28.12.07

palabra de chuck norris

Pasando páginas de la prensa; el mundo, en lonchas de papel, es esto:

…Bernardo Álvarez, obispo de Tenerife, dice que la homosexualidad es como la pederastia pero da a entender que esta, al fin y al cabo, no debe ser para tanto, pues hay niños de 13 años que van provocando…

…En Pakistán, matan a tiros a la corrupta esperanza democrática Benazir Bhutto, en un mitin, once días antes de las elecciones. El asesino, ya que estaba, hizo explotar una bomba y se cargó a 20 personas…

…En Yanquilandia, noticias de otra matanza…

…En Iraq hoy no hay noticias. Es decir, más matanzas…

…En el cuerpo sin vida de la antigua Yugoslavia, se escucha decir que si Kosovo es reconocido como independiente, la van a tener, otra vez…

…Aquí arriba, en el País Vasco, el “Macroproceso 18/98” convierte en terrorismo ser vasco y radical de izquierdas. Por mucho que uno sea pacifista y condene la violencia…

Etcétera.

Al lado de eso, que el Metro de Madrid se esté convirtiendo en un estercolero no es un problema, es una minucia. Mis achaques, naderías. Y mis quejas, mis insensateces, mis alegrías y mis glorias son una nada alienante, el lugar de la indiferencia, la mirada fija en mi ombligo primermundista. Porque ahí fuera hay un mundo que ya no se sabe si se está yendo a la mierda o ya ha llegado y chapotea ufano en ella o si ya ha llegado y chapoteado y está sumergido en ella, midiendo cuánto tiempo puede contener la respiración. La superficialidad de este blog es, frente a ese mundo, el ruido de fondo de la canción equivocada.

Pero en fin. Sé que ese mundo está ahí. Sé que yo no hablo de él lo que, tal vez, debería pero también sé que no iba a conseguir nada con hacerlo. Sé, en cambio, que ambos sabemos que está ahí, y que ambos tenemos claro qué pensamos al respecto. Y sobre todo sé que la Muchacha, por su trabajo, que no siempre consiste en ir a ver si nieva, lamentablemente, a veces tiene que mirar fijamente y durante un buen rato al mundo y que eso, siendo ella como es de alma honrada y buena, le termina dañando más atrás de las retinas. Y como, qué de cosas sé hoy, sé que contar insignificancias, y no todo lo demás, tiene algo de cerrar los ojos, y que cerrados, los ojos descansan, pues qué narices, cerrémoslos. Y qué mejor forma de hacer tal cosa que hablar de estupideces, y para hablar de estupideces qué mejor que hablar de Chuck Norris.

Chuck Norris, a quien mi corrector ortográfico, en su constante sabotaje se empeña, en rebautizar como Check, es mundialmente conocido como un actor de esos de audaz mirada, férrea moral, intachable sentido justiciero e incapacidad patente para pronunciar más de 12 palabras seguidas. Por méritos indiscutibles está incluido en el panteón de los ¿actores? que salvan al mundo de su maldad intrínseca a base de principios inquebrantables y, digamos, quebranto general de todo lo demás mediante coscorrones, coces, somantas de hostias, luxaciones varias o terapias de choque por saturación balística. Y ahí habita junto a, por decir otro par de paladines del cine zafio, Charles Bronson y Steven Seagal. Sus obras escogidas, Desaparecido en Combate y Delta Force. Felizmente jubilado, hoy día es un abuelete de 65 años de sonrisa afable.

Pero como Internet está llena de gente a la que el mundo real le importa un carajo, Chuck Norris también es un personaje de la mitología friqui moderna, un héroe de culto; Así, se ha deificado su figura, se le ha convertido en un tipo todopoderoso, se le asume capaz de lo posible y de lo imposible, el mejor en cualquier cosa y se ha otorgado a su mil veces vista patada giratoria la categoría de fuerza de la naturaleza. Y pueden leerse, por ahí, perlas como “las lágrimas de Chuck curan el cáncer. Lástima que nunca llore”, “Chuck Norris puede convertir archivos PDF a Word usando el buscaminas” o “Chuck Norris puede dividir por 0”. En la Uncyclopedia, Biblia moderna de estas cosas, se le considera una creación previa a la humanidad; Cuando Lord Byron le dijo a Dios que se aburría este creó a Chuck y a Jack Bauer para que mantuviesen una guerra eterna en la que aún siguen enzarzados y que sólo tuvo de tregua los cinco minutos que, sin que el mundo se enterase, dedicaron a encontrar y ajusticiar a Osama Bin Laden.

Esta mañana, no sé por qué, he terminado leyendo sobre estas “verdades de Chuck, tan feliz de la vida con mis ojos cerrados. Y en ello estaba cuando, bam, me he encontrado con la opinión del tipo de carne y hueso sobre el tema. En general, le hace bastante gracia y le gusta el cachondeo que se traen respecto a su persona. Pero de pronto va y suelta

“Lo que yo realmente pienso sobre la teoría de la evolución es que no es real. No es esa la forma que llegamos hasta aquí. La vida que vemos en el planeta tierra se compone de aquellas criaturas que Dios ha permitido que vivan. Nosotros no somos creaciones de la casualidad. Nosotros no somos accidentes. Existe un Dios, un Creador, que lo creó a usted y a mi. Fuimos hechos a su imagen, y eso es lo que nos distingue de las otras criaturas. Adicionalmente, sin El, yo no tengo ningún poder. Pero con El, la Biblia me dice, que yo puedo lograr todo lo que me proponga como también usted”.

Y yo pienso que por un lado no deja de ser patético aunque, por otro, es bastante de agradecer que, al menos por una vez, la vida real y la vida escapatoria sean, las dos, dignas de la risa.   

 

27.12.07

la reiteración del error

Así que en la que aceptamos con alborozo (palabra que me hace muchísima gracia no sé si porque siempre me hace pensar en albornoz, y me imagino a la gente alborozada saliendo de la ducha toda pelo mojado y chanclas, silbante, feliz y perfumada) como nuestra primera cita, siendo yo el que elegía destino, nos fuimos a un bar a escuchar algo de blues en directo. Dicho así queda de lo más intelectual, en fin, la música en vivo y demás gaitas, pero sotto voce tengo que confesar que yo ahí fui solo porque me gusta el bar (uno de esos sótanos cuya mera existencia le hace a uno feliz) y tienen Grimbergen.

Pero ya que había concierto pues claro, había que verlo, y habrá que hablar de él, aunque sólo sea por corporativismo talleril.

El blues. Yo nunca he tenido muy claro qué es eso del blues, y lo pensaba anoche, ahí sentado haciendo manitas con la Muchacha, que para algo era nuestra primera cita, y claro, me abstenía muy mucho de manifestar mis dudas en voz alta, porque no quiero delatarme como un cabestro delante de ella y porque al fin y al cabo el sitio era pequeño y, de preguntar, podría responderme el propio cantante/guitarrista, que estaba al lado nuestro, como quien dice. Mi idea sobre el blues es que son canciones tristes, y un vistazo rápido a la wikipedia parece opinar parecido, alegando el uso de notas más graves de lo común para crear un aire, digamos, mustio, que imagino que viene a ser una traducción bastante literal de lo que yo siempre entendí por el blue inglés cuando blue no era un color ni un error tratando de escribir pegamento en buiri, digo guiri.

Me quedo pensando yo que vaya mierda de definición que también abarca el doom metal, el stoner rock y el sludge metal, como poco y así a bote pronto (sintiéndome algo reconfortado porque mis lagunas oceánicas tengo, pero mis frikadas me sé, algo es algo), pero en fin, qué se le va a hacer si como decía Elvis Costello escribir sobre música es como bailar sobre arquitectura. Oyéndolo, el blues debe ser lo que yo siempre entendí como rock and roll, excepto cuando se pone lento y se convierte en lo que yo, que uno tiene sus prejuicios, siempre entendí como blues. ¡Qué coincidencia!

Y sonaba y sonaba bien, porque los músicos eran buenos y se compenetraban (además, se daban un par de circunstancias que a mí siempre me hacen propenso a que me guste un grupo, como que el guitarrista tocase sin púa o que el batería fuese siciliano. Cosa que, por otra parte, hasta anoche yo no sospechaba que me hacía dar puntos, pero así es), y hubo momentos realmente geniales cuando las dos guitarras o sobre todo el batería y el guitarrista estrellita (de la especie siempre reconocible por llevar el pelo más fashion y la camisa más hortera) se enredaban en alguna provocación rítmica y desmentían, por la coordinación, lo que de cualquier otra forma hubiese parecido improvisación pura, dura e inspirada.

Aunque lo que más me llamó la atención fue la reiteración del error: Había notas que yo escuchaba una vez, en mitad de un riff o de una melodía o un acorde o donde fuese, y me decía yo “uf, eso suena fatal”. Y cuando llegaba a uno de ellos, y ahí quiero sospechar que el guitarrista sí que llegaba por error, lo que hacía el hombre era insistir en ellos. Insistir en las zonas puntiagudas y sin pulir, hasta que pasaban a formar parte de la música. Y donde había error, pasaba a haber simplemente música.

