31.5.07

el análisis fotográfico

Ojeando hoy las últimas noticias de El País, me he encontrado con un análisis fotográfico, de los cuales yo, con eso de ser un paleto total, la verdad es que he visto más bien poco. Pero me causan los mismos efectos que en su día me provocaban los análisis de texto: Salpullidos, mareo y ganas de salir a la calle a tomar el aire.

La foto en cuestión es la foto oficial de Nicolas Sarkozy, flamante nuevo presidente francés (ese cuya versión de irse a un monasterio a meditar sobre su victoria se convierte en un crucero en el yate, por no decir navío, de un empresario coleguita suyo). Esta es la foto, y así hablan los analistas:

El presidente aparece de pie, junto a dos banderas -la francesa y la europea- y delante de una biblioteca de volúmenes encuadernados en piel. "La europea la sugerí yo", dice Warrin. Eso sorprende pero aún sorprende más el tamaño de las banderas. Junto a ellas, Sarkozy aparece empequeñecido. "Lo importante es la relación entre Francia y Europa con el presidente. Y Francia y Europa han de pesar más que él", dice un analista.

La opción "biblioteca" no es nueva. Charles de Gaulle, Georges Pompidou y François Mitterrand eligieron igual fondo. Valéry Giscard d'Estaing, la bandera tricolor, y Jacques Chirac, los jardines del Elíseo (...).

(...) En la foto, el presidente lleva un traje gris antracita y una camisa azul claro a rayas. En la solapa, la rosette, que identifica a los poseedores de la Legión de Honor. Sarkozy, que mira de frente al objetivo, tiene en cambio el cuerpo en posición de tres cuartos respecto a la cámara. La luz es más poderosa a la altura del rostro y tiende a apagarse por encima de la frente y por debajo del vientre de Sarkozy. Ningún lomo de los libros es legible, como tampoco es identificable el único volumen colocado de frente, a la altura del rostro del presidente, en el centro de la imagen, más allá de su mirada y con una decoración dorada en su cubierta. La duda sobre el carácter auténtico de los libros está fuera de lugar: estamos en la biblioteca del Elíseo. Otra cosa es saber cuántos de esos libros serán ojeados por Sarkozy, de momento más interesado por el footing que por las letras.


Yo leía a rachas, con la atención dividida entre la prensa, la navegación errática por internet y esos brevísimos instantes que al final uno termina dedicando a esto del curro. Y en otra pestaña del navegador tenía yo cargada otra foto, la que iba a encabezar lo que pensaba escribir hoy, y al final he desembocado en ella y he estado pensando en Sarkozy, en los analistas, en su autor, Philippe Warrin, y en la foto que yo contemplaba, que era esta,

(desconozco el autor, pero el link va al lugar del que he sacado la foto, por si alguien quiere seguirle el rastro)

Bien, ese de ahí, por si cabe alguna duda, es Roberto Bolaño, que se ha convertido de pronto en mi asesor literario, lo cuál siendo un hombre que a) no he conocido nunca y b) está muerto no deja de tener cierto mérito, aunque sí una explicación muy fácil. No es la primera vez que, leyendo, conoces algo, o que un texto te siembra una cierta curiosidad por algo: Por Cortázar me brotó aquí dentro una curiosidad con el jazz que ha conseguido sobrevivir a los (sinceramente) pocos y caóticos que he hecho por intentar meter el dedo gordo del pie en ese mundo musical tan remoto y tan místico, visto desde aquí. Por Neal Stephenson, la del Linux, que originó aquella serie de derrotas que escribí aquí hace ya tantas palabras. Y con Bolaño, apenas he llegado a la parte de Entre paréntesis que dedican a poner las columnas que escribió para un periódico de Gerona y otro de Chile y en poco más de 24 horas leyendo a ráfagas (en el metro, mientras debería estar durmiendo, con el café de después de la comida y en el baño) he apuntado ya 19 libros que probablemente querría conseguir, por lo que ayer decidí cambiar mi actitud hacia ese libro y en vez de leérmelo del tirón limitarlo a una ración semanal, lo justo para llegar a un título y un autor que me despierte la curiosidad, y parar ahí y darme tiempo para buscar ese libro y leerlo, porque si no me veo con el libro terminado y con lecturas pendientes para cinco años. Y luego me veo olvidándolas o abandonando esta educación parasitaria que tiene muchísimo encanto porque en cierto sentido consiste en seguir un sendero de miguitas de pan que Bolaño fue tendiendo, y contemplar paisajes literarios a los que él se asomó y que le gustaron. Y a mí eso de seguir sendas de migas me parece algo estupendo, más aún desde que descubrí, leyendo y escribiendo sobre cuervos, que definitivamente tengo algo de pajarraco. Así que al salir del trabajo me fui con mi lista de cacería literaria, y en un rato de caza abatí tres presas de cinco tiros; sólo se me escaparon Lichtenberg y Jonathan Swift, porque creo que no busqué los libros donde debería, aunque con 40€ gastados ya en munición me pareció que bien podía dejarlos para más tarde junto con los otros 14 libros que llevo apuntados.

Y otro rodeo: Como Elena siempre me tortura, cuando se está leyendo algo que le gusta, con aquello de "me estoy leyendo un libro superchulo pero no te voy a decir cuál es" (supongo que porque así nunca se queda sin ideas sobre qué regalarme en mi cumpleaños... y por las veces que me ha dicho eso yo podría llegar a los 240 años con regalo preparado año tras año), la llamé para decirle que me había comprado tres libros superchulos pero que como yo no era tan capullo como ella yo, al menos, le diría el nombre de pila de los autores; Enrique, Rodolfo y Antoine. Ella aventuró unos apellidos para Antoine y falló, y yo dediqué el resto de la charla telefónica a meterme con ella y ella a meterse conmigo, en fin, la adorable rutina de siempre, el fingirnos gruñones y estúpidos para ocultar cuánto nos queremos el uno al otro. Luego, más tarde, yo me fui a dormir tan feliz de la vida: por una vez sabía más que ella de algo relacionado con los libros, aunque fuese haciendo trampa y tirando de referencias. Pero no me ha durado mucho mi victoria moral. Hoy me ha llamado por teléfono, y según la he contestado al saludo me ha soltado, a quemarropa y sin preámbulos "¿Enrique Vilas-Mata y Rodolfo Wilcock?", y según yo he asentido me ha regañado porque no es Rodolfo sino Juan Rodolfo, y me ha dicho que anoche no pudo ser porque la pillé por sorpresa, y ante mis sospechas me ha asegurado que lo ha adivinado de cabeza, sin consultar internet, aunque ha apuntado la idea para tratar de adivinar quién es Antoine y así devolverme la chiquillada con un pleno. Como la he dicho, no sabía qué decirle, si lo mucho que la admiro o el asco que me da. Fin del rodeo, volvamos con la foto.

Quería yo contar todo esto, la cacería de ayer, los libros de mi lista de objetivos, pero me he topado con la foto de Sarcozy mientras tenía en mente y pendiente de colgar la de Bolaño, y no he podido dejar de ver lo diferentes que son la una de la otra (y a su vez, que parece que me ha dado por los retratos, con la foto que subirá esta noche al fotoblog, pero eso es tema aparte). Y pensaba escribir sus diferencias, cómo una parece un anuncio publicitario mientras la otra es un retrato, y por otra parte hablan por sí mismas, basta mirar cada foto durante unos segundos para entender los mundos de diferencia que existen entre la una y la otra, qué busca cada una, qué ofrece cada una, cuál vende, o lo intenta, y cuál enseña, y lo consigue. Y además, como los analistas son los analistas, venga, vale, voy a hacer un estudio de la foto como el suyo.

Roberto Bolaño aparece de pie, ligeramente inclinado hacia delante, con la cabeza algo gacha. No como si le hastiase la fotografía, pero sí con el gesto de quien está siendo fotografiado y no se preocupa mucho al respecto. Tras él aparece, desenfocado, un fondo de luces y sombras en el que se adivina un ventanal, una rama, unos escalones: Da igual, añade profundidad pero da igual. Se quiere fotografiar a Bolaño, no enclavarlo en ninguna parte. ¿Iba hacia ahí, volvía de ahí, simplemente pasaba por allí? ¿Qué más da? Imagina lo que quieras, hazte la foto a medida. Y cada cierto tiempo, cambia el paradigma, por qué no.

En la foto aparece con una cazadora de cuero con el cuello subido al descuido y un jersey que se adivina gris, verde o marrón oscuro. Las partes más brillantes de la foto no están sobre su cara, están detrás, tras la ventana, o cristalera, o lo que sea. Sobre él cae una luz más natural, para nada eléctrica, que le resbala también sobre las arrugas y los pliegues de la cazadora. Se le adivinan las manos en los bolsillos. Lleva las gafas caídas y tiene unas cejas anchas, melancólicas. No se ha molestado ni en peinarse ni en afeitarse para la foto. Todo ello, junto con la cazadora (le he visto con americana por ahí, en otra foto) le da a la imagen una textura cotidiana, habitual, para nada forzada; la vuelve sincera. Uno casi espera que de un momento a otro saque del bolsillo un paquete de tabaco y un mechero y se ponga a hablar de Castellanos Moya o de Rey Rosa, que diga algo que resuelva el enigma de esa sonrisa horizontal, invisible pero sin embargo evidente.

A diferencia de la foto del presidente francés, Roberto Bolaño no tiene los libros detrás. Se le adivinan todos en ese brillo de los ojos que las gafas no consiguen disimular. Sarkozy posó ante ellos, Bolaño los devoró.

30.5.07

socialismo campestre

Toda mi familia, menos yo, es socialista (aunque advierto: cuando en este post diga socialista no quiero decir socialista en su sentido original, sino lo que se entiende como socialdemócrata. Pero ellos hablan así y casi todo el mundo habla así, así que dejemos el bisturí semántico tranquilo por un rato). Socialistas de los de antes, fanáticos de Felipe González y de Alfonso Guerra, aunque Zapatero también les cae bien, pero socialistas de un entorno más rural y menos cortesano que el que yo veo o que el que yo olisqueo por las altas esferas. El suyo es un socialismo de jerseis de lana, de la transición, de manifestaciones y de proletarios unidos para mejor, ese socialismo que clama que no hay nada más estúpido que un obrero de derechas, y que no tiene nada que ver con los trajes y las corbatas y los asesores de imagen de los portavoces que ese socialismo termina vomitando en las cámaras de la política estatal, por explicarlo de alguna manera.

