31.5.08

preguntas retóricas



Di du di du di duuu, di duuu.

Zumo, zumo, zumo. Ah, sí, ¡zumo!, hmmm, botella o brick, hmmm, pues venga, brick, en honor al Don Simón de siglos ha. Donuts, donuts, hmmm, ah, detrás del chino, hmmm.

-Hola, buenas -dice el chino.
-Hola, buenas -digo yo.
-¿Esto? -dice el chino.
-Y dos donuts -digo yo-. De chocolate.
-¿Pequeños o glandes? -dice él, señalando a su espalda.

Yo sigo la estela de su dedo, algo asustado por lo de los glandes, a saber, en los chinos tienen tantas cosas que ya nada sorprende.

Sigo la senda inexistente que parte de la punta de su dedo y sigue la dirección de los huesos de su dedo recto.

Al fin de tal ruta, afortunadamente, no había una colección de cabezas de penes, sino un donut del tamaño de un neumático de camión cisterna, cubierto por una capa de chocolate de magnitudes geológicas.

-Buena pregunta -le respondo, sonriendo más y más y más.

-¿Peldón? -dice el chino.

-Que glandes -digo.

Y me he venido, con el cartón de zumo en una mano, arrastrando por el suelo la bolsa que contenía los donuts de chocolate megalíticos, meditando sobre si en realidad hacía falta, de verdad, hacerme esa pregunta.

Si se me tenía que ver en la cara.




Postscriptum: Ayer fuimos a escuchar a Andrés Neuman leer cuentos. Podría haber contado esto, que tiene su enjundia cultural, en vez de la tontería esta de los donuts, pero es que soy una persona sin valores ni escalas de valores ni valores de bolsa ni nada. Así que igual otro día digo algo, no sé. ¿Cómo voy a saber lo que voy a decir otro día? Bueno, hay cosas que sé que es muy probable que diga, como "buenos días" o "cagüendiós", porque en fin, las repito más o menos a diario (la segunda, varias veces, la primera no tantas). Pero sería injusto dejar pasar el día de ayer sin mentar el mandamiento que nos dio este tío odioso como sólo puede serlo la gente que es más joven que uno y tiene un porrón de libros publicados: "No mentarás a Jorge Herralde en vano". Es cierto, si lo haces, provoca derrumbes de los libros que no son de Anagrama. Yo lo vi. Todos lo vimos.

Luego nos emborrachamos y dijimos un montón de tonterías, fue una noche entretenidilla. Pero es que la veo a través del agujero inmenso del donut de chocolate monumental. Y claro. Si el cuerpo pide donut, qué le va uno a hacer.

29.5.08

verdad y mentira

“Hoy, después de muchos años sin usar uno, he utilizado un paraguas. Y he recordado por qué no me gustan: donde debería colocarme yo para mojarme menos hay un palitroque de mierda.”

(Camarada Bakunin, en Halón Disparado)

 

Esta mañana he leído a Andrés Neuman exclamando, al final de un cuento: “¡el lector se merece la verdad!”, y yo he sonreído a su crueldad gamberra, y me he acordado de Martin Amis.

Me dijo Elena, hace años, que cuando leía La Información pensaba que ese sería el libro que yo escribiría, si fuese inteligente.

–¡Ójala! –respondí yo, entonces.

El caso es que ese libro, La Información, me encantó en su día, y además tiene para mí un mérito doble: por un lado, es de los pocos libros con niños donde estos no parecen unos imbéciles cursis e insoportables (me estoy acordando del atroz Niño del pijama de rayas, al escribir eso), y segundo, es uno de los escasísimos libros que han conseguido dejar en mi memoria una cita textual, que con el tiempo he venido convirtiendo en uno de mis mantras. En ella, el señor Amis hijo escribe "todo escritor es en esencia un mentiroso". Y a mí me hace una especial gracia porque es una obviedad de tamaño catedralicio, porque cuando uno escribe ficciones, al hacerlo como si fuesen ciertas, lo que hace, en rigor, es mentir, hacer pasar por cierto lo que no lo es, pero aún así no solemos asociar a los escritores el calificativo de mentiroso. Al menos yo nunca he escuchado a nadie decir “Cortázar, qué inmenso mentiroso que era”, o “Borges, que mentía tan bien, y con tal precisión”.

La reciprocidad, bien pensado, existe, aunque no sea rigurosa: algunos mentirosos son, de hecho, literatos, tal y como yo lo veo. Si el propósito de la literatura es inventar y ser creíble, ser tomada en serio, que se acepte su juego de mentiras, con sus reglas irreales aceptadas como ley natural (que vale que tiene otros propósitos, como servir de escape a la vanidad propia, incrementar el sex-appeal del escritor o evitar la muerte por aburrimiento, por decir los tres más populares), entonces yo tengo amigos que son dignos de ser llamados novelistas, que mienten y fabulan, y aunque por lo general se nota cuándo lo hacen, les quedan mentiras tan bonitas y tan logradas que da gusto escucharles.

Yo, no sé si por culpa de Amis o por culpa de estos amigos, he notado que últimamente tengo una cierta tendencia a mentirle sistemáticamente a la gente con la que no tengo demasiada confianza, digamos que gente que me encuentro por la calle, o compañeros de trabajo. Ayer conté una anécdota estupenda sobre mi padre, espantando a unos potenciales desvalijadores de casas en el pueblo, cuando entró en casa con un cuchillo enorme en la mano y con los brazos empapados de sangre hasta los codos, un día de matanza. Ellos la han escuchado, y la han dado por cierta, mayormente porque asumen que no miento porque no tengo razones para ello (pero ¿no las tengo, en realidad? ¿Por qué no?). La anécdota me quedó entretenidilla, así que ha servido para uno de sus fines, el inmediato. Pero tiene otro. Sé que si aguanto en este trabajo el tiempo suficiente, algún día volverá a salir esa anécdota, y yo deberé recordarla, y seguir tratándola con la naturalidad con la que uno trata los recuerdos viejos. Que esa mentira forma parte de un mondo inventado, novelesco a su manera, en el que yo me emplazo cada vez que miento, que me fuerzo a mantener una mentira.

En ese sentido, vivir puede ser habitar un libro, recorrer partes reales de un mundo que, en algunos trozos, no lo es.

Y a mí eso me parece francamente divertido, la verdad.

 

(Y contestando a esa pregunta obvia que no sé si alguien hará, sí, naturalmente que aquí también he mentido. Por dios, que uno, aunque cutre, es escritorzuelo, ¡qué menos!)

28.5.08

homosexualidad

Venía yo subiendo las escaleras del metro indignadísimo con un buque de carga rubio cuya educación en una escala del uno al diez resultaría negativa, y cuyo ansia de llegar a la superficie cinco segundos antes que una persona normal, ordinaria y del montón (o sea, yo) justificaba, visto lo visto, el atropello de las personas normales, ordinarias y del montón, cuando doblando una esquina, he visto a dos tías morreándose, que hubiese dicho yo de adolescente, o a dos mujeres profesándose un cariñoso afecto, que diría en modo pedante, o a dos tías que se cogían de la manita, mirándose a los ojos, que diría este yo al que el mundo aguanta, últimamente y para gran pesar de las masas, me consta.

Total, que he visto a dos lesbianas dándose un beso, y como siempre me pasa en estos casos, he pensado "¡oh, qué escena tan tierna!", y he seguido corriendo en post del buque de carga rubio a la fuga, porque tenía prisa y no estaba para muchos solazamientos. Pero ya en vez de pensar en zancallidear a la tía esa iba yo pensando que qué bonitos tiempos vivimos, estos en los que a uno aún lo fascina y lo alegra el beso de dos mujeres. Qué bien, vivir en este preciso momento, entre ese antes, tan reciente, en el que eso era escándalo, secreto y frustración, y ese después que vendrá, cuando pase el tiempo con la apisonadora de la asimilación, en el que sea costumbre, rutina y cotidianeidad, aquí estoy yo, asombrándome por estas cosas, alegrándome como siempre que una prohibición muere, y ahí estaban ellas, tan felices de la vida.

Qué bonito todo.

Y qué difícil este post.

Durante su escritura yo me he tirado un café, ha venido Lara, a quien en venganza de lo siguiente que cuento no pongo link, ala, y me ha bañado en cerveza, y luego ha venido una compañera de piso de la Muchacha, a darnos conversación, aunque ha tenido la gentileza de apartarse de la tradición y no tirarme nada encima.