Así que me fui a casa pensando que el blues, tal vez, consista en la reiteración del error como método para su redención, o reivindicación, o negación (o no, porque entonces el Drappery Falls de Opeth sería blues).

Es un decir, lo de irme a mi casa, porque aquí la muchacha ha tomado por costumbre proveerme por si me da por montar un estanco y hacerme de chofer, así que más bien fue ser llevado a casa a pesar de mis indicaciones y con una pequeña ruta turística que incluyó un lento desfilar por delante de cierto portal existente en el mismísimo centro geográfico del universo que yo claro, pero sobre todo ella se muere por cruzar varias veces al día.

Pero bueno. Cuando me siento culpable me consuelo pensando que mañana nos toca a Caracol y a mí, que nos la llevamos de paseo. O secuestro. O escapada. O fuga. O excursión.

Ah, tantos nombres con los que jugar. Qué placer.

25.12.07

ah, que la navidad era eso

Yo es que soy de natural distraído y además últimamente siempre tengo la cabeza en otra parte, pero ahora mismo miro la navidad, que se va, huyendo con la misma falta de escrúpulos y con la misma habilidad que cualquier otro día, y no veo todo eso que se supone que tiene la navidad. Navidad atípica, Navidad ordinaria, Navidad extremadamente feliz por razones para nada navideñas: Navidad secuestrada, o Navidad transexual, o Navidad digievolucionada. A saber. Navidad novedad, en cualquier caso, y Navidad estupendísima, en lo personal, y a la que le daba yo un par de pescozones por lo ajeno, pero bueno.

¿Qué es lo que más te gusta de la Navidad?, no preguntó nadie anoche, afortunadamente. Y yo, por no haberse dado la pregunta, no respondí "su nombre en inglés, Christmas, de Christ y Mass. Mass es misa, pero también masa. La Navidad podría ser la Masa de Cristo. El homenaje a los atomillos de alguien que pateo las calles de Judea hace mil años inventando el hippismo con dos milenios de adelanto que aún revolotean por aquí, formando parte de todas las cosas." Y como nadie preguntó y yo no respondió nadie me miró como si fuese idiota. O, bueno, al menos nadie lo hizo por esa pregunta. Hubo otras, claro.

Todo esto me acaba de recordar una de esas trivialidades que sé y que me parecen curiosísimas y reconfortantes. Una vez, de pequeño, leí o escuché en alguna parte a alguien que intentaba hacernos ver la ingente cantidad de átomos que hay en el mundo y la de vueltas que dan, y lo hizo diciendo que cada vez que respiramos, entre la burrada de átomos de oxígeno que nos entran a los pulmones hay, de media, unos ocho de los que salieron de los labios de Julio César cuando, apuñalado por Bruto, dijo aquello de "me cago en tu puta madre, Bruto, coño" en fino, que para algo era un tipo de educación y modales, genio y figura, ya sabes.

¿Y lo que menos me gusta de la navidad? Antes eran las aceitunas. Este año ha sido original. El dolor de mis riñones, que la Muchacha, increíblemente no mencionada todavía en este post (a lo que estamos llegando) atribuye a la ciática, porque está elaborando una larga lista de enfermedades debidas al envejecimiento para explicar todos y cada uno de mis múltiples achaques, excepto el dolor de mi cama vacía, cuya causa y remedio es demasiado evidente como para bromear con mi artrosis al respecto.

Lo peor es que como me dolían los riñones, por las noches estaba hecho polvo, y me mataban los taburetes y me mataba estar de pie, así que o duraba poco en los bares o duraba lo suficiente como para que las virtudes analgésicas del alcohol terminasen con mi sordo (que no mudo, pobres amigos lo que han tenido que aguantarme) sufrir. Y en cualquier caso cuando por fin, rendido o borrachísimo me iba a mi cama de allí, tan envidiosa de esta por lo que la he debido contar en sueños, pues no dormía mucho, porque como me dolía la espalda me movía, como me movía me dolía la espalda y me destapaba, y como me destapaba y cogía frío me movía para taparme y me dolía más la espalda, así noche tras noche.

Eso ha producido unos sueños la mar de estrambóticos. De una siesta me desperté porque en mi sueño alguien dijo esta frase, "Trafalgarias, Trafalgarias; pero eso ya son las islas Trafalgarias, entre Gomate y Bojera", y yo me desperté de golpe, con los ojos como platos, y sólo pude decir "¿¡qué!?" en voz alta. No suele pasarme que en sueños escuche una cosa que me resulte tan sorprendente como para despertarme, la verdad. Además hasta ahora no he tenido una conexión a internet para mirar que, efectivamente, existen lugares que se llaman Gomate y Bojera, pero no veo yo islas Trafalgarinas por ninguna parte, que la Bojera está en Montanejos, Castellón, y Bojera está en Mozambique. Me pregunto, ahora, qué coño estaría soñando yo, y qué pena que el propio susto de esa frase lo perdiese en el olvido. Y me pregunto, también, si no debería buscar islas que estén en la línea que une esos dos lugares o, quien sabe, islas que equidisten de ellos. Me lo apunto a la lista de deberes para cuando arrecie el aburrimiento.

Otro sueño dantesco ha sido el de hoy. Yo estaba en Leganés buscando una cabina telefónica para llamar a la Muchacha, y sufriendo el asedio de unos personajes bastante burtonianos, y al final me iba porque ni me iban a dejar intimidad ni dinero para llamar, parecía, y uno de ellos, que era como la parte musculosa del Maestro Golpeador de Mad Max III, me seguía hasta el Parque de los Olivos, donde yo hice una cosa a la que soy muy propenso en los sueños, que fue darme la vuelta y encararlo, con las manos en los bolsillos y dispuesto para la pesadilla, para hablar con él, porque a mí siempre me da por darles palique a mis fantasmas oníricos. Pero el Maestro Golpeador, sección músculo, no tuvo tiempo de decir nada antes de que me despertase el timbre de mi móvil. Otro enigma que nunca encontrará solución, supongo.

Y claro, después de todo esto he tenido que volver a escuchar esta canción que hacía siglos que no oía yo,



En otro orden de cosas, mientras fregaba hoy he pensado que debería editar las entradas que escribo, digamos, "de lejos" para ponerle etiquetas, que se nos están escapando, y que en rigor mañana la Muchacha y yo hemos quedado por primera vez sin acoplarnos a otros compromisos previos o posteriores, sólo por quedar ella y yo. Normal en estas fechas y normal cuando uno tiene la lista de amistades que gasta aquí la señora, claro. Pero, en cualquier caso, eso convierte la noche de mañana en la noche de nuestra primera cita, lo cuál me hace poner esta sonrisa mía que ya está dejando de oler a naftalina y todo.

22.12.07

el futuro, el futuro (y una gota de presente)

Porque claro, ¿quién, en su sano juicio, no va a preferir el futuro, cuando en él nacen planes como ser electrocutados en el DF, comer una hamburguesa en la Plaza Roja o, reincidiendo en el tema, ver si las de Pekín son acompañadas de arroz en lugar de patatas fritas? ¿Quién, eh?

El mejor de los futuros, el horizonte de lo mítico, y lo maravilloso, y un buen montón de kilómetros.

Respecto a la gota de presente, pues eso, que feliz solsticio de invierno, Yule, Navidad o lo que cada uno quiera celebrar. Lo que sea, pero feliz, feliz.

21.12.07

la filosofía del fregadero

Estaba yo fregando anoche a la 1 de la mañana, y mientras me dedicaba a filosofar sobre la vida, la muerte, este blog y la Muchacha. Los dos primeros temas, que son el mismo, no son nada reseñables, porque me paso la vida pensándolos y teniendo una infinidad de pensamientos estúpidos al respecto, y el último tampoco tiene nada de raro porque, claro, pienso mucho en la Muchacha, en todo momento, y me lo paso muy bien haciéndolo. Lo que me pareció raro fue darme cuenta de que cuando más tiempo dedico a filosofar sobre el blog es cuando estoy fregando.

Así que allí estaba yo, vencido por la grasa en la batalla de la espumadera, y diciendo, para mis adentros y los azulejos, porque me gusta hablar solo, que me gusta mi blog, este blog, porque es mi vida, y dándome cuenta de lo que eso significa, porque sospecho que uno está especialmente fértil en lo filosófico cuando friega: que me gusta mi vida.

Pues qué bien. Tampoco es que sea un descubrimiento paradigmático ni nada por el estilo, pero no suelo pensarlo así, explícitamente, ni decirlo en voz alta, y me gustó pensarlo. Sonreí, eché mano de nuestro estropajo de mayor calibre, capaz de quitarle la pintura a un petrolero, le volqué el jabón encima, dejé el frasquito en la encimera con ese golpe contundente que hace que el aire que tiene dentro salga y forme pompitas con el jabón que queda en la boquilla, y me entretuve un rato mirando el revolotear de las esferas iridiscentes, que son el más espectacular acontecimiento del fregado, sin duda, y que siempre le hacen a uno pensar en Lovecraft. Y, así, viendo colorines y con pensamientos tangenciales sobre deidades primigenias, me solacé un ratito en mi alegre optimismo.