Claro, con esos antecedentes yo no podía ser de las mismas opiniones políticas, libreme Gauss de darle la razón a nadie y menos aún a mis padres, y encima como soy un exagerado y un radical a mí lo más progre que se suele proponer por las catacumbas del PSOE siempre me va a terminar, si me pongo generoso, pareciéndome una idea de centro. Pero el caso es que por el entorno familiar y por una lógica osmosis, siento una cierta simpatía por el socialismo, sobre todo por ese socialismo de políticos obreros, de camisas de cuadros y pantalones de pana y pelos despeinados, ese socialismo que ya muchas veces damos por extinto, por tragado por la corte, por reciclado en algo que los partidarios del "son-todos-iguales" mirarán asintiendo con cara de ya te lo decía y no querías hacerme caso. Pero resulta que no, que ese socialismo aún resiste en algunas partes. Una de ellas es mi pueblo, y aunque exista allí estuvo mandando la derecha a placer hasta las elecciones de 1999. Se votaba, se hacía el paripé, pero al final terminaban mandando los mismos que habían ganado diez años antes, veinte años antes, que treinta años antes no necesitaban hacer el paripé para mandar. Hasta 1999, cuando por primera vez desde la República en mi pueblo gobernó un alcalde de izquierdas, para pasmo, asombro e indignación de los herederos de los amos que, naturalmente, siguen considerándose los amos, nobleza obliga. Aquello supuso 4 años sorprendentes en el pueblo. El alcalde llegó con toda su inexperiencia, su buena voluntad y sus ideas, y se puso a dejarse de hacer parques, iluminar montañas por la noche y apilar en montaña las facturas de Unión Fenosa para ponerse a hacer caminos, llevar el agua a las fincas y, como él decía, hacer cosas para la gente que trabaja y vive en el pueblo, y no sólo para los que lo usan como lugar de paseo. Tampoco quiero pintarlo como un periodo de éxtasis y maravilla, que no lo fue: Con medio pueblo en contra, la inexperiencia y la cabezonería típica de nuestro valle, no podía ser así, pero por lo menos aquellos años fueron una curiosa novedad que llegaron a su fin en las ya penúltimas municipales, las de 2003, cuando el PP contraatacó decidido a corregir aquel error histórico en un feudo clásico; Llevaron a un nativo del pueblo que por aquel entonces vivía en otro pueblo más grande, pero que era de la organización del Partido Popular, además de tener las zarpas metidas en la iglesia. Un buen pájaro. El tipo llegó con una estrategia rompedora, empadronar gente que le votase, a la vez que recurría al siempre clásico puerta a puerta, y se pusieron de moda, otra vez, aquellas historias sobre ancianos seniles gentilmente ayudados a votar por correo, gente a la que le era prometido el oro y el moro por su voto, y amenazas más o menos veladas, dependiendo de la importancia de cada uno, hacia determinadas personas poco propensas, a priori, a votar Lo Correcto. Ganó por cuatro votos, y mi pueblo volvió a ser feudo de la derecha. El orden moral reestablecido, la decencia imperando otra vez, el campo abandonado y el ayuntamiento dedicándose a poner bonito el pueblo.

En estos últimos cuatro años yo me he ido implicando poco a poco en la política municipal, aunque tal vez empezase antes, con un par de trabajos que le hice supuestamente gratis al alcalde (medir y presupuestar un par de caminos rurales; una cuestión de pasearse un día por el campo mirando un cuentakilómetros y luego calcular lo que podría valer un metro de camino y hacer la cuenta. Lo peor, la resaca que tenía aquella mañana, sin duda), y digo supuestamente gratis porque el hombre se ha pasado cuatro años diciéndome que no me pagó aquello y que si volvía a ser alcalde pensaba hacerlo en cuanto se plantase en el sillón, aunque creo que no sospecha que yo no tengo ninguna intención de cobrar un duro porque opino que ese dinero vendría mejor para digamos una vaquilla de las fiestas o algo por el estilo, porque claro, yo no soy socialista y no concibo el trabajo (remunerado o no) como una obligación, sino que sigo más aquello de que quien pueda que lo haga y a quien lo necesite que se lo den, radical que es uno. Pero a lo que iba. En estos últimos cuatro años han ido pasando cosas que me han colocado, al final, en plena anti-campaña política, porque lo mío no era campaña pro-nadie, sino campaña anti-alguien. Que precisamente era el alcalde del PP, así que todos contentos. Méritos ha hecho el hombre para tenerme en contra. Nos chuleó una y mil veces cuando construíamos una casa, denegándonos una licencia por razones que por lo visto no valían con sus afines, metiéndonos en líos con los vecinos. Nos destrozó el acceso a una finca, e hizo suyo el mantra de "sí sí, no os preocupéis, que yo os lo arreglo" y que a estas alturas ya hemos comprendido que no significa lo que parece significar en español. Y nos construyó una calle para tráfico pesado sobre el muro de un olivar que se derrumbó, por lo visto, por nuestra culpa, porque el muro, de doscientos años, no estaba preparado para soportar su carretera sin proyecto (asunto que certificó un aparejador municipal que ni siquiera vio el muro) para después, cuando avisamos, colocar un par de vallas amarillas que ahí siguen y decirnos que naturalmente debíamos pagar nosotros los arreglos. Y mil historias más que no se pueden contar porque por mucho que uno sepa y vea al final se entra en las peligrosas aguas de la palabra contra la palabra y los fértiles terrenos de las demandas por calumnia... y ojo, que no lo digo en plan "y sé más pero no lo cuento" para que cale y se entienda que sé más, que de hecho lo sé, es que es irrelevante, porque sólo con lo que podemos demostrar vale como para poner a parir a este tipo que durante cuatro años nos ha sonreído amigable para afirmar que no había ningún problema o que todo estaba resuelto para luego hacer y disponer a sus anchas en beneficio suyo y de los suyos (al final, lo de sonreír y hablarmos, de todas formas, ya lo hacía menos). Y no hemos sido los peores tratados del pueblo, ni de lejos. Se le fue cayendo el velo y donde había un humilde corderito, temeroso de la mano de dios, alegre y simpático, terminamos viendo a un fantoche prepotente y caciquista que se consideraba el amo del valle. Cómo sería el asunto que ni su propio partido ha terminado apoyándole, al menos la gente del pueblo que es de su propio partido: Ni uno solo de los concejales que entraron con él ha terminado en el cargo, todos con broncas y disputas de por medio. Si era así con los suyos, imagina con el resto.

Y llegaron estas elecciones, conmigo pregonando alegremente sus hazañas y virtudes a quien quisiese escucharlas, con él, de nuevo, haciendo la ronda de las casas, intentando calzarse de nuevo la máscara de afabilidad y encanto que ya le había encogido y le quedaba un poco rara, y el tipo las veía venir con ilusión porque ¡pensaba que iba a ganar! Yo, la verdad, cuando me lo han dicho hoy mis padres, que me llamaron el mismo domingo en cuanto se terminaron de contar los votos para decirme que ganó Lore (porque no es el PSOE, es Lore) por 53 votos (PSOE 419 votos, PP 366, mas 20 entre votos nulos y en blanco), no me lo creía. ¿Cómo, a estas alturas, pensaba que podría ganar? ¿Creía que alguien iba a tragarse aún sus promesas o a temer sus amenazas, o simplemente, beato como es, confiaba en los rezos que fijo que se hechó para poner el asunto en manos del Gran Jefe? Por lo visto hasta había preparada una fiesta con chocolate y pasteles. Pero no. Se impuso la lógica y el sentido común, y alguien a quien el pueblo aborrece se ha llevado sólo los 366 votos de quienes no pueden votar otra cosa porque para eso son quienes son y son hijos de quienes son, o de los que no han tenido otro remedio que votarle, que alguno quedará. Y aquí es donde veo yo lo sintomático, aunque todos esperábamos esto, aunque todos sabíamos esto, aunque nadie podía esperar que repitiese en el cargo alguien a quien los de su propio bando han terminado cogiendo asco, eran él y sus fieles quienes tenían la fiesta preparada.

Así que los socialistas, los socialistas rurales de jerseys de lana agujereados por las brasas, de pantalones de pana sucios de los charcos de los caminos, de las camisas de cuadros raídas por los codos y los pantalones recosidos por la entrepierna, que no tenían preparado ni chocolate ni galletas ni pastas ni tes ni platitos con sus cucharillas y sus azucarillos, se metieron todos en un bar, se tomaron un par de whiskies cada uno, se echaron unas risas y ala, a la cama prontito que al día siguiente había que ir al ganado.

Cómo no va uno a simpatizar con socialistas como esos.

28.5.07

el foro


Lleva unos días funcionando pero sin aviso oficial, así que yo creo que ya es hora de comentarlo por aquí: Me he creado un foro. Como no era suficiente con blogs y fotoblogs, pues ala, también un foro; la dirección, dificilísima de recordar, es esta:

http://www.davidruiz.eu/forum

Parte de la culpa de que no haya dicho nada, aún, por aquí, es que en realidad no sé por qué me lo he hecho. Supongo que porque podía, y porque siempre tenía tiempo, después, para buscar motivos a posteriori, por darle un rato por el culo a la causalidad, esa funesta manía, y hacer que las causas vayan después del efecto para variar. Así que he estado pensando y ya se me han ocurrido un par de buenos motivos para tener un foro, uno de ellos egoísta y otro algo menos egoísta.

El egoísta es que un foro es algo infinitamente práctico si le sabes ver las ventajas, y yo, que llevo pululando por esos foros del mundo desde hace cerca de 10 años, ya le he encontrado algunas. Es un lugar en el que colgar apuntes, recopilar información y tomar notas. ¿Que te pasas cuatro días viendo vídeos del Ghost Rider y se te pasa por la cabeza escribir sobre un tío que va por la vida tocándole las narices al a policía con una Hayabusa? Pues empieza abriendo un tema al respecto sobre la moto y apunta todo lo que aprendas ahí, y cuando tengas otro rato ves esbozando personajes, diálogos, un guión, escenas.

El no egoísta es que un blog, básicamente, no es un lugar de intercambio, sino de sermoneo: El autor habla, y la gente, cuando responde, suele responder básica y principalmente al autor, que para algo es el que escribe los temas. En un foro cualquiera puede hacerlo. Así que si algún día a alguien le da por criticar una película, un libro, un disco, un concierto (o dos o cien mil, qué vaya adicciones que hay por ahí, y luego el adicto soy yo, insertar suspiro aquí), o por copiar una noticia que le haya llamado la atención, podría hacerlo aquí. Entiendo que no pertenecemos, yo en este ámbito y tú como lectora o lector de esto, al ambito de los foros, que quien más y quien menos tiene su blog y prefiere escribir en él (uno luce más desde su púlpito que fuera de él, es comprensible), pero siempre se puede copiar y pegar y dejar un link aquí, o simplemente dejar el link aquí. Esto es un brindis al sol, más que otra cosa, porque al fin y al cabo esto no lo lee tanta gente, y en cierta manera es triste ver un foro semivacío, como este se tirará mucho tiempo, pero en cualquier caso siempre queda el buen sabor de boca de saber que este blog, ya que soy el único que puede ampliarlo hacia adelante, hacia el futuro, es mío, mientras que el foro es de cualquiera que quiera usarlo (...una vez que esté dado de alta, trámite que pasa por mis manos pero que, una vez que se me convenza de la buena intención de la gente que casi casi se te presupone, es algo trivial).

Hay otra razón, más estúpida por ser mucho más romántica, y que no debería confesar, porque roza la utopía por el lado de lo improbable, y es que igual, teniendo ese espacio, consigo que la gente que pasa por aquí venga y se quede, y cuente cosas, y quien sabe, si se fuesen cayendo las timideces igual podríamos enterarnos de las mil cosas que deben tener que contar todas esas personas que conseguís que el contador del blog muestre unas 60 visitas al día (incluyendo, que siempre me llama muchísimo la atención, 55 visitas de norteamérica, 129 de centroamérica y 235 de sudamérica en este último mes).

En fin, como espacio común, el foro está especialmente abierto a sugerencias, si a alguien se le ocurre algo.

24.5.07

soy Samuel Eto'o


Leer la prensa deportiva está visto fatal por un buen montón de gente, por razones sumamente comprensibles; hablan todo el rato del fútbol, siempre repiten las mismas pavadas y los mismos topicazos, y un montón de gente la lee. Y como hay que ser intelectual y elitista hay que denigrar lo que dice la gente y aborrecer lo popular, no nos vayan a confundir con la masa aborregada, atocinada, inculta y vulgar, por dios.

