28.2.07

el talento

Nunca va a ocurrir porque es algo que no puede interesarle a nadie pero si alguien, alguna vez, me preguntase qué es lo segundo que sé hacer bien, tengo muy claro qué le respondería: Montar en escaleras mecánicas.

Recuerdo ser yo pequeño, pero no demasiado pequeño, y quedarme sorprendidísimo una vez que mis abuelos paternos vinieron, no recuerdo por qué, a Madrid, y tampoco recuerdo por qué fuimos a algún lugar en Metro y descubrí que mi abuela Carmen no montaba en las escaleras mecánicas: Ella iba por las otras, las estrechas, abismales y arcaicas escaleras de toda la vida, de peldaños absolutamente inmóviles y, desde los ojos de aquel niño que era yo y no había leído aún a Cortázar, aburridas. Así que una vez reuidos donde ambas escaleras chocaban con el mismo pasillo le pregunté por qué no utilizaba las escaleras mecánicas como todo el mundo, porque por lo visto yo, aunque no lo recuerdo, preguntaba bastante (probablemente cuando era aún más pequeño y tenía la misma curiosidad pero menos vergüenza, menos timidez y más confianza en las respuestas de la gente), y me dijo que es que no sabía utilizarlas, o que les tenía miedo, no recuerdo cuál de las dos respuestas fue la que me dijo y cuál la que yo adiviné. A mí me sorprendió porque siempre me parecieron un invento divertidísimo, y no comprendía cómo alguien podía privarse o temer aquella diversión.

El caso es que desde entonces he estado perfeccionando el método de cómo utilizarlas, y a día de hoy creo que rozo la perfección a la hora de utilizarlas. Sé bajarlas haciendo que los escalones retumben, sé bajarlas a toda velocidad sin que se note mi peso, sé dar la última zancada larga en el momento justo después del abordaje y la primera de salida en la zona idónea de salida, y pertenezco a esa élite, por lo poco numeroso, que no por otra cosa, que cuando va a montarse en una coloca el pie de tal forma que se apoye, aún, sobre la superficie inmóvil, pero tan adelantado que la puntera y parte de la suela de la zapatilla están ya sobre la escalera, de tal forma que cuando sigues avanzando y tu pie rota entra en contacto con la escalera, y por el reparto de pesos y los rozamientos, aumentando delante y disminuyendo detrás, la escalera te lanza catapultado hacia arriba o hacia abajo, donde toque.

Sí, es una gilipollez sentirse orgulloso por algo así. Pero algo dentro de mí se siente precisamente así, algo que sobrevive de mi infancia.

Cuando yo era pequeño, adoraba el Metro. Siempre que montaba con mis padres en él pegaba mi cara contra el cristal que daba a la otra vía y pasaba el viaje entero alucinado por los zarandeos y la veloz y ruidosa oscuridad del otro lado del cristal, despedazada de tanto en tanto por el cruce vertiginoso e impredecible con otro convoy. Entonces los viajes siempre se me hacían cortos, y al salir de nuevo a la superficie me consolaba diciéndome que un día, cuando fuese mayor, me haría un par de bocadillos y me metería una mañana en el Metro y no saldría hasta por la noche, y así podría pasar todo el día mirando las vías deshechas en la oscuridad y el baile de las catenarias de los cables por las paredes de los túneles.

No es algo que, al final, haya terminado haciendo, pero a veces miro por la ventana y lo recuerdo, y me siento, en cierta forma, un traidor con respeto a aquel niño que era yo. Luego intento librarme de la culpa diciendo que yo soy aquel niño, y que si ahora no lo hago es por algo. Y claro, surge el miedo a que la razón por la que ahora que puedo no hago lo que quise entonces sea la madurez (ese ir a comprar acelgas al supermercado, que dice la filósofa que no hace caso al teléfono), al desgaste del tiempo sobre los sueños, la fantasía, la vitalidad, los juegos; la pérdida del mayor tesoro que tenemos en la infancia y, tal vez, en la vida.

Tener miedos raros también se me da de puta madre, ahora que lo pienso.

Sigo: Pero no, me tranquilizo en cuanto se detiene el tren y yo salgo a caminar por los pasillos, a probar mi habilidad en las escaleras mecánicas, a adelantar gente por la calle: En realidad no camino, en realidad no soy una persona que se mueve. Soy un barco, esquivando fragatas, navegando hacia alguna parte, ciñendo el viento en cada curva. Soy un coche a la fuga en mitad de una calle abarrotada. Soy un perseguidor, o un perseguido. Soy una nave espacial. Soy un fórmula 1. Siempre estoy jugando a ser otra cosa. No sé si más gente lo hace, imagino que sí, porque quién es único, hoy. Pero el caso es que yo lo hago, y eso significa que ese niño al que no traiciono por no pasar un día en el metro con dos bocadillos, uno de tortilla y otro de chorizo frito, sigue vivo, aquí dentro. Eso significa que él, efectivamente, ya no quiere pasarse un día bajo tierra mirando la oscuridad. Eso significa que sigo siendo lo que era, que no he perdido la fantasía que tuve, que no es que fuese ni mucha ni poca pero era mi fantasía, y que, en cualquier caso, si no juego a cumplir lo que entonces quise es porque estoy tranquilo pensando en y jugando a nuevos juegos.

25.2.07

paz, amor y death metal


Pues allá fuimos al concierto, después de una alegre tertulia callejera con unos proselitistas cristianos que pretendían reclutarme para una sesión de teatro adoctrinatorio, del tipo de los que ponen cara de susto cuando te dicen que son cristianos y les respondes que es que tú eres ateo. La próxima vez les digo que soy satánico y grito ¡salve la bestia, devoradora de mundos!, a ver si se les salen los ojos del todo o no, somos los ateos el último y definitivo enemigo a batir.

Pero quedaron atrás, y para quitar los sudores fríos que deja la exposición a la fe, "esa fuerza", que la llamaba uno de los proselitistas, a riesgo de que yo me pusiese a preguntarle cómo encajaba en el esquema de las que los físicos tienen catalogadas, medidas y preparadas en el arsenal, nada mejor que una cervecita terapéutica y panteísta como ella sola, y luego a la sala de conciertos, a vernos expuestos a esto:



Qué decir al respecto. Que sí, que tienen toda la razón del mundo, que peace, love and death metal, aunque en vez de death metal tocasen un rock bacilón y clasicote que hacía pensar en los Rolling divirtiéndose como salvajes. Jesse Hughes, bigotazo en ristre, repeinado, expresivo como para dejar al Johnny Depp de Piratas del Caribe a la altura del Dustin Hoffman de Rainman. Vacilón, gracioso, cachondo, hiperactivo, el tipo de persona que pondrías en una película de la América Profunda como el malote cachondo y salido del pueblo, la clase de persona que necesita un descapotable (y es inevitable que sea un Cadillac) porque dentro de un coche normal no va a tener espacio, porque necesita la amplitud de un cielo para que pueda contener todos sus gestos.

Yo iba con la certeza de que iba a ser gracioso, pero no pensé que iba a ser un concierto TAN bueno. En fin, si estás escuchando la canción puede que te resulte vágamente molesta la voz de falsete, que en el disco abunda. Pero yo sabía que en el sonido crudo de un concierto aquella voz iba a aparecer un puñado de veces, y así fue, y Jesse terminaba recordando más a Danzing que a los Bee Gees (puestos de algo, para meter sus grititos en un disco así, pero Bee Gees al fin y al cabo). Así que salimos de allí con los ojos de par en par, meditabundos sobre lo genial que es, en el mundo de la música, que haya gente que haya convertido la diversión en un lema no ya para aplicarle al público, sino para ejercerlo en el escenario.

Y no pudimos sacarnos esos pensamientos de la cabeza, por mucho que una pecera se empeñase en intentar lobotomizarnos con su luz verde y sus escuadras de peces componiendo bailes hipnóticos, por mucho que las televisiones de un bar nos mostrasen el catálogo de moda musical de los nefastos, en ese sentido, años setenta, donde yo no sé qué tomarían pero qué valor, salir al escenario de aquellas maneras.

Así que fin de semana sorprendente, extraño, raro, imprevisto. Es lo bueno de darle las riendas al azar e ir tomando las cosas según vienen, sin dedicarles ni un mísero pensamiento previo que no sea un simple "adelante con eso también".

Lo malo es que tanta mención al death metal me despierta el vicio. Así que me temo que se avecina una semanita de mucho Dark Tranquillity y mucho Insomnium. Lo cuál, desde luego, no supone ningún problema.

23.2.07

24? 23? 24? 23?

Espero que pertenezcas a esa casta especial, razonable y hábil que sabe en qué día vive; Hoy es día 23, que no 24. Y confundirse divierte, pero sobre todo confunde y hace que rellenar una agenda de fin de semana sea como intentar construir un rascacielos con cartas de poquer.

Ateniéndonos a los hechos; Existe un grupo de música que se llama Eagles of Death Metal (no; no hacen death metal, lo cuál a priori es un poco decepcionante pero luego no tanto, cuando piensas que si hiciesen death metal y se llamasen así algo iría muy mal por ahí dentro). Hasta el miércoles, para mí, ese conocimiento formaba parte del misterio del universo, del conjunto de todas las cosas que no sé. Una compadre de reenvío de canciones y mentora musical me iluminó al respecto y me dijo que tocaban hoy aquí en Madrid, y me preguntó que si me iba a verlos. Yo no sabía, porque ya sabes cómo son los fines de semana, que tienen sus acuerdos, sus tratados de paz y sus descuartizamientos largo tiempo preacordados. Así que quedé en responder ayer. Y de paso, puse un par de discos a bajar. Llegaron al mediodía, los escuché, y tras no muchos malabares la tarde/noche de hoy quedó despejada para el concierto. El único problema era que no conseguía contactar con la invitante. Así que me fui a dormir y me he despertado pensando en la fatalidad y dando muchos bostezos, y pensando en el destino cruel que un día me deja saber que existe un grupo, al siguiente me permite escucharlo y al tercero me sabotea el concierto. Así que esta mañana, entre muchísimos bostezos, en serio, he llegado al punto del alzamiento popular y me he dicho a mí mismo ¿quieres ir al concierto? Pues ves, coño.

Así que he decidido ir. Solo, si hiciese falta, que leches; al fin y al cabo he visto un par de fotos carnavalescas de aquí mi mentora y siempre podría recorrer el público comparando a la gente con los trozos de ella que sobresalían de su disfraz de Ferrero Roché. Pero como el ser humano es un ser social he asaltado a aquí mi primo, que es el ser más fácil de convencer para cualquier cosa que existe sobre la faz de la tierra, y le he dicho "hey, Fer, ¿te vienes esta noche a un concierto de un grupo que no has escuchado nunca?", y por salvar las apariencias me ha preguntado un par de cosas como el precio y el sitio, y ha dicho que vale.

