30.11.07

el trabajo

El trabajo. Bueno, sí. Creo que es hora ya de que lo cuente; resulta que al final no trabajo para una asociación de aseguradoras, sino para una secta satánica. Culpa mía, por confundir una empresa con otra y mandar el currículum en una dirección pensando que navegaba en otra sobre sus olitas de bits, con sus encrespados unos y sus ceros adolecidos de obesidad discreta, los pobres, y culpa mía por hablar así como con una patata en la boca y haber dicho, en aquella ocasión, por mi teléfono moribundo:

-Ah, sí, claro que me acuerdo, os mandé un currículum sois, eh, uh, los de la azgngf.

A lo que la amable señorita, en un esfuerzo que se agradece por no pensar que mis nociones en esta nuestra lengua son aún más patéticas de lo que ya de por sí son, entendió:

-Ah, sí, claro que me acuerdo, os mandé un currículum sois, eh. uh, los de la secta.

Ya veía yo algo raro eso de la iluminación con antorchas o aquello otro de que todo el mundo se llevase tan bien y se saludase diciendo "hola Pablo, ¡Salve a la Bestia, Devoradora de Mundos!", haciendo ese escorzo tan gracioso con cintura y brazos.

Así que aquí me tienes, delante de mi ordenador, con mi collar de uñas y orejas, y mi tocado de plumas de cuervo que distinguen mi rango y cargo. Mi rango y cargo, lo que ellos buscaban en la entrevista, supuestamente es el de deidad maléfica de una isla preciosa al sur del Caribe (ya me extrañaba a mí que nadie fuese tan gañán de colocar su base de datos en mis torpes y juguetonas zarpas. Y lo de la isla no es tan genial ocmo suena, tiene dos nonagenarios adictos al julepe como únicos habitantes). Pero como no tengo experiencia ahora estoy como semideidad en prácticas, aquí en Madrid. Ensayo, día a día, mis nuevas maldades. Como perder tiempo escribiendo esto a escondidas y disimulando mucho, lo que, si me has visto teclear, sabrás que es complicado, porque se nota a quinientos metros, por el estruendo del teclado, cuándo estoy trabajando y cuándo estoy divirtiéndome apisonando teclas, o como ralentizar o incluso paralizar los ordenadores de los compañeros que intentan acceder a la base de datos para consultar cuántas almas han corrompido o el estado del proyecto de apertura de alguna que otra puerta al infierno, como la que hay a la entrada de cierto bar que conocemos, y que explica tantas cosas.

Y así paso los días. Con ese trajín de ¡hola, Jose Luis, Salve a la Bestia, Devoradora de Mundos!, ¡buenos días, Marcial, Salve a la Bestia, Devoradora de Mundos!, ¡hola Esme, etc etc! Acostumbrándome a los detalles de cada casa, como que en vez de darnos tacos de post-it nos den tazas de sangre para que escribamos nuestros mensajes, o que el cuarto de baño apeste a azufre, o a haber firmado la cláusula de confidencialidad en sánscrito, con una pluma de medio metro y sobre un pergamino de piel humana, o que en vez de llamar al timbre, cuando uno aún no conoce el pase de manos que franquea la puerta orlada de calaveras, uno tenga que empuñar un látigo y azotar a una monja que tenemos encadenada en la entrada para que alerte con sus alaridos a la buena de Rebeca, que vendrá corriendo y sonriente a abrir la puerta y a decir "¡hola David, Salve a la Bestia, Devoradora de Mundos!"

Por lo demás, los satánicos son venerables personitas achacosas y protestonas a los que da gusto oír refunfuñar felices a la hora de comer, con sus vasitos de vino con gaseosa cayendo a docenas y la complicidad y simpatías de absolutamente todos los camareros que se nos acercan, agradecidos de que un día, a cambio de sus almas, les arreglasen el arrimarse a aquella muchacha pizpireta de su pueblo que, hace mil años, les robó el corazón entre una sevillana y un pasodoble.

Y hay tres chicas guapas.

29.11.07

little green women

Caminaba yo hacia el trabajo, como todas las mañanas; ojos legañosos... bostezos como para tragarse uno el cigarro, el transeúnte más cercano y el kiosko de la esquina... una canción adorable que iba a ser demasiado larga para lo que quedaba de paseo... Caminaba yo como siempre, niano niano. Paso de cebra, verde. Niano niano niano. Parada del autobús. Niano niano. Paso de cebra, semáforo con monigotito rojo, stop pie derecho, stop pie izquierdo, manos en los bolsillos y vista feliz en el tráfico; ñiauuun, ñiauuun. No me importa esperar en los semáforos, tiempo extra para el cigarro, para la canción y para mí, y el clásico "anda mira, coño, un A3, qué bonito". Estupendo. Y ahí estaba yo, feliz y bostezante, cuando dos señoras han comenzado a cruzar con pasos brownianos, y mirada errática, huidiza y husmeante pero, a la vez, con la cabeza muy alta y las manos extendidas, como quien camina de noche por habitaciones de mobiliario ignoto o busca platillos volantes en una huerta y no quiere llevarse una tomatera por delante, digamos, entretenidísimo pasatiempo para los forofos de Expediente X en una noche de verano. Yo no sé si buscaban un taxi, un atropello o ambas cosas, caminando así por la calzada con el monigotito rojo en su trono regocijándose en los niauuuns y relamiéndose a la espera de un sacrificio de sangre, o si tal vez ellas mismas acababan de salir de un ovni y recorrían Madrid como Gurb tuvo que hacerlo nada más aterrizar en Barcelona. Pero no he podido evitar mirarlas con la nariz arrugada y las cejas arqueadas, como miro a la gente que no entiendo cuando no ven que les miro, y sentir esa desilusión dolorosísima y frustrada, es decir infantil, de no ver aparecer o desaparecer, revoloteante y esquivo, un platillo espacial. Así podría estar ahí parado en mi semáforo, apurando el cigarro y la canción y pensar "anda mira, coño, un ovni, qué bonito", para disgusto y celos de los audis.



(y respecto al mundo de fuera de mi burbujita de egocentrismo, dice Alcaraz que qué vergüenza pensar que hoy tanto ETA como el Gobierno se relamen viéndole declarar por calumnias. Corrijo a ese prohombre para incluirme en la lista y para comentar lo estúpido de su razonamiento; Ni los enemigos de mis enemigos tienen por qué ser mis amigos, ni compartir alegrías asemeja a nadie. Y si no qué sugeriría él, ¿prohibir el Atletic de Bilbao, que da alegrías a tantos vascos de los que seguramente alguno sea etarra? Qué hombrecillo, que asquito).

27.11.07

yo: un gordo aburrido




Y mis ojos hicieron chiribitas, y pensé que la cosa iba viento en popa, porque ella me tocaba la espalda, con suavidad pero con firmeza en un amago de masaje que me dejó esa sed turbia y húmeda del que hace cuentas pensando cuánto hace que una mujer le tocó siquiera así (y no es ya que no tenga dedos suficientes, es que casi le sale uno cercano al cardinal del continuo), dulcemente pero con rigor profesional, disculpándose por sus manos frías que no estaban frías... y ahora ella va por ahí diciendo que soy un gordo aburrido.

En otras palabras, me ha llegado el resultado de los análisis aquellos del vasito de pis. Y dicen que soy un soberano coñazo sin ninguna enfermedad que divertir y servir de pasatiempo a La Medicina, y que estoy 2'8 kilos por encima de mi peso. "Obesidad discreta", sentencia. Bueno, eso y que fumo demasiado, por lo que me recomiendan que no fume absolutamente nada. ¡Si llego a ser sincero con respecto a lo que fumo (y conste que no lo fui para congraciarme con la doctorcilla guapa) les veo preparando un transplante de pulmón!

Obesidad discreta. ¿Y mi bello interior? ¿Y mi maravillosa personalidad? ¿Y la luz con la que se ilumina mi sonrisa torcida y asustada? Obesidad discreta. Será superficial la tía.

(la foto la pongo por publicitarla y en modo reivindicativo, que me están acusando de plagio).

(y la canción, del calvo genial, ala. Porque aquí, a diferencia de en los templos de la medicina moderna, no somos nada superficiales, ja ja).

25.11.07

humo


Primero, el parte de bajas, que no de pajas, que es estrictamente confidencial (como todo, por otra parte, y como nada, por todas las partes, pero hoy tengo el día simpático. Es un decir. Es por decir algo).

1. el parte de bajas.

Es domingo, y toca llamar al primer oficial y pedirle la factura del carnicero, que decía Jack Aubrey. Y es devastadora. Yo paso la tarde entrando y saliendo del baño (lo que, desde mi estúpido optimismo, no es algo demasiado molesto, porque estoy avanzando cantidad en la lectura del libro de turno). Mi flamante nuevo compi de piso tiene un dolor de cabeza que no se tiene, y está más muerto que vivo (sobre todo, cuenta, en el WoW, donde por lo visto un ogro enormísimo se ha cepillado a su alterego que, cómo no, es una elfa tetuda). Mi flamante agente anda también malísima. Víctimas, una vez más, del garrafón y del coste de la noche en Madrid. Ese precio que pagamos, como si el de las propias copas, o sucedaneos venenosos de, no fuese ya suficiente.

Y claro, lo peor es que esto, encima, sucede en domingo, día siempre maldito, y le jode a uno los planes y los proyectos. Planes y proyectos que, en cualquier caso, ya venían descarrilando, si uno rebobina y se pone a buscar detalles y a pensar un rato, pero en fin, este estúpido optimista es muy tolerante a priori con las nefastas señales del destino. Aunque al día siguiente, que en este caso es hoy, se rinde, y le deja sitio a mi lado agorero, ese que es capaz de ver en el empate del Madrid de ayer profecías apocalípticas.

Pero bueno. Uno se va conociendo y aprende a no escucharse, también para lo malo, o para lo malo, porque para lo bueno lo mejor es no escucharme nunca, por eso del estúpido optimismo, que luego pasa lo que pasa, y todo se queda en humo. Cruza uno el desierto, rumbo a oasis míticos, y cuando llega son humo, reverberación de sol inmenso en la arena abrasada. Cabalga uno por selvas infestadas de mosquitos, cocido dentro de su armadura de conquistador rumbo a El Dorado, y cuando llega, igual, no encuentra otra cosa más que humo.

2. ciñéndonos al humo.

Pero en cualquier caso yo este fin de semana, haciendo balance general, le estoy muy agradecido al humo, porque también se ha quedado en humo otra profecía, menos arbitraria que las que se me ocurren en relación a que si a Casillas le meten goles más goles de los que marca Robinho o no. Una profecía que tampoco voy a contar, no porque sea estrictamente confidencial sino porque es demasiado personal y demasiado afilada para dejarla aquí sin hacer pedazos aquello en lo que se apoye. Y así, entre lo uno y lo otro, me está quedando un post de lo más vacuo, lo que no deja de tener bastante sentido en este fin de semana de humo, y lo que me incapacita para dar alguna razón concreta para decirte que cojas una copa (pero no de garrafón, por dios, más no) y la levantes y brindes conmigo por el humo, por lo malo que al final también fue humo. Y no pudiendo dar pruebas, ni razones, ni detalles, no tengo nada a lo que apelar salvo la fe en mí, esa que nadie tiene excepto la gente estúpidamente optimista que, aprendices de cronopios, se frotan de vez en cuando con palabras alegres ignorando a conciencia las señales del destino, las pruebas de lo evidente y los marcadores deportivos.

¡Por el humo! Que a veces está bien que haya cosas que uno pueda conjurar mediante un enérgico soplido. Por el humo.

22.11.07

sieg heil su puta madre

Mi consigna del 20N, tarde, claro, es esta: A cada cuál según sus necesidades y de cada cuál según sus posibilidades. Ala. Si toda esa gente cree que por una cuestión de periodicidad puede salir a la calle a hacer el imbécil delante de la tumba de un dictador felizmente muerto y soltar toda su ideología de carcoma y paredón, pues yo suelto la mía. Cómo son las erratas tipográficas, había escrito Moa, con minúscula y con tilde pero Moa, je, je.

En fin. Como de costumbre a la realidad le importa un pito que uno ande ocupadísimo con sus cosas, que si La Planificación Artística, que si la literatura, y van pasando cosas y uno no suelta ni mu al respecto porque, bloguito mío dime quién es el más guapo del reino (y dirás lo que yo te escriba, naturalmente), internet es lo que tiene, que se llega a todas partes y por lo general lo usamos para llegarnos al ombligo en modo de pantalla completa.

Ombligo, ombligo. Ombligo. Qué palabra más curiosa, ombligo. No le hace justicia a lo que representa, definitivamente. El ombligo se merece por lo menos una esdrújula para ser nominado. Y nominar, pobre verbo, la de mierda que le ha caído por culpa de los realitichous. En fin, fuera, disquisiciones, fuera, endoparanoia, que hoy venía a hablar de necropolítica, coño.

Claro que, la palabra coño... en fin.

Sin coñas, entre el fin de la frase anterior me he ido a darme una ducha. Pero es que iba siendo hora, también, eh.