Pero luego uno se pone a escuchar un domingo la Ser o un miércoles de Copa de Europa, y es difícil no morirse de risa con los comentarios de Manolo Lama, de Poli Rincón, del inmenso Tomas Guasch. Yo creo que gran parte de la culpa de que ahora me encante el fútbol la tiene esa emisora de radio. Y como el As es el alter ego decididamente madridista y en papel impreso de la Ser, pues yo leo el As, lo cuál me está dando mañanas de placer con las crónicas del Madrid que escribe Juanma Trueba, inmenso semana tras semana; es más placentero leerle a él que ver el partido, las más de las veces.

Y así, día tras día, hay un momento de cada mañana en el que yo me tomo mi tiempo muerto y relajación zen y me pongo a leer todo lo que dicen del Madrid, de la Fórmula 1 y del tenis. Y hoy, leyendo columnas, me he encontrado esta de Fabián Ortiz, ostigador del Barça:

"(...) Etoo pertenece a un tipo de personas que van de legales, que se jactan de decir siempre lo que piensan, que van de frente y le cantan a todo el mundo sus verdades, convencidos de que son verdades absolutas, irrefutables, únicas y, por lo tanto, mejores que las del resto del mundo mortal. (...) Nada de lo que ha dicho Etoo resulta sorprendente; ya se le va conociendo. El jugador temperamental, incluso iracundo, que protagonizaba líos en Madrid, Montjuïc o Mallorca, sigue ahí, bajo esa misma piel, y ahora más firmemente apoyado en una personalidad con ribetes ególatras y megalómanos a partes iguales.

Cualquier persona inteligente, incluso una sólo intuitiva, sabe que nadie puede decirle toda la verdad a todo el mundo. Imagínese soltarle a una mujer lo gorda que está, o a un señor lo calvo y feo que se le ve, o a su esposa lo horrible que es despertarse junto a ella un lunes por la mañana... La sinceridad sólo puede ser una virtud en su dosis adecuada. Y en este tramo final de la Liga (...)se requería silencio, no un empacho de la sinceridad que el tío legal que cree ser Etoo ha vuelto a soltar, desbocado, sobre un vestuario ya bastante herido."


Yo lo he leído, y me he sentido Eto'o.

Tomo nota, y hago propósito de enmienda, otra vez. Ya ni yo mismo me creo.

23.5.07

no toques las paredes


la primera cosa buena del día de hoy:
no es ayer

la segunda cosa buena del día de hoy:
está más cerca de mañana
:: huir a sesenta minutos por hora, a tres mil seiscientos segundos por hora; nunca son más de ochenta y seis mil cuatrocientos. parezcan los que parezcan

la buena primera buena idea del día:
caminar. matar la prisa
: :::: dejar tarde la oficina a la hora de comer. pasear hasta Argüelles. comer rápido. volver paseando, también, despacio, con todo el tiempo del mundo, rumbo a un café con hielo y un rato de intimidad con Quim Monzó en la barra al amparo de Herminia. salir a media tarde a ver llover. huir a toda máquina no implica correr

la mala idea del día:
recién nacido, atrasarlo tanto
::: .:: irme a la cama tan pronto. dormir tan poco. tratarme así. en el fondo no es tan difícil. en el fondo todo es fácil. pero nada parece lo suficientemente fácil, desde la tormenta

la segunda buena idea del día:
quedar con Miguel Ángel
::::::::: y darle una sorpresa, e ir a ver el fútbol, como hacíamos antes, como hacíamos siempre, y sentir que pierda el Liverpool porque él, aunque fuese por razones estúpidas, iba con los ingleses. el exagerarle todas y cada una de mis historias. el no atreverme a contarle una, pobre, para qué

la cantamañanas del día:
el tipo de la obsesión por las corbatas
:::: :: :::: dice que cuando llaman preguntando por alguien que se ha bajado a tomar el café no puedo decir que se ha bajado a tomar el café. Yo ardo en deseos de que vuelva a darse la ocasión de repetirlo palabra por palabra, y ver qué pasa con su carita rojiza de desagrado y desaprobación cuando esta vez, en mis clases de conducta, hablemos los dos

la frase del día:
"¡no toques las paredes, que están llenas de mierda!"
: :: :: : :: : :: según salía de casa. a veces hay muchas paredes, la cosa se complica y el consejo de esa buena madre no servirá para impedir lo inevitable

el balance del día:
muchísimo Paradise Lost, muchísimo Daylight Dies, Sólstafir, Isis. pero sobre todo ochenta y seis mil cuatrocientos kilómetros más
:::::::: : . ::: ::: como si uno pudiese huir de su sombra, por optimista que sea

20.5.07

bodas con sus estadísticas

La mayoría de mis amigos son más jóvenes que yo, y aún están en esa edad en la que, curiosamente, la gente tiene más ganas de firmar hipotecas que de pasar por vicarías. Creo que esa es la razón principal por la que voy de bodas bastante menos de lo que por lo visto es lo habitual. Y en fin, aunque hace un par de años fuese a otra de un antiguo amigo del instituto, creo que puedo contar esta boda del lunes como la primera boda a la que asisto de forma "oficial", es decir, que yo era el gran pardillo de todo aquello, el único que no sabía qué iba a ocurrir en cada momento, el tipo al que todo le pillaba de sorpresa y que no paraba de preguntar cuándo, exactamente, empezaba la barra libre.

Pienso en ello, en mi escasísima experiencia en bodas, cuando busco razones para justificar lo bien que me lo he pasado estos días. Me digo que tal vez no haya sido para tanto, que todas sean así y que, simplemente, lo que pasa es que no voy casi nunca a una. Lo pienso por esta manía de intentar buscar varias explicaciones para las cosas, para no centrarme sólo en una posibilidad, pero luego toca aplicar la chuchilla de Occam y las cosas como son: Si me lo he pasado de puta madre este fin de semana no ha sido por ir a una boda, sino por ir a la boda de Miguel y Blanca, con todos los amigos del pueblo (amigos que no aceptan esa restricción y que llenan todas las partes de mi vida, amigos que uno puede encontrarse al lado en Budapest, en Amsterdam, en Asturias o donde toque el billete del avión).

Mi falta de experiencia me impide darle una nota a la boda; simplemente no tengo suficiente con lo que compararlo, es todo demasiado único. Así que lo único que se me ocurre hacer con la boda es atenerme a eso, a lo único de la experiencia para mí, a las observaciones absurdas de este invitado torpe que fui yo.

Lo primero que se me ocurre contar es el atasco que había en todas y cada una de las calles de Madrid que yo necesitaba cruzar el viernes para ir a buscar a mi agente al curro, atasco que me hizo llegar un poco tarde y que se volvió absurdamente divertido cuando, ya rumbo a los montes, recordé que me había dejado la corbata en casa (colgando de la puerta del armario, donde en teoría habría sido imposible no verla). Lo segundo, la parada en boxes a la altura de Móstoles, donde mi agente me presentó a su nuevo y flamante sobrino. Javi, el padre y uno de los tipos que más admiro yo en este mundo, nos preguntó por la boda, cuando ya nos íbamos, sin duda intentando distraer a Vero para que dejase en paz a Marco, que sólo le faltó echarle agua encima para ver si conseguía despertarlo. Y la pregunta en cuestión fue "¿y al final con quién se casa, con Miguel?". Nos quedamos un rato callados meditando la respuesta, y respondimos que sospechábamos que sí. En estas cosas nunca se sabe ni se tiene la certeza absoluta de nada, pero el hecho de que lleven saliendo juntos unos ochocientos años y no haber oído ningún apocalíptico estos últimos días invitaban al optimismo respecto a los integrantes de la pareja definitiva (al final acertamos).

Luego ya nada nos distrajo hasta que llegamos al pueblo, donde la novia y una cuadrilla de voluntariosas amigas y algún renqueante y extremadamente vago amigo ayudaban a preparar la iglesia. Sí, sí, primera sorpresa del día: Resulta que las iglesias se preparan, que no son lo mismo un día de boda que un día de, no sé, misa diaria y ya, por lo visto. Se ponen alfombras, se meten flores por los rincones y, en general, se intenta que una iglesia tan fea como la de nuestro pueblo lo parezca un poco menos (el intento, en mi opinión, era un fracaso absurdo: Fracaso porque no se arreglaba nada, y absurdo porque con Blanca en la iglesia nadie se iba a fijar en la estructura sin gracia o en el horrible color de las paredes). Esa tarde dio para poca cosa; establecimos mi primo y yo el campamento base en el bar que, como mandan las leyes no escritas, siempre hay justo al lado de cada iglesia, para los ateos y los fieles a otros dioses como, digamos, Mahou. Tiempo justo para cenar, intentar dormir un rato (sumaba nueve horas de sueño en las dos noches anteriores) sin conseguirlo del todo por la bonita costumbre de la gente de llamarte tres veces por teléfono cuando sólo tienes media hora para dormir, y luego salir para celebrar la última noche de soltería de los invitantes. Nos fuimos a dormir a las cinco de la mañana, con la concurrencia dividida en su asombro: Algunos se extrañaban de que nos hubiésemos quedado hasta tan tarde, y a otros nos parecía rarísimo ir camino de casa tan pronto. Al día siguiente vimos cómo la igualdad de sexos es una falacia; las mujeres se fueron en manada a tomar una peluquería al asalto y entre los hombres división de agendas, algunos habían quedado para limpiar el coche (un flamante Audi A6 que el Guiña, sospecho, robó de su trabajo) a las once, y todos, a las doce, para tomarnos unas cañas. Así que yo puse mi despertador a la una, porque en algún momento debería dormir. Luego no da mucho tiempo a casi nada; las cañas, comer, otra siesta (casi sin llamadas telefónicas), y ala, a ducharse, vestirse, ir al baño, volver a ir al baño sospechando que eso deben ser los nervios y rezando para que el sistema digestivo no se ponga en modo muyaidín, descubrir en un ataque de pánico que había olvidado cómo se hacía el nudo de mi a estas alturas súmamente famosa corbata, y conseguir, al final, una especie de nudo informal que dio el pego y que, en cualquier caso, sirvió para demostrar que voy marcando tendencias. ¿Quién dice que el nudo tiene que estar bien hecho, que la camisa tiene que ser de manga larga o que la camisa y la corbata tengan que ser de colores diferentes? Recuerdo a Juan, quejándoseme de todo esto mientras yo le respondía a cada comentario con un alegre y amigable "cállate", para justo entonces cruzarnos con una viejecilla que nos dijo "¡qué guapos que vais!". Y yo girándome hacia Juan diciendo ¿lo ves, lo ves?

