30.8.07

caótico yo

Iba yo a dedicarme hoy a criticar la última peli de Medem, la de la muchacha caótica, y pensaba titular esto caótico Medem, pero qué coño, puestos a erigirse como portavoces del caos me elijo a mí mismo que para algo tengo enchufe con el autor de este blog. Y como prueba, ahí está mi última declaración de intenciones, claaaro, semana de paz, semana sin planes, semana de no salir y zas, ni 24 horas pasaron desde la declaración de intenciones hasta que me fui al cine. A ver la peli de Medem, claro.

Yo soy muchas cosas, y por eso podría hacer muchas críticas. Pero hay cosas que me gusta ser especialmente de cara a la galería, en general, en este blog en particular. Como por ejemplo un tipo simple y pervertido obsesionado con el sexo. Como no todo ese personaje es ficción, una parte de mí no necesitaba grandes argumentos para ir a ver la película, bastaba con recordar un par de fotos de la protagonista y que Medem no es un tipo que tenga muchos reparos en despelotar actrices. Al resto de mis yoes les bastaba la reputación de Medem, excepto al yo protestón al que, en cualquier caso, nunca puedo escuchar si pretendo terminar haciendo algo. Así que allá que fui al cine, tan feliz de la vida, hecho polvo y algo paranoico con la conexión de internet de casa (que, en estos momentos no existe, por cierto), y encima iba con aquí Vega, Isabella y compañía, lo cuál es una cosa peligrosa pero reconfortante porque son unos friquis del cantautorismo, digamos (cosa peligrosa porque como se planten a hablar del tema pueden aburrir a cualquier fan, digamos, del post-death-humppa-metal-progesivo-harcore-psicodélico-melódico de los innumerables que poblamos el mundo. Reconfortante porque es una sensación muy relajante y reconfortante saber que, por una vez, no soy yo el friqui, je), y con mucho mono de cine.

Y bueno. Medem. Medem hace cine de autor, porque es autor de casi todo. Escribe, dirige, monta, produce, y asume tantos trabajos de los necesarios para hacer una película que yo, que ya sabes que soy propenso a pensar tonterías, termino suponiendo que si no va personalmente a acomodarte para que veas la peli es por problemas de agenda. Eso, como tantas cosas de la vida, tiene su cosa buena y su cosa mala (hablo de lo de hacer de todo, no de lo de que no haga también de acomodador, eh). La buena, que le da un control total sobre la película, que terminará siendo, inevitablemente, lo más que podría ser en función de lo que el autor querría que fuese. Lo malo, que cuando hay más implicados cada uno de ellos tiene que adaptarse a los demás, y a posteriori esto hace que la obra tenga un masticado previo; es más fácil de entender una película que al menos garantiza que ya ha sido entendida por alguien, aunque sea por la gente que la hizo. Lo cuál no da ninguna base para teorizar, porque hay películas geniales hechas por un director con control absoluto como también las hay consensuadas, y viceversa, ambas opciones han parido una cantidad de bodrios infinita. Pero hay veces en las que uno ve algo y piensa que alguien se equivocó de opción, y yo salí ayer del cine con esa impresión: alguien debería haberle dicho a Medem, por ejemplo, que el final de esta película no pega ni con cola. Que una película que empiza hablando de las paranoias de una muchacha termine sermoneando sobre lo malo que es Estados Unidos, aparte de una meada fuera de tiesto, es algo totalmente innecesario, que a mí personalmente me huele a intentar darle carga política comprensible e internacional a una película cuando ya es tarde para hacerlo.

Yendo a por los personajes e intentando avanzar más allá del físico de Manuela Vellés (cosa harto complicada, las cosas como son), hay cosas que me chirrían. ¿Qué pinta la mecenas francesa en la historia, de dónde sale y cómo se sostiene un personaje así? ¿Por qué Bebe tiene que parecer tan maja y resultar siendo un personaje tan previsible que, salvo por una aparición televisiva, desaparece a mitad de película? ¿Cómo es que Ana va a dar con el único yanqui republicano que lleva un guardaespaldas sin pistola? ¿Los griegos son inmunes a los impactos de columnas dóricas? ¿Cómo se asume que la Ana pragmática y directa sea la misma persona que la Ana fantasiosa y salvaje?, porque a mí el personaje me dio la impresión de tener dos lados, entre los que se habría un abismo que no había forma ni de saltar ni de explicar, y que ni siquiera retrataban al mismo personaje; una era real, de un realismo tangible y vívido, y la otra fantasía, y no una fantasía precisamente nítida. Y las más de las veces yo echaba en falta a la primera, no porque gane en la pugna prosa/poesía, sino porque simplemente, para mí, rayaba más alto que su otro yo.

Pero en fin. Cosas que pasan en las películas, cosas disculpables. Lo que sí que odiaré de esta película con saña es la estética de la fiesta y el arte. Igual porque sé con certeza absoluta que mi hábitab natural festivo no está ni en las discotecas de Ibiza ni en la trastienda del mundo de los artistas que viven en comuna, pero sospecho que esa parte de la película va a envejecer rapidísimo. Oh dios mío. Todos tan sonrientes, tan audaces... y tan eficaces para recordar las enseñanzas del Gañán al respecto del arte.

Y para terminar, igual que Medem, analizando la política exterior yanqui,

...mucho más eficaz al respecto, por cierto.

29.8.07

de 9:32 a 9:33

Y de pronto entra un rayo de sol por entre dos cortinas, recorre exactamente la hilera de teclas de en medio; tab, a, s, d, f, g, h, j... Pinta en mis dedos un anillo brillante y huidizo según tecleo. Y, arrastrada por el loco girar del sol, que siempre es más nervioso de lo que parece, se desplaza a la hilera de debajo según escribo este párrafo. Nota mental: No mover el teclado, estar preparado mañana con la cámara en ristre a esta hora.

Intento no escribir mucho. Por no dar mucho la lata, y para no asustar al sol.

Por razones inexistentes y por mandato exclusivo del azar leo esto: International Regulations for Preventing Collisions at Sea. No sé ni por qué ni para qué, pero aparte de la curiosidad por ese mundo remoto el artículo trae la maravilla del azar, de lo casual y lo surrealista.

Y llevo toda la mañana con esta ventanita abierta sin darle a enviar, ejem.

Sería que andaba pensando qué canción poner...

Y escucho esto,

28.8.07

a corto, medio y largo plazo

El plan a corto plazo incluye un buen propósito: No hacer nada. Esta va a ser la gran semana del No Hacer Nada. Es sencillo desde un punto de vista práctico; no hay mucha gente ahora mismo en Madrid con la que podría salir a dar una vuelta, mi economía está en la fase final de un divertido proceso de reinicio, y estoy cansado. O sea, no hay planes, no hay pasta, no hay fuerzas. Lamentablemente los puntos de vista prácticos nunca han sido lo mío, así que a la altura del martes lo que queda de semana se ve como la ladera del puto Himalaya y ya me veo yo corriendo la tarde del jueves por las calles sin más atuendo que un calzón naranja gritando "¡meremeremere!" con tal de hacer cualquier cosa que no sea estar aquí sentado/tumbado.

El plan, a medio plazo, está por definir. El plan a medio plazo, por ahora, son simplemente un montón de brindis al sol; debería dormir más, debería leer más, debería ir más al cine, debería hacer menos el idiota, debería comer mejor, caminar más, aburrir menos y dejarme, en la medida de lo posible, de actitudes suicidas como enamorarme cada vez que cruzo la puerta de la calle y me cruzo con alguien. El problema es que hasta que no inventen una especie de microondas en el que uno pueda meter un paquetito crujiente y sacarse un par de horas de tiempo al escuchar el pling el único tiempo que podría invertir en dormir, leer, ir al cine, caminar y demás sale, exclusivamente, del que invierto bebiendo y haciendo el idiota, dándose la desafortunada circunstancia de que esas dos actividades no suelen ser tarea única y por lo tanto no dan tiempo que ahorrar, y respecto al resto, el plan sería una mierda si significase no cruzar la puerta.

