agónica y soltó una lluvia de miguitas, así que por evitar el disgusto de verla así, moribunda y horripilante, el buen mexicano no tuvo otro remedio que darse un festín con los restos de la caja, y tirarla a la basura.

La Muchacha le miraba contarlo, mientras él hacía gestos y ponía ojitos inocentes, esos ojitos inocentes que, sospecho, ya no valen de nada de gastados que los tengo yo de ponérselos. Y cuando terminó, con una voz gélida y mirada cortante, dijo

–Pues nada, dale las gracias por las galletas, dile que a ti también te gustan mucho.

A lo que el mexicano respondió

–Uy, sí, la verdad es que estaban riquísimas.

Y luego nos echamos a reír y dimos una última batida por los restos de todo lo bebible que pudimos encontrar, y nos fuimos a los bares, a tomar al asalto Madrid, desguarnecida y semidesierta con tantas vacaciones y tanta operación Sortie. Digooo, Salida. Operación Salida. Eso. Salida. Sí.

1.8.08

cuánta ternura, así de pronto

Yo no sé cómo puede haber gente a la que le caiga tan mal, con la ternura que a mí me inspiran todas las formas de la estupidez.

O dicho de otra manera: yo también puedo ser críptico, ji ji.

 

Escribo esto porque me siento juguetón y malignillo (ji ji ji), hoy, pero sobre todo porque era o esto o ponerme a cantar el cumpleaños feliz a la Muchacha (te deseeeaaamooos tooodooos, etc), a quien anoche gané una apuesta (ña ña ña) porque la muy cretinilla (prrrt) pensó que yo sería incapaz de tenerle un regalo de cumpleaños a tiempo, y claro, si ahora voy yo y me pongo a decir cumpleaños feliz cumpleaños feliz (te deseeeaaamooos tooodooos) y alguien va y lee los blogs del mundo y encuentra que es el cumpleaños de quien sea, se le va a activar el modo sherlokholmesco y para qué queremos más. Con lo bien que hemos ocultado todos hasta ahora su identidad, ¿eh? Se nos ha dado de muerte. Vamos, se nos da tan bien que porque ella me dice “eh, tú, aquí, aquí” cuando me ve, que si no es que igual hasta soy capaz de despistarme yo solo, y todo. A torpe a mí no me gana nadie. Na-die. Y de prueba, aquí está mi piloto automático, que esta mañana me ha sorprendido devolviéndome al control manual cuando yo pensaba que estaba entrando en el cuartel general de la secta y qué va, qué va, estaba yo delante de una tienda de muebles. Todos los días pasando por las mismas escaleras mecánicas y cruzando los mismos andenes y de pronto se ve que a mi subconsciente navegante le da por explorar, sin avisar, sin decir “¡agárratem que vienen curvas!”, nada. Y uno termina mirando ahí los sofás y los sillones en el escaparate y diciendo ¿eh?. Pero bueno. Centrémonos. Cumpleaños feliz. Así que para disimular y ampliar el espectro, mis felicitaciones también a Herman Melville y Sam Mendes, que también cumplen años hoy (bueno, al menos el segundo, que aún vive), y celebremos todos el Día de las Fuerzas Armadas de Angola y que hoy se cumplen 234 años de que el Oxígeno fue descubierto por tercera vez, signifique eso lo que signifique. ¡Fiesta!

Con la tecnología de Blogger.

Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.