30.12.06

El debe y el haber


Fray Lucca da Borgo Paccioli, padre de la contabilidad moderna, se sacó de la manga un tiempo antes que Newton el equivalente, en el reino de los dineros, de la tercera ley de la termodinámica, esa de que a toda fuerza le corresponde una reacción que hace que el mundo siga en su sitio y todo encaje; decía el fraile que la suma entre lo que tienes y lo que gastas es cero; si te gastas 10€ tienes 10€ menos, y si te los dan, gastas -10€. Esto, hoy día, se enuncia diciendo que la suma entre el Debe y el Haber debe ser cero, y si no alguien ha metido la pata en los libros.

Aplicando esto a uno mismo, yo este año debo de haber gastado muchísimo, porque a la hora de cerrar cuentas me veo lleno de cosas que me hacen contento y feliz, y que no tengo muy claro de si merezco o he pagado (todo puede ser que nos lleguen un día los auditores de la felicidad con sus calculadoras y sus abogados y una estaca con un clavo en la punta). Termino hoy el año en el blog, esperando que lo pases muy bien en Nochevieja, o lo mejor que se pueda, que es de lo que se trata el asunto, y ala, me voy al monte, a la rutina de todos los años, que siempre termina siendo eficaz aunque este año vaya a ser una nochevieja tristísima por falta de efectivos. Pero bueno, ¿qué es una noche, cuando uno ha tenido tantas para dar la paliza y bailar y beber y hablar y discutir y reír y cantar y ver películas y pasear y tomar miles de cañas y docenas de cafés?

En fin, que me voy, que llego tarde, y que sólo quería decir eso, que no me cuadran las cuentas, que estoy contento, y que a los responsables de ese desbarajuste espero que, de una forma o de otra, les haya llegado mi más sincero agradecimiento. Y que les siga llegando, que lo merecen. Besos, turrón, etcétera.

29.12.06

Le Tissier, o cómo amar el fútbol

Ya, ya sé que entre la gente que lee esto el fútbol es algo bastante poco popular, porque es un deporte de masas atocinadas y borreguiles, porque mueve y malgasta montañas de dinero que bien podrían servir para algo útil, porque en el orden actual de las cosas es la nueva religión de la masa, porque ha dejado de ser un juego para ser un negocio.

A pesar de ello espero que siguas leyendo esto. Aunque hable de fútbol. Porque no voy a hablar de futbolistas de sueldos multimillonarios, ni de equipos que tienen presupuestos mayores que el de bastantes países, ni de los nuevos iconos del santoral moderno, sino de uno de esos futbolistas tan raros y tan desconocidos que en su propia naturaleza eran tan esencialmente distintos de lo que el futbol moderno promueve, patrocina y deifica que terminan siendo sangrantes desconocidos, pese a ser de esa clase de gente que redime este deporte y lo devuelve a lo que era en su origen (un juego, arte, espectáculo) sin renunciar por ello a esas virtudes que tenía en su origen (en los patios de los colegios, en los callejones, en los descampados, en los pasillos del instituto).

Esta mañana hablábamos de goles un amigo de bonito nombre y yo, a propósito de una votación que está haciendo el diario 20minutos sobre los mejores goles de este año, y como una cosa lleva a la otra mi amigo me ha pasado un par de videos, uno del archiconocido Ibrahimovic, y otro de un absoluto desconocido llamado Matt Le Tissier, a quien puedes ver ahí debajo haciendo click en el play de la ventanita de YouTube. Y yo, prendado de los goles y de la sutileza de ese jugador, no he podido dejar de preguntarme cómo alguien así puede ser un absoluto desconocido en este mundo que eleva a los altares a un jugador por hacer una sola de las jugadas que por lo visto hacía Matt. Y como la ignorancia es muy mala, me he puesto a raspármela a golpe de ratón.

Haciendo clicks se entera uno de que nació en octubre de 1968 en Guernsey, una isla al norte de Normandía que pertenece a Inglaterra, y que desde pequeño, como todos los chavales, le dio por jugar al fútbol, solo que lo hacía tan bien que nadie en la isla le estaba a la altura. Dice la leyenda que solía (o sea, que lo hacía ¡habitualmente!) meter goles cuando sacaba los corners, por ejemplo, y no cuesta nada imaginar la cara de terror que debía sentir uno cuando ese chaval con cara, definitivamente, de trabajador inglés, cogía la pelota y se iba al corner. Hizo una prueba para el Oxford United, que lo rechazó porque consideró que estaba demasiado gordo para jugar con ellos, y fichó por el Southampton en 1985, donde jugó toda su carrera deportiva, hasta el 2002. Allí se cambiaron el apellido de Le Tissien a Le God ("El Dios"), por su clase con la pelota y por su lealtad para con el equipo, que le llevó a rechazar las ofertas y las montañas de dinero que le ofrecieron los todopoderosos Milan y Chelsea, esos equipos que nos tienen acostumbrados (tenían, en el caso del Milan, que agoniza desde el asunto de la corrupción) a convertirse en muestrarios de megaestrellas financiados por multimillonarios caprichosos de esos que no tienen mucho problema en ir amontonando dinero con tal de traerse a quien se les antoje.

Jugó, entre unas competiciones y otras, un total de 540 partidos, en los que aun siendo centrocampista metió 209 goles, incluyendo 49 penaltis de los 50 que tiró (sólo un portero experto en penaltis, Mark Crossley, tuvo el honor de pararle uno cuando jugaba con el Nottingham Forest). En la temporada 93/94 metió 30 goles, una cifra suficiente para consagrar a un delantero centro. Sus críticos siempre le echaron en cara que era un jugador de lujo en un equipo humilde, que huía de desafíos mayores, de probarse entre la élite. Él tenía bastante con salvar del descenso año tras año a su equipo, poniéndose las pilas al final de temporada, y ser fiel a una afición que lo adoraba. Le ofrecieron los mejores escaparates, jugar la Copa de Europa, ser un icono mundial, y parece increíble que dijese que se quedaba en la que se había convertido en su casa. Parece increíble hasta que uno mira la foto de quien fue un genio con la pelota, se fija en esa cara tan absolutamente desconocida y la compara con los rostros de las megaestrellas con las que nos bombardean día tras día las secciones de deporte de periódicos y telediarios (ponle al lado de Beckham, ponle al lado de Ronaldinho, ponle al lado de Henry), y uno comprende que en un mundo de ávaros y vendidos Le Tissier fue, a su manera, tal vez el más ambicioso de todos ellos, un hombre que lo que quería era jugar al fútol (aquello y un lío con una corista le costó su matrimonio) y no perder el tiempo con todo lo demás, y que precisamente eso hizo.

Fuera de Inglaterra es un perfecto desconocido (no ayudó gran cosa que jugase sólo 8 partidos con su selección, porque Terry Venables se negaba a llevarle, a lo que él protestó diciendo que si hubiese sido francés o italiano su selección se habría llevado muchas más alegrías). Pero se intuye que a Le Tissier aquello le importa bien poco; prácticamente nadie lo conoce, de acuerdo, pero la gente del Southampton nunca le olvidará, y al fin y al cabo aquel era su equipo, su gente, su afición, y quién puede querer más que el amor de los tuyos.

28.12.06

Algo sin ningún interés


Es curioso cómo estamos construidos por dentro, cómo se van encajando nuestras respuestas, nuestra forma de ver las cosas, de movernos, de comportarnos, de actuar, de soñar, de amar y en general de vivir, y es más curioso aún si mira uno sobre qué se apoya todo eso, qué hay debajo de la corteza brillante, si coge la trepanadora y srrr, srrr, srrr abre un hueco al interior y mete una linternita (o, temerarios suicidas, un mechero) a ver qué se ve.