Y en el plan, a largo plazo, ni me atrevo a pensar. Podría ser algo convencional, ¿por qué no?, siempre que no se lo confiese a nadie, claro. Ahorrar, por ejemplo, un dinerillo. Seguir con la casa del pueblo y hacerme yo la planta de arriba. Tener un niño y una niña, ¡la parejita!, a los que llamar Eulogio y Francisca, por ejemplo. No dejar demasiado mal la estadística familiar sobre mi esperanza de vida. Cruzar el Atlántico, al menos una vez, y más ahora que lo he visto y que he chapoteado en él, o más bien que él ha jugado conmigo al ping pong.

Total, que a corto plazo la cosa está clara pero parece imposible. A medio, es terreno de bruma y desconcierto, y a largo mueve a la risa. Lo llevo claro yo. En fin.

¿¡Qué coño estoy haciendo sin la música puesta!?

27.8.07

reloj, marca las horas

Se me está haciendo eterna esta mañana de lunes, arj. Son las 11 y 55. Son las 11 y 55. Son las 11 y 55. Son las 11 y 55. Son las 11 y 55. Son las 11 y 55. Son las 11 y 55. Y ahora son las 11 y 56, y así será durante otra barbaridad de tiempo. Tiempo. Ese chicle sucio de saliva milenaria pero que sigue igual de pegajoso y de maleable, esa torcedura del espacio, ese eje espacial asimétrico. El tiempo, el tiempo.

El tiempo mata, y al tiempo se le mata. Normalmente empatamos en esa batalla tan tonta, y a veces hasta matarlo se me da bien (sobre todo ahora que he conseguido instalar un Need for Speed en el ordenador de casa, que tengo un coche malote malote hasta decir basta, con fluorescentes en los bajos y lunas tintadas de rojo y bafles en el maletero, quién me lo iba a decir a mí), pero hoy está ganándome por goleada, cada vez que cruza el medio campo es para colarme una pelota por alguna escuadra (y la de escuadras que puede tener uno un lunes como este, infinito, monumental, cruel y eterno el muy cabrón), y yo ná de ná, me quedo con los uyyys que, al menos, me recuerdan la que ha sido la canción del viaje a Galicia y cómo todos los habitantes de nuestro coche gritábamos a coro esa salva de UYYYYs y AAAAHs,



Y bueno, ver el vídeo supone quitarse de encima el fastidio de, al menos, seis minutos y cuarenta y cinco segundos. Algo es algo. Y de paso me planta de nuevo en ese coche de malote con el conductor más borde y más gracioso del mundo, el copiloto más propenso al drama apocalíptico y la compi de viaje más dicharachera, ejem, habladora, ejem ejem, y simpática del mundo, ejem ejem ejem.

Pero queda tanta mañana por delante que uno busca diversiones donde sea. Síntoma preocupante, ni el As de hoy me anima (aunque que no cunda el pánico y que nadie deje lo que esté haciendo para venir aquí desfibrilador en ristre, sí que he pasado un ratito feliz con La Libreta de Van Gaal). Así que toca recurrir a la droga dura, a lo único que se puede hacer en días como este: Visitar la cartelera y leer las críticas de las pelis que uno jamás vería. No ya por la dosis de bilis que uno espera y desea leer a ver si le anima el espíritu, o no sólo por eso, que también, sino, sospecho en un arranque de introspección que no sé de dónde saca el combustible, por el consuelo que supone ver que hubo gente que se vio sometida a torturas mayores que la que para mí está siendo este lunes. Porque tener que ir a ver la nueva peli de las Tortugas Ninja y no poder dedicarse a dormir por el estruendo de la pantalla y porque luego tienes que escribir una crítica debe ir contra la Convención de Ginebra, por lo menos.

Y yo encuentro mis pequeños oasis de paz,

"Argumentalmente muy pobre, decepcionante para niños y para grandes, las nuevas aventuras de los ninjas verdes discurren insípidas a lo largo y ancho de noventa minutos con carisma bajo cero, revelando debilidades formales, principalmente en el diseño de los personajes humanos, incapaces de enmendar la plana, reivindicar el buen nombre de las tortugas o demostrar el potencial cinematográfico de la saga-cómic y, sobre todo, hacer olvidar el disgusto y la mala fama de los cuatro bichos saltarines que con tanta destreza maltrataron las dos horripilantes entregas precedentes."

Roberto Piorno dixit. Animado por ese párrafo paso a leer la crítica de los Cuatro Fantásticos y el tal Silver Surfer, segundo plato, que no he usado de primero porque esperaba con demasiada ansia. Porque es una peli a la que tengo ganas (ganas de no ver, claro); ¿¡Pero qué clase de villano puede ser un tipo en plan malo de Terminator II que va haciendo surf por la vida!? ¿Es que el mundo se ha vuelto loco? Al lado de semejante idea casi dan ganas de alabar los malos de las pelis de James Bond (dejando a un lado la de Daniel Craigh, que me encantó y casi me dejó con ganas de hacer abdominales, aunque pa mí que esos musculillos están más allá de lo que dan de sí mis genes). Y el segundo plato no defrauda en absoluto:

"Película sorbe-sesos, cine-feria de ése que vive del vértigo fatuo de la velocidad crucero, "Los 4 Fantásticos y Silver Surfer" es exactamente la cinta que uno se espera bajo amenaza de la primera deficiente entrega que tiene el honor de ser, a juicio del que esto escribe, la puesta de largo de la peor franquicia-cómic con la que el siglo en curso ha tenido a mal torturarnos.

(...)

Más allá de la excelencia técnica que perfilan los vuelos siderales del surfero plateado, la nueva aventura de los Fantásticos es un modelo de espectáculo mononeuronal de piñón fijo, que no tiene ni la coartada del alarde de tecnología pirotécnica y que confirma todos los augurios que certificaban la imposibilidad de que una cinta con tan pocas luces como la primera entrega pudiese ser fuente de la que brotase una secuela a la altura de lo que esperan los fans del cómic-franquicia. Cifras discretas en taquilla que se explican por la inercia adolescente de consumir toda sobredosis de efectos visuales que se ponga a tiro, pero que, dado el encadenamiento de decepciones amenazan con ser menos que eso cuando toque el turno del segundo apéndice. Con ganas se queda uno, además, ajeno a las aventuras en papel de la pandilla de saber qué o quién demonios es el tal Galactus, sujeto, ente o entidad etérea maligna que desfila para dar algo de vidilla a los fieles y para desconcertar al resto de estupefactos espectadores que no entenderán, probablemente, cómo noventa minutos tan palomiteros pueden hacerse tan largos."


De nuevo firmado por el señor Piorno, con quien la industria del cine se ensaña, definitivamente. Porque a pesar de las risas del segundo plato lo mejor siempre es cosa de la repostería, y aquí viene el postre; ¿has visto ese trailer que ponen por la tele de una peli en plan Rey Arturo que parece el resumen de un capítulo de Xena, Princesa Guerrera? Pues este pobre hombre ha tenido que ver la peli entera, para sufrimiento suyo y alegría de mi torturado ser, hoy. Extractando (aunque al final creo que voy a copiar la crítica casi entera),

""La última legión", acaso la más horripilante de las novelas históricas siempre horripilantes del no menos horripilante (escritor, se entiende) Valerio Massimo Manfredi, es irredimible materia prima de una horripilante película en potencia. En celuloide el disparate literario luce mejor en virtud del ejercicio de síntesis, pero ni Lefer ni los heroicos guionistas son capaces de obrar milagros y enmendar la plana de uno de los dramatis personae más delirantes de la narrativa histórica contemporánea.

(...)

Manfredi no tiene la talla que se exige para moldear híbrido tan ambicioso. Por eso la cinta de Lefer sale tocada de muerte desde sus primeros pasos tratando se sobrevivir al determinismo desastroso que articulan los tres vértices del triángulo protagónico: el comandante Aurelio, hombre de honor de una pieza (sólo una de hecho) (...), la amazona imposible de Kerala (...), una rémora caracterial del cine de acción de la prehistoria, un personaje de cómic insertado en una novela crepuscular que se las da de seria, y la réplica tardorromana de Gandalf el gris, al que da vida un desafortunado Ben Kingsley embutido bajo las barbas sintéticas de un maquillaje de función escolar.

