30.6.07

humor patrio

1. Tarde de tinto de verano y terraza, en barrio del Madrid profundo: Uno de esos barrios de edificios bajos de ladrillos, coches de gama media tirando a baja y exhuberancias verdes a la vuelta de algunas esquinas. Uno de esos barrios donde existen bares en los que la dueña sale a darle dos besos a los parroquianos y, naturalmente, a los conocidos de los parroquianos, donde algún habitual aparece con perros que tienen la lección tan bien aprendida que no salen del círculo de movilidad que les delimita su correa aunque el dueño ya no ate la correa (qué gran metáfora me guardo de ahí). Llegaba el dueño del perro y el perro ladraba, un perro nervioso y cascarrabias, alguien dentro del bar decía algo de callarlo, y su dueño decía que probase con una patada en el hocico. ¿Funciona también con el dueño?, le han preguntado. Él se ha erguido en toda su estatura, bastante considerable, ha lanzado fuego por los ojos hacia el bar y ha respondido "nadie lo ha probado". Y después de una pausa, de estudiar a fondo a su interlocutor, ha sentenciado "gilipollas" con el tono más sentido y más lapidario que he escuchado en mi vida.

2. Vuelta a casa pronto, porque estoy destrozado. Des-tro-za-do. Muerto de sueño, muerto de cansancio, y ya ni siquiera asustado por las consecuencias del cansancio, que son, curiosamente, más o menos las mismas que las del exceso de velocidad: El más mínimo bache, el más mínimo roce, el más leve golpe de viento y puedes derrumbarte o salir volando (la semana empezó tendiendo a lo segundo, luego a lo primero, luego a lo segundo: Es una semana indecisa). Vuelta a casa pronto para ver una peli (sesión arqueofriqui: Akira), para batir el record del bostezo más descomunal de la historia, para cenar sin gastar, por primer viernes desde que tengo memoria (tampoco es que eso llegue muy atrás, ahora mismo). Y saliendo del metro, en mi barrio, un barrio inmigrante y proletario, estaba yo en pleno collage racial y cultural paciente y resignado a la clemente lentitud de la escalera mecánica cuando alguien, detrás mío, se ha puesto a canturrear con mucha sorna "somos los conguiiitooos". Yo me esperaba un escuadrón neonazi ante el giro (cric cric cric) de mi cuello y no, era otro tipo enorme y sonriente, con mono de trabajo, cubo y avíos de limpieza, que me ha adelantado de forma no reglamentaria y se ha ido a colocar junto al objeto de sus burlas.

0. La primera conclusión, inapelable, es que sólo la gente grande tiene derecho a usar el humor patrio de alto octanaje, por la seguridad que les da saber que nadie va a considerar la posibilidad de darle un sopapo. La segunda, que aquí somos una panda de capullos que tenemos un sentido que me río yo del inglés, porque tanto el tipo del punto 1 como el del 2 estaban de broma. El primero vacilando e insultando a un amigo, el segundo lanzándole cánticos racistas a un colega suyo en una escalera repleta de gente que podía darse por aludida.

Escucho esas cosas y, la verdad, me transmiten una alegría inmensa. Dicen algo sobre nuestra forma de tomarnos las cosas, sobre el modo de descargar la munición del odio y del racismo convirtiendo la pólvora combativa en material de diversión pirotécnica. Dice que somos gente inteligente, que finge ser peor de lo que es, dando por supuesto que todo el mundo sabrá que está de broma, o que al menos aquel al que se dirigen lo saben, y si este último es el caso, dejando patente además que les importa un pimiento lo que opine el resto del mundo.

Los escucho y me siento identificado. Escucho mis mil comentarios machistas, xenófobos, racistas, fanáticos, estúpidos en general, las mil cosas que naturalmente no pienso pero aún así digo, y siempre miré con orgullo hacia los Sex Pistols y sus esvásticas como manantial o raíz de esta actitud mía (coger lo siniestro, lo triste, lo equivocado y darlo la vuelta, reírse de ello, sacarlo de contexto, quitarle el veneno). Pero basta una tarde de extenuación y tintos de verano y paseos en metro para recordar algo que en el fondo nunca he olvidado, que eso, en el fondo, es nuestro sentido del humor patrio.

Y a mí la patria me da bastante igual, pero mira, algo bueno tenía que tener.




(En otro orden de cosas, sabes, y si no te cuento, que el martes que viene me voy una semanita de vacaciones. Lo que significa, a priori, que nada de blog, oooh, aunque habrá fotos cayendo noche tras noche -los juegos idiotas, ya sabes, Cortázar y tal- aunque creo que para los despistados y por consideración con las alrededor de cien visitas que hubo aquí ayer -qué barbaridad- y sobre todo de los despistados que puedan venir aquí buscando la ración diaria de insensatez algo haré para que cada día aparezcan aquí aunque sean un par de líneas, esbozos a medias de ideas, una especie de "hágalo usted mismo". Así que ya sabes, el que avisa, etc)

(y la foto es de la Gran Vía, no de ninguno de los barrios en cuestión, pero bueno)

28.6.07

visita al museo de los tarros de formol (con cosas dentro), 2

Este otro tarro es tan oscuro porque dentro no hay forma de ver nada. Contiene una noche, una noche de tantas, esas noches que suelen definirse como una noche de estas. Que peligrosamente siempre podrían ser una noche de estas.

Una noche en la que uno está cansado, cansado a varios niveles; físicamente, mentalmente, psicológicamente, moralmente, tangencialmente, vorazmente, epistolarmente. Empíricamente. Atrozmente. Gravemente, probablemente. Fugazmente, no sé yo, no sé yo. Divinamente, lúbricamente, impúnemente demente; cansado, simplemente, Javier Clemente y en fin, servirá, por qué no, cualquier cosa que termine en mente.

Jesús. Cómo pasan las motos bajo mi ventana.

Qué envidia.

Y mis manos apenas se mueven.

Qué indiferencia.

Y no hay nubes.

Qué pena.

Volvamos al tarro, y te dejo que te vayas fuera, al calorcito, al resplandor azul de este cielo nocturno madrileño, asesino de estrellas y travesti marino. Es sólo cosa de un segundo, lo que se tarda en leer cuatro versos, en realidad. El tarro está frío, está lleno de noche y esta trementamente desierto. Dentro, como mucho, le cabe una estrofa un nocturno de Girondo, como el que luce la etiqueta, que es aquel que dice...

Noches en las que nos disimulamos bajo la sombra de los árboles, de miedo
de que las casas se despierten de pronto y nos vean pasar, y en las que el
único consuelo es la seguridad de que nuestra cama nos espera, con las
velas tendidas hacia un país mejor.


...y donde da igual la fé en los relojes y en el martilleo inclemente de las horas, y canciones como esta campan a sus anchas.

27.6.07

visita al museo de los tarros de formol (con cosas dentro)

Antes de nada una disculpa: Me quedan temas por responder, pero no tengo tiempo material para ello. De pronto me he convertido en el tipo más popular de la oficina, a todo el mundo le encanta mandarme cosas que hacer. Mañana toca lucir corbata por segunda vez para convencer a una compañía aeronáutica de que los ochenta ya pasaron, en cuestión de redactar informes. Pasado, tiene que estar lista y funcionando la herramienta de contabilidad que fue mi némesis de hace un año y que ha vuelto para seguir torturándome. Y para el viernes, debe estar resuelto lo humano y lo divino de una constructora. En el fondo es divertido, pero entre eso, limpiar, ir de un lado para otro y ponerme el casco de explorador para buscar televisores donde ver House (a poder ser en casas con tuppers que secuestrar) y que mañana me toca madrugar, no hay posibilidad de doblete y me toca elegir: O escribo tema nuevo, o contesto tema viejo. Y en honor a las visitas, y como la palabra escrita queda ahí, por mucho que le caigan más encima, opto por lo primero. Cógeme de la mano y te llevo de paseo al museo de los tarros de formol (sí, con cosas dentro).

No se cobra entrada. O si la cobran, a mí nunca me han pedido dinero ni entrada, probablemente por lo que guardan dentro de los tarros, enormes tarros pardos llenos de un líquido semiopaco (obviamente formol) en los que flotan formas que, por eso de la luz y el subconsciente, dan algo de canguelo, pero no tengas miedo, simplemente confía en mí y apriétame la mano fuerte, escúchame decir paridas y mirar distraído a rincones que evidentemente conozco, y piensa que si un cobardica como yo no está asustado entonces es que no hay razón ni paranoia que lo permita.

No vamos a mirar todos los tarros. Créeme, no valen la pena. Tampoco es que el que quiero enseñarte valga algo, pero quiero enseñártelo, no tengo muy claro por qué, pero ya sabes cómo son estas cosas, o como creo que deberíamos ser a veces, primero hacer las cosas y luego, con más datos y las ganas satisfechas, pensar en los porqués, buscarlos, inventarlos, recortarlos de láminas de cartón y pintarles ojos rojos, sonrisas azules y bigotes verdes con rotuladores de colores. Mira, es este.

Lo que hay en este frasco es una teoría mía de hace, déjame echar cuentas (difícil, con una mano agarrada a la tuya)... más de cinco años, desde luego. Debe hacer trece años de aquello, y naturalmente cuando digo teoría estoy siendo humano y queriendo decir hipótesis, que al final te vas a terminar creyendo que soy como digo que soy, qué confiada, hay que ver. Pues sí, una teoría mía, y era una teoría bonita, que en su día me gustó, y una teoría estúpida, como todas las teorías de los chavales de dieciocho años. Me dio por pensar, a mí, entonces, en cosas extrañas, como no matarme por no ponerlo todo perdido de sangre o qué significaban el concepto de interior y el concepto de exterior. Visto desde ahora a veces pienso que perdí cuatro años no metiéndome directamente a matemáticas. Luego lo pienso mejor y caigo en lo obvio, el tiempo nunca se pierde, o el tiempo siempre se pierde. Lo cuál nos devuelve, tirando de las riendas, a mi dicotomía hipotético-estúpido-filosófica de los interiores y los exteriores, que al fin y al cabo se trata de cosas opuestas.

Pues bien, entonces yo pensaba que yo era yo, y que el mundo era el mundo, y que por acotar las definiciones yo podía ser esto que habita de mi piel hacia dentro, y el mundo todo lo que hay al otro lado. Pensaba, entonces, que si al mundo le quitásemos la parte que ocupo yo obtendríamos mi, digamos, parte complementaria de universo. Una parte inmensa, desde luego, pero una parte que, de alguna forma, quedaría así definida como mi parte complementaria. Y me dije, entonces, que eso significaba que entonces da igual coger el universo entero y sacarme de él y plantar ahí el hueco vacío que yo ocupo o cogerme a mí y quitarme el universo de alrededor. Pensaba que cualquiera de las dos partes, en realidad, implicaba a la otra. Que cualquiera de ellas, en realidad, y por ser la complementaria la otra era, en cierta manera, precisamente la otra.

Resumiendo, que yo era también el universo, menos yo. Y en cuanto dejé el nihilismo, con una huella de zapatilla de amigo filósofo en mitad del pecho de la única camiseta de Metallica que tuve y tendré en mi vida, cundí en el panteísmo.