El problema es que cuando uno tiene un pensamiento triunfal inmediatamente debe tener otro catastrofista si no quiere que su ego lo aplaste bajo su peso descomunal. Y como era tarde y yo no duermo, las asociaciones de ideas pueden ser un poco peregrinas, así que mientras emprendía mi segunda batalla contra la espumadera pringosa, pensé algo que yo creo que es sumamente tierno y sumamente estúpido: debo evitar a toda costa que la Muchacha tenga tiempo libre, o igual le da por leerse mi blog entero. Porque una vez lo haga se sabrá mi vida entera y no quedará nada por descubrir.

Era una idea curiosa, por un lado tristísima heredera de mi más rancios tiempos de autoestima inexistente, y por otro, qué coño, una divertida forma de ponerse a pensar en las estupendas formas que a uno se le pueden pasar por la cabeza para distraer a la Muchacha.

Pero era una idea bastante inconsistente incluso para los estándares de mis ideas. Nunca tardo demasiado en contarle mi vida a nadie. Tampoco es que haya hecho gran cosa en la vida. El pasado, aparte del libro de Pauls, es sólo el camino hasta el presente, y si hubiese que escribir mi vida en la contraportada de un libro quedaría algo sosísimo. Bah, el pasado. A mí siempre me ha gustado más el futuro y, sobre todo últimamente, el presente. Y el presente siempre está un pasito por delante de lo que escribo aquí.

Dejé de frotar como medida preventiva para ahorrarme unas agujetas, resignado a haber extendido la grasa sin hacerle mucha mella (es que cómo estaba la espumadera, en serio), y me puse a aclarar cacharros mientras tuve el que siempre, en estos casos, resulta ser mi penúltimo pensamiento: David, piensas demasiadas tonterías.

Y acto seguido, como siempre, vino el último, que es el que siempre cierra la función: Pero me gusta pensar tonterías.

Suceden en el presente, son el blog de mi cerebro, actualizado segundo a segundo. Son mi vida en directo y las respuestas de mis yoes. Y son mi patrimonio, y suceden todo el tiempo.

Lo que garantiza al mundo en general y a la Muchacha en particular mis estupideces de por vida.

Y sonreí, y fregué el suelo y me fui a dormir, a ver si soñaba con ella.

20.12.07

el olimpo en llamas

Resulta que la muchacha tiene un trabajo que consiste, por lo que he comprendido, en ir a la sierra a ver si nieva o en indagar sobre el lado siniestro del mundo de la chirigota a altas horas de la madrugada, desde el cuál, como tiene el oído fino y es mujer perspicaz, se entera de cosas que de vez en cuando, por darme envidia, me cuenta.

–Se ha quemado el Olimpo –me dijo el otro día.

Y me contó que el olimpo era el lugar favorito de un profesor suyo de filosofía, cuyo nombre, que es Joserra, me empeño en olvidar (ahora es que acabo de preguntárselo, por centésimo septuagésimo novena vez), adepto a las camisetas imperio y propenso a sospechosas manchas. Yo inmediatamente le imaginé como un romántico enamorado de la mitología y la cultura griegas, probablemente un feliz y de sexualidad alegremente reprimida que sabría recitar de memoria eso de “dime Zenón, qué piensas tú: ¿El Ser es, y el No Ser no es, o el No Ser no es y el Ser…?”, y en fin, demás vainas a las que los griegos, que como todos sabemos tenían yogures pero no televisión, eran propensos cuando se hartaban de tomar el sol en sus paradisíacas playas.

Le imaginé resentido por algún desengaño, roto por algún drama, desatendido en lo más negro de una tragedia renegando de sus dioses paganos, yendo a buscarles y prendiéndoles fuego al garito, un Nietzsche retroactivo.

Pero no. Resulta que el Olimpo es un burdel de la N-VI, que se quemó el día de mi cumpleaños a las 8 de la mañana. En mitad de una helada de espanto, la gente que allí había, unas cuarenta personas, salió pitando de allí a pasar frío en la escarcha, hasta que llegó la Guardia Civil, y se los llevó a todos al cuartelillo porque se estaban quedando pajaritos.

A mí la idea de que un lunes a primera hora haya decenas de personas en un burdel me llena de optimismo, creo que porque les veo gente que tiene muy claro cómo empezar con buen pie la semana. Pero no me duran mucho los sentimientos nobles, porque luego viene la imagen de las cuarenta personas desnudas, envueltas en mantas de la Guardia Civil, atestando el cuartelillo e hinchándose a café caliente mientras piensan cómo diablos le van a explicar luego a la parienta, e casa, por que llegan sin ropa, con una manta encima y las cejas chamuscadas, y me río, me río, qué le voy a hacer.

Y luego abrazo a la muchacha, le doy las gracias por contarme historias tan divertidas y esgrimo mi sonrisa de idiota, porque en el fondo siempre he sido un tipo educado.

19.12.07

los dos últimos regalos


En este cumpleaños con pinta de interminable (siendo la fiesta en enero y siendo el futuro esa pista de despegue tan larga, desde aquí se ve así, interminable) no paro de recibir regalos. O paro después de cada uno de ellos, pero luego llega otro, cuestión de definir amplitudes de intervalo y de clavar banderitas en el presente, que es lo que viene a ser el pensar en el ahora y en conceptos como último, en fin, típica reflexión mañanera de café que disipa calor en busca de la tolerabilidad y de rumor de tráfico de fondo, mi oleaje privado de alma de secano.

Y los dos últimos regalos han sido preciosos y me hacen dar saltitos, hacer cabriolas y en fin, toda esa clase de bobadas que alguien hace cuando no lo diré no lo diré no lo diré y le pasan cosas como que mañana tras mañana se descubre (esto que sigue es una definición) amaneciendo siempre con la nariz enterrada en ese preciso lugar de la almohada donde la cabeza de la muchacha descansaba mientras ella recolectaba sus sueños sanguinarios y psicópatas, y con la sonrisa del lobo que sueña con escaparates de carnicerías.

El primero, una absoluta sorpresa, fue el disco del que sale la canción que ilumina y acompaña este post. Para un elitista musical militante como yo, hay algo infinitamente delicioso en escucharla y pensar que he sido la primera persona a este lado del Atlántico en escucharla; La canción es de Incandesce, el disco de John Berzanske, amigo mío de cierto foro y ya de siglos, como quien dice, un músico genial y desconocidísimo que ha tenido la infinita puntería de mandarme su disco y hacer que llegue a mi buzón, a través de los cielos y sobre los océanos, el mismísimo día de mi cumpleaños, con el mérito añadido de que el muchacho no tenía ni idea de cuándo era mi cumpleaños. Lo escucho y ronroneo. Bellísima portada, inmenso John.

El segundo, un absoluto primor, es un librito adorable y minúsculo como un planeta en minuatura de hojas desiguales y geniales, en las que pone cosas como

El viaje fabuloso
imóvil en el vértigo
(tu pelo tus orejas)

el viaje lancinante
las hélices del salto
el fragor del que cae
(tu nuca tu garganta)

el ancla remontando con sus algas tu limo
la bocina en la niebla
(tu espalda tu cintura)


Yo sacudo la cabeza y me salpico de café, asiento cerrando los ojos, y pienso que claro, que es normal, que en lo incomprensible siempre están las mejores explicaciones (única defensa del ignorante respecto a la poesía si uno quiere mantener el equilibrio y no llevarse el impacto de lleno entre los ojos, supongo) y que los 32 años, por ahora, van estupendamente.

Así que jóvenes: no temáis a esta edad. Por ahora, por lo visto, es un gran número. Aunque sea tan par y tan poco primo.

Y me voy, que llego tarde a la secta.

17.12.07

y la verdad os hará libres...



...al menos para chismorrear con algo de conocimiento de causa.

Hoy, entre otras cosas, como trabajar, lo cuál ha incuido buscar muchas palabras insultantes que empezasen por zeta (Satán nos pide cosas misteriosas) he estado indagando en los múltiples significados del verbo conocer, que los tiene a patadas; según la RAE, y no pongo link porque hacer click en él sería hacerte leer doble, significa averiguar por el ejercicio de las facultades intelectuales la naturaleza, cualidades y relaciones de las cosas, o entender, advertir, saber, echar de ver, o percibir el objeto como distinto de todo lo que no es él, o tener trato y comunicación con alguien, o experimentar, sentir, o tener relaciones sexuales con alguien, o confesar los delitos o pecados, o mostrar agradecimiento, o entender en un asunto con facultad legítima para ello, o juzgarse justamente. Y siendo más o menos imaginativo con cada definición, excepto tal vez con la última (que no veo cómo cogerla de forma que resulte compatible con la baja estima que, a pesar de lo que aparento en este blog, me tengo a mí mismo), puedo decir, entendiendo la palabra como te de la gana entenderla, que he conocido a una muchacha.

