27.4.07

caracol


No saca los cuernos al sol, pero sale de los semáforos haciendo ruedas y lanzándome guiños desde la lucecita del control de tracción. Caracol es, según me fue revelado anoche, inspiradora privación del sueño mediante, el nombre de mi coche, que con este ya lleva tres pero que por fin recibe uno que, de alguna forma asimétrica y absurda, le encaja. Primero se llamo Carallo, por lo de Corolla, y luego Cacotas, por cierta encuesta entre gentuza a la que alguien debería apalear (son mis amigos pero lo que es es lo que hay).

Pues esta mañana Caracol y yo teníamos una cita, porque tenía que ir a La Florida a perder el tiempo un rato instalando el maravilloso software de nuestra excelsa compañía en el refrescante servidor de cierta compañía constructora, y el ejecutante, el director de orquesta y único miembro de la orquesta (no es que haga falta una tropa para meter un cd en una bandejita e ir ejecutando instaladores mientras haces click en "siguiente" en cada pantallita que aparece) era vuestro seguro servidor. Así que en vez de ir desde Moncloa cogiendo un vil y denigrante transporte público como hago todos los días, y como hoy no se venía ese gran prohombre que tanto hace por el estilo y la decencia y al que siempre me cuesta tanto no insultar (sufro mucho, aunque no lo parezca), pues me he llevado yo el coche.

El problema, claro, es que como yo de pequeño era hijo único y que como mi colegio estaba bastante lejos de casa yo no tenía amiguitos cerca (ahórrate la broma sobre no tener amigos, seamos originales) y me aburría horrores, y para huir del aburrimiento, que desde niño consideré peor que la muerte (al menos cuando uno está muerto no es consciente de ello, pero cuando se aburre sí) yo me entretenía pensando mucho y llevando toda paranoia que cruzase mi mente hasta donde pudiese arrastrarla, creo que ya he dado unos cuantos ejemplos por ahí en los post clasificados como "miradas atrás". Eso muchas veces resultó entretenido, pero ha traído a largo plazo (yo creo que a esta edad la diferencia ya pasa de medio a largo plazo) unas consecuencias que hacen casi imposible que yo coja las riendas de Caracol y no me pierda cada vez que intente llegar a un sitio, porque cada cruce, cada desvío, cada cartél y cada señal suponen un aluvión de meditaciones que normalmente no me da tiempo a considerar a fondo a la hora de tomar una decisión (izquierda o derecha, básicamente) y que cuando de todas formas puedo considerar siempre termino convirtiendo en base de decisiones que al final casi siempre resultan desacertadas.

Total, que me he cogido el coche a las nueve y pico, habiendo quedado allí a las 10, y me he dicho "fácil: Coger la M-30, ir hasta la N-6, seguirla hasta la M-40 y salir por el desvío", y diez minutos después Caracol trepaba alegre y eficiente la, perdón por la rima, Cuesta de San Vicente, que como todo madrileño sabe no tiene absolutamente nada que ver ni con la M-30 ni con nada. Es que me quedó clarísimo dónde se cogía la M-30 dirección este, pero no vi por ninguna parte el desvío dirección oeste así que terminé yéndome a tierra conocida. Pero bueno, desde ahí a Princesa, luego de frente por la Avenida del Arco de la Victoria y alehop, la N-6, que he sabido dejar a tiempo para internarme ¡con éxito! en un laberinto de callejuelas que desembocaba en el sitio al que iba. Yo sorprendidísimo no me lo creía. ¿Habría conseguido librarme ya de mi maldición? ¿Se habría dado un extraño eclipse entre estrellas distantes, algún rayo cósmico habría mutado una brizna de ADN que fuese la responsable de mi volatibilidad geográfica? Por lo visto, no: Nada más salir de allí de vuelta a Madrid he seguido sin creerme mi excepcional orientación recorriendo las calles que debía recorrer en el orden que debía recorrerlas y alucinando por ser tan hábil para encontrar otra vez la N-6, hasta que el hecho de ver frente a mí las montañas de la sierra y tener que mirar el retrovisor para ver la urbe me ha hecho preguntarme si tal vez, sólo tal vez, no estuviese siguiendo la carretera en la dirección contraria a la que debería.

Unos cuantos desvíos, giros, atascos por obras en vías de servicio y rotondas más tarde he corregido ese defectillo con sólo 20 kilómetros más en las ruedas del incansable Caracol, que cuanto más lo pierdo más contento se pone, lo he lanzado hacia el sur taladrando la masa perezosa de coches como si fuese un cuchillo caliente cortando mantequilla, y al llegar a los alrededores de la oficina me he vuelto a perder como [insertar simil o metáfora como el de la cabra en el garage aquí], y he comenzado a dar tumbos por las calles de Madrid. Iba bien, si yo iba bien, he pasado al lado del metro de Islas Filipinas, me he equivocado al no pasar Canal, pero he visto la parada, he girado en la calle siguiente, he tratado de enmendar mi error y plop, perdido, me río yo de los de la serie de la isla, ja, que ni siquiera tienen calles de dirección única ni furgonetas en doble fila. Cada vez que pasaba un cruce intentaba leer el nombre de la calle que estaba cruzando, en un desesperado intento por orientarme y sintiéndome tremendamente estúpido porque al fin y al cabo no conozco los nombres de las calles, así que ese conocimiento me estaba resultado más bien inútil. Y cuando ya estaba pensando en tirar todo recto hasta encontrar algo conocido en dirección oeste, irme a casa, dejar a Caracol dormitando y cogerme el metro, me he encontrado de pronto en Bravo Murillo, que lleva derecha al trabajo. ¡Aleluya!

En fin. Caracol y yo nos llevamos bien. Yo le pego pisotones, y el lo agradece lanzando la aguja de las revoluciones a zonas divertidas que hacen que su motor ruja al compás de Chimaira, de The Killers, de Muse, de Moonsorrow, de Eluveitie. Me gusta mi coche. Me gusta conducir. Y si te soy sincero, me encanta perderme. A veces, después de algún adelantamiento o de alguna jugada especialmente ágil, le planto un beso en el volante. Me gusta Caracol, y sé que a Caracol, que no pudo elegir porque, crueles ellos, lo vendían, le gusto yo, que lo trato bien y lo llevo por sitios raros donde puede jugar al escondite con los destinos y los orígenes.

P.D: La imagen que adorna este post sube la noche del domingo al lunes, así que no tengo muy claro si se podrá ver antes. Paciencia, si no.

P.P.D: ¡La música! La música,


P.P.P.D: Feliz fin de semana, puente o lo que toque, y conduce con cuidadito, ¿vale? Nos leemos el miércoles por la noche.

26.4.07

estar malito



En realidad cuando años atrás, siendo yo un pelín más bobo (todavía) de lo que soy ahora y estando un poco hecho polvo decidí que de todas formas no me iba a matar, la decisión no fue tan absoluta, tan rotunda como un puro, simple y efectivo "no". Nada de eso, con lo que a mí me va simultanear sies y noes, recorrer una y mil veces los mil matices del gris (y si no al fotoblog me remito esta noche; hoy toca blanco y negro medio conceptual) la decisión "no" fue para los métodos eficaces a corto plazo. Pero empecé a beber como un salvaje, lo que produjo algún que otro susto y mucha cara de preocupación en alguna amiga que llegó a decirme una frase que aún recuerdo perfectamente (y esto es rarísimo en mí): "David, creo que tienes un serio problema con el alcóhol". Yo probablemente le dijese que sí y me fuese a pedir otra copa, eso ya no lo recuerdo. Y así pasé un tiempo, lo cuál me dejó el estómago un poco maltratado. Uno es joven (pero joven joven), viene de la adolescencia, donde cada vez que se te jode algo esperas unos meses y ya estás tan pancho, y va descubriendo poco a poco que no, que hay piezas que no se regeneran y que quedan tocadas de por vida. Una de esas piezas es mi buen estómago, fiel amigo de comilonas, al que todo aquel alcohol no sentó muy bien, y con el que me ha costado llegar a un acuerdo, aunque al final está firmado que yo puedo beber lo que bebo y él no se pone a hacer de las suyas.

Pero aunque el pobre lo intenta, hay veces que no puede hacer nada, y tiene una serie de puntos débiles con los que yo me voy tropezando de cuando en cuando con el entusiasmo y la torpeza del bruto distraído que soy, y anoche, en una de esas, debí saltarme alguna cláusula de las del final del acuerdo de paz (esas de la letra diminuta) y coger frío en la tripa o beber demasiada agua fría. Así que para una noche que consigo irme a la cama antes de las dos (técnicamente eran antes de las dos, estoy casi convencido de ello) me despierto a la hora y media y me dedico a pasar la noche entrenando para los 20 metros puertas desde la cama al baño y desde el baño a la cama.

Lo malo del asunto es que estaba extenuado, y correr extenuado es bastante molesto, sobre todo porque yo estaba siendo muy feliz metido en la cama y tener que salir de ella a cada momento era una tortura que el cansancio enfocaba como si de una tragedia griega se tratase, hay a quien un águila le picotea el hígado toda la eternidad, hay quien se la pasa subiendo por una montaña una roca inmensa que siempre se le cae, y ahí estaba yo corriendo de un lado para otro. Pero como soy tonto, o sea optimista, el asunto también tenía su lado bueno, y es que esta mañana era del todo imposible venir a trabajar, así que me he quedado un rato durmiendo y luego, mientras vigilaba mis entrañas y les decía con voz acaramelada que no tuviesen miedo, que no pasaba nada, a ver si las convencía, me he entretenido leyendo, lavando, fregando, cambiando el coche de sitio para tenerlo más cerquita y haciendo esas tareas que hay que hacer y que habitualmente hubiesen hecho esta tarde un poco más corta de lo que en principio le toque ser. Lo genial del asunto es que ha dado tiempo a que se bajasen un par de discos cuya existencia yo anoche ignoraba, y que me han alegrado la mañana, Sol Niger Within Version 3.33 de Fredrik Thordendal, Undoing Ruin de Darkest Hour y Ziltoid the Omniscient mi Dios, Devin Townsend. El tal Fredrik es el guitarrista principal de Messhugah, así que uno ya sabe a qué atenerse; unas guitarras fracturadas y contundentes que siempre te pillan por donde menos te lo esperas, una cosa totalmente desconcertante y refrescante, aunque la voz no termine de convencerme mucho. A los Darkest Hour no los había oído ni nombrar en mi vida, pero cuando ayer noche me enteré de que Devin Townsend tenía un disco nuevo circulando por el bendito éter descubrí también que entre los últimos grupos a los que le ha dado por producir está esa gente, así que como yo confío mucho en Hevy Devy, tanto en lo que refiere al gusto como a sus dotes como músico, productor o lo que le de la gana hacer, pues aquí están sonando ahora mismo. Metalcore, de ese que llaman, y que tanta gente sataniza. Y Ziltoid the Omniscient es, bueno, la última ida de pinza del genio. Hay que tener cuidado cuando se venera a un tipo así porque incluso el nombre al que se le atribuyen los discos influye en ellos; Este no lo ha sacado como The Devin Townsend Band ni como Strapping Young Lad, sino como Devin Townsend a secas (existen las tres variantes, así que el amigo tiene en realidad tres discografías, podría decirse), supongo que porque se lo ha hecho él solito, incluyendo las baterías, que (el mundo es un pañuelo y todo encaja, a veces) no son otras que las del Drumkit from Hell, una idea de Tomas Haake, batería de Messhugah, que consiste en tener toda su batería sampleada para que quien sea, sin ser batería, pueda componerse una batería en condiciones, y que Messhugah ya utilizó en su último disco, Catch-33, que es un caos rítmico de principio a fin, y que el grupo no toca en directo porque aún no han podido aprendérselo. Volviendo a Ziltoid, el disco de Devin Townsend va de un extraterrestre, Ziltoid, que es omnisciente, y que viene a la Tierra a darnos un ultimatum; o alguien le sirve nuestro mejor café en menos de cinco minutos, o se carga el planeta.

