31.8.06

La triste carne

No, no vengo a contar lo triste que está Carlitos, mi pene, por el tiempo que hace que no lo saco de paseo por algún valle de carne, a escarbar en los agujeros a ver si encuentra agua.

Fresquito, aparte de ser un dibujante, es una persona a la que conozco desde hace... bueno, no sé, ya sabes, el tiempo y yo no nos hablamos mucho y nunca sé cuánto hace de las cosas. El caso es que nos conocimos en el foro de Blind Guardian, hace siglos, cuando los españolitos que por ahí andábamos terminamos encontrando un tema que se llamaba "Spain Rules!" y que bajo ese nombre que a mí, las cosas como son, me daba muchísimo repelús, era un rincón donde se hablaba (se escribía, en realidad) en español, que siempre es un respiro y una forma de conocer gente con la que en determinadas circunstancias puedes tomarte unas cañas, ir a conciertos y festivales, echar algún que otro polvo (aunque no es muy habitual, pero de todo ha pasado) y desvariar por el msn. El nombre luego, cuando el foro se modernizó, pasó a llamarse Sparus!, que era como lo llamábamos desde dentro, y dejó de sonar tan, no sé, nacional, palabra con siempre termina recordando que perdimos la guerra civil y que los ganadores y sus descendiéntes y acólitos siguen viendo tan propia.

Pasó el tiempo, nos fuimos conociendo, y había gente que caía bien y había gente que era insoportable hasta la náusea, como Fresquito, Myrddyn, J y Perro podrán confirmar (aunque valió la pena conocerlos por las risas que nos echamos a su costa). Pero al final no es casualidad que cuatro de los blogs a los que se llega desde este sean de gente que conocí en aquel foro. El caso es que, bueno, esto de internet trastoca las relaciones sociales convirtiéndolas en algo diferente a lo que eran antes, y así cuando por fin nos fuimos conociendo todos sufrimos algún shock al tratar de ubicar en aquellas voces y aquellos cuerpos a esas personas que, siempre, habíamos imaginado de otra manera. Cuando te has pasado noches y noches de cachondeo con alguien siempre es muy sorprendente enterarte de que, en realidad, no lo conoces ni de lejos como pensabas. Y volviendo a Fresquito, que naturalmente entonces no se llamaba así, le conocí en persona a la vez que conocí a otro montonazo de gente, y ahí andábamos todos, acampados en un patatal bajo una bandera del Betis, bebiendo cerveza y destrozándonos los pies en una playa de piedras que albergaba monstruos hostiles que siempre se cebaban con la misma, y tratando de meternos en la cabeza que esas personas que teníamos delante eran quienes en realidad creíamos que eran. Y aquí mi buen amigo se fue francamente desilusionado conmigo, cosa que yo entonces achaqué a mil razones como que andaba muy ocupado con lo mío. Pero luego pensé que sería que soy tímido y que en persona esa triste carne que da nombre a esto es todo lo que hay, y que yo, reconozcámoslo, soy una persona que se transforma en un bicho que o se aborrece o se adora cuando lo único que sobresale de mí, como nos pasó a nosotros entonces y como pasa ahora con este blog, son mis dedos tecleando a toda máquina y mi cabecita delirante conectada exclusivamente a ellos.

Pausa, que me he quedado sin música.

Ya.

Y luego, cuando se me conoce, pues suelo ser bastante más silencioso, voy mirando a todas partes menos a donde tengo que mirar, me distraigo, no hago caso y resulto, por lo general, bastante decepcionante. Esto es lo que terminé pensando, cuando dejé de ponerme excusas e inventarme justificaciones.

Así que cuando alguien no me conoce y lee esto, yo termino pensando que pobrecito quien sea, el día que me conozca y vea que, por loco que esté, a veces en persona lo disimulo perfectamente... o no tan perfectamente, porque aquí Fresquito algo se olía y quería al yo de verdad, al que él conocía desde seiscientos kilómetros de distancia. Pero claro, ¿puestos a considerar cuál de esos dos yoes es de verdad, no será el otro? ¿Y cuál prefiero ser?