Estos últimos días, entre otras cosas, he estado dedicándome a conciencia a completar la lista de posibles significados como quien rellena un cartoncillo del bingo y en fin, que si no Bingo, porque ya digo que alguna definición es, aceptémoslo, rara de narices, ha dado para gritar ¡línea! un porrón de veces, y hasta me ha sobrado tiempo para realizar algunos experimentos como el comprobar, vigilante hasta donde el sueño me permitía, que la muchacha en cuestión no se convertía en algún bicho siniestro cuando bebía pasada la medianoche (ah, los Gremlins. Hay que ser precavidos) o se transformaba en una señorita verdosa de dientes afilados y risita histérica y desconcertante (no sea que Conan el Bárbaro y yo fuésemos a compartir más cosas aparte de los bíceps). Y no. Podría parecer desilusionante, porque cualquiera de esas dos cosas u otras sorprendentes transformaciones que pudiesen haberse dado fuera de catálogo habrían sido un manantial inagotable de batallitas para contar entre copa y copa por los siglos de los siglos, pero la verdad es que la imagen que compone la muchacha cuando amanece y la primera luz gris de un sábado le pinta el pelo de plata borra por sí sola el deseo de encontrarse con licantropías nocturnas. Uno mira, así tan de cerca, con tanto cuidado, y se descubre pensando ay virgencita, que se quede como está.

A la muchacha le gustan las frases como esa, esas referencias religiosas que supongo que en labios de un ateo recalcitrante (no sé si he escrito bien esa palabra. Pese a quererla con pasión, creo que es la primera vez en mi vida que la uso. Debía estar reservándose para una ocasión así, supongo) quedan un tanto pintorescas. Ya se estuvo riendo un buen rato, ya, de mi "madre del amor hermoso", y de mi historia de cómo nunca llamé puta a la Virgen. Que no es que tenga que ver, en rigor, con las citas bíblicas, pero qué más da.

Y a la muchacha le gusta ir durmiéndose poco a poco para, súbitamente y cuando uno empieza a hacer lo propio, volver a la vigilia con un fervor novelesco de lo más tierno para compartir, a voces, el sueño que acababa apenas de comenzar a esbozarse en su linda cabecita soñolienta. Así, he descubierto que la muchacha acostumbra a soñar con asesinatos y mutilaciones, lo cuál le hace sufrir mucho porque luego no sabe qué hacer con los cadáveres.

Yo, cuando me lo contó y se me pasó el susto (no por el sueño, que veo con la estupidez adoradora de quien está en esta situación, claro, sino por la sorpresa del comentario), sonrío y la abrazo y pienso que tenemos que ver juntos Dexter y Snatch: Cerdos y Diamantes, y que así la próxima vez que sueñe silbará, durmiendo o despierta, y yo acudiré raudo y veloz para colaborar en el traslado de los cadáveres, y luego nos iremos juntos a buscar unos cuantos cerdos hambrientos y después al cine, o a tomar un café, o a asistir a una de sus sesiones de patinaje artístico urbano.

Además tiene, que le haya contado por ahora, doce millones de sonrisas distintas, misteriosas y deslumbrantes, y el pelo más bonito del mundo, y cuando dice mi nombre le incluye un montón de íes de propina y sonríe con alguno de sus doce millones de sonrisas. Yo me deshago, naturalmente, y formo en el suelo un charquito ronroneante en el que ella chapotea toda risa y todo juego.

mis regalos de cumpleaños, por ahora

El título de este mensaje era provisional porque el título definitivo de este bello post de hoy no lo puse hasta transcurridas, al menos, 24 horas, por razones que, cuando lo cambié, probablemente resulten evidentes y que, de no serlo, figurarán aquí, aquí, más o menos a esta altura del mensaje o como mucho un poco más abajo, entre un paréntesis, ah, ya me parece estar viéndolas, en fin.

(Porque no le quería dar a los olvidadizos la oportunidad de quedar bien y felicitarme a tiempo, vaya, ja ja)

En cualquier caso me duele, me duele escribir otro mensaje así. Confuso, para nada descriptivo, arcano y sectario. Yo los veo así, aunque por lo visto hay quienes os lo pasáis pipa leyéndolos, por los comentarios del anterior, aunque sospecho que algunos, ay malandrines, os habéis hecho una idea del asunto y no abronco a nadie porque, en fin, qué derecho tendría. En cualquier caso prometo parar pronto. Luego, mismo, mañana, vamos, como le quieras llamar a un rato de unas cuantas horas, entre 10 y 30, digamos, y dedicarme a contar las cosas para quien no tenga ni pajorera idea de qué narices cuento, para que nadie tenga que jugar a las adivinanzas, para que nadie sienta que está metiendo las narices en algo ajeno. Sintiéndolo mucho por los voyeurs y los aficionados a los puzzles, volveré a lo típico, a narrar mi tristísima vida en directo y con todo detalle, enfocando toda mi atención en lo más estúpido, insignificante y absurdo que vean estos ojitos, escuchen mis orejillas y piense mi abotargada cabecita, que excepto hoy tan poco ha dormido estas vacaciones.

En fin: Aquello a lo que alude el título definitivo del mensaje, por revelar o no según qué día sea hoy, consiste en:

#1. La noche del miércoles al jueves, completa. Desde cerca de las 9 de la noche del miércoles hasta la 1 de la tarde del jueves. Hay noches que se estiran, se estiran, y se terminan volviendo en noches invernales más allá del círculo polar, por lo largo, que no por la temperatura, por mucho que a uno, que para algo es bobo, le de por tiritar muchísimo, últimamente (ayudado, todo hay que decirlo, por esta climatología nuestra, que al fin y al cabo falta ná p'al invierno).

#2. El dibujo que pintó la luz del amanecer del sábado, en exclusiva para mis ojos, tan ávidos, tan descreídos y tan tantas cosas.

#3. Un comentario, un ratito antes, que cruzó la tierra de nadie de la oscuridad cuando nadie lo esperaba (nadie significa yo, claro).

#4. Unas palabras que leí la noche del sábado al domingo. Con su doble efecto, primero el de unas lágrimas tiernas que me salieron así por las buenas, arruinando mi reputación de machote ante el mundo, porque estaba yo solo pero aquí estoy contándolo, que ya hay que ser, y (como segundo efecto) el aleteo de la mariposa que causará el huracán que será un abrazo que tengo guardado a la espera de poder desencadenarlo.

#5. Unas zapatillas que hacen ruido cuando camino. Lo mejor de las botas, en zapatilla, algo genial.

#6. Los tres últimos capítulos de la 2ª temporada de Dexter, que voy a empezar a ver en cuanto envíe esto y que van a hacer de esta noche otro intento de suicidio dulce.

#7. Dos camisas de esas insultantes. Se pueden usar con corbata, pero no son camisas que uno esperaría ver bajo una corbata. Algo estupendísimo.

#8. El cine. Salimos de casa con la idea de ver algo fácil y olvidable y vimos La Batalla de Hadiza, que deja un mal cuerpo considerable, pero es Cine, y hacía siglos que no veía una película en una sala oscura y silenciosa llena de respiraciones contenidas y era algo que echaba muchísimo de menos.

#9. El futuro. Ah la estupidez, ah el optimismo. Tengo que ponerlo en esta lista, aunque ahora mismo el futuro se vea, desde aquí, como si viniese envuelto en una cajita forrada de papel brillante y atada con un lacito dorado.

#10. La gente. La gente que veo, la gente que me rodea, la gente que conozco y la que voy conociendo. La gente que día a día me sorprende y me hace sentir tan injústamente tratado, para bien, por ese destino torpe y azaroso que marcan las leyes de la física tan divertidas ellas. La gente que se acerca, la gente que presenta su catálogo de sonrisas y miradas, la gente que deja de ser gente para ser una persona, esa persona, y tras, en un momento uno se descubre una banderita preciosa clavada en el corazón, que no sólo no sufre el golpe sino que bombea con una alegría inmensa, y hace redobles, y compone ritmos progresivos, claro, y que si no da cabriolas es porque lo sujetan las venas y las arterias, que si no, uy.

Y lo dejo ya, que tengo tres capítulos de Dexter esperando.

15.12.07

serie de pestañeos


La vida, una serie de pestañeos.

La cortamos así, pestañeo, escena, pestañeo, escena, y ni notamos los pestañeos.

Pobres pestañeos.

Aunque a veces...

Un pestañeo, una herida.

Perdón, perdón.

Otro pestañeo, cosquillas.

Pues entonces, más pestañeos.

Y trampas. ¡Qué bonita mi bandera!

Madrid: Pista de patinaje artístico.

Madrid: Lugar de rescates, de bellos recuerdos. Donde me denunciaron por amenazas: precisamente.

Misterios, misterios. Qué cosas pasan, cómo tú por aquí, qué gracioso cambio de contexto.

(Y no es que "gracioso" sea la palabra, porque es gracioso pero también demasiadas cosas más como para ponerse a e, nu, me, rar, las).

La intuición, puta desertora, traidora infiel, escondida debajo de la cama.

...sin hacer. Que no que no, que estirar no es lo mismo que hacer.

Dormir, excusa para soñar.

Soñar rápido para despertar y contar qué se acaba de soñar.

El imperio de lo onírico, narrado casi en directo.

Así, una cafetera que se llenaba de agua.

Así, una serie de asesinatos en serie. Inconfesable, sí.

Pero no más que ese otro sueño mío.

Veo demasiado Dexter, supongo.

¿Y qué hay de las ventanas?