Debería cobrar peligrosidad.

26.5.08

sin tanques de bellas inscripciones cirílicas a la vista

Vaya un par de días decepcionantes, el de hoy y el de ayer; ni tanques con simbolos cirílicos sobre sus blindajes en las calles, ni yermo post-nuclear, ni nada, salvo un récord de audiencia televisiva: Leo en El País que 14 millones de personas vieron por la tele, el sábado, cómo Chikilicuatre hacía el idiota en Belgrado; hacía 6 años que no se ponía tanta gente a la vez a ver lo mismo (por lo visto, aunque la noticia no lo menciona, ni siquiera el discurso navideño de S. A. R. Juancar, y eso que lo ponen en varios canales a la vez). Y digo mal, lo sé muy bien, por dos razones: primera, porque digo “vieron” cuando debería decir vimos, y segunda, porque parece que hacer el idiota es peyorativo. Y no, ¿eh?, no.

Efectivamente, lo vimos. El sábado nos fuimos la Muchacha y yo con sendos compañeros de piso a ver la nueva de Indiana Jones (de la que al menos hoy no tengo nada que decir, excepto que coincido con esta crítica de J. Minguell que viene a decir que La Jungla 4.0 + Expediente X = Indiana Jones 4). A la salida vagamos erráticos en post de una supuesta multa de aparcamiento que finalmente no existió y terminamos tirados en el sofá del Palacete. Vino gente, innovamos en el arte de las pizzas, comenzamos a abrir botellas de alcohol y claro, alguien puso la tele.

Yo no he hablado hasta ahora del Chikilicuatre, cosa harto comprensible porque nos han dado muchísimo la lata con él y con su maldita aberración supuestamente graciosa, pero la verdad es que ganas tenía, y creo que ahora, a toro pasado, ha llegado el momento para hacerlo con cierta perspectiva. Porque a veces es mejor hablar de las cosas desde fuera, como por ejemplo del mar, o del espacio exterior, porque hablar dentro del mar o más allá de los confines de nuestra atmósfera amarillentogrisácea puede suponer la muerte (ya sé que yo habitualmente aplaudo el escepticismo y la experimentación, pero en este tema espero que confíes en mí). Así que me he decidido que hoy voy a escribir sobre él. ¡Ah, mierda, que ya había empezado! Perdón. Sigo.

Y vimos al Chikilicuatre, digo, a quien aborrezco y cuya música detesto, pero a quien a pesar de todo esto admiro, por razones que espero dejar claras en lo que me queda por escribir. Honestamente, en nuestros nerviosos estomaguillos, levemente intoxicados por el empirismo gastronómico y las primeras copas, algo rebullía y gorgoteaba de emoción contenida. Tanto fue que cuando el hombre terminó con su sarta de tonterías, la Muchacha y yo nos refugiamos en un rincón y nos dirigimos mutuamente nuestras brillantes miradas.

–¡Mañana Europa el Este en pleno nos declara la guerra!

–¡Mañana amanecemos arrasados por bombas nucleares ucranianas!

–¡Tanques con inscripciones cirílicas ocuparán nuestras calles, y el tableteo de los kalashnikovs espantará las palomas!

–¿Eres consciente de que hemos asistido a algo único?

–¡Sí, sí! Esta ha sido nuestra primera gran experiencia televisiva compartida!

–¡Sí, como si hubiésemos visto caer las Torres Gemelas!

–¡O la Caída del muro de Berlín!

–¡O a Naranjito!

–¡O el programa de Jesús Gil!

–¡O el último episodio de los Fraggle!

–¡O el episodio del viernes que viene de Lost!

Seguimos así un rato y afortunadamente nos detuvimos antes de que yo mencionase aquel programa, para mí histórico en la televisión, en el que una presentadora rusa de noticias se iba despelotando mientras desgranaba la actualidad, provocando ciertos incrementos entre su audiencia, logrando así ahorrarme la entrega de una nueva remesa de munición para esas coñas que la Muchacha me hace sobre ciertas rusas y ciertas desnudeces, y nos volvimos a la carrera delante de la tele, a constatar con un raro orgullo patrio que ningún otro candidato estaba a la altura del nuestro. Aunque algunos le andaron cerca. Pero no, Chikilicuatre cumplió con su cometido.

El problema es que luego el Festival le devolvió el golpe como más duele.

Yo el mérito inmenso que le veo a Chikilicuatre, o tal vez, porque lo intuyo más arma que artillero, a sus jefes, es el de decidir intentar ir a Eurovisión con la cosa más ridícula y espantosa que fuese posible; esto ya vale para dedicarles un aplauso, pero la ovación de gala la merece quienes eligieron a este señor y a esta canción para ir ahí, a representarnos en el concurso de lo rancio y lo casposo: Los de TVE quisieron darle un aura de legitimidad y de democrático al elegido, dándole voz al pueblo, y el pueblo abrazó la coña de La Sexta y les castigó votando al que iba de broma. La idea de la gente, pienso yo, fue la de trasladarle a los eurovisivos un mensaje, no es que nosotros seamos así, sino que es que pensamos que vosotros no sois dignos de otra cosa. Así, este año, para mí, ha marcado el año de una simbólica madurez mental de nuestro país: por fin nos hemos tomado ese festival de mierda como se merece, y hemos decidido reírnos de el. En ese sentido, Chikilicuatre sólo merecía dos finales, cualquiera de los dos exitosos: O un primer puesto (o, venga, un empate a puntos con los rusos, patinador ridículo incluido), o un último lugar. Pero ni una cosa ni la otra, el festival de la cutrez se ha defendido de la mejor manera que podía hacerlo, tomándonos como uno más, y no sólo castigándonos ni premiándonos en exceso, sino embutiéndonos en mitad  de la clasificación de cutremúsicas. Lo que más duele a un provocador es que lo ignoren.

Y ni tanques en las calles, ni indignaciones, ni asedios a nuestras embajadas, ni quema de fotos de miembros de la familia real (a diferencia de lo de los incrementos entre la audiencia de la rusa juro que esto no va con segundas, en serio) en pueblos de Cataluña, ni nada de nada, calma chicha y algo de lluvia. Hoy, la nada, la vuelta a casa, el programa, supongo, de euforia fingida por haber ido y haber vuelto, el asignarle un terapeuta a Chikilicuatre y el ser conscientes de que el año que viene volverán a ignorarnos si tenemos, otra vez, la entereza de reírnos. Hoy sólo queda el consuelo de pensar en la perplejidad de aquellos extranjeros participantes que se estuviesen tomando el tema en serio y se miren y nos miren y se miren y no entiendan nada, compartida por la de nuestros otros tres últimos enviados, que obtuvieron ¡aún menos puntuación!, y la incógnita, inmensa, que tengo yo en la cabeza desde que se terminó todo esto: ¿¡qué coño hay que hacer para perder en Eurovisión!?

 

Yo tengo un par de ideas desesperadas y desencantadas, pero me las reservo para los comentarios.

23.5.08



Tal vez tenga que ver con la sinestesia, no lo sé, pero hay muchas veces que cuando estoy escuchando música y haciendo algo la música termina por filtrarse en lo que estoy haciendo. Esto, claro, no tiene por qué resultar evidente, por ejemplo sería difícil distinguir la diferencia entre una tortilla francesa de salchichas hecha mientras escucho digamos que Oceansize que una hecha sin escuchar nada, o entre cómo leo escuchando a Eluveitie o sin escucharlos, o incluso cómo duermo cuando en vez del escándalo de los sueños de la Muchacha estoy solo y he dejado sonando una banda sonora nocturna a base de Kinski, Explosions in the Sky e Isis.

Pienso esto porque últimamente me está dando por hacer fotos a la Nine Inch Nails, pero no los NIN de la distorsión y lo industrial, sino esos otros NIN sencillos que casi dan ganas de verles parentescos con Yann Tiersen, y porque cuando veo fotos recuerdo no ya la música que estaba escuchando en el momento de hacer la foto o de procesarla, sino la música a la que siento que se parece la imagen, no sé. ¿Se puede uno inspirar en música para sacar fotos? No sé no sé. Yo es que lo siento así muy propio, pero luego me da por mirar las imágenes que Trentz Reznor mete en los discos, y son geniales, cómo no, pero son diferentes a mis fotos. Aunque a veces también les vea un parecido, hum.

