30.11.06

Y de repente


Pongo una canción y no sé por qué: Porque por fin, a costa de verlo en los blogs de agentes y expatriadas amigas de, me he hecho adicto al sitio este de la música así para empotrar. Y yo lo odiaba y jamás le di al play, o casi nunca, porque normalmente ya estoy yo escuchando música de continuo y naturalmente no voy a parar lo que yo quiero escuchar para poner lo que otra persona quiere escuchar. Pero al final me puse a hurgar por curiosidad, por ver qué tienen ahí, y sol y sombra: Naturalmente no está todo, pero sí que hay cosas curiosonas. Se ve que otros frikis ya han llegado ahí.

Por ejemplo, tienen una canción de Estradasphere, esa. Lo que pasa es que quien la ha subido ha puesto este comentario: "Al Qaeda's soundtrack". Y no sé, no me veo yo a estos 9 o 57 o 213 o los que sean californianos locos componiendo bandas sonoras para terroristas, ni a esos terroristas tan gritones y tan ceñudos con la suficiente sangre caliente como para escuchar Estradasphere. No tiene ninguna pinta de mezclar bien el integrismo, que es lo que hacen los terroristas, con la integración, que es lo que hace esa máquina de cortar, mezclar, remover y servir mil músicas de mil culturas.

En fin, ahí está. Por si alguien se aburre y quiere darle al play. Cosa que yo no haría, entre otras cosas porque seguro que estaría escuchando otra cosa, como decía, y entre otras otras cosas porque para algo tengo aquí la discografía del grupo en cuestión. Pero bueno, ahí queda, que es gratis.

29.11.06

Lo importante de la vida



Un poco de filosofía barata, y que me perdone mi agente que últimamente no lee nada que no le haya contado primero, pero me gustaría dejar esto por escrito en alguna parte y este parece un lugar tan malo como cualquier otro (y en cualquier caso Vero, culpa tuya, no haber sacado el tema).

Creo que no me equivoco si digo que la gran mayoría de la gente o tiene claro qué es lo importante de su vida, o sufre crisis de identidad cuando no lo tiene tan claro. Prosperar, terminar una carrera, conocer a una chavala guapa, mantener la pareja, deshacerse de ella, tener niños, pintar un libro, escribir un árbol, que el Madrid vuelva a ganar la Champions Leage, ese tipo de cosas que adornan los horizontes de la gente como puntos de referencia de papel pintado pegados con celo a un cielo barato de imitación (aunque de un azul muy bonito, eso sí) previamente adquirido en los chinos de la esquina por algo menos de un euro. Tienen de todo en los chinos, así que no descarto que eso último sea posible y todo, pero bueno, era una metáfora, o pretendía serlo.

El caso es que todas esas cosas sirven, como pretendía ilustrar con la presunta metáfora antes de que se me fuese de las manos, como puntos de referencia: hacia ahí es hacia donde queremos movernos, y tienen dos inconvenientes; que si no logras alcanzarlos te sientes un fracasado, y que si los alcanzas te sientes perdido y necesitas otros nuevos, porque si la vida es moverse hacia los objetivos alguno habrá que tener para no andar revoloteando en círculos o, horreur, detenerse, ¿quién no ha oído lo de que el tiburón que deja de nadar muere?

(Y aquí empieza la parte descructiva de toda esta filosofía mía de garrafón.)

Sentirse un fracasado es una de las grandes desgracias de esta sociedad nuestra. Yo siempre me estoy quejando del daño que la moral cristiana nos ha hecho después de dos mil años, con tanta gente sintiéndose culpable sin motivo por cosas que no son culpa suya por milenios de sumisión y de gilipolleces sobre amar al prójimo, poner la otra mejilla y de asumir que el sufrimiento nos hace mejores (actitud bastante masoquista, esa) y que al mundo se viene a eso, pero la verdad es que el capitalismo, por buscar alguien a quien culpar, también nos ha jodido lo suyo: Hay que triunfar, hay que alcanzar los objetivos, hay que convertise en un depredador, la vida es escalar, conseguir metas.

Lo primero nos decían los curas que lo decía Dios. Lo segundo nos lo dice este bonito sistema en el que vivimos para despilfarrar y enriquecer a los bancos. Pero igual que las mentiras de Dios se caen con algo de lógica y algo de distancia, pasa lo mismo con las de los bancos. Pongamos unos cuantos siglos luz de distancia y miremos el universo desde fuera, y miremos las metas de la gente. Su pareja, su trabajo, el dinero, la fama, todo se cae si consideramos nuestras esperanzas de vida y el ancho de nuestro porvenir y los comparamos con las escalas por las que se rige el cosmos. Cada uno somos el rey de nuestro pequeño castillo, enrocados en nuestro cráneo (o entre las costillas, si alguien sigue practicando los puntos de vista de los griegos), pero objetivamente no somos nada. Cualquier meta que logremos es algo insignificante a escala cósmica, a la escala del mundo, por mucho que habitualmente nos empeñemos en ignorarlo y en mantener que este pequeño cuartucho olvidado que habitamos es el todo y lo importante sólo porque es donde nosotros estamos. Pero no, el resto del universo está ahí para decirnos algo y es algo importante: Que no somos nada, que somos un espasmo invisible de puro rápido y de puro pequeño. Que no somos importantes ni podemos serlo por lo mismo por lo que una mosca de río no puede presidir el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. ¿Quién quiere ser un tiburón? (Y de todas formas ¿qué tiburón vive para siempre, por mucho que se mueva?)

(Y aquí empieza la parte reconstructiva de toda esta filosofía mía de garrafón.)

Así que me hago listas con las metas de la gente y las mido con el infinito, y todas quedan como lo que son. Muescas invisibles de puro finas alrededor de la marca del 0 en la escala de importancia. ¿Y entonces, qué es lo importante para nosotros? Nada. Pero que no cunda la desesperación ni el nihilismo. Decir que nada es importante es lo mismo que decir que todo lo es, es darle la misma importancia a todo y que, entonces, todo es lo más importante (o más o menos, y si es menos cerca anda y vale la pena igual). Es renegar de metas impuestas o de supuestas aspiraciones que debamos alimentar y darle crédito a las tardes pasadas en el cesped tirados al sol, al primer trago de una caña de cerveza, a la vista de unas medias en una pausa en un ascensor, al fotograma de la última película de Alfonso Cuarón, a una sonrisa vista al azar en el cruce de dos vagones de metro.

Lo importante de la vida, por su pura insignificancia, es todo lo insignificante. Es cada idea que tenemos, cada nota de música que escuchamos, cada golpe de viento que nos revuelve el pelo, cada caricia que damos, cada latido de nuestro corazón. Suficientes metas para poblar no ya los puntos cardinales de cielos de plástico comprados en un todo a cien, sino cada punto de cada mapa. Y cada paso, si se sabe qué se está haciendo, es un logro, una meta y un orgullo, y quién coño quiere ir hacia qué horizonte cuando, muchas veces, dar vueltas es tan entretenido.