Hoy he quedado con dos amigas. Había quedado con una para que fuese mis ojos para comprar ropa de caricatura (camisas de vestir, corbatas, esa basura. Sí. Al final, corbata. En fin, me resigno a mi destino y me consuelo pensando que a medio plazo, diáfano como buen sueño, hay ya un Plan B), pero se nos ha acoplado la otra y entre eso y mi innata pereza para las tiendas hemos terminado yéndonos a tomar un café, y con eso y con la innata habilidad de una de las amigas por el vicio y la depravación hemos terminado de cañas. Y contaba mi buena amiga, que es muy antifacha, que en su curro son muy fachas, y lo pasa fatal. Gente capaz de decir que lo del chaval que mataron hace dos semanas pues bueno, no era tanto problema porque al fin y al cabo era un rojo. Gente capaz de enseñar con orgullo a la oficina sus fotos vestido de falangista, en fechas como estas, en el Cerro de los Caídos, que tiene guasa el nombre, porque más bien es el Cerro de los Ladridos, y al fin y al cabo hasta rima. Y contaba que ella, en esos momentos, se pone furiosa y no responde. Lo que tiene su mérito, porque para callar la voz de mi amiga uno tiene que ser muy, pero que muy capullo y muy, pero que muy desagradable (piensa que, al fin y al cabo, conmigo no se calla: cómo tendrá el listón de bajo). Yo le contestaba que tengo muy claro qué respondería en un momento así. A bote pronto y a quemarropa, probablemente algo como "pues yo me cago en tu puta madre", para luego, cuando me mirase, vidrioso y procesando aún, decir "perdón, como todos nos estamos poniendo sinceros e insultantes, me tocaba a mí".

Mis amigas, que son unas optimistas porque opinan que la inmensa mayoría de la gente está a favor de la Ley de la Memoria Histórica y, de hecho, estarían a favor de una Ley en serio al respecto, dicen que es imposible discutir de según qué cosas con nadie, aunque, irónicamente, son mis amigas, también, optimistas, porque opinan también que hablando y dialogando se puede sacar algo en claro con la gente. Pese a que yo no me canso de repetirles a mis amigas que el PP nos gobernó ocho años, que vale Vero, se admite que los primeros fueron porque la izquierda, hastiada de las corruptelas y la decadencia del PSOE, votase de castigo... pero sigo sin entender, entonces, por qué las segundas se las llevaron con mayoría absoluta y por que iban camino de ganar las terceras hasta que aquellos moros instigados por Polanco decidieron atentar contra el partido de Aznar volando nuestros (en el sentido popular (y popular, en el sentido literal, no en el cachondeístico del PP)) trenes en el sur de Madrid, y por qué tanta gente les vota llueva, nieve, nos metamos en los negocios petroleros de EEUU como botijeros por unos cuantos petrodólares, que vienen muy bien, y la sangre pues se lava y tan panchos.

El caso es que una de estas amigas fue el sábado a la concentración antifascista que hubo aquí, en Madrid, porque de hecho en Madrid, este sábado, hubo una concentración antifascistas, cosa que poca gente sabe porque, y ojo a esto que es importante, todos los medios estaban ocupados hablando de la de Barcelona, que como siempre es una ciudad con mucho más encanto tuvo la decencia, para con los periodistas, de tener disturbios que sacar en el telediario dominical de sobremesa. Pero sí, hubo una manifestación a la que la gente fue acojonadísima, porque acababa de pasar lo del chaval este y porque eran vísperas, como quien dice, del 20N, pero la gente que fue se comió su miedo y fue, acojonada, porque no quieren fascismo en este país, lo cuál a mí me hace hasta recuperar un cierto optimismo humano, y mira que yo con estas cosas soy muy cabezón.

Y sí, es importante que nadie hablase de Madrid, y curioso, porque la manifestación del sábado de Madrid, a la que nadie ha hecho mucho caso que se diga, ha sido histórica: Por primera vez desde que tenemos nuestra flamante democracia urbanistico-marrullera en la manifestación de izquierda del aniversario de la muerte de Franco no ha habido palos, ni heridos, ni carreras, ni botellazos, ni arrestos, ni problemas. Lo que le dio igual al portavoz de la policía de Madrid, claro, cuando al día siguiente salió en primera página de la sección madrileña de El País diciendo que todos los antifascistas son violentos. Y yo sin enterarme de que soy un protonazi de signo cambiado, hay que joderse.

Total, que lo hemos estado comentando. Y mis amigas, optimistas como para creer en el diálogo y en que los que se abstienen son gente de izquierda distraída, como si uno no pudiese abstenerse siendo de derechas, decían que hay a pesar de sus convicciones hay gente con la que no vale la pena discutir. Y yo vale, nunca estoy de acuerdo con ellas, las más de las veces por tocar un rato las narices, que ya me conoce todo el mundo, pero no puedo estar más en desacuerdo que con eso. Porque dialogar no, pero hablar, desde luego que lo merecen. Porque si yo pudiese escuchar, en mi oficina, a alguien decir algo así, le soltaría todo aquello en lo que creo, le diría qué opino de la gente de su partido y de su añorado dictador, y luego le compadecería y le pediría perdón porque, lamentablemente, a día de hoy no puede denunciarme a la secreta para que me pegue dos tiros y me entierre en una cuneta.

Y esa, y no otra, es nuestra victoria, no creo, la verdad, que la de una mayoría de gente, porque la estupidez es grande y mucha (caray, hasta yo tengo mi inmenso pedacito), pero sí la que tenemos, la que debemos aprovechar y la que tenemos que ejercer aunque sólo sea en el nombre de todos aquellos que no pudieron o, peor, que murieron por intentarlo.

Y si les jode lo de la memoria histórica, que les den por el culo: Que no hubiesen sido unos hijos de puta, cuando lo fueron, y ahora no tendrían que estar barriéndose la mierda debajo de sus alfombras.

aquí un suicida, o la japonesita de las mallas rojas

(con quince días de incumplimiento y de quedar mal, retomamos el Chisel Project en su versión 2.1)



Hija de la gran puta. Lo pienso y lo digo así, en voz alta, sabiendo que resulto incomprensible, con mi español resentido. Lo digo con saña, con pasión, remarcando la gloriosa jota, poniéndole a la u un acento tan grande como la distancia que hay de aquí a mi casa.

Ella ni caso, claro. Ella se ríe, abre y cierra las piernas y se contempla en el espejo del techo. Qué bonitas piernas vistas desde aquí abajo, recortándose sobre la cama enfundadas en esa malla roja. Malla o lo que coño sea, nunca supe cómo se llamaban ni la mitad de las prendas que se ponen las mujeres. Nosotros tenemos pantalones, camisas, camisetas, jerseys y ya, y ellas tienen cientos de nombres para cientos de prendas. Que si los pantys, que si el top, que si... yo qué sé.

En fin. Nadie me entiende, pero no a todo el mundo le hace gracia mi presencia aquí y los japoneses podrán ser ignorantísimos en la lengua de Cervantes, pero no tontos, así que alguno se imagina que nada bueno he dicho, seguramente ayudado por mi tono sentidísimo, y me pega una patada en los riñones. Yo le deleito con un dolorido "joder", pronunciado también con muchísimo sentimiento, y me retuerzo y escupo un gargajo ensangrentado que mancha el bonito suelo de la bonita habitación, de un mármol pretendidamente basto bastante suave y cortado en inmensos cuadrados, muy cómodo para retorcerse sobre él, la verdad.

Hablan, y claro, yo no les entiendo. Se dedican a jugar con su idioma infernal, a poner énfasis donde a ellos les parece, en acentuar y desacentuar cosas, y la japonesita, sin dejar de jugar con las piernas, les va dando las respuestas cortas y distraídas de quien está muy ocupada con su vida interior como para hacerle caso a nadie, maldita niñata malcriada.

Yo pienso en rodar sobre mí mismo, pero casi mejor paso. El espejo del techo. No querrás ver a la japonesita reflejada partiéndose de la risa mientras mira al gaijin imbécil con su cara partida y sus manchones de sangre, así que comienzo a arrastrarme hacia la pared del mueble bar. Increíble lo de los hoteles japoneses, toleran fatal el alcohol pero tienen en cada habitación reservas como para sobrevivir borracho a una guerra nuclear. Los tipos trajeados me dejan arrastrarme, curiosos por ver qué tramo, supongo, mientras uno sigue gritándole a la japonesita. Traje gris, más viejo, calvo, más regordete: El que manda, obviamente. Los otros son tirando a fibrosos y van todos de negro, con Ray Bans aerodinámicas y guantes blancos, pedazo de mariconada lo de los guantes blancos, en fin: Los que cuando se aburren mucho me pegan hostias.

Siguen discutiendo mientras yo llego a la pared y ahora sí giro y resoplando me quedo sentado contra ella, jadeando y pensando en costillas rotas y en cómo debo estar dejando la camisa con la sangre de la nariz. Teniendo en cuenta el regero rojísimo que viene de donde caí antes hasta mis pies, para tirarla.

Y por fin la japonesita termina con la paciencia del señor gris, mientras yo levanto un brazo y agarro la primera botella que consigo atrapar. La miro, etiqueta en japonés, licor transparente, la dejo caer, se rompe, me sapica y no sé si ha sido muy buena idea porque esta gente es muy respetuosa con cosas rarísimas y, además, llenar el suelo de cristales rotos tal vez no vaya bien con esa costumbre que he adoptado de caerme y rodar por él cuando los señores de negro ejercitan su karate conmigo, mucho menos bonito y más doloroso que el de las películas de tortas. Pero a lo hecho pecho, y ninguno se me acerca a soltarme una coz en los morros. La segunda botella tiene el color adecuado y la palabra mágica en la etiqueta, ¡whisky! Aaah.

Así que, envalentonado, digo "va por ustedes, señores", y la abro y la sacudo para que el difusor deje pasar el líquido y me pego un buen lingotazo. Aprended cómo se bebe en occidente, cabrones. Y como dos señores negros me miran ahora me cuido mucho de no escupir en el suelo, no vayan a pensar que les estoy haciendo un feo, y me abrazo a la botella y cierro los ojos un instante.

¿Cómo coño he llegado yo aquí?, me pregunto.

Es una pregunta la mar de tonta. Casi siempre que uno se la hace sabe perfectamente cómo ha llegado ahí, y lo que realmente se está preguntando es ¿cómo coño he sido tan gilipollas de meterme en este lío? Es normal que enmascaremos la pregunta. A todos nos gusta sentirnos menos idiotas, pensar que el mundo, el destino y demás tienen la culpa de todo. Así que me doy cuartelillo, que creo que me lo merezco, y aunque la pregunta esté mal, yo me pregunto ¿cómo coño he llegado yo aquí?, mientras el señor gris dice algo y se aleja de la cama sacando un teléfono del tamaño de una uña, mientras la japonesita de las piernas coloradas hace la bicicleta y ríe, y sobre todo mientras uno de los señores negros saca una pistola y me apunta con ella a la nariz. Yo bizqueo y la miro.

Llegados a este punto, en el que el final está a la distancia que definen los escasos gramos de presión que faltan para hacer saltar el gatillo de la pistola, supongo que es hora de empezar a hacer las cosas bien y de empezar por el principio. Por las presentaciones.



Hola. Me llamo Marcos. ¿Qué tal? Hasta hace tres días era contable de una constructora en Madrid, y el tedium vitae se me comía vivo hasta tal punto que pensé que la vida era aburridísima y, confundiendo los dolores de las resacas y los madrugones con afecciones del alma, pensé que nada valía la pena y decidí matarme.

Como suele pasar, sospecho, decidir matarse es algo que en realidad no tiene nada que ver con matarse o con que puestos a estar en situaciones de peligro mortal a uno le de por aplaudir de alegría e impaciencia, y a la cara bizquísima que le estoy poniendo al tipo de la pistola me remito. Yo lo que hice fue tomar mi valientísima decisión, y meterme en Internet para dedicarme, por una vez, a airear a los cuatro vientos mi circunstancia, en vez de a buscar vídeos de lesbianas.

Con mi alma en carne viva y poniendo a la especie del cleenex en peligro de extinción (moqueaba como un miserable, era para verme), me puse a visitar páginas de gente que hablaba del tema del suicidio y a restregar mi hastío y mi dolor en todos los sitios que incluían la posibilidad de que uno respondiese. Me dejó la novia, mi trabajo es una mierda, por las noches no puedo dormir y me deprime la cartelera del cine, es todo tan horrible. Esa clase de cosas. Nada original, por lo que leí. Luego me emborraché, me dediqué al porno un rato, me hice una paja y me fui a la cama, y al día siguiente me levanté deprimidísimo como siempre, con mi resaca de siempre, mis ojeras de siempre y mi cielo nublado sobre Madrid. El de siempre.