(...)

"La última legión" no funciona porque no lo hacen sus personajes, porque los godos son godos de feria y porque el villano de la función, Vortgyn, parece sacado directamente de un episodio desafortunado de "Hércules".

(...) producto pseudohistórico de serie B que, repito, se viene abajo desde el mismísimo encendido de la luz verde que daba carta blanca al proyecto. Las novelas de Manfredi son, salvo contadas excepciones, sofisticados esperpentos dramáticos. La batalla estaba perdida desde que desempolvaron la claqueta."


Y yo me termino riendo, y pensando que bueno, que al menos ahora mismo el relojito de mi ordenador marca las 12 y 58 y que algo hemos avanzado. Ya sólo quedan tres horitas que asesinar, al precio, insignificante por lo demás, de unas diez mil ochocientas puñaladas. Una nadería para un toledano hecho y derecho como tu humilde servidor, naturalmente.

Que alguien prepare ochocientos kilómetros de vendas, de todas formas. Yo voy a ver si esquivo unas cuantas escondiéndome detrás de alguna canción,



...y así de paso os presento a Maximum the Hormone, una joyita que el ínclito Eled, otro de esos eficacísimos tentáculos para impregnarme de friquismo y friquísimo él mismo, me pasó hace tiempo, sacada de no sé sabe dónde, y que es, definitivamente, una pedazo de banda.

26.8.07

la contraprogramación

Tienen los ingleses una adorable expresión para esto de volver al trabajo y dejar la vida disipada, el golferío, las orgías culinarias (las otras no veo yo formas de dejarlas hasta, por lo menos, que sucedan, snif): Back to the grind, o sea, vuelta al molino. Lo que como excusa vale para poner esta canción de Skid Row que mañana por la mañana va a inaugurar, por mis muelas, mi temporada 07/08;



De Galicia no tengo gran cosa que decir, porque no se le puede hacer justicia. Por eso, y comprendiendo mis limitaciones y sabiendo, como buen perdedor, que nunca estaré a la altura de mis sueños, he intentado el truco de que una imagen vale más que mil palabras y he sacado fotografías por valor de 549.000 palabras, que eran 550.000, cifra redonda, hasta que una compañera de viaje decidió borrarme una porque el calvo que salía haciendo no era de su gusto.

En fin. Podría intentarlo, podría ponerme evocador, podría fantasear, robarle doscientas mil ideas a Baricco (o intentarlo, pasándolas por la turmix de mi mediocridad y por el pasapuré de mi inconstancia), y hablar de los atardeceres, del oleaje, de cómo me enamoré del Atlántico, esa masa inmensa ante la que tan fácil es imaginar a los dos romanos que terminaron de subir el último risco y apoyándose en sus pilums y sus escudos intentaron recuperar el aliento que el paisaje les robaba, y volvieron, sin pronunciar una palabra durante todo el camino de vuelta hasta que su oficial les preguntó qué había ahí y ellos dijeron que nada, que el mar y nada más, que absolutamente nada más que el fin de la tierra. Podría hablar de ese sitio donde el mundo efectivamente termina, donde la gente pierde el habla y se queda mirando, vacía de nada que no sea la inmensidad del océano, tan grande que se come el mismísimo horizonte, al que el dios de aquel sitio no le dio tiempo a pintar, de forma que el cielo y el mar se vuelven lo que en el fondo siempre han sido (como sospechamos los amantes frustrados del mar que vivimos vidas de secano) la misma cosa. Podría hablar de mis compañeros del viaje, algunos conocidos de este blog y de este fotoblog y otros que imagino que irán apareciendo por aquí y por allá, o de todo lo que se me pasó por la cabeza ante cada risco, cada ola, cada nube, cada gaviota, cada barquito de pesca (esos juguetes guerreros), cada rompiente, cada acantilado... Podría, pero nos iba a llevar demasiado tiempo y al final todo eso puede resumirse en cuatro palabras que son las que voy a decir al respecto, pero ojo porque son cuatro palabras de alto octanaje, de infinita objetividad y que tienen absolutamente todo el peso de su significado, y que pueden ser estas cuatro,

Galicia es muy bonita

...o estas otras cuatro,

Galicia es la hostia.

Y todo lo demás es verborrea. Y no es que yo no sea propenso a la berborrea, qué te voy a contar, pero hay cosas, como decía, ante las que uno no puede usar las manos en teclear porque, si uno lo piensa bien, lo único que se puede hacer con las manos pensando en aquello es dejarlo todo y aplaudir.

Así que hablemos del regreso. Los años, para mí, siempre han empezado más en septiembre que en enero. Porque termina el verano, porque uno vuelve al curro, porque las vacaciones suelen tener esa dosis de descontrol, impresibilidad y reseteo feliz que hacen que lo cotidiano, a la vuelta, tenga otra vez el barniz de lo nuevo. A la temporada 07/08, que decía en el primer párrafo.

Y los años, para mí, suelen empezar con un par de semanas depresivas que me concedo entre las vacaciones y las fiestas del pueblo, tope eficaz y totémico que para estas cosas viene de perlas. Y yo venía así ayer en el coche, mustio porque tocaba volver, porque va a ser difícil reunir juntos a todos los compis del viaje otra vez, porque, coño, salir a la terraza Y Ver Aquello no es algo que uno pueda hacer en una terraza madrileña y por mil razones demasiado numerosas y, algunas, deprimentes por su pérdida como para escribir sin peligro. Y así el regreso no era tanto el regreso a los madrugones, a los cafés mañaneros, las 8 horas de música y el trabajo en mi silloncito con ruedecillas sino el capítulo piloto de mi serie privada sobre la depresión vacacional, y así todo era sintomático y consecuente y, por poner el ejemplo más estúpido del día, así era tan normal que al Madrid le metiesen un gol en el minuto uno de partido.

Claro, luego pasa lo que pasa. Que a uno lo llama por teléfono una compañera de viaje que volvía por otro lado para preguntar qué tal ha llegado, y le mata la morriña. Que a uno le mandan mensajes agentes infiltradas a las que se temía ya perdidas, y le da la risa. Que el Madrid remonta, por poner también el ejemplo más estúpido. Y llega la tormenta. Castilla, entera, convertida en una tormenta infinita y apocalíptica. El pueblo a oscuras, la lluvia arreciando y las tormentas tejiendo alrededor del valle una corona de relámpagos y truenos. Y entonces es cuando está uno ahí, cansadísimo, en el alfeizar de la terraza a la que nos fuimos a beber, viendo diluviar, viendo la forma de las nubes pintada por los brochazos ultracortos de la tormenta, escuchando detrás a sus amigos, los que han venido con uno y los que no, y piensa en los mensajes al móvil y en las llamadas telefónicas, y vale, será una tontería pero también en las alegrías que promete Wesley Sneijder este año, y sonríe. Sonríe, y recuerda cada ola, cada golpe de viento, cada nube, cada avalancha de espuma muriendo indiferente y magnífica sabiendo que lo que ella no logre, contra el acantilado, lo logrará una hermana suya dentro de algún que otro millón de años.

Y entonces llega la contraprogramación y las palomitas tendremos que gastarlas en otra cosa porque por lo visto la serie sobre mi depresión postvacacional ha sido cancelada un día antes de su estreno, porque ni sus actores, ni su director ni su guionista han comparecido. Están ocupados, todos esos yoes, viendo fotos, hablando del viaje y mirando el otoño con un optimismo audaz y probablemente estúpido que, de momento, no tiene nada que envidiarle al de las olas que arremeten una y otra vez contra cualquier cosa que se les ponga por delante ahí en ese océano del que, decía, me he enamorado hasta la médula.