Yo le estoy muy agradecido a Devin Townsend por unas cuantas razones, pero tras enterarme de cosas como esa creo que la mayor es esa capacidad para la tontería, para coger una estupidez como esa y montarse una mezcla entre broma detallista y cosa seria en lo formal (la producción es increíble, y la música tan currada como siempre) y terminar dándole forma de disco. Lo hizo hace siglos con Punky Brüster, aquel cachondeo de disco que contaba la historia y metamorfosis de un grupo de black metal que descubrió que lo que vendía era el punk facilón (resultado: un disco punk-antipunk), lo hizo con el videoclip del disco anterior, y lo ha vuelto a hacer ahora.

El puto amo. Alguien que tiene toda la pinta de disfrutar, mayormente, de su locura, y de convertirla en algo genial y que, al menos a mí, puede materle a uno de risa.

25.4.07

jerusalem

Llueve sobre Madrid, y ya lo comentan, de pasada o en profundidad, algunos de esos blogs en los que ya entro como quien abre la puerta, va a la cocina, se abre una cerveza, se calza las pantuflas, se tira en el sofá, coge el mando de la tele, se pone a hacer zapping y pregunta qué hay de cena (si es que en el fondo soy un tipo hogareño, lo que pasa es que lo manifiesto en lugares raros). Quiero decir que ya no es necesario que hable de la lluvia, el tema de la lluvia está cubierto, para bien y para mal, de pasada y en profundidad.

Lo cuál me legitima más que ninguna otra circunstancia para hablar de la lluvia, naturalmente.

Llueve sobre Madrid, y yo cambio mi paseo a casa para comer por una excursión bajo las gotas persistentes, empeñadas en formar charco, en formar espejos para el uso y disfrute de los que en días como hoy terminamos con tortícolis de tanto mirar hacia arriba, para ver las gotas caer y los perfiles serrados y esponjosos de las nubes y hacia abajo, para ver los reflejos brillantes de los eficicios, los árboles y la gente que pasa. Que llueva me hace feliz, tan feliz que pienso que debería mudarme a Irlanda (también y sobre todo después de ver cómo son las irlandesas, buf, buf, gritan mucho, cantan mucho, pero BUF) o algún sitio así, pero no lo hago por lo mismo que no me compro diez toneladas de chocolate aunque me pirre el chocolate, porque lo hace más precioso que sea algo atípico. Llueve y yo retuerzo el iPod para sacarle una banda sonora para la lluvia.

Que dure, la lluvia. Que siga saliendo a la calle y sintiendo por todo el cuerpo la música de Jerusalem de Bruce Dickinson,

And did those feet in ancient times
Walk upon England's mountains green?
Was the holy lamb of god
On England's pleasant pastures seen?

And did the countenance divine
Shine forth on our clouded hill?
Was Jerusalem built here
In England's green and pleasant land?

Let it rain
Let it rain
Wash the scales from my eyes
Let it rain
Let it rain
Let me see again...


Encima me he pasado el día medio en trance. Anoche no pegué ojo, lo que sumado a mis costumbres de descanso ha hecho que me haya pasado el día en modo zombie. Diciendo cosas como mgwaaahaaahrg e intentando comerle el cerebro a la gente (con el asquito que me dan los sesos, figúrate). Pero era curioso porque aunque me costaba un esfuerzo considerable permanecer despierto (tanto que durante la mañana, un tanto soporífera, dudo de haberlo conseguido todo el rato, porque que la cabeza me pegase esos bamboleos no era muy normal) era divertido; Es la misma sensación que puedes tener un sábado a las 10 de la mañana después de toda la noche de juerga. Y se le ocurren a uno ideas la mar de curiosas, reflexiones que, supongo, podría tener en cualquier otro momento, pero que vienen como con más facilidad, o parece que vienen con más facilidad, lo que en cierta manera y según my punto de vista subjetivo viene a ser lo mismo. Como por ejemplo que no entiendo cómo la gente ve mal el sexo de pago y luego se gasta la pasta que cuestan los condones. Vale que no le pagas a la otra persona, vale que es más barato, de todas formas, pero en cierto sentido es como si Durex o Control o quien sea estuviesen prostituyendo a la persona que te tiras.

Curioso asunto el de los condones. Siempre que pienso en ellos, me da un ataque de cariño hacia mí mismo (no, no quiero decir que me masturbe con ellos). Primero, porque cada vez que los compro proclamo al mundo mi optimismo; los compro sin perspectivas de usarlos, pero a mí me da igual. Soy el tipo de persona que incluiría un montón de condones entre las cosas que se llevaría a una isla desierta, por muy desierta que estuviese, sólo por si las moscas, porque imagínate que el folleto turístico de la isla exagerase y hubiese alguna muchacha maja, o que alguna naufragase también. Y segundo, porque me sigo poniendo colorado cuando me planto en una farmacia a por ellos, lo cuál me supone una patada considerable en mi yo interno que me arranca del presente y me planta en la adolescencia.

Empiezo hablando de lluvia y termino hablando de condones. Está visto que la marea residual del fin de semana, la impregnación subliminal, sigue haciendo de las suyas. Al menos ahora ya no veo gente desnuda convirtiéndose en tuneladores y martillos neumáticos y bocas de metro y masas de carne hinchada quirúrgicamente, ahora por lo menos sólo pienso en trocitos de látex. De aquí a nada seré capaz de reducirlo a los niveles habituales y pensaré sólo en escotes y en brazos y en muñecas y en ojos y en cuellos y en el pelo y en los dedos y las manos y los escotes otra vez, en fin, el nivel habitual.

En fin. Me voy a ir a dormir, que mañana no puede ser como hoy, por la cuenta que me trae. Dulces sueños, y que la lluvia te los llene de música.

Bring me my bow of burning gold
Bring me my arrows of desire
I shall not sleep till the clouds unfold
Bring me my chariot of fire

Let it rain
Let it rain
Tears of blood fall out of the sky
Let it rain
Let it rain
Wash me clean again...


(Como esa canción no la encuentro, pongo otra que está en mi BSO para día de lluvia)

24.4.07

el día de la corbata


Es el problema de ser un pusilánime, de ser una veleta borracha en una noche de tormenta, una brújula en la vitrina de un coleccionista de electroimanes industriales, una cometa errática en la misma noche de tormenta de la veleta antes citada. Voy para un lado, con toda mi determinación y mi paso firme y decidido, y si de pronto me descubro yendo en la dirección opuesta (o mejor, perpendicular) pienso ¡oh, qué guay!

Total, que hoy (para mi vida en cifras, aquí van estas) ha sido el segundo día en mi vida en que me he puesto corbata, después del de la comunión. Y tenía yo preparadas mil respuestas hirientes y hostiles a cualquier comentario pretendidamente gracioso de este jefe mío al que sigo haciendo enormes esfuerzos por no poner a parir, pero yo no puedo hacer nada si ir a comprar las corbatas resulta ser algo básicamente divertido que implica un buen paseo, un par de pintas de Guinness y el inicio de la planificación del viaje a Ortigueira, si luego resulta que me gusta mi corbata, si me la pongo y los dos sentimientos que me llegan a partes iguales son la risa y la inmodesta opinión de que no me queda mal.

Lo que no ha impedido, claro, que haya sido el acontecimiento del día hoy aquí en la oficina. Ah, tendrías que haberme visto. Todo de negro, con la corbata roja, una noche sangrienta, una bandera anarquista, ¡ese era yo!

Pero mira que soy voluble. Hay que joderse.

En fin, desarrollaría el tema pero se me hace tarde y me esperan unas cañas con dos beldades. Y la tarde está pidiendo a gritos que alguien la haga unos arrumacos y se pasee por ella y deje caer en su honor quince gotas de cerveza.

Oh, y he tenido una idea para un libro. Bueno, la idea la tuve hace un par de semanas, y era una estupidez. Pero hoy, en la reunión-coñazo número 2 del día, de pronto se me ha ocurrido cómo hacerla sonar un poco menos estúpida. Entre eso y que las fotos que suben hoy y mañana al fotoblog personalmente me pierden, se puede sentenciar ya el día. Y la sentencia es: Estupendo.

23.4.07

porno


No voy a ser un hipócrita, y tampoco voy a vender ficciones de niño bueno; Yo, como tanta otra gente, soy uno de los que utilizan el recurso más común y más esencial de internet, la pornografía. Pero por lo visto dentro de la misma, como por otra parte era de esperar, existen ramas y ramas, estilos y estilos, formas y formas.

Parece ser que a día de hoy no puede concebirse una despedida de soltero como otra cosa que no sea una continua referencia al sexo, aunque no tengo muy claro si eso tiene algo que ver con que al fin y al cabo se está celebrando, en cierta manera, el fin de la época en la que por lo visto somos todos unos depravados y unos eyaculadores compulsivos (la soltería), para pasar a esa otra etapa de la vida en la que por lo visto son todos gente de bien, moderada, comedida, responsable y con tendencias de voto centroderechistas (el matrimonio), o si simplemente ocurre porque estás juntando a catorce tíos en una casa.

Nadie se puso a adornar las paredes con las imágenes de una revista porno; nadie convirtió nuestra casa en una especie de galería expositoria del contorsionismo sexual. En lugar de ello, la televisión se ha pasado unas 20 horas al día emitiendo pornografía. Nos íbamos a dormir y la dejábamos puesta. Nos despertábamos escuchando gemidos y jadeos amplificados y conducidos por pasillos, escaleras y rellanos. Y tan felices de la vida, porque la alternativa, que solía ser el chunda chunda, era bastante más incompatible con el sueño. Aunque yo me despertaba preguntándome qué clase de cosas recordaría haber soñado, con tal banda sonora, si pudiese haber recordado mis sueños.

De cualquier manera, como decía, hay estilos y estilos, y mi estilo, como buen adicto a la fotografía, busca sus pijotadas propias. Que para algo soy un elitista y un snob, digo yo. Cuando yo me pongo a buscar pornografía estoy buscando, básicamente, buenas fotos. En serio. Y cuando no las encuentro a veces tengo la necesidad de crearlas yo. Asumo que después de un fin de semana como este tiene que resultar extrañísimo. Entiendo, también, que la escasa representación de las fotos así en el vasto universo de la fotografía responde a algo más que a la escasez de buenos fotógrafos. Yo voy buscando una mujer guapa, un fondo interesante, un equilibrio de colores, una buena composición, algo original, algo diferente, algo que haga recordar esa foto. Tengo interés cero en las fotos cuyo único objeto de existir es coger a una tía con las tetas cuanto más grandes mejor y ponerla de forma que revele lo máximo posible de su entrepierna, o cómo finge cara de gusto mientras se introduce objetos variopintos por algún orificio. Y me pasa como con todo, con la música o con el cine (aunque con el cine no tanto; puedo ver casi cualquier cosa), que termino aborreciendo lo que por lo visto es más democráticamente apreciado, al menos en mi entorno. Sinceramente, los nombres de Nacho Vidal o Poli Díaz no me llaman a la hora de ver una película. Pero como soy un optimista de mierda, uno termina encontrándole su lado bueno a tanta pornografía, y como soy un niño malcriado uno termina convirtiéndolo todo en un juego, y cuanto más estúpidas sean las reglas mejor.

Por esto último al final podía terminar siendo yo el que dejaba puesta la pornografía en modo repeat cuando me iba el último a dormir, y por lo primero terminamos algún amigo y yo elaborando curiosas teorías que relacionaban la sobredosis de carne a la que nos hemos visto expuestos por vía ocular con la densidad de mujeres guapas que encontrábamos a nuestro paso por Salamanca.

Por lo general, estas teorías sostenían que uno salía tan acostumbrado a la carne desnuda que la imaginaba por cualquier parte, y que cuando uno veía una chavala se la imaginaba convertida en actriz porno.

Pero yo me entretenía pensando que lo que pasaba, simplemente, es que después de tanta parafernalia, tanto montaje, tanta falacia de fricción, percusión y embuchamiento, cualquier mujer normal me parecía un ángel.

20.4.07

la tecnología


Bueno, digo yo que como me voy el finde fuera y estoy solo y aburrido en la oficina no es cosa de seguir trabajando (ja ja ja) y que puedo escribir otro rato por aquí, y así comento lo que me está llamando muchísimo la atención.

Nos vamos de despedida de soltero a una casa rural de Salamanca, o de un pueblecito periférico a, y hay coches que ya van con su sistema GPS y otros, como el nuestro, que vamos con una cantidad de planos, vistas de satélite y demás que para sí hubiesen querido los gobiernos del mundo hace un par de décadas. Con estos recursos, los países se invadían los unos a los otros, se planificaban guerras. Y hoy esta tecnología está al alcance de cuatro o cinco clicks de ratón, y sirve para esto, y para que yo me imprima un mapa de mi barrio para ver si dejo de perderme por las callejuelas, o uno del pueblo simplemente por echarme unas risas.