En fin, que lo estaba pensando, y lo sigo pensando. La noche del domingo al lunes sube una foto muy Agalloch. Avisada quedas.

22.5.08

la profesión que nunca tuve

Apañados estamos. Para dentro de dos miércoles el tema del taller es “un día en la vida en esa profesión que nunca tuve”. Vale. Pero ¿cuál?

Así a bote pronto, profesiones que no he tenido son: director de películas porno, cura, trapecista, asesino a sueldo, taxista, profesor, marinero, alfarero, nigromante, inquisidor, espadachín, marchante de arte, traficante de órganos, pianista, quiromante, leñador, ninja, astronauta, herrero, submarinista, brujo, pintor, jugador profesional, guardacostas, relojero, mimo, cocinero de una plataforma petrolífera, conductor del metro, atleta olímpico, paracaidista, torero, segador, secuestrador, senescal, semental, segundo al mando del Ejercito Imperial Austrohúngaro, carterista, chapero, político, archimago, presentador de concurso televisivo, monje budista, investigador privado, saltimbanqui, ascensorista, zapatero, guionista, faquir, militar, paramilitar, croupier, aguador, entrenador de un equipo de la Premier Leage, explorador, carcelero, náufrago, minero, cazador furtivo, maestro de kung-fu, pirata de los mares del sur, esquiador, actor, capitán de un acorazado de la Segunda Guerra Mundial, filósofo, fuerza y cuerpo del estado, agente doble, mecenas, peluquero, estafador, peón de primera, sommelier, terrorista islámico, extra de película de espagueti güestern, sastre, alabardero, profanador de tumbas, hombre-florero y un par más que se me están olvidando.

Y de esto se desprenden dos conclusiones a cuál más evidente,

Primera, que me va a ser complicado decidirme por una.

Y segunda, que vaya una pena que ya no echen el Un, Dos, Tres, en las preguntitas del principio iba a arrasar, han sido 77 respuestas así a chorro, a 25 pesetas la respuesta ¡un total de 1.925 pesetillas! –para los niños que no recuerdan las pelas traduzco: lo que vale una entrada del cine con unas palomitas y una cocacola de las esmirriadas–, qué tiempos aquellos.

Y ahora diría que en fin y que ya se me ocurrirá algo, pero releyéndo profesiones a ver si había alguna repe (que puede ser, porque no he releído todo) ya se me ha ocurrido ya algo, y aprovechando que eso es la mar de sorprendente aprovecho para en vez de eso decir ¡coño! y rascarme sorprendido la cabeza así.

21.5.08

ilustres vecinos + porno chino

Tiene ya la Muchacha cogida la medida del nuevo vecindario. Sabe a qué hora puede ir a ver por las mañanas como las venerables ancianas pelean, navaja de siete muelles en mano, por el último paquete de harina, o a qué hora son las misas de la iglesia protestante (qué gracia me ha hecho siempre imaginarme a sus fieles vociferantes, puño en alto y eso, protestones). Y ayer fue a visitar a unos vecinos estupendos que como habían tenido la torpeza de hacer extensiva su invitación a ese a quien se refirieron literalmente como “El Muchacho” tuvieron que soportar también mi presencia, ahí, sentado en el sofá, enguyendo queso y paté como si no fuese a volver a comer en mi vida.

Lo conocíamos a él (a quien llamaré “él” por tocarle las narices a los servicios de inteligencia de los gobiernos del mundo), por ser compañero nuestro de taller, y a “ella” (a la que llamaré “ella” por simetría), porque nos la presentó el día del cumpleaños de la Legendaria (a quien a partir de hoy voy a llamar así a secas), y también conocíamos a la otra asistente a la tarde de confraternización porque, estamos por todas partes, también es integrante de nuestro pequeño grupúsculo literario (que progresa, señora, progresa). Y en fin, qué se puede esperar de un grandísimo narrador que ha tenido una vida, digamos, intensa. Pues lo que tuvimos, un millar de batallitas que no voy a mencionar por no invadir la intimidad de nadie (y mira que me cuesta no contar lo de robarle la novia a Mario Conde) ni por incurrir en potenciales violaciones de los copyrights de nadie.

Y como no lo voy a contar, este post es bastante absurdo, porque básicamente pretende eso, contar lo que no cuento, así que por rellenarlo y por darle algún sentido voy a aprovecharlo para apuntar La Oportunidad Laboral Definitiva, que es la forma que he encontrado para cumplir ese sueño mío que consiste en ser asquerosamente rico, para poder dedicarme a dormir y a tocarme mucho las narices, que es algo que me apasiona.

No sé en qué momento lo dije. Sé que se me ocurrió ayer por la mañana y que lo solté en voz alta en algún momento de la tarde. La idea, buenísima pese a ser mía, se aprovecha de la coyuntura actual con una elegancia extrañísima, por ser mía. Todos sabemos que en china hay un porrón de chinos, y que no hay tantas chinas, por culpa de las leyes pro-hijos únicos y del mayor valor que le han venido dando a los hombres frente a las mujeres, por mucho que a mí me parezca absurdo. Y todos sabemos que allí tienen una inmensa censura que les imposibilita ver una inmensidad de cosas sobre internet. Las ecuaciones de mi futura riqueza son entonces evidentes,

 

            Un montón de varones y pocas mujeres + censura en internet = X

            China actual + Y = Negocio seguro

 

Efectivamente, X = carestía de pornografía, e Y = revista porno editada por tu fiel servidor. Así que sí, me voy a hacer astronómicamente rico editando en China una revista que de consuelo y que motive e inspire al pueblo. Ya tengo pensado el tema del primer número, un monográfico sobre una esbelta chinita en un arrozal, vestida sólo con el gorrito ese de paja y tirando de las riendas de un uro. El espectacular brillo dorado claro de su piel inmaculada resplandeciendo sobre las aguas, ante los juncos, entre una serie de esas graciosas montañitas con forma de rosas amarillentas como las de la iglesia de aquí al lado (o sea, de melones). Va a ser la traca.

En fin, lo conté y me miraron un poco raro.

A ver cómo me miran cuando llegue en un Pontiac GTO (blanco, BLANCO) que tenga serigrafiada una chinita en bolas en el capó.

20.5.08

ecos del dulce trinar del tiranosaurio rex

“En esto consiste el darwinismo y por eso estoy en contra de las corridas de toros y a favor de las corridas de osos panda. Los animales no son simpáticos. Un ser irracional no puede ser simpático. Ni siquiera todos los racionales lo son. Sergio es un borde, por ejemplo. Si le conocierais sabríais por qué lo digo. Maldito Sergio. Y me debe quince euros.”

(Jaime, en La decadencia del ingenio)

 

Volvíamos al trabajo los compañeros y yo, después de comer (arroz negro con calamares, filete de ternera y café, sin postre, porque uno es así de duro), y para ir y volver al restaurante donde acostumbramos a comer solemos atravesar el patio de una iglesia horrenda que hay por aquí cerca, una de esas masas naranjas de ladrillo visto y acero oxidado de concepción modernista que a mí, si yo fuese Dios, me daría de todo menos piedad. Y en fin, en ese patio hay arbolitos y hasta unos rosales que dan unas rosas amarillentas grandes como melones.

Así que hemos pasado por allí y según pasábamos unos pájaros han piado sobre nuestras cabezas, encaramados en las ramas de los arbolillos, dándole a la escena un aire muy bucólico y muy primaveresco.

A mí eso del piar de los pájaros me hace pensar de vez en cuando en los dinosaurios, porque como todos hemos leído por ahí las aves son terópodos, que son junto con los caimanes los únicos descendientes de los arcosaurios que lograron no diñarla hace 65 millones de añitos y medio (y junto a los lagartos, las serpientes y las tortugas los únicos descendientes de los dinosaurios que aún resisten) cuando un asteroide de tamaño considerable nos arreó en pleno Chicxulub. Es decir, que los pajarillos son descendientes de los dinosaurios y si no nos andamos con muchos rigores, que es como mejor se anda, resulta que los tiranosaurios que vemos reconstruidos en los museos y en las pelis de Parque Jurásico son primitos lejanos de las gallinas, los gorriones y las lechuzas. A mí esto me parece fascinante porque me hace pensar que, sin duda, algunas cosas de los dinosaurios deben haberse perpetuado, por la vía genética, desde aquellos tiempos a estos, y que entonces tal vez algunas de las cosas que podemos observar en las aves podrían observarse, a lo bestia, en los bichillos que tan vivarachos retrató Steven Spielberg.