Es curioso por ejemplo porque yo hoy tenía un par de ideas sobre qué escribir hoy aquí. Una era, objetivamente, una tontería, con suerte graciosa, en la línea de lo último que he escrito, y la otra era una paranoia sobre los seres vivos. La primera era absolutamente trivial, y no vamos a perdernos nada si hoy ni yo la escribo ni tú la lees, porque eso puede subirse aquí cualquier día, y la segunda es algo que, imagino, terminaré contando, porque es un bonito tema. Es inocuo. Un tema sobre el que pensar un rato y ya sabes que a veces uso este blog como un borrador de lo que pienso (o más bien al revés, y el borrador lo llevo yo dentro). Estaba contento, y cuando estoy contento sólo pienso o bobadas o cosas inocuas, en fin, piensa tú la metáfora, algo sobre un sitio que es muy distinto a la luz del día, donde todo es inocencia y alegría, y que cuando cae la luz se convierte en un escenario de pesadilla. Y de pronto, estas cosas pasan, la alegría se me ha ido, por una serie de razones que no vienen al caso y que en realidad tampoco merecen ningún interés, y ya, ya sé que estás pensando que si digo eso es que en realidad sí que es interesante, pero eso lo dices porque eres una cotilla y porque siempre nos imaginamos más de lo que hay. En serio, simplemente ha sido una pequeña causa para un ligero corrimiento de tierras y cielos, lo justo y suficiente como para que haya caído la noche de pronto.

Y en la noche ha surgido un tema alternativo sobre qué podría contar aquí en esta charcutería universal, donde no todo el mundo compra pero cualquiera puede ver el escaparate, y se me ha ocurrido, por qué no, colgar en él unas vísceras propias a ver si se airean.

Naturalmente, según lo he pensado, me he dicho a mí mismo "ni de coña", porque el miedo y la vergüenza son gran parte de lo que uno ve cuando deja el cacharro de trepanar y alumbra con linterna o mechero, si es temerario. Pero hay también un algo desafiante, indiscreto, exhibicionista y muy masoquista ahí buyendo y moviéndose de sombra en sombra a velocidades de vértigo, y hoy ha ganado la partida.

Así que hoy voy a contarte una de las raíces de mi infelicidad, y tal vez el mayor de mis traumas. Y aún no me creo que vaya a hacerlo, si te digo la verdad, y me veo teclear con las cejas levantadas y sorbiéndome los mocos (sigo con el catarro ritual de estas fechas). Y ni siquiera voy a esperar a poner otro punto y aparte para empezar. Yo soy hijo único, esto es, no tengo hermanos ni hermanas, lo cuál hizo que gran parte de mi infancia fuese un soberano coñazo, hasta el punto de que cuando ahora me deprimo un domingo por la tarde a veces pienso que es simplemente el eco de aquellos domingos de mi infancia en los que siempre llovía y siempre había poquísima luz y el reloj se paralizaba a la seis de la tarde y a mí me daban ganas de que fuese ya lunes para, al menos, hacer algo, ver luz y escuchar algunas voces que no fuesen la mía, aunque fuesen las de mis compañeros de colegio que no eran precisamente unas compañías a las que añorar mucho, con alguna excepción que otra. El caso es que como encima el colegio estaba a tomar por culo de mi casa esas excepciones vivían a bastantes kilómetros de casa, así que salir del colegio era entrar en el exilio, en un mundo gris donde siempre era domingo y siempre llovía y todo eso que he dicho antes, y yo sólo podía salir de ahí leyendo, así que leía mucho, tanto que me acostumbré a leer mientras veía una película, cosa que por lo visto a todo el mundo le pareció muy graciosa en aquellos tiempos. Y de verme tan solo e intuyendo desde pequeñito que ellos tenían algo que ver con mi soledad, yo empecé a alimentar un sordo rencor hacia mis padres, que no me habían dado ningún hermano con el que entretenerme, con el que jugar, con el que pelearme, un rencor tan profundo y negro que no he reconocido hasta décadas después. Recuerdo estar creciendo y saber de qué iba ya el tema este de la reproducción, y escuchar a algunos compañeros llegar a clase y decir, en un tono u otro dependiendo de cada cuál y cada situación social, que iban a tener otro hermano más. Y yo pensaba qué pasaría si yo tuviese alguno. Pero no llegó a pasar. Lo que sí pasó, como siempre hace porque es un cansino, fue el tiempo, empaquetado primero como meses y luego como años, y observando a mis padres a través de esa niebla difusa y protectora con la que siempre han envuelto ciertos temas, vi que no es que no quisiesen a los niños, cosa que yo consideré en su momento, porque cada vez que veían un bebé, aborrecibles criaturas me decía yo, se abalanzaban sobre él contentísimos y con los ojos brillantes. Y a mí aquello no me cuadraba nada. ¿Si les gustaban los niños, por qué no tuvieron más hijos? Y me seguía preguntando eso mientras crecía y dejaba de ser ese niño tímido y huraño que sacaba buenas notas y que era el orgullo de la familia, su tesoro y su único descendiente, y empecé a convertirme en esto que soy ahora que, en muchos sentidos, es una decepción para mis padres, supongo, pero que es lo único que puedo ser sin renunciar a ser yo mismo para convertirme a tiempo completo en el actor de otras vidas.

En fin, aquella niebla protectora y difusa sigue ahí, y a pesar de que le enseña a uno a no pensar y a callarse, con el tiempo uno alcanza a distinguir a través suyo formas y a escuchar trozos de conversaciones en voz baja o con otras personas, y uno descubre o intuye o imagina o recuerda que, en su momento, estuvo a punto de matar a su madre al nacer. Y viendo cómo andan las cosas uno se pregunta ¿se salvó mi madre, pero me llevé por delante a todos los hermanos que podría haber tenido después?

No lo sé. Imagino que es una de esas cosas que nunca preguntaré. Es una de esas cosas que, de todas formas, nunca hace falta preguntar. Pero hace sentir fatal pensar que igual mis padres tuvieron que conformarse conmigo, que ese rencor sordo y oscuro que sentía yo de pequeño, aún sin distinguirlo, podría perfectamente estar dirigido contra mí, y pienso que fue por mí (que ya sé que no es lo mismo que ser culpa mía, pero sí fue por mí) por lo que aquellas tardes de domingo en las que siempre llovía y el aire era gris eran así, y no sólo para mí, un niño aburrido que estaba hasta el gorro de jugar solo, sino para mis padres, que me miraban entre las sombras de la tarde, quienes aunque les brillasen los ojos de aquella manera aún y siempre conseguían sonreír.

27.12.06

¿De qué huían los romanos?


Una vez que el PI se haga con el poder habrá que tomar ciertas medidas impopulares y a primera vista masoquistas. Pasa en los mejores gobiernos, si puede entenderse la palabra mejores en tono no sarcástico cuando aparece al lado de la palabra gobierno (sí, sí que puede, por comparación entre unos y otros. Cualquiera sería mejor que el de Aznar, por ejemplo); llega el momento de la verdad, el de dejar de lanzar brindis al sol para recaudar votos y coger las riendas del país, el timón de la nación, la brida de la patria. Nosotros lo tenemos más fácil porque nuestras propuestas son cosas que, desde luego, pensamos hacer, una vez afianzados en el power. Pero alguna dolerá, y nuestro consuelo será que nos dolerá a nosotros más que a nadie de los que entonces aún queden con vida (porque si hay que aniquilar al 90% de la población hay que ponerse a ello desde el primer día; es más, desde que el primer recuento de votos de la noche electoral nos proponga como los claros vencedores que sin duda seremos). Por ejemplo, habrá que dejar con vida a los cantantes de Operación Triunfo y a algunos de los integrantes de esa especie paraLela llamados los tertulianos. Y algún famosete. ¿Por qué, te preguntas, será necesario proseguir con ese dolor? La respuesta más abajo, querida lectora.