He pensado mucho en eso, es lo que tiene el aburrimiento y los rechazos amorosos, que le hacen a uno pensar cómo trasladar todo este magnetismo seductor, borde, pastelero, maleducado, impertinente, repugnante y colosal que tengo por escrito a mi triste yo de triste carne. Y con el tiempo, no sé, sospecho que lo estoy consiguiendo, o quiero sospecharlo, o lo temo, no lo tengo muy claro, aunque sólo sea porque ahora hago mucho más el imbécil en vivo, y no sólo por escrito, de lo que lo hacía antes, y de pronto me encuentro soltando tonterías a toda velocidad ante alguna persona a la que conozco desde hace dos minutos y orgulloso de verla sonreír o, más habitualmente, poner cara de estarse preguntando que de dónde cojones me habré escapado yo.

Suena tan tópico que alguien, supongo, habrá dicho alguna vez que somos quienes queremos ser (sin ir más lejos un tal Betote en este blog, dice tío Google), y tal vez hasta yo mismo lo haya dicho. Pero no, porque yo querría no ser tan insoportable, algunas veces, ni tan estúpido, casi todas, y ya de paso ser algo más alto, algo más guapo y demás frivolidades, al final somos quienes creemos que queremos ser, o somos lo que podemos ser para parecernos a lo que creemos que queremos y, si uno es un poco bobo, debemos ser. Y aquí estoy yo, con mis treinta añazos con sus buenos decimales, todavía preguntándome qué soy o qué no soy.

Pero bueno, me queda el consuelo de que miro atrás y pienso que, al menos, ahora al menos paso más tiempo ocupando en ser yo, como sea, que en querer ser otra cosa, y que ahora, cosa que hace años no podía decir, siempre puedo decir que, por lo menos, me soporto.

Cuando no estoy insoportable, claro.

30.8.06

La guerra de Franz Liszt

No deja de ser curioso de qué formas más retorcidas aprende uno cosas.

Como en tantos otros temas, soy un absoluto ceporro ignorante en lo tocante a la música clásica, básicamente porque cuando yo empecé a interesarme por la música fue en mis tiempos de rebeldía juvenil (rebeldía tan tímida, por otra parte, que el único que probablemente nunca supo nada de la misma he sido yo, y años más tarde), y uno no puede ser rebelde y escuchar música clásica; hay ciertos estereotipos que respetar, al fin y al cabo.

Aunque supongo que también tuvo su peso el hecho de que yo no tenía acceso a música clásica (todo lo más un recopilatorio de Bach y alguna de estas recopilaciones que de vez en cuando regalan los periódicos para instruir a sus lectores), y que cuando lo tenía siempre terminaba escuchando lo mismo, y como ya sabes para mí la música tiene que venir con un proceso de descubrimiento y tener un algo de arcano, algo de búsqueda que aquí difícilmente podía conseguirse en mis tiempos de incipiente explorador musical. Así que me decanté por las guitarras eléctrica y los grupos con mucho pelo largo hasta que el ansia de más me empujó a moverme hacia nuevos terrenos donde encontrar joyas desconocidas, y para ello uno tira de donde puede, del azar, de los amigos, de las revistas, del viento si hace falta, pero aparte de consejos puntuales de alguien ninguno de esos caminos me ha llevado nunca muy a fondo al área de la música esta que llaman clásica pese a no ser Led Zeppelin. Y por eso se explica que yo, hasta hace nada, no tuviese ni idea de quién fue Franz Liszt, y tenga que darle gracias, y van unas cuantas, a mi agente, que es una fanática del piano y que a veces te sorprende haciéndote escuchar cosas increíbles.

Total, que entre alguna canción que me pasó, que quieras que no acabo de volver de su patria y otra razón que no puedo contar ahora mismo, he empezado a sentir una cierta curiosidad por él, porque aunque el arte sea arte y se pueda admirar por sí mismo, y por mucho que conocer la vida del artista, en mi opinión, no haga una obra mejor ni peor, siempre se puede matar la curiosidad y, por qué no, admirar a la persona igual que se admira al arte, aunque distinguiéndolos, ojo.

Así que ayer, buscando vete a saber qué, acabe leyendo lo que Wikipedia tiene que decir de Liszt, o tal vez fuese sólo que quería ver qué pinta tenía, no lo sé. El caso es que me encontré a un tipo fascinante, que por lo visto era un showman de su tiempo e inventó el concepto del recital de piano, que debía tener sobre las mujeres una opinión parecida a la mía (guapas, guapas, ¡guapas!) y que era capaz de pasarse practicando al piano doce horas al día.