Por aquel entonces no me hacía falta que una teoría fuese cierta para creer en ella, en parte porque aquellas teorías explicaban el mundo un poco al margen del mundo: Porque me daba igual cómo fuesen las cosas, si yo podía construir mi explicación y si esa explicación me dejaba satisfecho, tendencia esta que creo que ya no tengo pero que de todas formas me hace ver, a pesar de todo, con cierta simpatía secreta y que espero que no le confieses a nadie a las religiones... aunque también haber superado aquello tiene que ver con que ahora les de tanta caña a quienes prefieren vivir dogmas a cuestionárselos, al menos, o a huir de las dudas cuando ven amenazadas sus verdades, porque con el tiempo terminé viendo aún más hermoso el intentar entender la realidad que el construir una privada y huidiza, porque soy de la firme opinión (y tal vez esta sea mi única fe) de que la realidad, siempre, es más fascinante, más hermosa y más intrigante que cualquier explicación que podamos inventarle.

Pero como la mía es una fe bastante poco fiera, aún eso lo mantengo en el rango de hipótesis, y a veces le hurgo fastidioso con un palito mientras pienso en una canción, en una película, en una sonrisa ajena, en un libro, en esas cosas que siendo invenciones tienen su grandeza.

Pero como ejemplo de la misma, aunque tenga que cambiar ese último "siempre" por un "las más de las veces", me vale mi hipótesis de los dieciocho años de que el puzle sin una pieza y una sóla pieza del puzle son en realidad la misma cosa.

El problema, el problema de mi teoría adolescente, era que la frontera entre yo y el mundo no está clara. ¿La piel? ¿Hasta qué punto de la piel? ¿Hasta el borde del último átomo de la última molécula de la última membrana de la última célula muerta de mi piel o de mi pelo? Pero si pudiésemos hacernos diminutos, plop, y situarnos ahí, y mirásemos a ese átomo y al que tuviese más cerca al otro lado ¿veríamos alguna diferencia? Ninguna superficie brillante, ningún paso con barrera, ninguna garita con tipos con fusiles y aduana y oficina de cambio. ¿Y qué hay del trasiego de átomos? Al menos cada ocho años todos los átomos que forman lo que somos ahora han cambiado ¿Y qué hay de dónde estaban estos átomos que ahora nos forman hace, digamos, tres o cuatro mil millones de años? Forjándose, en el corazón de supernovas a eones de distancia. Lo que éramos, literalmente, hace ocho años anda ahora flotando por ahí, desperdigado en el mundo, reemplazado por nuevas piezas; lo que somos era entonces una colección desperdigada de átomos desmadejada en el interior de una esfera de tamaño descomunal. Y mientras nosotros seguimos con la impresión (que no deja de ser estúpida) de ser los mismos: El yo sigue siendo el yo, aunque no se parezca en nada a aquel yo, probablemente porque con el yo lo que nos esté pasando sea algún tipo de alucinación de la misma clase que en el cine nos hace pensar que una historia es continua aunque en realidad estemos viendo una serie de destellos luminosos a razón de decenas por segundo.

Lo que yo termino pensando es que el fallo menor de mi teoría, mírala bien en su tarro de formol, era que pretendía separar el yo del universo cuando el yo está enraizado en el universo, cuando el yo no tiene sentido sino como parte del universo, como la suma de las historias y trayectorias de esta modesta colección de átomos que hace una eternidad estaban a tomar por el culo de aquí, y que dentro de otra eternidad andarán en el fondo de vete a saber qué agujero negro.

Lo que yo termino pensando es que el fallo mayor de mi teoría, que no era fea, al fin, era que es muchísimo menos hermosa que la idea de que este yo que ahora te coge de la mano, te sonríe e intenta con toda la fuerza de su educación no bajar la mirada hacia tu escote nació en el corazón de incontables estrellas, y viaja hacia incontables agujeros negros, y que incluso antes ya estaba ahí, viniendo, y que después ya estará allí, yendo, como radiación, como energía o lo que fuese.

Y que la gran virtud de la teoría, lo que la hace esbozar esa sonrisa de ya te lo decía yo, es que todo cobra sentido en este preciso instante, en cada preciso instante, que la gracia del asunto es este momento preciso, así que me moriza tu parpadeo, nota tu respiración, escucha el latir de tu corazón, asómbrate por la ingeniería biológica que te permite ver, sentir y pensar, y asume, porque es sólo ahora mismo cuando somos dueños de lo prestado, cuando retenemos lo imparable, congelados en saltos simultaneos hacia dentro y hacia fuera, que es esto y sólo esto y todo esto lo que hace que el universo, la vida y todo lo demás, por citar al gran Douglas Adams, tenga sentido.

26.6.07

las pequeñas muertes



Andan revueltos algunos de nuestros mundos porque Anneke van Giersbergen ha decidido dejar The Gathering.

No es, nunca ha sido un grupo demasiado conocido para la gente que podría haberlos oído, haberlos disfrutado; comenzaron inventando el metal gótico junto con Paradise Lost y My Dying Bride, pero siendo gente inquieta pronto empezaron a buscar sitios nuevos por los que jugar, y ya se sabe lo que pasa con estas cosas: Los fans radicales del estilo los aborrecen, y los que podrían ser nuevos fans desconfían del pasado o, simplemente, nunca oyen el nombre del grupo y mucho menos una canción suya. Lo atmosférico, lo psicodélico, lo progresivo en el sentido más puro de la palabra, el trip-hop rock, el post-rock, si no nos ponemos quisquillosos pensando que a día de hoy ya empieza a haber tantas cosas que se llaman post-rock que habría que empezan a pensar en otro nombre más propio, menos dependiente del padre abandonado, repudiado y olvidado. Les vi en directo una vez, en la gira del Sleepy Buildings, que anunciaban como una gira "casi" acústica, donde, como todos los que estábamos allí, me enamoré de Anneke, una mujer que no sólo cantaba como una diosa, sino que encima era feliz haciéndolo, y transmitía esa felicidad: brillaba, resplandecía, nos llenaba los oídos de su luz y los ojos de su voz.

Y se va Anneke y la gente se tira del pelo y lloran y gritan deprimidos: una de esas pequeñas muertes que suceden siempre que un grupo de artistas se separa, o lo deja, o muere en accidente aéreo o peor, pierden toda inspiración y buen gusto. Yo estas cosas las lamento, cómo no, porque es una pena no poder volver a verles (aunque han dejado tiempo para los desesperados: El aviso lo dio el 5 de junio pero se va en agosto), pero por otra parte tampoco es la primera vez que alguien se va de algún grupo; Dave Mustaine no habría montado Megadeth si no le hubiesen largado de Metallica (graciosísimos ellos, con James Hetfield de clínica de desintoxicación en clínica de desintoxicación: Lo echaron por yonki), tanto Bruce Dickinson (con The Chemical Wedding) como Iron Maiden (con The Sign of the Cross) hicieron algunas de sus mejores canciones por separado, y tuvo que morir At the Drive-In para que naciese The Mars Volta, por decir a bote pronto unos cuantos de una lista que podríamos hacer eterna. Y nadie ha muerto, ni ella va a haber perdido la voz ni ellos el talento simplemente porque se separen. Al fin y al cabo, la música avanza, y ya vendrán grupos nuevos a devorar el arte de los viejos, a seguir sus caminos donde ellos los dejaron y, mejor aún, a inventarse otros nuevos, y ellos, liberados los unos de los otros, formarán si hay suerte no ya un buen grupo sino un par de ellos, cada uno por su lado, porque Anneke va a seguir cantando (simplemente hay que recordar mirar de vez en cuando el nombre de Agua de Annique y ver qué sale de ahí), y The Gathering, que de todas formas y a pesar de la diosa-cantante que tenían en nómina hubiesen valido la pena simplemente con la música, van a seguir haciendo música y sacando discos.

Se va Anneke y yo pienso en How to Measure a Planet?, uno de mis discos favoritos de todos los tiempos, uno de esos discos que paso años y años sin escuchar simplemente porque me lo sé de memoria, porque pienso en él y recuerdo todas las canciones y ni me hace falta ponerlo para ser feliz recordándolo. Un disco al que a pesar de esto ahora voy a tener que dar otro repaso, para levantar esta cerveza que abrí sin pensar que sería una cerveza de brindis de despedida, y darles las gracias por grabar cosas como esta:



Y como no hay dos sin tres y como no me decido sólo por una o dos canciones, ea, de propina:



Y como nos conocemos, aviso: Te retiraré la palabra a todo aquel que no escuche al menos la segunda canción. E intentaré morder a todos aquellos que no escuchen las tres. El que avisa no es traidor. Dale al play, que este post, al fin, no es sino una excusa para compartir su música, esa parte tan íntima de mi alma, contigo.

Y desde aquí, y aunque no sirva para nada, pero que por buenas intenciones no quede, mucha suerte, Anneke y The Gathering.

24.6.07

el infierno ¿según quién?


Filosofaba ayer mi agente sobre el infierno (aquí), y me recordó a mí algo que pienso de vez en cuando, siempre que alguien se pone a hacer rodar los engranajes psicodélicos y corroídos de la lógica católica (llamémosla así, aunque estemos pensando en aquello que decía Groucho Marx sobre la ingeligencia militar).

A mí con el catolicismo me pasa como con algunas películas americanas de alto presupuesto: Se gastan un dineral en efectos especiales, las gotitas de sangre quedan hiperrealistas (o mejor, dejan a las reales como cutres imitaciones del cine), desembolsan millonadas a sus estrellas, emplean meses de ordenadores para los efectos especiales y, por los viejos tiempos, gastan un buen montón de explosivos para detonar coches, edificios, aviones o lo que se tercie, y luego tienen un guión simple como las instrucciones de un champú (es que acabo de salir de la ducha). Es decir, que lo básico, la historia (porque la esencia del cine, más que la exhibición de lo bien que representas a cámara lenta el vuelo de una bala del 45, es contar una historia) no está a la altura, y uno siempre termina pensando si es que en toda la ristra de gente que sale en las letras del final no había ninguno que supiese leer o escribir.

Con esto no quiero decir que el Vaticano destine la mayor parte de su presupuesto a los efectos especiales, aunque seguro que pensando bien a fondo qué querría decir eso de "efectos especiales" en su contexto probablemente fuese cierto, sino que el guión de partida que utilizan no está a la altura de una institución que lleva ya del orden de 2.000 años, que se dice pronto, metida en el monopolio de las almas, la moral y todas esas conductas que ahora los crueles socialistas pretenden robarles con una descarada asignatura que, ¡herejía!, pretende enseñarles a los chavales tolerancia, respeto y cosas por el estilo, actitud lógica en una institución cuya supervivencia se basa en la implantación de dogmas, en la manipulación mental y en decirle a todo el mundo qué está bien y qué está mal no sea que lo vayan a pensar por si mismos y se den cuenta de qué hay detrás de las bonitas fachadas de la fé.

Caray, no puedo empezar un párrafo sin salirme por una tangente: Culpa de la topología dominical. A lo que iba, el caso es que leyendo el blog de mi agente yo me puse a pensar sobre el Infierno al que según el dogma vamos a ir todos los pecadores (que es más o menos decir "todos", salvo tal vez los Legionarios de Cristo y afines, que tienen confianza con el portero). La idea general es que antes de montar este circo en el cielo tuvo problemillas con los compañeros de piso, situación harto familiar, pero aún no voy a tirar por esa tangente; como él era el que tenía el contrato a su nombre exigía de los demás sumisión, muchas alabanzas, liras, arpas, en fin, ese tipo de cosas extásicas con muchas nubecitas y mucho cielo azul y plumón y túnica blanca y tirabuzones dorados al viento, pero había otros, encabezados por Lucifer, que pensaron que por qué tenían que alabar a Dios y no se montaban una cooperativa anarcosindicalista o, ya puestos, le adoraban a él. Dios, en su infinita infinitud, se mosqueo, y hubo guerra, y Lucifer y los suyos (mas Crowley, por supuesto) terminaron cayendo durante nueve días hasta pegarse el Gran Costalazo en un lugar bastante siniestro que, naturalmente, era el infierno, donde quedaron atrapados al margen de las escapadas puntuales para promocionar el consumo de la manzana, sugerirle a Santa Teresa que se frotase la entrepierna si quería descubrir el misticismo, echarse bailes en las cabezas de los alfileres y participar en vídeos y películas de Tenacious D. Allí se dedican a recoger las almas de los descarriados en el duro camino de la pureza y de aquellos otros que no siendo unos descarriados simplemente eran unos golfos y unos perdidos. Quien se libraba, iba al cielo. Una vez surgieron los abogados, por algún imperdonable despiste de la infinita bondad de dios, se inventó también el Purgatorio, la sala de espera para los que estaban con el papeleo de las alegaciones. Para decidir quién iba donde Dios redactó la lista de pecados capitales que comentaba mi agente y la de los mandamientos, que Abraham redactó como eficiente secretaria neolítica.