Total, que yo he mandado un mensaje al viento (acierto con la metáfora en la primera letra, en cualquier caso) para que rebotase en alguna parte de forma que si llegase a la citada mentora le advirtiese de que si se encontraba con un tipo con una camiseta de Porcupine Tree huyese, porque probablemente se tratase de mí, con tal fortuna que al rato me ha llamado la muchacha para decirme que el concierto no es hoy, día 23, sino mañana, día 24.

Y yo, claro, había quedado mañana ya para ir al cine y hacer un ratito el idiota con un par de amigos. Oh, fatalidad. Me río yo de Ulises. Me río yo de esa gente de principios del siglo pasado que decían ¿y si pillamos un barco y nos vamos a cruzar el polo sur a pata, así por pasar la tarde?

Así que nada, más llamadas telefónicas y mañana, en principio, iré a ver a la gente esa. Pero no estoy muy convencido todavía, porque faltan 24 horas, y al ritmo que lleva la suerte creo que le da tiempo de sobra de darle otro volantazo al timón del destino, y me veo ya embarrancado en alguna playa tropical de arena dorada, nativas bailando en topless, casitas hechas de fragmentos de palmera y demás clichés obligatorios.

(Ah, la foto de hoy no es mía, más quisiera yo. Está sacada de gotreadgo, fotoblog que merece de sobra la visita diaria)

releyendo recuerdos

Nos habíamos visto mil veces en la playa y en la piscina, así que su cuerpo desnudo tuvo más de reconocimiento que de sorpresa, como cuando uno ve a la luz del sol de mayo un paisaje que antes solo vio entre las brumas de enero. Algún que otro lunar secreto, el pelo tormentoso sobre su sexo, el rosa dulzón de sus pezones, la dulce palidez del nacimiento de sus muslos. La suavidad ardiente de su piel, el tibio deslizarse de las gotas de sudor por sus diminutos y efímeros ríos. Pero en cada pequeño descubrimiento ella iba perdiendo su identidad, empezando a ser tú. Entramos al dormitorio besándonos, con los ojos cerrados, yo por no ver que ella aún no eras tú y ella por no reconocernos a ninguno. Caímos sobre la cama, mis manos ya forcejeando con los botones de su pantalón, abriendo brechas hacia grutas de penumbra que latían atadas por la ropa interior. Sin dejar de besarla mi lengua proseguía la tarea de robarle su identidad, y ya no eran sus labios los que besaba, sino los tuyos, y esa húmeda tibieza que una mano mía acariciaba era el calor que brota de ti, y esos senos suaves y firmes que temblaban de una forma imperceptible ya no eran parte del cuerpo de Lucía, y así ella ya no era ella, mi amiga de toda la vida, la novia de mi mejor amigo, sino que ella era un puente, un transmisor, un elemento de justicia, una hermosa muñeca de vudú a través de la cuál mis mil extremos te tocaban, te exploraban, entraban de ti y se abrían camino a través de ti, te descubrían y te saludaban y campaban sobre ti y a través de ti. Lucía, de alguna forma y tal vez sin saberlo, aceptó el juego, siguiendo conductas que para nada podían ser suyas, exhalando suspiros que sólo podrían haber nacido dentro de ti, envolviéndome, rodeándome y tragándome como sé que sólo tú puedes hacer. Y así batalla tras batalla, sin dejarnos caer en las treguas, sosteniéndonos con caricias en un ejercicio de funambulismo de autoengaños, embistiéndonos de nuevo mutuamente cada vez que nos veíamos con fuerzas, emboscándonos, asaltándonos, asediándonos, invadiéndonos, sublevándonos, venciéndonos y dejándonos ganar. Y así hasta que el amanecer dibujó de nuevo la rosada piel de Lucía sobre las sábanas retorcidas, bajo el sudor de mi cuerpo, en la ruta de mis labios, y el espejismo se deshizo y ella dejó de ser tú.

Terminamos, cerrando los ojos con fuerza, sosteniéndonos con saña, apretando los dientes, respirando el aire helado y limpio del nuevo día.

Estábamos abrazados, después. Al rato me aparté, me incorporé en la cama, dejé que mis piernas cayeran, que mis pies y mis pensamientos chocasen con el frío suelo. Lucía, detrás, suspiró, ahora ya como siempre ha suspirado, y una de sus manos se apoyó en mi espalda, en una caricia dulcísima.

–Tranquilo –dijo. Y su mano se movió hacia mi costado, y tiró de mí hacia ella, y me tumbó a su lado y me envolvió con su suave calidez, y dulcemente me besó en los labios y pasó una mano sobre mis párpados, para cerrarlos y secarme las lágrimas, y yo fingí dormir hasta que la escuché respirar con el ritmo de un sueño, y entonces me deshice de su abrazo y me levanté y la contemplé salpicada por las luces que la persiana dejaba pasar, hermosa y dormida, y era la mañana del siete de septiembre.

21.2.07

ese grito

Si nos ponemos a preguntar por los gritos legendarios de la historia del cine (soy un ignorante, no esperarías que fuese a ponerme a hablar de pintura ¿verdad?) saldrían unos cuantos; yo por ejemplo diría el del Mayor Kong según cabalga los cielos de Kodlosk a lomos de una bomba nuclear en caída libre, ese de Marion Crane en la ducha de su habitación del Hostal Bates, y el alarido reivindicatorio de alarma antiaérea de Tarzán. Tal vez tú pensases en otros, cada cuál es cada cuál. Pero de lo que estoy casi seguro es de que nadie que conozco aludiría a un tal Wilhelm.

Ya sabíamos que los editores de sonido de las películas las arreglan para que las cosas suenen como deben sonar; por eso los disparos en una película son distintos de película a película aunque la pistola sea la misma (y ya que estamos, una confesión friqui; la pistola que mejor suena, para mí, es el revolver de Indiana Jones, seguido más o menos cerca por el del sargento Jack Cates), por eso las cosas de las películas suenan así de bien, que luego sale uno del cine y se avergüenza del ruido del motor de los coches, del zumbar de los teléfonos (a día de hoy aún más, con esto de los mp3), del rugir del viento y, bueno, de todo. Y resulta que hay una serie de sonidos que van circulando de un lado para otro, de unos archivos a otros, y se sacan copias y se utilizan y se reutilizan en un lado y en otro. Por eso los látigos suenan siempre como suenan, los derrapes son cosas características, los cristales se rompen sonando de formas parecidas y casi todos los westerns de cierto intervalo temporal comparten el cincuenta por ciento de la banda sonora que forman los tiros, los zumbidos de las balas perdidas, los estallidos metálicos cuando tropiezan con alguna roca y el ruidito del viento, siempre necesario, con la consiguiente bola de brezo o lo que coño fuese aquello para dar ese tinte de desolación que tan cachondos ponía a los directores de fotografía, miembros todos de la misma secta.

Por enlazar temas con temas, bien podríamos llamar a estos efectos de sonido memes, y definir su fuerza como la capacidad para aparecer en diversas películas. Entonces, el grito de Wilhelm sería el puto amo, que desde que apareció en 1951 ha sido utilizado hasta la fecha en, atención que se dice pronto, más de ciento cincuenta películas, por no hablar de series de televisión y videojuegos.

La primera, la que lo vio nacer, fue Tambores Lejanos, de Raoul Walsh. En una escena el capitán Quincy Wyatt (Gary Cooper) vadea los pantanos de Florida con un grupito de
soldados, a la caza del indio, cuando un cocodrilo ve pasar a uno de los soldados, piensa que un tentempié entre horas no le quitará el hambre para la cena y zas, se come al militar. Grabaron la escena, y luego fueron a meterle el sonido en el estudio de grabación. Esas cosas funcionan así, alguien se planta delante del micrófono, los técnicos le dicen "venga, un cocodrilo te pega un bocado y gritas, dale", y el hombre grita y su grito queda grabado. Así que llegó un tal Sheb Wooley, a ganarse unos duros extra, y de una sentada grabó seis alaridos, y decidieron usar la quinta versión para el soldado del cocodrilo pero, ya puestos y como el dolor es el dolor, la reutilizaron, junto con la cuarta y la sexta, para amenizar las caídas de unos cuantos indios disparados que salían antes en la peli. Terminaron de rodar esta, y la grabación quedó en los archivos de la Warner Bros. Así que cuando los técnicos de sonido iban buscando a un tipo gritar de dolor, se pasaban por el archivo y a veces utilizaban ese. Comenzó a utilizarse tanto que por ejemplo en 1954, en Ha nacido una estrella, de George Cukor, aparece no sólo como efecto de sonido de la película en sí, sino como efecto de segundo grado, mientras en una escena de la película sale un cine en el que se está proyectando otra película donde suena ese grito (La carga de los jinetes indios).

Pero un grito es un grito y nadie se dio cuenta de la proliferación del mismo hasta que llegaron los dichosos años setenta y apareció esa nueva clase social que desde entonces bendice la tierra; un friqui, de nombre Ben Burtt, que tenía algo que ver con el cine, como estudiante o como futuro ingeniero de sonido, no lo tengo muy claro. El caso es que después de ir al cine a ver montones de películas el chico, que tenía buen oído, se dio cuenta de que un mismo grito aparecía por todas partes. Y cuando tiempo más tarde lo contrataron para una película que se llamaba Star Wars, el chico se paseó por los archivos de varios estudios de cine, con su lista de ruiditos que tenían que usar, buscando algo que pegase para cada uno. Y topó con el original de Tambores lejanos, al que bautizó como Wilhelm, porque ese era el nombre del personaje que lo profería en La carga de los jinetes indios. El muchacho convirtió ese grito en su fetiche, y comenzó a utilizarlo por todas partes; a lo largo y ancho de todo Star Wars, en la saga de Indiana Jones, en Willow... primero sus amigos y compañeros y luego los amigos y compañeros de estos le cogieron el gusto a la broma. A día de hoy ilustres friquis como Tarantino (que se enteró de la historia durante la mezcla de Reservoir Dogs, imagino que por su director de sonido, e hizo para el trabajo para ir a ver Tambores lejanos) o Peter Jackson (que se enteró de igual forma durante Las Dos Torres y decidió incluir el grito en esa película y en El Retorno del Rey) lo han incorporado a su arsenal de recursos a incluir en cualquier película (inevitablemente sale en King Kong, y apostaría mi vida a que saldrá en las siguientes películas de los dos).