Los pueblos son como son, así que delante de la iglesia, un día de boda, se junta siempre un buen montón de gente que va exclusivamente a mirar cómo van los invitados y sobre todo, que para algo es su día, cómo van los novios. Pero tampoco podían extrañarse tanto de vernos así como me extrañaba yo mismo. De todas formas hubo quien nos sugirió, ante lo relamidos y petulantes que íbamos, que nos vistiésemos siempre así durante las fiestas, idea bonita pero que se intuye cara y poco práctica así que no creo que sea tomada en consideración de aquí a septiembre. Empezó la boda en sí y me pilló en el último sitio donde a priori se podría imaginarme; ¡dentro de la iglesia! Conseguí aguantar un minuto, antes de salir en estampida rumbo al bar, con la excusa de ir a buscar a un grupo de amigos a los que había dejado fuera, solo que de regreso al campamento base, con una caña en una mano y el móvil en la otra, descubrí que no, que habían entrado detrás de mí. Por cierto, que es cosa complicada, por lo visto, escapar de una boda o entrar si llegas tarde; la puerta estaba cerrada a cal y canto, aunque después de un rato de forcejeo conseguí franquearla. En la tele del bar Nadal ganaba su último partido de la racha de victorias en tierra batida y yo hablaba con los primos del novio que habían preferido empezar la celebración en ese otro ambiente tan familiar y tan acogedor. Al momento apareció Fernando, uno de los que yo pensaba fuera y al que al final di la excusa perfecta para salir, y ahí estuvimos, trajinando cervezas, hasta que por fin se terminó la misa y salieron todos con esa lentitud desquiciante que debe ser la herencia de los dos mil años de inmovilismo católico. La única faena, hasta entonces, fue que con eso de militar el ateísmo etílico un rato, nos perdimos el discurso del David, pero bueno, uno también puede emocionarse con los resúmenes, que no son lo mismo pero algo es algo. Después descubrí que la idea era meterse en un bar hasta la hora de salida de los autobuses, y que el bar del antes y del durante no debe ser el mismo bar que el de después de la boda: que se note el cambio del orden de cosas de la realidad. Así que ahí estuvimos, conmigo intentando que alguien me hiciese un pequeño book de imágenes con el que poder satisfacer todas las peticiones que he recibido de verme encorbatado y en modo decente, hasta que llegaron los autobuses y resolvieron el pequeño problemilla de cómo darles la vuelta en un pueblo cuyo ancho de las calles no es que sea precisamente generoso y donde la plaza está tomada siempre por coches en doble fila y maceteros destinados a hacer la puñeta a cualquier conductor de vehículos grandes. Montamos en los autobuses empuñando un megáfono y acojonados por la contundencia de nuestra conductora, primero, y cocidos por su uso (o su falta) del aire acondicionado. Y ala, al sitio de la cena, a ver caer el sol tomando vinos y copas y cervezas y asediando a los camareros que iban con bandejas con comida; la eterna batalla entre los depredadores y las presas. Para aumentar el parecido de aquello con un documental sobre naturaleza salvaje teníamos cámara de televisión, aunque tuvo que ser de Castilla La Mancha Televisión, en vez de del National Geographic. Se fue el sol y comenzó la cena, después de conatos de motín por parte de los fumadores que descubrieron que tenían que desplazarse unos cinco o seis metros para poder echarse un cigarro. Respecto a la cena en sí me siento aún más desautorizado todavía para opinar, porque como a mí siempre me gusta todo soy un juez pésimo: todo me supo riquísimo. Fue durante la cena cuando me llevé el disgusto de la noche. Estaba yo cenando tan feliz y tan contento cuando vi una muchacha guapa caminar sola por entre las mesas, y yo, que como soy tonto a veces me creo eso de que en las bodas se liga mucho, me dije ea, vamos a probar, así que me levanté, me acerqué con mis andares más seductores, y la dije hola y me puse a decirle que no había podido evitar fijarme en ella y en lo guapa que iba. Pero como era la novia no había nada que hacer; ya es mala suerte, también. Y fin de la cena y principio del baile. El poder seductor de mi corbata comenzó a manifestar sus extrañas influencias, y el único que se ofreció a bailar conmigo el vals fue el Luija, lástima que cuando por fin nos decidimos decidiesen quitar la música. Entonces toda mi depresión de bailarín frustrado desapareció cuando descubrí que ESE era el momento en el que la barra libre era declarada, y las horas siguientes fueron un trajín constante de copas y bailes (como pasa siempre bastante asimétrico; primero atacando a conciencia a la bebida, y luego ya dedicándole su atención al baile). Los reporteros entrevistaban a la gente, nosotros íbamos o veníamos, a ratos te descubrías sentado al fresco hablando de escritores sudamericanos y a ratos discutiendo sobre la sexualidad de las mujeres con, ejem ejem, un experto en la materia. Pasaron las horas, la música fue dando tumbos hacia sus mejores momentos (sin duda El Aire de la Calle de Los Delinqüentes y, la apoteosis, la versión de Rumore de Soziedad Alkohólika), y finalmente la barra libre murió y nos volvimos al pueblo, donde la noche anterior el novio había negociado con el dueño de un bar que lo tendría abierto para acogernos y surtirnos cuando huyésemos monte arriba.

Respecto a la corbata y sus efectos, éxito total aunque la estadística en cuanto a géneros quedó fatal; de las ocho personas que me tocaron el culo ¡seis eran tíos! Aunque como decía una de las mujeres implicadas, si lo contase por número de tocamientos y no por cabezas quedaba algo mucho más alentador.

Y hoy volvíamos a Madrid con un algo de sensación incoherente de deber cumplido, de habernos librado por fin de aguantar a Blanca preguntándole a Miguel que cuándo narices le iba a pedir el matrimonio, y de alegría de haberles visto tan felices y tan contentos. Y también, por qué no, de imaginar lo tranquilos que se han tenido que quedar ahora que la boda ha quedado atrás y ya no hay que hablar con curas ni hacer degustaciones de menús ni encargar tarjetas ni resolver los mil millones de detalles que, intuyo en la distancia, conllevan estas cosas: Ahora, todo lo más, hacer las maletas, coger el avión e irse a la luna de miel, a ver lugares nuevos y pegarse revolcones en lugares exóticos.

Se lo han ganado, se lo merecen, y no tiene mucho sentido desearles que sean felices porque se les adivina felicidad para rato.

18.5.07

razones para escribir


Hay varias razones que uno puede hacer para cometer, oootra noche más, la tropelía de acostarse a las mil por mucho que venga derrengado, por mucho que la noche anterior no pegase ojo (sueño escaso y de ese de vueltas y más vueltas y de despertar cada poco rato medio mareado medio estrangulado por sábanas excesivamente protectoras), por mucho que sean, en este preciso instante, la una y treinta y cinco (ya, ya) de la madrugada.

Así a bote pronto la primera es para evitar el Hastío de la pobre gente que, por mucho que aborrezca las croquetas y la salsa rosa, tienen internet castrada y sólo pueden visitar páginas útiles y este blog que, se mire como se mire, no entra en esa categoría.

La segunda es para que la gente que no ha visto ninguna, NINGUNA película nunca al menos pueda darse el lujo de escuchar The Decemberists, si la gente, que esa es otra, se decide a hacer click en el siguiente link (no muerde, lo prometo).



Y la tercera, que habrá que contar el día, a pesar de este dolor de cabeza que me ha entrado según mi cama a aparecido ante mis ojillos cansados y que dice que no piensa irse hasta que la cabeza se apoye en la almohada.

Paro con tres, que el cuatro ya se sabe, malo.

En fin. Día funesto se mire como se mire, de principio a fin. Mañana gris, rancia, de bostezos y de lucha contra la inconsciencia, sólo conjurada por la pausa del café, ese islote en mitad del océano, ese oásis en pleno desierto. Lástima que el café se beba tan rápido. Luego, por la tarde, he descubierto un método de tortura que para sí quisiera Fumanchú, aquel viejo humorista chino aficionado a las astillas debajo de las uñas y a los juegos con cuerdas, poleas, velas, péndulos afilados, sierras, clavos, cables, baterías, duchas frías, goteos inclementes, música de los 40 y restregado de tizas por pizarras, un invento que deja lo de la corbata a la altura del betún: Los "gotometings". Un teléfono en manos libres aquí, otro en Barcelona, un ordenador aquí, otro en Barcelona, tres personas aquí, tres allí, unas aquí, defendiendo una maqueta de modelo de cuadro de mando (me pregunto por qué no tenemos una alternativa fashion para llamar a eso. ¿En qué están pensando los estilistas e intelectuales de la business ingelligence? ¡Que corre prisa, cojones!), otras allí, diciendo qué bonito sería ver veintisiete pelotitas de colores (verdes y rojas, no te vayas a pensar) en una pantalla, de la forma en que plantarlas ahí cause más dolor a tu seguro servidor. Lo bueno era que estas cosas, al ser no presenciales, no exigen respetar la etiqueta, la decencia y los valores que nos elevarán hasta el éxito, la excelencia y las orgásmicas alturas de la élite empresarial, es decir, que no hace falta llevar corbata (así con la gilipollez tanto quejarme tanto quejarme y la segunda vez que me la voy a poner va a ser para la boda, pasado mañana, es decir, mañana). Y lo malo es todo lo demás. Pasar horas (una, en rigor. Pero inmensa, infinita, inabarcable, eterna, inconmensurable, plena, mayúscula, enorme, larga de cojones y no sigo porque me quedo sin palabras) mirando una pantalla inmóvil para descubrir que la conexión ha jodido el paso siguiente cuando toca darle por esas cosas tan graciosas del wifi y de los servidores; nunca te fíes de las ondas, nunca te fíes de una conexión sin cable, nunca te fíes cuando no tienes a mano nada con lo que improvisar un modelo simple de corbata para estrangular a alguien con él. El escuchar a los catalanes fantaseando sobre cómo causarte más dolor con la inconsciencia del niño pequeño que pisotea un hormiguero. El estar ahí sin poder ponerte música, sin poder mirar el correo, con tu ventana expuesta al voyeurismo de larga distancia. El ir viendo pasar los minutos, lentos como placas continentales y más o menos de la misma longitud, pensando lo a gusto que estaría uno abajo en la cafetería convenciendo a Herminia de que realmente quiere un café con hielo y no con leche. El pensar que como aquello se alarge mucho uno va a llegar tarde a una ídem de cañas.

Y cuando parece que te libras, cuando parece que has sobrevivido y que vas a llegar con no-demasiado-retraso, cuando eres feliz porque has salido vivo, por hoy, a las emboscadas de las putas bolitas de colores, cuando por fin sales a la calle y es primavera y se está de vicio y Richard Cheese canta clásicos navideños y a pesar de las facilidades que uno da ningún coche se decide a atropellarte, llegas a las cañas y descubres que el concepto "tarde de cañas" consiste en dejar que uno se embuche doscientos litros de Guinness mientras la concurrencia se limita a unas prudentes cocacolas y alguna temeraria media pinta. Lo cuál no es malo de por sí, pero lo es y mucho cuando lo haces rodeado por gente maligna que se pasa la vida insultando a pobres abogadas que no tienen la culpa de su lamentable educación ni de haber crecido con la carencia de un coscorrón que otro que pudiese ayudarles a enderezar su carácter, y a pobres guiris que no tienen la culpa de que la cerveza sea tan barata, los candados tan difíciles de apretar y el equilibrio tan difícil de mantener, a gente que te pide y roba una silla para finalmente no utilizarla para nada (y me río yo de la última batalla de la Reconquista Española, o sea la toma de la Isla de Perejil; sólo nos faltó subir la cabra de la legión a la silla y gritar viva la muerte). Con gente que es capaz de aborrecer las croquetas o de defender el consumo de claras, de restregarle a uno sus tiempos en el buscaminas y de afirmar, pese a toda mi evidencia experimental reunida en contra, que las jefas son buena gente, sólo se puede sufrir. Así que yo he sufrido mucho, muchísimo. Me quedaba el consuelo de repetirme una y otra vez los últimos resultados del Barcelona, de pensar que mi ritmo de sueño, o de su ausencia, probablemente terminase causandome la muerte o la narcolepsia en cualquier momento, y sobre todo que si al final conseguía sobrevivir a este día planearé mi venganza con alevosía y nocturnidad y dejaré que el Bar de la Muerte se desate sobre ellas. ¡Y encima me han hecho invitar! De verdad, es que del Barça tenían que ser.

Se salvan porque yo soy bobo. Se salvan porque no tengo memoria, y porque conocen a Kula Shaker y a The Killers. Se salvan porque yo soy un tipo entrañable que ya tiene cubierto su cupo de gente a la que odiar. Se salvan porque soy masoquista, y al final, verás, me veo la semana que viene intentando poner la triste excusa de que pagué yo para tomar otras cañas. Se salvan porque cuentan historias divertidas, y porque la maldad, en el fondo, es divertidísima.