Guiados por satélites, perfectamente coordinados los unos con los otros mediante teléfonos móviles, bien aprovisionados (básicamente de alcohol, y luego también algo de comida, por lo visto, para los débiles de espíritu), somos una fuerza de élite destinada a intentar emborracharse en plan colegueo testosteronil. No sé, no dejo yo de pensar que me falta algo del entusiasmo de estas cosas, no termino de verle la gracia a una fiesta a la que sólo vamos tíos, hombres, amigos, y ninguna amiga.

Supongo que todo viene de otros tiempos, donde los hombres y las mujeres, supongo, tendrían más distinciones, donde no fuesen habitual entre hombres y mujeres otras relaciones que no fuese o el saludo cordial y hasta luego Lucas o directamente la fiesta de la carne. Si yo me casase (ja ja ja) e hiciese una despedida de soltero, no podría hacerla sólo con mis amigos; ¿cómo podría yo tener una fiesta sin Vero, sin Miriam, sin Rebe, sin Elena? Me pasaría lo que me pasará hoy y mañana, que estaré toda la noche como si me faltase algo, como si las habitaciones tuviesen una quinta esquina que no consigo ver, como si hubiese otro cuarto de baño del que alguien tardase demasiado en salir. Sé que esta gente se lo toma con tantísimo entusiasmo también porque muchos de ellos ya viven sus duras y monótonas vidas en pareja del tipo relación-excluyente que hace que no sean muy habituales para ellos los fines de semana de desparrame, esos fines de semana a los que yo estoy peligrosamente habituado que hacen que uno invierta el esquema y, en realidad, use la semana para descansar del cansancio que se acumula al final de cada una.

Y no deja de ser curioso todo ese descuadre entre tirar de la panoplia tecnológica para seguir unos fines tan clásicos, y sospecho que, al menos para mí, tan obsoletos.

Está bien que le vea contradicciones al asunto. Me dará algo en lo que pensar. Me gusta tener siempre una contradicción a mano. Entre eso, la cámara y la inercia (que me asegura un buen ritmo de ingesta, y un plazo de tiempo razonable hasta caer redondo) supongo que puede sacarse algo positivo de este fin de semana. Así que me despido, y allá vamos. Pásalo bien, y ya te contaré.

la ausencia

Ayer por la mañana, antes de salir de casa, dejé un dvd grabándose con unas cuantas pelis que me he bajado por la cara de internet, circunstancia esta que probablemente atraiga las iras de, no sé, los bandoleros de la SGAE, incluso considerando que tales películas no las he encontrado por ninguna parte, y cuando llegué de vuelta a la hora de la comida el ordenador estaba apagado. "Qué raro", me dije yo, "juraría haberlo dejado encendido grabando un DVD, dum di dum di dum di dum", porque a veces tengo mis momentos de lucidez y porque a veces voy por ahí canturreando cosas estúpidas, y pensé que igual antes de irme le había dado al botoncillo de apagar, porque a veces tengo mis momentos de írseme la pinza. Así que nada, le di al on, y me fui al baño o a la cocina o a alguna otra parte. Cuando regresé a la habitación, el interruptor parpadeaba como los intermitentes de esos coches que siempre ponen tan nervioso por ir a toda leche, y aquella era toda su actividad distinguible. Mala señal que a mí, avezado personaje de las tragedias de los ordenadores, no me preocupó mucho. Lo sometí al proceso estandar de resolución de errores de la materia (apagar, encender) y pasó lo mismo. Así que me lo traje al trabajo, donde tras un rato de destornillador y otro rato de chateo el informático local y un técnico de HP me dijeron que era un problema de algo relacionado con la entrada de corriente y que fuese corriendo a la tienda con el ordenador bajo un brazo y la garantía en la otra.

Lo que significa que no tengo ordenador en casa (lo cuál no es excesivamente dramático en un trabajo en el que tienes otro portátil para lo que te de la gana), y que hay una cantidad de entre 4 y 6 GB de fotos de las que faltaban bastantes por pasar a DVD. Pero por lo visto no hay mucho peligro de que el disco duro haya sufrido daños (estoy viendo demasiado cine bélico últimamente, lo sé), así que una compi de oficina se ha llevado mi maquinita para ver si entre ella y su friquihermano consiguen rescatar mi directorio de fotos antes de ir con el ordenador a la tienda, así como precaución extra.

Al final lo más curioso del asunto es que precisamente esa mañana le contaba yo esta compi de curro que la gracia del fotoblog era subir una foto al día pa lo bueno y pa lo malo que cantaban los Platero, y que por eso aunque anteayer hiciese ochenta fotos sólo tenía por ahora una subida, y que por eso aunque me vaya este finde de despedida de soltero o el que viene de puente o en agosto a Dubrovnik esos días seguirán subiendo fotos puntualmente, si no pasa nada terrible relacionado con servidores ardiendo, coches atropellándome y demás imprevistos. Y justo ese día voy y me encuentro sin fotos por subir y con el fin de semana ocupado.

Una foto al día, pa lo bueno y pa lo malo: Pues nada, habiendo ordenador, habiendo cámara y habiendo Photoshop instalado, había que tirar p'alante.

Ayer hice unas ocho o diez fotos, por entretener las manos, mientras esa misma compañera (la tengo explotada a la pobre) me servía de chofer a la hora de comer; así que había que tirar de ahí. Y entre postprocesarlas un poco, subirlas y el curso de Photoshop terminé a las mil anoche, habiendo dejado 4 fotos que yo considero malas para que se subiesen anoche, esta noche, la noche del sábado y la del domingo. Son malas, pero en cierto sentido yo creo que son curiosas; Son las fotos que hago cuando no tengo delante un blanco claro, algo así que me den ansias de fotografiar. Son la respiración de la cámara y de mis manos. Son una pequeña muestra (pero supongo que un ejemplo representativo) de lo que voy mirando por la calle. No sé, visto así yo creo que el asunto tiene su interés. Porque a veces, ya lo sabes, soy un optimista.

En fin. Por lo demás el mundo sigue estando loco; los cachorros de osos polares reciben amenazas de muerte, el Partido Popular emprende con entusiasmo la campaña electoral, mirar fotoblogs a estas horas puede matarle a uno de hambre, y sigo sin haber visto el mar en invierno, leñe.

18.4.07

la risa

Antes de nada, os presento a Bill y a John, dos pilotos franceses que viven en el complejo y elitista mundo de la aviación militar con sus alegres costumbres como canturrear canciones ridículas o beber cervezas a bordo de sus F-15C; Bill & John Episode 1: Danger in the Sky.

Estaba yo esta mañana disfrutando de la calma chicha de la oficina, hoy, día sin jefes (día sin ley ni agobio, uno de esos días en los que uno puede levantarse un poco más tarde, hacer algo más el perro y entretenerse sin cargo de conciencia viendo los dos vídeos que van en esta entrada) y empezando a pensar qué contar hoy me he acordado de la película que he estado viendo estos días a trozos a la hora de comer; El final de la cuenta atrás, una película de 1980 que a mí de ñapi me encantaba, básicamente porque salía un portaaviones y porque salían un montón de F-14 Tomcat. La película, con un argumento algo cogido por los pelos, consiste en que el portaaviones en cuestión, el USS Nimitz, va por las aguas de Hawaii cuando es tragado por una tormenta ululante y rarita que sale de la nada para pasmo del meteorólogo de a bordo y que tras someter a todo cristo a lo que se parece, por lo visto, a mis resacas de los domingos, lo deposita en el mismo sitio peeero cuarenta años atrás, justo la víspera del ataque japonés a Pearl Harbor. Pasan unos minutillos de desconcierto entre los militares, como es natural, durante los cuales el capitán manda despegar un par de aviones de reconocimiento y un par de cazas, para que se den unas vueltas por ahí a ver qué se encuentran, y primero ven un yate cuyos ocupantes, claro, flipan en colores al ver a dos aviones a reacción pasarles por encima a toda leche, y por fin, gracias al avistamiento de dos Zeros japoneses nuevecitos y sobre todo a las fotos de los aviones de reconocimiento (que un avispado jefecillo que casualmente era un experto en el tema reconoce como el estado justo en el que estaba todo aquello cuando los japoneses llegaron con sus seis u ocho portaaviones y sus trescientos y pico aviones para jugar a lo bestia a hundir la flota) la gente dice "anda coño, ¡es que estamos en 1941! Mientras tanto los Zeros, como no tienen problemas filosóficos ni relativistas porque ni se han fijado en los F-14 que, hábiles ellos, les vigilan desde muy alto y por detrás, ven el barco americano y lo ametrallan en varias pasadas, en parte por maldad, en parte por matar el aburrimiento y en parte porque no vaya a ser que a alguien de a bordo le vaya a dar por usar una radio y hablar de aviones japos por allí y les reviente la fiesta sorpresa. Cunde la indignación entre los patrióticos pilotos de los cazas, pero hasta que el yate no es hecho trocitos y los Zeros se han pasado un rato divirtiéndose ametrallando a los supervivientes que nadan en el agua no decide dar permiso a los F-14 para que hagan algo, justo a tiempo para que sólo se salven los tres personajes del barco que importaban para lo que queda de trama, un tipo gordo y gritón que dice ser senador y que aspiraba a presidente, su guapa secretaria, única mujer de toda la peli (y ni siquiera sale desnuda, oooh. Bueno, sale con un trapito tapándole los pechos, una vez, pero eso no cuenta) y el perro de esta. Los demás, a flotar panza arriba. De todas formas el capitán no les ha dicho a sus pilotos que ya pueden hacer confetti con los japos, no; les ha dicho que jueguen con ellos, lo que sirve de excusa para la parte más memorable de la película, esa en la que los dos F-14 vacilan y dejan en ridículo a los pobres Zeros demostrando lo que hacen 40 años en la carrera armamentística y lo genial que es ser americano. Finalmente uno de los japos, harto de tanta tontería, tanta pasada, tanto picado y tanta espiral, comete el imperdonable pecado de disparar sus ametralladoras, y entre eso y que los del barco ya ven por dónde anda la flota japonesa, el capitán les dice a sus pilotos que a hacer puñetas con los japos y como en el tiempo que tarda un Sidewinder en viajar desde el ala de un Tomcat hasta la cola de un Zero el asunto queda ventilado, y los americanos acometen la noble tarea de zamparse ellos solitos a toda la flota japonesa, lo cuál hubiese resultado sin duda en una película estupenda que al final no sucede probablemente porque a esas alturas el prespupuesto de la peli se estaba yendo en queroseno, y cuando todos los cazas andan despegando erizados de misiles y dispuestos a demostrar lo fácil que es sacudirle a quien comparado contigo no tiene medios resulta que aparece la tormenta rarita y ululante otra vez, planteando al capitán el difícil dilema de si intentar cruzarla para ver si les lleva a casa o seguir adelante y salvar la vida de la gente que palmó en aquel bombardeo japonés (matando de paso a los malignos japos) y ya puestos ganar la Segunda Guerra Mundial en dos ratos. Pero no hay nada que hacer porque por muchos volantazos que de el barco, la tormenta, como si acabasen de fregar las cubiertas, viene decidida a por ellos, así que tras repetir el proceso de la resaca pasan por ella y vuelven al presente, habiendo perdido en el trámite un helicóptero con casi toda la tripulación en el que pretendían devolver a tierra al tío gordo (que palma) y a la única mujer de la peli (que no palma), habiendo dejado atrás a un piloto que por lo visto se lía con la mujer esa, y con unos cuantos muertos en las bodegas, producto de la eficiencia con la que los marines de a bordo consiguieron proporcionar un M-16 al piloto japonés que sobrevivió a los vaciles de los americanos. Luego se descubre que un tipo misterioso que había al principio de la peli es el piloto que dejaron atrás, que se lio con la tía, esta recupera el perro, y salen las letras.

Joder, está quedando esto largo. ¡Luego otros días no escribo y hay quien se queja!