En la oficina no hice gran cosa, claro. Cuando uno decide matarse no suele volverse el tipo más productivo del mundo. Y en medio de mi pérdida de tiempo me puse a recorrer de nuevo el sendero de lloros que había trazado en Internet la noche anterior, por ver si alguien me había respondido algo, por ver si alguien conseguía volcarse mi miseria por encima y llorar a coro conmigo. No es que estuviese llorando, imagina el pitorreo que se montaría en la oficina con lo cabrones que son, pero ya se sabe que las procesiones tienen recorridos alternativos que a veces no necesitan sacar a la virgen a la calle. Casi todos mis mensajes habían logrado respuestas muy satisfactorias (lucha con ello, resiste, te comprendemos, ole mi niño), los deprimidísimos protosuicidas somos muy corporativos y nos apoyamos mucho los unos a los otros, se ve. Y en eso estaba cuando leí la respuesta que me había dado el tipo de uno de los blogs que había visitado, un patán prepotente y bastante imbécil que se llamaba David. A él yo le había contado toda la historia, mi trabajo de mierda, mi novia que me había dejado, que la vida era para mí una travesía por un zarzal, y él me contestaba, básicamente, que le dejase en paz, y que cuando una película es aburrida uno no tira la tele por la ventana, sino que cambia de canal o se compra en DVD alguna película decente, o se lía la manta a la cabeza y se va al cine. Me decía que siempre hay tiempo para matarse y que puestos a ello él sacaría todo su dinero del banco, se iría a algún rincón remoto, viviría un tiempo viendo cosas nuevas y si el cambio de entorno no servía para nada y no conseguía montar una vida nueva en ninguna parte uno siempre podía suicidarse en cualquier sitio y en cualquier momento.

A mí aquello me cabreó tanto que por unos días hasta olvidé sentirme mal. Pero luego lo pensé, y efectivamente ¿qué iba a ser del dinero miserable que me pagan en la oficina y que no he conseguido gastarme aún? Así que un día cogí, lo saqué todo, no le dije nada a nadie, me fui al aeropuerto y me cogí un billete para Tokio, porque fue el sitio más remoto que se me ocurrió. Con un par, llegando al mostrador de Japan Air y pidiéndolo, como en las películas. Excepto porque me hicieron esperar dos días y me cobraron la mitad de mi fortuna fue igual que en las películas. Y aquello me hizo sentir audaz y me hizo sentir vivo, quién lo iba a decir.

Seguí despilfarrando dinero durante el vuelo, infinito, eterno, infernal. Yo qué sé las botellitas de alcohol que pude meterme para el cuerpo. El caso es sin saber muy bien cómo me vi sacado del tubo gordo de plástico que era el avión por dentro y puesto en una cinta transportadora, guiado por un montón de azafatillas sonrientes que no hacían más que hacerme reverencias y corregir mi rumbo de borracho. Así llegué a un inmenso salón lleno de japoneses bajitos que iban de un lado para otro con muchísima prisa, todos vestidos con trajes grises, y fuera había un cielo nubladísimo que me río yo del de Madrid. Me sentí perdidísimo, y cuando empezaba a pensar en sacar de mi bolsita del duty free de Barajas la botella de Jack Daniels, bebérmela en un baño, romperla y cortarme las venas el suelo se movió bajo mis pies. Era un temblor de tierra que a nadie mas que a mí importó un pito, yo miré sorprendido a toda esa gente que no se sorprendía en lo más mínimo, y en ello estaba cuando el gris se abrió de par en par y allí estaban las mallas rojas, y sobre ellas la japonesita con un cartel que decía "Sr. Gomez". No es que yo me apellide Gómez, pero qué coño importaba, me dije, y fui hacia ella, pensando que con algo de suerte igual hasta me la podía tirar antes de saltar por un puente o algo.



Claro, quién coño iba a saber que el tal Gómez era, en realidad, un traficante colombiano, como acaba de quedar claro cuando un tipo bajito, moreno y con bigotazo ha entrado cabreadísimo en la habitación y maldiciendo en español, haciéndome llorar de alegría, que la japonesita de las mallas era la querida de alquiler que un mafioso japonés le había mandado como sorpresa de bienvenida, y que la tía capulla ni siquiera iba a molestarse ni en preguntar ni en mirar si el vuelo desde Bogotá venía con tres horas de retraso.

Tras las explicaciones discuten un rato en japonés, porque Gómez, chico cultivado, habla el lenguaje de estos bárbaros adictos al kárate y a apuntarme a la cara con una pistola, y luego Gómez se acerca a mí se me acuclilla a un lado, mira la pistola, me mira a mí y me pregunta, con su español transoceánico, que quién coño soy yo.

Yo le miro, y voy a responderle.

En serio, voy a responderle.

La historia completa, por estúpida que suene. Soy un triste oficinista que estaba pensando en matarse y ha terminado en un hotel de lujo de Tokio con la puta de un mafioso colombiano, manchando de sangre un precioso suelo de mármol. Voy a contárselo, pero descubro que no puedo, que sólo puedo reírme. No debería, se lo van a tomar fatal, pero no puedo evitar empezar a reírme. Descubro que me estoy divirtiendo, que hacía una eternidad desde la última vez que me reí así, que algo me pareció mínimamente divertido.

Y descubro también, bastante sorprendido, que ya no me quiero matar.

Pero claro, a ver cómo se lo explico a esta gente, que está bastante cabreada con mi risa, porque mira que sería una putada bien gorda que precisamente en este momento al japonés de la pistola le diese por apretar el ga

20.11.07

los monstruos perfectos del panteón de los dioses

Por casualidades de la vida de un tiempo a esta parte vengo escuchando por bastantes sitios el nombre de Alan Pauls, y hoy las casualidades se han desbordado y han resultado ser de lo más sorprendentes. Cuando me pasan estas cosas yo me pongo a tirar de la madejita de las causas y los efectos y suelo terminar echándole la culpa siempre a las mismas cosas, o a una de ellas, y una de esas cosas, perdón por llamarle cosa, señor Bolaño, es Roberto Bolaño. Pero al césar lo que es del césar y a Pauls lo que es de Pauls: Mérito suyo y autoría de la coincidencia adjudicada.

En cualquier caso igual recuerdas que alguna vez salió por aquí su nombre (el de Pauls), cuando llevaba a medias aquel libro suyo, El Pasado, del que hablaba entonces, y entonces, claro, también mencionaba a Bolaño. Así que como cuando hablé lo hice con el libro a medias voy a cerrar el paréntesis apelando al profesional de los mismos y hoy, tarde pero con el libro ya terminado y disfrutado, me voy a jugar la demanda de Anagrama y le cedo el micrófono a Bolaño no sin antes decir, señores editores, que me perdonen por lo del copyright pero que piensen que el libro del que copio, dejándome los ojos y los dedos, Entre Paréntesis, tiene mil cosas más y soy el primero en proclamarlo y que probablemente esta vulneración de sus derechos sea más beneficiosa que perjudicial para ustedes. Y si no les parece, me leen y así me lo piden, yo borro y todos amigos. Preciosa editorial la suya y no lo digo por cumplir.

ESE EXTRAÑO SEÑOR ALAN PAULS

Lo primero que leí de él fue un cuento absolutamente original, "El caso Berciani", publicado en la antología Buenos Aires, de Juan Forn, Anagrama, 1992. En dicho libro, compuesto por textos de escritores tan relevantes como Piglia, Aira, Saccomanno o Fresán, el cuento del señor Pauls sobresalía por diversos motivos, el más notable de los cuales era una anomalía: había algo en "El caso Berciani" que sugería un rizo espaciotemporal, no sólo en el argumento, que por otra parte no iba de eso, es decir no era de ciencia ficción ni nada parecido, en la feroz entropía apenas entrevista, en la disposición de los párrafos y las oraciones.

Durante mucho tiempo fui un lector fervoroso de este escritor del que sólo conocía un cuento. Sabía pocas cosas de él: había nacido en Buenos Aires en 1959, había publicado dos novelas que jamás llegué a encontrar, El pudor del pornógrafo y El coloquio, y un ensayo sobre Manuel Puig. Así que durante mucho tiempo me tuve que conformar -y fue más que suficiente- con leer y releer "El caso Berciani", que a estas alturas me parecía, es evidente, un cuento perfecto, si es que existen monstruos perfectos, supuesto poco razonable.

Hasta que un día entré en contacto con el fabuloso señor Pauls. No sé si yo le escribí a él o fue él quien me escribió. Creo que fue él. Una carta cuya sequedad me dejó impresionado. Temblando, incluso. En la carta me hablaba de un viaje en automóvil en compañía de su hija, una niña de edad similar a la de mi hijo, tal vez un poco menor. El viaje, según entendí, tras releer su carta diez veces (vicio adquirido con "El caso Berciani"), había empezado en el centro de Buenos Aires para terminar en el extrarradio. La jovencita Pauls parecía una niña inteligentísima. Su padre, un conductor de coches experto. El mundo, inhóspito. Contesté su carta mandándole saludos a la niña, de mi parte y de parte de mi hijo. Tal vez aquí cometí una falta de delicadeza, pues el señor Pauls tardó un poco en contestarme, aduciendo no sé qué problemas con su computadora. Su hija se hizo la desentendida con respecto a los saludos de mi hijo.

Poco después leí dos cuentos o dos fragmentos de una saga hipocondriaca o médica, firmados por el señor Pauls, y que hasta donde sé permanecen inéditos. Ambos cuentos o fragmentos o lo que sea me parecieron perfectos, monstruos perfectos. Llegado a este punto, como comprenderá cualquier lector, lo único que deseaba era seguir leyéndolo. De tal manera que le pedí a Rodrigo Fresán (quien, además de amigo del señor Pauls, durante un tiempo fue su vecino) que en su próximo viaje a Argentina arramblara con todo lo que estuviera firmado por ese autor. Así leí Wasabi, su tercera y por ahora última novela, en donde narra el crecimiento y a la postre imposible amaestramiento de un forúnculo, y su libro de ensaños sobre Borges, El factor Borges, un libro estupendo, como Wasabi, pero que desde el inicio plantea una serie de problemas borgeanos: el libro está firmado por Alan Pauls y Nicolás Helft, sin embargo en los créditos se aclara que el texto es de Alan Pauls y que las imágenes reproducidas con generosidad pertenecen a los Archivos de la Fundación San Telmo. ¿Entonces por qué el libro aparece firmado por Nicolás Helft? ¿Y quién es Nicolás Helft? Según Fresán, Nicolás Helft es el propietario de algunas de las ilustraciones o de los facsímiles que aparecen en el libro. Yo no lo creo. Tampoco creo que sea un heterónimo creado por el señor Pauls, poco dado a excesos portugueses, sino más bien por la sombra de una sombra, la sombra de un conde polaco, por ejemplo, o la sombra de cierta descorazonada lucided.

Recuerdo una carta que me escribió hace ya mucho tiempo el señor Alan Pauls. Me decía en ella que se había ido con su mujer -y presumiblemente con su niña- a una comuna hippie uruguaya. No a vivir, aclaraba, sino a pasar unos días. Durante esos días lo único que hizo, eso entendí tras leer su carta diez veces, fue terminar de leer una novela larga y contemplar una especie de duna que el viento cambiaba de sitio de forma más que perceptible. Pero lo raro fue que nadie se daba cuenta de ello. En fin, eso suele pasar, querido señor Pauls, pensé tras la lectura número diez. Es usted uno de los mejores escritores lationamericanos vivos y somos muy pocos los que disfrutamos con ello y nos damos cuenta.

Al margen de la envidia que da Bolaño hablando de lo que lee y de a quién lee, a mí me da cierta alegría releer eso y pensar que van saliendo voces donde uno menos se lo espera, o donde no se las espera para nada, diciendo que también han visto la duna (aunque sea un traidor y no lea los blogs de nadie).

bolsa de empleo

Por probar...

Al hilo de lo que decía el otro día, no es la primera vez que me da por morirme de envidia y por pensar que es una lástima que nadie se preste a hacerme de modelo para unas cuantas fotos de desnudos, así que este sábado, demostrando lo bobo que soy, tuvieron que darme la idea Juanito y Vero entre copa y copa a los diez segundos de conocer este sueño mío, que ya me vale esta manía de no ver nunca lo obvio: ¿Y por qué no pregunto si alguien se presta?

Así que aquí va mi oferta de trabajo malamente retribuida: fotógrafo no profesional, amateur pero de buen hacer (en estas cosas, como en los curriculums, siempre se miente) y deseoso de explorar nuevos campos artísticos que mezclen dos de sus tres grandes pasiones busca mujer desinhibida y voluntariosa para que le ayude, como modelo, en una serie de fotografías de desnudos.

Se promete exquisita amabilidad en el trato, la calefacción bien alta, la palabra de honor del autor de que la cosa será privada y honestísima y el mayor empeño del mundo en sacar a la modelo guapísima. La única pega, y odio ser honesto pero el que avisa no es traidor, llegará cuando al fotografo le de por incluir la pasión que completa su santísima trinidad y ponga música insoportable.

Volumen de la misma y salario a convenir, aunque esto último el autor probablemente pretenda pagarlo a base de invitaciones a café.

Se ruega a cualquier posible candidata que antes de negarse con comprensible rotundidad se de una vuelta por el portafolio del fotografo, a ver qué le parece que podría hacer con ella.

Razón aquí.