La lista de películas que lo utilizan es larga de narices, y tiene títulos que todos hemos visto; todos hemos escuchado ese grito, que forma ya parte de nuestro legado cultural, aunque no lo sepamos, que se perpetúa de ingeniero de sonido a ingeniero de sonido según lo van descubriendo. Y los nuevos lo abrazan con fe y pasión, y se dedican a colocarlo por todas partes. Aunque los viejos puedan terminar hasta las narices, o renegar de él, o lo que pasase por la cabeza de Ben Burtt cuando terminó su trabajo en la última película de Star Wars y, fichando por Pixar, anunció formalmente que no piensa volver a utilizar ese grito nunca más. Qué pena, ¿verdad?, después de una relación tan larga. ¿Existe el desamor con un sonido? ¿Puede uno desenamorarse de un grito grabado hace más de 50 años?

edit: Dice Pip que no cae en cuál puede ser, error imperdonable por mi parte no especificarlo, con lo fácil que es; el grito en cuestión es este.

19.2.07

ráfagas


En el apartado de noticias; hace un tiempo que renuncié, definitivamente, a las mayúsculas en los títulos de este blog, salvo para nombres propios, que no sé si habrá alguno. Ídem con el fotoblog. Me gustan las minúsculas. No tengo problemas con poner mayúsculas al principio de las frases, pero cuando van unas pocas palabras solas, me gustan las minúsculas. Las mayúsculas me dan la impresión de desequilibrar el texto, de inclinarlo hacia babor.

En el apartado del estádo de ánimo; supongo que pasa en todas las cabezas, pero como sólo conozco la mía no me atrevo a generalizar. Pienso a varios niveles. Está lo que pienso aposta, que ocupa varias capas, ese flujo de datos, de información, de sensaciones y de lógica que fluye empujada por la voluntad o producida por el medio inmediato exigiendo atención. Ejemplos: Tengo que apuntar lo del consumo del gas, tengo que recordar hacer sitio en el disco duro, tengo que apartarme para que no me atropelle esa furgoneta, mira qué chica más guapa, etc. Luego están los otros niveles, los que van revolviendo y recociendo cosas y de vez en cuando sacan un cucharón de producto refinado no siempre al gusto de la consciencia. Esas capas están muy atareadas, y se entretienen, ahora, repasando estos últimos hechos, presentándome visiones apocalípticas que me encantaría poder ahorrarme. La curiosidad se infiltra con un martillo prestado a la lógica y produce deducciones, tal cosa debió ser así, tuvo que hacer esto para, probablemente entre tal y tal pasase aquello. Es como cuando estás en casa de alguien que está viendo una película que no quieres ver, y tú te entretienes leyendo o pensando en cualquier cosa o haciendo lo que sea y aún así a veces tu atención se empapa en la película. No es una película nada agradable.

En el apartado de terapias; al salir del trabajo llovía, hecho simpático número uno. Se agradecen los gestos celestiales de tristeza, y más aún si son gestos que siempre me han sentado como una medicina, un limpiador, el agua bendita de los cristianos encerrada en cada gota de agua. Yo no tenía ninguna prisa por llegar a casa, así que el metro también me ha hecho un favor averiándose. Haz un transbordo, haz otro, corretea, trepa escaleras, coge un autobús y contempla como se satura, como en cada parada se forman motines entre los pasajeros que pretenden bajar y los que, hacinados en las marquesinas, aspiran a tomar un sitio al asalto. Y entre parada y parada correr como locos mientras las capas manejables de la mente se entretienen pensando en el peso de tanta humanidad y en lo que eso debe suponer para los reflejos a la hora de acelerar y sobre todo de frenar sobre asfalto mojado el maltrecho autobús. Como había montado en la primera parada, mientras leía, otra forma de terapia, y confiaba al azar la selección de canciones del iPod. Porque el azar es el amo y es bueno querer a quien se te impone quieras o no. Así que me ha premiado con The Decemberists, Sólstafir, Primordial, Neutral Milk Hotel, Lúnasa, Nevermore, Oceansize, Muse, The Shins, Moonsorrow, The Old Dead Tree e Isis, que recuerde a bote pronto.

En el apartado de la pura lucha por la supervivencia; la cosa pinta fatal. Tengo que mandar dos cartas y ya no tengo ni que darme a la impotencia motriz para no enviarlas, es que directamente las he olvidado en casa. Así que mañana tocará mantener una lucha tipo "tengo que hacerlo" / "no puedo" / "por qué no puedo" / "no lo sé, pero es imposible" / "no es imposible, es levantarse, moverse y decir cuatro gilipolleces" / "qué titánico todo" / "muévete" / "no puedo" y a partir de ahí repetir las dos últimas cosas. Si alguien tiene un látigo que me mande un currículum, necesito que alguien me motive. Como puestos a recibir azotes la cosa puede ser peor o mejor, adjuntar foto, y se valorará apariencia personal, simpatía y carácter mordaz.

En el apartado fotográfico; la semana va a ser siniestra. Ganas de hacer fotos = 0. Así que igual una tarde me voy al cine a ver la de Clint Eastwood, que el cine siempre anima. Y una reflexión de hoy, a la vista de una escena increíblemente hermosa, con gotas de luz azules y amarillas salpicando una marquesina y una muchacha guapa encuadrada en la ventana de un autobús; lo peor de la fotografía es ver una escena preciosa y saber que, por encuadre, por luz y por falta de reflejos va a ser imposible sacarle una foto. Y entonces llega el placer egoísta de aceptar la escena como algo exclusivo para disfrute privado. No consuela mucho, porque al fin y al cabo fotografiar es intentar acaparar ese tipo de cosas, pero al menos alguien ha visto esa escena.

En el apartado literario; sudo sangre intentando recordar el gran fallo que Elena me dijo tener la noche del viernes. Pero el cansancio me comía la memoria y no consigo recordar nada excepto la impresión de que no deja de ser bonito que alguien siga esperando que yo, algún día, intente escribir algo, e intente ayudarme a que llegado ese día me ahorre alguno de los errores de ahora.

En el apartado físico; mi cuerpo ha desarrollado un nuevo método para recomendarme que duerma más, los dolores de espalda. A ver si esta noche consigo hacerle caso sin que la parte sombría de mi cabeza me monte su película y sin que la parte apática se empeñe en decir que sin nadie que blanda un látigo va a ser demasiado difícil.

18.2.07

el estado de shock

Has visto las noticias, habrás visto mi pueblo, sabrás lo que ha pasado.

Un pueblo de mil habitantes es un microcosmos donde existen a la vez casi todas las circunstancias de la humanidad, y todas ellas viven a menos de cinco minutos andando de tu casa. Te has cruzado con todo el mundo por la calle. Los conoces a todos de vista. Te has tomado copas hasta con el apuntador.

Por eso no es lo mismo leer en el periódico o ver en las noticias la noticia de un parricidio (y pensar "qué mal está la gente" y pasar páginas rápido rumbo a la sección de deportes, inocua, terapéutica, el caso Eto'o y la estupidez de Capello) a enterarte de ella según vas a salir de casa para tomar el café.

Por la edad de cada uno, cada cuál es más propenso a conocer a gente de cierto rango de edades, porque tenemos más trato con quienes tienen nuestra edad, porque los vemos en más sitios, porque son con quienes interactuamos. Por eso yo conocía a David. Conocerlo hace que no exista una sección de deportes donde refugiarse. Conocerlo te da la justa medida de la tragedia; ¿Recuerdas a ese chaval tan majo que siempre te saludaba y con el que hablabas cuando coincidíais en algún lugar? Pues ya no lo vas a volver a ver. Conocerlo y conocer el lugar hace que su ausencia súbita y la noticia queden grabadas en las calles, en los lugares, en las caras de la gente. Produce un aura de tragedia, todo se ve distinto, la luz brilla de otra manera, incómoda y dramática.

Primero la noticia circuló por el pueblo, creció con un par de versiones divergentes (la gente, ya se sabe) y al final se quedó en lo confirmado, y todos supimos qué había pasado, y todos supimos todas las circunstancias, y todos supimos el por qué, el siempre indefendible pero existente por qué. Luego llegaron los periodistas, primero avisando en el teléfono de mi amiga del gremio, preguntándola, luego presentándose cámaras y portátiles en ristre, desperdigando unidádes móviles por el pueblo y por Talavera. Contando en cada versión una pequeña versión de los hechos. Estableciendo nuestra existencia, declarándonos oficialmente los nuevos y flamantes miembros de la España Negra (textualmente, en el último telediario de Antena 3), después contando cada vez lo que sabían de la historia. Hurgando, enterándose de los problemas de cada uno, recitándolos en directo. Con mucho afán de superación, pues al fin y al cabo no pueden recitar lo mismo en cada telediario, y con mucha profesionalidad, pues al fin y al cabo no pretenden contar la fría realidad, sino descifrarla, exponerla, hacerla comprensible para que la gente a la que le pille de lejos aplaque su morbo o huya en busca de la información deportiva.

Conociendo la historia hasta cierto punto, haste éste punto, hay partes que espero que no lleguen a contar. Mañana es lunes, seguro que alguien del PP abre la boca con intención de volver a convertir las noticias en un arma política, hay un barco cargado de porquería naufragando en Galicia, habrá ruedas de prensa, y el empate del Madrid me dará materia prima a granel para huir y esconderme. Eso hará que las unidades móviles dejen de preguntar, dejen de estar allí, dejen a los muertos en paz, que es lo que todos queremos. En parte por ellos, y eso se dirá, y eso pensará todo el mundo.

Pero también, aunque eso no lo diremos, por nosotros. Por lo que uno tiene que callarse. Por las cosas que nunca nadie querrá decir, y que mancharán nuestras almas, o las almas de algunos, durante el resto de sus vidas.

Porque antes moriremos que explicar el indefendible por qué.

edit: más, y la noticia completa, en el blog de Vero.

15.2.07

el destino de un vago


No me costaba demasiado hacer lo que me pedían, así que de pequeño nunca me esforcé realmente en nada que yo recuerde. Tampoco me vi en ninguna situación donde esforzarme mucho por algo, pero vamos, que por ejemplo mi vida en el colegio rondaba los caminos de la vagancia más o menos extrema. Recuerdo que suspendí un examen de Historia, o Geografía o lo que fuese en sexto, y aquello fue muy sorprendente por lo anómalo y tal, y porque había estudiado para ese examen lo mismo que para los que hice antes y los que hice después, y en todos sacaba unas notas que, por lo visto, eran aceptables. Volví a suspender historia en el instituto, una vez, para sorpresa de aquel profesor tan gracioso que tenía, que siempre, siempre, siempre me ponía 7'75 en sus exámenes, excepto en el que suspendí, claro. Yo me sentía fatal sacando esa nota, porque el hombre hablaba bastante raro y siempre lo pronunciaba "chete chetentaichinco", y la gente se reía y yo me sentía culpable, pero nunca hasta el punto de esforzarme por llegar al nueve, que hubiese dicho sin peligro, o quedarme en en el seis, que de todas formas hubiese dicho "cheis" (bien pensado había muy pocas notas que sacar que le dejasen en buen lugar). Cuando suspendí yo puse los ojos como platos, no porque suspender me importase mucho, sino de nuevo porque se había roto la rutina sin que yo hubiese hecho nada propiciatorio, había utilizado mi método igual que había hecho antes e igual que seguí haciéndolo después, o sea, leyéndome los apuntes y el libro el día o la mañana antes del examen. Y el profesor, que era un encanto de persona, consideró aquel suspenso mío como una anomalía indigna de ser tenida en cuenta y mi nota final fue el uniforme chete chetentaichinco.