En el cielo está el Paraíso, el lugar donde Dios sigue con su borrachera de cánticos, alabanzas, liras, tirabuzones y plumón blanco, y ahí van los puros, los castos, los curas y, extrapolando la característica común de todos esos grupos, la gente aburrida. Y los que van al infierno van allí para ser torturados por los demonios durante toda la eternidad por sus pecados, lo cuál da una idea de cómo de grande es la infinita y cacareada bondad divina. Y a mí esto es lo que me chirría.

En primer lugar, me extraña bastante que los encargados de las torturas, o sea, los que le hacen a Dios el trabajo sucio de la venganza, sean precisamente aquellos que no estaban de acuerdo con él. Es como si Guantánamo, en vez de ser patrimonio de EEUU, fuese dirigida por dirigentes de Al Quaeda. Pero si fuese así ¿quién esperaría que los acusados de talibanismo y maldad intrínseca que mandan allí fuesen torturados, vejados y puteados? Y digo yo, si yo fuese un demonio ¿no miraría con simpatía a aquellos que le han estado tocando las narices a Dios? Es decir, Dios me pegó a mí una patada en el culo que me hizo pasarme nueve días cayendo a velocidad terminal hasta empotrarme en un lago de lava ¿y ahora me van a caer mal la gente que le toca a el sus divinos cojoncillos pecando y saltándose sus normas? Pues no sé, pero yo personalmente recibiría a esa gente con abrazos y sonrisas fraternales.

En segundo lugar, está el asunto del infierno en sí, lugar que se supone ardiente, seco, apestando a azufre e incómodo, algo así como la costa sur española pero con azufre y sin playa, donde los demonios cayeron antes incluso de la formación del mundo, y donde desde entonces, se supone, no han hecho grandes reformas excepto la colocación de instrumentos de tortura, grandes ollas, cosas puntiagudas y demás. Y también me extraña, porque si yo fuese un bicho de tal poder que incluso el mismísimo Dios, que no olvidemos que es omnipotente (lo cuál dice algo inmejorable sobre el valor de los ángeles cáidos, que tuvieron el par de cojones de revelarse contra lo invencible, y así pasó con el Paraíso Perdido de Milton, que pretendiendo retratarlos como malos malísimos quedaban como héroes románticos), se las vio un pelín putas para sacarme de su casa, y donde paso la inmensa mayoría de los ratos libres que tiene la eternidad, que son unos cuantos, digo yo que lo menos que habré hecho ya será construir un sistema de drenaje para la lava, piscinas climatizadas y montones de edificios con aire acondicionado.

Resumiendo, se supone que si te portas mal con Dios este te manda para toda la eternidad con sus enemigos, que según Dios le van a hacer a él el favor de castigarte por las cosas que has hecho que el propio Dios considera pecados. La cosa tiene tan poco sentido que sólo encaja teniendo en cuenta que es el folleto publicitario para el Infierno que ha redactado su máximo detractor y quien saca de su amenaza mayor beneficio, Dios, y naturalmente sólo puedes amenazar con él si lo pintas amenazante. Pero cada vez que yo pienso en todo esto de la divertida e incongruente mitología católica termino con la impresión de que debería haber, por alguna parte, un folleto publicitario de la otra parte, de la que está a cargo del lugar, de Lucifer y los suyos, a ver qué decían ellos sobre el cielo y el infierno.

Pero siempre, al poco rato de pensar eso, sospecho que ni Lucifer ni los suyos quisieron perder mucho tiempo buscándose una publicidad que la simple razón, aplicada a los axiomas del catolicismo, les hace solita y sin necesidad de talar ningún árbol para imprimir ninguna biblia.

23.6.07

la logística de Pancho

Afrontaba Pancho los últimos exámenes en el instituto, la última andanada previa a la Selectividad, esa muralla examinante que uno debe escalar si pretende meterse en la universidad y su circunstancia (con todo su rango de opciones que van desde el abarrotar el disco duro de información con la esperanza de que eso nos haga mejores / más listos / más cultos / nos ayude a conocernos mejor / nos de la posibilidad de ganar dinero / nos emplace en un ambiente de golferío perpetuo, al gusto de cada uno). Exámenes, pues, de suma importancia, y que hay que aprobar sí o sí porque el no implica perder un año de vida en el instituto, y a la edad en la que uno deja el instituto un año tiene exactamente la misma longitud de una vida, cuando no más.

Así que afrontaba Pancho esos exámenes con buena voluntad pero con gran espíritu de autocrítica y con mucha objetividad: No se veía como para sacar los exámenes, Pancho, por eso que se llama los medios propios, así que entre él y unos compañeros se buscaron unos medios propios digamos que más propios.

Copiando, vaya. Pero hay formas y formas de copiar.

Día del examen de inglés: Día en el que toca aprobar inglés. Día en el que toca aprobar inglés. La narradora original de esta historia cuenta que la despertó el teléfono a las ocho de la mañana, porque ella no trabajaba entonces y ya ves tú qué iba a hacer despierta a las ocho de la mañana (yo asiento muy comprensivo, aunque ahora que trabajo tampoco estoy despierto a las ocho de la mañana. Pero sé que soy un privilegiado). Y era Pancho, su hermano pequeño, pidiéndole que llamase al instituto. ¿Llamar al instituto? Uno puede imaginarse la cara de la narradora, deshaciéndose del sueño, bostezando, frotándose los ojos y mirando alrededor algo desorientada, esas escenas que luego nunca fueron así pero que cuando uno las escucha se convierten, a su manera, en verdad histórica. Llamar al instituto, sí, diciendo que eres la madre de, y aquí iba el nombre de un compañero de Pancho, y que quieres hablar con su tutora, para que salga del examen. La narradora fue escuchando, y yo la imagino algo asustada por la envergadura del plan de Pancho y sus compañeros, escuchando el guión que la dieron con lo que debía decirle para tenerla entretenida durante al menos veinte minutos, para darles a los conspiradores tiempo suficiente para copiar todo lo copiable. Y naturalmente, la narradora carraspeo, puso su voz más seria, llamó al instituto y pidió hablar con la tutora en cuestión.

Aprobar copiando está mal, dicen padres, profesores, etcétera. Se supone que es aprobar haciendo trampas, se supone que no por sus propios medios no propios, o sea, no por los propios medios tradicionales. Horror de horrores, Pancho engañó a su maestra, se deshizo de ella, y le plantó un examen que no era fiel reflejo de lo que había estudiado y aprendido, de la habilidad en inglés que debería haber desarrollado. Visto desde el punto de vista académico, copiar es el peor pecado que puede cometer un estudiante. Pero ¿qué es la vida? ¿A qué nos enseña el colegio? ¿Quién ha podido demostrar más esfuerzo por aquel último examen de inglés, yo, que lo estudié escuchando discos de los Iron Maiden y leyendo libros en inglés, o Pancho, que se curró un operativo que ríete tú de la Operación Puerto? ¿No hay mucha más poesía, mucho más arte, mucha más exhibición de recursos en el método de Pancho que en el que yo utilicé? Personalmente, nunca se me ocurrió criticar ni a Paul Newman ni a Robert Redford por tramposos después de ver El Golpe, y no creo que eso fuese simplemente porque Henry Gondorff y Johnny Hooker fuesen personajes de una obra de ficción, ni porque simplemente eran los buenos, sino por la meticulosidad, el esfuerzo y el arte que le ponían a su trabajo. Y si la educación tiene también la tarea de darnos las herramientas para que nos podamos enfrentar al mundo en una desigualdad menor de condiciones, creo que el hermano pequeño de la narradora de esta historia sale al mundo con bastantes más recursos de los que yo tenía entonces.

Naturalmente, Pancho aprobó.

20.6.07

las clases de baile



A veces dice mi agente, y (guárdame el secreto) estoy de acuerdo con ella, que parecemos un matrimonio. Normalmente lo dice cuando discutimos en plan gruñón o cuando uno de los dos le adivina al otro el pensamiento o cuando nos estamos aburriendo soberanamente pero el hecho de estar haciéndolo juntos le da cierta gracia al asunto.

Hoy hemos ido de compras. Bueno, ella ha ido de compras, y yo de taxista, porque soy así de bobo, pero como ella es así de boba cuando me he arrancado a comprar cosas con chocolate (a remolque de ella, golosa provocadora) no me ha dejado pagarlas. O sea que he hecho una media compra con alto contenido en azucar y cebada (hay un lote de Grimbergen cogiendo fresquito en mi frigorífico), y he hecho de taxista, lo cuál a priori me daba algo de mala espina, porque tengo tantísimo sueño que, sinceramente, temía el viaje de vuelta a casa, no fuese a dormirme y despertarme empotrado en un ceda el paso, pero como aquí la buena mujer me ha amenazado con acongojarse, textual, si no iba a buscarla, yo, que soy todo un caballero (además de patán, plebeyo, campesino y burgués: Soy el gran cóctel del clasismo), he terminado yendo a buscarla.

Hemos estado comprando, hemos estado siendo malignos, hemos filosofado sobre el consumismo y sobre la nefasta moda de la ecología. Hemos correteado por los pasillos del Carrefour con las vegigas llenas hasta los topes, y luego hemos ido al coche, que al final no estaba tan lejos de donde pensábamos que estaba (porque había una puerta que nunca habíamos cruzado que evitaba un inmenso rodeo), y mientras yo le explicaba que es que por lo general soy bastante gilipollas pero a veces tengo esos momentos de inspiración hemos llegado hasta el coche, lo hemos cargado, y nos hemos vuelto al centro comercial, a cenar. Los ritos de la clase media (o medio algo, o medio muchas cosas, en cualquier caso). Y de todos los lugares entre los que habrá en el mundo para ir, hemos ido al que vamos siempre: El restaurante donde peor nos tratan de todo el universo. Entre que te sientas y te traen lo que pides pueden pasar, bien a gusto y sin exagerar, catorce meses; los necesarios para dejar embarazada a una vaca, asistir al parto de sus ternerillos, dejarlos crecer un poco, matarlos, trocearlos, cocinarlos y servirlos (en los ratos muertos plantan y recolectan patatas, lechugas y tomates, cuecen cerámica, elaboran y lustran la vajilla, forjan cubiertos y moldean vasos, y te sirven una cocacola con hielo que les ha dado tiempo a pasar a recoger directamente de un fiordo noruego). Yo me preguntaba qué narices hacíamos allí y qué siniestra mezcla de masoquismo, tozudez y estupidez nos lleva siempre allí, y mi agente me ha respondido que tal vez el consuelo que encontramos al saber que tratan al resto de comensales igual de mal que a nosotros.