Las ventanas, instrumentos cada vez más arcanos que no dan al otro lado de la pared. Dan a otro tiempo y a otros lugares. Y cuando le da a uno por levantar una persiana, ras, el nuevo tiempo se abate sobre el cuarto que distraído iba tan feliz de la vida por su tiempo y con sus cosas.

Qué más, qué más...

El misterio, ah, el misterio. ¿Qué significan, en quienes no conocemos -porque no conocemos a tanta gente- esas sonrisas, esas miradas?

El catálogo de sonrisas de misteriosos significados. De miradas intrigantes. Ochocientas de cada, y aún contando.

La intuición, traidora de mierda, guarda silencio debajo de la cama, claro.

Observador al acecho, cazamariposas en ristre y casco de explorador. Ese que tenía un nombre que, una vez, recordé, y me valió un quesito de trivial.

Acecho, acecho. Azecho. Debería llevar zeta, esa palabra. Definitivamente: Azecho.

En fin.

Siempre nos quedará el empirismo.

13.12.07

12.12.07

la batalla de dexter, o la estupidez de rosa montero

Hace hoy Hernán Casciari la guerra endomediática desde su blog (de El País) cada vez más imprescindible, Espoiler, contra Rosa Montero, que escribió ayer una columna en la contraportada de su periódico (El País, también. Que lo de endomediática tenía su sentido) en la anatemizaba Dexter, que por lo visto van a echar en abierto en Cuatro. Y dice Rosa Montero:

“Rizando el rizo de la venta al por mayor de la violencia, el protagonista es un psicópata encantador, un sádico la mar de simpático que busca la complicidad del espectador. Para endulzar la despampanante orgía de sangre, atrocidades perversas y refinada saña, este agradable asesino en serie sólo mata a los malos, es decir, a aquellos que a su vez son asesinos. Por cierto que no acaba con ellos por hacer justicia, sino porque disfruta haciendo sufrir. Ya digo que es un sádico. No pude terminar de ver ni siquiera un capítulo, así de repugnante es el producto.”

Hay que reconocerle a Rosa Montero su honestidad, al dar su opinión admitiendo no haber terminado de ver un solo capítulo, y su clarividencia, al haber tenido suficiente con un fragmento de uno para construirse la imagen completa sobre esta serie que yo empecé a ver por culpa de Hernán Casciari, que siempre la ha puesto por las nubes, y pese a que después de ver un capítulo entero la serie me dejó bastante frío (pero no teniendo ni los sólidos principios morales ni la clarividencia de Rosa Montero y estando aburrido un día me dije “algo tendrá, si a Hernán le gusta”, seguí con ella). Y anteanoche, en una orgía final de 3 capítulos, terminé la primera temporada, así que esta batalla sobre el bueno (es un decir) de Dexter me pilla con las carnes aún trémulas por el fantástico final de esa primera temporada.

Habla Rosa Montero de cómo la violencia televisiva influye perniciosamente en nuestros niños que, ya se sabe, hacen lo que la tele les manda, y echa pestes sobre la violencia en el cine, tan permitida, tan aplaudida, cagándose en Tarantino y su escena de la oreja en Reservoir Dogs. En definitiva, dice Rosa Montero lo que esa élite intelectual estúpida y bienintencionada dice siempre que algo no le gusta a ellos pero sí a los demás.

Le discute Casciari alegando que lo mismo puede decirse al respecto de Crimen y Castigo de Dostoyevski o Los Crímenes de la Calle Morgue de Edgar Allan Poe. No tiene necesidad de dar argumentos sobre la serie porque, al fin y al cabo, ya opinó sobre ella en su día, calificándola, por cierto, como la mejor serie del 2.006 en lo que a él respecta. Pero como yo no he hablado de Dexter y me ha tocado mucho las narices Rosa Montero, sirva como humilde y anónima réplica esta mi opinión, doble:

Primero sobre ella: Hablar sobre aquello que no conoce es ser un bocazas, y hacerlo con un razonamiento tan absurdo que condena obras maestras del cine, la literatura y ya puestos hasta la pintura (Goya, gore, a la hoguera con él) es simplemente estúpido.

Y luego sobre Dexter: La serie trata sobre un psicópata que trabaja como forense para la policía de Miami. Y no, no es CSI Miami con psicópata en plantilla, porque la serie trata sobre Dexter, sobre la personalidad de un asesino en serie, sobre su incapacidad para sentir, sobre la infinita envidia que le tiene a la gente que es capaz de llorar, o saber qué decir, o emocionarse, o dicho de otra forma, de saberse viva. Dexter sólo siente algo parecido cuando mata, pero su padre, que era un policía bien despierto, intuyó el futuro de su hijo y lo educó en base a un código muy estricto, condicionándolo para que igual que a otros psicópatas les da por las prostitutas, las ancianas o los señores con corbatas a rayas, a él le diese por… otros psicópatas. Además su padre le enseñó a ocultar su rastro, a ser precavido, a ocultar su condición: Lo enseñó, y así, explícitamente, a fingir. Aunque sus actos revelen su naturaleza, bien mirados, y pese a que esos mismos actos, muchas veces, puedan ser los nuestros, y digo esto pensando en la increíble cabecera de la serie, donde con unos geniales planos a quemarropa vemos a Dexter afeitarse, prepararse el desayuno y cumplir sus rutinas matinales, y todo es normal, y a la vez todo es siniestro, morboso y cruel. Lograr eso repitiendo gestos tan cotidianos hace que la misma cabecera ya justifique alabanzas a la serie.

Visto así, Dexter, como asesino, sádico y cruel, que lo es, Dexter es un meta-psicópata. Es un héroe en el sentido en el que un glóbulo blanco es heroico, pues mata a los “malos” porque es su instinto, su necesidad, sin hacer juicios morales: Cuando el sistema condena a un psicópata Dexter no se siente feliz, porque él no sacia sus instintos; él es feliz cuando actúan la falta de pruebas, los errores judiciales, la mala suerte. Dexter no es el héroe clásico ni el bondadoso justiciero. Y crear un personaje así, un protagonista así, es una apuesta audaz y un hallazgo inmenso (que no es suyo, y antihéroes también conocemos a patadas, pero está bordado, en cualquier caso).

Y por otra parte, Dexter es un meta-humano. No es humano como nosotros, pero hace lo mejor por, al menos, parecerlo. Al fingir ser normal, Dexter tiene una vida modelo. Tiene una novia encantadora, que tiene dos hijos que lo adoran. Tiene compañeros de trabajo. Sus problemas le implican (porque tiene que parecer implicarse), y él, un humano sin humanidad, se fuerza a intentar comprenderles, a interactuar con ellos. Lo hace fingiendo, lo hace con todo su empeño, siempre dudando de si lo hace bien, siempre intrigado por cómo lo hacen los demás.

Dexter es una serie sobre un asesino, sí. Un tipo cruel y despiadado que, por suerte, sólo es un peligro para los asesinos. Pero Dexter, en realidad, es una serie sobre lo que significa ser humano, sobre las relaciones con los demás. ¿Nunca te has encontrado en una situación social en la que te sentías absolutamente fuera de lugar, perdida y despistada? Bienvenida, entonces, a la vida de Dexter.

Para rematarlo, es una serie policiaca. La primera temporada consiste en la caza del psicópata más grande de la historia de Miami, el “Ice Truck Killer” (oficialmente, claro. Se olvidan de uno). La trama hizo que en el penúltimo episodio, el lunes de madrugada, me pusiese a aplaudir y a gritar de pura admiración. Dice Rosa Montero que es una mala influencia para los niños. Será porque no es una serie infantil. Dice que promueve la violencia gratuita, y que es escandalosa. Y yo veo que indaga, desde fuera y por tanto con objetividad, sobre los sentimientos, la interacción de las personas, el sentido de nuestra conducta. Dice que no soportó ni un capítulo. Y yo pienso que tras decir tales sandeces, no merecía verlo entero.

las llamadas de números ocultos



Iba a empezar por "vale, tengo un problema" pero mi parte puntillosa se ha arrancado a contar con los dedos y los ha agotado en cuestión de décimas de segundo así que:

Tengo una serie de problemas, mejor así, pero últimamente ando yo muy ilusionado con uno, porque sí, a veces a mí me ilusionan mis problemas. Los padezco, los sufro, pero hay algunos con los que no puedo evitar reírme, a pesar de estar riéndome, en rigor, de mí mismo, y de seguir opinando que aquello de que hay que saber reírse de uno mismo es una de las gilipolleces más grandes jamás dichas. Porque cuando uno se da motivos para la risa lo que debería hacer es dejar de hacer el ridículo, y no regodearse, pero bueno, yo en realidad me río más de las situaciones que de mí, así que: Me Perdono.

El caso es que cuando suena el teléfono de casa, últimamente no lo cojo.