28.11.06

Tool, la espiral y Fibonacci


Esto de ser adicto a la música hace que uno esté al tanto de esos discos que la gente venera, aunque sean de estilos que, a priori, a uno no le llegan a entusiasmar, o si hay suerte de estilos que uno acoge con un poco de frialdad y pasado un tiempo comprende y aprende a querer (porque la música no es sólo amor a primer oído; hay gustos adquiridos, trabajados, que a la larga se vuelven imprescindibles y geniales, y a los berridos en plan death metal me remito). Por eso cuando Tool sacó el Lateralus yo me hice con el disco en cuanto pude; Tool era una banda de culto para mucha gente cuyo gusto musical yo respetaba y algunas veces compartía. Y escuché el disco una infinidad de veces, y las canciones estaban bien, muy trabajadas, la música era impecable, todos los músicos eran muy buenos... pero algo me fallaba y el disco no llegó a prenderme ninguna mecha. Pero un día, alguien contó en el foro de Blind Guardian (un rincón estupendo para hablar de música y conocer mil cosas nuevas) una hipótesis que había leído en alguna página de internet: La idea era que las canciones del disco venían desordenadas, o que sugerían otro orden distinto de aquel en el que venían grabadas. Y para explicarlo, se recurría a los números de Fibonacci.


Fibonacci fue un matemático que, por lo visto, estaba interesado por cómo se reproducían los conejos. Uno se monta su criadero de conejos con la parejita, y estos en seguida tienen un retoño que rápidamente alcanza la edad de procrear, y entonces comienzan a nacer más y más conejitos que se reproducen, pues eso, como conejos. Y descubrió que su cifra crecía de esta forma; partes de 2, y luego hay 3, y luego 5, y luego 8, y luego 13, y luego 21, y más y más según va habiendo más conejos adultos que pueden tener crías. Y Fibonacci se quedó mirando aquellos números y se dio cuenta de que cada uno era la suma de los dos anteriores. Colocando al principio un par de unos, como partida, la serie de Fibonacci es, entonces,

1, 1, 2, 3, 5, 8, 13, ... , n, m, n+m, m+n+m, ...

Colocando otros números como partida en lugar de un par de unos, como el 1 y el 3, se obtienen otras series de Fibonacci, como 1, 4, 5, 9, 14, ... y luego se observó que esa serie tiene implicaciones que van mucho más lejos de lo que la cría de conejos podría sugerir. Por ejemplo las flores suelen tener un número de pétalos que corresponde con un término de la serie de Fibonacci. Se observó también que esos números están en la esencia misma de las espirales: Si vas formando cuadrados de lado un número de Fibonacci, los vas colocando unos junto a otros de forma que sus lados vayan encajando y unes sus vértices mediante curvas obtienes la más famosa de las espirales que volvía locos a griegos y moluscos. Y lo que decía aquella hipótesis era que Tool, que se dedicaba durante todo el disco a hacer alusiones a espirales y a los números de Fibonacci (la letra la canción que da nombre al disco comienza con dos líneas de una palabra, luego una de dos, luego una de tres, una de cinco, una de ocho y luego va subiendo y bajando por la serie), así que alguien decidió ponerse a jugar con las canciones, las colocó todas sobre una recta,

1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13

y se puso a dibujar espirales y a ver dónde cortaban a esos números y a escuchar el disco en ese orden. Pero algo no encajaba. Pero había otras pistas, la canción 6 es una especie de introducción de la séptima, así que tal vez deberían ir juntas, y los discos anteriores de Tool incluían en su mismo medio una pequeña ida de pinza instrumental... como aquí es la canción número 13. Así que quien pensase esto las reordenó así,

1, 2, 3, 4, 5, 6, 13, 7, 8, 9, 10, 11, 12,

y se puso a dibujar su espiral que partiese del 13 y cortase primero al 6 y luego al 7. La cosa quedaba ordenada así,

6, 7, 5, 8, 4, 9, ...

Y aquello sonaba sospechosamente coherente; los finales de las canciones así ordenadas parecían encajar mejor, y el conjunto hacía parecer al disco con el orden original como carente de una coherencia a priori artificial. Pero quedaba el problema de dónde meter la canción número 13, que en teoría debería estar en mitad del disco. Pero la canción 9, que ahora ocuparía el sexto lugar, es una canción especial: Se llama con el disco, y termina con Maynard James Keenan cantando una y otra vez "spiral out, keep going"; Sal de la espiral, sigue adelante. Y el tipo que pensó todo esto lo entendió como la instrucción para romper con aquello, colocar ahí la canción número 13 y luego continuar de alguna otra forma. Entonces aquel fan adicto a lo retorcido observó que cada par de canciones, iban sumando 13, así que después de la 13 siguió colocándolas de forma que sumasen 13, y describiesen otra espiral que iría de fuera hacia dentro. Cuando terminó la cosa quedó así,

6, 7, 5, 8, 4, 9, 13, 1, 12, 2, 11, 3, 10.

Y cuando escuchó así el disco tuvo que comunicárselo a un amigo que se lo contó y la voz se fue extendiendo (siguiendo, a su manera, los patrones de las series de Fibonacci, que para algo miden crecimientos de poblaciones discretas), y al final ese rumor me llegó a mí pero ya no encontré forma de averiguar quién lo inició. Probablemente no fue sólo una persona, porque hay al menos otro par de interpretaciones sobre el orden que deberían tener las canciones (otra que considera una sola espiral y otra partiendo exclusivamente de los números de Fibonacci). Pero el resultado encajaba tan bien, el disco sonaba con ese sabor arcano y preciso que tienen los enigmas, y al final yo este disco no lo puedo escuchar en otro orden que no sea ese: Ha trascendido su orden original para conseguir otro que pudo ser pensado por la banda o ser simplemente un fruto de la paranoia de quien fuese. Se le ha preguntado a la banda sobre todo esto y ellos dicen que les han llegado los rumores pero ni mienten ni desmienten, que cada uno lo escuche en el orden que mejor le parezca, dicen, indiferentes. Lógico. Si te pones a esconder una cosa así en un disco y no lo avisas por ninguna parte no es para descubrir el truco a la primera de cambio, sino para que lo entienda quien consiga verlo, para que lo saboree quien se lo encuentre y se lo quiera creer.

Pero fuese su intención o no (y yo, medio por romanticismo medio por ser consciente de lo retorcidos que pueden llegar a ser, opino que sí lo fue) el disco se ha convertido en algo más que un simple disco. Es un pasatiempo, una cábala, un mundo nuevo en el que las canciones se enlazan de formas nuevas y las letras parecen esconder pistas e instrucciones. Y eso ha convertido al Lateralus en un disco irrepetible para mí; en un disco que se trasciende a si mismo, se retuerce, toma formas nuevas y se descubre, de pronto, como un pequeño misterio de forma redonda que venía sin avisar, escondido en su cajita, disfrazado de CD normal y corriente.

Uno de mis discos favoritos, claro.