Pasaban los años, yo iba creciendo y descubría una serie de cosas sobre la vida, el ocio y el pasar de las horas; resumiendo, que me gustaba mucho leer, que me gustaba mucho ir al cine, que odiaba aburrirme y que por lo visto estudiar se me daba bien pese a no hacerlo casi nunca. Pero como leer apuntes o libros de texto era más aburrido que leer novelas pasaba mucho tiempo en mi habitación, con un libro en el regazo y los apuntes en la mesa, básicamente por tranquilizar a mis padres, y con lo único que me entretenía era con la física, las matemáticas y el bendito dibujo técnico, para el cuál por lo visto tenía un don que luego me vino estupendamente en las geometrías de La Carrera.

Me gustaba mucho mi profesora de física, Inma. Una mujer seca, inteligente, ingeniosa y borde que a esas edades en las que uno anda tan sensible y tan maleable seguramente tuvo algo que ver en que ahora me gusten las mujeres secas, inteligentes, ingeniosas y bordes. Y encima escondía un corazón tan grande que uno no sabía dónde podía guardárselo. El problema era que por ser inteligente se daba cuenta de que yo me tocaba mucho las narices y me exigía un cierto esfuerzo, pero como me caía bien a mí no me costaba mucho esforzarme más, o tal vez fuese que también entonces se iba formando esa tendencia mía a correr tras los deseos de las mujeres secas, inteligentes y bordes. Me gustaba también mi profesora de Filosofía, Fuencisla, aunque la pobre tuvo soportar exámenes muy extraños por esa costumbre mía de pensar las cosas en mitad de un examen, y así en mitad de uno yo puse a parir a Descartes, porque su aformismo famoso de "pienso luego existo" es un circulus in demonstrando, y tres cuartos de lo mismo con las "demostraciones" de Santo Tomás sobre la existencia de Dios. Muy católica, hasta el punto de pedirnos a dos amigos y a mí que por favor no volviésemos a discutir sobre la fe con ella. Y por seguir el recuento supongo que de esta profesora saqué mi inclinación hacia las mujeres guapas, porque se convirtió en la protagonista de un buen montón de esas nacientes fantasías sexuales que los chavales solemos tener a ciertas edades.

Y aunque desde luego no protagonizó ninguna sesión de fantasía sexual también me caía muy bien mi profesor de matemáticas, Alfonso, un tipo al que recuerdo fumando en clase (entonces aquello no se consideraba genocidio), armado con un palo que usaba para señalar la pizarra desde el borde de la mesa donde le gustaba pasar sentado la mayor parte de tiempo posible. Yo con Inma tenía bastante trato (un bastante muy relativo que tiene que tener en cuenta lo asocial, tímido e introspectivo que era yo, porque no siempre he sido, como ahora, un tipo extrovertido. Claro que ahora tampoco lo soy) y con Fuencisla tenía mucha confianza, pero con Alfonso no, porque de nuevo en mi carácter naciente iba definiéndose esa tendencia a que me caigan mejor las mujeres que los hombres (si es que en el fondo soy un chico listo desde siempre, para ciertas cosas). Pero de todas formas fue Alfonso el que ejerció de profeta.

Se me daban bien las matemáticas, porque resulta que cuando uno es de carácter distraído a veces esa abstracción de la realidad le planta de lleno en terreno abonado para ellas. Recuerdo que dábamos esas típicas cadenas donde empiezas con una ecuación o una igualdad y luego la vas cambiando un pasito cada vez, y yo recuerdo que los pasos me parecían tan simples y tan obvios que comenzaba a copiar primero uno de cada dos, luego uno de cada tres, y así hasta alcanzar el límite en el que mi pereza se quedaba satisfecha, tenía tiempo para mirar por la ventan o observar las flamantes y flamígeras formas de mis compañeras de clase y aún así los apuntes seguían siendo comprensibles, o al menos uno podía deducir después qué pasos faltaban (había hojas que tenían más cadenas de puntos suspensivos que fórmulas).

En cambio no recuerdo muchas cosas del día en que Don Alfonso ejerció conmigo de profeta. (fumar no era genocidio y a los profesores los llamábamos de Don y de Señorita. Qué tiempos aquellos). Había un ejercicio que había planteado a la clase en general, primero, y luego a unos cuantos designados a dedo en particular, después, porque cuando nadie elegido al azar daba una solución antes de decirla él prefería intentar algunas apuestas más seguras entre los que solíamos tener un índice más alto de aciertos, imagino que pensando que nuestros compañeros pensarían que aquello era más asequible si alguien de su misma talla daba con la solución. Recuerdo dónde estaba yo sentado, dónde estaba él, recuerdo que la idea del ejercicio era hacernos pensar un buen rato, hacer carburar un rato la cabeza y echar unas cuantas cuentas, y que yo me escabullí por una escapatoria que dejaba responder algo bastante obvio y bastante simple pero que respondía a la pregunta (y nada nos deja más indefensos a los matemáticos que una respuesta rigurosa, simple y correcta). Y sobre todo recuerdo cómo me miró, calculador y algo melancólico. Reconociendo algo que también yo veía en sus gestos, en su forma de andar, de explicar, de mirar; esa tendencia a pensar las cosas un rato antes de ponerse a hacerlas, por si aparecía una buena idea que evitase sudores y agujetas. Y sin que ninguno de los dos alcanzase a intuir, entonces, que yo un día me terminaría haciendo matemático, me dijo "se te darían bien las matemáticas; eres un vago".

14.2.07

¡Hoy es el día del hamor!

Ya, ya, a mí también me da arcadas. Escribo al filo del nuevo día, el relojillo de la pantalla marca las 0:12 según aporreo las teclas ahora mismo, así que todavía no se ha desatado esa marabunta asesina de insulínicos. Pero lo hará. Lo hará. Y yo estaré preparado. Ayer ya nos tomamos la pastillita preventiva, y hoy viene la droga dura. Por poca idea que tengas de inglés debería funcionar con que sepas que "rape me" significa "viólame" y que es una versión de Nirvana:


Y ahora a capear el día como se pueda.

A ver a la gente con ramos de flores.

A ver los periódicos rebosando caspa.

A soportar los reenvíos de correos pastelosos, a responderlos a todos, A TODOS a cuchillo.

A preservar la dignidad, el orgullo, el sentido del ridículo, la reivindicación del amor de todos los días, la muerte de los calendarios, la quema de todos, TODOS los centros comerciales, y de todas las tiendas de cosmética (menos una que si la quemo sé de una que me ahorca con propio mi intestino delgado).

A salir de casa con el trabuco cargado, y a vaciarlo ante cualquier insinuación de angelote rubio, de sonrisa boba y arco dorado. Y luego a acuchillar su cadáver, a beber su sangre, a morder su puto corazón y a escupirlo a una zanja llena de barro.

A veces me sorprendo, ¿de dónde me vendrá todo este rencor, me pregunto yo?

Tendría que haberme hecho psicópata.

13.2.07

el carácter


Como terapia anti-cutrerío-sanvalentinesco he preparado una terapia aparte de la mejor medicina que conozco, la música. Hoy la primera pastillita, una oda a la necrofilia. Quien quiera unirse a mi campaña "salvemos nuestra salud mental", que haga click alegremente en el play y se amenice la lectura de mis diatribas contra la vida, el universo y todo lo demás.


El metro llegaba con un cierto retraso y, claro, bastante saturado, cosas del retraso. Entré en el vagón intentando abrirme un hueco entre la gente cuando el tipo que venía detrás de mí decidió meterme prisa ejerciendo presión sobre mi espalda. Yo no tuve tiempo ni para reflexionar sobre el tema, mi brazo izquiero tomó la iniciativa y en rápida revancha se desprendió de mi cuerpo y se desplazó hacia la puerta, ejerciendo a su vez cierta presión sobre el tipo con prisas. Total, que el hombre se da la vuelta indignadísimo y se pone a gritarme que si pretendo echarle del vagón o algo así. Yo le respondo que lo único que pretendo es devolverme la cortesía con la que me ha saludado él. Él, bastante mayor que yo, adopta ese tono de vejez ultrajada y ofendida y continúa vociferando. Y yo claro, si cuando me empujan empujo, ¿qué hago cuando me gritan? Pues grito. Con las piernas y la voz temblando de emoción y de cabreo, y devolviendo cada comentario. ¡Tendría que pedirme perdón!, me grita. De mil amores, le respondo, en cuanto él me pida perdón a mí por su empujón. Hasta que finalmente dice "o sea, que usted (me llamaba de usted; la educación tiene esas contradicciones) cree que tiene razón", y me lo dice como si no lo creyese, "y que yo estoy equivocado". "Naturalmente", le respondo yo, porque si él no hubiese sido un cagaprisas y un agonías y un frustrado empujador de metro japonés no habría habido ningún problema. Y seguimos el viaje en silencio, mientras el resto de ocupantes del vagón abarrotado esconden sus sonrisas.

Pasan unas horas y voy a una tienda de ordenadores decidido a dar mi siguiente pasito incremental de mi nivel de calidad de vida. La lista de la compra consiste en; un cable de red largo de narices, un ratón, un par de altavoces y una tartera de DVDs vírgenes para atiborrar con fotos y ficheros y hacer sitio en el ordenador para más fotos y más ficheros. Espero pacientemente mi turno. Ocupa el primer lugar de la fila de clientes un tipo que por lo visto tiene dudas existenciales sobre lo que significan palabras inglesas como Start y Windows. Una de estas personas que convierten eso del no tener miedo a preguntar en una proclamación a gritos de su ignorancia: Me encanta esa clase de gente, porque son absolutamente honestos, saben que no saben, saben qué quieren saber y lo preguntan, son lo más opuesto a mí que puedo imaginarme. Yo, que antes muero de vergüenza que preguntar, que antes paso mil horas hurgando y desconfigurando cosas que no tenían culpa ninguna, o curioseando tutoriales escritos por arcanos miembros de alguna cofradía internáutica donde ya de partida es jodido de cojones entender hasta en qué idioma están escribiendo.