Todo viene de hace unas cuantas semanas. Sonó, y lo cogí, y dije lo que digo yo siempre en estos casos; ¿sí? Y del otro lado un tipo se puso a hablarme en nombre de Tele2. ¿Tenía yo conexión a internet? ¿Estaba interesado en cambiarla? Y, a la que empecé a balbucear su primera excusa, el hombre se arrancó con su oferta, lo cuál le llevó un rato bastante largo. Terminó, le expresé mis dudas porque la línea está a mi nombre pero no soy su único usuario y la democra... y eso le bastó para notarme sensiblero y el tipo me recitó de nuevo su perorata. A mí es que esas cosas me vencen. Me imagino a quien sea en un cuchitril con su teléfono y su sueldo basura y no puedo interrumpirles ni decirles que no. Pero coño, tampoco quería decir que sí, así que le dije que tendría que consultarlo. El tipo me dijo que si quería me llamaba al día siguiente, reforzando mi sentimiento de culpa porque era sábado, y yo, que me iba al pueblo en cuanto colgase el teléfono, dije que perfecto. Soy un cobarde, qué se le va a hacer.

Me fui al pueblo y me sometí a su rutina, y pagándola estaba cuando a la mañana siguiente me sonó el teléfono móvil. Contesté, intentando mi saludo ritual y absolutamente vulgar, el de ¿sí?, pero sólo me salió algo como ¿glrgb?, y el tipo se puso a recordarme quién era y, oh no dios mío, oh sí, naturalmente que sí, a repasarme de nuevo la oferta. Si pudiese hablar, podría haberle hecho los coros. Y tuvo la mala suerte de que por lo visto cuando estoy de resaca, intento dormir, llevo sólo un par de horas en el empeño y no quiero hablar mis sentimientos de culpa no compadecen, así que después de preguntarme para mis adentros cómo coño tenía mi teléfono móvil le mandé a la mierda, colgué y seguí durmiendo.

Que vale, no le mandé a la mierda, le dije "lo he pensado a fondo y lo siento, no me interesa". Pero mi intención era mandarle a la mierda y de pequeño le escuché una vez decir a Torrebruno que lo importante es participar. Le tenía yo de pequeño mucho respeto a Torrebruno y eso que decía se parecía lo suficiente a que la intención es lo que cuenta.

Resultó que el teléfono se lo había dado mi simpático compañero de piso como venganza, cuando le despertó ese tipo el sábado por la mañana preguntando por mí (y probablemente le contó la historia y le soltó un par de veces su mitin).

Y los días siguieron pasando con sus cosas del otoño, hasta que otro viernes sonó otra vez el teléfono, y era una de Gas Natural, o similar, que quería aconsejarme que me cambiase a su compañía. Esta me repitió la oferta como cinco veces porque en cuanto decía algo que no comprendía salía por esas, y por lo visto yo estaba especialmente incomprensible, qué le vamos a hacer, unos tienen otros talentos y a mí me tocó ese. Así que nada, la mujer repetía una y otra vez lo maravillosa que era su oferta y lo burro que sería yo de no gritar ¡sí, quiero! como Julia Roberts al final de su típica película, que no es que haya visto muchas enteras pero imagino que acabarán así, no sé. Y yo, bueno, por lo visto no sé decir que no a los desconocidos por teléfono, pero uno no puede negar su quisquillismo, y le hice notar que, en cualquier caso, era ella, que trabajaba para esa compañía, la que me decía lo gloriosa que sería mi vida de aceptar la oferta de esa compañía, y que era de esperar que los empleados de otras compañías dijesen lo mismo, al menos cuando estuviesen trabajando. Ella, en fin, lo negó. Coincidencias de la vida, se daba el caso de que su oferta era la mejor. Le dije que no es que dudase de su palabra, pero que más valía guardarse las espaldas, que investigaría el tema y ya vería yo, y ella, en fin, ay mi puta empatía, me dijo que si podría llamarme otro día, y yo claro, le dije que sí. ¿Cuándo?, preguntó, y yo me puse a pensar cuándo podría ser que ni yo ni el salvaje rencoroso de mi compañero de piso estuviésemos en casa, y no encontrando fechas seguras le dije que el viernes siguiente. Ella me dio su nombre y un numerito, me hizo prometer que no los olvidaría, cosa que naturalmente hice, colgué por fin y ya no recordaba ni el nombre de pila.

A la semana siguiente, sonó el teléfono, ponía número oculto, y no lo cogí.

Desde entonces ha ido sonando de cuando en cuando, siempre a horas razonables para llamar a alguien a casa. A partir de las siete, incluso después de las ocho. Cómo se nota quién quiere hablar con quien no quiere hablar con él, pensaba yo cada vez, meditando sobre los horarios de esta gente y los de los bancos. Y nunca lo he cogido.

Esta tarde ha sonado el teléfono de nuevo, a las ocho y cuarto. Yo he ido aterrorizado, he visto lo de número oculto y me he encerrado en la habitación. Y de su cuarto ha salido mi compañero de piso, avanzando con su paso firme y despreocupado hacia cualquiera de mis némesis telefónicas, a pesar de que yo he entreabierto la puerta y le he hecho gestos de pánico, de aléjate y de no no no. Pero él me ha mirado con cara de "me está jodiendo la siesta", ha descolgado, ha tenido la desfachatez de usar mi saludo, "¿sí?" y luego ha dicho "No. No. No, lo siento" y ha colgado.

A mí me maravilla esa capacidad de reiterar mi palabra imposible.

Luego se ha dado la vuelta y se ha ido otra vez a su cuarto, mientras por encima del hombro, de una voz, me ha explicado que llamaban preguntando por un tal José Manuel, o algo así.



(edit: Me dicen que no queda claro este mensaje y que si me estoy riendo de los teleoperadores. No era mi intención. Es más, no podría: Mi mejor amiga lo ha sido durante una eternidad y ha tenido que soportar de todo, y por si mi propia imaginación no fuese suficiente para suponerlo, ella me ha contado lo suficiente para saber que la culpa de las llamadas intempestivas y de la insistencia machacona viene de las instrucciones explícitas de la empresa. Sé que no todo el mundo tiene que saber eso y que alguien puede confundir mi tono jocoso y pensar que me estoy riendo de ellos. Así que no está de más aclarar que si de algo intentaba hacer burla en este post es de mi puta incapacidad para comunicarme con la gente en determinadas circunstancias. Así que amable lectora, si vas a meterte con alguien, hazlo con las compañías que les contratan o con quien esto firma. Ellos no tienen la culpa)

10.12.07

la lengua adoptiva

Voy a intentar esquivar la tendencia rencorosa y vengativa y no decir nada del fin de semana, de lo bonita que es la amistad, de la de platos que le deja a uno para fregar y del deporte favorito de muchas de mis amistades, que consiste en hacer piña y meterse conmigo siempre por motivos fabulados (porque si no a ver qué motivos le doy yo al mundo para que me mire mal, ¡por favor!, si soy un encanto). Voy a obviar la ración habitual de todos esos gruñidos y protestas que, ya no engaño a nadie, uso para esconder sin ningún éxito el cariño que le tengo a la gente que me rodea, para decir gracias sin sonar empalagoso, para repartir esos abrazos a los que tan poco propenso soy, que siempre visto de cinismos y regalo como puyas. Y paso sobre todo porque soy un aprendiz de malote y azucar el justo, qué coño, y decir lo obvio siempre me pareció de mala educación.

Y después de esa declaración de intenciones para la galería y de abotonarme la levita del disfraz, hoy voy a responder a una de las preguntas que figuraban en una entrevista apócrifa que me iba a hacer yo a mí mismo. Como se deduce de mi doble protagonismo como entrevistado y entrevistador, el asunto iba a ser algo bastante parecido a una autofelación, con mucha tontería, mucho ronroneo y las habituales gotitas micrométricas de mi etéreo y volatil sentido del humor (no termino de entender por qué diablos al final no te he torturado con ella. ¿De dónde me viene esta extraña clemencia? No sé, no sé; me hago viejo), pero en ella me hacía una pregunta que no era del todo mala, y que me ha hecho más gente alguna que otra vez, que es: Pero vamos a ver, alma de cántaro, siendo toledano ¿por qué coño titulas tus fotos en inglés, David?

La pregunta, por lo general, suele pillarme por sorpresa, así que entre eso y las prisas yo creo que nunca la he contestado de lleno, con tiempo y a conciencia. Así que vamos a ello. Según el formato entrevista, supongo que esto tendrá que ser así:

 

David: Una pregunta que, me consta, te han hecho alguna vez…

David: Qué bien me conoces, ¿eh golfo?

David: Ay si yo te contara, guapetón.

David: Perdona, te he interrumpido, ¿decías?

David: Tranquilo corazón, tú nunca me in…

David: Bueno, a veces sí.

David: Bueno, alg…

David: Casi siempre, de hecho.

David: En cualq…

David: Perdona, te estoy interrumpiendo.