Así que ya sabes, avisa a todo el mundo, encended las hogueras, agarrad las horcas, tocad los tambores, levantad barricadas, prended las alarmas antiaéreas y huid o venid a lincharme, porque... he vuelto. ¡He vuelto! Ha ha ha ha ha.

17.8.07

como en cuatro bodas y un funeral...

...versión castilla profunda, así comenzaron las vacaciones. Vale que al funeral no fui porque caí en la narcolepsia, para vergüenza propia imposible de definir por su naturaleza no acotada, y que a la boda no estaba invitado (cosa que no le reprocho a nadie; al fin y al cabo ni siquiera conocía a los novios, ni sé quiénes son; sé tan solo que mi agente, aquí, sí que fue, con un vestido muy requetebonito, suficiente para desatar en un ser de mi sofistificación y mi complejidad ingentes envidias de tarta y de barra libre), pero por lo demás ésto, léase las vacaciones, empezó como una comedieta ligera británica. Excepto por lo divertido, claro. Y por el habitual lío con la chica guapa de rizos, claro. Y por el inglés, idioma por lo general poco habitual en estas laderas montañosas del páramo infinito, infame, infamante y por estas fechas muy inflamable, además.

¿Por qué escribo? ¿Por qué este mensaje aparece aquí hoy, viernes, meridiano, casi, de las vacaciones? Cunde la filosofía dentro de mi cráneo. Escribo ergo existo, claro, pero también y sobre todo escribo ergo existen ordenadores conectados a internet por un débil cable que deja pasar un uno o un cero cada veinte minutos, como mucho, y cuyo ancho de banda es colapsado por un zagal que se siente frente a mí al que tengo unas ganas inmensas de cruzar la cara mediante la aplicación apacible y necesaria de un bofetón toledano, y la culpa es de los ruidos estúpidos y pretendidamente graciosos que salen de su ordenador, indiferente a las no demasiado efusivas exclamaciones acerca de deportaciones y destierros del bibliotecario, tipo que definitivamente No Se Hace Respetar.

Existe un cable, vaya, cuyo fin hemos venido buscando mi agente y yo para usar internet, es decir, para calmar nuestra adicción a la pornografía, porque la pornografía es la esencia de internet, como todos sabemos, y la pornografía no sólo es (al loro con la cursiva, es importante. Es para resaltar la siguiente tontería) fotos de tías (o tíos, animales o algunos vegetales, o combinaciones) en bolas, sino muchas más cosas, que sólo así, desenmascaradas como pornografía, son explicables como las adicciones que son, propensas a las enérgicas fricciones y a las acumulaciones de sangre en diversos órganos cavernosos, da igual que sean penes o cerebros. ¿Visitar el As, leer algún que otro blog, atender al correo, meter una entrada en Google? Pornografía os digo. Y conste que no lo digo como descalificación sino más bien como todo lo contrario. La pornografía es mi amiga y solitaria compañera de las frías noches estivales, al fin y al cabo. Para eso vine, decía, para atender a la pornografía (rima gratis) y también, particularizando, para atender a este mi correo que, visto lo visto, no merecía ninguna atención (ni el spam parece currar en agosto, cero anuncios sobre alargamientos de pene, para empezar; verganzoso, digo vergonzoso). De lo que se deduce, y me importa un bledo que esté todo el mundo de vacaciones, o que el ínfimo sector del mundo que podría escribirme sepa que yo lo estoy y pase de escribirme, que mi invisibilidad se ha extendido al terreno de los unos y los ceros. Mierda, estoy perdido, me digo yo, siempre tan ávido de desastres silenciosos y de razones para el lloriqueo.

De todas formas las vacaciones están siendo muy satisfactorias en ese sentido. He descubierto que hay dos personas que contradicen las leyes de la física y que se empeñan en hacerme caso incluso a pesar de mi obvia invisibilidad, valga la incongruencia. Una de ellas, incluso, demasiada atención (lo cuál es peligroso; es el tipo de persona que puede pillarte hurgándote en la nariz a la caza de un molesto moquete). Y tal vez podría ampliar la cifra en media persona más, porque hay otra que a veces me hace caso pero que habitualmente no viene.

En fin. Seguiría escribiendo pero mi agente me susurra (qué estupidez, susurrar en una biblioteca toledana: No la escucho, perdida en el vocería y el estridente repiqueteo de mis dedos en el teclado) que vaya acabando, que quiere una caña. Tampoco me queda mucho que contar, ni estaba contando nada. Los días aquí son para esto, para que no pase nada, para que no haya nada significativo que contar; lo sabemos cuando venimos, y es precisamente lo que buscamos. Eso, el fresquito y el ligero descenso de la presión, ayudados por sustancias ilegales que el ayuntamiento debe verter en el embalse y espovorear en el pan, producen narcolepsia, y así hay días en los que he conseguido dormir 12 horas del tirón sin estar cansado, sin acostarme tarde y sin razón alguna. El otro día, sorprendidísimo por este paso del ni tanto al ni tan calvo, le mandé un mensaje a una bloguera universal contándoselo, y me respondía, sabia como de costumbre, que haga acopio. El problema es que se hace tanto acopio que, sospecho, ya me da como para que una vez termine mi tiempo en este mundo y yo diga "¡uf!" y muera (apúntala; esa será mi última palabra), aún me quedará tiempo adeudado como para pasarme un par de años de bares. Lo cuál, definitivamente, vendrá de maravilla para celebrar un funeral menos triste y más divertido, espero, si no os importa iros de copas con un zombie.

Si, claro, alguien llega a notar la diferencia, cosa que por otra parte dudo bastante.

En fin. Besos y abrazos de parte de alguien que, a costa de su invisibilidad, ni siquiera consigue ponerse moreno a pesar de los hartazgos de piscina sin sombra. Ala, hasta dentro de una semana y media o así, chau.

10.8.07

¿playa o montaña?



En mi infinita búsqueda del postergamiento indefinido de las difíciles decisiones de la vida, no he podido evitar saltarme a la torera también esta pregunta que corroe, define, marca y encauza las vidas veraniegas de nosotros, oh entes vacacionales.

Así que ala, ni la una ni la otra, las dos, y aquí paz, y después gloria en la montaña y gloria en la playa.

Se cae el telón, pues: The drapery falls, que titulaba Opeth la canción que, por eso y porque me pierde, pongo arriba. Este frente estará en calma y sin novedad desde hoy hasta el domingo 26, como muy pronto. Como siempre que pasan estas cosas, y aunque no sea lo mismo, yo me remito al fotoblog, mi pequeño panopticon, que anda como bien sabes ahí arriba a la derecha. Y después de la panzada que me di a principios de esta semana de dejarlo bien cargado (y ojo; nada de retales esta vez, que otras lo he dejado con fotos de circunstancias pero de las que faltan por subir aún me gustan unas cuantas y todo, es todo un logro) por fin puedo dedicarme a reposar una semanita sin mucho movimiento de obturador, y otra a usarlo como un loco con esa otra parte de Galicia (o una de esas otras partes) a la que nunca he ido.

Y bueno, ya sabes, si te vas de vacaciones diviértete, cuidado con la carretera y pásalo muy bien. Y si te quedas porque te toca trabajar, pues oye, diviértete, cuidado con la carretera y pásalo muy bien, que la buena voluntad hace mucho y siempre hay escapatorias a las condenas del mundo laboral.

Besos, abrazos, palmaditas y carantoñas a repartir a la carrera, chau.

leyendo a Alan Pauls

Me estoy leyendo El Pasado, de Alan Pauls, que como su nombre indica clarísimamente es argentino, y viene "recomendado" por Bolaño, que habla maravillas de él, de cierto cuento suyo relativista y de las cartas increíbles, incomprensibles y geniales que le mandaba en Entre Paréntesis, y yo, mientras leo, rendido por cómo escribe aquí el amigo, encuentro ratos para filosofar sobre lo que es el amor, cuando muere (libro, por ahora, para nada recomendable para parejas en apuros. Demasiado real, demasiado perverso, demasiado explícito, demasiado poco literario, a pesar de ese envoltorio que es literatura destilada gran reserva, de la de quince años macerándose y sabor a barril de roble), y también, ante todo, sobre las velocidades de la lectura.

