Ojeando hoy las últimas noticias de El País, me he encontrado con un análisis fotográfico, de los cuales yo, con eso de ser un paleto total, la verdad es que he visto más bien poco. Pero me causan los mismos efectos que en su día me provocaban los análisis de texto: Salpullidos, mareo y ganas de salir a la calle a tomar el aire.
La foto en cuestión es la foto oficial de Nicolas Sarkozy, flamante nuevo presidente francés (ese cuya versión de irse a un monasterio a meditar sobre su victoria se convierte en un crucero en el yate, por no decir navío, de un empresario coleguita suyo). Esta es la foto, y así hablan los analistas:
El presidente aparece de pie, junto a dos banderas -la francesa y la europea- y delante de una biblioteca de volúmenes encuadernados en piel. "La europea la sugerí yo", dice Warrin. Eso sorprende pero aún sorprende más el tamaño de las banderas. Junto a ellas, Sarkozy aparece empequeñecido. "Lo importante es la relación entre Francia y Europa con el presidente. Y Francia y Europa han de pesar más que él", dice un analista.
La opción "biblioteca" no es nueva. Charles de Gaulle, Georges Pompidou y François Mitterrand eligieron igual fondo. Valéry Giscard d'Estaing, la bandera tricolor, y Jacques Chirac, los jardines del Elíseo (...).
(...) En la foto, el presidente lleva un traje gris antracita y una camisa azul claro a rayas. En la solapa, la rosette, que identifica a los poseedores de la Legión de Honor. Sarkozy, que mira de frente al objetivo, tiene en cambio el cuerpo en posición de tres cuartos respecto a la cámara. La luz es más poderosa a la altura del rostro y tiende a apagarse por encima de la frente y por debajo del vientre de Sarkozy. Ningún lomo de los libros es legible, como tampoco es identificable el único volumen colocado de frente, a la altura del rostro del presidente, en el centro de la imagen, más allá de su mirada y con una decoración dorada en su cubierta. La duda sobre el carácter auténtico de los libros está fuera de lugar: estamos en la biblioteca del Elíseo. Otra cosa es saber cuántos de esos libros serán ojeados por Sarkozy, de momento más interesado por el footing que por las letras.
Yo leía a rachas, con la atención dividida entre la prensa, la navegación errática por internet y esos brevísimos instantes que al final uno termina dedicando a esto del curro. Y en otra pestaña del navegador tenía yo cargada otra foto, la que iba a encabezar lo que pensaba escribir hoy, y al final he desembocado en ella y he estado pensando en Sarkozy, en los analistas, en su autor, Philippe Warrin, y en la foto que yo contemplaba, que era esta,
(desconozco el autor, pero el link va al lugar del que he sacado la foto, por si alguien quiere seguirle el rastro)
Bien, ese de ahí, por si cabe alguna duda, es Roberto Bolaño, que se ha convertido de pronto en mi asesor literario, lo cuál siendo un hombre que a) no he conocido nunca y b) está muerto no deja de tener cierto mérito, aunque sí una explicación muy fácil. No es la primera vez que, leyendo, conoces algo, o que un texto te siembra una cierta curiosidad por algo: Por Cortázar me brotó aquí dentro una curiosidad con el jazz que ha conseguido sobrevivir a los (sinceramente) pocos y caóticos que he hecho por intentar meter el dedo gordo del pie en ese mundo musical tan remoto y tan místico, visto desde aquí. Por Neal Stephenson, la del Linux, que originó aquella serie de derrotas que escribí aquí hace ya tantas palabras. Y con Bolaño, apenas he llegado a la parte de Entre paréntesis que dedican a poner las columnas que escribió para un periódico de Gerona y otro de Chile y en poco más de 24 horas leyendo a ráfagas (en el metro, mientras debería estar durmiendo, con el café de después de la comida y en el baño) he apuntado ya 19 libros que probablemente querría conseguir, por lo que ayer decidí cambiar mi actitud hacia ese libro y en vez de leérmelo del tirón limitarlo a una ración semanal, lo justo para llegar a un título y un autor que me despierte la curiosidad, y parar ahí y darme tiempo para buscar ese libro y leerlo, porque si no me veo con el libro terminado y con lecturas pendientes para cinco años. Y luego me veo olvidándolas o abandonando esta educación parasitaria que tiene muchísimo encanto porque en cierto sentido consiste en seguir un sendero de miguitas de pan que Bolaño fue tendiendo, y contemplar paisajes literarios a los que él se asomó y que le gustaron. Y a mí eso de seguir sendas de migas me parece algo estupendo, más aún desde que descubrí, leyendo y escribiendo sobre cuervos, que definitivamente tengo algo de pajarraco. Así que al salir del trabajo me fui con mi lista de cacería literaria, y en un rato de caza abatí tres presas de cinco tiros; sólo se me escaparon Lichtenberg y Jonathan Swift, porque creo que no busqué los libros donde debería, aunque con 40€ gastados ya en munición me pareció que bien podía dejarlos para más tarde junto con los otros 14 libros que llevo apuntados.