Pero ahí estaba yo. Nadie me empujaba, así que no tenía ganas de empujar a nadie. Nadie me gritaba, así que yo estaba en el que el mundo proclama mi estado ideal: calladito. Por fin el hombre se va satisfecho, después de que el tipo que espera delante de mí se haya unido a la clase magistral de introducción al Siglo XX, y a partir de ahí las cosas fluyen rápido porque a nosotros sí sabemos más o menos a lo que vamos. Lo que yo no sé es el precio de lo que pretendo llevarme, así que cuando está todo reunido sobre el mostrador lo pregunto, y me dicen que mil euros. Yo levanto la mirada, contemplo al dependiente, y pienso eso que suelo pensar siempre, no sé por qué; ¿es que eres gay y me tomas el pelo para intentar ligar conmigo o algo así? Pero no, es sólo un friqui de los ordenadores trabajando en una tienda de ordenadores y mi heterosexualidad no está siendo puesta a prueba. Esa coña es el reflejo de La Felicidad. Así que me dice el premio real y mientras voy pagando y mete las cosas en la bolsa le digo que si es todo ese dinero tendré que volver más tarde a por las cosas. Y lo digo porque sé que seguir la coña le va a divertir. Responde que más tarde o nunca, yo le digo que no hombre, que todo es cosa de ir a atracar una farmacia. Ríe y me dice que hay una a la vuelta de la esquina, pregunto si tienen medias para cubrirme la cara, y me dice que ya puestos espere a caranaval, que total no queda nada.

Así que me voy, pensando en la gente, pensando en cómo me gusta responder a los gritos con gritos y a las bromas con bromas.

¿Será que no tengo carácter?

¿Será que de tanto hacer fotos a superficies reflectantes me he convertido en una?

11.2.07

ciervos, corzos y... uh, hienas


Tengo que destrozarle el título a aquella canción legendaria de La Polla Records para hacer en de esta entrada, pero bueno.

Antes de ir al tema de hoy, una nota sobre el fin de semana: Ha sido un fracaso total. La idea era secuestrar a J, alias muchas cosas, para obligarle a que reabriese su blog mediante torturas diversas que hubiésemos improvisado alegremente, pero como el muy capullo es un solete luego no dan ganas de torturarle (a no ser que provocarle una intoxicación etílica, hacerle pasar algo de hambre y ver la peli que mencionaré en un par de líneas cuente) y no hay nada que hacer por las malas. Y otra nota, qué graciosos me parecen los acentos del sur, que si malagueños y que si murcianos, y qué grande es el cine epañol y qué joyitas tiene aquí el amigo Perro (nos hizo ver Supersonic Man, na más y na menos, película merecedora de un gloriosísimo 2'5 sobre 10 en imdb).

A lo que iba, a la divulgación a tu enriquecimiento mental, que para algo me pagan tus padres. Bueno, como ya he mencionado en alguna ocasión que otra, yo me enorgullezco de ser uno de los pocos hintelectuales hespañoles que huye de los documentales como de la peste, no porque no me interesen los usos y costumbres del ciervo aragonés, el corzo avulense o el, uh, jilguero astur, sino porque suelo preferir emplear mi tiempo en cosas más placenteras y agradables como leer y releer libros, masturbarme pensando en que Shakira me rompe la pelvis a polvos, tomar cafés con amigas que fingen fatal no ser estupendas o escuchar música mientras miro al techo e intento adivinar el tempo de grupos musicales de esos que se empeñan en ocultarlo detrás de ritmos que suponen todo un reto desde el punto de vista matemático del asunto. Pero en fin, mea culpa, hace unos días vi uno, yo pecador, y trataba sobre los usos y costumbres de las hienas, o de una hiena, o de un grupo de, digamos, cuatro hienas.

Antes de nada, aclaremos. Las hienas, al igual que mis queridos cuervos, tienen muy mala prensa, como por otra parte suele ser habitual en animales carroñeros (como si el homo sapiens no hubiese sobrevivido en sus primeros tiempos precisamente como carroñero, y como si lo de comer carne muerta no fuese lo que al fin y al cabo terminamos haciendo, por mucho que en vez de plantearnos un menú a base de cebra destripada hace tres días nos demos a los filetes envueltos en plástiquillos del Carrefour), y en fin, un montón de connotaciones negativas; si comparas a alguien con una hiena suele ser o porque se ríe de forma divertida/desquiciante o porque es más pequeño que tú, poco dado a liarse a bofetas, poco fino de oído, o se encuentra lejos. Pero resulta que hay hienas que van por la vida muy decentemente y, después de ver aquel documental creo poder decir que viviendo con sus principios y con sus historias de una forma que yo, si fuese hiena, imitaría como modelo a seguir. Hay hienas majas, vaya.

Y hay otras que no lo son tanto.

El documental estaba protagonizado por una hiena de cada tipo, y se centraba en la vida y actos de la hiena del segundo tipo, a la que llamaré Flint, no sé por qué, mientras que a la primera la voy a llamar Bea, tampoco sé por qué, y venía a ser una especie de culebrón versión National Geographic. Resulta que las hienas son filosóficamente monógamas aunque algunas de ellas, como nos pasa a los humanos, sabían distinguir de forma muy práctica entre la filosofía y el día a día. Ahora que lo pienso tal vez no fuesen hienas (no vi el principio y no hacía mucho caso a la voz en off, la verdad: Parecían hienas, en cualquier caso)... bueno, sigo. El caso es que Flint estaba felizmente emparejado con una hiena (o el bicho peludo que fuese) muy maja y lustrosa (a la que bautizo como Impi), pero como la sabana africana o lo que fuese aquello debe ser un lugar un poco aburrido si uno no dispone de un rifle con mira telescópica, un jeep y un gorro de explorador, un día conoció a Bea, la hiena filósofa, al borde de un charco marroncísimo al que fue a beber, y desde entonces comenzó a frecuentar la charca para tontear un rato con la buena de Bea. Imposible saber qué se decían con ese lenguaje que es una mezcla de gañidos, ladridos raros y expresión corporal que usan las hienas (o lo que sean), pero vamos, que uno se hacía una idea. Viendo el esquema mental de Bea, diría cosas como que si Imp no me hace caso, que si yo tengo otras inquietudes, que si bla bla bla. Vamos, preparando el camino por si se daba la ocasión de dibujarle unos bonitos cuernos a Impi y pasar un rato divertido, aunque luego siempre terminaba volviendo con la pobre Impi, que no se olía nada de nada a pesar del fino olfato que deben tener esos bichos. Total, que fue pasando el tiempo y Flint comenzó a darle la lata a Bea en otro sentido. Iban por ahí de caza (o sea, a buscar cuerpos putrefactos que aún pudiesen mordisquearse), y en fin, como si fuesen coleguitas de mini-manada, mucha confianza mutua y tal, hasta que Flint se volvía como cada puesta de sol al risco donde solía esperarlo Impi.

Total, que así iban las cosas, una historia predecible y convencional, hasta que apareció Bluf en escena. Bluf era otra hiena hembra, que hacía su vida con Urtu, otra hiena macho. Y un poco de olisqueo y un poco de revolotear uno alrededor del otro, y Flint y Bluf comenzaron un romance que aunque por el clima en el que se desenvolvía merece el calificativo de tórrido (ese sol tenía pinta de calentar lo suyo) lo desmerece totalmente por lo capullo que a esas alturas comenzó a parecer el imbécil del Flint. Porque seguía yendo a la charca de la buena de Bea, que no se olía con qué elemento compartía el agua, barro o lo que fuese aquello, a pesar de que este la utilizaba salvajemente para matar el rato cuando no estaba por ahí de vacaciones con Impi (y me imagino a un par de hienas yendo a la playa, bañándose al solete, pidiendo daikiris en la terraza de un hotel) y Bluf no estaba por ahí perdida con Urtu (y me los imagino, no sé, recorriendo ciudades europeas, admirando arquitecturas decimonónicas y dando paseos en barcos turísticos por canales fluviales. Aunque esto no salía en el documental, pero qué asco daría la vida si uno no pudiese tomarse licencias literarias en su propio blog). A pesar de ello, la tal Bea pareció cogerle un cierto cariño a Flint.

Bluf tenía pinta de ser algo estúpida, visto lo visto, pues parecía estar pensando muy seriamente en la forma de abandonar a Urdu y liarse con un pieza como Flint, y para ello recurrió otra vez a una estrategia la mar de humana; tirar de victimismo. Se daba mordisquitos, se revolcaba por el suelo antes de encontrarse con Flint, y luego adoptaba esa actitud que los humanos hemos copiado otros cánidos (si es que las hienas, o lo que coño fuese eso, son cánidos) y sublimado, o sea, se presentaba como la perra apaleada. Huidiza, frágil, buscando despertar el paternalismo de Flint, que al fin y al cabo lo único que parecía querer era seguir tirándosela. Pero claro, una cosa es el rollito fiestas, aquí te pillo aquí te mato y todos tan contentos, y otra el chantaje emocional, y el documental comenzó a vagar por esos clichés culturales, si aquí mi agente me deja usar la palabra "culturales" sin sacarme los ojos (¡ten piedad!). Total, que Flint se convirtió en una hiena atribulada. Su relación con Impi hacía aguas, aunque claro, le daba ciertas comodidades a las que el bicho no parecía querer renunciar, que la estabilidad siempre está bien tenerla en casa, y Bluf se empeñaba en reclamarle protagonismo actuando de una forma que incluso a pesar del desconocimiento de los patrones de comportamiento que sufro yo viendo las cosas desde un sofá frente a un televisor parecían bastante patéticas y rastreras. Y mientras ahí estaba la buena de Bea, la comparsa de chaca, a quien Bluf iba a buscar siempre que tenía un rato.

Y ¿qué pasó? Pues que Flint pasó un tiempo sin verle la pelambrera a Bluf, que andaba por ahí de reconciliación o lo que fuese con su legítimo, y por lo tanto frecuentando bastante a Bea, y luego esa reconciliación de Bluf terminó, volvió a liarse con Flint, y este abandonó un tiempo a la charca y a Bea.

Y un día volvió, buscando contar sus peripecias, buscando el público de sus azañas, buscando seguir teniendo a Bea en la recámara por si le encontraba un lugar en su tinglado sentimental de esposa y amante, ¿y qué hizo Bea? Pues topamos otra vez con el batacazo inter-especies, para mí es imposible saber qué significan exactamente los actos de las hienas, así que tengo que asumir que igual es otra cosa que no entendí, pero aquello tuvo toda la pinta de ser algo así como que Bea le dijo a Flint que se fuese a tomar por el culo y que ella no estaba ahí para aguantarle las monsergas a nadie. Y yo, en mi sofá, me puse a aplaudir.