Tengo una teoría (tengo muchas, que en realidad son hipótesis, pero es difícil cambiar la manía colectiva de llamar a las teorías por su nombre verdadero y dejar el término para las confirmadas por evidencias empíricas, en fin) a la que llamo la Teoría de los Imperios, que explica cómo se construye un imperio. Todo comenzó cuando una vez me puse a pensar con gran intensidad en la época esa supuestamente gloriosa de este país nuestro, cuando el sol no se ponía en el imperio y bla bla bla, y a la vez en los que fueron nuestros sucesores, los ingleses, que dominaron el mundo unos siglos más tarde, y observé una característica común que no sé si los historiadores y antropólogos han observado (si hay alguna o alguno en la sala ya sabe, que nos ilumine con su comentario): Todos partían a conquistar el mundo hasta los huevos de algo que los deprimía profundamente de su tierra natal. Nosotros colonizamos toda Latinoamérica porque los extremeños estaban hasta el gorro de llanuras bélicas y páramos de asceta (no fue por esos campos el bíblico jardín) y cualquier jungla infestada de bichos grandes como puños donde uno podía cocerse a gusto dentro de su coraza anegada de humedad era preferible a esas tierras calcinadas, vacías y planas que les hubiesen visto nacer si hubiesen tenido ojos y hubiesen estado mirando en el momento justo. Y los ingleses hicieron lo propio porque estaban hartitos de su niebla, su lluvia un minuto sí y al siguiente también y del épico y terrorífico fish and chips. Ergo para construir un imperio, necesitas hincharle los cojones a tus paisanos para que salgan, desesperados, a conquistar cualquier playa remota donde puedan coger la malaria y morir deshidratados por las diarreas felices y contentos de estar lejos del hogar. La teoría explica por ejemplo por qué EEUU domina el mundo (obviamente, porque sus U-ESE-A-MA-RINES-A-MERICANOS huyen del hip-hop y de los telepredicadores) y por qué en su día Grecia se expandió por el mediterraneo (quien tiene un vecino filósofo sabe que debe mudarse cuanto más lejos mejor desde el mismo momento en que le ve abrir la boca). Pero falla en cuanto a Roma. ¿De qué huían los romanos?

He pensado mucho en ello (yo diría que tal vez quince o veinte segundos completos), pero como nunca te pongo deberes y eso que no haces ningún trabajo por este blog excepto el de perder el tiempo leyéndolo, si es que lo haces, pues he llegado al a conclusión de que puedo aprovecharme de la interactividad de este bonito medio para escuchar tus sugerencias y que gastes tú tus neuronas por mí. Que yo tengo que ahorrarlas para cuando hagan falta y no quedan muchas que ir incinerando meditando cosas como esta. Esos deberes son para aprobar. Para sacar nota debes hacer que tus amigas guapas y solteras pasen por esta página (y explícales que por mucho que lo parezca no soy un imbécil sino un tipo que está loco y es un artista y que eso en la cama siempre biene bien y es garantía contra el tedium vitae).

Así que como tal vez algún día conviniese expandir de nuevo las fronteras de la patria, estúpidas líneas pintadas con la sangre de bobos embaucados, siempre será bueno conservar algo horrible y lamentable de lo que en su día poder huir armados con floretes, navajas, mal aliento y mosquetones. De ahí lo de conservar triunfitos y musas de la prensa amarilla.

Así andamos.

En otro orden de cosas me he encontrado con mi vecina intermitente (hoy sí existía) y definitivamente nadie tendrá que explicarla que estoy mal de la cabeza (aunque tal vez sí el resto, eso del tedium vitae y el sexo). Me la he encontrado cuando volvía del cine camino de la oficina (raros son los caminos de los empleados de esta empresa en estas fechas en que el turrón nos insta a comportarnos como salmones), y yo estaba con mi jersey de semidesarrapado social, a horcajadas sobre un banco, tirándole fotos a los edificios a contraluz y meneándome al siempre confuso ritmo de Sleepytime Gorilla Museum, quienes definitivamente y según mi (otra) teoría (ejem, hipótesis, ejem) deben ser incluso más divertidos que yo en la cama. Con el cuadro que componía si esa mujer me vuelve a saludar por un pasillo, habrá que deducir que es una amante de los deportes de riesgo.

Así habló Davicillo. Come mucho turrón y bebe mucho, que te lo has ganado, y recuerda, ¿a quién tienes que votaaar?

Nos vemos en las urnas. ¡Te quiero! Y me voy que llego tarde.

26.12.06

Típicas proposiciones para año nuevo


Son lo que era el Calvo de la Lotería, antes de convertirse en un traidor y un desertor que nos ha jodido las Navidades como ya antes lo hicieron con su ausencia Las Muñecas de Famosa Se Dirigen Al Portal, la nieve, la mitad de los puestos de castañas asadas, Willow y Los Morancos. Son, junto al turrón, al frío y a los capullos que tienen vacaciones, lo que hace que sepamos que se termina el año y que hay que comprar montañas de regalos estupendos para que alguien nos rompa el corazón regalándonos ese típico libro que ya hemos leído, esa peli que ya hemos visto o algo que no nos interesa o que han encontrado a última hora en el último estrato del todo a cien más cercano al domicilio del regalante perpetrante.

Yo, como ya dije por ahí en este blog o en algún otro (no pienso ponerme a hacer memoria: Nooop), no soy muy dado a ese tipo de auto-retos pro-decepción a largo plazo por clásicos y típicos que sean (o tal vez precisamente por eso, imagino), también porque para mí el año empieza cuando se terminan las Fiestas del pueblo, que son muchos años ya en el que aquello marcaba el final de un curso universitario y el nacimiento de otro que, como intervalo temporal al que prestarle un poco de atención, era significativamente más importante, preciso y útil que esa división arbitraria que te parte el invierno en dos y total para nada. Pero me llama Elena por teléfono para amenizarse una tarde de sopor laboral (pobre, cuánta desesperación para recurrir a mí) y me termina convenciendo de que al fin hay propósitos por los que vale la pena caer en el tópico: Vamos a formar un partido político, el PI (no por el número, aunque, ahora que lo pienso, también, qué leches), el Partido Ibérico. ¿Propuestas? Primero, retomar el Peñón de Gibraltar. Luego conquistar Portugal, y finalmente darle Ceuta, Melilla y las Islas Canárias a los países que les caigan más cerca: Que son África.

En lo social la política que hemos pensado consiste en disminuir la población en un 90% para contribuir al descenso de la población mundial y garantizar que nuestros nietos tengan sitio para corretear y tal. La encargada de elegir quién vive y quién no sería Elena, así que si la conoces id mandándola flores y ganándoos su simpatía, y si no la conoces pues encantado de haberte conocido y mala suerte.

Yo no tengo claro cuál sería mi cargo en ese gobierno. ¿Presidente? Nah. Ministro de Algo. Un cargo nuevo, algo que deje perrear ("¿Qué haces?", "ah, hmm, eeeh, ¡algo!") y meter mano donde interese (evitar la llegada de los parquímetros y la zona azul al barrio sería también algo). Un cargo discreto y misterioso que me dejase retozar en la sombra del poder, malmetiendo, diciendo que si tal ministro ha dicho tal cosa y que si he visto a tu mujer, ¡qué guapa que es! (yo me la follaba) con el hijo de aquél.

Qué bonito futuro.

Más bonito aún el otro plan que hemos maquinado. Pero como implica botes de cloroformo, emboscadas, fotos guarras, pruebas de embarazo falsificadas y bodas de penalty no lo cuento aquí, que luego al final que si ja ja, que si no hay huevos, y las cosas se hacen y luego uno no puede ir por la vida teniendo en el blog la prueba de la premeditación y la alevosía.

Yo es que alevoso soy un poco.

En fin. Me esperan en la cocina. ¡Vota PI! ¡Porque SÍ!

22.12.06

2 meses


Estos días se cumplen dos meses de independencia compartida, fue el 20 de octubre cuando nos dieron el piso y la semana siguiente cuando nos mudamos a él. Decíamos que en plan provisional, porque al fin y al cabo no teníamos ni lavadora ni microondas ni tabla de la plancha, pero la etiqueta "provisional" se ha caído al suelo y se ha perdido en algún rincón porque seguimos sin lavadora ni microondas ni tabla de la plancha y ya ni nos acordamos, mayormente. Aunque al final tal vez sí consigamos un par de electrodomésticos para completar el kit.