Pero luego le ha dado otra justificación. Esperábamos, yo dando cabezadas y ella meditando vete a saber qué, cuando su vista se ha fijado en el rótulo del establecimiento y no ha podido dejar de soltar "bueno, eso de comida rápida... rápida lo que se dice rápida..."

Y sí, a veces parecemos un matrimonio viejo, con toda la mili que llevamos hecha juntos. Pero siempre llega un momento en el que aquí la amiga salta por donde uno no se la espera. Y también, para mi inmensa gratitud y mi consuelo, momentos en los que yo salto por donde la niña no se lo espera, y uno la escucha reírse. No se ríe como se ríe, al teléfono, con las gracias de amistades más recientes, o de gente que simplemente, y por lo que cuenta de ella, es genial desde los pelos de la coronilla hasta la punta de las uñas de los pies; pero se ríe, y algo de gracioso tiene que tener uno para que aún pueda arrancarle una sonria a alguien que me conoce mejor que yo mismo.

En fin. Se extraña la pobre mujer de que visiten su blog entre 50 y 100 veces todos los días. Yo la leo contar su vida, que describe como gris cuando está llena de los miles de colorines que ella lleva dentro, o hablar de sus sobrinos (o mejor aún: dejarles hablar, y se vuelve su voz, porque son ellos, que yo les he oído), o filosofar, o protestar, y lo que me extraña es que no la lea más gente.

Así que nada, promoción, promoción: Pásate por cerrada por reforma, que seguro que terminas volviendo.

19.6.07

los brazos en alto



No es el ver al Madrid ganando la Liga de la única forma en que podía ganarla, de la forma en que debía ganarla, remontando y apelando a la lógica, al desenlace feliz de tragedia griega, Ulises llegando a casa todo sonrisa canina, barbas disfrazadas y arco en ristre dispuesto a ensartar pretendientes penelopeianos, aunque también tuvo su parte de culpa. Empezaba el Mallorca atacando, tirando balones a los postes, y yo estaba tranquilo, sabiendo que la fatalidad este año estaba de nuestra parte, y aquí ha estado la grandeza del Madrid este año; sin jugar bien, de hecho muchas veces jugando de pena, decidió en el Camp Nou ganar la Liga y le ha importado tres narices que el Sevilla jugase mejor, o que el Barça tuviese a Messi, Eto'o y Ronaldinho. Y si metían un gol pues valía con meter dos, y si metían dos pues venga, al menos tres, y así sucesivamente, empeñándolo todo a una confianza que asustaba a los rivales y que les daba a los jugadores unos aires proféticos, qué más da perder el tiempo, qué más da que corra el reloj, qué más da todo, total, si nos falta tiempo para meter el último gol algo tendrá que pasar que conjure el destino, y pop, el marcador de la televisión se iluminaba y Raúl Tamudo acababa de marcar, a cientos de kilómetros de distancia, el gol que faltaba. En mi vida he visto una Liga tan interesante como esta, y desde luego no por juego, ni por acumulación de talentos, sino por la trama, imprevisible, cruel con tantos, y sin excepción, amable, este año, con nosotros. Y cuando parecía que las cosas se complicaban (el empate in extremis de la semana pasada sin tiempo para más, la lesión ayer de nuestro último y único hombre-pólvora), era sólo para darle al asunto una gracia y una emoción que la fe, ese recurso que yo pensaba exclusivo de los fanáticos y los extremistas, apagaba sin ningún problema. La lección es que en el fútbol muchas veces no gana el mejor que mejor juega (el Sevilla) ni quien mejor equipo tiene (el Barcelona), sino quien decide ganar, lección genial que naturalmente nunca más se cumplirá y que no podremos aplicar a nuestras vidas.

Pero no era eso.

Tampoco era la ocurrencia genial de haber convocado una pequeña horda para ver, primero, si los guiris apoyaban a Hamilton e inflarnos a Guinness a la espera del fútbol, y luego el fútbol en sí, esa idea repentina del sábado por la tarde que comenzó a materializarse con un par de mensajes a móviles y que terminó moviendo diez pies hacia lo que resultó ser un pequeño Bernabeu donde ya cuando el balón echó a rodar comenzaron a temblar los cimientos ya gritar las gargantas, y que en cada gol (en cada aldabonazo del destino) se convertía en un tronar de voces y un mar de brazos y un suelo que temblaba y mesas que volaban por los aires y bebidas que surcaban el espacio aéreo del local, pero que sobre todo fue un grupo de cinco amigos con una excusa para juntarnos y estar contentos y hermanados, porque podía interesarnos más o menos el sinuoso correr de la pelotita hacia la cita con la Liga número 30, pero allí anoche era imposible no ser absorbido por la masa social y no sentir los jadeos propios como ajenos (las apreturas en estas cosas ayudan muchísimo) y las taquicardias de aquel señor de allí como nuestro nudo en el estómago. Tampoco era el salir a la calle y ver una ciudad ruidosa y festiva (mal día para ser atlético o culé, mi más sentido pésame, de corazón), a una multitud que tomaba calles y se subía a los semáforos y cantaba cosas que al final siempre terminan haciéndole a uno pensar que por qué no seremos como los del Liverpool, y tendremos un repertorio decente, pero dándole un poco igual por una noche. Tampoco fue aquello.

Ni tampoco fue la sobredosis de Ensiferum y Lilitu, o que me hayan regalado un libro que tengo que esconderme para no dejar el que estoy leyendo a medias, o el hechizo de la velocidad del sábado volviendo de Toledo intentando no pasar mucho tiempo a la vista de cierto coche de la Guardia Civil que se empeñó en poblar mi retrovisor más tiempo del que la urgencia de la música podía soportar, o la lluvia festiva y bonita que nos saludó a la salida del cine y nos acompañó hasta la puerta del taxi, ni la cocina de la abuela, ni las sonrisas, las miradas, los gestos, las palabras. Ni siquiera, aunque casi casi, la dedicatoria del libro-regalo, que me provocó una sonrisa de la que aún me vienen ecos cada diez o quince minutos.

En realidad, han sido las fotos. Las fotos que ayer hice camino del Pequeño Bernabéu, las fotos que usaba para matar la histeria cuando Juan no aparecía y pensábamos que nos íbamos a perder la salida (que es uno de los cuatro momentos clave, y uno de los tres fijos, que al fin son los únicos que hay que ver en una carrera de Fórmula 1, que al final uno se traga entera a la espera del cuarto momento, que siempre esconden donde uno menos lo espera). Las fotos que echaba a conciencia a los caballos que galopan sobre los tejados de esta ciudad, rampantes bajo cielos wagnerianos, o a furgonetas que pasaban como un relámpago junto a mi paso de cebra, o a la agente de movilidad o la gente que esperaba conmigo o los peatones que cruzaban o el cielo, siempre el cielo. Las fotos que después de una semana de rascar fondos y tirar de interiores ya pensaba yo que no iban a venir, con ese miedo tonto e infantil que tenemos a perder lo que nos hace felices. Si algo me ha salvado la vida, si algo le ha dado sabor al mundo este fin de semana (a mi mundo, para mí), más allá de los goles de Diarra y Reyes, más allá del señor Michael Romeo, en palabras de un amigo "jebi como una lluvia de hachas" y resultando sorprendente aún después de cien repeticiones de su disco a todo volumen en mi coche volador, más allá de esa copa transgresora de domingo por la tarde, más allá del levantarme tarde o el ver a los amigos o todo lo demás, este fin de semana han sido seis, siete u ocho fotos. Y bueno, vale, también el libro de Baricco, que me mira ansioso y cómplice desde debajo de la cama. Paciencia, libro, paciencia, recuerda a Machado, y paciencia. Que en seguida te toca.

16.6.07

vida de M

Me contó M que comenzó a trabajar a los 14 años, y que desde entonces lleva 30 años trabajando, y hacía la suma o la resta aplicada, bien "empecé a los 14, 30 años trabajando, tengo 44" o bien "tengo 44, y llevo 30 años trabajando, empecé a los 14". El trabajo nunca fue una necesidad, una forma de sacarse un dinero extra al margen de la paga familiar para pagar los primeros cigarros, las primeras entradas para el cine, los gastos subsidiarios de los primeros besos con los primeros novios. No había paga familiar, y el dinero hacía falta para vivir.

Así que creció y fue pasando su vida entre trabajo y trabajo. A los 40, la senda laboral le había llevado a zonas sombrías, estaba empleada por una de las mayores salas de conciertos de Madrid, como parte del personal dedicado a cuidar y agasajar a los artistas que iban allí a tocar, las estrellas del rock, como les llamaba M con una mezcla de nostalgia y sarcasmo. El caso es que aquel trabajo básicamente nocturno e intrinsecamente salvaje hizo de ella un ave nocturna, y como pasa tanto en los reinos de la noche comenzó a transitar zonas de la nocturnidad que yo, a pesar de los años de observación en primer plano, sólo he visto tangencialmente, y llegó un momento en el que aquello le estaba metiendo en más líos de los necesarios, se descubrió a disgusto, se descubrió en peligro, y decidió marcharse.

El problema de dejar la noche es que la muy perra vuelve tras cada puesta de sol, así que en vez de dejarla a ella se suele dejar al marco en el que se desencadena. Ella se fue a vivir al campo con la ayuda de un novio que ahora recuerda con esa pena herida de las historias que no salieron bien, pero al que le sigue agradeciendo que la cogiese en Madrid y la depositase en las faldas de nuestras montañas. Se estableció en un pueblo vecino, conoció el nuestro de pasar por él, de parar a tomar un par de cervezas, y le gustó la gente y le gustó el paisaje, y decidió venirse a vivir aquí. Un día vino, fue a la plaza, preguntó por casas en alquiler y esa misma tarde llamó a su familia pidiéndoles prestado el dinero de la fianza y un mes de alquiler y cerró un trato por una casita desvencijada y coqueta donde, palabras suyas, meter a su perra y sus cuatro bragas. Buscó trabajo, y en nada se encontró atendiendo la barra del Hogar del Jubilado. Durante cuatro años ha estado trabajando ahí, barriéndolo cada noche, y apostada día tras día tras la barra, sirviendo un par de cafés por cada grupo de cuatro ancianos que pasaban toda la tarde jugando al dominó como juegan los viejos del pueblo: El que más fuerte golpea a la mesa con las piezas es el que más sabe, y el que más grita el más listo. Y contaba resentida que después no eran capaces de acercarse a la barra a por un mísero chato de vino, a producir algún beneficio, sino que salían con la cabeza gacha y a toda prisa rumbo a sus casas y al telediario de La Primera.

Anoche yo estaba en la barra de un bar, con una copa a mano y redactando en una libreta el temario de un curso que se llama "Fútbol sin Taquicardias" y aparecerá por aquí un día de estos, cuando llegó ella al bar, furiosa y deshecha, hablando de cómo la dirección de su trabajo le hace la vida imposible, de cómo pretenden convertirla en la mujer de la limpieza del edificio, de cómo los ancianos del lugar se entretienen inventándola adicciones a la droga, cuando la ven delgada, o embarazos, cuando la ven echar barriga, y sobre todo de cómo teniéndola como la tienen sin contrato y sin nómina pretenden darle a entender que es su deber hacer lo que la mandan sin rechistar a cambio de los cuatro duros que cobra, y que si no "tomarán medidas".