19.11.07

la ausencia de noticias es una mala noticia



Pasaba la semana, y yo andaba enredadísimo en lo que ya has leído aquí. Que si primero perder el tiempo un par de días y hacer el perro todo lo posible, al principio. Que si el trabajo nuevo, que si luego en casa no es que tenga mucho tiempo libre, después. Y acostándome a las mil siempre, y sin muchas ganas de hacer nada más. La grisez, la apatía, el cansancio, lo de siempre, de vez en cuando (porque, en rigor, sólo pasa de vez en cuando, pero cuando estás en ello el de vez en cuando se alarga hasta ambos horizontes y se vuelve un siempre). Y llegó el fin de semana, extenuante. Que si visitar a mis padres, que si salir por ahí. Con sus cosas buenas, que si qué hacemos de comer, que si se vienen los amigos a cenar, que si morir de envidia con regresiones a la adolescencia campestre de las mañanas de hielo y perros, y sus cosas malas, que si gastarme otra millonada en copas, que si descubrir que mi mejor amiga es una fascista porque, evidentemente, si se pasa precisamente este fin de semana a base de pollo es porque le está haciendo al de la bandera fascista un homenaje no tan secreto como para vencer a mi inconmensurable perspicacia. Y sus cosas rarísimas y estupendas, como el plan inicial para la tarde de hoy, que por cierto, me está dando que pensar sobre hacer una convocatoria pública para ver si alguien podría animarse a participar en algo así sin restricciones, y que en cualquier caso ha sido aplazado por cuestiones de salud y de iluminación. Pero constantemente, en un frente, había silencio, un silencio larguísimo y que yo, nada comunicativo como estaba, no hice gran cosa por romper, porque soy así de vago y así de miserable, porque la apatía es así de ególatra. Pero al fin hoy ha sonado el teléfono, y efectivamente, la asuencia de noticias, muchas veces, es el rumor silencioso de la cocción de una mala noticia.

Luego uno se siente lo peor, claro, pero qué importa. Lo que importa es que quien llama se siente infinitamente peor, infinitamente triste. Lo que importa es que uno se ve de pronto muriéndose por hacer algo, pero incapaz de pensar en nada, incapaz de hacer nada. Sin saber, sin poder comprender que el mero hecho de escuchar y responder ya es hacer algo, cosa esta que puedo decir y hasta cierto punto entender pero no comprender, definitivamente, porque de nunca me han servido de mucha utilidad las señales de prohibido ni los márgenes de las curvas y siempre he querido ir por los otros carriles, existan en la realidad o no. Incapaz, entonces, de hacer nada más, pero deseando con toda la fuerza de mi corazón, que por mucho que tenga grietas y parches y destile bilis y barro más que sangre es un corazón que quiere a quien quiere y lo quiere a muerte, poder hacer ese algo más. Aunque ese algo más caiga fuera de los reinos de lo posible. Aunque sea ley de vida, porque esa ley cubre su parte complementaria.

Y qué se hace.

Y qué se piensa.

Nada, y nada. No hay nada que hacer ni nada que pensar, ahora: Nada que yo vea, nada que sepa posible.

Y lo único que uno puede hacer es quedarse incubando el abrazo más grande del mundo, decir que vale a lo del cine y buscar en los horarios y las carteleras una islita pequeña en la que dar cobijo a una refugiada para cuando quiera exiliarse, aunque sea por noventa minutos, de la realidad, esta cosa de cristal que, cuando se rompe, corta como una navaja y se hunde hasta el alma.

16.11.07

el poder de la voz

¡Actualización repentina!

Paseaba yo, como tantas veces, por el blog de Ricardo Royo-Villanova, cuando me he encontrado esta maravilla del absurdo que el caballero en cuestión ha descubierto: Un gadget que te lee textos, ventanita emergente mediante y generación de mp3 durante.

Habida cuenta de mi evidentísimo problema a la hora de leer en voz alta ¡qué es esto, sino la salvación! He probado a ir a la página de los creadores del invento, vozme.com, y lo tienen en múltiples variedades. La que, a modo de coña, ha pasado a formar parte de este blog, es la que ves en la barrita de la derecha, que te está pidiendo a gritos que vayas al post anterior, hagas click con el ratón seleccionando el texto desde la coma del principio hasta el punto final post "qué remedio", y con el texto seleccionado dale al botoncito que dice, claro, "selecciona un texto y haz click aquí".

¡Hasta deja grabar las cosas en mp3! ¡Delirante!

Don Ricardo, cuya sabiduría rivaliza en inmensidad con su sentido del humor, dice que el invento funciona raro con Explorer y de maravilla con el Firefox, así que así, de paso, le hacemos propaganda al mejor navegador del mundo.

Y de paso y ya que estoy repasando novedades en el diseño de la página, han salido un par de nuevos y flamantes links a blogs personales. A ver si saco un rato e incluyo las descripciones en, uh, la eso, la descripción de los links.

15.11.07

y más matices de gris

, pero inócuos. Tranquilidad.



Nada que hacerle a los días si siguen empeñándose, reincidiendo en ese color.

Nada que hacerle si uno se despierta con ganas de huir del mundo, de darse la vuelta, de ser despedido al segundo día de trabajo por incomparecencia. De pensar ¡si yo nací para seguir durmiendo, por qué el mundo se empeña en hacerme esto!

Y "esto", a esas horas, era más eso que esto. Lo cercano era la almohada, la oscuridad, lo a gusto que estaba yo en esa cama de la que, imbécil perdido, tanto huyo.

Con cu ya au sen cia tan to me tor tu-ro.

ConcuyasausenciasyoTANTOmetorturo.

Pero nada. Fiat lux, levántate y anda, hazte un café (si alguien conoce la cita bíblica para eso; por favor, aquí). Siéntate un rato delante del ordenador, lee blogs, lee la prensa, tómate el café despacísimo, respira. Despierta. Si no pude hacerlo en la cama, como dios manda, por puro hastío de descansar, al menos vamos a hacerlo al ritmo que le toca.

Luego en el metro, nada que hacerle tampoco. Todo el viaje de pie, y todo el viaje con un cabezón inmenso e inconmensurable entre la chica guapa del vagón y mis ojos. Mis pobres, cansadísimos y legañosos ojos. Pero bueno. Habiendo literatura, .

Luego, un día mucho más tranquilo que ayer. Hoy nadie se ha pasado el día embudándome rutinas, conocimientos y conceptos. Hoy me han dejado más o menos solo con la pila de cosas que tengo que aprenderme y con el ordenador. Hola, datawarehouse, soy tu nuevo tocapelotas. Datawarehouse. Qué bonito apellido para in inglés victoriano. No, muy largo. Dataware. El hombre de la casa Dataware. Con mi chistera, mi levita negra, mi bastón y una pistola de dos tiros al cinto. Con una fortuna de expolio indio (de la India: Finca con tigres de bengala, maleza verdísima y perversa, criada amante de infinitamente bellos ojos negros) y cuerpo tallado por los dioses de oriente. Pero sobre todo con el terror verde brillante de los tigres en la noche, con el retumbar de sus gruñidos callando la jungla, descuartizando la noche, ensayo de los rastros de sangre que vendrán después, en las casas. Gritos de terror abortados a medias, charcos de sangre colgados de la pared. Trozos de gente, un fusil sobre la chimenea encendida, a pesar del calor. Una mirada resignada, vapuleada por un deber, por el deber, por un honor, por una necesidad de muerte repercutida en lo otro. Un fusil que ya no está sobre la chimenea. Un caballo ensillado, rumbo a su muerte (no era casualidad, la canción). Antorchas en la selva. Antorchas, disparos y gritos, y un relincho borboteante. Un último disparo, sin pájaros ya que queden por espantarse y por driblar estrellas manchadas de bruma. Y un cazador que podría no volver, o que podría volver a rastras, malherido, usando el fusil como muleta, pero que vuelve ovacionado por los grillos, mirando su reloj de bolsillo y pensando en desayunarse un te y en fumarse una pipa bien cebadita (y en follarse a la increíblemente bella ex-criada) mientras se atusa su bigote largo apenas rozado por, único resquicio al terror, una gota de sudor helada.

Lo que pasa, simplemente, es que sigo cansado.

No me extraña que esté cansado, después de eso.

Pero como decía: Nada preocupante.

Porque abunda el gris, pero es que hay películas que deben ser en blanco y negro. El rojo de la sangre no puede ser más rojo que en blanco y negro. El azul intenso de la chaqueta no puede ser más azul que en blanco y negro. Los ojos verdes del tigre, bueno, podemos dejarlos, en plan abrigo rojo en Lista de Schindler.

Porque abunda el gris, pero es un gris cálido y seco, un gris de gata de ojos verdes, un gris de nube, de penumbra después del añoradísimo sexo.

Es gris, pero de una puesta de sol sin vistas al cielo.

Y después, a la hora que le venga en gana, que para algo es su prerrogativa, vendrá la noche, y mi cama y yo la vamos a estar esperando.

A pesar del con cuyas ausencias yo TANTO, qué remedio.

14.11.07

matices del gris

Antes de nada la deuda histórica: La canción que, tenía razón Konrad, le faltaba al post de ayer, porque faltaba una canción y no puede ser otra:



Y claro, ayer se me olvidó y hoy no pega ni con cola con el espírito de mis palabras, que son mis pensamientos, faltaría más, cuando me da por verbalizarlos, porque ya sabemos todos (y quien quiera que me lo discuta, que creo que no he hablado de ello y tengo ganas. Además es un tema inocuo de conversación) que los pensamientos no sólo adoptan las siluetas castradas y forzadísimas del verbo (y aprovecho esa incoherencia para seguir por ahí y poner una foto que tampoco tiene nada que ver, pero que/aunque es fría y me gusta).

Porque hoy el día es gris, y todo es sumamente deprimente. Absolutamente todo. Hasta los compis del nuevo trabajo me han parecido deprimentísimos en toda su simpatía, que es mucha, y me ha deprimido profundamente su acogida cariñosa, y me ha deprimido hasta la nausea el ver que, al fin y al cabo, es hasta posible que consiga hacer mi trabajo nuevo sin darle muchos disgustos a nadie. Quiero creer que lo veo todo tan deprimente por una mera cuestión de pereza y cansancio, porque he pasado de despertarme a las tres (de la tarde, de la tarde, naturalmente) a levantarme a las siete y cuarenta, yo, que he vivido dos años pensando que levantarse de la cama antes de las ocho era algo inhumano.

Y si hasta eso, decía, que la gente fuese encantadora, que se hayan portado de fábula conmigo y que, muera el miedo estúpido, vaya viendo que el trabajo voy a saber hacerlo me ha parecido deprimente, cómo no iba a parecérmelo constatar que mi padre anda decepcionadísimo conmigo con toda la razón del mundo porque yo soy un miserable y un patán, o que la vecina de debajo (no confundir, no confundir) tenía razón en sus paranoias y que efectivamente un simpático vecino del barrio se cuela en nuestro portal para fumarse chinos, para asombro morboso, aterrado y deprimidísimo de mí, yo, esto, tu vencido servidor, lo que sea.

En fin. Es, aparte de la inmensa depresión social de esto último, el cambio de paradigma, el miedo a lo nuevo, el miedo al mundo real y, definitivamente, el dolor del madrugar. Y mañana estaré mejor, y no estaré pensando que quién me mandaba a mí dejar el trabajo anterior, sin acordarme para nada de que no se valoraba a nadie y se nos pagaba una mierda a unos cuantos y dinerales (sobre todo en función de su trabajo) a unos cuantos señoritingos, en palabras de una de mis ex-compañeras, que desde luego NO son mi primo y amigo Fer, entendiesen lo que entendiesen mis ya ex-jefes desde sus atalayas de la tontería y el autismo, porque si no no se explica.

Y como estoy así algo dentro de mí no quiere creer a mi parte pensante y lista, que dice que me vaya pronto a dormir, que descanse bien, que me concentre en la música y que mañana todo irá mejor. Y no quiere creérselo, en parte, porque sabe que tiene toda la razón del mundo. Vamos por la vida pensando que somos lógicos y coherentes, encontrándole cuadraturas al círculo, y luego somos así, porque sé bien (y hay pocas cosas que sepa bien así que habrá que concederle un mérito a esta) que mi actitud y forma de ser en este sentido no es para nada original.

En fin. Me haré caso desde el excepticismo deprimidísimo que se tapa los oídos y grita la la la la para no escuchar a la voz de la razón, y mañana seré un cielo azul. Pero, por esta noche, me voy a dar el gustazo de morirme por escuchar Ta Beti Grisez de Pi LT, que definitivamente es una de las canciones más tristes del mundo, y el placer masoquista de ponerme yo en esa canción, en exclusiva hoy, mientras dejo, aquí arriba, la canción equivocada.

anton volkov

Pero ¿quién diablos es Anton Volkov?

Yo normalmente hago muchos comentarios sobre pornografía. No es que sea ningún gurú del tema ni que tenga una vastísima colección al respecto (aunque tampoco creo que, a día de hoy, existiendo internet, haga falta), pero siempre estoy diciendo cosas al respecto. Está bien, es divertido, y me da un cierto aire políticamente incorrecto y basto, porque ver pornografía, hasta donde yo sé, se sigue considerando algo basto y no es algo que la gente vaya haciendo por ahí con la frecuencia con la que yo lo hago, hasta donde yo sé. Pero ese aire le hace pensar a cierta gente que, como sucede con tantísimos aires que yo me doy, no es más que un farol, un complemento del disfraz que me pongo para encarar al mundo y a ti, su habitante, y así, sospecho con bastante certeza, hay gente que, precisamente porque no paro de mencionar el porno, piensa que yo no veo nada de porno en absoluto.