Dos meses. A la semana de estar ahí aún había un cierto sentimiento de sorpresa pero el piso nuevo ya aparecía en cada pensamiento bajo el epígrafe "nuestra casa", por esa cosa gatuna que al fin y al cabo todos tenemos, e imagino que con especial rigor los que no procesamos el paso del tiempo. Dos meses y tampoco nos hemos dado muchos gritos ni ha habido fricciones que hagan pensar en este tiempo con nada que no sea una sonrisa. Yo, sinceramente, pensaba que a estas alturas de la función nos íbamos a llevar bastante peor, Irene y yo. Pero nada de eso. Hay cosas que se podrían mejorar, claro, como esa manía suya de no cocinar todas las noches (y no lo digo por pereza, es puro buen gusto gastronómico) o de no pasearse en sujetador cuando yo estoy despierto y con la Nikon preparada. Hay costumbres iniciales que tenemos que recuperar, como cenar y vernos una película, y costumbres que tenemos que domesticar pero mantener, como la de quedarnos hasta las tantas de la madrugada hablando y pasar el día siguiente em fase REM continua por la falta de sueño. Pero en general a mí me parece sorprendente haberme descubierto tan poco propenso a esa apatía mía doméstica que desquicia a quien vive bajo mi mismo techo, y más sorprendente aún que las decisiones dictatoriales que Irene impone de forma unilateral no me hayan hecho montar en rebeldía (o no tan sorprendente; al fin y al cabo cualquiera se mete con ella, y al fin y al cabo no es tan dramático dejar la tapa del wc bajada).

Así que entre unas cosas, como esta, y otras, como las que se adivinan imagino por debajo del resto de lo que escribo aquí o por lo que queda dentro y fuera del encuadre de las fotos, este es el verano más feliz de mi vida.

La gente habla de vacaciones que yo ya no puedo pedirme porque entré a trabajar en Marzo y ya me he fumado todos los días libres que tenía, la gente juega a la lotería, la gente gruñe, la gente compra, la gente huye, y yo estoy aquí quieto, yendo a trabajar, volviendo a casa, quedando para tomar unas cañas o para buscar corchos huidizos o tomar algún café que otro, manteniendo tertulias nocturnas, fregando cacerolas, leyendo en mi cama, viendo House en nuestra tele tirado en nuestro sofá, y pienso que quién quiere vacaciones y quién necesita lotería.

Qué asquito me doy a mí mismo.

20.12.06

Pingüinos

Y como asumo que Motörhead no te va a gustar, te dejo una reflexión sobre el comunismo y el capitalismo de una de mis bandas favoritas, The Shins, que sacan disco nuevo por fin en enero del año que viene.

No tiene desperdicio.

The Eight of Spades


Para hoy, día que pinta relajado, voy a contarte un chascarrillo que siempre puede servirte para hacer que alguien te mire con cara de loco en algún bar, comunión, boda o bautizo.

Supongo que todo el mundo conoce a Motörhead (que viene a significar algo así como "puesto de anfetas") aunque sólo sea de vista, porque en todas esas películas en las que salían motoristas malotes siempre había alguno que llevaba una camiseta suya (eran algo así como la banda sonora de los Ángeles del Infierno y toda esa gente). Son famosos por culpa de su fundador, bajista y cantante, Lenny Kilminster, que tiene la peor voz del mundo, con diferencia; cascadísima, hecha polvo y alimentada a base de alcohol (el tío se levanta y se desayuna un copazo, por lo visto). Y luego, a un nivel un poco más profundo, porque Lenny siempre ha sido un pionero a la hora de meterle distorsión al bajo (si uno no anda un poco listo puede confundirlo con una guitarra, muchas veces), y entre eso y la música, un rock and roll sucio, ha sido una influencia considerable para una infinidad de grupos (supongo que el hecho de que Cliff Burton, el difunto bajista de Metallica cuando Metallica era lo que fue, y no el deshecho que es ahora, y tipo del que tengo que hablar otro día... en fin, a lo que iba, el hecho de que Cliff tocase usando la distorsión de una guitarra le debe mucho a la influencia de Motörhead).

El caso es que su canción más famosa, de 1980, se llama Ace of Spades (que viene a ser el As de Picas en la baraja de poker; la canción de la cajita que abre este post, vaya), e imagino que la habrán tocado en todos los conciertos que han hecho desde que la sacaron; es un puto himno de toda una época musical (la explosión de la New Wave of British Heavy Metal, que vio nacer a Iron Maiden. Que a pesar de las mallas y tal, sacó dos discos, los dos primeros, que siguen siendo revolucionarios incluso más de 25 años después), cuyo estribillo dice "The only card I need... is the ace of spades! The ace of spades!" ("La única carta que necesito... ¡es el as de picas! ¡El as de picas!"). Total, que al Lenny, en una entrevista, le preguntaron si alguna vez ha estado tan borracho en algún concierto que se haya hecho un lío con la letra, cosa que probablemente la audiencia no hubiese notado porque meten bastante escándalo en directo, a lo que Lenny Kilminste respondió "bueno, me he pasado dos años cantando 'The Eight of Spades' (el ocho de picas) y nadie se ha dado cuenta".

Tiene su gracia. No ya por la torpeza comprensible de la audiencia (es difícil escuchar cantar los clásicos, más que nada porque todo el mundo los está coreando y entre los gritos y el escándalo de la música uno no está para sutilezas), sino porque permite asomarse a la música de un icono musical como Lenny Kilminster y preguntarnos ¿¡y por qué cambió la letra!? ¿Por variar, por hacerla más entretenida, para ver si alguien se daba cuenta?

Da igual. Mi conclusión es que esa es una de esas cosas que le hacen a uno grande, un destello donde veo compartida mi idea de la calidad de vida, que a veces puede manifestarse simplemente pidiendo un ocho en vez de un as.

19.12.06

No están ahí

Hace unos días, no recuerdo cuántos, pero no muchos, salía del metro camino de casa, a la hora de comer, y delante mío salía una mujer. Era joven, se le adivinaban unas bonitas piernas debajo del pantalón y caminaba deprisa, en la misma dirección en la que está mi casa. Así que forzado por la ruta yo la seguí, bastante contento porque me gusta caminar detrás de mujeres a las que incluso con pantalones se les adivinan bonitas piernas, pero como a la gente le suele poner nervioso que camines detrás de ellos mucho rato me cambié de acera y me dediqué a observarla de reojo, no por nada, es que me gusta observar, ya lo sabes. Y llegó antes que yo al primer cruce, y giró en la misma dirección en la que yo iba a girar, y cuando llegué allí no había ni rastro de ella. Fue extraño porque ahí no hay portales en los que meterse, pero bueno, yo me encogí de hombros, llegué a casa y lo olvidé.

Dos días más tarde, y no sé por qué recuerdo con tanta precisión que fue justo dos días más tarde, se repitió la escena. Surgió caminando delante mío de entre la estampida del anden del metro, solo que esta vez conseguí colarme delante de ella en las escaleras mecánicas, caminé ante ella la calle entera y cuando llegué al cruce caminé unos pasos, me detuve y me volví a mirar, curioso, por ver dónde se metía cuando llegaba a ese punto. Y no dobló la esquina. Me quedé unos segundos eternos, y ella venía detrás mío, porque podía escuchar sus pasos cuando no pasaban coches, pero no dobló la esquina. Me pareció algo raro, y lo olvidé.