M llegó con esa mezcla de cabreo y desesperación que uno tiene que sacarse de encima como sea si no quiere que le salga una úlcera, y la pobre no hacía más que pararse cada medio minuto para pedirnos disculpas por la charla que nos estaba echando al dueño y a mí. Descreída de la gente, no entendía por qué todo el mundo tiene que meterse en su vida. Borracha, no me escuchaba cuando le respondía que porque si no tendrían que afrontar las suyas. Furiosa, decía que se iba, que vuelve a Madrid, que deja ese trabajo de mierda. Y febril, no me escuchaba cuando le decíamos que entonces sólo le queda reírse del "tomaremos medidas" con el que la amenazaban quienes la contratan.

Al rato apareció más gente por el bar. Yo me puse a ver un torneo de golf que ponían por la tele, descubriéndome fan proclamado de un jugador que me recordaba al protagonista de un cuento de Martin Amis, y ella a buscar pelea con uno de los más lamentables idiotas del pueblo. Luego pagué mis copas, recogí mi chaqueta y la servilleta pintarrajeada, y me fui a dormir. Ella se quedó pagando las copas que se había tomado anoche y también, de alguna manera, un billete hacia cualquier lugar.

15.6.07

¡que viene el futuro, que viene!

Aunque por mucho futuro que sea se sigue acercando al mismo ritmo de siempre, a una hora por hora, asunto vergonzoso y lamentable que los relojeros, gentuza arcaica, aún no ha intentado arreglar: Los coches corren más, las relaciones duran menos, y los segunderos siguen girando al ritmo de siempre. Nosotros hacemos nuestra parte, olvidamos el pasado tan rápido como nos es posible, pero nada, seguimos con el mismo ritmo que en el neolítico, descontando cambios ínfimos por la alteración de la rotación terrestre.

En cualquier caso, siempre hay quien no puede esperar y le da por imaginárselo.



Y yo, por hacer algo, he cambiado en algo la plantilla del blog. Por fin podéis ver mi legendaria cama... sin hacer, faltaría más.

el triste triunfo de la antropología

Antes de nada, ¡que nadie se asuste!, no, no voy a cometer la torpeza y/o la herejía de hablar de, voy a escribir más para que no chirríe la rima, probando, probando, un dos tres un dos tres sigo antropología. No, no. A lo que me refiero es a que por fin he visto una película que confieso, yo pecador, tenía un cierto interés por ver, y pues eso, que ya la he visto. Es Apocalypto. Joder, para una noche que intento tener cuidado para que no me salgan rimas, y se me echan encima.

A lo que iba: Sí, he visto Apocalypto, y sigo sin entender por qué se llama así. ¿¡Por qué una película sobre gente que corretea sacrificando personas a base de anticiparse a los cirujanos modernos unos cuantos siglos y/o intentando volver a casa a la hora de la cena antes de que la mujer se ponga nerviosa, y que pasa en selvas americanas, tiene como nombre una palabra de raíz griega, αποκαλύπτω!?

Obviamente, porque a Mel Gibson le pareció que quedaba chulo, es de suponer.

Lo que nos lleva a que ya desde el principio era fácil asumir que efectivamente la antropología saldría triunfal tras el visionado de la película, en general porque los antropólogos la han puesto a caer de un burro (que será soltado en la jungla y empalado por una primorosa y oportuna trampa cazajabalíes, faltaría más), y en particular porque nuestra antropóloga particular, a quien odiamos con saña, TAMBIÉN la puso a parir antes, incluso, de verla, lo cuál en su caso es inevitable y sencillísimo ya que no piensa verla. Y ya sabes lo que me jode darle la razón a nuestra antropóloga particular.

El caso es que como se puede leer por las respuestas de su blog, yo tenía una cierta curiosidad por la película y por principios defiendo siempre la autonomía de cualquier artista a saltarse a la torera las normas que le de la gana, históricas, coherentes o no, con tal de llevar su invención a buen puerto, o al puerto al que consiga hacerla llegar antes de que naufrage, o al puerto al que consiga llegar en una balsa de escombros después del naufragio: Lo que proceda. Pues bien, anoche yo, como dormir es de cobardes, me dije "pos me la voy a poner a ver si veo unas cuantas toñas y unas cuantas vísceras", y en fin: Termino pensando que Mel Gibson tiene un problema. Bueno, varios. Para empezar, Mel Gibson tiene una película tipo, en la cuál a un ejemplar chaval/mozo/padre de familia/venerable señor (o lo que le toque como actor según la edad que tenga al hacer la peli) le empiezan a inflar los cojones hasta que por fin el chaval/mozo/... salta, se lía a bofetadas, a tiros, a cuchilladas, a mordiscos o a lo que sea, rescata o venga a la familia, y ala, todos contentos, a traer muchos niños al mundo. Además, como en el 50% de sus películas los malos son los ingleses. ¿Qué nos quiere decir Gibson? En fin, que vuelvo al tema, porque por mucho que haya gente a la que le gusten las curvas de mis historias estas creo que tienen poco firme. El problema es que esa película tipo ya está un pelín vista, así que Mel lleva un tiempo haciéndolas como a escondidas: No las protagoniza él, y las rueda en idiomas que no conoce ni dios, como si quisiera fingir que no son suyas, pero luego las distribuye a bombo y platillo tras su sonrisa de vendedor con éxito y destello brillante en el canino, ¡plinc!, como si en un momento de sinceridad no reprimida tuviese que confesarnos que sí, en efecto es él el que está detrás de ese proyectito de nada que podría ser, perfectamente, una producción extranjera de autor (si le quitamos el 90% del presupuesto y de la sangre), si no fuese la rueda de molino de hacer pasta que al final, como siempre, es.

Pero no es eso, para mí, lo peor de la película. Ni que clamen contra ella los antropólogos, que en eso deberían aprender de los astrónomos, que no han dicho ni mu a pesar de que la película presente un eclipse a velocidad ultrarrápida y una luna llena a la noche siguiente (cuando la luna llena siempre ocurre, por razones tan obvias que es insultante explicarlas, a los 14 días de un eclipse de sol). Para mí lo peor ha sido que mientras la veía, sentía que estaba viendo la esencia robada de otra película. No siempre la misma, porque el señor Gibson, para no ser cantoso, no pone a Garra Jaguar, el protagonista, a luchar en un pozo con gente del mundo de la farándula (es su santa esposa la que termina en una especie de pozo-piso de menos de 30 metros cuadrados), ni luego se escapa para descubir la tumba de un rey, robar una espada, conocer a un ladrón, asaltar un templo y tirarse a una rubia peleona, pero por lo demás el principio de la peli es puro Conan, quitando indios y selva y poniendo bárbaros y montañas. Que vale, que el crío está más crecido, de hecho ya va camino del segundo hijo, y que vale, que en la aldea, en vez de tener compulsión por la herrería, se dedican a hacerle mobbing al tonto del pueblo para darle una excusa a Gibson para darnos a entender, graciosillo él, que figúrate, hasta los indios practicaban el sexo oral (los muy jodíos, si es que), y que en vez de decapitar a mamá degüellan a papá, pero vamos, que la idea es la misma. Si hasta al terminar con el clásico arrasamiento atan al chaval... y no lo atan a una rueda a moler cosas por miedo a las demandas, pero molinos se ven, molinos se ven.

Luego la película va recorriendo más tramas robadas. Después entra en el tema del hombre humilde del campo que va a la ciudad, y le pasan cosas rarísimas. Desde el producto patrio del cine de paletos de los años sesenta a Lost in Translation o Código 46, la peli va por ahí. Claro, poniéndole una niña que nadie sabe de dónde sale y que tiene lepra y/o es profeta, así porque sí, o teniendo la cortesía de hacer desfilar al prota y a sus coleguitas del pueblo por el tunel por el que los llevan sus captores mirando los murales, donde gente muy emperifollada le hace cosas muy expeditivas con objetos muy afilados a gente que va pintada de azul, y ellos que se miran y ¡qué coincidencia, si nos han pintado de azul! Luego la película pasa a ser una película de persecuciones, solo que por la jungla, claro. No se ve ninguno de los mil sitios extraños por los que los capturados fueron arrastrados a la horrenda urbe (ah, cuánto daño le está haciendo la ecología al cine), se entiende que porque cuando los llevaron era mucho más soso llevarlos por el camino recto de la jungla que perderse aquel pedazo de río y el barranco y las minas y demás periferia de la gran urbe. Y para cuando llega la persecución yo me descubro mirando el reloj, viendo que ya ha pasado 1 hora y 23 minutos de película, y que al final la cosa no es para tanto. Salen como una docena de señores con piercings raros y tatuajes tribales detrás del muchacho pintado de azul, y van cayendo porque cuando se corre por la jungla es muchísimo más peligroso ir sin pintura azul, visto lo visto. Te muerden serpientes, te matan pumas, o tu jefe te hace un masaje cardiaco a base de pedernal porque es alérgico al uso conjunto de las palabras "dar", "un" y "rodeo".

Y poco más tiene la película. Se resuelve por casualidad, por esas cosas que tienen los indios de colocar miles de millones de trampas anti-jabalí por la jungla (deben ser molestísimos los pobres bichos, si no no me lo explico, ni cómo nadie ha hecho campaña contra esas cosas, que son como las minas antipersona pero con pinchos) y por un redoble final que da a entender que en cierto momento a Gibson y a su coguionista se les ocurrió que se les hacía tarde y que plantando unos europeos en la sopa aquello estaba listo para servirse. Hora y media de paciente espera, para ver medio minuto de carrerones por mitad del bosque (duelen los pies de verlo. ¿Y ahí no hay raíces, o qué?) que al final terminan sin ningún sentido. Y mientras, diversos planos que nos llevan a la mujer, atrapada en una fosa por una idea feliz de su intrépido marido, y sobre la que Gibson proyecta mensajes de euforia para el feminismo: La buena mujer queda a cargo de una casa pequeña pero coqueta, ese fondo de pozo, sorprendentemente plano, de unos 4 metros cuadrados, en los que consigue recoger agua, curarle al voluntarioso y estúpido hijo una herida dándole puntos a base de hacerle putadas a insectos, y hasta matando un mono para comer cuando Gibson o su compinche se acordaron de que habían dejado a la mujer y al crío sin nada que comer y deciden tirarle uno para que lo muela a estacazos (y así es como el cine se venga de la ecología). El ama de casa definitiva, que aprovecha la avería producto de la rotura de agua del piso de arriba en una excusa para tener, por qué no, un parto de estos modernos así en piscina y demás. Supongo que el cordón umbilical lo arrancaría a mordiscos, o tal vez mediante el uso de algún otro util insecto sobre el que las imágenes no nos dicen nada.

Pero por fin, cuando todo deja de tener sentido, llega el marido para poner orden y preguntar que hay de cena. Entonces, en mitad del cambio de paradigma, ella le dice ¿bueno, y qué hacemos?, obviamente sorprendida por el estúpido giro de la historia pero también emocionada ante el futuro incierto. Y él, que para algo es el hombre, el cazador, el que ha dado cerita a los malos (o bueno, a los dos malos que no se han ventilado las serpientes, los pumas, las trampas, los saltos por cataratas y las trampas antijabalí, o aquellos que directamente decidieron pasar de todo y montar un chiringuito para turistas en la playa), él, decíamos, voz de Gibson en todo esto pese a su juventud, su pelo aún largo y sus pies abrasados de correr, le dice que ni hablar. Que al bosque, a reinstaurar el emporio familiar de la charcutería del jabalí, que para algo los guionistas de la película votan al Partido Republicano.

13.6.07

la seducción


¿Cómo ligar? ¿Cómo seducir a una mujer, o a un hombre, o a lo que uno le guste? ¿Cómo conseguir sexo? ¿Cómo llevarse a alguien a la cama?