No quiero decir que los tiranosaurios fuesen por ahí aleteando o que tuviesen una desmedida pasión por el alpiste, no, pero ¿qué hacen todas las aves, en general, aparte de tener pico, plumas y poner plumas?

Evidentemente, ruiditos.

Y entonces lo que a mí me pasa cuando escucho a los pájaros piar es que termino preguntándome qué clase de ruidos emitirían los dinosaurios, y si en lugar de los clásicos rugidos con los que los imaginamos no se dedicarían a emitir descomunales trinos, gorjeos, graznudos o ululares.

Y me quedo imaginándome qué queda más tierno, si un diplodocus piando o un pterodáctilo gritando “¡lorito guapo, lorito guapo, grrrackrl!”, y eso hace que el mundo me parezca un lugar un poco más simpático, lo cuál, claro, es estupendo.

19.5.08

pasan nubes

Pasan nubes y yo las miro pasar. Es una buena dedicación para un lunes en el que no me apetece hacer gran cosa. O en el que no puedo hacer gran cosa de lo que me apetece. Yo ahora me dedicaría de mil amores a tirarme en alguna mullida superficie, digamos un sofá, digamos una cama, digamos un par de metros cuadrados de hierba, y a leer perezoso escuchando sin oírla alguna música de fondo obsesivamente escogida. Yo ahora me dedicaría de mil amores a seguir incrementando mi odio por Glenn Close, viendo dos o tres capítulos de Damages. Yo ahora me tumbaría de espaldas en el suelo y levantaría los pies hacia el techo y me entretendría separando las puntas y juntándolas mientras canturreo eso de “con siete planchas de pulioretaaanooo” que le he pegado a la Muchacha. Yo ahora me iría al Paseo del Prado, a ver guiris pasar. Y yo ahora iría por ahí con las manos en los bolsillos y la cámara en bandolera a ver si me la encontraba por ahí, y nos tomábamos un segundo café y nos tranquilizábamos un poco jugando a hablar como idiotas y a continuar dilucidando, métodos de tortura diversos mediante, si yo ya había visto o no los capítulos 10 y 11 de la 4ª temporada de Perdidos antes de que por fin pudiésemos verlos ayer a dúo. O podría pasear y tratar de hacer algo así efectista y dramático con estas nubes gordinflonas que veo pasar, pinchándolas en lo alto de los edificios a golpe de obturador.

Pero desde luego no me apetece trabajar, hoy –y me enfrento a las tareas del día como quien aparca de oído y sin mirar, insistiendo a ciegas hasta que las cosas cuadran. Ni me apetece ponerme filosófico, que me conozco e iba a terminar hablando de asnos, humanos, piedras, tropezones y desesperación. Ni aguantar aquí las 3 horas que aún faltan para que me pueda sonando convincente al decir que ya vale por hoy.

Si es que debería haberle hecho caso a la Muchacha cuando esta mañana, como casi todas las mañanas, me ha dicho

–No vayas hoy a trabajar.

–Es que tengo que ir, corazón, que si no luego me miran mal.

–Pues llámales y diles que estás malo.

–No se lo van a creer, que saben que soy un golfo y van a pensar mal y a acertar.

–Diles que estás malo, que te he pegado una rara enfermedad tropical.

–¿Una rara enfermedad tropical?

–El dengue, por ejemplo.

–¿Eso es una enfermedad?

Ella me asegura que sí, aunque yo como nunca he oído hablar de eso a Greg House la miro raro. Aunque hoy por fin me ha dado por mirar qué dice la Wikipedia sobre el dengue ese. Estoy por imprimirlo, estudiarme los síntomas, inventarme una bella historia sobre contagios, convalecencias, médicos patidifusos, aislamientos, feas enfermeras con bigote y sudorosos estados febriles. Aunque desde ya sospeche que nunca tendré la sangre fría como para soltarla en el trabajo. Ah, la maldita coherencia de la trama. Es que no me veo convenciendo a nadie de que la Muchacha es una Stegomyia aegypti. Y si yo no logro creerme mi propia mentira, no sé a quién voy a engañar. Es mi estigma, la autocredibilidad. Tampoco es que se me de bien creerme mis propias verdades. Siempre he sido muy escéptico respecto a mí mismo, me digo, pensativo, así, mientras miro, pues eso, las nubes pasar.

16.5.08

las paradas de metro no tienen la culpa

Las paradas de metro no tienen la culpa de lo que hay encima de ellas, ni de lo que ha habido. Es por ello que el proceder, al recorrerlas, debe ser el de ir distraído con la vista clavada en algún submundo novelesco, del que se sale tan solo tras periodos de duración aleatoria de lectura concentrada, en los que se tiene permiso para alzar la cabeza alarmado y tratar de dislocarse el cuello en desesperados intentos por leer el nombre de la parada de metro en la que está detenido el convoy a través del muro de cabezas y cuerpos, sí, pero sobre todo cabezas que, a todas horas, abarrotan el suburbano. Así, las más de las veces, nos libraremos de saber donde estamos y por el módico precio de algún que otro disgusto al descubrir que nos hemos pasado de parada o que nos hemos equivocado de dirección o de línea o de día de la semana o de calzado, no sufriremos los ataques de esa nostalgia que no es nostalgia y que, a veces, acecha encaramada a los cartelitos esgrimiendo impaciente el bate de beisbol del recuerdo traumático.

Pero claro, como todo remedio estadístico este a veces falla, a veces el ataque de pánico nos da en el momento menos oportuno y alzamos la cabeza y ñaca, hostiazo en el cogote de esa nostalgia que no es nostalgia, y el vagón se inunda con la riada sanguinolenta de algún recuerdo.

Esa, hasta hace poco, era la teoría.

Ahora cuando levanto la vista y tras el descoyuntamiento cervical, que sigue vigente, y los sustos de cuando en cuando, de los que será imposible librarme sin cirugía cerebral, a veces veo que estoy en tal o cual parada de metro, encima de la cuál vive o vivió tal o cual persona, o en la que me pasó tal o cuál cosa, o sobre la que una vez vi tal o cual cuerpo celeste protetizando calamidades a muy corto plazo, que se cumplieron con un rigor imposible, pienso que qué habrá sido de tal o cuál persona, que qué bobo era aquel yo al que le pasó aquella cosa o la otra, o que hay que ver con los astros, qué bobadas tienen. Y sonrío, y bajo la cabeza, y sigo leyendo, y siempre me termino pasando de parada, coño.

14.5.08

a mí no me gusta ver fútbol pero

...sí que me gusta practicarlo.

O sea, a mí, a mí no, a mí me gusta verlo, qué leche practicarlo y andar ahí sudando y recolectando papeletas para recibir una de esas dulces lesiones que hacen que todos mis amigos futbolistas puedan doblar la pierna en direcciones atípicas. Pero hay mucha gente que a lo largo de los ejem años de mi vida han discutido en contra del fútbol con ese argumento, que no les gusta verlo pero que practicándolo se lo pasan bien porque en fin, el deporte y el bla bla bla.

Me he acordado leyendo Diarios de Fútbol, y viendo allí este spot que Guy Ritchie ha hecho para Nike y, sobre todo, que lo sé, para enviarme a mí personalmente un mensaje que dice "tranquilo David que sigo vivo y sigo siendo el puto amo", cosa de la que yo tomo debida nota y que celebraré dando saltos en cuanto termine de escribir este post.

La idea es vivirlo desde dentro, convertir al espectador en el protagonista del fútbol, y de paso hacer un pedazo de corto de dos minutos al respecto. Y en fin, que como siempre que repito post últimamente, que lo he visto y me ha dado el modo cuervo y no sé qué hago hablando de cine cuando lo suyo es subir el volumen del ordenador y darle al play aquí debajo.

do tengo en da punta de da dengua

¿Conoces esa sensación de tener algo en la punta de la lengua y no ser capaz de recordarlo, ese sentimiento de frustración, ese hormigueo desesperante? Claro que lo conoces, quién no lo conoce.

Pues bien, yo esta mañana andaba por aquí haciendo el tonto, terminando mi cacería (al final indeciso entre hoy y el viernes, la termino hoy instantes antes de irme, que es casi más viernes que hoy, viendo la escasísima gente que quedamos aquí bregando por Satán, y me he acordado de algo que quería yo escribir hoy aquí. ¡Ah, qué bien!, me he dicho. ¡Algo que me apetece contar, oooh, encima un tema así, interesante y divertido, aaah! ¡Qué bien! Pues lo dejo para luego, cuando tenga esto encarrilado.