Pero sí, de hecho sí que lo veo. Aunque lo veo de una forma un tanto rara. Y ya, ya sé que lo de ir de raro por la vida también lo exagero y tal, pero tendrás que concederme que eso de disfraz no tiene mucho, porque raro sí que soy. Como lo somos todos, por otra parte, pero en fin, espero que no sea prepotente hacer gala de alguna que otra extravagancia pública más de las habituales en el común de los mortales.

Al grano. Mi relación con la pornografía se restringe a la fotografía. De nunca me han llamado ni los vídeos ni las películas, que veo súmamente irreales, y que yo siento invadir mi intimidad de una forma que la fotografía no amenaza: Ver cómo una persona se mueve le da un volumen, una vida. Escucharla le da un carácter. Sólo por eso, dejando de lado la mecánica del própio sexo, que yo siempre he visto tan alejada del porno que he visto (o de casi todo él; siempre hay un par de excepciones), el porno animado le quita a uno gran parte de la cantidad de fantasía que el porno fotografiado puede proporcionarle, es decir, en mi caso le quita bastante de la gracia del tema. Y en cualquier caso supongo que gustándome tantísimo como me gustan las mujeres y gustándome tantísimo la fotografía era inevitable que a mí me gustase particularmente la parte fotográfica de la pornografía. Pero cuando digo que me gusta me refiero a que me gusta igual que me gusta la música, el cine o la literatura: Hay estilos que están de puta madre, y otros que aborrezco.

En cualquier caso eso que he dicho de que la imagen en movimiento le da "una vida" a la pornografía creo que es esencial para entender qué me gusta a mí de ella y qué busco yo: Yo en la pornografía no busco realidad, y por no tanto no busco realismo. Yo lo que busco es sugerencia y la inmovilidad que le permite a uno construirse un antes y un después o directamente renunciar a ello y servirse una ración de presente estático. Sospecho que todo esto implica que yo en realidad ando más cerca del gusto por lo erótico que por lo pornográfico, aunque no veo del todo clara la relación y no me voy a andar entreteniendo en explorarla, que luego dices que escribo demasiado. Así que a lo que íbamos.

El problema con la fotografía en internet es que, en general y por contradictorio que suene, la aborrezco.

Este problema tiene dos razones. La primera es que, como sucede en cualquier campo, hay multitud de conceptos y cada fotógrafo tiene el suyo, y los hay que opinan que para que una foto porno sea buena tiene que mostrar carne de la forma más explícita posible y ponerle a uno cachondo mediante la presencia de tías con las tetas enormes que están siendo penetradas de alguna forma supuestamente estimuladora de mi líbido por un tipo con una verga megalítica, y desgraciadamene esos son la mayoría. Claro que, recomponiendo analogías, las películas de mayor audiencia suelen parecerme nefastas y no por ello reniego del cine.

Y como en el cine, hay gente que entiende la pornografía de otra manera, porque al fin cada cual, supongo, hace lo que le dictan su conciencia y sus gustos (o las imposiciones del márketing o la orden del jefe, o lo que sea), y al fin, si uno busca lo suficiente, termina encontrando platos a su gusto.

A mí esto me ha costado siglos: Durante noches y noches he matado las horas viendo pornografía y buscando fotos que me llegasen, y suele ser un asunto jodido. Al final, si uno busca un rato, termina por dar con las fotos de alguna muchacha que encaje con mis gustos. Por lo general estas fotos van en series, y por lo general las fotos que a mí me gustan suelen ser minoría porque el gusto del fotógrafo o el dictado del márketing ponen a la buena muchacha a poner posturas ridículas o se empeñan en meterle cosas por el culo o pringarle la cara, pero como hay tanta oferta la búsqueda nunca es desesperada y uno siempre puede admirar las fotos que le gustan y obviar el resto.

El caso es que con el tiempo un comienza a reconocer ciertas pautas, a recordar ciertos senderos y sobre todo a sentir ciertos nombres como familiares, y evita lo que sabe que probablemente no le guste y busca lo que probablemente sí. En ese sentido, hay un par de sitios, o de nombres de sitios, que son garantía de que, al menos, han hecho la intención de buscar a una mujer guapa e intentar hacer con ella algo que, aparte de todo lo demás, quede bonito. En ese sentido creo que ya estoy bordeando el nivel de elitismo desquiciante que a mí me encanta alcanzar en cualquiera de mis gustos y, de la gente que conozco y a falta de completar la encuesta con algo más de rigor, soy el único que algunas veces busca pornografía por el nombre del fotógrafo. Y aquí es donde entra en escena Anton Volkov. A Anton Volkov yo lo empecé a leer asociado al nombre de las modelos de una página de las que intentan currárselo. Nunca suelen ser fotos escandalosas, y hay algo en ellas que a mí personalmente me transmite buen rollo, algo en las sonrisas que salen en ellas que me hace pensar, y no deja de ser irónico en esto del porno, en calma y en familiaridad. Y con el tiempo, cada vez que leo su nombre, compongo una sonrisa que tiene algo de expectación y también algo de reencuentro, pero por alguna razón que desconozco aunque sí que he buscado fotografías suyas a menudo, hasta hoy no me ha dado por buscarle a él, al tipo detrás de la cámara.

No he descubierto gran cosa (que lleva poco tiempo haciendo fotos, que ve en ellas un cierto punto de irrealidad y que tanto él como los y las modelos de sus fotos se sienten muy naturales, lo que no deja de ser evidente en las mismas fotos), pero sí lo suficiente para irme a dormir contento: He descubierto que tiene una página web, donde tiene más fotos que las que yo le he venido viendo últimamente, lo cuál es estupendo porque le deja a uno disfrutar de algo más y matar mucha curiosidad, porque permite ver a Anton fuera de lo que para mí es su papel profesional, explorando otras inquietudes, probando cosas y, en muchas de sus fotos, tratando de sugerir más que de mostrar. Y de estas últimas las que más me han gustado son sin duda unos dípticos que a mí personalmente me han hecho reír bastante. Y con uno de ellos me despido y doy por cerrado el día de hoy, y lo etiqueto como un día fotográficamente provechoso.

12.11.07

mi vasito de pis

La canción es obligada, hoy,



Sintiéndolo mucho por Vega, que con una cara de asco infinito ha aguantado hoy, parapetada detrás de mis cañas y sus vinos (siempre habrá clases) lo que sería algo así como un post en vivo, o sea, aguantarle a uno contar lo que le pasa según lo piensa pero en vez de por escrito y con el tacatacataca del ruidito de las teclas (tan bonito, el ruidillo, ¡ay!), pero pienso contarlo también al modo tradicional, si es que algo que tenga que ver con esta cosa de la red puede considerarse tradicional.

El día de hoy amanecía nublado para los neuróticos, sobre todo si los neuróticos en cuestión tenían que joderse, aunque estén disfrutando de un paro miserable que a diferencia de la llanura infinita de la que disfruta una que yo me sé (y que se merece disfrutarla más que nadie, aunque lo de disfrutarla sea un decir porque la pobre se agobia cuando no tenga nada que hacer, aunque esté haciendo cosas y aunque tenga mil cosas planeadas a dos semanas vista), y tenían que madrugar para ir, con un vasito de pis en la mano, a hacerse un reconocimiento médico. A mí lo de los reconocimientos siempre me despierta un cierto cariño, porque recuerdo a la tropa de Clint Eastwood en El Sargento de Hierro gritándolo ("¡Reconocimientooo!") y luego recuerdo al dios Clint (joder. Había escrito "Clit". Tanto porno, tanto porno... mañana más sobre porno, por cierto, si el tiempo no lo impide. Stay tuned, que dicen allí) diciendo gansadas y me da por reírme, así de bobo que es uno, hay gente hipocondriaca, hay gente simple, y yo soy así, neurótico, bobo y mazas escultural, hay que aceptarse como se es y no caer en engaños irreales que luego sólo conducen a donde conducen, a ninguna parte, donde, por otra, eso, parte, suelen conducir tantas cosas, pero vade retro, filosofía, que yo he venido a contar mi odisea con mi vasito de pis.

En fin, que me iba a hacer un reconocimiento médico. En mi estado, arreciando la enfermedad pulmonar que completa mi autoimpuesto kit de bohemio (tiene uno que a) escribir, b) tener una casa, a poder ser con alguien que no se comunique en un personalísimo sistema morse a base de portazos y c) sufrir de alguna enfermedad pulmonar que implique mucha tos y algo de sangre), a saber qué sale de esos análisis, son capaces de darme dos semanas de vida o algo por el estilo y luego a ver quién es el listo que en tan poco tiempo prepara la fiesta de inauguración/exorcismo del piso (Juan celebra lo primero y yo lo segundo). Y allá fui yo, jodiéndome y madrugando, como un paria más, y meando en un tarro, lo cuál siempre es un trauma porque no sé tú pero yo, a primera hora de la mañana, meo como si el llenado de los mares fuese responsabilidad mía, y claro, ponte a frenar de golpe, con la aguja del indicador de combustible aún marcando lleno, para poder dejar el tarrito en algún lugar que no pringue, terminar el, digamos, desahogo, y luego pensar cómo leches se las va uno a ingeniar para cruzar Madrid con eso encima sin tirárselo encima a nadie y, sobre todo, sin tirárselo uno encima, que ya estoy yo mayor para ir meándome encima y en cualquier caso hacerlo así tiene un punto de sofisticación escatológica del que yo carezco. Lo que decía, yo soy bobo neurótico y cachas, y punto, y es obvio, releyendo mi lista de cualidades, que lo de escatológico sofisticado no está en ella. Relee si quieres, pero no hace falta, palabras como esas, de seis y cinco sílabas, con una esdrújula y todo, son de las que se recuerdan.

Retomando mi peripecia, he conseguido no mearme encima sofisticadamente etcétera, ni hacer lo propio con nadie, y he llegado al sitio donde nos hacían los análisis, donde había un tipo detrás de un mostrador que ha recogido los papelotes que yo debía llevar y milagrosamente he llevado (a mí, la verdad, me parece sorprendente que ocurra tal cosa), y me ha hecho esperar un rato, mientras otro compañero suyo me deleitaba, a voz en grito, con una conversación telefónica que daba a entender que allí muy agobiados con el tema del día a día laboral no andan. Y cuando me han cansado de tenerme esperando en esa salita, me han hecho pasar a otra salita donde me han dicho que siguiese esperando. Yo todo eso lo veo fatal pero como también soy dócil, que aunque no esté en la lista podemos inferirlo de lo de bobo neurótico, pues he sacado mi librito y concentradísimo siempre en no volcar el tarrito de mis esencias matinales he matado el rato como he podido evitando, en lo posible, pensar en que no se puede tardar mucho en sangrar a nadie, pesarle, medirle, hacerle cosas en los ojos y entretenerle un rato con preguntas médicas. Y sí, ¿eh?, sí se puede, doy fe.

Pero na's pa'siempre, que decía el poeta, y al fin me han sometido a la ronda de pruebas de lo que sería la ITV de la carne, y me he visto sometido a los tres tipos tres de gente que definen el espectro de lo que viene siendo el tipo de gente que uno se puede encontrar en bata con una cruz en el pecho.

Primero, muy taurino todo, la suerte de banderillas. Una enfermera me ha hecho pasar a un cubil donde había una silla y donde mi sangre iba a hacer eso tan antinatural que supone salir de mi cuerpo, calentito y hogareño, para meterse en un tubo, mustio y ajeno, donde se va a aburrir sobremanera, con todos esos glóbulos blancos sin tener la inmensidad de gérmenes que combatir y masacrar que debo yo tener por dentro ahora mismo. Esa enfermera es la que me ha pedido lo que ella, de forma muy profesional pero sin duda menos entrañable, ha definido como "la muestra de orina". Yo, como un niño con los deberes bien hechos, he sacado mi tarrito zarandeándolo, por supuesto, para que se viese que no se había salido ni se salía ni una gotita, y ella, con una infinita cara de asco, me ha dicho que qué clase de barril era ese, y que ellos trabajan con recipientes de menos tonelaje (en lenguaje profesional, claro). Y, diciéndolo, ha esgrimido, a su vez, un tubito vacío, que yo he cogido para corregir el problema, pero ella, a voces, y en serio, con un asco inmenso, me ha dicho que qué hacía y que me esperase y que luego me iba al baño a hacer el trasvase. Yo ahí no he podido mantener mi modo Martín Romaña, que ama al mundo y odia molestar, y me ha saltado una vena de personaje chungo de Martin Amis, y me he dado a pensar que a qué venía tanto asco cuando ella planeaba sacarme fluidos corporales a pinchotazos y que, para empezar, todo eso de mear en un tarro y de pasearlo por medio Madrid no había sido idea mía, desde luego. En fin. Me han sacado sangre, me han puesto el algodoncito, me han dicho que mantuviese el brazo en alto y que apretase el algodón, y que puerta, a la sala de espera a hacer eso, esperar, otra vez. Yo, en mi estado, brazo en alto y algodoncito apretado, la he mirado con cara, definitivamente, de macarra de novela de Amis, y luego he mirado mi cazadora, mi bolso heterosexual y mi libro, que estaban en la mesa donde me habían dicho que los dejase, y luego la he vuelto a mirar a ella. Ha comprendido, ha sonreído, y la muy zorra me ha alcanzado el bolso, que he cogido con la mano del brazo extendido, el libro, que he cogido también con esa mano, entre el pulgar y el anular o el índice (el que va al lado del dedo gordo, vamos), y la cazadora, que no sabiendo dónde colocarme ha dejado encima del brazo lastimado, convirtiéndome en un perchero bastante patético. Yo he salido ya ligeramente mosqueado a tirarlo todo en una silla de la sala de espera número tres, en esperas, y dos, en ubicaciones espaciales, y mi enfado ha durado lo que he tardado en ver que le daban ese tratamiento a todo el mundo. No por lo de "mal de muchos...", sino por ver que, al menos, a esa enfermera melindrosa no le movía el odio a mi persona, sino simplemente alguna cualidad personal propia suya.