Pero luego pasó algo más. Bea se fue de la charca, y en vez de sentirse orgullosa, que es como yo creo que debería estar, iba caminando despacito, con las orejas gachas y mirando alrededor, como buscando algo, como sintiéndose perdida.

Me dieron ganas de ser hiena y de estar ahí.

Me dieron ganas de poder hablar con ella, y de decirle "eh, si yo fuese una hiena de verdad, yo querría que alguien como tú criase a mis cachorrillos". De decirle que no tenga miedo, que encontrará a una de esas hienas que, como ella misma, contradicen todo lo peyorativo que tiene su nombre, una hiena que, como ella, merezca la pena.

Me dieron ganas de abrazar a aquella hiena, y de dedicarle esta canción,

8.2.07

Cómo empezar bien el día


Primero consigue que llueva, da igual cómo; Impregnando las nubes con productos químicos mediante vuelos nocturnos, cantando hasta romperte la laringe o bailando la danza de la lluvia en torno a una fogata, con la cara pintada y el estómago hasta el píloro de peyote.

Segundo, metiendo esta canción en el iPod y escuchándola a todo volumen en el camino de casa al metro,


Y tercero... no hay tercero. Da igual que un Mercedes (me acusarán de clasista pero es que joder con sus conductores) intente atropellarte a dos kilómetros por hora, que en el metro una señora se empeñe en probar que el Principio de Pauli puede dejar de tener sentido a base de golpes de cadera (fíjate cómo sería el asunto que ha conseguido caerme mal aunque estuviese buena, con lo que soy yo pa eso), que metas los pies en los charcos y, en fin, cualquier cosa.

Lluvia y una canción, ¡quién quiere más!

Echaba yo de menos a The Black Crowes.

7.2.07

monárquico de pro


Como buen anarquista filosófico que soy nunca he mirado con mucho cariño lo de la república. Tiene sus ventajas, claro que sí; librarnos de esa carga inútil de gastos que supone la monarquía, con sus viajes a Baqueira Beret (¿se escribe así? A mí no me mires, que soy de campo), sus pisitos principescos de ochocientos mil metros cuadrados, su discurso de Nochebuena etc etc (programa ese que yo siempre he visto una buena idea pero mal ejecutada; anda que no sería bonito ampliarlo y llevar cada año a alguna otra personalidad relevante, como, no sé, Ana Obregón, Faemino y Cansado, etc etc etc). Pero tampoco son tantas ventajas, porque me da a mí que mis impuestos no iban a bajar mucho aunque no tuviésemos una alta nobleza que mantener, al menos ahora; al ritmo de crecimiento que llevan, ah las series de Fibonacci otra vez, dentro de no demasiado puedo imaginarme un país compuesto a partes iguales por familiares de la corona y afectos, inmigrantes chinos y plebeyos de pura cepa. Pero hoy, hablando del tema por la muerte de la pobre mujer esta (que no sé si era pobre o no pero yo quiero a la gente y la doy el beneficio de la duda), me he enterado que en caso de fallecimiento de reyes, príncipes y demás ¡hay días de luto nacional!, es decir, días de fiesta y de no madrugar, y que en una república cuando la espicha un presidente o expresidente nadie se libra de seguir madrugando.

Es un argumento de peso, creo yo, para que haya por ahí tanto monárquico como por lo visto hay. Ahora lo entiendo. Pero caray, ¡alguien podría habérmelo dicho antes! No sé, a partir de ahora voy a mirar con más interés a la realeza, cuando les vea por la tele. Estimando y tal, y calculando las probabilidades de muertes que no caigan justo antes del fin de semana.

En fin, una pena por la niña de la pobre mujer. Pero bueno. La vida sigue. Con el reloj corriendo. Y con una nueva esperanza en el horizonte. Sólo me queda una preocupación, ¿durante el luto nacional los bares siguen abriendo?

Si la respuesta es que no, por favor, miénteme.

"eres un gilipollas"

Se llamaba Bea, y daba los besos más duces del mundo. Cuando lo dejamos (cuando lo dejó) se despidió de mí con el más dulce de sus besos y con esa frase, que hizo sonar a la vez harta, exasperada, cariñosa y melancólica: "eres un gilipollas". Y aquello fue todo, y se fue al final de una tarde de otoño.

Tenía toda la razón del mundo, en aquel entonces yo era bastante gilipollas y me comportaba bastante como tal. Supongo que sigo siéndolo, pero al menos ahora cuando me acuerdo pongo cierto empeño en disimular. Pero en fin, muchas veces pienso que aquella buena mujer de besos tan dulces tuvo mala suerte por la época en la que me conoció, pero después me pregunto si no tendrá cierta responsabilidad en que a partir de ahí, y de otras estupideces posteriores, yo haya intentado disimular en algo esa faceta mía tan desquiciante y tan puñetera.

Claro que mientras he desarrollado otras facetas desquiciantes y puñeteras, ya te habrás dado cuenta.

El caso es que de todas las historias sentimentales que he vivido esta es una de las que recuerdo con más cariño, y qué curioso: al final tiendo a recordarlas de una manera o de otra en función de las despedidas. Aquellos eran buenos tiempos para esto, porque aún existían las despedidas de verdad, despedidas en las que uno no volvía a saber nada de la otra persona salvo por algún encuentro muy casual años después, tiempos sin teléfonos móviles y sin internet. Despedidas de verdad, definitivas. Despedidas que te dejaban echar de menos o reconstruirte o lo que hiciese falta.

Después me la encontré dos veces. La segunda simplemente la vi pasar y para cuando terminé de reconocerla ya se había bajado del autobús en el que yo acababa de subir. Pero la primera, bueno, la primera vez en realidad me encontró ella. Era verano, yo aún vivía en Leganés y había quedado con unos conocidos para comer en un restaurante. Estábamos junto al escaparate, al lado de la entrada, y yo estaba sentado de espaldas a esta. La compañía no era mala del todo, pero yo estaba empezando a aburrirme, así que creo recordar que esperando los postres empecé a desvariar en voz alta, y tomaba aire para un segundo asalto cuando la voz de Bea se desprendió del recuerdo para materializarse entre un par de interrogaciones a mi espalda, "¿David?"

Me di la vuelta, sonreía, había estado comiendo también allí, increíble que no nos hubiésemos visto, bla bla bla. Entre preguntarnos y respondernos qué tal nos iba la vida dio tiempo a que se deshiciese el helado del postre, y cuando se fue yo me quedé pensando que al fin y al cabo tan gilipollas no pude ser si habiendo tenido una oportunidad estupenda de pasar sin que yo la viese decidió pararse, saludarme y quedarse un rato largo hablando conmigo. Y aunque supongo que la cosa tendrá más que ver con la indulgencia de la memoria, la sonrisa de esa segunda despedida, sin beso dulce aquella vez, me aseguraba lo que en la primera despedida ya me aseguró aquel beso; que al menos no siempre habría sido un gilipollas, y que consiguió, en cualquier caso, arreglárselas para guardar algún recuerdo bonito de mí.

6.2.07

memes tenaces


¿Sabes qué son los memes? Richard Dawkins acuñó el concepto como algo paralelo a los genes pero que no está hecho de moleculillas, proteínas y demás, sino que es el equivalente, en términos culturales (sé que me juego el pescuezo usando es palabra pero es lo que Dawkins decía), a lo que es un gen en términos genéticos; una unidad mínima de transmisión de información. Dawkins propone que los memes, igual que los genes, también se transmiten mediante replicación, aunque esta no es como la de los genes, una actividad pringosa que le deja a uno todo sudado y normalmente contentísimo, sino mediante la enseñanza, la imitación, la asimilación. Los memes son los conceptos, las técnicas, las costumbres, los conocimientos, lo que sabemos, lo que podemos aprender, lo que podemos enseñar. En fin, que por cumplir con los puntos aquellos que según leí por ahí tiene un ser vivo, yo naturalmente y al hilo de lo que decía aquel día los considero otra modalidad de "seres vivos".

El caso es que de cuando en cuando pienso unas cosas, de cuando en cuando otras, y a veces pienso un par de cosas a la vez (los memes dentro de mi cabeza deben pasárselo pipa, con tanta animación). Así que de vez en cuando, al escuchar cierta música, pienso en cómo cierta música ha conseguido resistir dentro de mí a pesar de que cuando empecé a escucharla hace lustros pensaba que a estas alturas ya no me gustaría (era de esperar, viendo los gustos de la gente mayor, ji ji, que veía yo entonces). Y luego me pongo a pensar en memes y pienso que es curioso cómo cada uno somos tan especialitos en el tema este de los memes. Aquí estoy yo, con esta facilidad para adaptarme a la música, o vale, a ciertos tipos de música, a poder ser retorcidos y minoritarios, y tan refractario a otros como por ejemplo los patrioteros, los religiosos y demás. Y me pongo a pensar en los memes como en plantas y en cada uno de nosotros como un tipo de terreno, donde unos arraigan fuertes y bien alimentados mientras otros palman por falta de los nutrientes que necesiten para vivir y prosperar.

En fin, yo puestos a ser terreno mental imagino, o quiero imaginar, porque a uno siempre le gusta pensar que es especial y cojonudo y muy simpático y tal, que soy como una especie de reserva natural, por eso que decía de lo retorcido y lo minoritario. Entran en mí memes que necesitan de un esfuerzo y de unos cuidados (por lo general los gritos y gruñidos del death metal no suelen entrar a la primera, y hay dos clases de personas, los que les dan segundas, terceras y vigésimoquintas oportunidades y los que no), y que tienden a prosperar más y mejor si son poco compartidos con el resto de vosotros, esa especie humana de la que tú formas parte. Y cuando entra un meme común, como por ejemplo el de ser del Madrid, tiene que mutar rápidamente en algo poco convencional para poder seguir aquí dentro, porque pocos madridistas conozco que el año pasado quedasen para ver los partidos del Barça en Champions en vez de los de el Madrid, simplemente porque eran mucho más bonitos de ver y qué coño, si juegan mejor pues me hacen disfrutar más... y a pocos madridistas verás, supongo, que piensen que qué pena que el Barça ya no juegue así de bien.