 

Y ni encarrilando ni ná. Que se me ha ido. Se me ha olvidado. No lo veo, no lo siento, no sé ni de qué iba.

Qué frustración.

Quede aquí, al menos, mi queja y un consejo: No cecees durante más de 4 horas seguidas aposta. Vistas nuestras experiencias, hay diezgoz de lecionez cedebdalez gdavez.

13.5.08

la tarde del cazador

"Un trabajo donde pides un elefante y te lo traen no puede ser malo."

(Javier Durán, citado por J. A. Pérez en Su Mesa Coja)

 

 

Herejías al margen, la Muchacha y yo dedicamos el fin de semana básicamente a dormir, un vicio nuevo que acabamos de descubrir y que practicamos con dedicación y disfrute de yonquis conversos, y a cenar. A una de esas cenas asistió la facción mexicana de sus amigas, y una sus integrantes me preguntó que, concretamente, a qué me dedicaba. Yo, claro, le respondí que trabajo en una Secta Satánica, regentando la base de datos mediante la cual los sumos sacerdotes del averno hacen sus informes estadísticos sobre almas condenadas y recuento de pecados. Ella, claro, dijo “ah, de informático”, y a mí se me llevaron los demonios, metafóricamente hablando, porque no hay cosa que más le duela a un matemático que ser etiquetado como informático, excepto tal vez arrearle en los genitales con un picahielos o ser pisoteado por una soprano de las de antes, las orondas, beligerantemente equipada con zapatos de tacón de aguja. Yo me puse en pie, alcé mi dedo recriminatorio y me pasé alrededor de media hora escupiendo espuma y argumentando sobre enfoques algebraicos, geometrías n-dimensionales de carácter discreto y estas genuinas flexibilidades mentales que yo solo he conocido entre las filas de quienes nos hemos enfrentado a los monstruos de la Teoría de la Medida, la topología y la teoría de Galoise y hemos salido de allí con la mayor parte del cerebro aún dentro del cráneo, y que hace que las empresas del sector se nos rifen a los matemáticos. Fue suficiente, debí aburrirla y no hubo que recurrir a la batalla cuerpo a cuerpo por el honor de la profesión.

Hoy podría haberme ahorrado todo el circo integrista; si me llega a preguntar hoy, le digo que soy rastreador. Sucede que a veces en mi trabajo me toca retomar o darle un lavadito de cara a algún proyecto que mi ilustre predecesor dejó a medias, y entonces yo tengo que pasarme un tiempo, que por lo general va entre los 5 minutos y las 3 semanas, filosofando, mirando alternamente a la pantallita de mi ordenador de no-informático y al techo y lanzándome preguntas del estilo de “¿el ser es, y el no ser no es?”, “¿era multiplicar o dividir por cero lo que no se podía?”, “¿quienes conformaban la defensa del Madrid en tiempos de Santillana?”, “¿de qué podrá ir la cuarta temporada de Weeds?” y “¿¡pero qué coño pretendías hacer con esto, predecesor!?”, hurgando, probando, rompiendo cosas y viendo colecciones interminables y variadísimas de diversos colapsos informáticos con profusión de pantallitas de error (que yo, claro, ignoro alegremente, que para algo no soy informático). Al fin, dedico estos días mayormente a perder el tiempo, como siempre, y en los ratos libres a seguir sus huellas tratando de descifrar y entender qué hizo ese que, por lo confuso, sospecho que era informático y así le lucía el pelo, y por qué lo hizo. Para ayudarme, he estado preguntando por aquí cómo era esa persona, he tratado de descifrar su mente, de colarme en ella. También he tanteado la posibilidad de buscarle, matarle y comerme su corazón, pero como pregunté cuchillo jamonero en mano a una que por lo visto le guardaba cierto aprecio aún no he podido saber nada al respecto.

Dejó esto hecho unos zorros y una vez se entiende qué coño intentaba suelo tener que perder más tiempo pensando una forma alternativa de hacerlo, cosa que me encanta porque mientras pienso puedo estar repanchingado en la silla o dedicarme a leer blogs y porque al final me toca teclear menos, je, como si pudiese convencerte después de leer mis parrafadas que a mí me importase un carajo dejarme los dedos hasta media falanje tecleando (pero es que currando es distinto). Y yo silbo el Run Through the Jungle de la Creedence, aprieto un boli entre los dientes, me pinto de camuflaje robándole betún al Informático Que No Es Informático (nota mental: sacarle un día del anonimato) y ojeo líneas y líneas de comandos, crípticos archivos de texto y manuscritos decrépitos donde hay notas mezcladas con combinaciones asumo que perdedoras de la Bonoloto. Es divertido, a su manera, y es fácil. Al fin y al cabo como buen telespectador de Lost tengo claro que para convertirse en buen rastreador basta con haber seguido a un ciervo por el bosque una vez, durante la infancia, y que con unos días de práctica te dan el título de infalibilidad. Y no es que, a diferencia de Kate yo no he perseguido ciervos por ninguna parte, pero una vez hace muchos años seguí a una chavala muy guapa por la estación de Sol, un rato, y ambas situaciones son homeomorfas, y como lo digo yo que sé qué significa esa palabra pues apelo a un argumentum ad autoritas y ala, a otra cosa.

Concluyendo: en lo sucesivo, quede así mi currículo cuando sea coloquialmente presentado. Soy un cazador, que recorre las junglas del Datawarehouse abatiendo presas a mayor gloria de Satán. Salve a la Bestia, etc etc, y ala, mañana más. Me voy un rato a ver cómo llueve a ver si al último programita le da por descifrarse solo.

 

12.5.08

y el domingo a misa

“Hay que reírse.

Es el mejor antídoto contra la estupidez.”

(Juan, Periodistas 21)

 

Celebramos hoy que después de una durísima prueba cuyo transcurrir narraré más abajo y cuyo resumen puede leerse en el título de esto he sido proclamado paladín del Palacete y ungido con tres armas de fieros y terroríficos filos, dos espadas anchas y un mandoble cuyo uso he prometido dedicar al Bien, al menos alguna vez, de vez en cuando, ya veremos. La ceremonia ha sido corta y emotiva, y no ha servido del todo para disipar los traumas sufridos para probar su merecimiento.

Todo sucedió ayer. Excepto la proclamación, que ya he dicho que ha sido hoy, y excepto un montón de cosas que han ocurrido en el mundo otros días, pero yo me refiero a lo que cuento, y eso sucedió ayer, y encima no me refiero a todo lo que sucedió ayer, sino solo a la parte que es relevante para esta historia, o a parte de ella. Ocurrió que la Muchacha se las ingenió, mediante engaños y malas artes, para meterme en un servicio religioso: Era la comunión de un primo suyo y ella me pidió que la acompañase, sospecho que porque por puro sadismo disfruta planeándome encuentros con cuanta más familia mejor para luego dejarme a merced de la malignidad confesa de sus tías y a la fieras e inquietantes mirada de sus padres, que responden a los beligerantes nombres de MacGregor y MacConchi.

–Podrías venirte –me había dicho, poniendo cara de pena.

–Pero si soy un ateo practicante, no pienso entrar en una iglesia –había protestado yo.

–Puedes quedarte en el bar de fuera mientras dure la misa –y más carita de pena.

–Y además es el Gran Premio de Hungría –seguí yo protestando.

–Seguro que hay alguna tele donde lo pongan en el restaurante –y carita de pena redoblada.

–Y tu familia me da miedo –intenté por último.

–Yo te defiendo –sonrisita victoriosa.

Así que fui tranquilo, pensando que no iría a misa, que vería la Fórmula 1, que no sería objeto de terceros grados por parte de su familia y que, como en todas las comuniones, me pegaría un banquete de tomo y lomo. Sólo logré lo último. Resultó que la comunión no era en una iglesia sino en el salón de actos de un colegio, resultó que en el restaurante el lugar que según todas las reglas de amor al prójimo debería situarse el televisor había una pecera y resultó que sus tías se lanzaron sobre mí para torturarme con sonrisas maliciosas y lamentando que la falta de confianza aún no les dejase ser muy malas conmigo, pero prometiéndome que este periodo de clemente cortesía durará poco.