Así que nada, cenaré, me ducharé, me iré a dormir e intentaré no pensar en niñas o niños de ceño fruncido, corte de pelo a tazón, cara de mala hostia y abrazo estrangulador a osito de peluche.

Pero mi venganza será terrible. Siempre lo he dicho, yo nací para malo de película de James Bond, y ya sé que nunca nadie me cree, pero ¡ya verás!, ya verás.

Oh. He escrito por ahí un "causándome" sin tilde, y no tengo ánimo para retroceder hasta ahí, así que la dejo aquí: ´ . Buenas noches.

17.5.07

la música de California

Algo tiene el aire de California, algo deben echarle ahí al agua, para que salgan los grupos que salen. ¿Cómo diablos pueden ser tan graciosos, tan originales, e írseles tanto la pinza? Quitando, con permiso de La Polla Records, los dos grupos punk (o que en su día fueron formalmente punk, o que ya lo trascendieron hace tiempo) más grandes del mundo en mi humilde opinión, The Offspring (que siguen teniendo el record absoluto del disco independiente más vendido de la historia, con los 14 millones discos vendidos del Smash) y Green Day (en los que viajo constantemente diez años para arriba y para abajo en el tiempo, entre el Dookie y la obra maestra del American Idiot), quitando las bandas archiconocidas como Red Hot Chili Peppers, System of a Down, Rage Against the Machine o Queens of the Stone Age, los californianos tienen la suerte de tener una escena underground que para mí quisiera yo. Supongo que con tanta banda tan buena y tan original es normal tener esa base, al fin y al cabo de alguna parte tienen que salir. Da la impresión de que en ningún otro sitio podría haberse formado God of Shamisen, de quienes creo que ya hablé en su día, o Estradasphere, de quienes sé que hablé en la segunda mitad de este post, o Eagles of Death Metal, o desde luego, el ínclito, el increíble, el alucinante tipo sobre el que vengo a predicar hoy, Richard Cheese.

Richard Cheese fuel El Descubrimiento De La Noche en una de las visitas a casa de Perro e Irene, y es un tipo que con su banda, la Lounge Against the Machine (no, la similaridad del título NO es coincidencia) se dedica a hacer versiones lounge de canciones de todo tipo; rock, hip hop, punk, metal, cualquier es susceptible de pasar por la batidora del señor Cheese y quedar en plan Las Vegas. Los nombres de los discos hablan por sí solos; Tuxicity, I'd Like a Virgin, Aperitif for Destruction... y bueno, el disco navideño Silent Nightclub.

Curioso asunto el de los nombres de los miembros del grupo: Siempre aparecen los mismos, que son alias que van heredándose según entran y salen músicos. Así Gordon Brie siempre es el tipo al contrabajo, Bobby Ricotta toca el piano y los teclados, y la única excepción a la regla es el batería, que antes se llamaba Buddy Gouda y ahora consta como Frank Feta. Y Dick Cheese, claro, que siempre es quien es, con su alegre nombre de chiste malo, dick, cheese, en fin, a estas alturas no voy a ponerme a traducir porque o me pongo pedante diciendo esmegma (palabra maldita que conozco también por cortesía de Perro, por cierto. Y no pienses mal) o lo llamo requesón o montuno como decimos en el pueblo cuando pasamos una semana allí y nos vamos asilvestrando.

Palabras, palabras. Una imagen vale más que mil palabras, y una canción, a veces, más que mil imágenes, así que vale ya de escribir, y le dejo su voz a la música;

Richard Cheese versionando a Nine Inch Nails,


Los Eagles of Death Metal,


Richard Cheese y Nirvana,


Estradasphere y las aventuras en el desierto de Slavie-Randys.


Y para qué recurrir a The Offspring cuando Richard Cheese también los versionea...


¡Nadie está a salvo!

16.5.07

doncella 2

Es uno de esos cuadros que todo el mundo ha visto alguna vez pero que casi nadie recuerda ni conoce. Quien más o quien menos lo ha visto reproducido sin muchas florituras y en pequeño en algún libro de historia o de arte, y tiende a abundar, si afinas los ojos y eres rápido, en los catálogos del MOMA de Nueva York que pueden distinguirse en alguna película que otra (tal vez lo más complicado sea encontrar películas donde aparezcan esos catálogos tirados por algún rincón, por ahora yo sólo recuerdo aquella de las últimas de Woody Allen que aborrecí salvajemente y, curiosamente, Cazafantasmas). Representa a una muchacha que sonríe mirando hacia el espectador. Mirando, en realidad, hacia el pintor.

La muchacha del cuadro es Maria Poglioni, y según leo nació en el siglo XIX, sin hacer nada que el libro de donde leo crea digno de decir excepto morir a los setenta y ocho años dejando cinco hijos y catorce nietos. Su padre era un banquero milanés, que como a tantos banqueros le dio por invertir en arte, así que aprovechando que Jean-Baptiste-Camille Corot andaba de paso por Milán lo invitó a hospedarse en su casa y después de aburrirle soberanamente con sus discursos sobre lo mucho que le gustaba el arte y lo que sabía de pintura le invitó a que pintase a su hija Maria. J-B-C, que como buen pintor andaba siempre algo tieso, dijo que de acuerdo sin pensar en ningún momento en pintar a la muchacha, y aprovechando que no estaba presente le dio al banquero la dirección del estudio de un colega y amigo suyo cuyo nombre no consta por ninguna parte y le dijo que mandase a la muchacha allí a las nueve de la mañana del día siguiente (o tal vez a otra hora y otro día, tanto da). Y allí fue la muchacha, nerviosa porque los pintores ya se sabe, en un fastuoso carruaje que se quedó esperándola en la calle mientras ella trepaba las escaleras del edifico en cuestión, primero los peldaños de marmol de la planta baja, luego los de piedra de los primeros pisos y finalmente el piano deforme de tablones que conducía a la buhardilla. Nadie habla del estudio, así que podemos imaginarlo como nos de la gana. A mí me gusta ver un techo desvencijado por el que se cuelan algunos rayos de sol que hacen brillar como oro los lentos y densos ríos de motas de polvo que lo recorrían profundamente, los goterones de pintura seca manchando el suelo gastado por el arrastrar de los pies del artista, las ventanas que no cierran del todo bien, y una, abierta, que hace bailar una tenue cortina, translúcida a la luz, de un color blanco manchado y con un ribete que en su día fue rojo y ahora es de un rosa ausente. Y en el estudio un sofá, y ante él, un caballete con un lienzo virgen y puro como la propia Maria que en ese momento llamaba tímida a la puerta, sin saber a quién se iba a encontrar, pues ella no conocía al artista. Y cuando este le abrió la puerta sólo pudo ver sus ojos, dos mares azules profundos y silenciosos donde la luz iba a morir, y Maria se dijo que esos ojos eran, en efecto, los ojos de un pintor.

Pasaron, siete, quince, veinte, no sé cuántos días, los que hagan falta para pintar un retrato. Igual es uno, igual son sesenta, imagino que depende del retrato y yo no tengo ni idea ni tengo estadísticas a mano para inventar una cifra sensata. El caso es que durante la cantidad de días que fuese Maria era transportada hasta allí por el carruaje familiar, trepaba las largas escaleras, posaba, sentada en el sofá de forma pretendidamente casual, y escuchaba, inmóvil, el ruido fragmentado de la calle, trepando por la fachada, e imaginaba el rumor invisible del pincel depositando su saliva de colores en el lienzo. No hablaron, nunca. Ella posaba, y él la miraba de aquella manera y luego pintaba. Cuando por fin terminó el retrato, cuando él por fin dejó el pincel, suspiró y desvió los ojos hacia la luz de la ventana, ella se levantó, caminó hasta el caballete, lo rodeó y se contempló, allí de pie junto al pintor, a sí misma sentada, en una butaca de un parque. En el parque había un lago, había cisnes. Del cielo, azul y cuajado de hermosas nubes, parecía desprenderse un leve viento que le hacía entrecerrar los ojos, que jugaba con su pelo y con los pliegues de su ropa. Ella sonrió como la mujer del cuadro, y dijo que volvería a recogerlo el día siguiente a la misma hora, y él siguió sin decir nada.

Pero al día siguiente no recogió el cuadro. Como en tantas otras historias de la vida, existen dos versiones de lo que pasó a continuación. La primera es que ella, cuando llegó, no hizo ademán de recoger el cuadro, que estaba embalado y colocado junto a la puerta, sino que fue directamente hasta el sofá, donde se desnudó lentamente, sin mirar al pintor, antes de tumbarse y esperar los cinco, diez, quince minutos que él se tomó para contemplarla antes de ir a buscar otro lienzo y empuñar de nuevo el pincel. La segunda es que ella llegó con intención de coger el cuadro pero que él, sin decir aún una palabra, la cogió del brazo, la llevó junto al sofá, la desnudó con mucho cuidado y con la delicadeza de quien acaricia a un recién nacido la acomodó sobre el sofá, y que entonces se dio la vuelta, buscó un lienzo, empuñó de nuevo el pincel y, sin mirarla una sola vez, comenzó a pintar de nuevo.

Cuando leo sospecho que ahí está la clave de toda esa historia. Que el resto es palabrería, es la vida volviendo a su rutina de siempre, disipando la magia; ella continuó volviendo, hubo dos cuadros, uno que le fue entregado al padre, el primero, y el segundo, que ella guardó, y luego, en algún encontronazo de novela barata de esos que la vida proporciona a todas horas, alguien descubrió que el pintor que había retratado a la hija del señor Poglioni no era en realidad Corot, que maldita gana que tenía de pintar a ninguna muchacha italiana hija de un banquero milanés, sino un discípulo de este del que no se conoce ningún otro cuadro, porque el padre, enfurecido por la estafa, destrozó, pisoteó y mandó quemar su versión familiar de La Maja Vestida, y la hija guardó la suya en un rincón del que sólo un heredero con ojo para el arte pudo rescatarlo un siglo después (y de nuevo tenemos libertad para imaginarnos a un joven inquieto y soñador hurgando en un desván cubierto de polvo y atestado de baules viejos, armaduras oxidadas, pajareras abolladas y pilas y pilas de libros olvidados).

Yo prefiero detenerme antes, en esa doble versión, en ella, queriendo ser pintada, queriendo ser vista, devorada e inmortalizada (con esa inmortalidad falsa y caduca que da la pintura, tan dependiente del humo, de la luz, de los restauradores, de la ausencia de incendios y de los ojos y las manos de Papá Banquero) o en él queriendo hacer lo propio, acompañándola a ella hasta el sofá, primero sorprendida, luego, tal vez, algo indignada, amagando una resistencia, una lucha que no pudo sobrevivir a una mirada de él, una mirada infinita e hirviente donde sólo se vio a si misma pintada, desnuda, bajo un cielo de nubes deshilachadas por la brisa, sobre un prado que tal vez sólo existiese en la imaginación de él o en algún recuerdo de su infancia. La poca gente que conoce esta historia suele votar por la primera opción. La mujer quería ser pintada, la historia tiene una heroína, y las historias con heroínas están muy bien vistas. Pero yo no puedo. Yo no puedo por un detalle de la segunda versión; yo no puedo porque en la segunda versión él no necesitó tiempo alguno para pintarla, el ni siquiera necesitó una mirada para retratarla en su desnudez. Porque él ya la había visto así, en realidad, todos los días anteriores. Porque él, obviamente, la amaba.