El viernes pasado volvía a casa, estaba esperando al metro en el andén, y junto a mí, en un banco, había dos mujeres esperando. Yo asumí que se conocían por cómo estaban colocadas, una sentada y la otra de pie pero muy cerca de ella, a una distancia que sólo es posible desde la confianza, aunque había algo raro en cómo no se daban la cara, en como cada una parecía mirar en una dirección. Y llegó el metro, y una se quedó donde estaba pero la otra se colocó a mi lado, esperando a que se detuviese el convoy. Cuando se abrieron las puertas vi un hueco estratégico al fondo del vagón, junto a una puerta, uno de estos lugares donde puedes apoyarte sin que nadie te incordie, uno de esos lugares por los que la gente es capaz de darse codazos, y como soy así me hice el tonto lo justo para que la mujer que tenía al lado me adelantase y, como era de esperar, se colocase en ese sitio. Yo la seguí, me agarré a la barra que había a su lado y me puse a leer, como a medio metro de ella. Tampoco me quedaba otra, el vagón estaba bastante lleno. Y cuando llegué a mi parada ella no se había movido y yo, que como ya he dicho me gusta observar, la había echado un par de vistazos. Llevaba un gorro de algo que parecía o imitaba al cuero que le escondía los ojos, un pañuelo azul oscuro, los labios fruncidos con gesto de concentración. Llegó mi parada, di la vuelta, me alejé hacia la puerta, y en el reflejo del cristal vi que ya no estaba ahí. Pensé que se habría movido detrás de mí para salir, también, en aquella parada, donde al fin y al cabo se hace un transbordo y mucha gente cambia de tren, pero el reflejo del cristal me enseñaba gente alrededor mío pero ni rastro de ella. Pues habrá aprovechado para sentarse, pensé yo mientras salía, se cerraban las puertas y el convoy empezaba a andar de nuevo. Así que miré al vagón y ahí no había nadie con un gorro.

Y hoy, esta misma mañana, harto de no ver a mi vecina de la oficina desde el lunes pasado, he decidido pasar a la acción y recurrir a mis escasas labores detectivescas; en el rellano de nuestro edificio he buscado, en los paneles que dicen qué empresa hay en cada oficina, el cartel correspondiente a la oficina 1109, la oficina contigua a la nuestra. El cartel estaba vacío. Así que he subido, me he acercado a la misma, y he pegado la oreja a ella. Nada. Silencio. He entrado por fin a mi oficina, pensando que tal vez se le hubiesen pegado las sábanas, y al mediodía, con la excusa de ir al baño, he salido de la oficina y me he vuelto a acercar a escuchar, con el mismo resultado: Nada, silencio. Y no sé por qué, porque sabía qué iba a ver, me he puesto de rodillas, me he agachado y he mirado bajo la puerta, y no he visto más que una línea de oscuridad.

Tampoco hacía falta ya, pero luego, cuando he bajado a comer, antes de afrontar el viaje en metro a casa y el caminar junto a la mujer que se desvanece cuando llega al cruce, he preguntado al portero por la oficina de al lado. Se alquila, está vacía, me ha dicho él, y yo no me he atrevido a preguntar desde cuándo, porque en el fondo lo sé.

14.12.06

48 horas después

Dos días ya sin ver a mi vecinita hacen que, por puro aburrimiento, me haya puesto a darle vueltas al tema. Ponerse a darle vueltas tal vez no sea la expresión, porque implica el comienzo de una actividad voluntaria y consciente y ha sido más bien que el cerebro, que va cogiendo temas sobre los que pensar en plan compulsivo y sin preguntar a nadie, ha saltado sobre todo este asunto con un cuchillo de carnicero en una mano y una lupa detectivesca en la otra.

Y me ha nacido dentro esta pregunta que se me viene repitiendo desde que era pequeño como el punto de esta i, exagerando un poco, gracias al cielo; ¿por qué? ¿Por qué estas taquicardias por una mujer de la que no sé nada? Como no sé nada de ella, no puede ser por ella. Como yo soy la única persona implicada en la historia (y para que te hagas una idea de lo que es ser yo, no es nada fácil afirmar eso, porque según lo digo esa voz de siempre dice ¿yo soy la única persona de la historia? Pero por simplificar asumamos el sí como hipótesis de partida), eso significa que todo esto es por mí. No es porque tenga ganas de hacer el amor, eso lo tengo bastante claro (hasta la vocecita escéptica calla, de claro que lo tengo); no es por ganas de estar con nadie, porque como decía hace demasiado poco tiempo estoy yo tan feliz y contento. Es, naturalmente, por el juego en sí, por andar liberando águilas como cualquier argentino que se precie que haya emigrado a Londres y necesite matar la monotonía y el agobio del clima montando conspiraciones en el Museo Británico (ya, ya sé que si no te has leído 62/Modelo para armar no sabes a qué me refiero pero quien sabe, igual a alguien le da curiosidad y se lee ese libro. Está muy bien, lo prometo). Por deporte. Por reto. Por desafío. Por hacer una de esas cosas que, mezcladas con la parte de la rutina, forman esto que es la vida.

La vecina, por ahora, es un complemento circunstancial, un personaje secundario, una cara sin nombre, casi sin voz, y sin nada detrás excepto las muchas vidas, todas equivocadas, que yo ya he llegado a imaginarla detrás. Igual que la vecina podría haber sido otra mujer con la que suelo coincidir en el metro y que vive en la calle anterior a la mía, o alguien encontrado en una calle al azar, o en una tienda de libros o en un autobús. Si me dan taquicardias es porque siento la emoción del juego, pero el juego en sí consiste, en realidad, en asaltar a una desconocida, proponerla un café y probar ese método que, así a priori, parece una forma fabulosa de romper el aislamiento que nos impone esta sociedad nuestra y Conocer Gente. Método estupendo no porque vaya a salir bien, que es algo sinceramente improbable, sino porque igual que se pueden disparar esas preguntas a la vecina se le pueden disparar a la mujer del metro, a todas y cada una de las desconocidas que me cruzo por la calle, a cualquier mujer que coincida junto a mí en una para de autobús. Muchísimas posibilidades x pocas probabilidades = bastante garantía de éxito.

Supongo que habrá quien se pregunte por qué me pongo a pensar en todo esto cuando en principio puede poner en peligro todo el juego. Yo me lo he preguntado, de hecho. Y me he respondido que conviene conocerse por la misma razón por la que conviene conocer a nuestro coche; porque en el coche es donde viajas y saber cómo funciona y cómo se comporta y como reacciona te puede ayudar a vivir más y mejor, porque conociéndonos podemos vivir mejor y se evitan autoengaños para los que, la verdad, no estoy, porque no puede ser que vaya uno por la vida montando intifadas contra los herejes que atribuyen a artistas célebres versiones apócrifas robadas a artistas mediocres (para mí y por la misma naturaleza de Milli Vanilli, los traidores de la música, a la que yo quiero tanto) de canciones famosas para luego ir tendiéndome trampas a mí mismo para pensar que estoy enamorado de una desconocida a la que sí, tengo muchísima curiosidad por conocer, pero a quien probablemente haya elegido de entre todo el universo por la razón, a todas luces insuficiente, de su cara bonita (porque que la muchacha es mi tipo también es innegable).

Y esto lo cambia todo. Fuera, espíritus románticos. Dentro, razón. No estoy enamorado. Cuando pienso en ella por las noches no lo hago con el corazón supurando pus sentimental, sino por la simple curiosidad, por conocer la realidad detrás de mis fantasías, por ampliar el mundo. Lo digo y pienso que habrá quien piense que pues vaya, que añore el romanticismo y que pinte todo esto con ese color blanco, aséptico y muerto con el que se suele pintar a la lógica, obviando la curiosidad, que al fin y al cabo es el motor de todo lo que somos a día de hoy, y algo que forma parte de nuestra esencia hasta tal punto que, quienes la pierden, pierden con ella la vida, aunque ni ellos ni nadie poco atento se de cuenta hasta que se les para también el corazón, que al fin y al cabo no deja de ser simple músculo estúpido y sobrevalorado.

¿De dónde viene tanta seguridad?


Estaba haciendo el perro y pensando un rato antes de intentar irme a dormir otra vez a las mil de la madrugada (asumo mi condición de muerto viviente, a estas alturas, pero soy un muerto viviente la mar de feliz, qué le voy a hacer), y no sé de dónde viene tanta seguridad: De pronto me he descubierto pensando en el futuro, esa cosa oscura de la que van saliendo cosas que se te meten en la vida a veces a besos y a veces a bofetadas y nunca se sabe, y pensando en él con mucha tranquilidad.