El caso es que estaba pensando en hablar de la peli cuando he entrado en el blog de Fresquito, que hacía tiempo que no visitaba, y he visto una peli que tiene hecha ahí con no sé qué juego. Una cosa me ha llevado a la otra, una página de la Wikipedia a la siguiente, y he terminado redescubriendo www.machinima.org, página dedicada a las películas hechas a base de grabar trozos de partidas de videojuegos y demás, para descubrir hoy que tienen una competición parecida a los Oscar, y que los pilotos arriba mencionados cuyos videos puedes ver ahí arriba y aquí abajo han ganado, con el episodio con el que termino, los premios del 2006 de Mejor Película, Mejor Cinematografía, Mejor Edición y Mejor Machinima Independiente, además de ser nominados para otras cinco categorías. Y viendo las películas en cuestión uno se siente liberado de la frustración que daba por ejemplo la película esta de El final de la cuenta atrás; Porque quien graba estas cosas se ha criado viendo esas películas, porque su presupuesto no se le iba en queroseno y porque tienen bastante más sentido del humor. El caso es que pese a no ser la cosa más graciosa del mundo estaba yo viendo el segundo episodio (paciencia, paciencia, ahora lo pongo) y me ha dado tal ataque de risa cuando Bill intenta hacer despegar su A-10 que los pocos habitantes de la oficina me han mirado como a un loco. Primero me ha hecho sonreír, luego reírme, y luego soltar tal cantidad de carcajadas que me he reído como hacía siglos que no me reía, una risa catárquica, primordial, inmensa y muy escandalosa, el tipo de risa que te deja sin aire y pensando en verbos como anegar para referirte a ojos y lágrimas, y cuanto más me reía más me apetecía reírme, más feliz era de reírme, y en fin, como no podía parar he decidido ir dando tumbos al baño, a reírme un rato a gusto y solo, y en el pasillo me he cruzado con la vecina, que me ha pillado en un momento de recarga (respiraba) con las lágrimas cayéndoseme, y la buena mujer me ha dicho que sí que iba dormido, atribuyéndole mis lágrimas a un bostezo XXL. Así que la he estado contando que no, que era por un vídeo que acababa de ver que me había hecho tanta gracia que tenía que ir al baño a reírme, y han vuelto las carcajadas según nos despedíamos y yo me he ido por fin al baño y he soltado las riendas hasta saciarme y quedar exhausto.

El caso es que la mujer en cuestión debe tener clarísimo a estas alturas que en esta oficina no estamos muy bien de la cabeza.

Y el video era este, Bill & John Episode 2: Danger Attacks at Dawn.



...y su página web, http://billetjohn.free.fr.

17.4.07

la corbata y el objetivo chino


Y la pregunta de hoy es ¿conseguirá por fin cierto personaje al que no voy a insultar porque hay gente de la oficina leyéndonos que yo me ponga corbata, al menos cuando tenemos que ir "a cliente"? (qué fashion, cómo se le llena la boca y cómo se da aires omitiendo unas cuantas palabras)

Y la respuesta, me temo, es que sí.

Vaya día, a pesar de la tormenta, de los truenos retumbando al lado mismo de la oficina (va a ser Javeh mosqueado por el post de anoche). A las diez de la mañana mi orden de prioridades cambió totalmente y dejé de preocuparme solo por no quedarme dormido para adecuar mi postura en la mesa de reuniones para que no se notase que, como tantos otros días, un pequeño despiste matutino había hecho que se me olvidase cerrar la cremallera de los pantalones. Ventajas de llevar la camisa por fuera (y sin corbata; soy un deshecho social, definitivamente), uno puede hacer eso de forma casi habitual sin que nadie se de ni cuenta. Pero cuando uno está así espanzurrado en una silla al lado de la jefa del departamento de cosas de máquinas con lucecitas de la empresa-cliente, pues igual no queda muy bien y hasta podría parecer que uno intenta ser demasiado simpático con ella. Así que me retorcí en el asiento para que los faldones de mi camisa me cubriesen y pensé "bueno, en cuanto paremos voy al baño, y la subo". Pero dado lo dicharachera que es la gente (a eludir insultos otra vez) el ansiado descanso no ha llegado hasta las tres horas y media de reunión, cuando mi cabeza latía con la presión del centro del sol. Y todo para aguantar divagaciones y circunloquios, debates interesantísimos sobre el devengo y el devenir y los flujos económicos (qué vergüenza de palabra y que asco da esa última palabra por culpa de cierto economista que yo me sé) y los brindis al sol y las meadas al viento.

Me entran ganas de matar cuando escucho chirriar cierto bolígrafo, y cierta persona siempre sostiene ese bolígrafo. Por lo visto le encanta hacerlo chirriar, cosa que he descubierto que aborrece gran cantidad de gente, viendo cómo las miradas se desperezaban súbitamente para clavarse con terror en el dichoso boli cuando de pronto hacía ñic ñic ñic otra maldita vez. Uno se pone a pensar en robos, en lanzamientos al río, en engrasarlo con 3 en 1 o con sangre fresca de yugular.

Lo mejor es que en ese trance absurdo que sólo soportaba pensando que hoy me han pagado por aburrirme he recordado lo que soñé anoche, y era un sueño entretenido en el que pensar, que ahora ya me cuesta cierto esfuerzo recordar, como si se hubiese pegado a alguna parte, como si recuperarlo implicase mucho raspar y mucho cuidado para que no se rompa por los bordes, igualito que las pegatinas con los precios de la Fnac o de la Casa del Libro. No recuerdo cuál de las dos, pero hay unas que odio, y otras que siempre quito bien. A ver, voy a probar con un experimento así de urgencia, no nos vayamos a quedar con la duda...

Vale, ya: Experimento no concluyente, he quitado una pegatina de la Fnac y ha salido bien, pero la cubierta del libro, pese a ser rústica, es de estas medio plastificadas y parece facilitar el despegatinado. Seguiré probando. ¿Por dónde iba?

Ah, sí: Mi sueño de anoche. Soñé que me ponía corbata... no, no, ni de coña. Soñé algo también rarísimo pero de otro género. Soñé que estaba con la gente del pueblo, con mis amigos y con esa gente que aprecio y que no son tan cercanos pero da igual, y también con ese montón de gente que así de pronto está empezando a caerme como el culo por razones que no voy a contar aquí y no tan obvias como casi cualquier par de ojos lectores podrían pensar (no te confíes nunca. A críptico no me ga... bueno, me gana mucha gente, pero yo también tengo mi talento criptográfico). Estábamos una noche de fiesta y yo me tenía que ir pronto porque al día siguiente, incoherencias del sueño y del cansancio a granel, tenía que ir a un examen de matemáticas (lo peor es que medio me apetecía) e ir al pueblo. Pero no podía llegar al examen porque mis padres entraban en casa y se ponían a darme conversación, aunque al final me sonaba el teléfono (móvil), lo cogía y era Elena que me decía que ya que iba para allá había un chino recorriendo la carretera de Cardiel a Bayuela que yo tenía que cargarme con el caza Tornado que iba a usar para mi viaje. Yo, nada sorprendido por haber cambiado mi Toyota por un caza a reacción, le preguntaba si esta vez que era una cosa así como muy retirada del mundanal ruido podría utilizar bombas de esas que sirven para arrasar pistas de despegue y autopistas, y ella me decia que a discrección. Y andaba yo tan contento cuando sonaba el teléfono (fijo) y ella me decía "¿lo ves?, son los chinos, ya te han localizado, son increíbles".

Y luego he dejado de soñar.

Dice cierto jefe mío que llevar corbata es una cuestión de compañerismo; el resto de mis alegres camaradas oficinistas se las ponen cuando van a ver a sus alegres clientes. No sé yo, hay uno que se la pone, sospecho, hasta para ducharse (además no me parece muy coherente esa lógica que al fin y al cabo es la que usan los lemmings y los fans de la ablación genital femenina. ¡Si todo el mundo lo hace, compañero, adelante tú también! En fin). Él mismo, me ha contado, se la pone a pesar de lo que sufren sus maltrechas cervicales. Yo no sé qué influencia puede tener una corbata en unas cervicales, pero tal devoción por la corbata, tal implicación con esos valores que asumen que un trabajador es un paria social y un indigente si no lleva corbata aún a costa de la propia salud día sí día también haya quedado con clientes o no me parece tan particularmente admirable que cuando luego un compañero o compañera (es para no dar pistas: Ya te he dicho que nos leen) me ha preguntado que qué me ha dicho cuando me ha ido a adoctrinar al despacho yo sólo he podido responder "me ha estado explicando lo estúpido que es", para risa de mi compañero y frustración mía que, de verdad, y reconozco que por puro miedo, no quería insultar a nadie en este mensaje.

Palabra de niño bueno.

palabra de dios


...¡te alabamos, oh Señor!

Aleluya hermanos, por fin cumplo con mi palabra y escribo mi tema sobre religión.

De todos los creyentes es sabido que Dios hizo el mundo sin manual de instrucciones y que durante un tiempo fue escogiendo profetas o elegidos o se dedicaba simplemente a aparecerse y repartir instrucciones en el momento o a enmendar entuertos mediante genocidios más o menos selectivos, pero después de un tiempo, con eso de que el ser humano fue proliferando, a pesar de las contramedidas adoptadas de cuando en cuando (un diluvio por aquí, una lluvia de fuego por allá) tuvo que recurrir a los funcionarios, y dictar los diez mandamientos, primero, y luego dejar una crónica escrita, la Biblia, que aún hoy los curas en misa terminan de citar con las palabras que dan nombre a estas líneas.

Y de todos es sabido que hay creyentes, a día de hoy, que consideran la Biblia no ya como la verdad absoluta, sino, junto con las homilías que les adoctrinan en cuestiones varias como el odio a los homosexuales o la necesidad de votar a tal o cual partido, la única verdad. Por lo tanto yo siempre he sentido una cierta curiosidad por la Biblia, que no he matado a base de batir páginas porque no tengo ninguna a mano y porque soy un vago redomado, y habiendo leído algo de las increíbles enumeraciones genealógicas de gentes varias no es que llame precisamente a alguien con un déficit de atención tan considerable como el mío (que ya sólo Martin Amis tiene la certeza de atraparme, y eso porque habla de tetas y culos cada tantas páginas, más que nada). Pero como en este mundo hay tanto buen samaritano, unos tales Guillermo López y Andrés Boix se han dedicado, en La Página Definitiva (sic) a contar los hechos que cuenta ese libro esencial de forma literal para tanta gente, en un lenguaje ameno y acotado por las conclusiones que se les iban ocurriendo y que, sospecho, no son precisamente diferentes de las que yo saco a la luz de los hechos que cuentan.

Sus resúmenes se mueven a caballo entre la narración de los hechos tal cuál vienen en El Libro y el comentario de texto; Con espíritu moderno y dinámico pasan por encima de esas largas listas de nombres, señalan esos parentescos que pasan del primer lazo sanguíneo al segundo de un capítulo a otro y se despiden de esos pueblos que se van formando y cuya importancia queda señalada para no aparecer ni una sola vez en el resto de la trama. Hay que disculparles, al fin y al cabo hoy día, con tanto cine, tanto libro y tanto telefilme nos hemos convertido en unos sibaritas del hilo argumental, en unos tocapelotas de la coherencia. Pero haciéndoLe justicia, ¿no es mucho pedir para el Creador que además de habérselo currado tanto con el mundo en sí (al César lo que es del César, el Tío era un crack en física, biología, química, geología, astronomía, botánica, zoología y demás) luego sea encima un Charlie Kaufman?

Pero ateniéndonos a los hechos es imposible no sorprenderse con ellos de cómo han cambiado los tiempos desde el pre-cristianismo; Yo me he quedado sorprendidísimo con esa querencia de Dios por la endogamia compulsiva (ahí estaban los hijos de Adán y Eva sin más que una mujer en el mundo que llevarse al catre, y ahí estaba Noe con su familia en el arca), y por esa simpatía con la que contemplaba a sus elegidos cuando estos hacían cosas como estafar a la familia, robar, conquistar y expoliar todo lo posible y, costumbre recurrente, fingir que la propia mujer es simplemente una hermana para que pueda meterse en el catre del faraón de turno.