Así iba yo hoy en el metro, a ratos leyendo, a ratos mirando alguna muchacha guapa de esas con las que el verano nos bombardea a los que no tenemos ni pan ni dientes y sí mucha hambre, a ratos pensando, y por lo general con una neura definitivamente contagiada por Rímini, el protagonista del libro, capaz de desatar sobre sí las odiseas más nimias, más rutinarias, más vulgares y a la vez más apocalípticas, más invencibles, más trágicas. Lo iba pensando luego por la calle, por el centro de Madrid, que en el día de hoy ha sido escenario de una de esas peripecias casuales que están pensadas para ser contempladas en vista aerea, con musiquita de Benny Hill y señalando presencias con puntitos parpadeantes, hacen que de pronto un montón de gente conocida se encuentre de pronto, con razones o sin ellas, en un área de 100 metros cuadrados, a la misma hora. Y pensaba mientras cruzaba calles que hace pocos años me parecían fronteras a la nada y que ahora cruzo con la soltura de quien ha pensado la ciudad, o al menos de quien, alguna vez, ha cruzado esa calle y ha descubierto que lo que parecía una boca al vacío, a lo deconocido y al abismo era simplemente un atajo jalonado de portales a cuál más desvencijado, a cuál mas genial (y naturalmente uno los cruza siempre cuando la luz ha huido y es imposible sacar la cámara sin desencadenar la frustración y la concatenación de intentos optimistas e inútiles). Venía pensando que es curioso como algunos libros uno los devora, incapaz de detenerse para cosas como dormir, subir en el ascensor a la oficina, cocinar o mirar una falda especialmente audaz, y otros simplemente los lee, animales inofensivos y pacientes que le esperan a uno pastando en la estantería (o similar, que yo no tengo estantería) hasta que uno se decide a seguir un rato con ellos, y otros se dejan leer a fragmentos diferenciales y hasta piden ser abandonados de cuando en cuando para que uno filosofe y se cruce con amigas que acaban de cruzarse con otras amigas con las que, si uno no anda un poco fino, puede terminar cruzándose, y que inevitablemente comentarán que qué coincidencia porque se acaban de cruzar con otras doscientas mil amistades comunes. Este libro pertenece a esta última clase.

Cuando empecé a leer recomendaciones de Bolaño, me espanté. En la primera semana me había metido para el cuerpo tres o cuatro novelas, y me daba tiempo a hacer alguna que otra actividad vital de cuando en cuando. Y con este llevo unas cuantas semanas. ¿Es que no me gusta?, me preguntaba yo. Pues bueno, el estilo es increíble, sus descripciones de las cosas me desarman, me hacen tener ganas de decirle al señor del asiento de al lado que me sujete el libro en el metro para poder ponerme a aplaudir y a gritar ¡bravo, bravo!, pero la historia, me decía... Debe ser la historia lo que me frena.

Pero no. No es una odisea en plan salvemos el mundo, ni una novela de intrigas internacionales donde el destino del mundo libre bla bla bla. Habla de Rímini, el neurótico, y de las mujeres que se cruza, sobre todo Sofía. La vida de un traductor, y su relación con las mujeres. Y aún así, con medio libro por delante (¡todavía!), la historia, de hecho, sí que llama. Porque aunque sea, hasta cierto punto (y por ahora, que no me fío yo), convencional, es una historia que, como decía antes, se escapa de lo literario para convertirse en algo real, algo tangible. Es uno de esos libros en los que los personajes dejan de ser palabras para ser carne y sangre y lágrimas y pelos y arañazos y uñas mal cortadas y calcetines y ojeras y sudor. Que es algo que más libros consiguen, pero que en pocos he leído yo tan sueltos, tan sinceros, tan naturales. Y al fin y al cabo es una historia sobre el amor, y no una historia boba o deseable o romántica, no: Es una historia sobre el amor entre las personas que no son un corazón rojo y figuras de actores de época dorada Hollywood, sino entre personas hechas de carne, sangre e ídem que antes. Y ¿a quién, a qué clase de persona, no puede interesarle el amor sin caer en el más triste y miserable de los patetismos?

Así que he seguido pensando. Mientras esperaba el cambio en una tienda (la dueña ha tenido que ir a desvalijar una farmacia, navaja en ristre y media por capucha, para encontrarme cambio de 50€), mientras miraba las piernas infinitas y bucólicas de una guiri, mientras le intentaba explicar a un segurata de la FNAC, estúpido de mí, que el libro pitaba pero que no era robado, que lo había comprado otro día (y el guardia miraba el libro, que ya ha padecido sus semanas en el bolso junto a la Nikon y tiene los bordes algo mellados y algo manchados, y sus ojos decían "evidentemente"), mientras entraba al asalto en el domicilio de la amiga más cercana para ilustrarlas a ella y a su patrona en los divertidos usos de las teclas ctrl y mayúsculas en windows y sobre todo mientras mi amiga me invitaba a una cerveza para luego tener la delicadeza de dejarme con ella y mis pensamientos con la generosa excusa de tener que atender a su madre al teléfono.

Y al fin, camino de casa, descendiendo un desfiladero de escalones a riesgo de mi vida por culpa de una de tantas escaleras mecánicas que no funcionan, he comprendido por qué estoy leyendo tan despacio, aparte de por querer deleitarme con cada maldita palabra que el señor Pauls ha decidido regalarnos a mí y a todo el que tenga el valor y la dicha de leerle: Porque no quiero terminarme el libro. Porque quiero que dure. Porque si la dosis es pequeña, la droga dura más.

Genial, y lo digo a media lectura, cosa bastante rara. Genial. Si no tienes problemas conyugales, definitivamente recomendable. Y si los tienes probablemente también, que no todo el mundo va a ser tan empático como tu humilde servidor.

7.8.07

postcard from New York



Llegar a casa, abrir el buzón y encontrarse una postal es, ¿cómo decirlo?, una sonrisa. Es, definitivamente, una sonrisa. Uno llega esperando lo de siempre, la colección de cartas de Caja Madrid, la factura del teléfono y las dos hectáreas de selva amazónica recicladas como propaganda de pizzerías, supermercados y desintereses varios (pobres fotógrafos los que se dedican al detergente, qué penilla), y ahí en medio está esa media carta, abierta, indefensa, ávida de ser leída, al dorso de una foto por lo general buena (porque quienes me mandan postales tienen buen gusto, a excepción de Elena, que lo tiene pero por principios y como juego personal las mandaba feísimas aposta, cosa que compensaba largamente con las cargas más geniales y con más mala letra que he recibido nunca). Y uno olvida los bancos, las pizzerías y los desintereses varios y corre escaleras arriba, impaciente por soltarlo todo, darse la pausa necesaria para poner música, sentarse y leer, porque las postales se leen sentado y mirando en la dirección de la que más o menos proceden.

La postal de ayer vino de Nueva York. Es una foto de Times Square y la manda Rhiannon, la amiga yanqui de la cuadrilla, como quien dice. Hace lo que hace la gente en las postales, mandar recuerdos, preguntar qué tal y decir que qué bonito todo, excepto por lo de qué bonito, porque para ella aquello, en realidad, no es turismo, y por la parte final en la que con esa franqueza desconcertante cuenta las cosas que por lo general nunca se cuentan en las postales, y termina prometiendo detalles tras su vuelta.

Y yo me quedo sonriendo, muerto de envidia por alguien que mientras escribo esto está a tiro de piedra de Central Park, y pensando en lo que son las postales, en lo que implica mandarle algo a alguien sin importarnos por la privacidad, escrito en un papel abierto al mundo, indefenso ante los ojos del servicio postal, de los vecinos cotillas y del mundo entero, si al mundo, a los vecinos cotillas y a los carteros les diese por mirar, que supongo que no, y pienso que yo no podría ser cartero precisamente por culpa de las postales, ¿cómo no cogerlas todas, admirar (o poner a parir) la foto, cómo no leerla y sumergirse en el mundo de la foto visto a través de los ojos de quien dibuja su letra por el otro lado?