La espera número tres ha sido breve, y al momento me han llamado para hacerme cosas en los ojos. La oftalmóloga, la verdad, era guapa. Rubita, con unos ojos bien bonitos, así que he entrado con el convencimiento de que hiciese lo que hiciese ella no iba a lograr despertarme el lado Amis. Pero sí que me ha despertado la paranoia, porque yo creo que una oftalmóloga no debería gritar, con el pánico en la voz, cosas como ¿¡CUÁNTOS CUADRADOS DICES QUE VES!? ni sorprenderse de que uno no distinga simbolitos cuando realmente los simbolitos no pueden verse porque alguien ha puesto mal una diapositiva y la parte de los más pequeñines está desaparecida a cualquier vista. Además ha tenido la insensatez de acometerme, todo el rato, con preguntas de que qué fila de símbolos veía, y a mí me daba por decirle "¿que cuál veo o que cuál creo que veo o que cuál creo que puedo ver?, porque no es lo mismo", que para algo uno estudió la vista y cómo el cerebro la utiliza, completa, corrige y altera como le viene en gana en una asignatura de libre configuración de la carrera. Y estaba a punto de ponerme a explicarle los matices cuando ha aparecido otra oftalmóloga mucho más expeditiva, lo que ha sido la salvación de todo el mundo allí, de la oftalmóloga rubita porque le ha ahorrado mis filosofías, y la mía porque nos ha tranquilizado a todos cada vez que la rubita ha vuelto a gritar presa del pánico cada vez que yo decía lo que veía (aunque en realidad no les decía lo que veía sino lo que creía que podía ver, porque yo sí que he dado esa asignatura, y me pareció interesantísima). Al fin me han ido dejándome razonablemente convencido de que no estoy ciego ni soy daltónico, que ya sería putada por lo del postprocesado de las fotos, y he vuelto oootra vez a la sala de espera, mirando con veteranía a los que sostenían algodoncitos con su gotita de sangre en sus brazos cargados de abrigos y carteras.

Ya me esperaba lo peor del paso siguiente, aunque al final ha sido el mejor, y desde luego el más entretenido. Como entreacto he ido al baño, donde he hecho mi transferencia de, perdón por el chiste malísimo, capital líquido, tirando lo que sobraba por el lavabo como forma de prostesta ante el mundo, y me he vuelto con mi tarrito homologado a la sala de espera, donde al momento me ha llamado una doctora que inmediatamente me ha recordado a alguien que no consigo ubicar y que inmediatamente me ha caído estupendamente, me ha parecido guapísima y me ha despertado una ternura infinita. Eh aquí alguien que sonreirá ante mis estupideces y mis peticiones para concretar lo que la gente ya cree concretísimo de partida, y así ha sido. Hemos hablado un rato de lo que son mis vicios y mis visicitudes, y como siempre en estos casos yo he sentido esa contradicción interna que siento siempre que un médico me cae bien, por un lado (el de lo bueno) me siento como un poco vacío y decepcionante por no poder contar con ninguna enfermedad que alegre mi historial, y por el otro (el de lo malo) sentía la irresistible tentación de mentirle para que no se preocupase por mí. Y cuando yo ya lo daba todo por hecho, va la tía valiente y me dice que pase al cuartito de al lado y que me desnude





de cintura para arriba. Ella, naturalmente, no ha hecho esta pausa que yo he representado aquí como buenamente he podido, sino que lo ha dicho del tirón, pero a mi mente, que cuando quiere es rápida de narices, le ha bastado el espacio mínimo entre el "desnude" y el "de" para interpretarlo como una frase completa y hacer que mis cejas diesen un brinco. Bueeeno, he pensado. Esto es normal, y que la mujer sea guapa y que las batas médicas tengan ese morbo no hacen de esto nada especial, me he dicho sabiendo que no me iba a convencer de nada. Así que me ha tumbado, me ha estado tocando por todo el pecho y toda la tripa, disculpándose de una frialdad de manos que no tenía, la verdad, y hasta me ha amagado un masaje en los hombros que me ha dejado con unas ciertas ganas de pedirle que siguiese y otras ciertas ganas de proponerle cosas inconfesables. Pero claro, la agenda manda, eran las 11 de la mañana (¿¡LAS ONCE YA!? ¡QUE VOY A LLEGAR TARDE!), y tampoco quería comprometer su puesto de trabajo, pobre mujer, por culpa de una mutua pasión que era a todas luces evidente, y ya digo que hay que ser honesto con uno mismo y con la realidad y no me invento absolutamente nada.

Así que nada, he salido de allí, he esperado a que la enfermera remilgada terminase de sangrar a su siguiente víctima, le he dado mi producto destilado y he salido, pasando por delante del despachito de la doctora guapa y resistiéndome, que uno ha visto mucha peli de tipo duro renunciando al amor porque el destino manda, a entrar, cerrar la puerta y desencadenar las tormentas de la lujuria y de los protocolos de lo íntimo.

Luego me he ido de paseo, cañas y café con Vega, quien se ha dedicado a poner a parir sistemáticamente a todos nuestros conodidos comunes, primero, y luego a todos sus conocidos (esto es falso, lo digo sólo para ver si alguien me cree y le echa la bronca, porque soy así de malvado), una vez ha conseguido que yo dejase de hablar de vasitos de pis y de doctoras guapas de manos para nada frías, lo cuál le ha costado como unas seis horas. Y aquí concluye mi odisea de hoy.

8.11.07

aquí, hoy, iba a ir un epílogo

Pero la autora del mismo, porque el epílogo ya no era cosa mía, ha dicho que al fin y al cabo todo lo que ella podía decir de la historia ya se ha dicho en los comentarios a los post anteriores; entre réplicas vuestras (me duele, y me chirría la falta de costumbre, pero ese verbo tiene que ir en plural) y contrarreplicas mías suman 30 mensajes que ya han opinado, explorado y finiquitado el tema. Y seguir con el tema, una vez contada la historia, probablemente sería ensañarse ya, y ensañarse, aunque pueda tener su encanto, no es una actitud sana. Así que ea, a tirar p'alante.

Aunque sierto inencia para irme de aquí, de esta tumba, cavada a base de palabras, donde reposa el fantasma de una amistad y, también, para mí, el fantasma de una arpía. Siento que, de alguna forma, aún debería decir unas palabras. Que lo anterior ha sido la crónica de una agonía, pero este es el momento del funeral. Así que sean estas mis últimas palabras: Viva la justicia poética. Alguien así lleva a cuestas su propia maldición y va siempre rumbo a su propio castigo. Lástima, eso sí, de quienes arrastre consigo. Aunque si yo conseguí distinguirla, al final, hay esperanzas para cualquiera, imagino.

Y la moraleja de esta historia es: No te dejes engañar. No pienses que la gente es mejor de lo que es. Ser optimista es bueno, ver la parte buena de la gente es bueno. Inventársela, suplir a gente de carne y hueso por imágenes de fantasía, no.

Y la segunda moraleja es: Pórtate bien con los escritorzuelos blogueros. Si no pueden pasarse una semana poniéndote a caldo.

Y ya está.

Vuelta al mundo real. Y a la que uno vuelve, le entran dudas de que, de verdad, sea esto el mundo real; leo que Aznar está diciendo eso de que lo del 11-M lo planeó algún vecino. Y miro la fecha de la noticia, pensando que me he metido en el archivo y no, no; El tío cabezón ¡está inssitiendo! Los hay que sin su mundo de rencor no existen. O los hay que, fuera de su mundo de rencor, ya no pueden vivir, imagino. La realidad tiene demasiadas aristas reales que van fatal con ciertas teorías construidas a base de globos hinchables.

Y me acuerdo de esa canción de Mamá Ladilla que dice "el mundo no es como es, el mundo es como yo digo que es" cuando leo a un lector de un blog de El Mundo afirmando, rotundísimo él, que le importa un pito la sentencia, que él sabía que había sido ETA y que nadie le va a engañar. Me pregunto en qué habrá consistido su investigación y hasta donde la fe, esa capacidad de creer en algo no ya sin evidencias sino incluso a pesar de las evidencias en contra, es venenosa en política.

Claro que ¿dónde no es venenoso eso de creer en cosas incluso a pensar de tener evidencias en contra? Y miro por la ventana la acera de enfrente, siempre un desfile de monjas y de curas.

De las últimas veces que voy a mirar por esa ventana, en cualquier caso, porque hoy es mi último día aquí. Acaba de decirme David Lee que siendo me último día no de ni palo. El bueno de David Lee, que anda haciendo su tesis sobre cosas de nombre rarísimo y aún así no es capaz de pensar que eso es, precisamente, lo que vengo haciendo desde hace bastante. Y no por mí, conste (ejem), sino por la empresa: Para que no noten mi partida y esta sea lo menos traumática posible, he reducido gradualmente mi ritmo de trabajo de un tiempo a esta parte. Así no hay bache el último día, o sea hoy, sólo una dulce cuesta descendiente que terminará conmigo saliendo del ascensor y corriendo, libre y salvaje, hacia la puesta de sol, a lomos de un caballo pinto y disparando al aire. Espera, que acabo de sintonizar un western, por lo visto. Es el mono de cine. Echándole un vistazo rápido a la cartelera, hay ya cuatro películas que quiero ver: La Zona, El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford (que cuando lo leo deprisa siempre entiendo Robert Redford y pienso en Sundance Kid y me monto unos líos monumentales), Shoot Em Up y Stardust. Esas cuatro, sin haber mirado aún la cartelera en profundidad, que seguro que luego sale alguna otra. Y ahora que miro, cagüenlaleche, con tanto tardar en ir al cine y con tan poca promoción, incomprensiblemente, que reciben algunas películas ya hay al menos dos de la lista que me quedo sin poder ver en versión original, con lo inmenso que es Clive Owen en versión original.

Excepto cuando le dirige Ang Lee, claro, en cuyo caso da absolutamente igual que se le doble o no,

7.11.07

5. El dulce escándalo de los cañones de la liberación

Índice de la historia con su desorden necesario:
3. El principio del fin, un cambio de roles
1. Y en el principio fue el amor, o sea la tontería
4. Niño malo castigado sin tele, niño malo castigado sin vajilla
2. A grandes males, grandes apuestas
5. El dulce escándalo de los cañones de la liberación

And here we stand at the edge of the world, y aquí se acaba el camino:




Claro que desde que Leticia dijo que se iba porque no podía seguir viviendo aquí hasta que se fue pasaron cuatro meses, lo cuál, de nuevo, da una medida del valor de sus palabras: Para no poder continuar viviendo conmigo, caray, consiguió que la espera hasta su partida fuese una tercera parte del tiempo que pasamos viviendo juntos.

Fueron cuatro meses de silencio y de cruces silenciosos por los pasillos, que al menos yo evitaba hasta donde podía, porque no es precisamente cómodo cruzarte con alguien cuya mirada pasa a través de ti como si fueses transparente y no existiese (eres, precisamente, un ángulo más de pasillo; afortunadísimos en eso los Ojos de Brujo), pero que a la vez compone esa cara de satisfacción y de suficiencia extrema, de justiciera retributiva ejerciendo su castigo incluso ante el vacío que la ausencia de su mirada me adjudicaba. Encontrarla al entrar o salir era un pelín más enrevesado porque claro, cuando te encuentras a alguien de frente por puro instinto tienes que mirarlo, y luego debía desenfocar la vista para que se posase en la pared detrás de mí y componer esa cara en cuya expresión invertía tanto esfuerzo en mi opinión absolutamente inútil.

Yo, naturalmente, lo primero que hice fue ver cómo era de factible completar la profecía de Elena, así que llamé a Juan para ver qué le parecía la idea de independizarse, y Juan, sin saber que estaba atrapado en un sortilegio de Elena, me dijo que la verdad era que últimamente había estado pensando que ya estaba mayor y que igual iba siendo hora de salir de la casa familiar. Así que Elena recibió un segundo mensaje que ya empezaba a sonar un pelín asustado porque, caray, cuando dijo aquello todo sonaba bastante imposible y a veces da algo de susto ver como alguien, tan de lejos y entre tanto humo, es capaz de clavarle un flechazo bien certero al futuro que será, de entre toda el nubarrón de futuros posibles e imposibles.