Supongo que me gusta pensar que soy raro y que mis memes, por lo tanto, también lo son. Por sentirme especial, diferente, elitista, mejor. Porque los memes de la culpa cristiana no han arraigado en mí, lo que hace que no tenga problemas en imaginarme por encima de la media, aunque eso signifique hacer una distinción arbitraria y a la mayoría llamarla plebe y erigirme yo en noble. No sé hasta qué punto todo esto es vanidad, ni hasta qué punto me estoy haciendo justicia. Pero bueno, para eso estás tú, para opinar y hablar desde la distancia que impone el no ser yo, para corregirme o insultarme o lo que haga falta.

Así que te dejo la palabra en las respuestas.

Y mañana (o pasado, si mañana no da tiempo), aviso, sospecho que voy a terminar hablando del Real Madrid y del cambio climático. Toma cocktel.

4.2.07

Infinito talla M e infinito talla XL

Lo siento pero ya que quedaba este fleco en lo que escribí el otro día sobre ponerse a contar infinitos habrá que terminar aunque sólo sea por coherencia... y qué coño, por contar cuál es mi demostración favorita.

La idea del otro día era que a base de contar las cosas en plan salvaje se puede ver que hay conjuntos infinitos que aunque tengan menos (o más) elementos que otros conjuntos infinitos, "a la larga", o sea, mirándolos en conjunto, es como si tuviesen los mismos elementos, porque podemos terminar contando esos elementos, numerándolos y pudiendo contarlos así como si fuesen números naturales, y viendo que ese infinito que tienen por cardinal es el mismo.

Y quedaba el problema de ver si a cualquier conjunto infinito se le puede hacer eso. ¿Por qué no?, al fin y al cabo estamos usando un número que, ya dije, no es un número, es un concepto, y en el que cabe cualquier cosa... o casi. Y al fin y al cabo ya hemos contado conjuntos mucho más grandes que el de los números naturales y nos ha terminado dando el mismo infinito. Pues resulta que no, que hay otros números que son infinitos pero que son más infinitos, porque ni con infinitos cardenales podríamos contarlos. Esos números son los que se conocen como los números reales.

Definir lo que son los números reales es bastante más complicado que definir qué son los naturales, los enteros o los racionales, aunque podríamos decirlo así, los reales es lo que tenemos cuando cogemos los racionales e incluímos todos los demás números que no pueden expresarse como una fracción. O sea, volvemos a tener al 1, volvemos a tener al 27/823, pero tenemos también otros como raíz de dos, pi, e, 0'1010010001000100001...

Normalmente los números se representan en una recta en la que se van marcando. La de los naturales es sencillita de hacer, serían una serie de valores representando dónde cae el 1, el 2 y demás. La de los racionales es más complicado por eso de que siempre puedes encontrar otro racional entre dos racionales cualquiera, así que nunca terminarás de hacer marquitas incluso en un intervalo pequeño, si quieres apuntarlos todos. Pero no llegan a cubrir todos los puntos de la recta. Bueno, pues los reales sí. Los reales son cualquier cosa.

En fin, como los racionales son reales también, está claro que son infinitos, así que podríamos dividir los reales en dos clases, los que están en los racionales y los que no. El otro día ya te conté que los racionales son numerables, pero ¿qué pasa cuando los contamos todos? Pues que se vuelven no numerables; hay demasiados para ponerse a ponerles pegatinas, tantísimos que ni con las infinitas pegatinas que podríamos hacer a base de números naturales tendríamos suficientes. La demostración es de Georg Cantor y, otra vez, es por reducción al absurdo. Cantor dijo vale, supongamos que son numerables, entonces podríamos contar, por ejemplo, cuántos números reales hay entre 0 y 1. Y si pudiésemos contarlos, podríamos numerarlos, es decir, colocarlos en una fila y darles un número a cada uno. El orden en que los cojamos da igual, así que por ejemplo podríamos hacer así nuestra lista (y ojo con estos números porque los números reales que no son racionales tienen infinitos decimales cada uno),

1º -> 0,913412435...
2º -> 0,013332152...
3º -> 0,235034860...
4º -> 0,235111415...
5º -> 0,712375002...
6º -> 0,142305349...
7º -> 0,346254724...
8º -> 0,034860730...
9º -> 0,723500235...

Etcétera etcétera. Y entonces, si fuesen numerables, esa lista, si fuese infinita, debería contener a todos los números reales entre 0 y 1. Pero consideremos, se dijo Cantor, la diagonal de esa lista,

1º -> 0,913412435...
2º -> 0,013332152...
3º -> 0,235034860...
4º -> 0,235111415...
5º -> 0,712375002...
6º -> 0,142305349...
7º -> 0,346254724...
8º -> 0,034860730...
9º -> 0,723500235...

Y pensemos en el número formado por los elementos de esa diagonal, 0,915175735... Como es entero y está entre cero y uno, debe estar en la lista, pero también es entero entre cero y uno un número que sea igual que ese añadiéndole 1 a cada dígito suyo (o cambiándolo por 0 si el dígito es un 9), o sea, este, 0,026286846... nos sale otro número que también debería estar en la lista ¡pero hahahahá, no puede estar!, porque es distinto al primer número de la lista en la primera cifra, al segundo en la 2ª, al tercero en la 3ª, etcétera. Luego hay números que nunca podríamos poner en esa lista, así que la los números reales no se pueden contar. Por eso se dice que son no numerables. Y por eso su cardinal, pese a que se resuma como infinito, es bestialmente mayor que el de los números naturales.

Lo que esto implica es que la inmensa mayoría de números reales son irracionales (que es como se llama no a los que no rigen, claro, sino a los que no son racionales. ¿No es bonita la alegría con la que nos metemos con la salud mental de conceptos como los pobres números los matemáticos, sólo por llamarlos de alguna manera?), es decir, que si en la recta real, donde los representamos a todos, elegimos uno al azar, la probabilidad de que salga un irracional ¡es del 100%!

Naturalmente esto a nosotros nunca nos pasa porque primero definimos qué eran los reales con esa alegría imprudente y temeraria que tenemos y luego vimos que habíamos creado una colección de monstruos inabarcable. Se supone que se llaman números reales porque representan cualquier número que uno pueda encontrarse en la vida, por ejemplo si te dedicas al negocio de los palitos puedes tener un palito que mida 1 unidad de longitud (la que sea), pero también puedes hacer palitos de lontigud raiz de dos, a base de hacer un cuadrado con los palitos unidad y hacer uno que mida lo que la diagonal del cuadrado. O si te dedicas a los cordeles puedes hacer un círculo de cordel que mida pi cordelitos unidad (por eso pi y raíz de dos y compañía, pese a ser potencialmente terroríficos por ser irracionales se dejan tratar con simpatía porque son lo que se llama números construibles). Pero puestos a inventarnos números los reales en seguida nos vienen grandes, por ejemplo uno no puede manejar un número real con el ordenador. Si es irracional, tendrá infinitos decimales, y ningún ordenador tiene espacio infinito para guardar sus decimales ni memoria para tratar con algo así. Podemos jugar con partes de ellos (por ejemplo aquí te dejan buscar cadenas de dígitos entre los primeros 200 millones de decimales de pi), podemos crear procedimientos que nos permitan buscar todos los decimales que consideremos necesarios... pero todo serán pasitos tontos que damos hasta hartarnos o considerar suficiente el camino recorrido, exactamente como les pasaba a los matemáticos primigenios cuando contaban piedrecitas, estrellas o lo que fuese y comenzaban el viaje hacia el infinito. O los infinitos.

Como curiosidad, el segundo infinito, el gordo, es dos elevado al primero, y a quien sepa decirme por qué le regalo una piruleta.

Ahí queda. Y ya dejo de darte la lata con las mates por una temporadita, palabra de niño bueno.

Y pese al éxito cosechado con el mensaje anterior sobre infinitos como continente perfecto para enmascarar cosas sin que nadie las lea, en este no pongo nada. Así que si alguien lo leyó y ha hecho lo propio con este esperando una confidencia, pues bueno, mil perdones, se siente.

2.2.07

Lo bueno de ser yo #2

Es este temperamento totalmente voluble de clima primaveral. De pronto llega la tormenta que te cala hasta los huesos, de pronto sonríes. Yo, hojita en el viento. Yo, pajarillo revoloteador. Yo, ecuánime esclavo de las variables aleatorias. Yo, viniéndome abajo por algo que pasa allá, y volviéndome arriba por un teléfono que suena por segunda vez y a pesar de la primera.

Y pasado el filo de la una y media de la mañana a uno le dan ganas de ponerse a repartir agradecimientos. En fin, me remito a los de Oliverio Girondo, y añado poema épico privado y particular y monotemático.

Y me vuelvo al viento y me voy a volar y me voy a la cama y me vuelvo a dormir.

Y te dejo una obra de arte con Mejor Bajista De La Historia incluido (aunque me temo que debería estar ahí para contarte a veces que eso que suena en ese momento concreto NO es una guitarra, por mucha distorsión que lleve). Qué pena de grupo, cómo se ha echado a perder, y bendita Internet, que conserva fresquito lo mejor.

1.2.07

Infinitos elásticos

Tengo que pedirte que me dejes hablar hoy de matemáticas, porque querría esconderme en alguna parte (no preguntes, cosas que pasan) y ofrecen un refugio estupendo con un montón de sitio (infinito, je je) para correr y montones de cosas estupendas que admirar. Ya sé que casi todo el mundo opina que las matemáticas son un horror, pero dame un voto de confianza, leñe.

En cualquier caso si te aburres siempre puedes ir al fotoblog y distraerte con alguna foto.

Al tema: Hace no mucho hablaba con un grupo de gente que, enterados de que yo soy matemático, comenzaron a preguntarme cosas sobre el infinito; ¿cuál es el número conocido más cercano al infinito?, ¿qué pasa si a infinito le restas uno?, y cosas así. Estábamos en un bar, o camino de un bar, y en fin, no andaba yo muy despierto, y las respuestas de rigor a esas preguntas (respectivamente, no puede conocerse un número más cercano que ningún otro a infinito, porque entonces sería cosa de sumarle uno y ya tendrías otro mayor, al que podrías sumar otro, etcétera, y si a infinito le restas uno sigue quedando infinito) no suelen ser muy satisfactorias para la curiosidad de nadie. Así que ahora que estamos aquí relajados y prometiéndote que ni las matemáticas son aburridas ni te va a pasar nada porque sigas leyendo, voy a hablar un poco sobre el infinito, o los infinitos, ¿vale?