En fin, no puedo hacer justicia, con mi despreciable prosa atea, al Libro de Libros, así que me limito a copiar y pegar de la obra de este gentil par de divulgadores uno de mis pasajes favoritos, el capítulo XXXV, que narra el principio de las aventuras de José, hijo de Jacob, pájaro de cuidado, padre de los judíos y descendiente del alegre Abraham:



Comenzamos aquí el relato de la exitosa vida de otro de los Elegidos por el Señor. El Elegido en cuestión, José, venía nuevamente de la misma gloriosa estirpe de Abraham y era hijo de Jacob (o Israel, o como Ustedes quieran; el escritor utiliza ambos indistintamente, demostrando que incluso los escribas se tomaban las resoluciones del Señor a cachondeo), así que no es de extrañar que bien pronto sus muchas virtudes le generaron la envidia de los demás, particularmente sus hermanos. ¿Se dan cuenta de que en la Biblia siempre queda todo en casa? ¡Siempre crecen y se multiplican como las estrellas del Firmamento los mismos! ¡La Tierra Prometida parece Sicilia!

A lo que íbamos; como no podía ser menos, José era el preferido de Jacob, pues lo había engendrado, según la Biblia, “en la ancianidad”, demostrando que era todo un machote y, por tanto, verdaderamente Elegido por el Señor. Para exhibir sus preferencias por José, Jacob, en un alarde de generosidad impropio de su talante comercial, le regaló a su hijo José una suntuosa túnica “con mangas”. En contrapartida, José se encargaba de espiar a sus hermanos, contándole a su padre todas las malas acciones que aquéllos cometían (no consta si Jacob reaccionaba indignado ante las fechorías de sus hijos o se enorgullecía de ellos).

Por si esto no fuera suficiente para generar la envidia de sus hermanos, resulta que a José le daba por tener sueños muy a menudo (ya podría, alguien con una túnica con mangas puede permitirse soñar), y además no tenía ningún problema en relatar a sus hermanos el argumento detallado de lo que había soñado:

- En una ocasión, José les contó a sus hermanos el siguiente sueño: “Miren, les dijo, el sueño que he tenido. [7] Estábamos nosotros atando gavillas en medio del campo, cuando sucedió que mi gavilla se levantaba y permanecía derecha. Entonces las gavillas de ustedes la rodearon y se postraron ante la mía.” La malignidad de sus hermanos hizo que interpretaran que José quería decirles que se postrarían ante él, cuando en realidad José simplemente había tenido un inocente sueño erótico, en la línea incestuosa de la Biblia, que un psicoanalista más avezado habría leído de esta guisa: “José sublima el deseo de acostarse con su padre, pues es un poco floripondio, en las masculinas figuras de sus hermanos, cuya función en el sueño es el de adorar su Falo (el de José, no cada hermano el suyo propio)”.

- Pero eso no fue todo. Poco después, en una comida familiar, José volvía a las andadas, ante el escándalo de hermanos y figura paterna: “Tuve otro sueño; esta vez el sol, la luna y once estrellas se inclinaban ante mí.” Teniendo en cuenta la analogía que habitualmente hacía el Señor entre las estrellas y el acto sexual como paso previo a la proliferación de aquéllas, no es aventurado pensar que José nuevamente se refería a la adopción de una postura auténticamente dominante en sus relaciones afectivas con la familia, pero curiosamente sus hermanos, de nuevo, le interpretaron mal, asumiendo que José simplemente quería hacer constar su superioridad haciendo que sus hermanos se inclinaran ante él en un sentido general, no en el sexual al que, Ustedes lo saben perfectamente ya, se dirige siempre la Biblia.

De cualquier forma, los hermanos de José, ante tales humillaciones, adoptaron la única decisión posible en unos tiempos duros como aquellos: asesinarlo. Pero cuando José se acercaba inocentemente hacia el lugar donde estaban sus hermanos, Rubén, uno de los susodichos, les convenció de que se limitaran a lanzarlo a un pozo, sin matarlo. En realidad, Rubén quería rescatar después a José, pues tenía la secreta ambición de conseguir otra túnica con mangas de su padre. Así que los hermanos cogieron a José (según la Biblia, “lo tomaron”; interprétenlo como quieran), lo arrojaron a un pozo seco y (me estremezco sólo de pensarlo) ¡Le quitaron la túnica con mangas!.

Pero poco después Judá sugirió que, ya puestos, podrían vender a José como esclavo, aprovechando que en ese momento pasaban unos medianitas por allí (no tenemos ni idea de quiénes eran los medianitas en cuestión, pero debían tener algún parentesco con los turcos o los portugueses, dado que se dedicaban a este tipo de labores); así, con el dinero recolectado, tal vez pudieran ellos comprarse una túnica en condiciones.

Y así lo hicieron: cambiaron a su hermano José por veinte monedas de plata, mancharon la túnica con mangas con sangre (qué falta de sentido estético) y volvieron a casa de Jacob, a quien le contaron que su hermano había sido devorado por una fiera. Nos podemos imaginar las escenas de dolor desgarrado de Jacob ante la horripilante visión: ¡Una túnica con mangas nuevecita, echada a perder!

José acabó siendo vendido a un funcionario de Faraón (egipcio, claro) llamado Putifar, que en egipcio antiguo quiere decir “Aquel cuya mujer es más puta que las gallinas”. Como vemos, la Biblia se pone cada vez más caliente; pero antes de relatarles las aventuras de José en el Putiferio (la Casa de Putifar) el Libro nos cuenta un relato que tampoco es manco: “La Historia de Onán”.



Para que luego digan que la religión es un coñazo.

Más (de hecho, la palabra de Dios completa) en el link de ahí arriba.

14.4.07

que dios me perdone

(Y tú también) pero voy a faltar a mi cita con él y a la promesa que te hice aquí. El tema de la religión tendrá que esperar a que termine el fin de semana, sospecho, y el tiempo vuelva a ser lo que era, y no lo que es ahora, o sea:

Una maraña despuntada de películas vistas en el cine de nuevo, sintiendo ese suave discurrir de la trama de pelotazo final en pelotazo final, el silbido constante del I'm coming back to Boston de Dropkick Murphys, carreras en el taxi del pitufo gruñón, tipo interesante donde los haya que primero nos recibió ofendidísimo porque un argentino ignorante (taxistapitufogruñón dixit) le había acusado de estafador y luego nos estafó metiéndonos por misteriosos y faraónicos túneles que, ups, tenían cortada nuestra salida y nos obligaron a hacer una ruta turística por diversos lugares de la geografía española, a su derecha la Plaza Elíptica, a su izquierda el mar Cantábrico, en el horizonte la Torre Eiffel, ¿General Ricardos?, nos bajamos aquí (eso sí: De estafador nada, el tío nos invitó a tabaco, nos cobró lo que hubiese valido la carrera en línea recta), el Gruta 77 misteriosamente abarrotado de gente habitualmente simpática, destacando una camarera madurita para lo habitual pero provocadora de amagos eréctiles (es que me pierden las mujeres guapas con autoridad) que se equivocaba sin importancia en alguna que otra marca de ron para indiferencia de quien aquello bebía y esto firma, un vasco al que no le entendí una palabra y una muchacha que de vez en cuando gravitaba a nuestro alrededor en busca de tabaco, bebida y consuelo por el abandono del tipo al que de todas formas terminó restregantemente adosada (país, la gente bebe de tus copas y ni siquiera te concede una felación redentora). Y mientras esas extrañas reuniones de trabajo a las cinco de la mañana, perritos calientes que tardan en ser ingeridos unos dos segundos, alguna foto que por fin mereció la pena (dos) en el momento de hacerlas (ahora ya no tanto).

Suenan Red Sparowes y cada pasito adelante de la música es una zancada de la prisa. Son las cinco y pico, tengo que ducharme, tengo que fregar, tendría (no lo voy a hacer) que poner cierto orden en esta habitación, en esta mesa y en esta cabeza, tengo que salir corriendo y hacer un par de llamadas de teléfono, tengo que tomarme un café y conseguir una televisión en la que ver al Madrid, tengo que intentar no terminar muy borracho (se plantea complicado el asunto pero haré lo que pueda, recemos por que la épica no entre en escena), tengo que terminarme Campos de Londres, tengo que madrugar mañana que a la una empieza la carrera, tengo que mandar un par de correos electrónicos.

Mil cosas que hacer, y la media tarde del sábado y todo el domingo ante mí. No me va a dar tiempo ni a hacer cuatro de las mil cosas de mi lista, pero por ahora sólo mi consciencia lo sabe, y el resto de mi ser disfruta del fluir engañosamente lento de los pasitos de la música y secretamente reza porque caiga otra tromba de agua como la que ayer convirtió un paseo en coche en una travesía por el Cabo de Hornos en un mal día.

Y tengo una cierta sensación de triunfo, porque anoche conseguí no mandar un mensaje. A veces es tan difícil no hacer cosas estúpidas que uno se sorprende mucho cuando finalmente consigue meterse en la cama sin tocar esa maquinita infernal potenciadora de holocaustos que es el teléfono.

En fin. La ducha, el fregado, el vestir, el café y todo lo demás me esperan. A correr.

13.4.07

antidemócrata total


Iba ganando por dos votos a uno el tema religión pero la actualidad obliga a escribir un post político. Si te sirve de consuelo considéralo extraoficial, la encuesta era para escribir algo mañana, es decir, hoy pero luego, después de dormir, trabajar un rato y demás actividades más o menos irrelevantes, y esto es sólo un paréntesis. O un grito de rabia contenida que por fin puedo soltar.

Por fin alguien ha dicho, con todas las letras, que del 11-M al 14-M el gobierno de Aznar nos mintió y nos engañó diciendo que ETA había sido la responsable de los atentados por puros fines electoralistas. Por fin alguien ha dicho, en televisión y bien claro, lo que era evidente para todos excepto para los fans de la conspiración y los cegados por la estúpida fe y por esa necesidad de tener razón que hace invisibles las evidencias. A lo largo de esos días se hizo evidente que no había sido ETA. A lo largo de esos días, parecía cada vez más raro que había algo extraño en la fijación del gobierno de entonces con seguir afirmando que había sido ETA. A lo largo de aquellos días, era evidente que un atentado de ETA le daría el gobierno al PP otra vez, con una más que probable mayoría absoluta. A lo largo de aquellos días estuvo muy claro que un atentado islámico recordaría a todo el mundo que Aznar llevó a nuestro país a la guerra de Irak en contra del 90% de aquellos a los que representaba, nosotros los españoles. A lo largo de aquellos días se hizo dolorosamente evidente que les interesaba más mantener una mentira que perder unas elecciones. Y ahora los muy hipócritas dicen que se está haciendo uso electoral de eso (!?)... en fin, siguen intentando, a su manera cada vez más patética, provocarme una úlcera.

Pero no será esta noche.

Desde aquí mi más sincero corte de mangas para Aznar, Acebes y Rajoy. A ver si hay suertecilla y los vemos sentados en el banquillo de los acusados de algún tribunal.

¡Esto bien se merece una canción!


(en otro orden de cosas y como frikada del día ¿quieres saber si tu página web está bloqueada en China? Esta ¡lo está! Ah, un sueño cumplido, al fin soy un proscrito)

12.4.07

capirotes

¿Cómo se llaman los gorritos puntiagudos que llevan los tipos estos que desfilan enmascarados en las procesiones de Semana Santa? Capirotes. ¿Y por qué sé yo eso? Porque lo habré leído en alguna parte. Igual que sé que los del Ku Klux Klan les copiaron las vestimenta porque aparte de enmascararles el gorro puntiagudo ayudaba a confundir sus alturas, lo que siempre complicaba su identificación (da que pensar la manía de la extrema derecha por pasar siempre desapercibida, ya sea en las quemas de iglesias y las palizas a negros en la primera mitad del siglo pasado en EEUU o en los anónimos de los alegres peperos de los foros de internet de hoy día. Pero eso es tema aparte).

El caso es que mi memoria es un coladero, y me cuesta un mundo recordar un nombre, una cara (no las voces, por razones sospecho que obvias: Son parte de la música) o una fecha. A veces sospecho que es porque no miro a la gente lo suficiente a la cara, o no la miraba antes, o no lo he hecho el tiempo suficiente. Otras, que cuando no reconozco a alguien suele ser porque camino por las calles metido en mi mundo, pienso en mis cosas, y la gente son parte del mobiliario urbano cuya única particularidad es que se mueven, lo que hace más entretenido sortearlo, pero que no les hace acreedores de mayor atención. O igual es simplemente que paso demasiado tiempo recordando ciertas caras (yo no tengo la culpa de tener amigas tan guapas, leñe).