Y otro rodeo: Como Elena siempre me tortura, cuando se está leyendo algo que le gusta, con aquello de "me estoy leyendo un libro superchulo pero no te voy a decir cuál es" (supongo que porque así nunca se queda sin ideas sobre qué regalarme en mi cumpleaños... y por las veces que me ha dicho eso yo podría llegar a los 240 años con regalo preparado año tras año), la llamé para decirle que me había comprado tres libros superchulos pero que como yo no era tan capullo como ella yo, al menos, le diría el nombre de pila de los autores; Enrique, Rodolfo y Antoine. Ella aventuró unos apellidos para Antoine y falló, y yo dediqué el resto de la charla telefónica a meterme con ella y ella a meterse conmigo, en fin, la adorable rutina de siempre, el fingirnos gruñones y estúpidos para ocultar cuánto nos queremos el uno al otro. Luego, más tarde, yo me fui a dormir tan feliz de la vida: por una vez sabía más que ella de algo relacionado con los libros, aunque fuese haciendo trampa y tirando de referencias. Pero no me ha durado mucho mi victoria moral. Hoy me ha llamado por teléfono, y según la he contestado al saludo me ha soltado, a quemarropa y sin preámbulos "¿Enrique Vilas-Mata y Rodolfo Wilcock?", y según yo he asentido me ha regañado porque no es Rodolfo sino Juan Rodolfo, y me ha dicho que anoche no pudo ser porque la pillé por sorpresa, y ante mis sospechas me ha asegurado que lo ha adivinado de cabeza, sin consultar internet, aunque ha apuntado la idea para tratar de adivinar quién es Antoine y así devolverme la chiquillada con un pleno. Como la he dicho, no sabía qué decirle, si lo mucho que la admiro o el asco que me da. Fin del rodeo, volvamos con la foto.
Quería yo contar todo esto, la cacería de ayer, los libros de mi lista de objetivos, pero me he topado con la foto de Sarcozy mientras tenía en mente y pendiente de colgar la de Bolaño, y no he podido dejar de ver lo diferentes que son la una de la otra (y a su vez, que parece que me ha dado por los retratos, con la foto que subirá esta noche al fotoblog, pero eso es tema aparte). Y pensaba escribir sus diferencias, cómo una parece un anuncio publicitario mientras la otra es un retrato, y por otra parte hablan por sí mismas, basta mirar cada foto durante unos segundos para entender los mundos de diferencia que existen entre la una y la otra, qué busca cada una, qué ofrece cada una, cuál vende, o lo intenta, y cuál enseña, y lo consigue. Y además, como los analistas son los analistas, venga, vale, voy a hacer un estudio de la foto como el suyo.
Roberto Bolaño aparece de pie, ligeramente inclinado hacia delante, con la cabeza algo gacha. No como si le hastiase la fotografía, pero sí con el gesto de quien está siendo fotografiado y no se preocupa mucho al respecto. Tras él aparece, desenfocado, un fondo de luces y sombras en el que se adivina un ventanal, una rama, unos escalones: Da igual, añade profundidad pero da igual. Se quiere fotografiar a Bolaño, no enclavarlo en ninguna parte. ¿Iba hacia ahí, volvía de ahí, simplemente pasaba por allí? ¿Qué más da? Imagina lo que quieras, hazte la foto a medida. Y cada cierto tiempo, cambia el paradigma, por qué no.
En la foto aparece con una cazadora de cuero con el cuello subido al descuido y un jersey que se adivina gris, verde o marrón oscuro. Las partes más brillantes de la foto no están sobre su cara, están detrás, tras la ventana, o cristalera, o lo que sea. Sobre él cae una luz más natural, para nada eléctrica, que le resbala también sobre las arrugas y los pliegues de la cazadora. Se le adivinan las manos en los bolsillos. Lleva las gafas caídas y tiene unas cejas anchas, melancólicas. No se ha molestado ni en peinarse ni en afeitarse para la foto. Todo ello, junto con la cazadora (le he visto con americana por ahí, en otra foto) le da a la imagen una textura cotidiana, habitual, para nada forzada; la vuelve sincera. Uno casi espera que de un momento a otro saque del bolsillo un paquete de tabaco y un mechero y se ponga a hablar de Castellanos Moya o de Rey Rosa, que diga algo que resuelva el enigma de esa sonrisa horizontal, invisible pero sin embargo evidente.