Todas estas preguntas no son un intento de atraer visitas, cosa que por otra parte y viendo cómo se portan los buscadores probablemente ocurra (querido lector, si viniste buscando eso no te sientas en una encerrona, pero tampoco te esperes gran cosa), sino preguntas que intuyo forman parte del runrun mental de la humanidad desde que el primer mono se cayó del árbol y ya que estaba ahí se daba si eso un paseo a dos patas por entre los arbustos, si no incluso desde antes. A fin de cuentas, a nadie le amarga un dulce y mucho menos algo de sexo de vez en cuando, a no ser que sea un degenerado mental como, digamos, un cura y una monja. Lo que no quiere decir que esté llamando degenerados a los célibes que por el mundo caminan, Gauss me libre, porque entonces me lo estaría llamando a mí mismo (claro que según la definición de la RAE, yo, con la moral algo rara y con ciertos gustos que tengo encajo en el perfil, pero bueno), que hace tiempo que no me como una rosca (y cállate, que ya, ya sé que es porque me da la gana, pero mala suerte, soy heterosexual, qué le vamos a hacer).

Mirando atrás, desde siempre ha habido gente que, básicamente por su propio provecho aunque muchos también por crearse una reputación, han intentado responder a esas preguntas y naturalmente de presumir de respuestas ante los colegas, que siempre le da a uno caché.

En esto, como en todo, hay escuelas, y hace un par de noches yo, entre muerto de vergüenza ajena, de asombro y sobre todo de risa, di con un blog en el que un voluntarioso muchacho ilumina al respecto a quien quiera leerle. Hasta se ha comprado su nombre de dominio, el muchacho, y se ha puesto un nombre modesto a la par que esclarecedor, ejem. Su declaración de intenciones es que esto del ligoteo es un arte, y que hay que convertirse en el mejor. Aunque luego de arte poco, porque el muchacho lo plantea a un nivel industrial, bursatil, metódico, mecánico. Se sistematiza, se plantean definiciones, se establecen procedimientos, cosas todas estas que aunque sean buenas para, digamos, elaborar pinturas envasadas, ensamblar ordenadores o construir guitarras eléctricas, no suelen ser útiles a la hora de pintar un cuadro, escribir un libro o componer una canción. Al final tampoco es que sea una cosa tan audaz, es simplemente que las cosas suenan mejor si en vez de decir "ah, anoche vi en un bar a una tía guapísima, y me acerqué, bailé un rato con ella, intenté besarla y me dijo que tenía novio y se piró" uno dice "ensayé la Leremy-Borrowski con una TB, intenté un Jowrowitz inverso, pero se dio un 12.2-03b (véase glosario)".

El caso es que esa aproximación tan sistemática me despertó mi vena asociativa e invocó a la culpable de esa vena, las matemáticas, y me acordé de mi tocayo David Hilbert. Hilbert, a principios del siglo XX, quiso coger todas las matemáticas, reducirlas a una serie de axiomas finita, completa y consistente. La idea era conseguir un marco en el que probar cualquier cosa fuese una tarea sencilla a partir de los axiomas (o si no sencilla sí al menos posible). En general esto cuadra con la idea que mucha gente tiene de las matemáticas, o a mí es como me las hace imaginar: Algo gris, mecánico y en el fondo previsible. Y la gente andaba tratando de pensar cómo conseguir eso, cuando en 1931 Kurt Gödel, uno de los matemáticos más grandes de la historia y probablemente el mayor lógico de todos los tiempos, probó (y es genial incluso eso, que lo probó, lo demostró, y eso en matemáticas es irrefutable, eterno, invencible) que aquello era imposible, que incluso si se pudiese meter a las matemáticas en un ataud aséptico y desinfectado, con sus axiomas limpitos, claros y a mano, entonces podrías formular una pregunta sobre las matemáticas ahí contenidas que no podrían responderte esos axiomas. Lo que viene a significar, en mi versión todo a cien (lo mejor que tiene esto de que a Elena le haya dado por responder por aquí es que puedo divagar más sobre esto con la certeza de que si meo demasiado lejos del tiesto ella puede corregirme, así que yo aflojo las riendas y galopo a placer), varias cosas, siendo las dos más importantes que, primero, los matemáticos nunca nos quedaremos en paro y segundo, que las matemáticas tienen garantizado su misterio.

Lo primero se debe a que siempre puede inventarse un axioma nuevo para "inventarnos" o "asumir" una respuesta a tal pregunta, pero entonces, de entre las nuevas preguntas que podríamos hacernos, surgirá otra cuya respuesta requiera un nuevo axioma, y así ad infinitum. Lo segundo, que como nunca terminaremos con ellas siempre quedará más por saber de lo que ya se sabe, y nuestro bosque siempre tendrá más rincones sombríos poblados por ojillos misteriosos y repiqueteantes de ruidos intrigantes que senderos despejados y bien iluminados. Y ahora abróchate el cinturón de seguridad que vamos a hacer un aterrizaje de emergencia: volvemos al tema original.

Me acordé de David Hilbert y de Kurt Gödel leyendo al muchacho aquel porque me dice la intuición que entre las implicaciones de los teoremas de incompletitud de Gödel hay una que le echa por tierra el invento. A fin de cuentas, sistematizar es reducir a secuencias, eso se puede modelizar en matemáticas, y las conclusiones que uno saca sobre las matemáticas pueden transmitirse de vuelta al mundo real. ¿Cuál es, hablando con el corazón, la razón por la que las matemáticas son imposibles de atrapar por la redecilla cazamariposas de Hilbert? Entre otras cosas (entre una cantidad infinita de otras cosas), que son un arte. Como la seducción, precisamente. Y uno puede ponerse el traje de faena, calarse los guantes, coger el martillo neumático y trabajar, en el sentido más peyorativo del término, en las matemáticas o en la seducción, y nunca pasará de ser un autómata más o menos eficaz. También, que en las últimas fronteras de las dos cosas uno sólo puede apelar a uno mismo, y saber mucho sin duda viene bien, pero lo que diferencia a un seductor y a un matemático de una enciclopedia o un eficaz mono amaestrado es la intuición.

Ligar es fácil. Ligar es definitivamente fácil. Ligar, si se quiere reducir al sistematismo, es una estupidez, y quien no ligue será o por falta de mercado o por ignorar al sentido común. Pongamos por caso que la media de éxito de alguien que intenta ligar es del X%, con X un número real entre cero y cien, ambos naturalmente no incluidos, porque de todo hay en la viña abandonada del señor salvo gente infalible tanto para lo bueno como para lo malo. Pues bien, eso significa que estadísticamente la tasa de intentos que tendrá que hacer la persona con el X% de efectividad para magrearse con alguien será de 100/X; Si tu probabilidad es del 2%, es de esperar que alrededor de 50 intentos sean suficientes. Divide esos 50 intentos por el número de objetivos sexualmente compatibles que habitan la ciudad que te pille más cerca, y entre las horas que tiene una noche de marcha. Y luego sé simpático y persevera, porque la probabilidad, como el algodón, no engaña.

El problema, entonces, suele ser qué se entiende por ligar, o si realmente se pretende ligar, o si vale cualquier persona para ligar, o si estamos dispuestos a efectuar la labor de contorsionismo que propone el tipo de ese blog para transformarnos en lo que haga falta (él lo llama "el mejor"; tristísimo) para conseguir el objetivo. ¿Ligar porque sí, ligar para restregarnos con alguien, para robar dos besos, para embaucar a alguien, para conseguir sexo? ¿Tanto vale el frotado, el intercambio de saliva, el morbo de la estafa y la emisión de fluidos corporales? Yo, en vista del resultado que adorna mi casillero reciente, pienso que definitivamente no, no vale todo eso. A mí no me vale cualquier persona, ni estoy dispuesto a hacer lo que sea para seducir a una mujer a la que acabe de conocer y de la que espero que me interese algo más que el físico. Yo no voy a ir por ahí apuntando bajo mi carlinga los Stukas derribados que llevo como el piloto de un Spitfire sobre los cielos de Londres. La propia esencia del asunto que destila de ese blog es la de la cacería, el recuento de presas, la depuración del método y su aplicación sistemática. Yo si vuelo sobre Londres, tendrá que ser como el gorrión que persigue embobado a la gorriona que a su vez lo persigue a él. Yo, si pretendiese seducir a alguien, tendría que hacerlo desde mi más absoluta franqueza y a partir de toda mi intuición y mi amplísimo repertorio de pánicos, porque hay asuntos en los que tomarle el pelo a alguien simplemente no es ni siquiera una opción a considerar.

Pero es una opción que, en realidad, resulta divertido leer desde esta trinchera tan alejada conceptualmente de aquella.

Leo al muchacho comentar, en una de sus historias, que una vez estuvo rondando a una mujer de 46 años, desde su autoproclamanda inteligencia de los 21. Es la única vez que le he escuchado mencionar la edad de una mujer, y eso me ha llamado la atención (otra consecuencia de las matemáticas: hay que buscar pautas, hay que buscar similitudes, pero también hay que fijarse en las diferencias: La vida es un puzle, y la vida es un busca las siete diferencias). ¿Qué quiere darnos a entender el autor del blog diciéndonos su edad? ¿Por qué es relevante? Obviamente, porque le dobla la edad de largo. Obviamente, porque se trata de una presa experimentada, difícil, de una mujer de verdad, distinta de las niñas que deben ser el blanco habitual de estos adolescentes voluntariosos y perseverantes. Obviamente, porque nos dice "no sólo persigo a crías que se ríen como tontas y a las que está tirado engañar". Y yo lo leo y no puedo dejar de comprender a aquella mujer de 46 años, de vuelta de todo, que vio a un pipiolo de 21 años y que lo estuvo dejando rondar mientras consideraba la opción de probar la carne fresca y recia, hasta que decidió descartarlo, aunque probablemente enternecida ante tanta parafernalia y conmovida por tanta cosa accesoria e innecesaria, le dijo algo que el chaval, cegado en su cruzada mecánica, no ha terminado de entender: Déjate de historias, déjate de fingir, y limítate a ser tú mismo e ir al grano. No ya por honestidad, no ya por principios, no ya por no complicarte la vida con cosas que no son realmente necesarias, sino porque así al final uno no vive su vida, sino la de un personaje inventado al que sólo podrás envidiar en secreto, sabedor de que en el fondo eso no eres tú.

Así que respondiendo a las preguntas que atraerán hacia nosotros la mirada sedienta de los buscadores: ¿Cómo ligar? ¿Cómo seducir a una mujer, o a un hombre, o a lo que uno le guste? ¿Cómo conseguir sexo? ¿Cómo llevarse a alguien a la cama?

Pues sé tú mismo, se natural. Demuestra lo que vales, ni más ni menos (y no intentar ser más de lo que se es es algo increíblemente eficaz). No finjas, a no ser que sea obvio que finjes y que sea obvio que quieres que sea obvio que finjes (y de todas formas si hay suerte a la hora de los orgasmos, olvídalo). No hagas caso a las letras de las canciones que escuchas en la radio, ni a las películas de palomitas. Sorprende. No atosigues. No des la lata. Sé empático. Juega, limpio pero juega. Lee Rayuela. Lee algún poeta decente. Entiende que ligar no es un objetivo sino un medio a algo que tampoco es un objetivo sino otra cosa. Divierte. Diviértete. Piensa, en todo momento, que eso que tienes delante es una persona increíble a la que probablemente no mereces... Y lleva siempre condones.