Me reitero; me gusta recibir postales. No es que reciba muchas. Aunque últimamente se están volviendo viajeras, las tres últimas cruzaron el Atlántico. Pero da igual. Cuantas menos, más seguridad de evitar convertirlas en una rutina. Me gusta que la gente ande por el mundo y se acuerde de mí, también. Pero sobre todo me gusta pensar que, en cierta manera, cuando uno manda una postal entonces, de alguna forma y al menos durante el instante que tarda la postal en ser buscada, encontrada, olvidada, recordada, escrita, olvidada y recordada otra vez y enviada el destinatario, en realidad, no está donde cree que está, viviendo en su ciudad, amargado por el humo de su tráfico y el relente de su asfalto, sino habitando, futuro sonriente sorprendido, la cabecita de la persona que manda la postal, y eso hace que en cierta manera, a pesar del madrugar para ir al trabajo, de tener que fregar el baño y la cocina, pasen cosas como que le hayan dado a uno un paseo por la Quinta Avenida, recuerdo pasajero, sin que se diese cuenta de ello hasta, precisamente, abrir el buzón y encontrarse Times Square de noche, entre un montón de cartas de banco y panfletos publicitarios rojos de envidia.



(La foto es de Eike Maschewski, www.lightinfusion.de)

6.8.07

rejected, de Don Hertzfeldt



Si le susurras a alguien por lo bajini "Don Hertzfeldt" lo más normal es que no pase nada. Que te miren y te pregunten que quién coño es ese o que qué has dicho o que vaya forma rara de estornudar tienes, por ejemplo. Sin embargo hay una serie de personas, de las que deberás huir, que ante tal nombre probablemente griten cosas como "MY SPOON IS TOO BIG!" (¡mi cuchara es demasiado grande!), "I AM A BANANA!" (¡soy un plátano!) o otras frases absurdas de la cuál, mi favorita, es una que sólo puede responderse entre dos personas, una de las cuales dice "I am a consumist whore!" y la otra apostilla "and how!"

Yo naturalmente no tenía ni idea de quién narices era el señor Hertzfeldt hasta que un día nos pasamos por casa de Sergio y la mujer esa con la que vive (sirva esto de represalia por todas las veces que ella ha dicho "MI casa"), porque a esa casa uno va a ser iluminado, mayormente, y a veces descubre quién es Richard Cheese (de quien naturalmente ya no recuerdas que hablamos tú y yo aquí) o se vuelve sabiendo de la existencia de The Hire, la serie de cortos de BMW de los que colgué uno no hace mucho al final de este post. O conoce a Don Hertzfeldt, vaya.

Y como lo que he escrito antes era un poco raro y nadie va a tener la paciencia ni la motivación para entender qué coño era eso (encima ni siquiera vale la pena) he pensado que puestos a poner idas de pinza vamos a expandir el frikipedantismo por el mundo.

En el año 2000 el señor Hertzfeld hizo este cortometraje que adorna y da sentido a este post, bajo el título Rejected (rechazado). En él, al son de Beethoven, se cuenta cómo el bueno de Don, dibujante retro total que en esta época nuestra de realidades virtuales se dedica a hacer dibujos esquemáticos con un boli y rodarlo con una cámara arcaica que ha ganado algunos premios y gozaba de cierto prestigio fue contratado por un canal televisivo, el Family Learning Channel, para hacer sus spots publicitarios, cuñas de entrada a publicidad y esas cosillas, y cómo se los rechazaron por razones que tú verás más o menos obvias cuando le des al play. Después, siguen los anuncios de la Johnson & Mills Corporation, una empresa de alimentación, que también fueron rechazados, y luego se cuenta como Don fue cayendo en la alineación a la que llevó tanto rechazo y tanta inmersión en el mundo corporativo, una espiral de decadencia que repercutió primero en la calidad de sus dibujos, que comenzó a realizar exclusivamente con la mano izquierda, y luego en la misma esencia de los mismos, que vieron como su universo se colapsaba, literalmente.

Un video que vale la pena ver, aunque sólo sea por ver cómo a alguien puede írsele tanto la pelota, y cómo se puede hacer un humor tan burro, tan absurdo y tan genial con un rotulador, montones de papel y una cámara.

Tal vez lo que más me impresiona a mí de los dibujos de este hombre es que pese a lo esquemático, pese a la absoluta falta de complicación del dibujo, consiguen parecer vivos. Les ocurren cosas surrealistas, gores, terribles, y aún así mantienen su humanidad. En ese sentido Hertzfeldt consigue ser el Kafka de la animación, un Kafka irreverente, cachondo y salvaje, un Kafka bastardo mezclado con una buena dosis de Monty Phyton. Las cosas raras que les pasan nos sorprendes, y la sorpresa las transforma en nuestras. Y si tienen que enfrentarse al apocalipsis, terminamos junto a ellos, corriendo, esquivando a duras penas las estrellas que se nos caen encima.

rñ novjp



Jsu fósd rm ñpd wir rñ ,imfp `strvr rdyst ñohrts,rmyr frdvpñpvsfp- Vsfs pnkryp, vsfs vpds fr mirdyts bofs fostos jiur fr mirdytp vpmysvyp. dr inovs im vrmyó,rytp u ,rfop s ñs frtrvjs. msfs rdvsmfsñpdp. msfs rd`rvosñmrmyr rd`rvysviñsr. ñp kidyp `sts jsvrtmpd fifst-

Fósd rm ñpd wir frks,pd fr drt `rtdpmsd u mpd drmyo,pd im novjp `rtfofp rm im ,imfp wir mp rd rñ diup-

(P.D: No lo parece pero tiene sentido, palabra)

(P. P. D: Para una lectura más coherente anoche dejé una meme-z-encuesta de estas en ese blog en el que por lo visto me obligan a participar por razones que no comprendo porque yo de ex-fumador, poquito)

2.8.07

el volantazo

Dale al play (si quieres, vamos): Aunque parezca un video, es sólo que alguien ha empezado a usar youtube como si fuese goear.

Llegados a este punto el problema es doble. Claro, qué gran idea, David: Pásate una semana hablando de gente a le que caías como el culo. Claro, David, seguro que a la altura del jueves estás contentísimo. Claro, David, será graciosísimo. Claro David, como si todo eso no te fuese a recordar cuatro o cinco cosas sobre tu puta forma de ser. Todo eso me lo digo ahora, a posteriori, naturalmente, mientras me veo intentando empalmar siesta tras siesta y no me queda ánimo ni para poner música. Si no me veo con ganas de poner música ¿cómo diablos voy a escribir? Ya sufro horrores para seguir haciendo fotos. No me apetece hacer fotos. No me apetece nada, en realidad, a estas alturas de la semana. Lo cuál nos lleva a la segunda rama del problema.

La segunda rama del problema son los nombres que quedan en la lista. No es que haya muchos, no porque me haya odiado poca gente, sino porque mi memoria es patética, naturalmente, y o los habré olvidado o habré olvidado que me odian. Pero quedan como para completar la lista, a duras penas. Pero no estoy haciéndome ningún tipo de cirugía a vida o muerte, no tengo que escribir sí o sí, nada me obliga, tan sólo la palabra que uno se da a sí mismo cuando se somete a las reglas de un juego. No tengo por qué escribir y no voy a escribir sobre quien queda en la lista porque no me apetece escribir sobre quien queda. Y sé que contarlo es una putada, porque para ti que me lees debe ser algo así como plantar una frontera que indica a partir de dónde empezaba lo realmente interesante. La curiosidad es así. Lo que no sabemos se vuelve misterioso, nos intriga, no nos deja dormir, y la mente se pasa todo el día aventurando hipótesis. Por lo menos eso es lo que me pasa a mí, y siendo tan ordinario me veo en la obligación de asumir que nos pasa a todos y de ponerme a dar el pésame a todo el mundo, lo siento, sé lo que es.