Comenzamos madrugando, y van dos domingos seguidos que la Muchacha me hace madrugar, y haciéndome testigo de esa histeria femenina que siempre acompaña a estos aztoz mudtitudinadioz, con MacConchi, la Muchacha y su hermana MacConchita corriendo de un lado para otro hablando de largo de pantalones, de escotes de trajes, de dedicatorias en tarjetas (al final creo que no escribieron la que sin duda era la mejor, que hubiese dicho “felicidades, hoy te dan la primera hostia de las muchas que vendrán en la vida”) y de coherencias cromáticas, y antes de que pudiese darme cuenta estaba plantado a la puerta de aquel colegio desde la cual, horror infinito, no se divisiaba ningún bar. Casitas y más casitas en todas direcciones, muy en plan Agrestic de Weeds. Grité un rato y aprovechando el estado de shock la Muchacha me empujó por escaleras, pasillos, corredores y salas de trofeos de aspecto funesto (todas sin barras ni grifos de cerveza ni televisores) y de pronto plaf, ahí estábamos en el salón de actos, atestado de un montonazo de gente entre las que se contaban dos curas de blanco, una horda de niños cantarines de diversos tonos cromáticos y desconcertante uso de la percusión, otro montón de niños con vestiditos (ellas) y trajes (ellos; nada de travestismo visible más allá de las faldas de los curas) que eran los que se estrenaban en esto de las hostias, un montón de familias emperifolladas y más niños, estos gritones, ejerciendo de público y unas cuantas señoritas de un inapropiado rojo lujuria que ejercían de politik-polizei, por las miradas que me lanzaban cada vez que abría la boca. La primera fue instantánea e instintiva: Según cruzamos la puerta y me encontré ante esa escena, no pude contener un alarido,

–¡Hostia puta! –proferí, porque mis respuestas-reflejo siempre han dado lugar a mucha diversión en las iglesias. Así me gané, como decía, mi primera mirada de escandalizada reprobación por parte de la politik-polizei y la primera sonrisilla resignada de la Muchacha. Hubo bastantes más, porque fuimos a sentarnos en un rincón del fondo que consideramos muy anónimo y que luego resultó ser la despensa donde se guardaban las hostias y el vino. El cura, sospechosamente parecido en tono de voz, andares y gestos a un compañero nuestro de taller literario, procedió a oficiar la ceremonia hablando todo el rato de miembros penetrantes, y lanzándoles a los pobres críos consignas sexuales del tipo “venid todos a comer de mi carne”, hábilmente trenzadas con los adoctrinamientos supongo que habituales sobre lo que es una familia como dios manda, que la iglesia es un club que persigue la adquisición de traumas y frustraciones y no sólo era un medio más de conseguir una Wii, y en fin, lo de siempre sobre no votar a los comunistas y la charla de mitología absurda de rigor.

Cada uno de los curas adoptaba un gesto zen personal al hablar: uno separaba sus manos como si preparase un gran aplauso o sujetase ante su boca una caja de zapatos, no sé si como método para reforzar la acústica o por ser parte del rito, mientras que el otro levantaba sus brazos y hacía como si pellizcase algo muy en plan postura del loto, pero de pie. Estuvimos ahí un buen rato mientras la Muchacha miraba a su primo y alababa su porte, su carácter travieso y su cara de pillo y yo me entretenía permaneciendo sentado cuando había que ponerse de pie y canturreando “Salve a La Bestia, Devoradora De Mundos” cada vez que los decían cualquier cosa larga del estilo de “Palabra de Dios, Te alabamos Oh Señor”, y por fin me dieron ganas de fumarme un cigarro, convencí a la Muchacha para que me siguiera y salimos de allí para discutir sobre las posibilidades de que el cura aquel terminase protagonizando un discurso tipo “gggg, ffff, gggg, ffff, Luke, yo soy tu padre” con nuestro conocido del taller, sobre lo bien que le iría a este último, visto lo visto, vestir los hábitos y sobre la certeza del posterior advenimiento de un televisor. Al final, ya decía, tuve que conformarme con una pecera. Los peces iban despacísimo, y yo me consolé pensando que tampoco es que Renault corra mucho este año, así que me entretuve gritándole a uno “¡vamos, Alonsito!” hasta que se metió entre las algas de boxes por tercera vez. Para aquel entonces los dos peces de McClaren y Ferrari le llevaban tres vueltas a la pecera de ventaja, así que yo di la carrera por perdida y me concentré en la comida, en esconderme detrás de la Muchacha y en contar durante la comida a MacConchita esa anécdota tan apropiada en estos casos y tan habitual en mis labios sobre cómo yo nunca llamé puta a la Virgen.

Vamos, que si hubiese un infierno, ayer habría firmado mi inscripción en él. Otra vez, y van ya no sé cuántas.

 

P.D: ¡Óscar, dime, cómo era lo de la apostasía, Ley de Protección de Datos mediante!

9.5.08

uy uy uy, sariiif...

"I don't claim the fundamental goal of science education is the suppression of religious belief — the fundamental goal of science education is to question everything. It's merely a side effect and their own damn fault that religion fares poorly when subjected to criticism."

(PZ Myers, Pharyngula)

 

Hace unos días la mención que hice del Gran Maestro Africano, Vidente Excelentísimo y Etcétera Ectétera Sarif tuvo una especie de revival, con dos respuestas de desconocidos en el post. Uno se hacía pasar por un tal Ommo, otro (o no) brujo del mismo costal, y el otro aprovechaba para denunciarlo publicamente por farsante, dejándome a mí sin saber si los dos estaban de coña, sin saber si el segundo podía ser realmente un idiota o dónde estaba la gracia del asunto, que no digo que no la tenga, ojo, en todo caso que yo no suelo tener ningún sentido del humor, que ya lo he avisado la hueva de veces y para variar no me hace ni puto caso.

Pero a lo que iba: Hoy el día ha empezado de maravilla. Me he enterado que cuando hace ya ¡cinco años! que Anathema sacó el estupendísimo disco A Natural Disaster, por fin van a sacar otro, después de todos sus jaleos con la discográfica; sale a finales de este año y lo produce Steven Wilson, lo que quizá fuese de esperar después de todas las giras que hicieron juntos Anathema y Porcupine Tree pero que era tan bonito que yo no me atrevía a soñar, por si los despertares. La segunda, que ha salido disco nuevo de Mar de Grises, que tampoco sacaba disco desde el 2003, y la tercera que Opeth lo va a sacer en junio, o sea prontísimo, o sea, tan prontísimo que los impacientes ya podemos escucharlo por ahí a poco que estiremos las orejas y pongamos cara de mucha concentración y no nos importe caerle antipáticos a los ladrones de la SGAE, y mi mayor miedo, echar demasiado a Martín López en la batería, no se ha desatado.

Que sí que sí, que ya hablo de Sarif, y de Ommo, y de todos ellos, o de algo que les incumbe. Resulta que andaba yo perreando (de tocándome los cojones, no de estar siguiendo las contorsiones del Chikilicuatre ese) y leyendo blogs, y me he encontrado en Magonia con esta noticia,

“Una directiva europea de consumo ha puesto en pie de guerra a adivinos, mediums y sanadores espirituales en Reino Unido, porque les obliga a demostrar sus poderes ante los tribunales si alguien les demanda.

(...)

Un portavoz del Ministerio de Sanidad y Consumo español indicó ayer a este periódico que la directiva europea se transpondrá a nuestra legislación este año y confirmó que la norma incluirá implícitamente la exigencia de que los brujos demuestren los poderes por los que cobran a sus clientes.”

Y ahora diría “¡jo, jo, jo, temblad timadorcillos!”, pero como hay que pensar bien de la gente seguro que de estafa nada, que son todos videntes y adivinos de verdad y que, naturalmente, habrán visto venir esto, y podrán demostrar sus dones (qué entretenido que será), o estarán ya dispuestos a emprender sus nuevas carreras delictivas laborales.

Por cierto, que James Randi tenía por ahí unas palabritas sobre como ir adivinando cosillas cuando uno tiene la mala suerte de no tener superpoderes. Aprovecho para mencionarlo ahora que todavía es legal estafar a la gente jugar a adivinar cosas sin necesidad de poder demostrarlo ante un tribunal.