Pensaba, para variar, en mujeres, y he pensado que tengo la seguridad de que si algún día termino compartiendo mi vida con una mujer, esta será maravillosa. No es esperanza ni deseo, es recordar que, al fin y al cabo, ya he dejado a alguna por no serlo, o no por no serlo, sino por no hacerme todo lo feliz que, intuyo, puedo terminar siendo con alguien. No es tan egoísta como suena e implica que si ocurriese tal cosa algún día yo también seré un tipo maravilloso, porque al fin y al cabo también me han dejado unas cuantas veces por no serlo.

Y he pensado también que si no, pues bueno; soy feliz estando como estoy, por muy solo que duerma. Así que en lo sentimental, o por costumbre o por esperanza o por lógica o por descubrir mútiples posibilidades de felicidad, intuyo un futuro cómodo viviendo dentro de mi piel, conmigo mismo, y eso es estupendo.

Sí, soy feliz. Qué raro suena. Soy feliz en mi trabajo, sobre todo cuando trabajo poco (para qué te voy a engañar). Soy feliz con mis amigos y mis amigas, que lo siguen siendo a pesar de lo difícil que se lo he puesto, que ha sido bastante. Soy feliz viviendo medio independiente, aquí en mi casa, y también soy feliz por lo que implica vivir sólo medio independiente.

En fin, me voy a dormir y me voy contento. La única lástima es no encontrar, para poner aquí para compartir, la canción Someone Else de Queensrÿche. No porque pegue con el espíritu de mis palabras, que no lo hace, sino simplemente porque es una canción estupenda que aún no comprendo cómo no le he grabado a cierta adicta al piano. Error este que trataré de corregir lo antes posible.

Buenas noches, y buen futuro.

12.12.06

Para leer en diez segundos

(hay que darse algo de prisa pero da tiempo)

sec 0.0 ahora con la tontería me dan taquicardias cuando me acerco a la oficina.

sec 2.3 lo combato con música, con grupos valientes infinitamente serios capaces de hacer música infinitamente divertida.

sec 5.2 salgo de trabajar, voy a la compra, escucho música, acecho academias, ceno chocolate con churros, miro a la gente, la gente me hace el favor de no corresponderme.

sec 7.5 oh, sí, y me lo paso bien trabajando.

sec 8.2 no sólo por estar al lado de, en fin, la oficina de al lado, quiero decir.

sec 9.4 me gusta el invierno.

sec 9.8 me gusta este invierno.

sec 10.3 ya, si ya sabía yo que me iba a pasar de diez segundos.

Pero bueno. Para conmemorar que me he pasado la tarde escuchando Pink Floyd y Led Zeppelin mientras defendía su honor cruzada transoceánica mediante (porque no, no cantaron juntos el Starway to Heaven, quiera querer la gente lo que quiera creer, pero casi mejor de esto hablo mañana), una canción larga, y un consejo que yo, honestamente, no seguiría, pero que vale la pena:

Escúchala.

11.12.06

¡Qué bonita, la vida laboral!


Pues yo no sé hasta que punto será consecuencia de las ansias acechantes hacia las ocupan-tes de las oficinas colindan-tes, pero el caso es que me recuerdo a mí mismo en mitad de estas mini-vacaciones que suponen, para los que lo hacemos en plan XL, el puente de Diciembre, me recuerdo, decía, cubata en ristre, codo en barra, sonrisa suicida y pinchazos en el hígado, pensando con ansias por el día de hoy: Madrugar, ir al trabajo, las rutinas diarias, inocuas, indoloras, ¡el descanso! Hay vidas, las mías valen de ejemplo casi todas, que conciben el trabajo como esa pausa salvadora que le mantiene a uno con vida, y el ocio como eso que uno hace para ganarse la vida, o para irla puliendo y desgastando en las partes de más roce (que, oh tristeza y desperdicio, son a día de hoy la parte de la mano que agarra las copas y la carganta, por la fricción).

Empezaba yo con el surrealismo encaramado a la chepa la semana. Después de sufrir las andanzas del jet-lag me he despertado ¡a las seis de la mañana!, por una mezcla de sed y furor autobusil, y como duermo más contento cuando aplaco la sed (ah, agua bendita. Lo dicho, si la cobraran a precio de Whisky, yo bebería agua en los bares. Qué rica) me he levantado, he dado tumbos por la casa a oscuras, ay, clonk, tong, uy, plaf, au, me he hartado de agua y me he vuelto a la cama. Y entonces he escuchado el rumor del agua en el circuito de la calefacción, que en teoría fue apagada por mi compi de piso anoche sobre las 11 y media y de nuevo por mí sobre las 12. Así que me olí algo raro, me levanté y, como tiendo a fiarme muy poco de mí mismo por tanto haber meditado sobre la realidad y los sentidos estafadores, me he colocado junto al radiador, muerto de frío, abrazándolo con mis manos, y he creído sentir con razonable certeza tres cosas;

Primera, que aquello se calentaba.
Segunda, que efectivamente hacía ruido.
Y tercera, que sin lugar a dudas yo estaba (tercera-a) despierto y (tercera-b) muerto de frío.

Pero aquello no podía ser, así que me he calzado las pantuflas y he surcado de nuevo la casa, ahora con menos trompicones debido a lo más despierto de mi estado y, sobre todo, a que el primer paseo había contribuido a alejar los objetos más peligrosos de la ruta a golpe de espinilla, y me he ido a la terraza a ver si la calefacción estaba encendida o apagada.

Y estaba apagada. Así que la he encendido y la he vuelto a apagar, luego me he quedado escuchando cómo el agua se tranquilizaba en su interior y cuando la que yo acababa de beber comenzaba a convertirse en cubitos en mi estómago me he vuelto a la cama la mar de confuso, en un estado de gilipollez autoconsciente que me ha ocupado durante gran parte de la mañana.

Concretamente hasta las 12 y pico, cuando literalmente desplomado contra una pared y sobre un radiador esperaba la llegada del ascensor para ir a desayunar, y del baño ha salido camino de su oficina mi adorada vecinita. Estupor, pensamientos a bote pronto: "Es guapa / ¿Me afeité anoche? / ¡Sí, me afeité anoche! / sí que es guapa la jodía". Ella ha llegado a su puerta, ha metido la llave, me ha mirado, me ha sonreído y me ha dicho "hola", y yo he sido su eco, "hola".

El resto de la mañana han sido bostezos y esa sonrisa estúpida que se le pone a uno cuando puede fantasear imposibles para darle esquinazo al tedium vitae. Pero por la tarde, cuando subíamos de otra pausa, ¡nos hemos vuelto a cruzar con ella, que se iba ya a su casa! (o a donde coño vaya cuando sale del edificio, a tirarse a alguien, a críar a sus hijos, a pasar hora y media en una iglesia o a introducir en funestos sobres propaganda electoral del PP: La de terrores que puede uno pensar en tres segundos) Y yo no sé qué iba diciendo, tonterías como siempre, y ahí me he quedado, diciendo más tonterías hasta que ella ha cogido su ascensor y a mí han conseguido convencerme a base de capones para que sacase las llaves de la oficina, y ahí han quedado mis tonterías, flotando en el aire para que las escuchase, para que aun pensando que a su lado trabaja un imbécil al menos algo mío, mi vocecita, se arremolinase por un instante a su alrededor.

Y así ha sido el día. Y yo no sé, pero tengo ganas de ir mañana a trabajar, por estúpido que me haga sentir. Pero es una estupidez divertida, qué cojones.

Ea, besitos. Voy a ver si convenzo a una que yo me sé para que me deje presentarla a Tenacious D.

3.12.06

La vecina (*)

(* no vecina vecina, sino vecina, em, digamos laboral.)