Pero hay cosas que se me quedan ahí marcadas. Pueden ser totalmente absurdas, como seguro que aún recuerda cierto personaje muy cansino al que una tarde de juerga universitaria torturé hablándole durante sesenta minutos contados del Hit the Lights de Metallica, o las melodías de canciones que a veces hace quince años que no escucho. O palabras como capirote, que de pronto saltan de la memoria cuando uno lee en el blog de su agente la pregunta que las invoca, y mi primera reacción es de sorpresa, ¿por qué sé qué significa esa palabra, y por qué narices lo que en el curro llamaríamos la query que la invoca da resultados tan rápidos? ¿Qué clase de indexado utiliza la base de datos de mi cerebro? La segunda, absurdamente orgullosa, es decir que claro, por eso se me daba tan de puta madre el Trivial Pursuit. No el de los bares, el de las tres opciones, no: El de tablero, el de escuchar la pregunta y responder tú entre todo el abanico infinito de posibilidades. Porque soy ese tipo de persona que dedica, al menos sin pretenderlo, recursos a recordar qué es un bolardo, el tipo de persona que se siente ligeramente culpable cuando le dicen que si no sabe qué es un picatoste .

A veces me descubro intentando fantasear, reconstruirme un trocito de la infancia, creer que sería porque de pequeño las palabras me atrapaban con su magia y tonterías por el estilo. A mí de pequeño las palabras no me atrapaban, me confundían, imagino que a estas alturas de esta noche eterna de los blogs ya te habré contado mil veces mis dilemas infantiles por culpa de aquel amigo que se apellidaba Rubio cuando no lo era, o de la vecina Mercedes que incomprensiblemente no tenía un Mercedes sino un Seat Málaga cuando, qué absurdo me parecía, ni ella ni el coche habían estado ni tenían nada que ver con Málaga. Así que nada, nada de embellecerse las partes del pasado que no se recuerdan. Es sólo que para lo trivial mi memoria a veces se emplea con contundencia.

Lo que no es fantasía autoembellecedora es lo del Trivial, juego al que puedo ser terriblemente cansino, sobre todo cuando uno se ha pasado más de un verano jugando y se sabe ya de memoria todas las preguntas y todas las respuestas. Que sí, que el sudor del hipopótamo es rosa. Que no, que a Indiana Jones no se le cae el gorro en ninguna escena de En busca del Arca Perdida. Qué adolescencia la nuestra, qué tardes en purgatorios verdes y dorados, con el rumor del agua al fondo tras unas piedras, el cielo brillando con su azul frito salpicado de nubes recocidas, las hormigas recogiendo en procesión las migajas de las patatuelas fritas y las cervezas enfriadas en la fuente más cercana exorcizándonos el calor.

Para mañana te dejo elegir tema, que tengo dos; ¿qué prefieres, política o religión?

9.4.07

ya en serio: la semana santa


Al final aquí mi agente nos traicionó a todos ayer salvajemente y nos dejó compuestos y sin crónica vacacional. En lugar de pintarnos la realidad en todo su esplendor, como tan bien se le da, decidió dedicar la tarde a divagar sobre cuántos pestañeos son necesarios para distinguir una mirada de la primera salva de la batalla sexual. Así que aunque sólo sea por no privar al mundo de otro conocimiento que nadie necesita me toca a mí convertirme en el orador que cuente en qué se nos fueron los días. Bien pensado es lo más apropiado, dada mi natural agudeza, sólo nublada a partir de la quinta copa de cada noche (es decir, al ratito justo de salir de casa), la imparcialidad que se deriva de mi recién descubierta y varias veces confirmada invisibilidad y lo relamido, pedante y desquiciante de mi querida y maltrecha prosa.

Las vacaciones empezaron con demasiado sueño acumulado y una caravana demasiado larga, porque todo el mundo madrugó mucho, y eso incluyó a los pobres desafortunados que colapsaron el tráfico con un accidente temprano a la altura de Maqueda. Así que en hacer un recorrido que en tiempos de alegría, soledad y ausencia de domingueros puede llevar poco más de una hora tardamos cerca de tres. Es decir, que cuando llegamos al pueblo yo, muerto de sueño, había pasado más tiempo conduciendo que durmiendo. Yo me dije que bueno, siempre podía hacer mutis por el foro y largarme en pos de mi cama a zamparme una siesta cuando acabase de hacer lo propio (zampar) con las raciones de magro y oreja, las empanadillas y los revueltos de setas. Pero el Chino, que es el tipo de la foto que adorna este mensaje, propuso echar un musete y, en fin, un mus no le hace daño a nadie y siempre entretiene mientras uno se toma el café post-pitanza. Así que pasamos tres o cuatro horas jugando a las cartas, en las cuales ensayamos una estrategia que suele ser devastadora cuando uno está inspirado, que es la de desquiciar a los contrarios a base de reiteraciones, repeticiones, torpezas y lenguaje lo más pedante posible. Venían las cartas y me decía el Chino "compañero, ¿has sido afortunado?", y yo miraba mis cartas, y le respondía "algo de fortuna me ha venido, compañero", "pues cortamos", "vale", y la pobre Marta decía paso y yo decía "¿a qué?", y ella con una paciencia cada vez más saturada "a graaande", y yo decía "¿y si te envido también pasas?", y ella decía que sí con la cabeza y yo algo como "pues veamos si es cierto, ¡envido!" y así horas y horas.

Así que al final la siesta me la eché tras la cena y fue media hora atroz e infinitamente corta desde las 10 y media hasta las 11. Y salí de la cama como quien ha recibido una paliza, y hasta después de la segunda copa y una carrera rápida rumbo de un cuarto de baño con papel higiénico no comencé a recuperarme. Eso sí, al final fue todo un poco contradictorio, porque fui el último en irse a dormir.

Al día siguiente pensábamos acercarnos a la sierra, si hacía buen tiempo, para hacer allí algo de ruido armados de cajones flamencos, yembés y guitarras, mientras masticábamos patatuelas y bebíamos sustancias en las que vergonzósamente no habría una sola gota de alcohol, pero el buen tiempo resultó ser una nevada bastante atípica por las fechas que después de adornarnos las solapas y las cabezas como una caspa con mucha clase nos hizo huir en busca de un bar, unos cafés y unos botellines. Así que ejecutamos el plan de hacer ruido en el interior de aquel bar, para pasmo de la gente que entraba y se encontraba a Rebe y al Chino más o menos como en la foto que hay sobre estas líneas, que viene de esa misma noche, cuando celebramos un par de cumpleaños, si se le puede llamar celebración al hecho de que la bebida de una noche (la que se toma fuera de los bares, o sea, la mitad de la bebida) la pagan los celebrantes que, encima, no se llevan un mísero regalo, o bien porque la conccurrencia no sabía que era su cumpleaños ni que mucho menos pensaban celebrarlo esa noche o, en el caso de tu humilde servidor, porque fue tan patán de dejarse el regalo encima de la cama aquí en Madrid antes de la zambullida en el atasco eterno del miércoles. Le echaremos la culpa al sueño, otra vez.

De esa noche no recuerdo nada, así que probablemente no haya nada que recordar. Esas pausas dramáticas en las que descubro que todo el mundo ha formado corrillos, como pasa siempre, solo que yo estoy fuera de todos ellos, y sin muchas ganas o voluntad o fuerzas de integrarme a ninguno. Así que me iba a una banda, me acodaba en la barra y meditaba sobre sentirse solo, sobre si aquello era un drama o no y cosas por el estilo, ignorando siempre que siempre que estaba así era porque a mí me daba la gana, y reconociendo y zancadilleando los momentos de depresión autoinducida (también con la ayuda de esa gente que está cogiendo la bellísima y tierna costumbre de echarme un vistazo de vez en cuando y venir a darme la lata en cuanto me ven mirando al tendido y bebiendo como un ternero sediento). Pero esto pasaba todas las noches, así que no sé por qué lo menciono en la del jueves. Imagina lo mismo para las del viernes y las del sábado y me ahorraré cortar y pegar.

El viernes es el día de nuestra herejía tradicional; Manda la tradición no comer carne el viernes santo, y allí en el pueblo es el día de los potajes y las tortillas, así que desde tiempos inmemoriales nosotros aprovechamos para hacer una oda al colesterol a base de chuletas, chorizos y cualquier cosa que tenga mucha grasa y venga de un animal, y lo habitual es que esto lo hagamos en el campo, tomando el solecillo y degustando un par de hectólitros de vino y cerveza, pero como el tiempo esta semana santa se ha puesto así de capullo tuvimos que celebrarlo bajo techo. No fue un gran problema, y aquella tarde se dieron algunos de los momentos más psicodélicos de las vacaciones por cortesía de mi tocayo David, que nos jodió la idea común de una siesta ahí acurrucados en los sillones a base de chistes y de crónicas de sus sueños; los introducía, los presentaba y anticipaba nuestra reacción, como cuando nos dijo que el que nos iba a contar primero nos iba a hacer encogernos de hombros y a pensar "vaya tontería" pero que luego nos dejaría tan sorprendidos como a él, para entonces contar que soñó que era el guitarrista del grupo que lleva de gira David Bisbal (a quien mi tocayo tiene en un altar, por razones incomprensibles), y tocaba con él en los conciertos, y efectivamente todos dijimos "vaya tontería", y que de pronto el sueño cambió a que David (nuestro colega, no el otro) era secuestrado por un montón de hinchas del Estudiantes, mientras él alucinaba pensando que qué razón tendrían, que él era del Madrid y que no les deseaba ningún mal y que de hecho les tenía bastante cariño, pero ellos emperrados en secuestrarle por madridista por mucho que él protestaba y decía "eh, que yo sólo soy el guitarrista de Bisbal".

Curioso mundo el onírico, pero dejaremos esas sendas y los pensamientos que puedan nacer de ellas para otro día que esto va quedando largo. La noche del viernes podemos resumirla en mi comportamiento semaforil, aunque alternando los rutinarios verde, amarillo y rojo por diversos tonos que fueron del rojo al muy blanco y que a todo el mundo, por lo visto, hicieron bastante gracia, excepto a mí porque yo no los veía porque no tenía un espejo delante y porque aunque lo hubiese tenido tampoco habría conseguido levantar la vista hasta mi cara ni mucho menos enfocarme.

Se supone que el día siguiente, sábado, es el de una tradicional comida campestre a la que una parte de nosotros acude año tras año y que otra parte ignoramos concienzudamente. Aunque por la tarde hicimos una visita relámpago mi agente y yo, ella con la idea de comprobar una vez más lo ubícua que es su hermana y yo engañado ante la perspectiva de dar un paseito por el campo y disfrutar de algo de verde y de azul (asomaba a ratos el sol, ingenuo). Pero nada; un barrizal, un tipo gritando por un micrófono, un montón de chavales chafando huevos y orden de mi Alto Mando particular y absolutamente nazi de huir de allí, tras confirmar la pérdida de otra tarde. Y vuelta al pueblo, y de allí al bar, atestado de domingueros, y una vez nos aseguramos de haber perdido el tiempo suficiente para que no nos diese tiempo a hacer nada divertido nos fuimos todos a casa a cenar.

De aquella noche no hay nada que decir, salvo que fue la última. Esto, hace unos años, era siempre motivo de pena y de angustia, pero ahora que ha pasado el tiempo, que tenemos un par de centímetros más de polvo en el alma y que la foto del DNI parece cada vez más un chiste sobre lo echados a perder que estamos uno empieza a mirar esas noches con cierto alivio. Sobre todo si además empieza a escuchar ecos inquietantes cada vez que abre la cartera que llenó de sobra para sólo cuatro días de vacaciones. Por lo menos no jugué a cambiar de color.

Y al día siguiente vuelta a Madrid, sin nada que reseñar salvo que inexplicablemente no tardamos casi nada y que Vero tuvo las enormes cortesías primero de volverse con mi primo y yo y segundo de no vomitar en el coche.