A diferencia de la foto del presidente francés, Roberto Bolaño no tiene los libros detrás. Se le adivinan todos en ese brillo de los ojos que las gafas no consiguen disimular. Sarkozy posó ante ellos, Bolaño los devoró.
La foto en cuestión es la foto oficial de Nicolas Sarkozy, flamante nuevo presidente francés (ese cuya versión de irse a un monasterio a meditar sobre su victoria se convierte en un crucero en el yate, por no decir navío, de un empresario coleguita suyo). Esta es la foto, y así hablan los analistas:
El presidente aparece de pie, junto a dos banderas -la francesa y la europea- y delante de una biblioteca de volúmenes encuadernados en piel. "La europea la sugerí yo", dice Warrin. Eso sorprende pero aún sorprende más el tamaño de las banderas. Junto a ellas, Sarkozy aparece empequeñecido. "Lo importante es la relación entre Francia y Europa con el presidente. Y Francia y Europa han de pesar más que él", dice un analista.
La opción "biblioteca" no es nueva. Charles de Gaulle, Georges Pompidou y François Mitterrand eligieron igual fondo. Valéry Giscard d'Estaing, la bandera tricolor, y Jacques Chirac, los jardines del Elíseo (...).
(...) En la foto, el presidente lleva un traje gris antracita y una camisa azul claro a rayas. En la solapa, la rosette, que identifica a los poseedores de la Legión de Honor. Sarkozy, que mira de frente al objetivo, tiene en cambio el cuerpo en posición de tres cuartos respecto a la cámara. La luz es más poderosa a la altura del rostro y tiende a apagarse por encima de la frente y por debajo del vientre de Sarkozy. Ningún lomo de los libros es legible, como tampoco es identificable el único volumen colocado de frente, a la altura del rostro del presidente, en el centro de la imagen, más allá de su mirada y con una decoración dorada en su cubierta. La duda sobre el carácter auténtico de los libros está fuera de lugar: estamos en la biblioteca del Elíseo. Otra cosa es saber cuántos de esos libros serán ojeados por Sarkozy, de momento más interesado por el footing que por las letras.
Yo leía a rachas, con la atención dividida entre la prensa, la navegación errática por internet y esos brevísimos instantes que al final uno termina dedicando a esto del curro. Y en otra pestaña del navegador tenía yo cargada otra foto, la que iba a encabezar lo que pensaba escribir hoy, y al final he desembocado en ella y he estado pensando en Sarkozy, en los analistas, en su autor, Philippe Warrin, y en la foto que yo contemplaba, que era esta,
(desconozco el autor, pero el link va al lugar del que he sacado la foto, por si alguien quiere seguirle el rastro)
Bien, ese de ahí, por si cabe alguna duda, es Roberto Bolaño, que se ha convertido de pronto en mi asesor literario, lo cuál siendo un hombre que a) no he conocido nunca y b) está muerto no deja de tener cierto mérito, aunque sí una explicación muy fácil. No es la primera vez que, leyendo, conoces algo, o que un texto te siembra una cierta curiosidad por algo: Por Cortázar me brotó aquí dentro una curiosidad con el jazz que ha conseguido sobrevivir a los (sinceramente) pocos y caóticos que he hecho por intentar meter el dedo gordo del pie en ese mundo musical tan remoto y tan místico, visto desde aquí. Por Neal Stephenson, la del Linux, que originó aquella serie de derrotas que escribí aquí hace ya tantas palabras. Y con Bolaño, apenas he llegado a la parte de Entre paréntesis que dedican a poner las columnas que escribió para un periódico de Gerona y otro de Chile y en poco más de 24 horas leyendo a ráfagas (en el metro, mientras debería estar durmiendo, con el café de después de la comida y en el baño) he apuntado ya 19 libros que probablemente querría conseguir, por lo que ayer decidí cambiar mi actitud hacia ese libro y en vez de leérmelo del tirón limitarlo a una ración semanal, lo justo para llegar a un título y un autor que me despierte la curiosidad, y parar ahí y darme tiempo para buscar ese libro y leerlo, porque si no me veo con el libro terminado y con lecturas pendientes para cinco años. Y luego me veo olvidándolas o abandonando esta educación parasitaria que tiene muchísimo encanto porque en cierto sentido consiste en seguir un sendero de miguitas de pan que Bolaño fue tendiendo, y contemplar paisajes literarios a los que él se asomó y que le gustaron. Y a mí eso de seguir sendas de migas me parece algo estupendo, más aún desde que descubrí, leyendo y escribiendo sobre cuervos, que definitivamente tengo algo de pajarraco. Así que al salir del trabajo me fui con mi lista de cacería literaria, y en un rato de caza abatí tres presas de cinco tiros; sólo se me escaparon Lichtenberg y Jonathan Swift, porque creo que no busqué los libros donde debería, aunque con 40€ gastados ya en munición me pareció que bien podía dejarlos para más tarde junto con los otros 14 libros que llevo apuntados.