Creo que fue en verano cuando yo fui consciente de la existencia de esta mujer a la que he dado en llamar mi vecina laboral, a falta de otros términos o en un vano intento (toma pedantería) de ahorrar palabras que al final nunca resulta, visto lo visto. Es una mujer que ocupa la oficina adyacente (si nos vamos a poner pedantes nos ponemos pedantes del todo) a la mía, nuestra y de todos. Parece que estoy haciendo propaganda de Televisión Española, coño. Uy, que se me olvida la pedantería. A ver, reescribo: parecería que estoy persiguiendo lograr publicidad gratuita del Ente Púbi... digo Público. Bueno, a lo que íbamos tú y yo: Que es una muchacha que está en la oficina de al lado, y en esa oficina el descenso demagrófico de este nuestro país, Madrid, se nota aún más que en nuestra empresa u oficina, que ya es decir. Se pasó casi todo el verano trabajando sola en la oficina, aferrada al teléfono y con su puerta abierta, supongo que para que corriese el fresquito (el del aire, no el del blog) por la oficina. Y como nuestras oficinas tiran de cuarto de baño común a razón de uno por sexo y planta o piso, cada vez que yo tenía que ir al baño pasaba por su puerta, abierta, ¿y qué hace uno cuando pasa por una puerta abierta? Pues mira dentro a ver qué se ve. Y claro, cuando alguien pasa por tu puerta abierta pues miras a ver quién pasa. Total, que nos pasamos el verano cruzando fracciones de mirada, el único contacto visual que permite un varonil hombretón como yo surcando el pasillo camino del aseo al cruzar de lado a lado una puerta de ochentaycinco (por qué dices eso, con lo bonito que es hacer el amor) centímetros de ancho.

La ocnclusión: Qué maja la vecinilla.

La citada conclusión fue corroborada gracias a algunas fortuitas coincidencias en los descansillos, subiendo o bajando, y gracias también a algunos fugaces vistazos de refilón a la citada vecina, en aquellos momentos de proximidad obligatoria.

Pasaron los días, se apelotonaron unos sobre otros y cuando fueron unos cuantos pasaron las estaciones, o más bien la estación, y llegó el otoño a aposentarse sobre estos cielos turbios de humo y de ecos de chirridos de tráficos y gritos varios. Y hace unos días coincidimos subiendo, y claro, como vamos a la última planta hubo un momento en el que el colectivo casual e informar que acostumbra a formar la concurrencia típica de uno de estos graciosos habitáculos (cómo me quiero cuando me pongo así de pedante, en serio) se redujo a dos integrantes, ella y yo. Yo miraba inocuamente a la pared, mientras mi visión periférica se divertía recorriendo el perfil de su linda cara, y de pronto descubrí que tenía atravesadas en la garganta estas palabras; "oye, ¿si te invitase a una caña o un café dirías que no?" En la garganta estaban y en la garganta se quedaron, atropelladas por el "de nada" que me salió a toda prisa cuando llegados a nuestra planta la abrí la puerta y, caballero siempre, la cedí el paso. Es que en dos plantas no da tiempo a asimilar la sorprendente presencia de aquellas palabras, ni mucho menos a decirlas, sobre todo si quien podría decirlas ni siquiera ha considerado si de hecho quiere o se atreve o quiere (lo he repetido aposta, no te creas) decirlas, sobre todo si el sujeto en cuestión es alguien, como yo, que comparte algunos rasgos de la personalidad de los diesel antiguos, aquellos que no tenían turbo ni podían salir haciendo ruedas (y ruidos) de los semáforos súbitamente verdes.

Y pasaron unos días y por fin se completó mi asimilación de todo aquello y quedó esta pregunta no ya en mi garganta, aunque creo recordar o sospecho recordar, si uno puede sospechar un recuerdo, que también salió por la misma. ¿Por qué coño no se lo dije?

Así que hice mis votos, abracé el absurdo, me preparé unas vendas para lo previsible y enarbolé en aquel bar, complemento circunstancial de mis reflexiones, el estandarte de los azares (encarnado en un Dyc con Pepsi bien cargado) y decidí que, caso de coincidir, no sabría si me atrevería pero al menos tendría claro que sí me apetecería decirle tal cosa. Volví al trabajo con mi nueva meta dándome en las vísceras ese calorcillo suicida de la tontería, y ahí ando, acechando el descansillo y tratando de averiguar a qué horas entra y sale la mujer en cuestión.

Un mediodía especialmente soleado para lo que se estila últimamente en estos días que tanto y tan bien prometen un invierno recio (ah, uh, oh) hice a una compañera de trabajo confidente de estas mis tribulaciones, y desde entonces se ha autoproclamado mi cómplice. Y así el viernes volvió del baño abriendo y cerrando la boca como los peces, o como hace todo el mundo cuando te habla y tú tienes puestos unos cascos donde escuchas al grupo cafre de turno a toda leche, y yo me quité los auriculares y ella gentilmente repitió "mira el msn". Y vi, reluciendo en una ventanita por la que nos comunicamos oficialmente en la empresa aunque estemos codo con codo, la sugerencia de ir corriendo al baño si quería encontrármela en el descansillo. Y allá que fui yo, a la carrera, para encontrar el rellano incongruentemente lleno de un montón de gente cuyo origen no pertenece a lo mundano, y entre toda esa gente la única presencia que se destacaba ante mi sentido de la vista, que puede ser muy selectivo, era ella. Incluso, acotando, sus ojos, a los que yo miré y los que miraron a los míos durante un momento que pudo ser un instante o pudieron ser unos cuantos. Y yo por fin giré y me fui camino del baño bailando por el pasillo.

No sé qué pensará de mí. Ahí va ese loco que me mira raro cada vez que me ve, probablemente. Sé que responderá a mi pregunta, cuando se la haga y sí y sólo si se la hago, que no, y sé qué responderé yo a mi vez, "ah, vale, pues entonces no te lo pregunto". Sé también que después sonreiremos, y que desde ese día dejaré de buscar coincidencias que de todas formas se producirán, por eso de la estadística y la probabilidad, seguiremos manteniendo una sonrisa cómplice, y que ella pensará que estoy loco o que no lo estoy, da igual, y sé, también, que yo, pese a la negativa, me sentiré un poco más entero, más yo y a la vez más otra cosa, y que dormiré mejor, y que follaré lo mismo pero me dará igual, y eso está bien. Lo malo, ay, es que estoy de vacaciones hasta dentro de una semana, y así no hay coincidencias que valgan, y no está bien esto de estar de vacaciones, algo borracho (pero muy poco, no creas, apenas nada), ignorando compañeras de piso y amigas de ídem, y esté yo pensando que qué lástima, qué maldita lástima no ir el lunes a trabajar.

2.12.06

¿Ver para creer?

Solemos tener mucha fe en lo que vemos, en nuestros sentidos, en cómo nos parece que es el mundo. Necesitamos ver las cosas para creerlas, escuchar algo para considerarlo cierto, palpar algo para tener la certeza de que está ahí, y se nos olvida que todo eso es el producto de la cosecha de unos sentidos que hacen lo que pueden pero distan mucho de ser perfectos, unos nervios que, como cualquier parafernalia eléctrica y como todos sabemos, que para algo estamos usando ordenadores, fallan, y un cerebro que viene modelado por la evolución para imaginar amenazas inexistentes y para completar a su manera los vacíos y los errores que le llegan de esos sentidos imperfectos y de esos nervios que a veces funcionan y a veces no. Yo me quedé sorprendidísimo con este tema cuando dimos, unos compañeros de clase de aquel entonces y yo, la asignatura de Modelización del Cerebro en la Autónoma. A pesar del nombre la asignatura no consistía en darle friegas, apretones y masajes a un cerebro pastoso para darle formas graciosas (un jarrón, un ciervo, un cenicero, un enorme posavasos: Lo mejor habría sido que al fin, más de uno, lo habría utilizado para algo), sino en comprender cómo funcionaba una parte muy concreta y particular del cerebro y cómo se transmitían por el las señales: El córtex visual, la parte con la que el mundo deja de ser un vacío definido a base de precipicios y agrupaciones de partículas vibrantes sobre los que rebotan (cuando no los atraviesan) ondas electromagnéticas de diversas frecuencias, y se convierte en eso, tan familiar y tan increíblemente y supuestamente real; el mundo que vemos ante nuestros ojos.