27.11.06

El barrio #3: Un alma gemela

A poco que te hayas paseado alguna vez por el fotoblog habrás visto que tengo una ligera adicción por los reflejos. En cuanto veo alguna superficie reflectante allá que voy a mirar cómo queda el mundo visto a través de ella. Cualquier cosa vale; un charco, un trozo de papel de aluminio, la carrocería de un coche, los ojos de una mujer bonita. Hay espejos y espejos. Hay espejos que embellecen el mundo, otros que te hacen descubrirle cosas nuevas, otros que le dan un aire inesperado y otros que, simplemente, lo muestran todo diferente y sirven para matar el aburrimiento. Y hay espejos que uno se encuentra sin buscarlos. Yo me encontré uno en mitad del patio de casa. Resulta que la vecina de alias Lucera, de la que ya hablé yo por ahí con ese tono medio misterioso medio impertinente que nos daba la euforia de la conquista tan reciente, es en realidad alguien como yo, reflejada a través de otra vida y de otro mundo. Pero en cierto sentido somos almas gemelas.

Uno de los primeros descubrimientos que hicimos en el patio fue el de una paloma de aspecto desarbolado, que más que andar se arrastra por el suelo y que nos hizo sospechar, ya lo conté, que la buena mujer se dedicaba a envenenar palomas, porque somos así de ocurrentes y porque siempre es entretenido imaginar a la gente en ciertas actitudes. A base de miradas al patio fuimos dándonos cuenta de que esa paloma siempre está ahí, y que después de las comidas la vecina le echa una buena ración de migas por la ventana: Al final, en vez de ser una psicopata palomil, es una buena samaritana que permite a una pobre paloma herida seguir viviendo en nuestro patio desierto de gatos.

Se podrá opinar lo que se quiera opinar de las palomas, se podrá compadecer más o menos al pobre animal nacido para volar y condenado a arrastrarse por el cemento encajonado de un patio interior, pero yo sólo puedo pensar que esa señora comparte conmigo esa pena infinita que dan los seres vivos que nacieron para volar y por lo que sea no pueden hacerlo, aunque yo viva en un segundo y ella en el primero, aunque los suyos tengan alas y los míos brazos.

Ojalá también su paloma vuele algún día de nuevo.

23.11.06

La bondad animal

Recuerdo ser muy pequeño y preocuparme yo mucho por la ecología. Estábamos en el campo en la época de las aceitunas mi familia y yo, mi abuelo hacía un fuego para calentarnos un poco a la hora de la comida, y yo me preocupaba pensando en todo aquel humo que subía a ensuciar las atmósfera, de un azul que daba penita profanar. Recuerdo mi incomodidad cada vez que alguien tiraba en el campo un trozo de papel albal o un paquete de cigarros vacío. Recuerdo la lástima que me daban las sentencias de muerte que les caen a los castaños que no crecen en buen sitio o que pese a los injertos no dan lo que se espera de ellos, y me pregunto por qué de pequeño era yo así. Supongo que sería porque alguien me explicaría que, pese a las apariencias, el mundo era un lugar pequeño (recuerdo también un globo terráqueo que tenía, y esa tontuna de niño que empieza a hacerse preguntas que miraba asombrado los pitorrillos que le salían por los polos y la regla curva que yo, por más que miraba al cielo por el día, nunca alcanzaba a ver) y por lo tanto todo lo que tirábamos por ahí, todo el humo que producíamos, todo el aire que gastábamos tenía que ser tenido en cuenta y medido para no quedarnos sin mundo en el que vivir. Y aquello se me metió tan dentro que aún hoy al ver a algunas personas cometer alguna tropelía medioambiental me siento incómodo y culpable, igual que me siento cada vez que bajo la basura y pienso en su destino, que al ritmo que llevamos va a ser el de servir de alfombrado para los pies de nuestros hijos.

Y sin embargo hay actitudes y puntos de vista del ecologismo militante que no sólo no comparto sino que además me sacan de quicio, como aquella idea de que nosotros somos unos malditos egoístas que nos estamos cargando el planeta mientras que en cambio el resto del reino animal tiene muchísimo cuidado de respetar el medioambiente. Yo creo que lo que a mí me hizo tomar consciencia de que había que respetarlo (y que, de hecho, existía una cosa que se llamaba medioambiente) fue mi inteligencia que empezaba a despertarse, y la toma de consciencia de que no estoy sólo yo y que el mundo es una bola de algo menos de 6.400 kilómetros de radio, y sospecho que pocos animales andan incluso cerca de sospechar la topología de la Tierra. Al menos yo, que me he pasado la vida observando a gatos y perros, jamás les vi actuar de forma particularme ecológica. Es cierto que comen lo que cazan y que así contribuyen a la mejora de las especies que depredan, y que van por ahí cagándose y meándose y trabajando así para abonar los campos, pero creo que asumir por eso que su actitud ecológica sea intachable es cambiar el orden de las causas y los efectos: No es que ellos actúen así por el medio ambiente, es que el medio ambiente ha evolucionado de tal forma en que todo eso se convierte en actitudes ecológicas; si las leyes que gobiernan el mundo son universales todo debe seguirlas y lo que Darwin observó en los pajarillos del Atlántico Sur termina encajando también con las sucesivas reencarnaciones de los programas informáticos, con la evolución de las estrellas y con el recíproco de los seres vivos, el marco en el que viven.

El problema es que el medio ambiente necesita un tiempo de reacción y no tiene, como nosotros los animales, un sistema nervioso rápido y eficaz a la hora de obtener ventajas egoístas con las que intentar perpetuar nuestros genes, por contraproducentes que esas actitudes puedan resultarles a la larga a los genes. El problema del medio ambiente, ahora mismo, es que tiene que soportar a 6.000.000.000 personitas viviendo sus vidas sin recordar muy a menudo que somos 6.000.000.000 personas comiendo, cagando, respirando, quemando y (esto, afortunadamente para el bien común, por mucho que nos mosquee por la diferencia de clases) conduciendo sus Audis por inmensas autopistas de ocho carriles.

Y la buena noticia es que al menos nosotros, los seres humanos, somos capaces desde pequeñitos de tomar consciencia de nuestro entorno y de nuestra necesidad de conservarlo. Y tarde o temprano tendremos que dejarnos de hacer el gilipollas y de sacrificar ecosistemas por petrodólares y empezar a hacer algo al respecto. Mientras no sea proponer a los animales como modelos de conducta, porque ellos no filosofan sobre las consecuencias de sus actos, porque las vacas han venido jodiendo la capa de ozono durante milenios con sus cuescos sin pararse a pensar en ello, porque los depredadores no es que respeten la población de sus presas, sino que cuando hay pocas tienden a palmarla de hambre, y cuando desde el principio de los tiempos cada forma de vida que ha predominado ha hecho todo lo que ha podido por joder el mundo. Y si no recordemos que el oxígeno, en principio, era un gas residual y venenoso, o pensemos qué futuro le aguardaría a un mundo en el que las hormigas creciesen más y más y más sin nada que las frenase, donde las termitas devorasen cada árbol y cada brizna de hierba, o donde las cabras pudiesen comerse todo lo que las muy hijas de puta se llegan a comer si las dejas.

Pero claro, cuántas cabras han visto los ecologistas que, cuando salen de sus autopistas de ocho carriles y se bajan de sus Audis, sueñan con salvar el planeta.