11.6.07

la frontera de las 4


Hay una frontera que está situada a las cuatro de la mañana, en mi huso horario, en mi vida. Coindice, por la hora a la que me levanto, con la frontera de las cuatro horas de sueño. Cruzarla es viajar a otro mundo y da igual que sea este mismo. Cruzarla supone pasar el día siguiente con jet lag, sorprendido por todo; por la luz, la misma luz de todos los días, por las caras de la gente, la misma gente de todos los días, por el tacto del viento, el mismo de siempre, por los giros y deslices de las mismas nubes de cualquier otro día.

Yo anoche crucé esa frontera. No es buena idea cruzarla, nunca es buena idea cruzarla, pero a veces no queda otro remedio; cruzarla tiene algo de suicida, y a veces, simplemente, es más necesario sentir en la cara ese viento imposible del salto al vacío que estar del todo despierto y completamente vivo al día siguiente, porque la sensación indescriptible de velocidad inmóvil del reloj al galope es algo hipnótico y hermoso. Cruzarla una noche de domingo acarrea también algo de condena; es una frontera que naturalmente cruzo sin pasaporte ni equipaje dos veces cada fin de semana, pero cuando al día siguiente te vas a levantar como pronto al mediodía (y si la gente tiene piedad y se sabe la lección y no te llama por teléfono, a las cuatro o las cinco o las seis de la tarde) aquello tiene más de safari para turista del primer mundo que de invasión desamparada. Cruzarla una noche de domingo implica una semana de tinieblas y bostezos, de no entender más de tres palabras seguidas, de sentir que el pensamiento se despega de las raspas de realidad que normalmente forman su dieta para comenzar a devorarse a sí mismo. La vida se vuelve un falso dormir, y la realidad, un sueño que suele usar las paletas de la pesadilla.

Crucé esa frontera porque tiene su morbo, básicamente. Por temerario. Por que no había respuestas convincentes al ¿por qué no? Por llevarle la contraria a los bostezos gordos y lustrosos que criaba en manadas desde las cuatro de la tarde. Crucé esa frontera porque anoche tuvimos en casa una conferencia de alto el fuego para la pequeña guerra civil de siempre, que terminó con el método ejemplar de la negociación en esos casos: Cada bando ejecutó mediante un tiro de gracia en la nuca a cada preso del bando contrario que encerraba en sus calabozos, y fin de todo problema. Crucé esa frontera porque me estaba terminando un libro y no quería dejarlo con 50 páginas, ni con 30, ni con 15, ni con 3. Porque era de noche y yo era feliz de que fuera de noche, de pasear a la terraza a mirar las estrellas valientes y tuberculosas que se atreven a brillar en los patios de Madrid. Crucé la frontera porque soy un valiente y un imbécil. Crucé porque estaba escuchando música y no me apetecía dormir.

Y desde el otro lado hago mis planes, valientes e imbéciles también. Esta tarde me iré a por libros, y aprovechando que estoy de este lado de la frontera te mandaré una postal ridícula con el sello mas raro que encuentre. Y luego me iré a casa, fregaré, recogeré, me daré una ducha, cenaré, veré una película, leeré. Y luego dormiré, supongo, y daré media vuelta y volveré aquí.

la incompatibilidad sexual


Terminaba ya la noche, con esos últimos coletazos surrealistas que dan las conversaciones entre supervivientes, dos amigas y yo en un bar en el que una copa de no-garrafón (¡existen!) valían sólo 5€, cuando un tipo tambaleante se acercó a nosotros y después de echarles un vistazo hambriento a mis dos amigas (guapas como ellas solas) se apoyó sobre el futbolín, me echó una mirada que quiso ser retadora y se quedó en implorante, y me propuso una partida. Yo pensé he aquí alguien que quiere jugar al futbolín y no tiene con quién. Yo pensé como yo mismo, tantas noches. Yo pensé qué me cuesta. Así que dije que vale y me propuse ser bueno.

O sea, bueno en el sentido de bondadoso, no de buen jugador de futbolín. Yo no soy un buen jugador. Yo he jugado algo, bastante o poco según con quién se me compare, y tengo mis recursos, que básicamente son ser el pistolero más rápido a este lado del Atlántico y tener una media zumbona y molesta como, digamos, la de un buen equipo italiano. Y como el muchacho pagaba partida y como el muchacho iba evidentemente borracho lo vi presa fácil y me dije "nada de humillar a nadie". Y empezó la partida. Del primer gol nada que objetar. Del segundo, que los rebotes son traicioneros. Del tercero, la conclusión de que eso de "sin media ni guarra" era un concepto que el chico no conocía. Y yo mientras iba empatando, sin meter mucha presión, con la ventaja que da esa velocidad mía de la mano derecha. El truco, practicado hasta la náusea, es fácil: No esperes a ver si la pelota cruza su media para hacer el gesto del disparo, porque entonces se te escapará. Dispara según haces el pase, y dala con la esquinita de los jugadores. Si pasa su media, es casi gol. Funciona, si el otro no cubre bien al delantero, es lento o está borracho, circunstancias que mi contrincante unificaba. Pero aquel gol de media me dolió en el alma, porque jugar con la media quita nobleza al juego, así que el final de la partida fue rápido, dos jugadas tipo Mike Rooney y venga, empate y acto seguido ala, a certificar un triunfo que, con tres goles en su haber, no dejaban en mal lugar al rival. Este rodeó el futbolín, y se puso a preguntarme, mientras intentaba sin éxito mirarme fijamente, si me encontraba bien. Yo, como siempre que me preguntan algo así, me hice un autochequeo rápido pero concienzudo, y le dije que en efecto me encontraba bien. Y entonces él me plantó un beso en el cuello y me rodeo con un gesto que era medio caricia medio abrazo. Con todas las alarmas encendidas y con el automático puesto mis piernas efectuaron una rápida maniobra evasiva y mi boca dijo que me iba con mis amigas mientras mi mente, sorprendidísima, aún estaba flipándolo con la situación. Me vieron llegar mis amigas, ¿qué pasa?, creo que ese tipo me acaba de entrar. A saber qué has entendido de cualquier cosa, me dijeron. Yo lo pensé mientras les explicaba lo ocurrido, y aunque es una cosa que les repatea soberanamente tuvieron que decir ah pues sí, tiene toda la pinta de que te estaba entrando, y luego pensamientos alentadores y optimistas tipo hombre, la verdad es que el chaval es guapete. Todo lo que quieras, pensé y dije yo, pero es que es un mercado que yo, por esa tontería innata de ser heterosexual, no trabajo. Y en esto que el tipo volvió por allí, proponiendo una segunda partida de futbolín que fue rechazada con un cansado "no, yo paso", y el hombre se fue de allí y yo me quedé pensando en que está bien que a uno le entre gente pero que estaría bien, para la próxima vez, que fuese alguien sexualmente compatible. Dios, si por algúna broma macabra e incongruente existes, no tengas en cuenta mi ateísmo ni lo que he dicho hoy al paso de la procesión del Corpus y toma nota para la próxima vez, que yo soy bueno, en serio (en el sentido de bondadoso, otra vez).

Fue casi el fin de fiesta de una noche estupenda. Quedaba descubrir a un taxista friqui de, imposible de adivinar a priori, ¡la música clásica!, que nos contó cómo la casualidad había querido que unos pasajeros recién salidos del Teatro Real escuchasen en su coche la misma ópera que acababan de ver y cómo unos atléticos no habían recibido con mucho entusiasmo la Marcha de la Victoria (por eso del Atlético 2 - Celta 3, obviamente). Antes, hubo fútbol: Vimos el Zaragoza 2 - Madrid 2 en un bar donde yo mataba mi desesperación a base de cañas y pinchos de tortilla, y donde la capulla de Elena se dedicaba a llamar a su novio, madridista de ley, a cada gol del Zaragoza, y que luego, cuando la épica que dicta la historia victoriosa del Madrid este año hizo ese final digno del encaje de bolillos de mi madre hizo a Tamudo héroe de este drama, se hizo la loca durante la primera media hora que el bueno de su novio dedicó a llamarla a ella para darse su venganza-homenaje. Y luego íbamos a ir a bebernos unas cuantas botellas de vino pero una sugerencia sorprendida no sé de qué (siempre hacemos caso a casi cualquier sugerencia, al fin y al cabo) nos terminó llevando al Triana. En el Triana, por lo que vi, llega un momento en el que alguien saca una guitarra y se pone a tocarla, y entonces cualquiera de los asistentes que tenga algo de arte se arranca a cantar y/o a dar palmas, y se improvisa una juerga flamenca. Aparte de lo imprevisible del asunto, aparte de la delicia que supone escuchar a un buen guitarrista de flamenco tocar durante una eternidad sin parar y haciendo maravillas, lo más impresionante fue no ya escuchar sino ver a los cantaores: Tipos corrientes y molientes, con sus camisas de cuadros arremangadas, su cubata y su paquete de tabaco a mano, gente como los venerables pobladores de las barras de mi pueblo, que iban ahí no ya a escuchar y disfrutar la música, que también, sino a formar parte de ella.

Al salir, se había desatado el diluvio. Retumbaban los truenos, los relámpagos ridiculizaban a las pobres farolas, y nosotros nos calábamos buscando un puerto seguro. Que resulto ser el de las copas a cinco euros.

Gente estupenda, una noche estupenda, conversaciones de todo pelaje, la camisa brillante de lluvia, los ojos felices de ver tanto Madrid con amigos dentro, y todo muy bien y todo estupendo. Simplemente, Dios, insisto, caso de que existas, la próxima vez ya sabes: Quien sea, por favor, que venga con una polla de menos, una vagina de más, y un par de pechos, ¿de acuerdo?, gracias, y no te ofendas hombre, que lo del Corpus era broma, ji ji.

7.6.07

la lógica fuera de tiesto

Se me van hilvanando los temas, últimamente.

De nuevo por las respuestas del post anterior he terminado recordando una tarde de somnolencia universitaria en la que un profesor, en uno de los momentos filosofales a los que era francamente propenso, nos dijo que nos cuidásemos de las hipótesis falsas, pues partiendo de una hipótesis falsa era posible demostrar cualquier cosa.

No sé si esa afirmación lógica tan salvaje y tan burra es cierta. Sé, por ejemplo, que Bertrand Russell (que en sus 98 años encontró tiempo para ser matemático, filósofo, pacifista, premio Nobel de literatura, moralista y ateo con el curioso privilegio de ser citado por un montón de creyentes) afirmó en una ocasión a unos amigos que si le dejaban aceptar como cierto que 1 + 1 = 1 entonces podría demostrar cualquier cosa. Uno de sus amigos le dijo que probase entonces que era el Papa de Roma, y Russell le dijo "yo soy una persona, y el Papa también es una persona; juntos, somos 1 + 1 personas, o sea, una persona, luego tenemos que ser la misma".

Así que yo me he puesto a pensar en otros ejemplos de proposiciones que partiendo de un principio falso (y de todos los principios ciertos que uno quiera) lleguen a cierta conclusión absurda. En general si consigues llegar a probar a partir de la hipótesis falsa que 1 + 1 = 1 entonces ya es fácil demostrar creo que cualquier cosa (si alguien tiene algún reto al respecto que lo sugiera y nos ponemos a ello); eso sería, digamos, la aproximación "russelliana" al problema. Así fue la primera que hice. Consistía en esto:

Demostración de que si yo fuese una mujer, entonces George Bush estaría muerto:

Si yo soy una mujer, entonces como yo soy un hombre, mi número total de géneros es dos.
Como cada persona sólo pertenece a un género, eso significa que 1 = 1 + 1.
Pero si 1 + 1 = 1 entonces George Bush y Fernando el Católico, que son dos personas, son en total una sola persona.
Como Fernando el Católico está muerto, si él y George Bush son una misma persona entonces Bush, como Fernando el Católico, está muerto.