8.5.08

Glen Hansard, cantando en Dublín

Armado con una guitarra y enfrentado a las calles desiertas, a la noche, solo e inmenso, cantando sangre:



Tengo la norma no oficial de no escribir aquí dos veces en un día, pero acabo de conseguir cerrar mis ávidos deditos sobre la banda sonora de Once, y me ha dado el Modo Cuervo, y hay cosas contra las que no se puede luchar. O se puede, pero es una enorme tontería.

Técnicamente, eso es un cantautor. Un tío con una guitarra, cantando. Pero cantando como a mí me gusta. Territorios comunes, puentes entre los gustos de la Muchacha y los míos. Y recuerdo ayer, cuando la tripulación del Bremen estaba bien recluida en las mazmorras y yo me entretenía curioseando los libros de la Muchacha; curiosamente, aún no había yo metido la cabeza en esa parte de su ser, en lo que ha leído, en lo que puebla sus estanterías. No es tan raro, a fin de cuentas su biblioteca, con esto de la mudanza y tal, llevaba tiempo habitando cajas y maleteros. Y allí vi a los temibles poetas, cómo no, pero también a queridos conocidos míos, Bryce, Pamiès, el imprescindible Cortázar, Monzo, en fin, un grupo completo y amplio de territorios comunes, tampoco es cosa de enumerarlos a todos o más bien de dejar en evidencia mi mala memoria. Y me puso contento ver que hemos pasado los ojos por las mismas palabras, que hemos leído los dos algunas historias, que llevamos dentro esas coincidencias. Que nuestra dieta literaria tendrá platos compartidos. Y eso me gusta, y me pone contento, y me da unas ganas inmensas de seguir buscando, de encontrar todas y cada una de las patrias comunes, y de izar velas y salir al mundo, a las librerías, a los cines, a las tiendas de discos a explorar, en busca de más. Y guardar estas cancioncillas como lo que son, joyas que, desde ya, tienen el valor que tienen por cómo llegan, por cuándo llegan. Y por cómo suenan.

los jueves alternos es lo que tienen

“En un momento de la noche Galeón se sacó la polla al viento y empezó a saltar sobre su cama, causando cierta incomodidad en las valencianas, que huyeron despavoridas y gritonas por los pasillos del hotel.”

(Martin, en Una bitácora de cuadritos)

 

Hoy surco los mares de la pereza infinita.

Tengo un algo de resaca, un bastante de sueño y un muchísimo de vagancia superlativa. Pero llama el deber, a ver qué cuento.

Pues nada, como siempre que hay cansancio, la mera realidad, que la fantasía reclama demasiados sudores.

Ayer la Muchacha secuestró a la tripulación en pleno del Bremen (o casi; la desertora-antiguamente-conocida-como-la-capitana se había fugado con un editor al Palacio Real a secuestrar algún bebé o algo así) y se la llevó al Palacete en la oscuridad de la noche y en pleno Madrid-Barça (4 – 0, en aquel momento). Me puso a entretenerlos repartiendo ceniceros, dando fuego, agilizando el uso y abuso de unas cuantas botellas de ron y palmeando espaldas mientras ella llamaba a familiares y seres queridos pidiendo rescates astronómicos, primero, normalitos, después, y de saldo, por último. Nadie quiso soltar un duro, porque los escritorzuelos tendemos a ser pesadísimos y a quien más y quien menos le hace una cierta ilusión verse libre de nosotros. Es comprensible, a mí me pasaría si no estuviese perpetuamente drogado por los viruses del amor, y esas cosas. Así que los desencadenamos, les abrimos las rejas, les contamos que aquello era el spa del torreón C y fingimos que todo era una invitación a enseñarle su casa ya reformada. Como se pasan la vida fantaseando y pensando guarrerías, lo vieron de lo más normal, y tras ocho horas, doce botellas de ron añejo y quince kilos de matarratas conseguimos que se fuesen y procedimos a meternos en la cama y cogernos de las manitas, que es lo que hacemos la Muchacha y yo cuando nos quedamos solos, digan lo que digan esos pervertidos que no tienen ni idea de nada ni saben de pureza y de cast... cast... en fin, la palabra que sea, esa de la que viene casto, ¿castitud?, ¿castramiento?, qué horror, olvidemos eso. Castez. Sí, castez, eso.

Y ha amanecido lloviendo, y la Muchacha sonreía adormiladilla, y a mí eso siempre me pone la mar de contento, y con mi caminar, tan apropiado para las aceras encharcadas por sus característicos saltitos, he venido a la oficina, donde hoy, tras la lata que me han dado estos días, voy a dedicarme con total dedicación y con mucho ímpetu a no hacer absolutamente nada.

Y en cuanto el vino de la comida acabe con la resaca, a tomar el sol sobre la cubierta de mi yatecillo, en el mismito centro de los mares de la pereza infinita.

 

(Para otro día menos comatoso tengo un proyecto, elaborar una lista de las cosas absurdas que podría hacer si me sobrase pasta a patadas. Se me ha ocurrido la primera, des-tunear coches, comprar coches tuneados y restaurar, tal cual salieron de fábrica, esos Renault Twingo, Opel Corsa y Ford Fiesta. Iré pensando más cosas.)

7.5.08

sobredosis de lluvia en madrid

Newton killed hope. Once, I might have thought that I could survive falling if I watched my diet and were as light as a feather, but no — Newton's cold equations dictate that no matter what I weigh, I'd fall just as fast, so in despair I have let myself go, just as, I can see, many of my fellow Midwesterners. We despair because of Newton, and seek forlorn solace in trying to increase our wind resistance.”

(PZ Myers, Pharyngula)

 

No, vale, no voy a hablar más del viaje, que dije que no iba a contar ninguna tipiquez y ayer al final se me escapó, o la dejé ir, en estas cosas nunca se sabe. Pero lo de hoy es una reflexión sobre algo que dijo la Muchacha cuando estábamos tirados en la playa leyendo sendos culebrones, yo justificando el mío por mi necesidad de vuelta a los orígenes y del desahogo relajante y poco exigente que supone la literatura fantástica, y ella excusándose en que al fin y al cabo lo que leía era el diario de una legendaria poeta (que, en mi opinión y por las partes que leyó en voz alta, era ni más ni menos que una intensa más y a la que, visto lo visto, hay que agradecer que viviese en la época preblógica).

En fin, ahí estábamos, cuando no sé a cuento de qué, porque yo andaba más enfrascado en mi lectura que en la conversación de la horda playera, se comentó que alguien (supongo que una persona famosa a la que todo el mundo conoce y cuyo siguiente comentario todo el mundo conocerá para ignorancia mía) dijo una vez que después de un día de mal tiempo los concursos de poesía se atestaban de poemas titulados “Lluvia”, y que con los blogs pasa tres cuartos de lo mismo.

A mí me da un poco de cosa andar frivolizando, contando mi vida cuando hay por ahí decenas de miles de personas muriendo por un tifón, pongamos por caso. Y como soy un tipo bastante más convencional de lo que me gustaría en algunos fondos y en muchas formas, supongo que puedo generalizar y asumir que esto le pasa a todo cristo. Andamos aquí con nuestras vanalidades y nos movemos al flujo de la marea, y cuando pasa algo ahí vamos, y lo comentamos en pleno. Pero al hacer esto nos estamos convirtiendo en una especie de miniperiódicos absurdos, porque dudo mucho que nadie venga aquí a informarse sobre la realidad. Acudimos a los blogs personales a leer la visión de cada cuál sobre lo que sea, y supongo que eso, en realidad, nos legitima para llenar la red de posts lluviosos los días que Madrid amanezca mojado. Pero jode eso de ser tan convencional, yo, que quería ser único cual anillo del destino.

Así que no sé. Después de tanta charla me veo legitimado para no serlo y deseoso de serlo. Supongo que las dos cosas entrarán en conflicto y alguna vez ganará una y otras veces la otra, con lo cuál el sentido de este post es absolutamente inexistente, lo que es una putada, porque tampoco eso da ninguna unicidad, hay mogollón de blogs por el mundo que no tienen ningún sentido. Pero me resigno y miro de reojo el botón de enviar, que voy a pulsar en breve, qué diablos, y me quedo con esta advertencia: Prometo que algún día que llueva no diré absolutamente nada del tiempo.

Y ya está, y me queda el consuelo de no estar hablando ni de la crisis del PP, ni del Madrid-Barça y el paseíllo de los cojones, ni del austriaco ese, ni de Pajares, y que tengo al principio de este post una cita superchula del señor Myers poniendo a parir a Newton. Algo es algo.