21.11.06

Ausencias

Esa viene a ser mi biblioteca oficial, o la parte de ella que entraba en la imagen; los libros que han sobrevivido a la mudanza, a la rapiña de los amigos, a los olvidos de unos y de otros y al paso del tiempo que, no sé por qué, se empeña siempre en andar privándome de la literatura. Hay libros que no paro de comprarme; los compro, los leo, me encantan, los dejo o se los llevan, pasa el tiempo, se olvida el asunto, recuerdo el libro, recuerdo que lo presté o alguien se lo llevó, y olvido quién. Así que vuelvo y me lo compro otra vez, y el proceso puede repetirse tantas veces como las que hacen falta para que uno piense de si mismo que es un pelín estúpido. Pero al final siempre termino meditando sobre lo triste que es tener un montón de libros encerrados en casa y que al fin y al cabo fueron hechos para ser leídos y que si alguien se los leyó pues genial, porque eso significa que al menos yo y probablemente la otra persona los hemos leído. Pero piense que soy un poco estúpido o que es genial por los libros, mi biblioteca está en su mayor parte formada por los libros que en su día estuvieron y ahora andan fugados. Tengo una biblioteca formada de ausencias.

También tengo una vida formada de ausencias. Bueno, hay gente que no, que es como ciertos libros que se resisten a desaparecer y se reencarnan en sí mismos, pero también hay muchas ausencias, y últimamente me está dando por pensar en algunas. Gente de la que hace siglos no sé nada, gente que el tiempo empezó a empujar y yo, que nunca he sido quién para obligar a nadie a quedarse cuando no quiere o no se da cuenta de que se aleja, yo, que asumo la presión de la vida y la entropía, he dejado marchar con una sonrisa tristona y el deseo, las más de las veces, de que les vaya muy bien en la vida. Silvia, Jose, Lourdes, Iván, Belinda y todos los demás, se me dispara la memoria a realizar sus catálogos de urgencia de los que nunca termino de fiarme (cómo podría si en el último recuento de exnovias me di cuenta de pronto de que sistemáticamente me he venido olvidando de la que daba los besos más dulces, pobrecita). No sé dónde andaréis, pero espero que la vida os esté tratando como merecíais que os tratase. Y si por casualidad alguno da con esta página tan tonta como su dueño (más improbable era lo del euromillón y ahí eché yo mis dos euros), pues un saludo muy fuerte, abrazos y demás. ¡Y mandadme un correo diciendo cómo os va, coño!

20.11.06

El fin de semana de los mecheros

Y que nadie se ofenda (nadie quiere decir la agente de nadie, ejem) pero es que este fin de semana ha sido una locura en lo referente a los mecheros. A saber, el viernes creo que yo llevaba en el bolsillo un clipper blanco cuando salí de trabajar. A la hora de la comida lo perdí en casa de Perico y de Rebeca, y como no lo encontraba y asumía que debía andar por allí en algún rincón, así que en vez de buscarlo me llevé un mechero Bic del mismo color. Ningún problema, me dijeron, ya aparecerá el otro. Y como la sobremesa de la comida se había alargado hasta la noche nos fuimos todos, cada uno a su casa a darse una ducha y cambiarse de ropa excepto Juan, que es un tipo previsor y salió con los deberes hechos de casa, aunque sin nada con lo que prevenirse del fresquito nocturno, nadie es perfecto. Total, que después de las higienes y los acicalamientos quedamos de nuevo y nos metimos unos kebabs en el cuerpo, y durante la cena mi nuevo mechero blanco fue requisado por mi agente que por lo visto no encontraba el suyo. Y después fuimos a un bar donde andaba robando mecheros una psicópata cuyo nombre nadie recuerda porque, sospecho, tampoco hacemos todos los esfuerzos que podríamos hacer por recordar (somos gente perezosa). Así que de pronto desapareció no sólo ese mechero sino también los de todos los conocidos en el sitio, y volvimos todos de repente y a conciencia a los albores de la civilización: El fuego se convirtió en un bien escaso, algo que conservar y que preservar, la frontera brillante con el caos, la barbarie y la vida animal. Los cigarros no se apagaban sin antes transmitirle su llama al siguiente cigarro, el tabaco alcanzó así la vida eterna, ante los ooohs y las maravilladas toses de los afectados de tabaquismo allí presentes. Y yo pensaba en el ocaso de la civilización, en la caída de Roma, en aquella película con Charlton Heston y todos aquellos monos que inexplicablemente hablaban en inglés, porque yo, que soy un imprudente y un viva la vida, voy por la vida con un único mechero, y perderlo significaba tener que recurrir a la yesca y el pedernal para poder cocinar al día siguiente, y encima no tengo tampoco ni yesca ni pedernal. Así que me puse mustio. Total, que me puse a refunfuñar y con razones o sin ellas me puse francamente desagradable, y entonces un coleguita me dijo que pensaba que un mechero que se había encontrado, o recuperado de las garras de la sociópata robamecheros (no recuerdo cuál de las dos opciones dio) era mío. Era blanco, pero no era un Bic, era un Clipper. Pero yo empezaba a sentirme confuso, ¿realmente el mechero que yo llevé a casa de Perico y Rebe era un Clipper? ¿No sería un Bic, y lo cambié allí por un Clipper? ¿O al revés? La paranoia se daba festines, ¿y si desde el principio tuve un Clipper y el mechero que pensé que me llevaba a cambio del mío era en realidad mi mechero? ¿De quién coño era entonces el mechero que ahora tenía ante mis ojos? Así que por eludir toda la filosofía confusa que tendría que hacer aceptándolo hui de aquel mechero, y esa noche me aguanté y al día siguiente madrugué, para los estándares de los sábados por la mañana, y bajé a comprar uno (un mechero Bic, azul esta vez) para garantizar que los tigres de dientes de sable no nos devoren por las noches y que podamos comer carne cocinada, ese tipo de cosas.

Pero el absurdo seguía acechando.

Esa noche, sábado ya, hicimos la fiesta de inauguración del piso, que a estas alturas no inauguraba nada excepto nuestra lista de fiestas multitudinarias en casa, y la fiesta estuvo muy bien; duró unas doce horas y media desde que empezó a llegar gente hasta que me obligaron a irme a dormir (ya todo el mundo dormía o se había ido. Yo me rendí a medias, no sé si me fui a mi habitación con una copa en la mano), fue gente majísima que nos hizo sentirnos la gente más afortunada del mundo por tener la suerte de tener amigos como los que tenemos, y satisfechos porque pensamos que la gente, pese a la música que de vez en cuando ponía mi compañera, se lo pasó bien.

Pero cuando se fueron no había ni rastro de ningún Bic azul, y su lugar lo ocupaba un Bic negro.

Y yo creo que o tengo un problema recordando mecheros y colores, o me estoy perdiendo algo.