Y luego llegó la espera. Es difícil esperar cuando no sabes cómo van las cosas, porque claro, es aún más difícil saber cómo van las cosas cuando no puedes preguntarlas porque la otra persona no es ya que no te hable sino que ha decidido que no existes. Pero bueno, pasando mucho tiempo fuera de casa o encerrado en la habitación, viendo series, escuchando música y jugando de forma compulsiva al Need for Speed se fue pasando el tiempo y además vinieron los fines de semana en el pueblo y al fresquito y luego las vacaciones. Y al fin y al cabo cuando uno vive en círculos acaba trazando un sendero con sus huellas y luego dejar pasar el tiempo es darle vueltas y más vueltas a una rutina ya establecida, y uno termina acompañando el giro de las agujas de los relojes con cierta naturalidad y la pura fuerza, bruta y no siempre aburrida, de la costumbre.

Y así llegó octubre, mes en el que le tocaba pagar el alquiler a ella. Lo hacíamos así, cada mes pagaba uno y el otro dejaba el dinero donde el otro pudiese verlo para que hiciese el ingreso total. Así que yo dejé mi parte del alquiler en el sitio que se había convertido en el habitual, y me olvidé del mismo hasta que el día nueve me levanté y vi que mi dinero seguía ahí. "Caramba, sí que está apurando la frenada", me dije, y me fui a trabajar algo preocupado. Y allí, la sorpresa. Tenía un correo de mi a estas alturas nada querida ex-amiga diciendo que había encontrado piso y que se iba. Yo di saltos de alegría, literales, y tengo testigos de ello. Luego le pregunté que cuándo, y me dijo que pretendía ventilarse todo el papeleo para el día siguiente, y yo me quedé helado.

Porque claro: Cuando alguien, a día 9, le dice a alguien que se va y se quiere ir al día siguiente, pasan ciertas cosas. La primera, que uno intuye que va a tener que hacerse cargo de un alquiler completo, cuando igual, como era el caso, su economía no está preparada para ello. Y claro: Cuando alguien, a día 9, de dice a alguien que se va al día siguiente, se está saltando a la torera todas las convenciones respecto al mes de preaviso, y no es que yo a esas alturas esperase un mínimo de consideración hacia mí, pero el casero es el casero. Y claro: Todo el asunto termina oliendo a que la muchacha está intentando hacer un salto mortal para que, caso de salirle bien, uno se descubra en la calle y con cara de que acaben de atropellarlo.

Así que nada, llamé al que a día de hoy es mi compañero de piso y le transmití mi histeria de una forma bastante eficaz, conseguí hablar con el representante de eso que se llama "la propiedad" y que son los dueños (me parece curiosísimo que se acoracen tras ese concepto: "la propiedad". Pura esencia capitalista, ¿verdad?), conseguí hablar con mis ex-compañeras de la bolsa de alquiler, y al fin, y a pesar de las nuevas complicaciones que surgieron (como que Juan no tuviese ni dni ni nómina ni contrato ni absolutamente nada más que su sonrisa a esas alturas algo desquiciada para probar su existencia, y asentimientos frenéticos de cabeza para probar que es persona de bien y trabajadora y capaz, eventualmente en aquel momento, de pagar fielmente un contrato de alquiler) nos rehicimos y el día siguiente ya estábamos listos para cualquier cosa y yo empezando de nuevo a dar saltos de alegría ante la perspectiva inminente de poder volver a ser un ente material en mi propia casa, cuando nos enteramos de que no, la niña de pronto decía que se quedaba hasta fin de mes. Supongo que sería que cuando le comunicó su plan de partida (y cuchillada colateral) súbita al propietario este le respondería con un inmenso ¿QUÉ? o algo por el estilo. En cualquier caso, aquello fue la zancadilla que lo sorprende a uno en la línea de meta cuando está logrando terminar vivo un maratón y descubre que además de todo lo recorrido tiene que darle otra vuelta al estadio. Que no es nada, que son solo el 5,3% del tiempo que ya se lleva resistiendo, pero es que 20 días son 1.728.000 segundos, esas cosas que se supone que no duran nada pero que da a tiempo a contar con toda la calma del mundo.

Así que nada, hubo que empaquetar de nuevo el champán, cancelar el desfile, cerrar escotillas y declarar de nuevo inmersión a profundidad de periscopio, con la sospecha, nacida de esta súbita conciencia de la falta de fuerzas, de que no tenía muy claro ni cuánto gasoil le quedaban a mis motores ni cuanto aire a mis pulmones, para seguir viviendo en aguas turbias conteniendo la respiración durante veinte días.

Pero bueno. El primer simil, el del deporte, tuvo su utilidad (desde luego más que el segundo, cuando vi que contener la respiración no valía para acelerar el tiempo sino, sólo, para ver manchitas violacias y luego respirar mucho y toser un rato); cuando yo era pequeño nos hacían correr en las clases de lo que en tiempos inmemoriales se llamaba gimnasia, que pretendían que nosotros llamásemos educación física y que solíamos llamar sudar, perder el tiempo o correr, indistintamente, y en aquellas clases todos aprendimos que cuando se está corriendo a veces las distancias resultan ser más largas y más agotadoras de lo que uno se esperaba (o, caso de corredor neurático como yo, exactamente tan largas y agotadoras como uno se esperaba), y que entonces lo único que se puede hacer es agachar la cabeza, seguir respirando y dar zancada tras zancada y que sea lo que dios quiera, las agujetas de una semana, los calambres, despertar en la enfermería o lo que sea.

Y eso tocó hacer. Seguir viviendo en el nivel cuántico en el que uno existe y no existe, seguir siendo esa presencia intangible que se dedica a tirar de la cadena por todos o a hacerse la cena cuando hay oscuridad y silencio en la casa, a esperar por las mañanas a que el baño quede libre adivinándolo por las cadencias de los ruidos de las puertas y a ver cómo estos se convertían automáticamente en portazos en cuanto se me ocurría la tremenda barbaridad de salir de mi habitación al salón de la casa en la que vivo, que ya me vale.

Pero si una cosa buena tiene el tiempo es que le importa todo un carajo y el va pasando a pesar de lo bueno y de lo malo, así que finalmente el mes se acabó. Y la noche del martes 30 de octubre pude escuchar, por fin, el dulce escándalo de los cañones de la liberación convertido en el ruido del desmontaje de algún escritorio faraónico o algún armario monumental, por la contundencia de los ruidos, que se alargaron hasta bien entrada la madrugada.

Yo, ante aquel ruido que venía de la habitación de al lado sonreía como un bobo, como quien después de un tiroteo se palpa y no termina de creerse que sigue entero e intacto. Ante aquel fragor, tanto toc toc toc ahí y tanto clac allá y tanto gnnnnrrr por el suelo, yo me sentía como un pueblo francés viendo entrar los tanques americanos en plena Segunda Guerra Mundial. Así que pasé la noche gritando Vive la France y Vive De Gaulle y agitando banderitas francesas imaginarias, para mi propia confusión, con un antojo intensísimo de champán frío, y nada de cava, no no no, champan con todas las letras, champagne.

Tampoco es que desapareciese esa noche. Me dijo que se iría por fin el 31 a través de nuestros últimos correos, que consistieron en un diálogo sobre plazos y charla sobre el mundo de las finanzas y su relación con los sofás, diálogo telegráfico en parte por sus evidentes ganas de no mantenerlo y también por la mía que, a base de palos, he terminado aprendiendo que con Leticia no puede discutirse más allá del dar tu opinión, escuchar la suya y después arrepentirte y pedir perdón si no quieres terminar gritado, ignorado y probablemente premiado con el persistente ruido de un portazo, metafórico o literal según las circunstancias. Tampoco es que tuviésemos que esperarla hasta el 31 porque la resolución del contrato fue el día 30 y el que firmamos Juan y yo empezaba el 31, pero después de un año de intentar resistir como persona adulta me pareció que bien valía la pena esperar el tiempo que fuese. Así que cumpliendo su palabra de la forma habitual el día 1 al mediodía cerró la puerta de casa para no volverla a abrir nunca, rumbo a su nueva vida fuera de aquí, esta casa en la que no puede vivir, una vida que la ha llevado al lugar más lejano y remoto que uno podía imaginarse; exactamente al piso de arriba, circunstancia esta que, sospecho, no quería que yo supiese pero que es imposible no descubrir si el casero le sigue echando las cartas con el importe del alquiler en mi buzón, por mucho que en ellas venga su nueva dirección.

Así que me he librado de ella como compañera para tenerla como vecina. Lo que promete futuras peripecias que contar en este blog, siendo positivo. Qué remedio.

De todos modos saber esto fue, en principio, un tanto deprimente, porque a mí, la verdad, me hacía ilusión no volver a ver en toda mi vida a la persona que, hasta ahora, más me ha defraudado, me ha ninguneado y me ha tocado soportar sin posibilidad de escapatoria, y sobre todo a una persona a la que un día fui tan estúpido de considerar como mi amiga y en la que despilfarré tantos esfuerzos que, de haber sabido cómo era en realidad la pájara, me habría ahorrado bien a gusto.

Pero claro. David, David, David. Siempre taaan bobo, este pobre yo. Ya decía al principio del segundo capítulo, o sea el 1, con la numeración cronológica: siempre he sido como siempre digo que soy. Supongo, mirando desde aquí, que no había nada que no fuese evidente desde el mismo principio de todo, igual que supongo que era inevitable que yo no lo viese, que me venciese el optimismo, mi inmensa capacidad obsesiva, mi ceguera parcial y absolutamente interesada. Supongo que si no quise ver lo malo no sólo fue porque no lo conociese, sino porque tampoco quise nunca ver lo malo.

Porque es normal, hasta cierto punto, que uno a veces se distraiga y le guste soñar despierto y pensar cosas bonitas y agradables, y si hace falta dejarse engañar pues se deja uno engañar y es feliz un ratito.

Pero lo que no es normal es, sólo por un par de alas, confundir a una arpía con un pájaro.

Y pensando en esta miopía mía, que intuyo congénita, termino esta historia.

6.11.07

2. A grandes males, grandes apuestas

Índice de la historia con su desorden necesario:
3. El principio del fin, un cambio de roles
1. Y en el principio fue el amor, o sea la tontería
4. Niño malo castigado sin tele, niño malo castigado sin vajilla
2. A grandes males, grandes apuestas
5. El dulce escándalo de los cañones de la liberación

¡Penúltima parada! Y hoy hay que poner una canción que un enfermo mental certificado, así que esta en la que Devin Townsend se marca unos gritos al final:




Y con el tiempo aquel amor mío, orlado con cardenales en el alma, fue dando paso a una amistad, construido con mucho esfuerzo y sumisión por mi parte y condescendencia por parte de Leticia, o al menos así es como se ve desde aquí, ahora. En cualquier caso a ella siempre he ha gustado tener alrededor gente que le dorase la píldora, y yo me sentía culpable por haber cometido la tropelía de haber estado enamorado de ella y de haber soñado con ser correspondido; Siempre se le ha dado muy bien rodearse de gente que tenga grandes complejos de culpabilidad.

Comenzamos a quedar de nuevo, comenzamos a contarnos nuestras vidas. Yo me sentía feliz porque había conseguido transmutarla de fantasma vacuo e inmaterial a persona de carne y hueso que uno podía, por ejemplo, tener delante, y ella porque podía contarle a alguien sus problemas. Comenzó por problemas laborales, luego empezó con los problemas de pareja, que siempre da mucho más juego cuando alguien se los cuenta a alguien que en su día estuvo enamorado de esa persona y en el momento de la narración aún no tiene las cosas muy claras al respecto, y terminó contándome lo mucho que sufría por todo, lo deprimida que andaba y el sufrimiento que para ella significaba el pasar de los días. Leticia no soportaba muchas cosas. No soportaba, para empezar, que Opción Número Dos no se pasase el día postrado ante ella las veinticuatro horas del día. Aunque el chaval, como todo el que pretende prosperar en una relación con Leticia, pasaba bastante tiempo besando el suelo que ella pisaba, a veces tenía algún ramalazo de personalidad propia que ella castigaba con la contundencia del inquisidor. Y en fin, también me contaba otras historias de una exnovia anterior del sujeto y alguna otra marranada que, a día de hoy y después de sospechar la clase de basura que va inventando sobre mí, único recurso que tiene de hacerme parecer al malo malísimo que proclama que soy, sospecho que tendrían bastante de mentira y de exageración. Pero en aquel entonces yo no veía razones para dudar de lo que ella me contaba, y comencé a odiar a Opción Número Dos con saña, y con un punto de envidia residual, por qué no contarlo. Y su otra gran calamidad, lo otro que no soportaba, era vivir, como veía, en ese punto remoto en el que la periferia de Madrid se convierte ya en el extrarradio de Guadalajara. Añoraba profundamente sus tiempos de Rotterdam, donde además de pasarse el día fumadísima tenía la comodidad de la vida independiente, y comenzó a pensar en hacer lo propio en Madrid, pero el coste del precio de los pisos y la miseria de los sueldos hacía de aquello un sueldo imposible.