Allí aprendimos una serie de cosas que echaban abajo la infalibilidad de los sentidos. Descubrimos que hay zonas ciegas en el ojo (por ejemplo, la zona donde no hay ni bastones ni conos, que son las células que perciben la luz y el color, porque es la zona de la retina donde empalma el nervio óptico y aquello no deja mucho sitio para otra cosa que no sean las largas neuronas que parten hasta cruzar el cerebro, porque nuestro sistema nervioso es tan absurdo como nosotros y el córtex visual está en la parte de atrás de nuestras cabezas), pero como bien sabemos nosotros cuando miramos algo no vemos zonas vacías por falta de información, no: Nos explicaron cómo en esa parte del cerebro que convierte la cascada de datos que vienen de cada célula del ojo hay una serie de neuronas que se dedican a extrapolar qué puede haber en esos puntos ciegos, y pasan esa señal como cierta, como si realmente hubiese sido percibida. En principio trabajan con la señal que recuerdan de cuando los ojos han pasado por ahí, pero si miramos fijamente un cuadro, una pared, alguna superficie con detalles, podemos ver como una parte del mismo cambia de forma y una línea se corta o una línea cortada se une. Aprendimos también que todo esto termina siendo un asunto de corrientes eléctricas circulando por nuetros nervios, y que si consigues el estímulo justo y lo pasas a un nervio, estarás dando la impresión de que hay algo ocurriendo en el lugar del que viene el nervio, y no tendremos forma de distinguir eso de algo que está ocurriendo realmente.

Todo esto soprendió mucho a mis compañeros de clase, que le tenían mucha confianza a la pinta que manifestaba la realidad ante sus ojos. Yo, la verdad, llevaba años sin fiarme demasiado. Recuerdo haber sido muy pequeño y reflexionar sobre el color de los ojos de la gente. Los míos son castaños oscuros, tan oscuros que hacen difícil distinguir la pulila del iris excepto cuando hay mucha luz, y yo pensaba en cómo veía yo las cosas y en cómo las verían quienes tuviesen ojos azules, verdes, grises (siempre soñé con tener ojos grises) o castaño claro. ¿Lo verían todo más azul, más verde, más gris o más claro? ¿Estaría yo viéndolo todo más marrón? ¿Y si fuese así, cómo podría darme cuenta? ¿Cómo sería el mundo antes de que mis ojos lo cogiesen y me lo presentasen a la consciencia diciendo "mira, las cosas son así"? Años más tarde entendí que el iris símplemente está ahí haciendo de diafragma, que la parte por donde vemos es transparente para todos, pero eso no le quitaba ningún sentido a la última pregunta, ¿cómo sé que las cosas son así? ¿Cómo puedo fiarme de mis ojos?, y de todas formas fueron surgiendo otras preguntas por el estilo como ¿cómo sé yo qué es exactamente el color verde y cómo puedo estar seguro de que lo que yo veo verde sea exactamente igual que el marrón de otra persona? ¿no podría ser, de todas formas, que alguien viese los colores cambiados a los míos, y los dos pensásemos que vemos los mismos porque pese a verlos al revés compartamos la etiqueta que nos hace llamar a un jersey verde "verde"? ¿Y cómo demonios es el mundo para un daltónico?

Pasó el tiempo, y me pusieron gafas para corregir un poco de astigmatismo. Tenía más en un ojo que en el otro, lo cuál, según el médico, hacía que yo utilizase más un ojo para mirar y el otro, digamos, de refuerzo, y yo me puse a mirar sólo por un ojo y efectivamente, lo que veo por mi ojo izquierdo me parecía más real. Y a base de probar mucho y como consecuencia de actividades que implicaban mirar sólo por un ojo, como utilizar el telescopio de mi tío o apuntar por la mira de mi escopeta de perdigones (básicamente para romper botellas viejas o para derribar desde lo alto de una roca, en plan francotirador, a la tripulación del Barco Pirata de Playmobil, flotando a veinte metros de mí en una alberca. Sólo maté un pájaro, un pobre gorrión, y bastante mal me sentí como para insistir), y descubrí que esas diferencias eran más perceptibles que el simple afán de protagonismo de mi ojo izquierdo. Con este veía los colores más apagados, y con el otro más intensos, más rojos, más verdes. Esto hacía que si yo miraba mucho con mi ojo izquierdo tuviese más clara las formas de las cosas, le daba nitidez al mundo, pero conseguía una visión más fría y deprimente que cuando miraba mucho con el derecho, que le inundaba de color y lo enmarañaba todo un poco. Un ojo realista y otro impresionista, un ojo clásico y otro romántico. Y si yo mismo veía diferente con cada uno de mis ojos, se hacía evidente que otras personas, con su par de ojos totalmente distintos de los míos, verían las cosas diferentes. Pensándolo muy a posteriori he llegado a la conclusión de que en todo esto se esconde la razón más profunda y más íntima por la que me gusta la fotografía; una cámara no deja de ser la metáfora de un ojo, y yo puedo, hasta cierto punto, compartir ese ojo con más gente (aunque sea limitándonos a la servidumbre de nuestros propios ojos biológicos, que nos traduzcan la imagen de la pantalla o el papel al cerebro).

Aquello hizo que yo le tuviese mucho respeto a y tuviese mucha curiosidad sobre los puntos de vista de la gente; el mundo, como yo lo veía, era ligeramente distinto a como lo veían ellos. Iba más allá, de todas formas; ¿qué significarían las cosas para un ciego? ¿Cómo sería el mundo para un árbol, si los árboles tuviesen sistema nervioso para formarse una imagen del mismo?... otro día tengo que escribir sobre aquello, terminó siendo la mar de místico... Volviendo a la vista, aquello se infiltró en mi forma de ser y me hizo plantearme siempre la duda ante mis propias percepciones y valorar bastante las opiniones de los demás: al fin y al cabo una opinión es emitida en base a un juicio que, si se tira lo suficiente de la cadena de causas y efectos, termina proviniendo de algún sentido.

Luego, con los años, aprendí que aunque no nos podemos fiar mucho de los sentidos sí que tenemos una serie de herramientas infalibles, entre las que destaca la lógica. Sigue unas reglas estrictas y nos deja afirmar sin miedo que si la hipótesis de partida es cierta entonces las conclusiones a las que nos lleva son igualmente ciertas. El problema sigue siendo la hipótesis de partida, y la gran maravilla es que si las conclusiones son evidentemente falsas aquello se vuelve un contraejemplo y la hipótesis es falsa. Y pensé en muchas hipótesis y me puse a emplear contra ellas y con todo mi empeño el arma más afilada con la que nos dota este mundo. A día de hoy tengo tanto trabajo hecho en ese campo que, curiosamente, la gente opina que soy un intransigente que no respeta las opiniones de los demás (además cuando pregunto sobre ellas la gente suele sentir hostilidad y rechazo donde yo sólo pongo curiosidad y la seriedad de la lógica), normalmente cuando alguien dice algo que me parece, con toda seguridad, una tontería. Y no ayuda que yo, que siempre he querido saber como son las cosas en realidad, les cuente a toda prisa que eso es precisamente una tontería. No sé cuántos años tendría, no muchos más o menos de cinco, cuando mis padres tuvieron que llevarme a urgencias porque delante del escaparate de una juguetería le conté a otro niño mi más alucinante descubrimiento de aquel entonces, que era que los Reyes Magos no eran lo que parecían. Aún tengo una cicatriz en la barbilla como consecuencia de aquello.

La gente ve lo que ve, oye lo que oye, huele lo que huele, etcétera, y lo consideran lo real, lo absoluto: lo que hay. No les gusta que les saquen de sí mismos, que les hagan ver las cosas desde fuera. No sé de qué tienen miedo, pero es así. Y yo, no sé, no creo pecar de egolatría si pienso que todos, de pequeños, deberíamos dedicarnos una temporada a mirar las cosas con un ojo y luego con otro, y a pensar primero sobre ello, y después sobre cómo los demás ven eso que nosotros consideramos tan particularme universal. Porque la realidad es un lugar mucho más rico, mucho más desafiante y mucho más apetecible cuando en vez de un mundo al que enfrentarse uno comprende que hay tantos mundos como personas o, llegados al caso, como ojos que vean diferentes. Para empezar, a mí me sirvieron ración doble. ¿No es para sentirse orgulloso?
Con la tecnología de Blogger.

Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.