16.11.06

El euromillón

Nos ha dado un arrebato ludópata esta mañana en la oficina y nos hemos hecho un Euromillón de estos, básicamente porque es mañana y hay un bote de 180 millones de euros. La cifra marea y provoca adhesiones en masa a cualquier sugerencia de echar un papelito para ver si toca. Y además todo el mundo se imagina en ese incómodo papel en el que toca tal dineral en la oficina sin que uno tenga participación. La gente se imagina comida por la envidia y sin saber dónde meterse y claro, tragan y sueltan sus dos euros.

El caso es que después de rellenar mi columna con los números más aleatorios que he podido conseguir con este ordenador (porque paso de poner cifras que para mí signifiquen algo: si el sorteo, se supone espero que acertadamente, es al azar, pues ala, a meterle números al azar) me he puesto a echar cuentas al respecto, recordando lo que nos enseñaron en la facultad sobre los juegos de azar y cuándo es o no razonable participar en ellos.

Básicamente uno debe participar en un juego de azar cuando espera obtener más dinero que el que arriesga, y hacerlo de otra forma es apelar a la casualidad y al optimismo irracional. Es decir, si te proponen arriesgar un euro de forma que si sacas cara una vez en dos intentos con una moneda te den dos, debes participar (la ganacia esperada es de 0,75 x 2 = 1,5). Si te proponen el mismo juego a una sola tirada, tú mismo, tu ganancia esperada es de 0,5 x 2 = 1 euro, que es la apuesta, así que a la larga la Ley de los Grandes Números asegura que te vas a quedar como estaba salvo que seas un tramposo o te estafen, y si juegas tu fortuna a rojo o negro en una ruleta llevas las de perder porque tus probabilidades de perder son 19 entre 37 así que por cada euro apostado la esperanza es que ganes 97 céntimos.

Calcular todo esto es bastante facilito (lo complicado, y lo que requiere las asignaturas de Economía y Probabilidad de mi carrera, es probarlo). El juego este consiste en que eliges 5 números del 1 al 50, y luego marcas dos estrellitas que corresponden a dos números elegidos del uno al nueve. Es decir, el número de casos posibles es de (50 x 49 x 48 x 47 x 46) x (9 x 8) = 18.306.086.400 (porque el primer número puede ser cualquiera de los 50, el segundo cualquiera de los 49 que quedan, etcétera), y como sólo sale un resultado la probabilidad de que nos toque es dividir uno entre eso (y multiplicar por cien si uno es fanático de los tantos por ciento. Sale algo así como el 0,0000000055%. Si multiplicamos esa probabilidad (sin haberla multiplicado por cien. Es lo malo de los fanáticos de los porcentajes, que si se olvidan de esto sale gente de lo más optimista) por el dinero del premio nos salen 0,0098€, o sea y redondeando, un céntimo. Participar en el juego cuesta 2 euros, es decir, unas 200 veces más. Así que ninguno de nosotros contamos con que nos vaya a tocar.

Pero de todas formas sí que hay un argumento para participar, y es que al fin y al cabo son sólo dos euros y eso sube nuestra probabilidad del 0% redondo a algo que se le parece mucho pero quieras que no es real y mayor que cero.

Y en cualquier caso, el que sospeche que es más fácil que un asteroide perdido y juguetón me taladre el craneo a ganar ese dineral mañana no quita que ya tenga planificado en qué me iba yo a gastar semejante pastón. Soñar siempre se me ha dado de maravilla.

15.11.06

Los hippies

Ojalá el mundo fuese como lo soñaban los hippies, con sus alas despegando sobre el humo de marihuana y sus motores carburando con LSD. Ojalá existiese esa harmonía que sólo se siente cuando los sentidos se cortocircuitan por efecto de la química de la felicidad y la música sobre flores y nubes. Y todos fuésemos buenos y felices y pudiésemos arreglar los desbarajustes de la gente a base de abrazos, que nuestro cariño, que a veces es suficiente para reírse de la pequeñez del Atlántico (como si uno pudiese reírse de un océano, qué vergüenza), pudiese atravesar nuestra piel, cabalgar la luz, el sonido y los rayos cósmicos y desvanecer las preocupaciones de la gente, estén hechas de lo que estén hechas, sin necesidad de tiempo, ni de médicos, ni de agujas, ni de batas de hospital ni de camas con eterno olor a humedad y a medicamento.

Entonces yo ahora no estaría aquí. Estaría corriendo, imitando a gritos el alarido de una sirena reparadora y borracha, cruzando las calles llenas de tráfico como un profeta supera los mares (o partiéndolos por la mitad o caminando por encima, siempre habrá clases y nunca se sabe cuál es la propia hasta que el mar se decide, por lo general a indicar que o nadas o te vuelves a casa. Y llegado el caso mi tocayo Meca sería un piltrafilla a mi lado). Y daría un par de abrazos (bastaría con uno, pero yo, aprovechando la excusa, daría dos, más vale asegurarse), y nos ahorraríamos un montón de trámites, y el cariño, esa cosa tan bonita, tendría otro sentido que el almacenarse en nuestras bodegas y envejecer como los buenos vinos para tomárselo a sorbitos en las noches de sonrisas y felicidad (porque nunca llega a agriarse, o al menos nunca algunos cariños con denominación de origen), y el mundo sería un lugar mucho más hermoso y los hippies habrían sido unos adivinos, y no los idealistas bucólicos y perdidos, los soñadores que precisamente por eso, por soñar, hoy día odiamos porque el sarcasmo y la desesperación son norma, porque miramos el mundo y decimos que qué otra nos queda.

Porque el mundo es así, y las cosas pasan. Porque nos llueve la ceniza y casi nunca nos preguntamos, como ahora, ¿por qué el mundo es así y las cosas pasan?

Curar, curar, lo que se dice curar, igual no curan. Pero por si las moscas, mis dos abrazos (y ya puestos tal vez alguno más) ya están en la recámara. Prepárate.

14.11.06

Las vidas y los blogs

Decía hace una eternidad, o lo que a mí me viene pareciendo una eternidad (es que últimamente paso demasiado tiempo demasiado ocupado, y no puedo ni escribir aquí y tengo que robarle horas la noche para rellenar ventanitas del blog de notas con la que venir a darte la lata) Fresquito que al final un blog deja (o corre el riesgo de dejar) de ser el reflejo de una vida y la vida se convierte (o corre el riesgo de convertirse) en un reflejo del blog. O algo por el estilo, ya digo, lo dijo hace una eternidad y no pude contestar en su momento por la falta de tiempo y tampoco lo recuerdo bien, y además nunca le hago al muchacho todo el caso que se merece. Pero bueno, dijo eso, o algo parecido, o en cualquier caso yo entendí eso, y eso es lo que desde entonces he estado yo meditando de cuando en cuando.

Ciertamente es un riesgo a correr. Uno tiene su vida, y la va viviendo como buenamente ha aprendido a hacerlo (ha haprendido a acerlo). Luego uno se hace su blog, y cuenta su vida, y el blog se va alimentando de su vida, de lo que es, sí, pero sobre todo de lo que dice, y el blog crece y crece hasta convertirse en una entidad con vida propia que exige vivencias, misterios, revelaciones, actitudes, tributo.