Pero no hay ningún misterio. Es simplemente que me quedan dos personas. Una no merece que hable de ella. La otra no merece lo que diría de ella. Y conste que uso el género femenino porque persona es una palabra de género femenino; que ambas sean mujeres es pura coincidencia. Ups: Se me escapó. Pero tampoco te emociones con la fantasía, ninguna de esas dos historias tenía sexo, ni voluntad de sexo.

Estaba en la cama, pensando: No me apetece escribir.

Estaba en la cama, pensando: Voy a escribir que no me apetece escribir, que me cojo puente en el blog, que vuelvo el lunes.

Pero por lo visto lo que no me apetece es seguir con esa colección de latigazos, viendo cómo va esto. Hasta he puesto música: Tesla. Un grupo que no conoce casi nadie (una vez, en un bar desaparecido, pusieron una canción suya. Me acerqué al pincha, probablemente borracho porque yo nunca suelo ir a molestar al pincha, y le grité ¡Tesla!, y se quedó contentísimo de que alguien les conociese, aunque no tanto como para invitarme a cinco o seis copas), cuyos miembros dijeron de si mismos que la lástima era que no eran tan guapos como Bon Jovi, que les habría ido mucho mejor. Un grupo de esos a los que mató Nirvana, poniendo el Grunge de moda. Geffen Records no hizo ni puto caso del How to Bust a Nut, su mejor disco. Aunque ahora que el Grunge ha muerto y no tiene pinta de volver han vuelto a juntarse.

Sé que esto no le interesa a nadie. Pero hablar de nada es terapéutico para mí, entiéndelo.

Probablemente Tesla sea el grupo cuyas canciones he cantado más veces, y con toda seguridad es el grupo que menos gente me ha escuchado cantar.

Tienen sus canciones ñoñas, de hecho tienen canciones que, escuchadas por otro, me harían pensar que es un personaje ridículo, porque fueron tan crueles para un tipo chungo en lo musical como titularlas con cosas como "2 Late 4 Love", ¡blerg! Pero es un grupo feliz, a pesar de la música gris y profunda que se guarda cierta desesperación deliciosa escondida bajo las letras de canciones como Paradise, Modern Day Cowboy, Changes o mi canción favorita de entre todas las que han grabado, Shine Away (que no encuentro por ahí si no es con el disco completo). Y es un grupo que voy olvidando de cuando en cuando y a los que luego vuelvo, de pronto y sin aviso, con una nostalgia que no sabía que tuviese. Es uno de esos grupos que forman lo que supongo que debe ser mi patria.

Supongo que ahora mismo ando necesitando una patria.

Supongo que viendo cómo me salen las suposiciones, en cuanto me descuido, lo mejor es que deje de suponer cosas.

1.8.07

las guerras del Sparus

Hoy la música es ineludiblemente de este grupo. Así que al menos, aquí queda la posibilidad de elegir, versión eléctrica...

...o acústica...

...de la canción.

(Parte de esta historia la conté hace exactamente un año menos cinco días, cuando hablaba de Fresquito y de su opinión sobre mí cuando nos conocimos. En parte, esta historia es un complemento de aquella. Excepto por la imagen, que por pura vaguería he cogido la de entonces, he intentado no repetirme, aunque da igual porque fijo que ya nadie la recuerda, ejem).

En el principio era la Nada, y entonces llegó Tolkien y quiso escribir algo. Sólo se le ocurrió un título, "El Silmarillion", pero nada más escribirlo le dio el síndrome de la hoja en blanco y nada, ni una línea. Pero como era el Dios del Universo y para algo tenía poderes, creó a Eru y los Ainur con la feliz idea de ver qué hacían y rellenar con eso el libro. Estos se pusieron a cantar cosas horteras y ridículas (Rafaella Carrá, El Fary, que en paz descanse, y Los Chichos, mayormente, aunque los Chichos no son horteras y de hecho en determinadas contingencias son lo más grande), porque las creaciones de Tolkien son así de casposas y es lo que tienen. Lo primero que hicieron los Ainur cantarines fue lo típico que hacen los encargados de crear mundos en cualquier mitología, hacer el suelo urbanizable, el no urbanizable, el aire, el agua y demás. Y acto seguido crearon un grupo de música, Blind Guardian, para que sacasen un disco sobre el Silmarillion (Nightfall in the Middle Earth; se puede bajar desde el link), y un foro para que sus fans pudiesen desvariar por internet y hablar sobre la política exterior de Estados Unidos, lo lamentables que son los brasileños y terminasen a insultos entre ellos en dos facciones, los partidarios de la mostaza y los del queso.

Una vez creados los fans, estos descubrieron que algunos de ellos compartían rasgos comunes (aparte de la afinidad por la mostaza o el queso, se entiende), como el ser de un sitio relativamente cercano y compartir un idioma común, y un tal Tanis, o algo por el estilo o, probablemente, algo que no tenga nada que ver con eso pero que mi mala memoria me impide recordar, montó un foro que se llamaba "Spain Rules!", nombre que a mí, con lo inquietante que me resulta el patriotismo, me producía sarpullidos, donde los españoles comenzamos a conocernos y a hablar en nuestro idioma y que luego Katherina tuvo la gentileza, durante un cambio de versiones de blog, de abreviar a un mucho más inofensivo, arcano y enigmático Sparus! que viene funcionando desde el 16 de agosto de 2.oo2 y que a día de hoy cuenta con 163 páginas, 8.146 respuestas y la friolera de 512.968 visitas, y que lamentablemente a día de hoy está bastante de capa caída porque, mayormente, los que escribíamos por ahí hemos terminado construyéndonos unos blogs y manteniéndolos como nuestra nueva forma de contacto.

Pero volvamos a los viejos tiempos: Había una curiosa galería de personajes ahí dentro. Y como eran personajes creados por sí mismos, en la medida en que en internet uno muchas veces es quien quiere ser, o quien consigue ser mientras quiere ser algo, cumplían algunas propiedades que sólo se dan por estos mundos cibernéticos como que el nombre sirviese, en cierta medida, para definir a la persona. Igual que en el mundo real y por mucho que lo parezca no todas las Olgas tienen perfil de soprano ni todos los Óscar son actores porno (a no ser que alguien nos esté ocultando algo... ¿Rincewind? ¿Hola?), allí sí; cada nombre, al fin y al cabo, responde a una elección no de los padres sino de cada uno, y es una elección muy importante en un foro espartano como aquel que no permite fotos ni avatares ni pijada ninguna; es, en cierta medida, el rostro de cada uno, lo primero que ves hasta que a base de leer y de comunicarte comienzas a comprender a quien hay debajo. Y hay nombres que, en ese sentido, funcionan de perlas, como el de TexasFriedCriminal, un alemán que me cayó bien a la primera, o West Virginia Mule, o Kankra, o Jedifart, de profesión borracho irlandés y flautista de grupos folk-metal, o algunos de los que voy a enumerar más adelante. Luego estaban los flipadillos de la vida que escogían mayoritariamente y por culpa del disco sobre el Silmarillión concretamente nombres élficos, como Orodaran o, pasando por fin a la gente del foro español, la adorable Arwin (Arwen estaba cogido cuando ella se registró), el inefable Eledhril, para los amigos Eled por los siglos de los siglos excepto para Katherina cuando se mosquea con él o, inspirar, espirar, inspirar, espirar, bufff, bufff, bufff, Aramarth y Durwen, y otros que cogían fricadas como Shadowlord. Y los de nombres raros se llamaban cosas como Perro de Lobo, Spantik o el puto amo en este sentido, Pitufo Saltarín. Estarás de acuerdo conmigo en que dice muchísimo de una persona registrarse en el foro de un grupo heavy alemán con el nombre de "Pitufo Saltarín".

