El metro se llama Lucero, lo cuál a mí me hizo pensar en novillos y toretes con una certeza y una inevitabilidad que no hay forma ni de quitarse de encima ni de verbalizar. Pero todo quedó explicado este fin de semana cuando comenzamos a sospechar que nos espiaba nuestra vecina de abajo, veterana, voluminosa y propensa a los rulos, las pantuflas y las batas azules deslucidas. Una maruja, nos dijimos, y nos reímos agazapados detrás de la barandilla de la Terraza B.
Pero existen una serie de cosas muy extrañas en nuestra vecina de debajo. Para empezar (ejemplo núm. 1) no es sólo nuestra vecina de debajo, tal y como se me presentó aquél día que ya parece tan lejano en el que tropecé con ella en las escaleras y la atropellé con el requerimiento "¡dónde hay un estanco!"; de hecho, si es nuestra vecina de debajo entonces también es su propia vecina de enfrente. O tiene una hermana gemela viviendo enfrente, cosa que dudo porque tiene pinta de ser una mujer muy familiar, por cómo jugueteaba con un nietecillo con el que la vi una tarde mientras yo fregaba la cocina y me tomaba una cerveza (uno de mis maravillosos descubrimientos recientes; puede uno terminar muy perjudicado si se dedica mucho tiempo al cocktail higiene doméstica + alcohol), y de ser así probablemente ya las habríamos visto juntas, vociferantes, ruidosas y transmutadas en un dragón doméstico de dos cabezas y cuatro portentosas piernas. Para continuar (ejemplo núm. 2) su casa debe tener al menos tres cocinas, dos de las cuales, contiguas quedan frente a la nuestra y por debajo, con las ventanas amuralladas a base de productos de limpieza con los que sospechamos intenta envenenar sin éxito a las tres palomas del barrio. Siguiendo (ejemplo núm. 3) puede pasar horas en una de esas cocinas rellenando pucheros de no sabemos qué. Y por último (ejemplo núm. 4) aparece en la cocina en mitad de la noche, a oscuras, a recoger tazas de aspecto misterioso y correr ténues cortinas que nos nieguen la visión de los demás ejemplos que podría citar y no cito por falta de conocimiento, visibilidad e inventiva.
Así que hemos ido elaborando una serie de hipótesis a cuál más equivocada pero más entrenida. Resumiendo, son estas,
1. ¿Es una maruja?
2. ¿Es una psicópata especializada en el envenenamiento de palomas?
3. ¿Es una cocinera industrial?
4. ¿Se ha escapado de una novela de Neil Gaiman? (en ese caso no quiero ni saber qué pretende hacer con las palomas ni su apellido, no vaya a ser Vandemar)
5. ¿Es alguna combinación de las anteriores, o seguramente todas?
Y la quinta tiene muchos visos de verdad, pero yo tengo otra sospecha íntima que aún no me he atrevido a revelar a mi compañera de investigaciones por razones un tanto estúpidas (como ser consciente de estas cosas siempre en el preciso instante en el que voy a quedarme dormido o estoy solo o justo antes de experiencias traumáticas que luego me mandan el santo al cielo muy pálido y con muy pocas ganas de volver a tierra); la mujer en cuestión es la viuda de Asterion (no sé si viniendo del griego eso lleva tilde o no), el difunto Minutauro al que mató Teseo y que, en contra de lo que hasta ahora se creía, no vivió y murió en Knossos, sino aquí, en Madrid, cerca de la estación de Metro de Lucero que obviamente fue llamada así en honor a un apodo taurino y mucho más coloquial que le pusieron a Asterion. El metro de Madrid es un lugar mucho más propicio para un minotauro que un laberinto perdido en el Mediterraneo, donde lo más que uno puede perseguir son turistas y el típico heroe griego de turno que llega para darle argumentos a cualquier poetastro para componer una balada a costa de unos cuantos barreños de sangre, por no hablar de las ventajas que acarrea tener por compañeras de túneles a las tuneladoras de Gallardón cuando vienen tales héroes a la búsqueda de gloria eterna: Ala bonito, peléate con el torno de taladrar rocas magmáticas que luego recogemos lo que quede de ti en un tupper.
Aparte del sentido común hay más indicios en la casa de nuestra vecina, o en lo que intuimos de ella desde nuestra altura vigilante. Su distribución tiene que ser mínimo laberíntica si tenemos en cuenta la cantidad de persianas cerradas (y enrejadas y provistas TODAS ELLAS de dos garrafas de agua, una azul y una blanca, seguramente como acertijo mortal para los desdichados que adentrándose en la Casa Laberinto lleguen desfallecidos a una de ellas y quieran aplacar su sed), la ubicación de las cocinas, las dos puertas que dan al patio, una de ellas tras un alud de bolsas de plástico, y las dos puertas, irreconciliables y enfrentadas, que abren la casa o las casas que seguramente luego se comuniquen mediante algún tunel, espejo embrujado, agujerito en el espaciotiempo o cosa por el estilo.