Mucha gente, imagino, mata a sus blogs cuando llega a ese punto. Cuando tropiezan con lo que no quieren o no se atreven a contar, cuando no saben qué más contar (aunque esto, supongo, es una forma cobardica de esconder la otra opción), cuando esto deja de ser un juego como las peleas infantiles dejaban a veces de ser fingidas para convertirse en guerras declaradas. Cuando duele. Con la primera herida. Cuando se encienden las luces de alarma y la prudencia pide pisar el freno y tomar la primera salida (con área de descanso, gasolinera tienda donde comprar una bolsa de patatas fritas y dos latas de cocacola para amenizar el viaje y fingir, después, que el camino sigue siendo el mismo). O sea, el momento de ignorar el indicador de la gasolina y pisar el acelerador a fondo, en realidad. Y saltarse las barreras, y los pasos a nivel, y volar sobre los transeúntes, bajo las farolas y a través de las palomas súbitamente convertidas en plumas revoloteantes y asqueroso puré rojizo.

El blog se convierte en un monstruo. Y a los monstruos hay que cuidarlos, darles de comer, mimarles y darles conversación, porque ellos no tienen la culpa de ser así, porque son nuestros hijos, porque son nuestra sangre, y por mucho que los matemos no van a dejar de ser un reflejo de lo que llevamos dentro y no podremos matar. Por eso yo sigo pagando mi tributo y sigo dándole de comer a esta bonita bestia mía, por eso a veces pienso dónde está la barrera de lo que no me atrevo a escribir aquí y entonces voy y la rebaso y la pongo un poco más lejos. El espíritu deportivo, el exhibicionismo, la imprudencia y el masoquismo empujando (más o menos) en la misma dirección. Por eso a veces juego con ella y escribo posts como este, que son como rascarle la barbilla, porque es mi sangre y a mí también me encanta que me acaricien la barbilla.

Volviendo a lo que decía (o entendí o recuerdo o algo) Fresquito, yo no tengo la impresión de que mi vida se esté adaptando a mi blog, que gire en una dirección u otra al compás de lo que aquí se escribe. En todo caso siento que lo utilizo como diario de navegación y como carta naval, sirve para ver por dónde pasa uno, anotar direcciones del viento y trazar rutas que quedan casi (pero no) siempre por escribir pero implícitas, más o menos entendidas a ese nivel de consciencia en el que al final las cosas cuadran y hacen click y las luces se encienden y las bujías bujían. Así por ejemplo yo juego, saldo deudas, digo lo que pienso de gente, me desprendo de paranoias, rescato estupideces del olvido, y me obligo a hacer cosas que siempre quiero hacer, pero que tal vez sin blog o (y aquí tengo que incluir por fin a su otra cara) sin fotoblog yo no estaría haciendo, o encontraría más difícil hacer.

Por ejemplo, fotos de la niebla. Si yo no hubiese tenido el fotoblog, nunca habría subido hace dos sábados a la sierra de San Vicente a intentar sacar alguna foto a los árboles entre la niebla. Si no fuese por él, yo no tendría mi cámara, ese gasto inútil de dinero aún más inútil que tan feliz me hace. Sin esta ventana yo ya tal vez no escribiría, o desde luego ahora mismo no estaría escribiendo. Sin esta ventana yo no sería lo que soy ahora mismo. No es que el blog me haga ser de cierta manera, es que el blog me permite, ahora, antes y luego, ser ese yo que me gusta ser, el que cuando ve un prohibido pasar de cuarenta pisa a fondo y tumba cercas, ara prados, destroza acequias, se ríe mucho y lo pone todo perdido de barro.

Me hace feliz. Monstruo bonito. Come, come, que aún me queda algo de sangre calentita para ti. Monstruo bonito.

13.11.06

Narciso, come

Cuando hace siglos la gente, cortesía de la Iglesia, se creía cualquier cosa, se decía que el mundo estaba plagado de demonios que maquinaban para echar a perder nuestras almas (creían también en una especie de trapo metafísico llamado alma, que por lo visto era difícil de lavar, y que para conservar inmaculadamente limpio había que esconder, apartar, aislar y mantener apartado del mundo, y así se vivían vidas sin vida, qué pena). Así se explicaba lo difícil que era evitar que la gente viviese tan reprimida como por lo visto era necesario (por lo de mantener el alma blanquísima y bien planchada, vaya). Así se explicaba, en definitiva, por qué la gente se empeñaba en conseguir sus pequeños respiros y sus dosis de felicidad pura y sin adulterar por cosas tan viles, para ellos, como todos y cada uno de los placeres que uno puede conseguir en esta vida.

Siendo ateo no creo en los demonios, claro, pero eso no implica que no puedan usarse como concepto, porque los conceptos son útiles, porque adquieren un significado y éste nos puede ser útil aunque el origen del concepto esté obsoleto y haya sido probado como inexistente, inválido o simple y llanamente, como suele pasar con los de la Iglesia, estúpido. Y por eso pese a ser ateo uno puede bautizar partes de su geografía interior con el nombre de demonios; esas partes que sin pedir la palabra nos plantan un pensamiento o una paranoia, esas que nos hacen ver lo que no queremos ver, o esas que pueden hablar con voces que el consejo de la salud mental nos sugiere que sería mejor mantener calladas. Esas partes que nos hace saber que somos mucho más horribles que lo que la gente cree que somos, porque sabemos que las tenemos dentro mientras los demás no llegan a verlas, y porque somos tan bobos que no le damos importancia al hecho de que habitualmente controlamos nuestra oscuridad.

Por eso, por nuestra poblada vida demoniaca interior, hay cosas peligrosas. Por poner un ejemplo, por eso mi agente lleva fatal que la digan cosas bonitas (y es francamente difícil decirle cualquier otro tipo de cosas), porque, dice, le despiertan a Narciso y para qué queremos más, y por eso, por poner otro ejemplo, yo siento pánico cuando alguna noche me pide, clavándome una mirada y una sonrisa, que cuente algo de ella en mi blog. Yo siento a los demonios formar marciales y repeinados en mi interior, sonrientes y preguntando "¿podemos, podemos?", aterrorizado porque sé qué es lo que esas voces no autorizadas dirían. Dirían que es xxx xxxxxxxx no xxxxx xxxxxxxxx xx xxxxx de xx xxxx o el color de sus ojos xxxxx xx el xxxxxxx xx xx xxx xx xxxxx xxx xxxxxxx xxxxx xxx xx xxxxxxx xxxxxxxx, dirían que xx xxx xxxxxxxx xxxxxxxx xxxxxxxx con xx xxxx... y así podrían seguir durante horas, con cosas muy políticamente incorrectas, vaya.

Mi agente es una de esas personas que han estado ahí desde que el mundo es mundo, es decir, desde 1992 o 1993, más o menos (no sé qué era antes el mundo, pero definitivamente era otra cosa), cosa que tal vez sea porque mi agente es una de esas personas capaces de provocar un pequeño Big Bang en la vida y redefinir todo lo anterior como... definitivamente otra cosa. Cuando allá en los montes la horda de los primos se incorporó a lo que luego más tarde se convirtió en nuestra peña ella venía incluida en el lote, así que según fue pasando el tiempo de integración nos conocimos, hablamos y nos reímos juntos. Y yo, que siempre he tenido muy buen gusto, la observé bailar, la escuché reírse, le vi el brillo de los ojos y le dije, una noche de valentía alcohólica, que me encantaría pasar una noche haciéndole el amor despaciiito y sin ninguna prisa. Ella levantó las cejas, saltó huyendo y me puso en cuarentena. Suele pasar.