El problema que mucha gente tiene con el infinito, que produce preguntas que a nosotros los metidos en lo hermético nos parecen infantiles por deformación profesional, es un problema de concepto. La gente piensa en el infinito como si fuese un número más, cuando no lo es; "infinito" es un concepto. Infinito es una abstracción a la que se llega cuando uno pilla el truco a la suma y se aburre de sumar. Me imagino al primer matemático que filosofase al respecto comenzando a contar piedrecitas (o granos de arena, o nubes, o hormigas, o estrellas). Cogiendo (o mirando, o imaginando coger) la primera, "una", añadiendo otra, "dos", siguiendo así un rato, "cincuenta y seis, cincuenta y siete, ... doscientas mil ochocientas cuarenta y tres, doscientas mil ochocientas cuarenta y cuatro"... al final, eventualmente, en función de su pereza o su inteligencia o su capacidad de abstacción, comprendería que podría seguir así indefinidamente, que habría un momento en el que habría demasiadas como para contarlas, que siempre podría seguir sumando y nunca llegaría a un tope, un techo.

Ese tope, ese techo al que no se puede llegar a base de sumar es el infinito: Ese número que nunca vas a encontrarte sumando. Por poner una metáfora, el infinito es, para un matemático, como el horizonte lo es para un viajero (metáfora que no es rigurosamente cierta, aunque para lo que voy a contar aquí nos sirve (1)); uno puede comenzar a caminar hacia él, en cualquier dirección, y siempre lo verá en el mismo sitio, y nunca lo alcanzará, porque según vaya avanzando se irá acercando a las cosas pero nunca al horizonte.

Los griegos ya filosofaban con respecto al infinito, y contaban cosas que eran infinitas sin mayor problema (como la cantidad de números primos, que demostraron que tenía que ser infinita (2)). El problema vino cuando los matemáticos se pusieron a contar dentro de conjuntos infinitos, porque los matemáticos somos gente muy echá p'alante y no nos asustamos a la hora de ponernos a contar inmensidades siempre que tengamos un truco con el que hacer trampa y saltarnos la parte coñazo. La idea es que si ya tienes contado algo, como los números naturales (que son los que se tienen cuando se parte del uno y de la suma, es decir, 1, 2, 3, 4, etc) y sabes que eso es infinito entonces si a cada elemento de un conjunto le puedes asociar un elemento de tu conjunto conocido entonces esos dos conjuntos tienen los mismos elementos. Si cada asignación es rigurosa, es decir, no repites números para ningún elemento y tienes números para todos los elementos, entonces tienen el mismo número de, hmmm, cosas.

Venga, vamos a contar un rato. Contamos, por ejemplo, el cardinal (o sea el número de elementos que tiene) del conjunto de números primos. A primera vista, deberían salirnos menos primos que números naturales, porque quieras que no hay menos primos que números naturales, obviamente; de 1 a 10 hay 4 primos y 10 números, y cuanto más subes menos proporción de primos hay. Pero lo genial de la idea es que ¡da igual que haya más naturales! Podemos numerar los primos; al primer número primo, 2 le pegamos una pegatina con un uno. Al segundo, 3, una con un 2. Como hay infinitos primos, siempre podremos encontrar uno que lleve una cierta pegatina. Como podemos ordenarlos, cada uno tendrá sólo una pegatina. Entonces, aunque sean menos, el total de ambos ¡es el mismo infinito!

Recapitulamos, que ese es un paso jodido de asimilar; da igual que haya menos o más números primos; puestos a exagerar las cosas y a imaginar cuántos podemos contar, hay tantos como números naturales, simplemente porque podemos convertir a los primos en números naturales (numerándolos y cogiendo su numerito correspondiente).

Pero esto no es siempre un desprecio para los naturales, que ven como partes de si mismos crecen hasta ser tan grandes como ellos mismos; siempre pueden resarcirse viendo que son tan grandes como conjuntos infinitamente mayores que ellos. Por ejemplo, los números enteros, que son igual que los naturales pero incluyen el cero y los negativos (si básicamente los naturales son enredar con el uno y la operación de la suma, entonces los enteros son usar también la resta. Como 1 - 1 = 0, estos sí incluyen al 0, que mucha gente no considera un número natural, yo incluido). Son el doble (todos los negativos) mas uno (el cero), pero los puedes contar a base de enteros. Por ejemplo contando el cero como el primer número, el 1 como el 2º, el -1 como el 3º, el 2 como el 4º, el -2 como el 5º, el 3 como el 6º, etcétera (y luego simplemente ocnsiderando el número del ordinal tenemos otra vez el truco que teníamos con los primos). O por poner un ejemplo mucho más bestia, los números racionales. Los racionales son los números que se tienen cuando divides un número natural por otro. Está claro que son infinitos porque contienen a los números naturales (como el número 1 es natural entonces 1/1 es racional y también 2/1 = 2, 3/1 = 3, etc), pero también contienen a 1/3, 874/5, 1/1132423456 y en fin, cualquier fracción que quieras escribir. Como puedes escribir los inversos de todos los números naturales y te van a salir números menores que 1 (1/2 = 0,5, 1/3 = 0,3333..., 1/4 = 0,25, etc) sólo entre 0 y 1 ya tienes infinitos racionales, es decir, tantos como enteros. Y eso puedes hacerlo también entre 1 y 2, entre 2 y 3, entre 1/4 y 1/5, entre 1/7845 y 23/1333... es decir, que entre dos racionales cualsquiera hay al menos tantos números como naturales (3). Pero resulta que los naturales son suficientes también para contarlos. Como los enteros son "tantos" como los naturales, aunque sean el doble mas uno (ser "tantos" significa lo que ya hemos visto, que se pueden contar como si fuesen naturales y sale el mismo infinito), así que vamos a contar sólo los racionales positivos. Como todos pueden escribirse como una fracción de dos enteros, los equiparamos a pares de enteros, es decir, el 1/2 lo representamos como el par (1, 2). El 76/811, como el par (76, 811), y así. Entonces podemos pintarlos en un plano, y empezar a contarlos por diagonales; el primero, el (1, 1), el segundo el (2, 1), el tercero el (1, 2), el cuarto el (3, 1), el quinto el (2, 2), el sexto el (1, 3), el séptimo el (4, 1) y así con todos, porque sí, podemos hacerlo con todos, así que al final, como los estamos numerando otra vez ¡hay los mismos!

Llegados aquí uno corre el peligro de emocionarse y pensar que los valientes naturales sirven para contar todo lo que es infinito. Pero no es así. Llegó Cantor y se puso a contar otros números y vio que no eran los suficientes, y lo hizo con la que resulta ser mi demostración favorita de toda la carrera, pero esa la dejo para otro día y como imagino que a estas alturas del mensaje ya no quedará nadie leyendo o porque por aburrimiento lo hayan dejado o porque se hayan quedado dormidos leyendo, por fin puedo contar lo que me está jodiendo hoy la noche. Tampoco es que sea nada original, ni que haya mucho que contar, la maldita ilusión de siempre, el ver un par de veces a una mujer, el empezar a pensar cosas raras, la puta ilusión de siempre... y el ver que no se llega a ninguna parte, que de pronto todo hace plop como una pompa de jabón que por bonita que sea y por mucho que brille y por mucho que nos guste mirarla siempre va a terminar haciendo plop y dejando manchitas de jabón por ahí, si es que el jabón, que limpia, deja manchas. ¿No deberían llamarse limpiezas, las manchas de jabón? En fin, la rutina de siempre, la historia de siempre con un protagonista habitual, experto, curtido en esto, otra muesca en el palo de mi escoba, otra costra en el alma, otro diente menos en la mandíbula mil veces rota de mi alegría. Ya, dramatizo. Ya, no es para tanto. Ya, no es la primera vez. Pero me apetece quejarme. Me apetece dramatizar. Cuando termine este párrafo me iré a fregar los platos, volveré para colgar la foto de esta noche, leeré el periódico, leeré un rato, veré una peli, me iré a dormir, seguiré mi vida tal y como era pero sin pompa de jabón. Así que tampoco creo que esté tan mal dramatizar un poco, ahora. Suspiro. Estoy suspirando mucho esta noche. No más que otras noches, pero sí más que cualquier noche habitual. Y mañana será menos, y al otro menos aún, y nada, a esperar a la siguiente pompa, con su brillo iridiscente, su volar tembloroso y errático, y su promesa implícita de nuevos suspiros.

Lo que no quita que ya que me he puesto a hablar de matemáticas vaya a terminar otro día con la demostración de Cantor de que los números reales no son numerables. Avisada quedas.





1. el problema es que en un mundo esférico como este (vale, no es esférico, pero podemos considerarlo como tal y el concepto sigue valiendo) el horizonte realmente existe; es esa circunferencia que forman los puntos a partir de los cuales por muy grande que fuese el telescopio que utilizásemos no podríamos ver el suelo, porque la propia tierra lo taparía; las cosas que quedan detrás del horizonte no se ven. Todo se arregla suponiendo que en vez de en un mundo esférico vivimos en un mundo plano (lo cuál, a pequeña escala, es cierto, porque las esferas son localmente como planos, por eso hacemos mapas planos y nos va bastante bien en el día a día), lo que tampoco es difícil de imaginar, al fin y al cabo.

2. es bien fácil y usa la forma más bella de razonamiento lógico, la reducción al absurdo: Se parte de una premisa, se usa un rato la lógica, se llega a una conclusión falsa, y como la lógica es sólida como nada en el mundo, entonces la premisa está mal. La premisa es suponer que los números primos son finitos, es decir, que hay una cantidad concreta de ellos. Entonces, como los números, cuando se suman y se multiplican entre ellos dan siempre otros números (porque nunca podemos llegar a nuestro horizonte de números, el infinito), entonces los multiplicamos todos entre ellos y sumamos al número que nos da uno entonces ese número no puede dividirse por ninguno de esos números primos, por lo mismo que 7 = 3 x 2 + 1 no puede dividirse ni por 2 ni por 3 (hablamos de números naturales, es decir, enteros, sin decimales)

3. no me voy a poner a probarlo... ¿me vas a hacer probarlo?... imagina que tienes dos racionales n/m y s/k, y que s/k es más grande que n/m (si no, pues les cambiamos los nombres y listo. Ah, y n/m y s/k tienen que ser distintos, porque obviamente entre un número y ese mismo número no hay mucho donde elegir y esto no sería divertido. A esos casos los matemáticos los llamamos triviales o degenerados), y un montón de números entre ellos. Entonces puedes coger cualquier conjunto de números racionales entre 0 y 1 y, como multiplicando y sumando racionales se obtienen más racionales, sumarle n/m y multiplicarlo por 1/(s/k - n/m) y tachaaán, tienes un conjunto embutido entre n/m y s/k; como entre 0 y 1 ya hay conjuntos con tantos elementos como números naturales, entonces entre cualquier, CUALQUIER par de números naturales hay tantos elementos como números naturales... por lo menos. De hecho hay tantos como números racionales, porque igual que hemos partido de 0 y 1 podríamos haber partido de dos números racionales distintos.
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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.