David: No pasa nada, estoy acostumbra…

David: Lo siento, siempre me pasa. Yo es que una vez de pequeño…

 

(en este punto el David entrevistador empuña una cerbatana, dispara un dardo empozoñado con un poderoso sedante al David entrevistado, lo ata a una silla, le hace muecas de burla, se fuma un cigarro, va a mirar el correo, vuelve, le coloca una lámpara de interrogatorio, le despierta con un cubo de agua fría y le hace la maldita pregunta)

Hay una razón, obvia y simple, para titular las fotos en inglés, que es que al principio la gran mayoría de mi público, que por aquel entonces eran como cinco personas, era extranjero y en español sólo saben decir “paelia”, “siesta” y “olé”. Pero hay dos razones más profundas, que tienen que ver entre sí. Por un lado, el inglés no es mi lengua nativa, de la misma forma en que la fotografía no es mi, digamos, arte natural. Eso le ha dado, tanto al inglés como a la fotografía, un aire ausente, un misterio implícito. Igual que no me reconozco cuando hablo en inglés, mis fotos no dejan de serme, en un sentido, ajenas. Siento que estoy menos en ellas, porque mi parte más antigua, más visceral, sigue sin ser consciente de que es ella quien las hace. Y esto es algo fabuloso, porque significa que puedo mirar una foto mía y conseguir, por esa extrañeza, que me guste, cosa que no suele pasarme cuando me leo, en fin. En cualquier caso, titularlas en inglés no deja de ser una forma de llevar esa extrañeza también al nombre, y sin ella la foto siempre será, para mí, algo ligeramente contradictorio, y son las ligeras contradicciones las que siempre he llevado peor. Las cosas a lo grande o de ninguna manera.

Por otro lado, recurrir al inglés no sólo es una forma de separación, sino de reconocimiento a un idioma nuevo, o menos nuevo que mi idioma, y al que cada vez tengo más cariño. Me resulta divertido pensar en inglés. Casi toda la música que escucho, y en ella prácticamente toda la poesía que leo, está en inglés. Y en ese sentido, titular fotos en inglés es apropiarme de una sonoridad, de un gusto en la lengua que este bello idioma nuestro no tiene, porque es diferente, porque ya está en mí. Así, titular algo en inglés supone desubicarlo, para mí, del mundo, lo que en el fondo no deja de ser una forma, torpe e ingenua, de resaltar la extrañeza oculta y olvidada de lo común, de lo rutinario, una extrañeza que muchas veces nos perdemos por despiste, por ignorar la necesidad de un parpadeo y un segundo vistazo en el momento justo.

Y todo esto, ahora que lo pienso, significa que en realidad sí que puedo dar una respuesta corta y exacta la próxima vez que alguien me pregunta que por qué le pongo nombres en inglés a las fotos: Por el puro morbo de la canita al aire.

7.12.07

si yo fuese moto

1. el sueño.

 

Madrid ha amanecido con la niebla adecuada. Yo, además de ser un convencido fanático de las climatologías adversas (adoro lo que la mayoría odia. Adoro la lluvia, torrencial o insinuada, adoro la niebla, adoro, por encima de todas las cosas, las tormentas, y cuanto más cerca mejor), a veces me siento especialmente agradecido con la meteorología, por ejemplo por ese detalle, porque Madrid haya tenido, para mí, el gesto de amanecer envuelta en niebla.

Porque los ruidos son tenues, la luz es amable, y la perspectiva, difuminándose en la bruma, se hace más seductora e insinuante que explícita. Porque anoche hubo fiesta, moderada pero fiesta, y la mañana de hoy, en vez de la de un día laboral, puede ser un episodio más de la última etapa del sueño, y eso se consigue mejor cuando no hay niebla, cuando el sol no cae de plano desde su abismo azul.

Pero no, hoy no. Acabo de ver el sol, una diminuta nebulosa de luz, un algodón brillante encajado en el cielo próximo, gris y doméstico.

Me encanta trabajar en los puentes. Me encanta cruzar la ciudad semidesierta, vacía. Descubrir esos espacios que nunca se ven, anegados por la gente. Caminar por aceras húmedas y amplísimas, escuchando Oceansize, con las manos en los bolsillos. Sentir que el día, el trabajo, es una mera transición de la noche de ayer a la noche de hoy. El día es sólo un suspiro. Me encanta el buen humor de la gente estos días, sin prisa, con una sonrisa constante y tranquila. Entre el descanso de ayer y el descanso de luego, el día de hoy es una pausa para disfrutarlos, con algo de perspectiva, desde la profundidad de un sueño difuso y nada concreto para la que la niebla de hoy es una herramienta imprescindible.

 

2. la pesadilla

 

Y sin embargo incluso en estos días la realidad va y de pronto le suelta a uno una bofetada existencial: Otra vez he visto hoy, aparcada en la puerta del edificio de la secta, esa moto. La moto que sería yo.

La miré por primera vez hace unos días. Verla ya la había visto. Una de esas pequeñas motos, más scooter que otra cosa, rechoncha, blanca, humilde. Estaba ahí, ocupando su espacio, rellenando un volumen, pero dejando que la vista resbalase sobre ella, declinando el protagonismo de cualquier mirada, modesta y tímida. Pero no sé por qué el otro día además de verla la miré, y vi su matrícula. Cuatro números y tres letras, que resultaron ser mis iniciales. Qué curioso, me dije yo, y me pareció gracioso en aquel momento. Pero luego, no sé por qué, terminé dándole vueltas; mis iniciales, esa matrícula, mis iniciales, esa moto, hmmm. Y entonces llegó el tortazo que de vez en cuando recibe uno de parte del mundo para bajarle los humos y para ponerle en su lugar: Si yo fuese una moto me gustaría ser una Hayabusa, como a estas alturas de blog es evidente. Pero, como comprendí cuando por primera vez, además de verla miré a aquella moto, un patito feo, un vehículo del montón, una nada con ruedas, si yo fuese moto, desde luego no sería una Hayabusa.

En fin. Que ya ni fantasías puede uno tener, sin que de alguna manera las cosas se las apañen para desmontarlas de las formas más absurdas.

Me consolaré pensando que si fuese circunstancia meteorológica sería niebla, en fin.

5.12.07

el silbidito

En esta oficina satánica hay un tipo que trabaja a la antigua, es decir, sudando, o que al menos tiene pinta de, llegado el caso, resignarse a sudar. En este imperio de engalanamientos infernales, del que sólo yo hoy me escapo por un compromiso que yo no sé si se va a quedar en desilusión, como de costumbre (pero no me quiero poner fatalista hasta las seis de la tarde, al menos), y que hoy me ha permitido autoautorizarme a saltarme la etiqueta corporativa y venir como me ha dado la real gana (pero sin vaqueros. Mi pequeña contribución a la concordia y la paz mundial) (sin vaqueros pero con pantalones, ojo, que no cunda la euforia entre las señoras), el hombre este, Mario, tipo sonriente, campechano y obsequioso de esos que caen bien incluso antes de conocerles, viste guardapolvo azul y botas de neonazi. O eso creo, porque no tengo muy claro qué es un guardapolvo, en fin, la ignorancia.

Mario está hoy encaramado a una escalera, junto a mi mesa, porque hoy ha surgido un problemilla en el brutal tándem calefacción-aire acondicionado que aquí siempre funciona para compensar con el aire acondicionado los tórridos efluvios infernales que emanan de los múltiples portales al averno, por un lado, y el frío glacial del otoño madrileño que se cuela por las cristaleras, por el otro. Que igual podríamos apagarlo todo y confiar en el balance de fuerzas entre el bien y el mal y todo eso, pero la idea se antoja estúpida por ser mía, sobre todo, y también por sí misma a poco que uno recuerde un fragmento de telediario que no hable de fútbol (si siguen existiendo, que no sé yo).

¿Y cuál era el problemilla? Que una de las rejillas por las que emanan llamaradas o nubes de vapor congelado según toque se ha puesto, de pronto, a emitir un concierto de silbidos, que todo el mundo encuentra molesto excepto yo, que veo graciosísimo y que considero que es la forma que tiene el mundo de violar la prohibición musical de este sitio imponiéndonos un concierto de vientos interpretado por un sistema de calefacción (o refrigeración: Mario filosofa al respecto, sin llegar aún a ninguna conclusión). Hay poderes contra los que ni las sectas satánicas pueden luchar.

Mario, medio cuerpo metido en los recovecos del techo, aparte de filosofar gime, golpea, masculla, retuerce, gruñe y rompe, y el silbido se para y Mario se baja, pliega la escalera, se la coloca bajo el brazo y consigue alejarse seis o siete metros antes de que el silbido vuelva a surgir, alegre y desafinado. Mario vuelve, despliega de nuevo la escalera resignado a su labor de Sísifo y con un destornillador entre los dientes, en plan bucanero tecnológico, y esgrimiendo una llave inglesa del tamaño de mi puño a modo de maza arrastra sus botonas peldaños arriba de nuevo, consolándose con el pensamiento de que mañana es fiesta mientras la gente se tapa los oídos y grita, impreca, maldice y perjura. Yo silbo por lo bajo y golpeo mis pies contra el suelo al ritmo anárquico de la avería, contento de tener algo que escuchar y atentísimo a Mario, no vaya a ser que en una de sus violentas escaramuzas en lo alto de la escalera arregle el silbidito y, escuchando el mío, me arree con la llave inglesa en toda la coronilla, claro.

4.12.07

probando, probando, 1, 2, 3

Efectivamente, esto es una prueba. Si sale mal y se acaba el mundo, pues yo lo siento mucho, no era mi intención (entre otras cosas porque ignoro si tengo ese poder y qué haría con él si lo tuviese: Prometo pensarlo para otro día). Así que vamos con el 1, 2, 3, sí, sí, probando:

 

1. ¿Cómo reconocer si una hoja de Excel es mía?