Y así fue pasando el tiempo; las cosas de las que se quejaba que estaba en su mano cambiar no las cambiaba (ni se le pasaba por la cabeza dejar a Opción Número Dos, porque oh desgracia, lo quería, a pesar de lo que contaba de él), y las que no podía cambiar iban a peor. Me habló de su problema con el litio, de psicólogos y psiquiatras, de pastillas, de la medicación que a veces se resistía a tomar, porque le destrozaba la vida, y emprendimos así la travesía por los pantanos de la psique. Hablamos muchísimo, desde entonces. Correos, teléfono, messenger: Yo intentaba contagiarle algo de mi optimismo vital, y ella me premiaba diciéndome que me quería muchísimo, que era un tipo majísimo, más incluso de lo que yo ella pensaba (eso siempre me dio algo de grima), en sus propias palabras, y que tenerme como amigo era una de las cosas que la hacían feliz. Y así fuimos, yo tirando como podía, y ella quejándose de su inmensa carga. Comenzó el verano del 2006, y un miércoles de junio me dijo que estaba fatal. Un día, hablando por internet, ella desde su oficina y yo desde la mía, me dijo que no podía soportarlo más. Yo me asusté muchísimo, me puse de lo más oblicuo y terminé preguntándole que si me estaba hablando de suicidio. Me dijo que alguna vez se le había pasado por la cabeza, pero me tranquilizó. Habla con alguien, le dije yo. Cuéntale todo esto que me estás contando a mí a Opción Número Dos, para empezar y por ejemplo. Y en eso quedamos.

Pero el día siguiente, Jueves, iba a resultar uno de los días más intensos de mi vida. Aunque estoy pensando que, mejor que tirar de memoria y pese a que esto pueda quedar larguísimo, voy a tirar de lo que le escribí, condándolo, a una de las dos amigas que, aquel día, tuvieron que ayudarme a que yo mismo no me volviese loco:

Vaya día el de ayer... al final se aceleró un poquito la cosa. En fin, te cuento.

Yo estuve hablando con ella por el msn toda la mañana, y estaba hecha polvo. Además me dijo que a las 11 ya había tenido una discusión con Objetivo Número Dos, y luego tuvo otra con Amiga Sin Identificar... además por la mañana había ido al médico y llevaba toda la mañana intentando hablar con Objetivo Número Dos y este no la cogía el teléfono, y se fue desquiciando y a las 3, cuando yo me iba, me dijo que no lo soportaba más y que se rendía.

Yo, como te puedes imaginar, pensé "se acaba de levantar de la silla para ir a beberse un toner de impresora". Así que salí corriendo del edificio y me puse a llamarla por teléfono. No lo cogía. Pensé qué hacer, y no se me ocurría nada, excepto "bueno, a lo mejor no es para tanto, tal vez tenga que irme a casa"... pero luego pensé que qué coño estaba pensando, que esto no era ningún juego y que tal vez no se bebiese un toner pero bien podría tirarse a la vía de Chamartín a la que saliese del curro... así que imaginé que no me cogía el teléfono por no echarse a llorar y la mandé un mensaje diciendo que si no podía hablar con ella me plantaba en su curro, y que me prometiese que no iba a hacer ninguna tontería o llamaba a Objetivo Número Dos, a su madre y al 112, y que tenía un cuarto de hora para responderme antes de que empezase a hacer ruido y a acojonar a todo el mundo. Mientras, como no tengo el teléfono de Objetivo Número Dos, llamé a Amiga Sin Identificar y la espeté así según me lo cogió "hola, soy David, ¿qué tal?, ¿puedes darme el teléfono de Objetivo Número Dos?", y ella, sorprendidísima, me lo dio. Tan sorprendida que al rato, después de que me mandase Leticia un mensaje diciendo que por favor no avisase a su madre y que el teléfono de Objetivo Número Dos no lo tenía, y mientras yo le respondía otro mensaje diciendo "¿ah, no? 696..." me llamó Amiga Sin Identificar otra vez diciendo que para qué cojones quería yo el teléfono de Objetivo Número Dos (no con esas palabras, claro). Y yo la dije que bueno, que estaba muy preocupado por Leticia y que no sabía si llamarle y avisarle y que soy muy paranoico y se me pasaban toda clase de tonterías por la cabeza... y como ella no decía nada le dije que debería aprovechar que estaba histérico para preguntarme, y así conseguimos hablar con algo más de claridad, aunque yo no fui nada explícito, y me contó ella también que habían estado discutiendo esa mañana... total, que la dije que lo único que se me ocurría era cogerme un taxi, plantarme en su curro y llevármela a casa... y me dijo que le parecía una gran idea. Así que colgué y me puse a buscar un taxi como un loco, pero ya sabes como son, basta que busques uno para que no aparezca... y volvió a sonarme el teléfono y era Amiga Sin Identificar otra vez, que me decía que si le hacía el favor de dejar que fuese ella la que fuese a buscarla... yo la dije que si quería ir ella sola, me dijo que sí, y yo me convencí de que no es que le estuviese pasando la patata caliente a nadie ni nada, sino que si habían tenido ellas una movida esa mañana a lo mejor reconciliarse y tal le vendría mejor que el que apareciese yo en plan los Hombres de Harrelson, así que la hice prometer que me llamaría cuando la dejase y me fui a casa, caminando desde aquí hasta Atocha, con el solete que hacía, porque no quería meterme en el metro y quedarme sin cobertura... y llegué a las mil, claro. Luego me dediqué a intentar comer, decidir que no podía y mirar fíjamente el móvil, pero después recordé, de mis tiempos de bobo adolescente, que ese método no funciona para nada... vamos, que andaba bastante preocupado... al fin me llamó Amiga Sin Identificar a eso de las 7 y pico o las 8, medio conteniéndo las lágrimas, y me dijo que en fin, que la gente no siempre es como crees que es y cosas así que no entendí a qué se referían pero que me hicieron pensar que de reconciliación, poca cosa. Y que Leticia estaba fatal, y que le había dicho que me llamase para tranquilizarme pero que tal y como estaba no esperase muchas noticias suyas anoche.

Así que bueno, yo decidí dejarla un rato tranquila (me había pasado la tarde bombardeándola con mensajes, con eso de la histeria...), y escribí otro mensaje pero decidí esperar a mandárselo por la noche, cuando estuviese sola en su habitación, que seguro que se comía la cabeza otra vez. Pero no llegué a mandárselo. Cuando en Leganés caía una señora tormenta, a eso de las 9 y pico, me llamó llorando como una madalena, y entre las lágrimas y el ruido del viento me costaba horrores entenderla, pero por fin comprendí que me decía que se había ido a Villabotín, un pueblecito de Guadalajara que está más o menos cerca del suyo, al que fuimos una tarde de domingo ella y yo, a subirnos a un monte y ver ponerse el sol. Y me dijo que estaba fatal, y que no sabía qué hacer, y que no podía ir a su casa ni nada, y yo la dije que me iba a buscarla, y ella me dijo que no, que estaba a tomar por culo y ya era tarde, y yo la dije que me daba igual, y ella me dijo que me lo agradecía infinito, pero que quien ella desearía que se fuese hasta ahí a buscarla era Objetivo Número Dos, y yo le dije que bueno, que mejor yo que nadie y que la dije que no se preocupase por si yo estaba lejos y era tarde, que a mí, personalmente, ir a Villabotín a esa hora o a las 4 de la mañana me parecía preferible a dejarla allí sóla y en el estado que estaba, así que la dije que no se moviese, me metí en la Guía Campsa para ver cómo cojones se llega a Villabotín sin dar mucha vuelta, y me lancé como un loco por la carretera de Guadalajara con la lista de carreteras que tenía que coger apuntada en una libretita. Aún no sé no ya cómo no me perdí, sino cómo no me salí en alguna curva... Total, que llegué y allí estaba, subida en una montañita, mirando las nubes del oeste que ya se iban apagando. Y en fin, estuvimos hablando, me agradeció muchísimo que fuese a buscarla... me dijo que al final había hablado con Objetivo Número Dos hacía 20 minutos, y que él también estaba yendo para allá, y que le quiere mucho y que siempre lo querrá pero que nunca olvidará que fui yo el que se plantó allí sin que nadie tuviese que pedírmelo... y yo la decía que me parecía genial y que esperaba que lo recordase muchos años, y la pobre se reía... o la decía que no me lo agradeciese, que algún día esperaba que ella hiciese lo mismo por mí... dentro de unos 15 o 20 años... y que encima lo mío sería más jodido porque yo no me iría ahí sino probablemente a la cima del Pico de San Vicente, que quieras que no pilla más lejos. En fin. La dije todo lo que se me ocurrió para convencerla de que siga adelante. La prometí que nunca estaría sola, que al menos siempre andaría yo por ahí dándole la brasa. Intenté que me prometiese que seguiría viva, pero ella sólo sonreía y me decía que soy un capullo, porque yo aprovechaba cualquier comentario para meter alguna sugerencia de promesa... Y al final apareció Objetivo Número Dos, ella me dio las gracias otra vez, y yo me fui a casa, y no sé cómo no me maté con el coche en el primer cruce con tráfico.

Y no sé, llegué más tranquilo, porque bueno, con Objetivo Número Dos ahí ya veía yo las cosas mejor... pero luego a las 12 y 40 vino La Tranquilidad. Me llegó un mensaje suyo que te copio:

"Si tú me llamas, estaré en la montaña más alta de tu pueblo. Seguiré aquí, te prometo que no te dejaré solo. Haces que este mundo parezca mejor. Mil besos, Leticia".

Y a mí se me saltaron las lágrimas y se me saltan ahora que te lo copio.

Mira, como llevo horas escribiéndote (luego a cualquier cosa le llamas tú correo largo) acaba de conectarse ella... y dice que aunque sólo sea por si un día yo la necesito que tiene que seguir viviendo, que sabe que no va a ser fácil, pero que bueno, pasito a pasito, y en fin, otras cosas que no copio porque van directas a mi autoestima y a mi ego devorador de cosas de estas.

Vaya últimas 24 horas, buf.


(Lo de Amiga Sin Identificar es porque me gustaría mantener a la muchacha en cuestión en el anonimato, igual, supongo que a estas alturas está claro, que lo de Objetivo Número Dos, aunque sea una forma un poco cruel de llamarle, pero bueno. Y caray, qué cosa da sumergirse en el yo de hace apenas un año y pico).

Da una sensación curiosa leer, ahora, sus palabras de entonces, ver cuánto ha valido su gratitud y qué poco ha durado su para siempre. En fin. Las palabras valen lo que quienes las pronuncian, supongo.

Total, que yo me convertí en algo así como su remolcador psicológico particular. Aquel verano centré mi vida en torno a ella, descuidando miserablemente a otras personas que también me necesitaron y a las que ni siquiera acerté a ver necesitadas, cosa que aún me tortura y me hace sentir fatal. La saqué de Madrid, la distraje lo que pude, y finalmente, cuando dijo que necesitaba salir de su casa a toda costa (no es que su padre la violase ni nada de eso, era, simplemente, que vivía lejísimos y eso le hacía sentir que malgastaba su vida en el transporte público), acepté irme a vivir con ella.

Comenzamos a buscar piso, y el 20 de octubre nos dieron las llaves.

Y así comenzamos a vivir juntos. Gente que nos conocía a ambos, en concreto nuestra amiga María, que ha salido ya mencionada en esta crónica mía, me aseguró que era una idea malísima, que Leticia era muy especial para la convivencia, y que no iba a salir bien. Vale la pena arriesgarse, pensaba yo. Yo ya sabía cómo era yo, y sinceramente pensaba que vivir con alguien como yo, que está dispuesto a discutirlo todo y que puede ser un absoluto tocapelotas, le podía venir de puta madre para hacer callo, para tirar para alante. Y respecto a lo que pudiese pasarme a mí, me daba igual, entonces, con tal de intentar ayudarla de esta manera y de la otra, más rápida y vistosa, de ayudarla a salir de la frontera de Guadalajara.

La cosa, al principio, funcionó, más o menos. Yo me esmeraba en ser majo, y ella me premiaba con comentarios de aliento y con el veneno que ella va inyectándole a sus adoradores para que continúen convirtiéndola en adicción. Aunque a veces a mí me hacía dudar: Recuerdo que un día, hablando de Opción Número Dos, cuando finalmente lo dejó por tercera o cuarta vez (lo dejó muchas veces "finalmente" hasta que, por fin lo cerró finalmente por fin, digamos. Pese al, hasta donde yo sé, último polvo de despedida, que también contribuyó a engrosar la lista de adornos craneales del pobre Manuel), me dijo que muchas veces se descubrió pensando que ojalá se hubiese enamorado de mí (atención al comentario, atención al cebo y al anzuelo). Pero cuando escuché eso yo me descubrí pensando que yo, en cambio, a esas alturas y descubriendo lo que estaba descubriendo, me alegraba, en cambio, de que ella no se hubiese enamorado de mí.

Pero en fin, volviendo a la narración y terminando este capítulo, yo, asumiendo que tengo una facilidad considerable para producir dolores de cabeza defendiendo mis argumentos, pensé que vivir conmigo podía ayudarle a endurecerse, a ganar fuerzas mientras yo aún la sostenía.

El primer problema, claro, es que es difícil discutirlo todo cuando uno tiene el cargo indefinido de remolcador psicológico.

El segundo, qué pasa con el remolcador en cuestión cuando una noche en la que uno espera con el botiquín preparado ella aparece horas más tarde con otro nuevo y más eficaz.



(siguiente capítulo, 5. El dulce escándalo de los cañones de la liberación)
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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.