Luego había otros, cuyo máximo exponente es Coldito, que íbamos cambiando de nombre, y así el se llamo Senbagoas (después su nombre prohibido... que tal vez no fuese así sino algo por el estilo; en realidad nunca leo los nombres, los reconozco por la forma de las letras, y de pequeño -y aún ahora, aunque ya pongo más cuidado- más de una vez me pasó que me leí un libro que se había leído un amigo y que cuando me decían el nombre de algún personaje, escuchándolo, no lo reconocía), Out of Mind, Cold Eyes y finalmente, si no me salto ningún paso, Fresquito, por culpa, probablemente, de que todos decidiésemos pasar de su nombre y empezar a llamarle Coldito en vez de Cold Eyes (como de hecho seguimos haciendo de manera oficiosa). Yo comencé siendo Fersbery (aunque casi nadie me conoció así y es un nombre genial. Le hace a uno ganador de un montón de partidas de ajedrez, así para empezar), luego Criamon, luego me hice diedne, nombre que aún uso en muchas partes y que entre ciertos sectores del pueblo se está convirtiendo en mi nombre oficioso, y cuando en un cambio de foro alguien, para dar por culo, me lo robó, me quedé con el que tengo ahora y del que estoy orgullosísimo, ra me nivar (un chiquipunto si adivinas de dónde sale y por qué no lleva mayúsculas. Y doscientos si averiguas lo de Fersbery).

Y aparte estaba Silvana que, pese a tener nombre friqui a más no poder, no manifestaba su friquismo sino el de sus padres, porque realmente ese era su nombre; se le adelantaron una generación en la veneración a Tolkien (y representaba, de todas formas, a una clase de gente que tiraba de nombre propio y renunciaba al juego de las máscaras, como la genial Sarah o el inmenso Joost).

Total, que formamos un entusiasta grupo de gente que compartía un entorno común, aunque fuese de internet, y ciertas aficiones, porque al fin y al cabo éramos todos friquis, como los juegos de rol, las pelis raras y, casi todos, el gusto por la farra y un alcoholismo más o menos evidente. Y comenzamos a quedar, y establecimos lazos reales más allá o más acá de las pantallas y los cables, que en alguna que otra ocasión produjo incluso intercambios de fluidos, caducos los de unos que fuimos un poco exagerados y felizmente duraderos los de otros por los que me alegro un montón. Y formamos una comunidad real a partir de una comunidad virtual. Y como pasa en todas las comunidades, se asumieron ciertos roles, y por ejemplo Perro pasó a ser el cascarrabias del grupo, Aramarth pasó a ser nuestro amo y señor y yo era algo así como ese tipo gracioso que siempre tiene un comentario inteligente y borde que soltar (aunque la verdad es que en ese sentido siempre me superaron Spantik y sobre todo Sergio, que sigue soltando sus perlas por aquí de vez en cuando, para alegría mía, aunque nunca lo vaya a confesar). Y luego, como cualquier solución química en una probeta de laboratorio, todos comenzamos a decantarnos en grupúsculos en función de cosas peregrinas como que a uno le hiciesen gracia los chistes de otro, las ideologías políticas, los sub-gustos musicales o, digamos, la naturaleza sumisa de quienes encumbraron a Aramarth, el bardo patriota, ejem, o los del complejo de edipo encubierto como el que comentaba yo hace dos días. Si en los primeros está la herencia del mito de Dios y sus arcángeles, por mucho que en un rebrote de friquismo especialmente casposo se llamasen La Corte Oscura, en la sangre de algunos de nosotros, los otros, se notaba la herencia de la sangre de Lucifer, por seguir la metáfora y hacerle un hueco a Milton.

Y comenzaron las tiranteces. Algunos no veían con buenos ojos que alguien se atreviese a llevarle la contraria al mandamás, y formaron una guardia de corps de hermanitos y hermanitas, llevados en algunos caso por algún extraño concepto de lealtad inmune a la imbecilidad o causado por la misma, y en otros por evidentes deseos sexuales no correspondidos pero magnánimamente fomentados por el amo y señor. Porque en el fondo todo esto no deja de ser un capítulo más de la lucha de clases y ahí estaba el Amo, con su clase alta y su nobleza, y abajo estábamos los plebeyos, los rebeldes, los incorformistas, los que teníamos la puta manía de decir siempre lo que pensábamos le jodiese a quien le jodiese (y a mí se me daba de perlas, lo que me vino muy bien después en Hituero cuando alguien trataba de darme caña, pero tendríais que haber visto ahí desenvolverse a Coldito; el puto amo).

A mí una vez alguien me dijo que yo tengo una capacidad de liderazgo latente que hace que la gente me siga. Me estaban haciendo la pelota, naturalmente, y encima pinchando en hueso, porque con mi manía de buscar a la autoridad y luego ponerle la zancadilla eso sólo podría conducirme al masoquismo esquizoide, y en realidad lo que pasa es que tengo cierta soltura escribiendo y, algunas veces y no precisamente muchas, soy capaz de hilvanar un par de argumentos en fila, que para algo sirve estudiar matemáticas, y en suma puedo resultar coherente y convincente. O la primera virtud o esta última cualidad la teníamos unos cuantos que terminamos haciendo un frente común contra Aramarth y los suyos, porque se empezaba discutiendo sobre cualquier cosa y la guardia de corps cerraba filas y a la que uno se descuidaba ahí estaban rápidos al insulto o la descalificación la hermanita Durwen, el gorila Shadowlord o la concubina de aquel momento, Helena, aunque yo siempre preferí llamarle Bilis (porque parecía rellena de ella, la pobre) aunque a veces fue llamada Saco de Patatas por ciertos rumores sobre ciertas costumbres amatorias suyas que nos llegaron a trompicones y por canales llenos de ruido donde triunfaban más las excusas para la risa que los intentos de veracidad.

Aquello me produjo mi primer archienemigo en internet, pues Aramarth fue el primero de mis némesis, aunque sospecho que yo quizás fui más el suyo porque el muchacho, y no peco de vanidad, creo, tampoco daba para mucho aparte de para sonreír paternal, hacer chistes de derechas o sentirse importante porque conocía a la mujer del entonces batería del grupo. Tuvimos peloteras terribles. No sólo con él, y él no sólo conmigo, pero tuvimos encontronazos realmente inmensos, por culpa de los cuales algunos teclados de la Universidad Autónoma vieron acortada su vida útil en un par de lustros, pero de todo aquello saqué dos cosas que a día de hoy aún no sé valorar en toda su inmensa medida.

La primera, un grupo de amigos y conocidos que para sí quisiera cualquiera. Locos, geniales, excéntricos, buena gente, graciosos, viscerales, cáusticos e invencibles. La segunda, el descubrir que uno puede odiar y ser odiado inmensamente por una persona y aún así decirse que hay que convivir y tirar para alante, que los tiempos de los duelos a muerte detrás de las tapias de los cementerios han pasado y que por mucho que se diga y por salvaje que sea el tono se debe convivir. Y se puede convivir.

Al final se fueron. La Corte Oscura en pleno movió sus bártulos y trasladó su campamento ridículo a otros foros y nos privaron de sus lametones disciplientes y vomitivos, sin su camaradería de palo y su buen rollo por decreto ensuciado por nuestra maldita, descarnada y orgullosa franqueza; pero nosotros no los echamos, ni nos fuimos, y si había que aguantar se aguantaba. Lo que quiere decir que nosotros estábamos por continuar el conflicto eterno, o lo que es lo mismo, por la convivencia, porque consiste precisamente en eso, a la búsqueda de una posición de equilibrio que tarde o temprano terminaría estableciéndose. Aunque como somos un poco capullos aún aún conservamos los comics, o los trozos de comics que nos llegaron protagonizados por algunos de ellos y el guest starring Buba, o de vez en cuando hacemos un rastreo por internet guiados por la curiosidad, el morbo y las ganas de echarnos unas risas por los viejos tiempos, para descubrir qué ha sido de aquella gente y por dónde andarán.

Y todo esto, ya ves las vueltas que da la vida, porque una noche de 1992 yo me enamoré por la radio de precisamente esta canción;
Con la tecnología de Blogger.

Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.