(No, no se casaron y ninguno de los cinco hijos de ella fueron de aquel aprendiz de Dorot. Ni falta que nos hace, siento, ni al aprendiz ni a mí para saber que la historia tuvo su final feliz, en ese preciso instante en el pincel tocó por segunda vez un lienzo virgen. Y lo demás, y siento también que esto es algo que pienso yo y que entonces pensó aquel pintor, que para algo era un romántico, es la literatura barata de la vida, que no nos interesa a ninguno).

14.5.07

17ºC, nublado, 32% de humedad


Y viento norte a 8 km/h.

Debería aprovechar este rato. Debería hacer algo con mi tiempo. Debería dejar esta manía estúpida de dejar pasar las horas mirándolas a ver si ellas hacen algo, a ver si me mueven a hacer algo. Pero los relojes no hablan, o eso creo, porque el mío se quedó sin pilas en el 2004 y no se la he cambiado. Típico, no cambiarle las pilas al reloj. O no arreglar el portátil. O no hacer algo, como por ejemplo lavar los platos (no hay tanto que lavar, dos cubiertos, dos platos, una sartén y un vaso. Pero pienso que debería fregarlos porque el fregadero queda más bonito, menos tenos cuando está vacío, no como una partida de tetris-vajilla. Debería coger el estropajo y el jabón, perder dos minutos y dejar la chapa reluciente a la vista, humeda por el agua, brillante, ligera, descargada. Dos minutos. Pero ¿dónde voy con dos minutos? ¿Qué pasa con el resto del tiempo? Las horas. Las horas, egipcias, monolíticas, inmensas, cayendo una tras otra, rompiendo precisamente aquí, olas de tiempo que parecen tan inmóviles. Tan silenciosas. Definitivamente no hablan. Hola, hora. Hola, ola. ¿Ves? Nada.

Debería, ya puestos recoger la habitación. Reubicar cosas. Colocar cosas. Convertir esto en una habitación, dejar de vivir en este laberinto de ropa, libros, papeles y tarrinas de cedés. Debería, ¿cuánto tardaría, qué esfuerzo me iba a llevar? Apenas nada. Un trozo de ola. Nada. Debería hacerlo. Debería levantarme y hacer algo, definitivamente. Lo más productivo que he conseguido hacer ha sido ir a sentarme en la puerta de la terraza a leerme un cuento donde sale otra vez Arturo Belano, viejo conocido. Arturo. Debería decirle a Blanca que me devuelva Los Detectives Salvajes, se le va a olvidar con el lío de la boda, y quiero ese libro, necesito ese libro, echo de menos ese libro. Debería. Odio los "debería". Odio el tiempo, siempre marcha a la velocidad cambiada, nunca acierto con la marcha. ¿Qué sería, cuarenta segundos tecleando un mensaje al móvil? Debería, ya puestos, plantearme cuándo narices voy a ir a comprarme el traje para la boda. Es lo que tienen las horas, si te quedas escuchando embobado durante el tiempo suficiente al final no pierdes horas, pierdes días, meses, y a cinco días de la boda sigo sin traje. Y sin asesoramiento femenino para comprarlo. Así que me compraré algo horrible, que me vendrá grande, hará bolitas, se me romperá en la lavadora y me quedará fatal. Como si eso importase. Como si algún traje fuese a hacer lucir mejor este cruce entre Woody Allen y Jean-Claude Van Damme, feo como el primero y tan ocurrente como el segundo. Debería hacer tantas, tantas cosas. Siempre hay tantas cosas que hacer... y luego, sorprendentemente, casi nunca pasa nada si no las haces. Sigues viviendo en un laberinto, a la espera del tipo que venga con un cordel y una espada a hacerte su cirugía victoriosa, pero luego nunca viene nadie. Y las consecuencias, cuando llegan, lo hacen siempre tan tarde y son una novedad tan de agradecer (algo que se rasga, algo que hace ruido, algo que sucede, Algo) que al final siempre hay una impaciencia masoquista y bulliciosa ronroneando durante las pérdidas de tiempo, las infinitas pérdidas de tiempo que componen la vida.

Debería hacer más cosas, lo sé, pero podría empezar por esas tres, lavar los platos, recoger la habitación y mandar ese mensaje al móvil. E ir mañana a por el traje. O a por una americana, unos pantalones, unos zapatos y tal vez, sólo tal vez, una camisa. O dos (porque debería tener más camisas). ¿O mejor fregar, enviar el mensaje y recoger? ¿O recoger, enviar el mensaje y fregar? ¿Quién era el que dijo aquello del burro perfectamente lógico que moría de hambre exactamente entre dos montones de paja idénticos porque no podía decidirse por uno de los dos al que ir a comer? ¿Hay mucha más gente así de estúpida en el mundo? ¿Sería un consuelo que la hubiese? Definitivamente no. Definitivamente, no.

Debería afeitarme. Debería darme una ducha. La ducha está bien, una vez que pasas los quince minutos de tortura a base de agua helada o hirviente y aciertas con una temperatura tolerable uno se puede enjabonar, que al fin y al cabo no es una tarea muy titánica que se diga (otra ventaja de perder pelo, otra ventaja de envejecer), y luego perder un tiempo delicioso mientras el agua caliente te cae en la nuca. Debería, por cierto, haber pagado el gas, y este es de los "debería" peligrosos, porque a ver con qué cara (con qué voz) llamo yo a Gas Natural para decirles que soy un neurótico que no se acordó o no se decidió a ir a pagarles. En serio, deberías ver esta mesa, es que tengo que recogerla. Ese es el siguiente paso, del debería al tengo que. Dos formas de decir lo mismo. El cambio, a ver si con otro verbo me atrevo.

Debería dedicar menos tiempo a pensar qué debería hacer, y más tiempo haciendo las cosas.

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Al final, siempre es una cuestión de moverse. De fingir que no te escuchas. De no hacer caso al asno lógico que dice que por qué eso y no lo otro. De ir a la cocina, abrir el grifo, coger el estropajo y el jabón, abrir el grifo, cerrar el grifo, volver aquí, subir el volumen de la música a niveles intolerables para que se escuche desde allí a pesar del trajín del grifo, los cacharros y el raca raca de mi frotado pasional, escurrir las cosas, volver, entrar en la habitación con la boca abierta para evitar lesiones de tímpanos, bajar la música, coger el móvil, escribir el mensaje, que sería algo como "Blanca, corazón, acuérdate de llevarme los Detectives Salvajes al pueblo el finde, ¿vale?, que si no veo que te lo llevas a Egipto de luna de miel" (ciento y pico letras, mira, cabrá en un mensaje. Como si importara), enviarlo, dejar el móvil, abrir el armario, colocar dentro la ropa limpia, las camisas en las perchas, las camisetas dobladas, los calcetines y los calzoncillos en sus troneras, los papeles en su estante. Reagrupar la arquitectura de las tarrinas de cedés, bucar una configuración estable y que más o menos sugiera que la próxima vez que busque algo tardaré menos en encontrarlo que en descargármelo de nuevo (no suele ser así, bendita tecnología, qué grande eres para los perezosos caóticos). Guardar la ropa sucia, buscar bajo la cama en busca de prendas fugitivas (las camisetas son increíblemente juguetonas). Y luego de premio, ¿por qué no?, echarme una copa, darme una ducha, someterme al masaje del agua templada, echarme en la cama y leerme otro cuento, y ponerme una buena canción y cantarla a gritos. Y saltar. Y procesar la foto del coche en la calle del Gruta 77. Y llamar a mi madre para nada, bueno, para darle la alegría de llamar y decir, como todos los días, que no he hecho nada, que el día se me ha dado igual que todos, aunque por una vez sabiendo que voy a estar mintiendo y que por una tarde, una tarde única, histórica, por fin me he puesto a perder el tiempo de una forma útil, constructiva, conquistadora, ganándole otra batalla estúpida a la entropía.

Y a partir de mañana podría ver las horas pasar, tranquilo y sin hacer nada, dejando crecer el desorden de nuevo hasta que dentro de ochocientos veintisiete años, siete meses, dos semanas, seis días, una hora, cuarenta y tres minutos y veinte segundos con decimales no significativos pueda estar, otra vez, atrapado otra vez aquí, en este preciso instante, en el pozo de los "debería".

¿Por qué no?

Ea, me voy a la cocina. A fregar. Y es sólo el principio. O al menos eso creo (luego nunca se sabe qué excusa puede acechar en el pasillo, en el salón, en la cocina o en la pila que eche todo el plan por la borda). Sus y a ellos.


(la foto, naturalmente, no es mía. Pero es de las mejores que he visto hoy, o de las que más me ha gustado. Razón más que suficiente para colgarla sin tener que dar esta explicación que tampoco te hacía falta, ya, ya, lo sé)

13.5.07

no quiero

No quiero, no me apetece y no me da la gana pero no hay nada que hacer. Te da el día tonto, y el día es tonto, por mucho que no quieras, que no te apetezca y que no te de la gana. Se le buscan motivos: ¿Será por culpa de Felipe Massa, por echar a Alonso a la grava en la primera curva? Se le buscan motivos peregrinos porque no hay otros que buscar. Ya ves, qué tendrá que ver Massa con que yo tenga el día tonto.

Hace sol (bueno, hacía sol), un viento delicioso, la carretera sin tráfico era hoy una delicia. La comida de mi madre, deliciosa. La siesta que me he echado después, entre cuento y cuento de Bolaño, también. La tarde, con las nubes desfilando a toda vela y mudando los colores, también. La cena, también. La Liga de fútbol, interesantísima. Todo es estupendo, visto así, trozo a trozo, pero los sumas, y no cuadra, no encaja; lo bueno de un día no tiene naturaleza fractal, a escala local todo es bueno, y a escala global, toma ración de día tonto. No hay nada que hacer. No hay tiempo que no me guste, no hay comida que no me parezca deliciosa (la gran ventaja de ser el inmenso glotón que soy). Aunque hubiese hecho mal tiempo, aunque el día hubieses sido de otra forma, aunque el Barça hubiese ganado, tendrían la misma culpa que Massa, en realidad.

Intento resistirme, intento ceñirme al viento. Canturreo canciones del mismo color del día (de mi día, no del día, en realidad), intento escaparme por esos rincones míos. Pero al final siempre llego al mismo sitio. Es un día tonto, y no hay forma de acabar con él. Así que miro al calendario y suspiro porque llegue mañana. Por irme a dormir, despertarme y que sea mañana. Tener cosas que hacer. Pasar el día en la oficina, sentado, escuchando música (y bueno, también trabajando, pero como le decía el otro día al primo un trabajo en el que estás sentado tan a gusto escuchando música tiene para mí más sabor de pasatiempo que de trabajo). Hablar con gente. Tomar café. Hacer la escapada de rigor a por patatuelas. Venir a comer. Volver de comer. Escuchar música paseando por la calle. Leer en el metro. Pienso en mañana, lunes, y estoy deseando que llegue ya, y eso es lo que en realidad me preocupa. ¿Cómo puedo estar un domingo deseando que empiece el lunes? ¿Cómo puedo estar así sabiendo que me da igual que pasado mañana, festivo en Madrid, no trabaje, que estaría así aunque se nos echase encima una semana de estas típicas de cinco días de privación del sueño, madrugar y no tener tiempo para nada?

Eso, y no todo lo demás, es lo que hace ulular mis alarmas. Eso, que en el fondo es, simplemente, que no quiero este día tonto, que no me apetece este día tonto, que no me da la gana este día tonto, pero que me rindo a él y simplemente lo dejo pasar, qué otra cosa le puedo hacer, y mañana esperemos que el viento sople en otra dirección (y esperarlo con cierta alegría e impaciencia, que para algo uno es optimista e impaciente), o al menos que tenga las suficientes cosas que hacer como para no poder dedicar mucho a pensar sobre la tontería del día.