No me ha convencido demasiado, así que lo he intentado de otra forma, sin russellianismos, pero sólo he llegado a probar la no existencia de cosas (o de una persona):

Demostración de que si yo fuese única y exclusivamente mujer, entonces Jose María Aznar no existiría:

Si mi género fuese únicamente el femenino, entonces entraría en los baños de mujeres.
Como llevo toda la vida entrando en los mismos baños y nadie se ha escandalizado nunca, entonces siempre he entrado en los baños apropiados a mi género (*).
Como he pasado toda la vida entrando en los baños apropiados a mi género y, repito argumento, nadie se ha escandalizado nunca, entonces el resto de gente que entra en los baños en los que yo entro tendrían mi mismo género.
Aunque no les conozco personalmente, infiero que la pareja de progenitores de Aznar deben ser gente de fuertes convicciones morales, lo que considero me permite afirmar que siempre entrarán en el cuarto de baño apropiado a su género.
Como ni yo ni nadie de los que entra a los baños apropiados a mi género ha parido nunca un hijo, entonces nadie del género femenino ha parido a ningún niño.
Eso es extensible a generaciones anteriores, entonces el progenitor de género femenino de nuestro Rebelde, Profeta Patrio y Adalid de la Democracia Preventiva, José María Aznar, jamás lo parió.
Y como que yo sepa Josemari no es adoptado, entonces no existe, porque sólo las personas de género femenino tienen hijos, y hace falta haber sido parido para existir.

Yo me lo estoy pasando pipa intentando probar más cosas por el estilo. La última que se me ha ocurrido es probar, considerando que los cerdos volasen, que los pisos serían gratis, y en ello estoy.

Esto nos enseña algo sobre el poder de la lógica: La maquinaria lógica corta y se mueve con igual precisión y empuje al margen de que los postulados de los que parta sean ciertos o no. En lógica, que un argumento sea falso no quiere decir que no sea correcto, eso es cosa de los axiomas y las hipótesis de partida. Todo esto nos dice que si en un debate queremos hacer trampas sin tirar de falacias lógicas, puede que nos baste con colar una hipótesis falsa sin que el adversario se de cuenta, y luego desarrollarla y tirar el hilo para llevarnos el gato al agua.

Ahí queda, por si alguien quiere ser malo. Si alguien se aburre, que pruebe el juego. Invéntate algo falso, e intenta demostrar algo también falso. Hace los viajes en metro y las mañanas de oficina más entretenidas, lo digo con conocimiento de causa.



(*) : Salvo en un par de ocasiones cuando los baños en cuestión estaban cerrados/rotos/ocupados por adictos a diversas sustancias, en las que reinó la comprensión y nadie me dijo nada, o en las que andaba yo tan mal que no me di cuenta si alguien decidió reprochar algo. Casos puntuales, de cualquier manera.

6.6.07

el primer motor, el egoísmo


Querido mundo, me subo hoy a este mi púlpito ante el Cosmos para tomarme la justicia por mi mano y elevar al rango de Perorata Oficial la respuesta que se merecen los comentarios del anterior post sobre esa teoría, que por lo visto anda muy extendida, sobre que el motor último de toda acción humana es ni más ni menos que el egoísmo. De ahí este tono instructor pero sobre todo relamido, pedante y capcioso (ah, qué vocabulario tengo) que adopto.

Pues sí. Es común entre bastante gente asumir ese pensamiento cuanto menos deprimente: Se acabaron los detalles con la gente, se acabó el altruismo, se acabo la generosidad. Se supone que todo, absolutamente todo, es egoísta.

Por empezar por alguna parte ¿qué es el egoísmo? Según la RAE, es el "inmoderado y excesivo amor a sí mismo, que hace atender desmedidamente al propio interés, sin cuidarse del de los demás" y lo que nos interesa, que como siempre viene al final, "acto sugerido por esta condición personal". Para lo que aquí hablamos se entiende egoísmo entonces como esa forma de actuar que sólo busca el propio interés y a la que le importa un carajo el resto del mundo.

Es obvio que todos conocemos al menos a alguien que no encaja en ese perfil. Quien más y quien menos alguna vez ha tenido, antes de actuar de una determinada manera, el detalle de pararse a pensar qué va a opinar al respecto la gente que se pueda ver implicada. Esto es normal desde el momento en el que somos seres inteligentes, autoconscientes y que sabemos que esas otras cosas con patas, brazos, ojos y demás que vemos por ahí son personitas igual que nosotros. Por eso, los defensores del egoísmo psicológico, que es la traducción de cómo la Wikipedia traduce ésta forma de pensar tienen que ir un paso más allá, y para justificar el altruismo sugieren un egoísmo de segundo grado; un egoísmo refinado. Eso de "hmmm, voy a ver si le hago un favor a este capullo y así igual mañana me va mejor". Esta primera estratagema de evasión ante una obvia contradicción a mí personalmente me recuerda a los giros y estampidas de otras teorías sin base como pueden ser el cristianismo o el racismo, lo cuál me parece muy buena señal. Sigo, y ya que estoy sigo con la Wikipedia. La primera crítica que tía Wiki le hace a esta teoría es que no es refutable (lo que desde luego no quiere decir que sea cierta), en el sentido en el que no permite pruebas ni experimentos en contra; Yo ahora puedo ir y hacer cualquier acto altruista, cualquiera, como encontrar la Cura Del Cáncer, erradicar el hambre en África, acabar con la pobreca y conseguir un sistema político que tenga contento a todo el mundo y que todo el mundo acepte, y según la teoría daría igual. Como todo es egoísta y eso es parte de ese todo, pues entonces es egoísta.

Es decir, desde el momento en el que alguien abandona toda la fé en la humanidad y se pone a pensar así, asume que ninguno de sus actos jamás podrá ser generoso, altruísta o desinteresado, y lo que es peor, que los de ninguna otra persona podrán serlo. Esto es lo que a mí me jode de la teoría: Que cada uno piense de sus actos lo que le de la gana, pero ¿por qué una hipótesis sin demostrar se permite afirmar conocer mis actos mejor que yo mismo, y decir que son egoístas, incluso cuando yo sé de algunos que desde luego para mí no lo fueron? ¿Qué derecho tiene cualquier defensor de esta idea de suponer que conoce mi forma de pensar y mis motivos últimos mejor que yo mismo? ¿No debería yo, por ser yo, saber más al respecto que la dichosa hipótesis de alguien?

Sigo leyendo a Tía Wiki y pensando en lo que suele afirmar tal teoría. Una de las cosas que he escuchado decir es que cuando uno se porta bien a veces se siente mejor, y que muchas veces por eso somos egoístas: Ayudamos a alguien en apuros para sentirnos mejores, para que ese calorcito dulce nos corra por dentro. El argumento tiene la misma base que asumir que vemos la tele para que nos crezca el pelo, porque siempre que nos sentamos en el sofá delante de ella el pelo nos va creciendo lentamente. Yo me he sentido bien sin necesidad de ayudar a nadie, y he ayudado a gente sin que eso me hiciese sentir bien. Pero claro, a la hipótesis esto le da igual, porque ya ha demostrado en el párrafo anterior que yo, al fin y al cabo, estoy engañadísimo con respecto a mí mismo.

Todo eso de que actuamos altruisticamente para sentirnos bien se basa en realidad en una falacia lógica. El hecho de que actuar de una determinada manera cause una determinada consecuencia no convierte a esa consecuencia en el motor de la conducta. De ser así, por ejemplo, no comeríamos para quitarnos el hambre o para disfrutar de la comida, sino para darnos el gustazo de ir al WC a deshacernos de la comida, ni beberíamos con otra finalidad que la de sentirnos protagonistas de Mi Agüita Amarilla de Los Toreros Muertos (canción que pondría hoy aquí, pero como esta de In Flames dice "egoism dictates human relations" me ha parecido más propia. Es death metal melódico, pero al menos tiene un piano, jo). De ser así, yo sólo me enamoraría para que la muchacha de turno me rompiese el corazón. De ser así, viviríamos para morir. No sé tú, pero si esa fuese mi única razón para vivir, hace tiempo que me habría dejado de trámites y circunloquios y me habría tirado por cualquier puente.

También se dice que al fin y al cabo toda acción consciente que realizamos es una acción que queremos hacer (de otra manera no nos moveríamos para hacerla, no la haríamos, o incluso intentaríamos evitarla), y con ello se intenta justificar ese optimismo que ya se parece poco al de la definición de la RAE. Efectivamente todo lo que uno hace lo hace porque quiere, pero asumir que con ello busca un beneficio propio es cometer una falacia lógica, pues parte de una premisa para llegar a esa misma premisa. Si asumimos, como hipótesis, que alguien pudiese querer hacer algo que no fuese en su propio beneficio entonces igualmente podría hacerlo.

Yo, como buen hijo único que soy, he sido bastantes veces un egoísta. Pero otras veces no lo he sido. Recuerdo haber hecho cosas por gente o a gente que, efectivamente, me proporcionaron muchísimo placer, aunque recuerdo muchas que no buscaban ese placer, que ni siquiera necesitaban ese placer para que yo quisiese hacerlas. Incluso recuerdo haber hecho cosas por gente que a mí me sentaron como un tiro. Pero claro, siempre puede ampliarse la definición de egoísmo para que encaje con esos comportamientos: Lo hice porque pensé que era moralmente bueno o lo hice porque me obligaba una amistad o lo hice por lo que fuese, y mantener esa moral o pensar que soy un buen amigo o lo que sea me hace sentir mejor y por ende justifica la existencia de un egoísmo... el problema, llegados a este punto, es que la definición de egoísmo se ha vuelto tan grande, abarca tantos campos (no ya aquello que supone mi propio beneficio directo, sino aquello que siendo beneficio de otros podría algún día proporcionarme un retorno de beneficio propio, y también aquello que no trayéndome ningún beneficio me hace o podría hacerme sentir de tal o cuál manera) que al final la definición no sirve para nada. Pero esto lo digo pensando en unas palabras que he leído de una amiga que es bastante más lista y bastante más coherente que yo, así que yo creo que, para terminar, copiaré aquí esas palabras:

"Las palabras se utilizan para definir conceptos. Si afirmas que a una palabra le corresponden todos los conceptos de un tipo -en este caso a egoísmo le corresponden todas la acciones humanas-, entonces lo que haces no es expresar un punto de vista sino vaciar de contenido una palabra, en este caso egoísmo. Si todo es egoísmo, entonces egoísmo no significa nada, así que con esta actitud lo único que se consigue acortar el número de entradas del diccionario, bravo. Y como, por otra parte, creo que la palabra egoísmo si significa algo y que para mí no se califica igual a la madre Teresa de Calcuta que a los expoliadores nazis, me parece una discusión sin interés".

Con lo cuál yo estoy totalmente de acuerdo, sobre todo con eso último de que es una discusión sin interés. Pero es que hoy no se me ocurría otra cosa sobre la que hablar.

En fin. Todos egoístas. La Madre Teresa, como dice aquí mi amiga, egoísta. Nuestras madres, nuestros padres, egoístas. Nuestros amigos, egoístas. Jesús, para quien sea creyente, egoísta, como su padre, su madre y todos y cada uno de los santos. Los de Médicos Sin Fronteras, los bomberos, los que ayudan a cruzar a los ciegos en los semáforos, los que cedemos el asiento en los transportes a las embarazadas, todos y cada uno de ellos egoístas.

Entonces yo, como decía ayer, conozco a un grupo de egoístas encantadores, lo cuál me hace sentir orgullosísimo. Y egoísta, claro.
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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.