Yo tomo notas, afilo mis armas, limpio la lente de la Nikon y saco conclusiones, temiendo el día en que tenga que afrontar mi destino y bajar a pedir un poco de sal o una ramita de perejil.
Pero existen una serie de cosas muy extrañas en nuestra vecina de debajo. Para empezar (ejemplo núm. 1) no es sólo nuestra vecina de debajo, tal y como se me presentó aquél día que ya parece tan lejano en el que tropecé con ella en las escaleras y la atropellé con el requerimiento "¡dónde hay un estanco!"; de hecho, si es nuestra vecina de debajo entonces también es su propia vecina de enfrente. O tiene una hermana gemela viviendo enfrente, cosa que dudo porque tiene pinta de ser una mujer muy familiar, por cómo jugueteaba con un nietecillo con el que la vi una tarde mientras yo fregaba la cocina y me tomaba una cerveza (uno de mis maravillosos descubrimientos recientes; puede uno terminar muy perjudicado si se dedica mucho tiempo al cocktail higiene doméstica + alcohol), y de ser así probablemente ya las habríamos visto juntas, vociferantes, ruidosas y transmutadas en un dragón doméstico de dos cabezas y cuatro portentosas piernas. Para continuar (ejemplo núm. 2) su casa debe tener al menos tres cocinas, dos de las cuales, contiguas quedan frente a la nuestra y por debajo, con las ventanas amuralladas a base de productos de limpieza con los que sospechamos intenta envenenar sin éxito a las tres palomas del barrio. Siguiendo (ejemplo núm. 3) puede pasar horas en una de esas cocinas rellenando pucheros de no sabemos qué. Y por último (ejemplo núm. 4) aparece en la cocina en mitad de la noche, a oscuras, a recoger tazas de aspecto misterioso y correr ténues cortinas que nos nieguen la visión de los demás ejemplos que podría citar y no cito por falta de conocimiento, visibilidad e inventiva.
Así que hemos ido elaborando una serie de hipótesis a cuál más equivocada pero más entrenida. Resumiendo, son estas,
1. ¿Es una maruja?
2. ¿Es una psicópata especializada en el envenenamiento de palomas?
3. ¿Es una cocinera industrial?
4. ¿Se ha escapado de una novela de Neil Gaiman? (en ese caso no quiero ni saber qué pretende hacer con las palomas ni su apellido, no vaya a ser Vandemar)
5. ¿Es alguna combinación de las anteriores, o seguramente todas?
Y la quinta tiene muchos visos de verdad, pero yo tengo otra sospecha íntima que aún no me he atrevido a revelar a mi compañera de investigaciones por razones un tanto estúpidas (como ser consciente de estas cosas siempre en el preciso instante en el que voy a quedarme dormido o estoy solo o justo antes de experiencias traumáticas que luego me mandan el santo al cielo muy pálido y con muy pocas ganas de volver a tierra); la mujer en cuestión es la viuda de Asterion (no sé si viniendo del griego eso lleva tilde o no), el difunto Minutauro al que mató Teseo y que, en contra de lo que hasta ahora se creía, no vivió y murió en Knossos, sino aquí, en Madrid, cerca de la estación de Metro de Lucero que obviamente fue llamada así en honor a un apodo taurino y mucho más coloquial que le pusieron a Asterion. El metro de Madrid es un lugar mucho más propicio para un minotauro que un laberinto perdido en el Mediterraneo, donde lo más que uno puede perseguir son turistas y el típico heroe griego de turno que llega para darle argumentos a cualquier poetastro para componer una balada a costa de unos cuantos barreños de sangre, por no hablar de las ventajas que acarrea tener por compañeras de túneles a las tuneladoras de Gallardón cuando vienen tales héroes a la búsqueda de gloria eterna: Ala bonito, peléate con el torno de taladrar rocas magmáticas que luego recogemos lo que quede de ti en un tupper.
Aparte del sentido común hay más indicios en la casa de nuestra vecina, o en lo que intuimos de ella desde nuestra altura vigilante. Su distribución tiene que ser mínimo laberíntica si tenemos en cuenta la cantidad de persianas cerradas (y enrejadas y provistas TODAS ELLAS de dos garrafas de agua, una azul y una blanca, seguramente como acertijo mortal para los desdichados que adentrándose en la Casa Laberinto lleguen desfallecidos a una de ellas y quieran aplacar su sed), la ubicación de las cocinas, las dos puertas que dan al patio, una de ellas tras un alud de bolsas de plástico, y las dos puertas, irreconciliables y enfrentadas, que abren la casa o las casas que seguramente luego se comuniquen mediante algún tunel, espejo embrujado, agujerito en el espaciotiempo o cosa por el estilo.
Yo tomo notas, afilo mis armas, limpio la lente de la Nikon y saco conclusiones, temiendo el día en que tenga que afrontar mi destino y bajar a pedir un poco de sal o una ramita de perejil.