Y otro rodeo: Como Elena siempre me tortura, cuando se está leyendo algo que le gusta, con aquello de "me estoy leyendo un libro superchulo pero no te voy a decir cuál es" (supongo que porque así nunca se queda sin ideas sobre qué regalarme en mi cumpleaños... y por las veces que me ha dicho eso yo podría llegar a los 240 años con regalo preparado año tras año), la llamé para decirle que me había comprado tres libros superchulos pero que como yo no era tan capullo como ella yo, al menos, le diría el nombre de pila de los autores; Enrique, Rodolfo y Antoine. Ella aventuró unos apellidos para Antoine y falló, y yo dediqué el resto de la charla telefónica a meterme con ella y ella a meterse conmigo, en fin, la adorable rutina de siempre, el fingirnos gruñones y estúpidos para ocultar cuánto nos queremos el uno al otro. Luego, más tarde, yo me fui a dormir tan feliz de la vida: por una vez sabía más que ella de algo relacionado con los libros, aunque fuese haciendo trampa y tirando de referencias. Pero no me ha durado mucho mi victoria moral. Hoy me ha llamado por teléfono, y según la he contestado al saludo me ha soltado, a quemarropa y sin preámbulos "¿Enrique Vilas-Mata y Rodolfo Wilcock?", y según yo he asentido me ha regañado porque no es Rodolfo sino Juan Rodolfo, y me ha dicho que anoche no pudo ser porque la pillé por sorpresa, y ante mis sospechas me ha asegurado que lo ha adivinado de cabeza, sin consultar internet, aunque ha apuntado la idea para tratar de adivinar quién es Antoine y así devolverme la chiquillada con un pleno. Como la he dicho, no sabía qué decirle, si lo mucho que la admiro o el asco que me da. Fin del rodeo, volvamos con la foto.
Quería yo contar todo esto, la cacería de ayer, los libros de mi lista de objetivos, pero me he topado con la foto de Sarcozy mientras tenía en mente y pendiente de colgar la de Bolaño, y no he podido dejar de ver lo diferentes que son la una de la otra (y a su vez, que parece que me ha dado por los retratos, con la foto que subirá esta noche al fotoblog, pero eso es tema aparte). Y pensaba escribir sus diferencias, cómo una parece un anuncio publicitario mientras la otra es un retrato, y por otra parte hablan por sí mismas, basta mirar cada foto durante unos segundos para entender los mundos de diferencia que existen entre la una y la otra, qué busca cada una, qué ofrece cada una, cuál vende, o lo intenta, y cuál enseña, y lo consigue. Y además, como los analistas son los analistas, venga, vale, voy a hacer un estudio de la foto como el suyo.
Roberto Bolaño aparece de pie, ligeramente inclinado hacia delante, con la cabeza algo gacha. No como si le hastiase la fotografía, pero sí con el gesto de quien está siendo fotografiado y no se preocupa mucho al respecto. Tras él aparece, desenfocado, un fondo de luces y sombras en el que se adivina un ventanal, una rama, unos escalones: Da igual, añade profundidad pero da igual. Se quiere fotografiar a Bolaño, no enclavarlo en ninguna parte. ¿Iba hacia ahí, volvía de ahí, simplemente pasaba por allí? ¿Qué más da? Imagina lo que quieras, hazte la foto a medida. Y cada cierto tiempo, cambia el paradigma, por qué no.
En la foto aparece con una cazadora de cuero con el cuello subido al descuido y un jersey que se adivina gris, verde o marrón oscuro. Las partes más brillantes de la foto no están sobre su cara, están detrás, tras la ventana, o cristalera, o lo que sea. Sobre él cae una luz más natural, para nada eléctrica, que le resbala también sobre las arrugas y los pliegues de la cazadora. Se le adivinan las manos en los bolsillos. Lleva las gafas caídas y tiene unas cejas anchas, melancólicas. No se ha molestado ni en peinarse ni en afeitarse para la foto. Todo ello, junto con la cazadora (le he visto con americana por ahí, en otra foto) le da a la imagen una textura cotidiana, habitual, para nada forzada; la vuelve sincera. Uno casi espera que de un momento a otro saque del bolsillo un paquete de tabaco y un mechero y se ponga a hablar de Castellanos Moya o de Rey Rosa, que diga algo que resuelva el enigma de esa sonrisa horizontal, invisible pero sin embargo evidente.
A diferencia de la foto del presidente francés, Roberto Bolaño no tiene los libros detrás. Se le adivinan todos en ese brillo de los ojos que las gafas no consiguen disimular. Sarkozy posó ante ellos, Bolaño los devoró.