Así contadas supongo que las vacaciones parecen algo mustias. Entiende que mientras escribo eso voy buscando, provocando ese tono, en parte porque me encanta quejarme y ponerme negativo pero, sobre todo, porque hoy el día se me está haciendo eterno y pintándolas de gris las echo menos de menos. Efectivamente ha habido momentos en los que me he aburrido, pero siempre hay momentos en los que yo me aburro, y normalmente terminan viniendo bien. Pero también ha habido momentos de carretera, de ritmos flamencos, de conversaciones y de compañías que, por sí solos, bastan para que por muy tétrico que me ponga tenga que escribir este párrafo final reconociendo que estoy mintiendo como un salvaje en el tono.

8.4.07

mis primeras vacaciones como enfermo mental


Bueno, como ya contará alguien por ahí cómo ha sido la Semana Santa mejor que yo, me considero autorizado para irme por las ramas y concentrarme en los pisos interiores sin excesiva ventilación de aquí mi psique.

En general, todo parece distinto, cuando todo es igual. Eso es bueno. Y lo es porque cuando antes yo me empezaba a agobiar, o a ponerme mustio por cualquier tontería, asumía al entorno las razones del agobio, de la, em, mustiedad, digamos. Pero ahora asumo que puede ser que mi fantasiosa mente esté tricotando y remendando enormes disfrazes para transformar molinos en gigantes. Y siempre es bueno, llegados al momento de empuñar la lanza y azuzar al jamelgo, considerar que tal vez del rechinar de los dientes de los grandes adversarios sólo salga trigo molido.

No han sido las mejores vacaciones de mi vida, eso es obvio. Pero viendo la tónica de las últimas, han sido, sin duda, mejores. Quien diga que la ignorancia proporciona la felicidad no sabe lo que dice, o no sabe lo que es no saber algo importante, o directamente justifica su estado actual de ignorante. Así que nada, ha habido algún que otro momento de agobio, pero que fue detectado y acusado como posible sospechoso interno, y abortado de su capacidad saboteadora, y otros cuantos momentos, bastantes, de esos de gente dando apoyo de mil formas, cada uno de la suya, y todas tan mal agradecidas por mi parte, siempre tan hueso y tan gruñón y tan incapaz de pagar en sonrisas.

Después de una charla y mil disculpas que le debía a un amigo, pensé el viernes que de pronto ando en un lugar extraño de mi vida. No tengo frentes abiertos, no tengo cosas pendientes por decir, no tengo más fuegos que apagar aparte de este tan simpático pero que (atención, el optimista irredento al teclado) en este momento me parece controlable. El viernes podría haber muerto en paz; vale, siempre quedan cosas por decir, pero muy pocas, y la mayoría serían repeticiones. Y esta sitación es ligeramente aterradora, porque siempre viene bien tener algo tras lo que correr. Pero como ese "algo" pueden ser multitud de cosas (algunas faldas que perseguir, alguma montaña que trepar, algún malabarismo que aprender, alguna camisa por planchar, etc), supongo que no será complicado buscarse algo con lo que entretenerse pensando para matar el aburrimiento mientras llega el metro.

En ese sentido, y dada la calma chicha con ligero rigor mortis que padece mi vida espiritual y digamos fluvial, toca entonces plantearse horizontes más materiales. Y me ha surgido uno, que tiene varias virtudes; la primera, que es un objetivo a medio plazo, como muy pronto para fin de año. O sea que voy a poder utilizarlo mucho. La segunda, que no depende sólo de mí; tendría que cobrar más dinero. Y la tercera, que es una idea que me apetece muchísimo, y que supondría un buen reto personal.

Así que el presente se ve no más claro pero sí menos turbio, y hay razones para el optimismo cuando miro hacia el futuro. No es mala conclusión para terminar unas vacaciones.

4.4.07

14:47, 9 de noviembre de 1979

El 9 de noviembre de 1979 yo aún tenía 3 añitos. Balbuceaba, andaba tropezándome con las cosas y con la vida, crecía, aprendía lo básico que uno tiene que saber para ser una persona.

Ese día pudo terminarse el mundo. Poco antes de las tres de la tarde los ordenadores del Centro de Defensa Aeroespacial de Estados Unidos, el Pentágono y el Centro de Mando Alternativo detectaron un ataque nuclear masivo por parte de la Unión Soviética; miles de cabezas nucleares saliendo de sus silos dispuestas para cruzar el firmamento y cargarse medio mundo del tirón. Así que Estados Unidos puso sus misiles en alerta, hizo despegar a sus bombarderos y el avión del presidente (curiosamente sin este a bordo) y esperó a que los radares de la costa confirmaran lanzamientos de submarions próximos a sus costas y los primeros misiles asomando sobre la curvatura de la Tierra, para tener alguna confirmación por otra fuente más directa que aquello que llamaban el sistema de "alerta temprana". No apareció nada, y más tarde se descubrió que las alarmas habían saltado porque alguien había metido una cienta de entrenamiento "realista" por error en el ordenador que llevaba esos programas de defensa temprana. Yo no sé qué le harían al responsable de ese error. Pero puedo imaginarme a la gente que tenía sus dedos temblorosos sobre los botones que mandarían megatones y megatones al otro lado del mundo para arrasar la media Europa que dejasen los rusos y la Unión Soviética de lado a lado, a los pilotos despegando pensando que igual luego no tenían dónde volver, a los responsables de retrasar la decisión de responder a lo que tenía pinta de ser el fin del mundo. No sé qué le harían a quien metiese esa cinta, pero estuvo a punto de ser, a la vez, el error más grande y más terrible de toda la humanidad a lo largo de su historia... y el último.

Y no me cuesta nada imaginarme a todos esos hombres sudorosos y temblorosos inclinados sobre conmutadores dobles, rasgando sobres de claves, cerrando escotillas y mirando con los ojos llorosos las fotos de sus familias porque crecí durante la estapa final y durante el último arreón de la Guerra Fría, con Ronald Reagan y Margaret Thatcher en su escalada internacional contra la Unión Soviética. Crecí en un tiempo en el que era preocupación común la amenaza nuclear. Las encuestas, hoy día, dicen que a lo que tememos es al terrorismo y al precio de la vivienda. Entonces los niños manteníamos en el colegio conversaciones en las que las palabras megatón e invierno nuclear aparecían de cuando en cuando. Sabíamos distinguir tipos de misiles por su perfil. Sabíamos qué diferencia había entre una bomba de fusión y una de fisión. A veces me costaba dormirme porque me imaginaba el cielo surcado de este a oeste por la estela de misiles. Me los imaginaba cruzándose en las dos direcciones, me imaginaba uno de ellos desviándose hacia Madrid. Tengo amigos alemanes a los que sus padres enseñaron, además de a montar en bici y cultivar judías, a ponerse máscaras antigas y buscar refugio en el sótano. Cuando yo nací había en el mundo 50.000 armas nucleares sumando sólo las de EEUU y la URSS. Cuando Gorvachov llegó al poder sumaban ya 70.000. Los planes de guerra con los que trabajaban ambos países suponían la destrucción inmediata de 1.000 ciudades. Mil millones de toneladas de humo saldrían a la atmósfera (sin contar las que vendrían de los incendios de los bosques y demás) y taparían los cielos de todo el hemisferio norte del planeta; este polvo no dejaría pasar la luz solar directa pero sí la radiación infrarroja, no podría entrar luz pero sí podría salir calor. Sólo el polvo generado por la explosión de una bomba como la del video, con una potencia equivalente a la de toda la artillería empleada en la Segunda Guerra Mundial ¡multiplicada por tres! (y aún así tres veces y pico menos potente que la mayor bomba construida por los rusos) pesaría entre uno y quince millones de toneladas. Temperaturas bajando entre 20 y 40 grados en sólo un mes. La parte superior de la atmosfera recalentándose, alterando las corrientes, extendiendo la nuve de polvo también hacia el hemisferio sur.

Todo eso estuvo a punto de ocurrir el 9 de noviembre de 1979; piensa qué hacías aquel día, si ya habías nacido. Piensa cuánto te quedaba para nacer, si no. Luego piensa qué era de tu vida el 3 de junio de 1980, cuando las alarmas saltaron de nuevo como locas, detectando lanzamientos aleatorios por culpa de un chip defectuoso. O el 26 de septiembre de 1983, cuando un satélite soviético confundió el sol reflejado en nubes altas con la estela de misiles balísticos intercontinentales. O la última, el 25 de enero de 1995, cuando un cohete científico noruego siguió ante las pantallas de radar rusas el comportamiento que habría seguido un misil Trident. Incluso en 1995, 6 años después de la caída del Muro de Berlín, Rusia estuvo considerando la opción de lanzar un ataque nuclear a gran escala contra Estados Unidos. En esa fecha, aún mantenía cerca de 30.000 bombas nucleares.

A día de hoy se estima que en el mundo hay sólo unas 27.000, más de el 95% en poder de Estados Unidos y Rusia, y el resto repartidas entre Inglaterra, China, Francia, India, Sudáfrica, Pakistan e Israel. A día de hoy es difícil entender el mérito que tiene una película como Dr. Strangelove or: How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb; sobre el mayor de nuestros miedos de aquel entonces, con todo esto en mente, Kubrick intentó hacer un drama y le salió una de las mejores comedias de todos los tiempos, en un acto de valentía y lucided que tienen pocas películas (sólo se me viene a la cabeza así al primer bote Ser o no Ser de Ernst Lubitsch, que en 1942, cuando Alemania parecía ir a ganar la Segunda Guerra Mundial, hizo esa gloriosa comedia tomándose a los nazis a cachondeo; el resto, las demás películas, las demás circunstancias, simplemente no tienen al lado un abismo como el que tenían estas dos, o no tienen la valentía de ser comedias o el mérito de ser tan buenas). Todo eso va quedando atrás, convirtiéndose en fantasmas. Ya no existe el gigante soviético, EEUU ya no tiene ni de lejos el poder de entonces, por mucho que aún casi no se note, y ahora los miedos nucleares se trasladan a conflictos locales como el de India y Pakistan, que pueden jodernos la atmósfera a todos, si les da por tirar de arsenal, pero quieras que no no tienen 50.000 bombas en stock, o a la posibilidad de que Al Qaeda se haga con una bomba nuclear y la aparque en un camión en mitad de alguna ciudad.

Eso significa dos cosas. La primera, que nuestros miedos pueden olvidarse rápidamente. Y la segunda, que yo (optimista irredento) prefiero, que no somos tan estúpidos como la lectura de los periódicos de cualquier día parece demostrar. Lo tuvimos facilísimo para aniquilarnos. Esas fechas, mas la crisis de los misiles de Cuba, y no nos transformamos todos en ceniza. Me da esperanzas pesar que a pesar de lo que abundan el fanatismo y la estupidez, incluso cuando algunas personas, algunos seres como tú y como yo, con su gente querida, sus lugares favoritos, sus recuerdos de puestas de sol y sus esperanzas y metas pensaron que todo eso se iba a acabar bajo una lluvia de misiles resistieron sin pulsar los botones que eran su única defensa y, a la vez, la otra causa de todos sus terrores.

Si las dos Guerras Mundiales marcaron una etapa en nuestra madurez como especie, demostrando hasta qué punto somos capaces de organizarnos para matarnos muy concienzudamente, la Guerra Fría marcó otra, demostrando que, al menos, no queremos matarnos del todo.



Y con este mensaje tan positivo, me voy de vacaciones. Pásalo bien. Y si estás en la ciudad y no sabes qué hacer, ves a ver Tristram Shandy: A Cock and Bull Story. Es sorprendente y original, lo que ya es toda una novedad estos días en una sala de cine.