6.5.08

receta de lasaña sorpresa



Estábamos tirados en la playa, yo trataba de leer y la Muchacha trataba de molestarme, los dos frustradísimos, yo por no poder avanzar en mi culebrón de literatura fantástica, ella porque en vez de estorbarme me mataba de alegría. En su supuesta tortura la Muchacha cogía puñaditos de arena de playa, me los echaba por encima de la piel y luego dejaba que embadurnasen la toalla que compartíamos. Tenía otras torturas más eficaces. Por ejemplo, la de darme la crema de protección solar de forma sospechosamente deficiente por ciertas zonas de mi espalda que ahora, sospecho, presentan al sub-mundo que se esconde entre mi camisa y mi piel obscenas pinturas rupestres en el denso brillo rojizo de mi piel quemadita. Yo es que es lo que tengo, soy monócromo, tengo el blanco neutral o el rojo quemazón, normalmente siempre mezclados, sea la época que sea, aunque con más abundancia de blancura en la época del fresquito, claro, y de rojez en la de la playa y el sol y las piscinas.

Ella no, naturalmente, ella se pone morena y canta "mi hermano pequeño no sabe nadar, la la la laaa" con esa voz angelical que pone cuando está siendo malvadísima, y yo me pongo tan tontorrón, en fin.



Hoy la luz huele a lluvia y el viento trae recuerdos de arena de playa. Yo juego con las fotos. 484 en, ¿cuánto, 3 días y algo? No tiene mérito, entre 200 y 300 serán de primeros planos de olas. Yo de rodillas en el mar, foto y salto y a correr, que no se moje la cámara, y venga a probar si fotos rapidísimas (y ale ahí las gotitas de espuma, pequeños planetillas, como yo, flotando saladas en la brisa), o fotos muy oscuras y muy lentas para que se vea cómo fluye el mundo, como la foto que subí anoche, como la foto que subirá otro de estos días, quizá ya la semana que viene. Y aún me late en los dedos el pulso de un cuento recién escrito, un cuento que como tantos será una mierda, y ha sido escrito a toda prisa, pero que da para cumplir mañana en el Bremen, que ha servido para que juegue un rato con lo que no se debe hacer y otro rato con el inventar trucos que no sean los cuatro efectismos de siempre.

Qué bonito es hacer cosas y qué vivo se siente uno, caramba.

La canción no es la canción que cantaba ella, pero es que no la he visto, y en fin.

Y ya sé que no estoy siendo coherente, pero en fin, quien quiera coherencia hoy que busque en otra parte. Y cualquier otro día también, probablemente. Aunque yo creo que algún día sí que he sido coherente, ¿no? No sé. No lo recuerdo y no me apetece ponerme a recordar, ponerme a abofetear neuronas y encender alarmas intracraneales, quita quita, qué pereza. Mejor escuchar música y escuchar a los autobuses pasar, que luego uno se despierta a veces en el silencio sepulcral imposible pero existente, doy fe, aquí en Madrid, sólo roto por una bandada de bencejos que de pronto convierten el cielo y mi oído interno en homenajes/revival de infancias abandonadas a la pereza y la hiperactividad de la infancia, esa edad tan sobrevalorada, que decía ¿Cortázar, era Cortázar? ¿Sí, no? A quién voy a citar yo, si no. ¿A Gibson? A un francés de esos cuyos nombres no sé escribir (aquí no se ve, pero he hecho tres intentos, convenientemente camuflados por la teclita de borrar) no, desde luego.

En fin.

He vuelto de unas vacaciones de tres días. Decía la Muchacha, que conducía harta de que le hiciese fotos, que si quería abandonarla tras haber soportado tanto desvarío y tanta lata lo entendería. Yo le contestaba que si todo esto no fuese contraproducente para este enamoramiento mío, que sólo sabe engordar... En fin.

Días y noches, arena y viento, asfalto y mar. Ciudad y monte. Cuartos con baños por todas partes: eso es bueno, pedazo de invento los cuartos con baño. Ventanas. Le coge uno cariño a las ventanas. Desnudeces y confidencias, chascarrillos y silencios, cánticos a raudales, y algún que otro sentido silencio. Se corta todo en pedacitos, se coloca en capas con queso y tomate, se mete en el horno, se deja media hora, se gratina y epa: Lasaña de felicidad. Y titulo esto terminando con la palabra "sorpresa" y no con las palabritas "de la felicidad" para que nadie se me escape por el temprano ataque de esto mío, tan invencible y que a ver quién, en su sano juicio, iba a querer vencer, con lo estupendo que es, válgame.

Ea, voy a ver si cazo algo de cena, que está el cocinero perro esta noche.

4.5.08

margari

Cuando uno se va de vacaciones, tiende, al volver, a dedicarse a contar lo bien que se lo ha pasado y desgranar el rosario de los tópicos, que si las borracheras, que si la pericia culinaria de tal o cual, que si la playa, aaah la playa, o que si aquel entrecot con el que sé que soñaré, dentro de unos años. Se es feliz, se pretende transmitir esa felicidad, y el resultado es que uno suena odioso para los ausentes y redundante para los presentes, así que me voy a saltar esa parte. Contaré entonces sólo dos cosas, en bruto y descontextualizadas, para que pegue más. Contaré que el viaje, en lo fotográfico, se resume en los cientos de fotos de olas que hago siempre que voy al mar con el peculiar añadido de las fotos oficiales de la comunión de un chaval al que le he visto gestar uno de sus mayores traumas infantiles, y una conversación con una de las amigas de aquí la Muchacha. Fue así.

-Porque como sabéis yo hubiera querido ser cantante lírica -dice la Muchacha; esta extraña frase es la que más ha repetido durante el viaje.

-Yo también me sé un poema -continúa la conversación original Pati, porque en realidad no hablábamos de los gorgoritos de las fantasías de la Muchacha sino de poemas aprendidos de memoria.

-¿Ah sí? ¿Cuál era? -preguntan a coro el resto de las amigas.

-El de Margarita, ¿no os lo sabéis?

-No, recítalo -reclama la masa.

Pati asiente y se lanza:

-"Margarita, está linda la mar, y el viento lleva esencia sutil de azahar; yo siento en el alma una alondra cantar: Margarita, te voy a contar un cuento.

"Éste era un rey que tenía un palacio de diamantes, una tienda hecha del día y un rebaño de elefantes, un kiosko de malaquita,
un gran manto de tisú, y una gentil princesita, tan bonita, Margarita, tan bonita como tú.

"Una tarde la princesa vio una estrella aparecer; la princesa era traviesa y la quiso ir a coger. La quería para hacerla decorar un prendedor, con un verso y una perla, y una pluma y una flor. Las princesas primorosas se parecen mucho a ti: cortan lirios, cortan rosas, cortan astros. Son así.

"Pues se fue la niña bella, bajo el cielo y sobre el mar, a cortar la blanca estrella que la hacía suspirar. Y siguió camino arriba,
por la luna y más allá; mas lo malo es que ella iba sin permiso del papá.

"Cuando estuvo ya de vuelta de los parques del Señor, se miraba toda envuelta en un dulce resplandor. Y el rey dijo: «¿Qué te has hecho? Te he buscado y no te hallé; y ¿qué tienes en el pecho, que encendido se te ve?» La princesa no mentía. Y así, dijo la verdad:
«Fui a cortar la estrella mía a la azul inmensidad». Y el rey clama: «¿No te he dicho que el azul no hay que tocar? ¡Qué locura! ¡Qué capricho! El Señor se va a enojar». Y dice ella: «No hubo intento; yo me fui no sé por qué; por las olas y en el viento
fui a la estrella y la corté». Y el papá dice enojado: «Un castigo has de tener: vuelve al cielo, y lo robado vas ahora a devolver».
La princesa se entristece por su dulce flor de luz, cuando entonces aparece sonriendo el Buen Jesús.

"Y así dice:..."


-... -contenemos todos el aliento, expectantes.

-... -Pati mira al cielo, se rasca la barbilla.

-... -aferramos con fuerza nuestros cafés y nuestros tes y nuestos frigopiés.

-Oh, vaya -dice Pati-, pues no, no me la sé entera.

Y menos mal que al rato sí que recordó el final, porque hubiese sido una pena quedarse así, sin el final del poema, ¿verdad?
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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.