12.5.07

llévame a alguna parte, azar


Recapitula, recapacita, retrocede.
Gesticula, gesta, geriatriza.
Grita. Resucita. Vente.

Azucena. Cartabón.
Anatolia. Carbón.

¿Por qué hay tanta gente? Más que margaritas cráneos, más que asfalto zapatillas.
¿Por qué tal diferencia de precios? Alguien debe estar repatiendo garrafón. Bebemos: Alguien debe estar repartiendo garrafón.

Y mientras las estrellas surcan el cielo. Nadie las mira. Nadie puede verlas. Un helicóptero sestea en el viento, intentando suplirlas. Se agradece el intento, se agracede.

Magnolia. Panoplia. Za, na, ho, ria.
Pimiento. Zadmiento. As, pa, vien, to.

Y mientras los autobuses bautizan el sábado en la calle. Y mientras bostezo, boca de metro, enlazador con Renfe, glotón inmisericorde, camarera aplaudiendo enfervorecida. Y mientras suena un grupo que no conozco, en teoría. Suenan voces en la calle, o la gente madruga, o hemos de superarnos en el golferío. Pero es una tarea tan agotadora, tan poco recompensada, tan imposible, el superarse... en el fondo es imposible alcanzar la excelencia, siempre hay gente que se acuesta a las siete, a las ocho, a las diez (yo mismo, alguna vez), a la hora del café. Siempre hay alguien que te adelanta en el buscaminas, si no eres Isabel. Siempre hay alguien que ríe más, que sonríe más, que brilla más. Siempre hay alguien que domina cualquier cosa.

Sin ir más lejos, yo: los artes de perder el tiempo, la inmovilidad en el desplazamiento.

Cosa. Barbosa. Zarzaparrosa.

Alevosa.

Cremosa.

Nada nada nada, mucho mejor alevosa, dónde va a parar. Alevosa.

Hermosa, alevosa.

Hermosa zarrapastrosa alevosa.

Hubo un tiempo, más o menos cuando escuché mi canción número un millón, hace tanto, yo aún pensaba en ser músico (luego fue escritor, luego fue sex simbol y aquello duró poco, luego otra vez escritor, ahora yo corazón Nikon), escuchaba la música y me abstraía, y pensaba en otra música, una música que salía de mí. No había gran cosa de la que tirar, simplemente un ritmo de batería, unas guitarras plomizas haciendo llover piedras y una voz, gritando una y otra vez "sale el sol, y el sol se pone, y sale el sol, y el sol se pone". El sol es una estrella, el sol también surca los cielos.

Pero eso no ocurre aquí, ni ocurre ahora. No giran las estrellas: no sale el sol, ni se pone, a pesar de mi mantra musical que nunca puedo dejar de imaginar. Estoy atrapado por una noche de viernes a sábado. Estoy atrapado pensando en palabras, pensando en unas y otras, jugando a un juego del que no sé las reglas, asociándolas sin preguntarme el motivo, sin buscarlo, simplemente dejándolas caer.

Inclemencia. Impaciencia. Apariencia. Paz, raíz, paciencia.

Palabra borrada: País.

Tendencia política: Anarquís. Tamariz.

Mi día de la semana favorito es siempre mañana. Mi canción favorita es siempre la siguiente a la siguiente. Mi plato favorito son todos menos tres. Mis desayuno favorito, empanadillas. Mi reino, la música. Mi diagnóstgico, ciclotímico, y definitivamente sinestésico. Mi barrio, hipoalergénico (árboles contados, vigilados. Acordonados. Castrados. Amaestrados). Mi sonrísa, hipócrita. Mi bautísmo, estafa. La bebida del segundo bar definitivamente garrafa.

La china comunista. La ensalada mixta. Caperucita. Abubilla. Espina. Rima. A.

Y paseo de vuelta a casa, y pienso cosas así. Miro a los lados, desfilan los callejones, pintadas absurdas, coches abandonados y/o mal aparcados. El cielo, cuando vengo, aún es negro, y las luces son naranjas, y la noche dice adiós, va rincón por rincón, dando la mano a las sombras que guardarán su recuerdo cuando llegue su archienemigo abrasador. Paseo una y otra vez por la misma calle, siempre en el mismo instante, siempre igual, atrapado entre dos corcheas. El tiempo se detiene. ¿Tienes prisa? Pues ahí tienes, el semáforo cerrado (acantilado), tinglado (vascongado), el puente (levadizo) levantado [plomizo], sesgado [rojizo], mentolado. ¿Tienes sueño? Pues ahí la tienes, rompe la cama {torpe}, clama {borde}, rana {clavicorde}... humana inmsiericorde:

Piérdete conmigo, ¿por qué no?, ¿qué es la razón? Agárrate fuerte y confía en mí, olvida el tiempo y haz click aquí.

11.5.07

feliz cumpleaños, Isabel...

...a pesar de...

Ay, lo siento, de verdad, me duele en el alma, pero es que no puedo evitarlo, es como lo del 3 + 2, una cosa, no sé, genética no creo, porque mis padres son buena gente pero yo qué sé, algún demonio gruñón y tocapelotas debió decidir que sería una broma graciosa poseerme tiempo ha y desde entonces, eso, que no puedo luchar contra mi naturaleza.

Para redimirme, una canción:

Coñas al margen, esta entrada, como dice blogger que se llaman los post en ehpañol, iba a llamarse "Cara a cara", y a tratar sobre la impresión que le produce a uno el conocer, pues eso, cara a cara, a gente con la que nunca ha tenido ningún trato, con la que la única relación que ha tenido nunca es la de perder tiempo de sueño e invertir horas de trabajo (vaya, qué bien elijo los verbos esta noche) visitando sus blogs y respondiendo los comentarios que dejan en este. Cuando hace un par de días Vega me dijo que me pasase hoy por las Vistillas yo, que me tomo cada invitación como un romántico con tuberculosis y bolsillos repletos de poemas (o teoremas si eres Galois, que de todo hay en la viña del señor), dije que sí, pero como luego soy así de estúpido y de tontorrón, no tenía muy claro por qué iba. ¿Por qué queda uno con gente a la que, en realidad, cara a cara, no conoce de nada? La respuesta, naturalmente, es obvia: No hay mejor razón, muchas veces, para saber por qué uno hace algo que hacerlo.

En el fondo yo iba en plan matagigantes, en plan David (qué propio) vs. Goliat, en plan Nietzsche vs. Dios. Iba para enfrentarme a este grupo de mujeres que de vez en cuando son tan imprudentes como para perder su tiempo por aquí, para ver quiénes son las personas detrás de los dedos que escriben las respuestas que aparecen por ahí abajo y, sobre todo, para ver quiénes son las que escriben en esos blogs que pueblan este raro mundo de unos, ceros, emepetreses y pornografía.

Pero claro, afrontémoslo, yo soy un optimista. Me jode, digo que no, gruño, frunzo el ceño (qué expresión más rara, escrita por mí), me retuerzo, pongo mala cara, me nublo, soy sarcástico y cínico pero nunca consigo matar esa llamita de optimismo que siempre me arde por dentro, así que lo compenso siendo fatalista, porque el optimismo es una cosa que uno no puede controlar, pero en el fatalismo siempre se pueden verter todas las ganas y toda la intención del mundo, así que yo iba preparado para lo peor, preparado para que nadie me cayese bien, preparado para exibir toda mi panoplia arriba citada (retorcimientos, malas caras, etc). Pero hay noches en que el mundo se empeña en darle un buen espaldarazo al optimista que tenemos dentro, y esta, sin duda, ha sido una de ellas. ¿Vega? Realmente es tan encantadora como se adivina leyéndola, por mucho que uno siempre vaya pensando que esas cosas engañan. Ha arruinado cualquier buena impresión que yo pudiese tener cuando ha terminado con los hielos de mi sangría a la 1 y 10 (¿o era menos 10? En fin, lo tengo acotado en un margen de 20 minutos, ¡suficiente!), aunque luego se haya redimido compartiendo los suyos. ¿Kika? Bueno, ha hecho dos apariciones fugaces, a la carrera, pero atreviéndose a perder un rato en darme conversación. ¿MoMe? Confirmando lo que sospechaba yo leyendo su blog; que efectivamente es en realidad la bestia gigante de dos metros y medio que tiene que ser para escribir lo que escribe, por mucho que luego se empeñe en fingir y disimular y encerrarse en una mujer más bajita que yo. ¿Sonia? Una psicóloga que espero que no haya leído todo lo que yo haya podido decir de los psicólogos y su, ejem ejem, ciencia, y que se empeñaba en rechazarme la sangría para luego sorprenderme ofreciéndome un mini enterito. Y la pobre Isabel, que ha tenido que soportar que recién inaugurado su cumpleaños aparezca el capullo de turno, lease yo, a decir una vez cada treinta segundos algo referente al Getafe-Barça. Me queda el triste consuelo de que al menos por una vez el destino no me ha pillado con el paso cambiado, llevaba dos libros encima y me he podido dar el gustazo de descubrir que asisto a un cumpleaños para, acto seguido, sin premeditación, con nocturnidad y el habitual enajenamiento mental, plantarle delante un regalo.

Y luego, además, había música. Algo de unos tigres, creo haber oído, aunque había canciones referentes a otros grandes felinos y a las bolsas de la compra, todo muy en plan zoológico urbano, con músicos que luego se acercaban a saludar a sus fans y a darnos toda la conversación que podían antes de que el destino del músico, oh la fama, etc, los reclamasen. Mucha gente cantando y pasándoselo bien en el escenario, lo cuál siempre significa algo. Pero la noche, principalmente, ha consistido en ponerle cuerpo, como decía MoMe (clavando otra vez una impresión propia, ¿¡vale ya, no!?, ¡deja de leerme la mente!) a la gente a la que uno lee. Y mucho pensar, al volver a casa, que el fatalismo no tenía lugar, que el optimismo no era tal, y que ni siquiera vistiéndolo con la definición de realismo le habría hecho justicia.

En fin señoras, un placer y encantado de conocerlas. Ahora un consejo, huid, huid mientras podáis. Porque me conozco, y de aquí a la que alguien se descuide me veo intentando arrastraros al Bar de la Muerte, a invitaros a los mejores mojitos de Madrid y demás actividades que no merecen otro nombre que suicidas, no quiero ni pensar en los nefastos chupitos de tequila.

Y yo me voy a dormir, intentando concienciarme de que mañana (quiero decir luego, quiero decir ya, quiero decir ahora) NO es sábado y de que madrugo, con el pequeño consuelo de que el que avisa no es traidor, y esperando, por eso de la justicia poética, que el regalo valga más que una mísera Copa del Rey, que al fin y al cabo es algo que se juega año sí año también. Paciencia, confiad en Messi, y después de esta noche, en serio, a ver si os lleváis la Liga.

9.5.07

la música en estado sólido

No, no vengo ahora a hablar de otro grupo de música (aunque sí que conozco a grupos que hacen una música que podríamos llamar sólida). Vengo a contar lo que me ha pasado hoy mientras venía en el metro, escuchando un grupo que conocí hace tiempo, en el 2003 o así, y que me encantaron entonces, pero a los que no he seguido luego con mucha atención.