3.4.07

no son formas


Para demostrar las nefastas condiciones en las que tengo que trabajar día sí día también, copio un correo interno de la empresa:


la culpa de todo la tuvo una barrita de pan.

ayer me quede estudiando para el examen de mayo-junio (posiblemente septiembre), la tecnica de estudio consite en mirar fijamente las palabras hasta que ellas por aburrimiento deciden almacenarse en algun punto de mi memoria al que no puedo acceder de manera voluntaria. la cuestion es que antes de salir de la oficina, mi sitio habitual de estudio, le pregunte a un amigo que a que hora cierran el carrefour, para ir a compra pan para cenar, el me respondio y la respuesta se archivo en la p, la p de papelera, es un sitio de mi cerebro a donde van de manera inmediata las instrucciones de mi madre o de alguno de mis jefes.

el caso es que nada mas apagar el ordenador me di cuenta que no tenia ni idea de a que hora cierra el carrefour, asi que ignorando la desconocida informacion de mi amigo, me fui al metro, mientras andaba llego a mi un trozo de conversacion, venia de dos señoras con mas patas de gallo que una granja de pollos y unos 80 años de edad media, la conversacion es:
señora A: "...pues los rinocerontes se quedaron huerfanos en nepal..."
señora B: "aaa claro"
si alguien le ve el sentido que me lo explique, y sobre todo, que se lo explique a los pobres rinocerontes huerfanos, que espero que esten en un agradable horfanato para animales exoticos que viven en climas totalmente ostiles a ellos, claro que quizas ellas hablaban de los rinocerontes lanudos que veian en su juventud, durante la ultima glaciacion...
pensando en el sentido de el trozo de conversacion (que quizas en su contexto tiene logica) llegue al caprabo, sitio al que no entro nunca, asi que como no se donde estan las cosas decidi seguir mi olfato para encontrar el pan recien hecho a las 9 y media de la noche, si alguien le ve el sentido a esto otro que me lo explique, y de paso les haga una visita a los rinocerontes. de mi olfato puedo decir que tiene una agudeza sin igual, es capaz de detectar un ligero olorcillo a quemado en mitad de un incendio en la fabrica de michelin.
una pequeña nota, si usas el peor de tus sentidos para guiarte, alejate de los elementos contaminates que puedan despistarte, en este caso el entorno contaminado es: escalera estrecha + mujer con muleta a la que se la ha caido encima un camino cisterna de colonia. he estado en bares con menos alcohol en sus botellas que el aroma que desprendia esta mujer.
por fin la escalera termina, veo un stand con barritas de pan, mi objetivo, en esto que veo al de seguridad que mete la mano en la nevera de los yogures y saca...una lata de cerveza debe ser un sabor nuevo de danone, el danone botellon, con fibra claro, agarra la lata y la guarda en la chaqueta mientras se dirige al almacen, me mira, le miro, su mirada decia, por mi como si te quieres liar a tiros o tirarte a la panadera, mientras tu no digas nada, yo tampoco.

compro el pan, pago el pan y me voy al metro. sencillo verdad.
entrada al metro: llego a las escaleras, una tia sale, se para y se queda con cara de "¿quien coño se ha llevado la pasarela cibeles?!!! y que plaza es esta?!!!" no habia visto una cara tan despistada desde que unas setas se cruzaron por el camino de unos amigos, quieras que no ver, un champiñon andando, despista.
dejo a la modelo despistada atras reflexionando sobre su futuro y que salida tomar y al pasar los tornos veo a los dos de seguridad, balanceando las maquina de las chocolatinas para ver que cae, quizas era el dia en el que los de seguridad se pasaban al lado oscuro o intentan comprender la mente criminal contra la que combaten duramente apoyados en la pared.
monto en el metro, tipica estructura de metro de combate de sumo, 4 frente a 4, hay quien pensara, si en el sumo es uno contra uno!!, pero estan equivocados, la unica forma posible de que un luchador de sumo tenga ese cuerpo es que sea un disfraz con 4 japoneses dentro. y la prueba de que los 4 viajeros era un sola entidad son: el medio-derecha sostenia una revista con los brazos totalmente estirados, que la revista estaba mas cerca de mi que de el, para que los demas pudiesen leer y las dos chicas de la izquierda sacan un clinex cada una y empiezan a sonarse a la vez de manera compulsiva. y claro tambien recogieron el clinex al mismo tiempo, se levantaron y se bajaron en su parada.

finalmente llego a mi barrio, salgo del tren y lo primero que hay, nada mas salir, es una panaderia que practicamente tienes que esquivar, asi que despues de tantas cosas al comprar una barrita de pan, la podia haber comprando a lado de mi casa.



No son formas. ¡No son formas!

Así no hay quien mantenga la cordura.

1.4.07

la exaltación de la amistad

Se supone que ese es el nombre de una de las fases etílicas. Que si el canturreo, que si la deshinibición social, que si oh, qué majos son mis amigos.

En este caso, en mi caso, la exaltación de la amistad es simplemente una consecuencia de la objetividad. De abrir los ojos, de mirar alrededor, y de ver quién hay y qué está haciendo. Estas palabras podrán quedar desvirtuadas por ser escritas con un nivel de alcohol en sangre que podría suponer la pérdida de un buen par de puñados de puntos, si estuviese al volante de un coche y ese coche fuese detenido por un control policial de esos de jueguecito soplativo a mano. Podría. Nos iríamos por las ramas, adjudicaríamos el reconocimiento al emborrachamiento, podríamos inventarnos mil excusas para que dijese de un grupo de gente, mis amigos, una serie de cosas. Pero no por ello serían menos sinceras, menos ciertas.

Aceptémoslo. Son las 6:41 a.m. mientras escribo esto, y yo estoy francamente, concienzudamente, alegremente borracho. Llevo dos días en este estado, para ser francos. Llevo dos días en los que el decorado cambia, los figurantes son despedidos y se contratan otros nuevos, el reloj hace piruetas salvajes hacia delante y hop hop hop hacia detrás, pero los papeles protagonistas son siempre los mismos.

El caso es que tengo unos amigos que no merezco. Que nadie merece. Tengo un amigo que es capaz de cogerse un día de vacaciones para hacer de chofer, para matarme una depresión a base de darme excusas para apretar el gatillo de la cámara (y cómo no amar ese idioma, el inglés, en el que queda el asunto tan claro; fotografiar, to shot, significa disparar. Apunta la cámara, bang bang bang, ahí tienes tres fotos). Que es capaz de pasarse un fin de semana de abstinencia etílica para convertirse en un transporte público oficial y definitivamente mal remunerado. Tengo otro amigo que trabaja conmigo y que es capaz de reengancharse a esos planes postmortem que surgen cuando el mundo termina, todo el mundo se va a dormir y sólo queda en pie la alternativa de buscar un refugio bien provisto de alcohol del que no nos pateen al menos hasta que haya abierto el metro. Tengo una amiga que es capaz de obviar las miles de circunstancias que le habrían servido para Mandarme A Tomar Por El Culo y ahí sigue, llamándome puntual cada noche para preguntar por mi ciclotimia. Tengo otra amiga que por el precio de un café me presta un insetimable e impagable servicio de asesoramiento psicológico. Tengo otro amigo que es capaz, con una sonrisa y un pullazo bien puesto, de hacerme sentir querido. Tengo otro coro de amigos que son capaces de preguntarme qué tal me encuentro porque vieron las fotos de los últimos días y las encontraron especialmente tristes.

No merezco la gente que me rodea. Y esta afimación no es consecuencia de un batacazo de la autoestima, que no es el caso, no: Es, simplemente, que nadie podría merecerlos. El cosmos, a veces, se equivoca, el azar reparte mal sus cartas y uno se descubre jugando al mus, con tres sietes y la sota de oros, levantando la vista justo a tiempo para descubrir que la mano y su compañero se cruzan la seña de treinta y una.

Pienso en el fin de semana como algo terminado, a pesar de que me queda todo el domingo por delante (una vez acometa y cumpla la tarea de dormir lo que debería ser la noche del sábado a domingo, y que, sospecho, va a ser la mañana, mediodía y parte de la tarde del domingo). Y sólo puedo aplaudir. Bostezo, como el leon de la Metro Goldwin Mayer, y pienso que esto mismo hacía el viernes a las 11 de la noche, hace nada, hace tantas horas. Y luego, copa en mano, amigos en formación, comenzaron a pasar las horas, comenzó a desatarse la psicodelia. El balance del viernes (qué técnicamente hablando fue mayoritariamente sábado de madrugada) se cerró con una caricia femenina en mis nalgas, un dedo mío presionando un pecho femenino tras obtener el consiguiente permiso, y unos dientes mordiendo, con cariño y fotogenia, el mismo (y hermoso, por si hacía falta decirlo) pecho. El balance del sábado se cierra a estas horas del domingo con una expedición a Colmenar, por fin, a visitar la casa de un primo (y hay que decir sólo primo por no entrar en detalles de nuestra compleja genealogía que le convierte en algo así como mi tío segundo), precedida por un desbarajuste logístico, una cena deliciosa, un alegre viaje en furgoneta y un desfile de rarísimos vecinos ataviados con togas de colorines y con un epílogo consistente en la devastación sistemática y metódica de las reservas de ron del Gruta 77.

Mientras, copas que se iban vaciando, conversaciones, y mucha sinceridad.

Creo que ya tengo ubicado el problema. Como estoy borracho no sé si ya lo he bautizado aquí. Como estoy sincero puedo llamarlo ciclotimia. Le he estado contando a la amiga preocupada por lo trágico de mis fotos en qué consiste. Se lo he explicado también al héroe apocalíptico con el que he cerrado el Gruta. Les he dicho mi estrategia al respecto. Me han escuchado, se han preocupado, los pobres, siempre de más, han estado ahí. Y yo los quiero por ello.

Con este amigo resistente al paso de las horas y al desgaste de las copas he terminado hablando de lo que es la amistad, y de lo que es la soledad (esa que principalmente parte de un componente sexual, del hastío de la mano derecha y de la estupidez congénita que debe acechar a toda esa parte del género femenino que consiente que gente como mi amigo duerma sólo hoy, esta noche, otra vez).

Yo salí tiroteado de mi última relación, si es que puedo utilizar esa palabra (porque fue una ¿relación? muy alérgica a cualquier palabra que implicase algo, que definiese algo), porque creo que, por una vez, no hice demasiado el gilipollas. Yo salí tiroteado en mi parte más sensible, más expuesta, aunque entonces no me di cuenta, y caminé kilómetros y kilómetros antes de descubrir que aquel sendero de sangre que nacía de mis pies salía de mis venas. Pero hay historias que forman parte de cada uno, historias de las que uno no forma parte pero que forman parte de la gente, que a veces se cobran su tributo. El caso es que aquella historia terminó y yo a veces me deprimo pensando cómo pudo ser que una mujer que andaba bastante loca por mí terminase diciendo alegremente y con evidente tranquilidad "ah, vale" cuando yo la dije que aquello no iba a ninguna parte y que tal vez fuese mejor dejarlo. Pero saqué algo positivo de todo aquello, algo de lo que enorgullecerme, y que tenía que ver con la distancia con mis amistades. Tal vez sea simplemente una consecuencia de haber pasado siempre tanto tiempo sin pareja, sin poder recordar, a estas alturas, a ninguna que mereciese la postdata de estable, tal vez sea solo que mi vida han sido siempre y casi siempre mis amigos, pero cuando llegaron esos días en los que uno podía terminar las noches con algo de sexo y con alguien a quien abrazar y por quien ser abrazado a la hora de los sueños mis amigos estuvieron allí, formaron parte de aquello. Quién no ha oído hablar de esos amigos que, una vez encontrada la cama a compartir, desaparecieron del mapa. Quién no los ha tenido. Quién, alguna vez, no ha pertenecido a esa clase. El caso es que esta última vez no fue así. Porque mis amigos son mi vida y mi vida soy yo, y quien quiera vivir conmigo debe soportarme a mí, y soportar a mis amigos. Ayuda que soportarlos a ellos es infinitamente más fácil que soportarme a mí, neurótico, borde, desagradable, gruñón y ciclotímico. Ayuda que soportarme exija tal nivel de tolerancia (quien sea capaz de meterme en su cama tiene que tener una paciencia infinita). Pero yo sigo sintiéndome orgulloso, porque durante esa última historia, única en años que no fue un simple intercambio de dulces hostilidades de aquí te pillo, aquí te mato y todo muy bonito y adiós y no me preguntes el nombre que da igual recordarlo, yo seguí ahí, y ellos siguieron conmigo. Porque los amigos no son una excusa para pasar el rato, algo que te entretiene mientras, con la caña tendida, esperas a que se tense el sedal. Porque mis amigos son quienes día a día, hora a hora, minuto a minuto me salvan la vida.

Va por vosotros, chavales, chavalas. Va por ti, y por ti, y por ti. Va por vuestras vidas, de las que tan orgulloso me siento de formar una pequeña parte, y por la mía, a la que dais sentido. Va por las mil copas que hemos compartido y por los mil millones de copas que compartiremos. Va por cada una de vuestras risas, por cada una de vuestras sonrisas, y por cada lágrima que, ahogada en explicaciones, veamos morir.

Y después de tanta parrafada, el cortometraje/redención guy ritchiana de la noche:

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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.