 

Si en celdas en las que debería haber nada

a) pone cosas como "OJO QUE FALTAN LAS PU… DIGO LAS RUTAS!!!",

b)incluyen complicadísimas celdas con objeto de calcular lo incalculable como la forma de llegar todos los días a la oficina a las 10 y yéndome a las 5 puedo cumplir las 40 horas,

c) tienen un tamaño máximo de letra del 8,

d) tödäs läs vöcälës äpärëcën cön dïërësïs,

e) incluyen celdas con mensajes de aliento o aproximaciones iteradas de Pi, ese número últimamente tan simpático y/o

f) tiene centenares de formulitas para ver si el número de la lotería de la empresa es primo (que no lo es: 50.809 = 149 x 31 x 11)

...entonces la hoja es mía más allá de toda duda razonable.

 

2. Que sí, que sí. Es que estoy probando, literalmente, si puedo seguir escurriendome cual anguila a través del entramado de las prohibiciones laborales. ¡No entrarás a ningún sitio interesante de Internet, uuuh! ¡Estarás alejado de tu correo, uuuh! Y vale vale, lo que ellos digan, pero leo más blogs que nunca y aquí estoy, echando horas pero escribiendo, lo cuál hace el asunto de las horas mucho más grato. Aunque también hay cosas gratas en el trabajo. Gratas, trabajo, qué de erres en la sregunda prosición de las pralabras, croño. Pero sí, decía, hay cosas bellas en esta mi labor. ¿Como por ejemplo cuál?, me preguntarás. Como por ejemplo:

 

3. ¡Qué bonito, en mi trabajo medimos el amor! Tenemos un buen montón de indicadores estadísticos llamados cosas como "Amor Apli Tot", "Amor Consul", "Amor Equi Tot" y "Amor Sis Tot" (hay más, pero no quisiera ser cansino).

Es bonito, porque aunque sea una secta satánica, dedicada obviamente a registrar y en lo posible reducir el valor de esos indicadores, que los midan significa que aún queda algo de amor en algún rinconcillo de este divertido mundo.

Es un consuelo, es un consuelo. Yo pensaba que ya no.

la decadencia

Día 3, y yo sin abono transporte; con tanta tarea el fin de semana en lo último que piensa uno es en los tornos del metro. Tornos, palabra prohibida, por la rima, claro. Tornografía, je je je.

Total, que amanece el lunes, y yo no soy yo: yo soy mi propio bostezo. Descomunal. Descoyuntado, casi. Confuso, también; he tenido que escupir a unos cuantos usuarios del transporte público y a dos repartidores de periódicos que me han confundido con una nueva boca de metro. Y plantarme en la cola de delante de la cajera y esperar mi turno para, por fin, pedirle mi abono transporte. Para ello tienes que darle la tarjetita, y la mía se cae a trozos. Esa suele ser una expresión figurada pero, bueno, en este caso es absolutamente literal. Y la cajera la ha cogido con algo de grima, algo de ternura y una cierta admiración, porque a pesar de ser un colgajo doblado y retorcido aún no se disgregue con sólo mirarlo, y luego me ha mirado a mí.

-Está un poco deteriorado esto, ¿no?-me ha dicho. Yo sólo he podido sonreír y asentir. Y como soy idiota y me encanta dar explicaciones que nadie pide, responderle

-Es que me gusta mucho la decadencia.

Y luego bajar camino del andén, inmerso en la música y pensando que, en efecto, es así. Que por eso tardo meses en llevar el ordenador a arreglar, y en recoger esta mesa en la que tengo que escarbar para llegar al teclado. Que por eso no me gusta peinarme, ni me importa tanto (qué remedio, también, sin dinero) que el objetivo de mi bendita Nikon se haya jodido, y adoraba las fachadas medio ruinosas de los edificios de Budapest. Que por eso adoro los grupos que ya no existen, o esos que nunca nadie conocerá, que nunca llegarán a nada.

Soy un tipo decadente, orgulloso de la decadencia.

Y pensándolo mucho yo creo que por eso yo no puedo creer en la vida eterna. Porque yo quiero decaer, quiero la tanda completa de la decadencia. Desde el ahora, desde el hoy, desde este preciso instante, el filo del presente, hasta el día en el que me broten florecillas, me lloren cuatro cronopios y yo deje de dar la lata.

2.12.07

la modelo

La Modelo, acabo de caer, tiene la mala suerte de compartir designación con la cárcel que en tiempos se alzaba donde ahora está el Cuartel General del Ejército del Aire aquí en Madrid, y que para los fanáticos de las coincidencias, las conexiones que hacen asentir diciendo "cómo no" y los buscadores de las recurrencias de la realidad, estaba construida de acuerdo al modelo del panopticón.

Vamos, que el mundo es un pañuelo y la Modelo la mujer que aceptó mi oferta de empleo y por tres cafés, uno de los cuales encima pagó ella, aceptó posar para mí, muerta de vergüenza la pobre al principio y luego ya simplemente muerta de frío cuando la vergüenza fue anestesiada por la rutina del click-click-click-click de la cámara, mi aburridísima conversación y la evidencia cada vez más patente de que efectivamente yo no soy ningún psicópata ni ningún enfermo mental (conseguí engañarla en esto último, espero) (y conste que exagero. Nerviosismo había, aunque no tantísimo, espero, y fresquito hacía para estar sin ropa, pero frío frío lo que se dice frío espero que no. Aunque quedo pendiente de seguir su estado de salud y de sentirme afligidísimo y autoinfringirme heridas si la pobre mujer se resfría esta semana).

Supongo que para los profesionales del tema esas situaciones deben ser algo para nada surrealista, pero aquí estábamos los dos, virginales totalmente en estas vainas fotográficas, apelando a un instinto que, me duele en el alma darme cuenta, va a servir más para aprender que para hacer las cosas bien. Y me duele especialemente porque, aunque sea evidente que uno tiene que aprender a hacer las cosas y que nadie puede esperar tener la suerte o la inmensa fortuna de bordar las cosas a la primera, la Modelo, tengo clarísimo desde ayer, no merece menos que la perfección, si uno la quiere hacer justicia.

De cualquier manera, hicimos nuestra sesión fotográfica, y luego nos pusimos a hablar. Otra cosa que habla fatal de mis cualidades como fotógrafo era que, durante la semana, me había pasado horas y horas muerto de ganas de que llegase el día de ayer no ya por cumplir un sueño y experimentar con algo nuevo sino por conocer a la mujer que un día tuvo la inmensa valentía y los santos cojones de decir "vale, yo me apunto", y de dar los argumentos que dio. Uno de esos argumentos era que la idea le apetecía y que el hecho de que fuésemos dos absolutos desconocidos lo hacía más fácil, porque al fin y al cabo la vergüenza, ante desconocidos, puede ser más llevadera que la vergüenza ante quienes tenemos cerca. Eso, claro, planteó un problema a la hora de establecer el contacto necesario para ponernos de acuerdo en el sitio, la hora y la logística, porque al fin y al cabo quien más y quien menos tiene su lado cronopio y se muere de curiosidad y de ganas de saber, pero satisfacer esa necesidad podía abolir ese desconocimiento que hacía todo el negocio posible, así que pasamos los días, hasta ayer, evitando, con un rango de fortuna que iba de poca a muy poca, conocernos gran cosa, pero que de todas formas consiguió que ayer los dos estuviésemos muertos de curiosidad respecto al otro.

Y así pasó que el día se convirtió en una sesión de desnucedes en toda su extensión, que al final fue bastante, y que cuando terminaron las literales empezaron las contadas, y la Modelo me contó la parte de su vida que un día y mis interrupciones para excusar mis habilidades culinarias o darle la lata con Porcupine Tree le dejaron contar, confirmando así la raíz de toda esa impaciencia, la impaciencia de los días previos y la necesidad, mientras la esperaba aparecer, de fumar los cigarros de quince en quince (incluso, a día de hoy, estoy pensando en aprovechar la saturación y dejarlo, en fin).

Así que recapitulando y mirando atrás, yo pedí una mujer que se desnudase delante de mi cámara, y ha aparecido en mi vida una mujer valiente (y, todo hay que decirlo, tremendísima) que además tuvo la gentileza de decirme que le gustó lo que preparé de comer, de emocionarse escuchando Porcupine Tree, de pasear conmigo por Madrid convirtiéndome en un turista mareado, de tomarse una copita conmigo (soportando mis constantes esfuerzos por desatarle la vergüenza, pero qué voy a hacer yo si alguien tiene una forma tan genial de enterrar la cabeza sobre el brazo acodado en la barra) y de certificar, los dos a coro, el nacimiento de una amistad cuyas circunstancias de origen, por su surrealismo y por todo, promete ser una de esas cosas que hacen de este valle de espinas (como las que, no recuerdo por qué, la Nikon y yo tuvimos que certificar que no tenía) al que llamamos vida se recorra con una sonrisa XXL y con estos saltitos estupidos que le hace a uno dar el contento (que, además de lo obvio, dice la RAE, que a veces se lo curra para adaptarse a la vida de uno como un guante genial, significa "agasajo o regalo con que se satisfacen los deseos de alguien").
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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.