Pero la cuarentena duró poco y lo siguiente que recuerdo de ella son paseos mañaneros por un Madrid gris de otoño, cafes y cañas, librerías, parques y muchas confidencias de aquellas que, año más tarde, se revelaron sólo como su mecanismo de defensa, porque mi agente puede hablarte durante años y años (concretamente y por experiencia hasta durante alguna década que otra) sin dejarte echarle un vistazo a lo que realmente lleva dentro, pero confidencias que yo agradecí y a las que me hice adicto.

No sé qué fue lo que ella sacaba a cambio de aquello. No sé cómo puede ser de divertido tenerme de contertulio, porque no suelo hablar solo y cuando lo hago suele ser a niveles bastante peyorativos. Pero el caso es que se acostumbró a llamarme y a que la llamase, convertimos aquellos paseos en rituales necesarios y sin que me diese cuenta terminó convertida en mi mejor amiga, y me buscó cuando le hice falta, y siempre que la llamé apareció en mi triste rescate. Se convirtió en mi agente, en virtud a un contrato que ella dice que firmé y que yo, que por un lado soy muy escéptico, a veces dudo que exista, pero que como por otro lado soy muy propenso a ese tipo de cosas pienso que al fin y al cabo tal vez sí que exista. Se convirtió también en una especie de alarma, que cuando desvarío salta, me llama al orden y me ilumina desde fuera, y tiene la curiosa capacidad de terminar consiguiendo que le pidas disculpas cuando te da plantón durante media hora.

Me dice que diga algo de ella, y yo desvarío y le doy de comer a Narciso, que bien se lo merece y a quien tiene demasiado a dieta para lo que correspondería si se hiciese justicia a sí misma, y podría hacer esto también durante horas. Pero al fin y al cabo todo lo que tengo que decir de mi agente se reduce a dos frases. Una me la callo (y no te imagines cosas, que tampoco soy tan predecible como todo el mundo piensa). La otra es que es una de esas personas que hace que a uno le guste estar vivo.

(se siente por las "xxx" de la censura pero es lo que tiene txnxr xnx xgxntx fascista)

7.11.06

Y los sueños sueños son

No ha sonado mi despertador porque anoche, en un hábil error, lo dejé olvidado en el cuarto de baño, donde a esas horas aquí mi compañera luchaba dúramente en un cuerpo a cuerpo consigo misma en el que había involucrados un secador, una cabellera empapada y un montón de decibelios que yo nunca consigo escuchar. Así que se ha presentado la pobrecita en mi cuarto transmitiéndome la orden del despertador con un cierto mosqueo (no porque la use de despertador a ella, sino por cierta ventana de cierto cuarto de baño que anoche cierta persona dejó abierta, lo que ha producido que cierta otra persona haya pasado cierto frío esta mañana en la ducha. Se está investigando el asunto). Así que me he levantado algo desorientado y lo achacaba a la ausencia del despertador, que no encontraba aún, hasta que de pronto PLAF, me ha venido encima el recuerdo de la ¿pesadilla? de esta noche. La llamo así, ¿pesadilla?, con ¿ y con ?, porque creo, vista la obra completa, que ese pretendía ser el género, pero el director, o la parte de mi subconsciente encargada de dirigir este capítulo de mis sueños, se ha hecho un auténtico lío de esos que al final en vez de agobiar y asustar sólo desconciertan y confunden.

Y eso que la trama principal partía de una buena idea del mundo real: Mi maldito despiste, que hizo que hasta ayer por la noche yo no tomase consciencia de que este jueves no se trabaja aquí en Madrid. Así que en el sueño se planeaba una quedada multitudinaria para ir al cine y para cenar, y todo el mundo andaba en un bar esperando para la hora de la cena, y cuando digo todo el mundo me refiero a todo el mundo: Había gente allí de cada grupo que conozco, todos pasándoselo pipa y todos ignorando el reloj que por lo visto sólo yo (que, claro, no llevo) veía. Eran las doce menos algo, y cuando preguntaba a una amiga a qué hora era la cena, me decía que ya prontito: a las doce de la noche. ¿Y para qué sesión tenemos las entradas del cine? A las doce y media, decía. Sin ninguna preocupación, sin ningún estrés. ¿Suena terrorífico como para una pesadilla? ¿No, verdad? Yo, en sueños, he levantado mis cejas y me he dicho "bueno, pues nada, seis euros a la basura, otro día me voy a verla solo y me quito de historias", y luego todo ha degenerado en algo más primitivo y bárbaro de evidentes ecos friquis en el que estábamos todos en un patio sospechósamente parecido al de mi casa y nos proveíamos con todo tipo de armamento medieval por pasar el rato o montarnos una batalla campal, no lo recuerdo. Pero lo más curioso del sueño, para mí, es que yo registraba la casa con un colega, en busca de la mejor cosa con la que destrozar gente (y había de todo, desde hachas y espadas y demás a sartenes soldadas a palos con cadenas colgando, una risa) y por fin encontraba una espada digna del mismísimo Conan el Bárbaro... y se la daba a mi amigo y yo seguía buscando. No sé, me choca haber sido tan majete en el sueño.

Y la otra cosa curiosa es la sensación que tengo ahora, esa que a veces nos dejan los sueños cuando pasamos mucho rato aprisionándolos, sin dejar que se deslicen por la cuestabajo del olvido, que es lo que ellos evidentemente desean, y empiezan a convertirse en algo con agujeros que se infiltra en áreas de la memoria que no son la del propio sueño: Recuerdo con bastante claridad la sensación de confusión que me daba la casa que hemos registrado, vágamente parecida a la casa de mis abuelos en el pueblo, pero la recuerdo con la sensación de haberla recorrido en otros sueños. Pero no sé si ese es un recuerdo real o un recuerdo nacido de este mismo sueño, es decir, si es mi recuerdo o el recuerdo de un sueño.

Así que siento mi memoria tambalearse, ampliarse, crecer, cambiar, y la siento viva, y es una sensación ligeramente inquietante (más, desde luego, que la ¿pesadilla?), pero sobre todo interesante.

6.11.06

Manipulador

Había un libro de Frederick Forsyth que se llamaba así, El Manipulador, y yo no soy Sam McCready, qué más quisiera yo, pero por lo visto tengo mi arte cuando me pongo a manipular.