Pero no voy a hablar de ellos, haya paz; voy a hablar de lo que me ha pasado con una canción suya. Y no me refiero a que me haya pasado algo a mí relacionado con el mundo mientras sonaba esa canción, no, me refiero a lo que me ha pasado con la canción en sí. La canción y yo, únicos protagonistas de la historia, y yo sólo como narrador, como espectador. El caso es que venía como vengo siempre, escuchando música, tan feliz de la vida, poniendo el grupo ese porque sí, porque hacía mucho que no lo escuchaba y porque aún le busco de vez en cuando lo que me encantó en el 2003, algo debía quedar, en alguna parte (a veces escuchar música es rebuscar polvo de oro en un río de California en el sigo XIX). Y de pronto la música se ha tranquilizado mucho, salvo por un teclado de corte muy ¿tecno? y algo industrial, y de fondo sonaba un piano precioso, pero estaba cercado por el teclado tecno, desagradable y repetitivo. Y entonces he visto a la primera melodía atrapada por la segunda, y como poco a poco se unían las guitarras eléctricas, el bajo y la batería, abatiendo todo un caudal de graves sobre la pobre y danzarina melodía de piano, y entonces esta ha transmutado, ha desaparecido y se ha convertido en una cadena de notas de guitarra que escapaban al compás de hormigón armado que hasta ese mismo instante ayudaba a espesar. Y no era la metáfora de nada; de alguna forma, mi imaginación ha visto música. No me preguntes cómo es, porque no sabría describirlo, porque suelo puedo decir que era como ver nubes veloces de luz, pero no eran luz, porque claro, eran sonido, y no tenían color, claro, pero era como si de todas formas lo tuviesen.

De camino ha casa me he puesto esa canción siete veces. Nunca hago eso. Nunca lo hago porque mi regla no escrita es que los discos se escuchan del tirón, que para algo los graban así. Y si te pierdes un momento especialmente bueno pues mala suerte, haber estado atento. Porque si las cosas no tienen normas, no son juegos, y sin juegos la vida no es vida. Pero hoy me he saltado esa norma. Me he saltado esa norma porque sabía que incluso después, sabiendo mirarlas así, vería solidificarse y bailar para mi más canciones, esta, esta noche, era única, y sólo esta noche podría escucharlas estas siete veces. Porque a veces el juego es saltarse las normas.

8.5.07

la épica hecha música



Hay música que no puede contenerse, a la que no se le pueden levantar diques. Yo venía a hablar de otra cosa, pero he puesto Moonsorrow y ya no hay nada que hacer, el estado de ánimo se formatea y se enciende el modo épico, el modo alegre, el modo ponedme el mundo delante y un cuchillo y un tenedor que me lo como, y si no hay cubiertos a mordiscos, a dentelladas, deglutiendo como los patos. Hay grupos que son estados de ánimo; Elend es la angustia, Godspeed You! Black Emperor es la desesperación, Porcupine Tree es la nostalgia, Anathema es la melancolía y Dark Tranquillity la rabia, y entonces Moonsorrow es la épica. Todo esto para mí, claro, porque la música es en ese sentido como las imágenes que uno descubre en las nubes o las tarjetitas pringadas con tinta con formas de tías desnudas de los psicólogos, y todos esos grupos pueden inspirarte cosas totalmente distintas a ti (por ejemplo repulsa).

Pero aún así hay algo directamente épico en Moonsorrow, algo que me transciende y que tiene que ver con su contundencia, con los coros, con el uso inteligentísimo que hace Henri Sorvalli de los teclados, con sus canciones largas, los gritos rasgados del primo Ville Sorvalli. Empezaron como un grupo escandaloso y básicamente alegre, y con el tiempo han ido ganando en oscuridad, según han ido alargando las canciones (aún más, y más, y más: El último disco son dos canciones, la primera de 30 minutos y la segunda, más cortita ella, de sólo 26), según han ido aprendiendo a buscar su sonido, según han ido descubriendo que las canciones daban para tirar más de todos los hilos, recorrer todos los caminos y eternizarse por miles de pasajes.

Recuerdo cómo conocí a Moonsorrow, y esto es algo que no me pasa con muchos grupos (sí con todos los que me han llegado directos al corazón; me pasó con los que marcaron mi adolescencia tardía y mi bautismo como adicto musical y luego con esas bandas que me han llegado al alma, Lúnasa, Opeth, Jethro Tull, Dream Theater, Kula Shaker... y no puedo seguir con la lista porque roza la no numerabilidad). Yo acababa de descubrir a Finntroll y de morirme de risa con esa panda de finlandeses locos que decían ser trolls y que cantaban a gruñidos sobre el exterminio de la secta cristiana a manos de las criaturas de roca entre guitarras de black metal y delirantes melodías de acordeón, y un friqui musical de entonces (el mismo vicio, la misma sangre) me dijo que si me gustaba aquello que escuchase Moonsorrow, el grupo del acordeonista/teclista de Finntroll.

En aquellos tiempos Finntroll comenzaba a tener cierta fama, porque era y es (a pesar de las calamidades, de la muerte de miembros, del abandono de otros por problemas médicos) un grupo a la que la palabra cachondo le viene al pelo, que nació cuando en un backstage dos músicos borrachos iban despertando de sus borracheras, y uno de ellos se puso a tocar humppas al teclado (canciones folk finlandesas; imagínate una polka alcohólica y acelérala a tope) y el otro se puso a soltar alaridos. Suenan bien, son divertidos, y tienen talento, así que era inevitable que ganasen un montón de popularidad, aunque sea entre la comunidad más subterranea de los adictos a estas músicas (no les ayuda demasiado a salir de ahí el hecho de que canten en sueco). A mí, que siempre me ha dado por buscarle parentescos a las músicas, siempre me ha parecido que las dos bandas eran hermanas, aunque sólo sea porque comparten genio. Pero Moonsorrow fue y sigue siendo un grupo bastante desconocido por aquí. Ahora ya se los puede encontrar en las tiendas (desde luego en Arise, tal vez incluso en la Fnac, y en el Corte Inglés no tengo forma de saberlo), pero en los primeros tiempos no los distribuían por aquí, así que yo pedía sus primeros discos por correo. Y resulta que por aquel entonces el encargado de los envíos era Ville Sorvali, cantante, bajista y primo del teclista/guitarrista/acordeonista/mil cosas más (le acreditaban siete u ocho instrumentos en algún disco) Henri Sorvali. Como era parte tan implicada en el disco, cuando me llegó el primero le escribí de nuevo para decirle que había llegado bien (nunca me he fiado mucho yo de los buzones y demás) y que me parecía la leche el disco, y ahí comenzamos a intercambiarnos correos. Resulta que el buen chaval estudiaba lo mismo que yo, matemáticas, y que era un encanto de persona. Y así pasamos tiempo hasta que no quedó gran cosa que decir, ellos se fueron haciendo famosetes, sobre todo por el norte, y yo pensé que era hora de ir dejándole en paz, en parte porque siempre he tenido yo un rollo anti-groupie de lo más extraño (como cuando estás en la barra del garito de un concierto tomándote unas cervezas al ladito mismo de Martin Henriksson y Mikael Stanne y simplemente sigues tomando tu cerveza y como mucho les sonríes, que tanto dar la lata y tanto SIGN ME AN AUTOGRAPH PLEASE PLEASE PLEASE tiene que terminar jodiendo).

Pero todo eso ha quedado ahí, y con la excusa de los correos Moonsorrow se ha convertido en una banda con la que me siento especialmente implicado. Y que siempre que escucho me hace crecer veinte centímetros, sacar pecho, apretar los dientes, moverme nervioso y sentirme feliz (y da igual la atmósfera tenebrista, que yo al final siempre le he tenido mucho cariño a las sombras), vivo, vivísimo, y con ese hambre de mundo que termina durando bastante más que la más larga de sus canciones. Que ya es decir.

miriam en madrid


Ha vuelto Miriam y vas a tener que perdonarme por ponerme pastelero. La alegría es mi disculpa.

Ha vuelto Miriam, sin avisar a nadie mas que a mí, taxista oficial de Barajas para las amigas cosmopolitas con destino a Londres, procedentes de Buenos Aires, de donde sea, a donde sea.

Ha vuelto sin avisar para poder darle una sorpresa a todo el mundo. Para que sus padres, que la imaginan a 10.000 kilómetros, se lleven la sorpresa de encontrarla en su puerta (no en el portal: en la puerta de casa), sonriente y tan de repente aquí.

Ha vuelto quejándose de manchas raras en brazos y piernas, con un corte de pelo que se hizo ella misma, con exceso de equipaje porque los libros allí valían 4 o 6 euros, y con mil historias que contar.

Ha vuelto un poco demasiado pronto, y ha tenido que esperar a que yo, su taxista, saliese del trabajo, recogiese el coche y a mi experta privada sobre Latinoamérica y fuésemos a galope a la T1 (al final tengo medio aprendido el camino, aunque de todas formas lo siento, señor taxista, lo siento, señor camionero, aunque sepa dónde voy nunca termino de tenerlo claro, discúlpenme las maniobras tan perras).

Ha vuelto y ya se ha puesto a ser ella misma, a llamar a Telefónica a reclamar por tres euros que se le ha tragado un teléfono, y a ser ella misma más aún para dejar el teléfono tirado, péndulo que dice ¿hola?, para darnos abrazos y besos, para estrujarnos y mirarnos, porque sólo han sido seis meses, pero son siempre demasiados, y porque han sido sólo diez mil kilómetros y un océano, pero medían varios mundos de diferencia.

Ha vuelto para recordar a duras penas por dónde se iba a su casa con la fortuna de acertar, de paso, con un bar en el que premiarnos por la carrera contándonos una fracción de su viaje; familias enteras viviendo en la calle en Río, niños detenidos y atados de veinte en veinte, centenares de personas durmiendo en inmensos portales de edificios públicos, ecos de tiroteos en la fabela de al lado, un país sin clase media lleno de pobres pobrísimos y de ricos riquísimos, de fruterías infinitas llenas de cosas extrañísimas, de ataques de alergia porque le dio por acariciar gatos y luego rascarse el ojo, de hospitales de pobres y hospitales de lujo, del uso de los europeos en las okupaciones y los desalojos, de cómo la decía que hiciese muchas fotos y que era española, y cómo ella iba gritándolo y sintiéndose rarísima, con el pasaporte en una mano y la cámara soltando ráfagas en la otra.

Ha vuelto hablando de música, de países, de gente, de lo insignificante que se siente uno en Iguazú, de Machu Pichu, del Carnaval con C muy mayúscula, de cómo si escucha algo en brasileño se pone a hablarlo automáticamente.

Ha vuelto, y la hemos odiado, por lo que contaba, cuando lo que contaba era para odiarla, y hemos odiado al mundo, por lo que contaba, cuando lo que contaba era sobre el mundo, y la hemos perdonado tantos odios sobornados por unos pastelitos argentinos. Ha vuelto, para que podamos abrazarla e invitarla a cañas, para gritar de alegría cuando nos han puesto unas tapas en el bar, ha vuelto y yo siento como si de pronto todas las puertas y ventanas de mi alma abriesen y cerrasen bien. Ha vuelto para planear mil encuentros sorpresa con quienes no saben que han vuelto, que luego el jet-lag se encargará de sabotear.

Ha vuelto, pero nunca se fue, porque siempre ha estado con nosotros, porque diez mil kilómetros, un océano, varios mundos, ocho husos horarios y dos estaciones en realidad nos importan una mierda a la hora de sentir que alguien, esté donde esté, en realidad siempre está, ha estado y estará con nosotros.

Pero de todas formas y por salvar las formas y hacerle caso, por una vez, a la convención: bienvenida a casa, Miriam. ¡Has vuelto!

Con la tecnología de Blogger.

Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.