Este fin de semana, en teoría, no iba a pasar nada del otro mundo. Como mucho salir por aquí algún día, algún baile, alguna copita, alguna cena con algo de suerte, y ala, a por otra semana. Pero a mitad de la semana pasada decidí que tenía que ir al pueblo este fin de semana, por un par de razones que no vienen al caso. Y me dije yo ¿no sería más divertido si consigo que vaya más gente? Y a ello me puse, y al final conseguí que cinco personitas que en principio no tenían ninguna intención de ir acudiesen al monte en el fin de semana más lluvioso y desagradable para los domingueros que recuerdo de este año (el de la nieve no fue, ni de lejos, desagradable. Ni lluvioso, claro). Algunos habiendo trabajado el sábado por la mañana, otros arrastrando estoicamente contracturas en la espalda, consecuencias del salvajismo deportivo y de los oídos sordos a mi incesante consejo (¡que el deporte es maaalo, hacedme caso!), otras ayunando y teniendo que conformarse, el sábado, con comerse el pincho de chorizo frito que nos pusieron con unas cañas vespertinas.

Yo mientras hacía chocar mis dedos en modo Señor Burns y musitaba "excelente, excelente".

Y excelente ha sido el fin de semana, sí. Al final el viernes estábamos solos Juanito, que forma parte de esa conjura de Juanes que renuncian a actualizar sus blogs por cuestiones filosóficas, y yo, y un par de botellas de whisky a las que consolamos de su peso como pudimos. Y en mitad de la noche hablamos de irnos al día siguiente a echar unas fotos a la sierra, yo pensando en paisajes desde lo alto, en ruinas y en nubes gloriosas y puestas de sol de esas épicas... pero cuando al día siguiente miramos por las ventanas había una niebla espesísima y llovía como se supone que debería llover en otoño: a conciencia. Y meditaba yo sobre mi puesta de sol y mis panorámicas cuando me llegó un mensaje de Juan, ¿a qué hora quedamos para lo de las fotos? Pues bueno, si no podían hacerse fotos como esas, se harían otras fotos. Así que tocó sesión fotográfica de árboles y niebla, y terminé yo contentísimo. Fuimos a celebrarlo con unas cañas, y terminó llegando allí casi toda la gente víctima de mi invocación, y al final acudimos allí todos a cenar. Riquísimas las setas, delicioso el vino, increíble la carne, y la compañía, qué se puede decir de la compañía. Que con gente así te comes un boquerón en vinagre y la cena ya ha merecido la pena.

Después tocó sesión de reparto atrasado de regalos de cumpleaños, libros, alguna película y algún calendario pero siempre hay libros de por medio, lo cuál está muy bien porque todos tienen delante esas hojitas que a estas alturas sospecho que los editores ponen para que la gente, cuando está muy borracha, pueda escribir dedicatorias de esas que luego leídas a la luz del sol y pasada la resaca le pongan a uno la cara de colores.

Y tertulia, y futbolín, y gente que se acoda en uno para debatir, y fotos, y gente que se queja de tanta puta foto y sácame la cámara de la cara ya, y copas que caen y que renacen para volver a caer, y luces que se van apagando, música que va bajando el tono hasta desvanecerse en el puro rumor de la lluvia y caminar hacia la cama escuchando el repiqueteo del agua contra el paraguas y contra el suelo, e intentar esquivar las regueras y los charcos sin nada de éxito, como se pudo ver bien al día siguiente, tras despertar con esa felicidad que da el dormir acunado por la lluvia, y encontrar los calcetines aún empapados.

Gran fin de semana.

En otro orden de cosas ya tengo somier en casa. ¡Yuhu, ya no duermo en el suelo!

3.11.06

El barrio #2: Sonido

En lo sonoro el barrio es un lugar denso y variopinto. Ya lo era antes de llegar nosotros, como fuimos descubriendo antes de tener música propia, y ahora, con los 200W de mi compañera y la pasión con que les da rienda suelta, hay ratos en los que el aire puede cogerse a puñados de lo cargado que viene. Durante el día no supone mucho problema; pasa el tráfico debajo de nuestras ventanas, un fragor inesperado pero monótono que es para los urbanitas de secano el sustitutivo cutre y miserable del mar, y pasa la gente, charlando por la calle, y como mucho se escucha la música de algún vecino colándose en las pausas de la propia, pero los 200W no dejan muchos supervivientes reconocibles.

Pero cae la noche y llega un momento en el que, por ahora, quitamos la música, y escuchamos la respiración y el pulso del barrio dormido.

Anoche sonaban, ante todo, las gotas de lluvia al caer desde los aleros, la paz hecha goteo. También suena, más intermitente y más estruendoso por el contraste, el tráfico, y el retumbar de nuestras ventanas, a coro, cuando pasa el 500 o algún camión perdido y escandaloso. Y por debajo de todo eso ruidos más tenues que sólo alcanzamos a escuchar a veces, como los extraños pasos de los vecinos de arriba, que a las horas más intempestivas caminan con tacones por rincones profundos o dejan caer misteriosos objetos o hacen unos ruidos que, esperamos, no tienen nada que ver con el sexo. No por nada, sino porque era algo como martilleo, martilleo, martilleo, silencio y repetir; tres golpes pausa, tres golpes pausa, y así, mecánico y ritual como no debería ser el sexo (aunque bueno, ritual por qué no).

Y por debajo de todo la alegría de mi compañera, el rumor, apenas filtrado por la pared, de los ronquidos del vecino de al lado, que se acuesta antes que ella y se despierta más tarde, así que forma su banda sonora nocturna en cuanto el temporizador de la cadena hace lo que puede por la victoria inútil, imposible e inviable del silencio.

2.11.06

Un poco de folk para esta lluvia repentina

Te presento a Hedningarna (dale al botón y escucha Pornopolka y Minskog. Sí, Pornopolka), un grupo noruego de neo-folk que conozco por cortesía de Jota y que debería escuchar más a menudo. Que TODO el mundo debería escuchar más a menudo. Y no pongo un blog al link de Jota (sí, me he equivocado. Pero tengo algo de prisa. Show must go on, bla bla bla) porque el muy perro hace una eternidad que no lo actualiza, a no ser que con el exclusivo y evidente afán de dejarme mal lo haya actualizado subrepticiamente (amo esa palabra) en las últimas horas.

Pues sí, llueve. Y yo esta mañana descarté el paraguas como parte de mi arsenal diario (que queda así reducido, hoy, a 2 caramelos, 2 dados, 3 tornillos, 1 tuerca, móvil sin batería, cleenex, miles de llaves y algo de dinero en la forma de quince kilos de monedas cobrizas) porque estos días hacía un sol de verano... ya notaba yo durante el día que algo se cocía en el cielo, cada vez más plomizo, pero no he hecho mucha cosa porque la costumbre me ha hecho desconfiar de mis sentidos cuando tengo el sueño que tengo ahora mismo, así que al fin he mirado y zas, ahí estaba el cielo deshaciéndose y Madrid sorprendidísima bajo la lluvia. Así que me han dado unas ganas enormes de escuchar este grupo, que pega con este tiempo loco, que tiene un espectro lo suficiéntemente grande para abarcar desde el asunto de la lluvia, en su rama folk, hasta el runrún del tráfico, en su rama, em, no tan folk.

Así que nada, a mojarse tocan, sin paraguas y correteando de un lado a otro de la calle para buscar el refugio de los edificios. Y es hora de irme y he quedado así que ¡alehop!
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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.