Como era un chavalín enclenque creció en casa, y su padre era músico de la corte y le daba por organizar conciertillos con músicos amateur de la zona, así que a los seis años aprendió a tocar y leer música, y viendo que al crío se le daba bien aquello se lo llevaron a Viena y París, supongo que para ver si se forraban con su ayuda (el sueño de todo padre). Allí preguntaron por un profesor de piano y la primera opción (Hummel) salía muy cara, así que se encargó de las clases Carl Czerny (discípulo, a su vez, de un tal Beethoven. El perro no, el músico). Fue su único profesor de piano. Y de enseñarle a componer y de meterle música en vena se encargó otro tal Antonio Salieri. Se hizo amigo de Chopin, aunque luego se convirtieron en rivales. Total, que a los 11 años al chico se le daba tan bien lo del piano que Beethoven (insisto, el perro no) movio su corpachón de cincuentenario para darle un beso como premio, que en aquello de la música tenía que ser como si Dios se te aparece y te da una palmadita cariñosa en la espalda.

Creció, siguió tocando, y su lista de amistades tiene apellidos que asustan incluso a un profano inculto como yo: Chopin, Berlioz, Schumann, Wagner, Hans Christian Andersen, Baudelaire... lo que tenía en aquél tiempo el mundo de la cultura, que estar en él era como pertenecer a un club de campo, donde era imposible no terminar conociendo a todos los socios. Se convirtió en un tipo famoso, todo el mundo quería verle tocar y en sus conciertos las señoritas olvidaban su encopamiento y sus arraigados modales para pelearse por su pañuelo o sus guantes, y tenía salidas como cuando, en un concierto en Rusia ante el Zar Nicolás I escuchó los susurros de este y dejó de tocar de pronto; cuando el Zar le preguntó que por qué paraba le respondió que cuando el Zar habla todo el mundo debe callar, lo que en aquella Rusia era tener un valor que rozaba lo suicida.

Y ahí estaba yo, leyéndome la vida del hombre este por matar el aburrimiento, cuando mis ojos se posaron en algo de lo que yo no había oído hablar en mi vida, una frase absolutamente evocadora y cargada de magia con la pura presencia de las palabras que la componen: La Guerra de los Románticos.

¿Los románticos han estado en guerra?, me pregunté yo. Y resulta que sí, y que por su papel en esa guerra es por lo que yo, a quien me da francamente igual la vida de Liszt, por lo demás, he decidido coger mi admiración y volcársela por encima. Resulta que durante la segunda mitad del siglo XIX el club de campo de los alegres artistas se dividió de pronto en dos bandos, los conservadores, agrupados alrededor de Johannes Brahms y Clara Schumann, y los radicales progresistas (o progresivos, dan ganas de decir, y yo que pensaba que la música progresiva nació siglo y pico más tarde), que eran Franz Liszt, Richard Wagner y sus partidarios. ¿Y por qué peleaban? Por el estilo y la forma. Liszt y compañía, la gente de Weimar, buscaban nuevos estilos y nuevas formas de expresarse con la música, mientras que la escuela de Leizpig/Berlín decía que toda la teoría estaba ahí para algo y que había que respetar y seguir los patrones clásicos. Los de Weimar buscaban música mezclada con pintura, literatura, historias y emociones (inventando Liszt el poema sinfónico, por el camino), mientras un tal Hanslick decía que la música no representaba ni podía representar nada, aparte de a sí misma.

Leído hoy suena absurdo porque aquella fue una guerra (con sus batallas de conciertos, composiciones y sabotajes más o menos educados en los conciertos) que terminamos ganando, y me incluyo. Pero lee la frase otra vez conmigo y entiéndela por encima de su capa de absurdo, entiende que alguien pueda pensarla en serio: "la música no representa ni puede representar nada, aparte de a sí misma". Es decir, no puedes construir, reproducir ni transmitir emociones con ella, ni ideas, ni estados de ánimo. La música, convertida en una masa gris de hermosura abstracta, pero que nunca podría, entonces, ser íntima, sentirse.

La música muerta.

Y pienso en el solo de guitarra del Starway to Heaven, en el mellotron de Ricochet, en la sección rítmica final de Martius / Nauticus II, en las guitarras de Deliverance... y pienso que menos mal, menos mal que ganamos la guerra, porque si no ¿qué habría sido, a estas alturas, de mi salud mental?

Y por otra parte, pienso, era una guerra que, en realidad, era imposible perder. Porque el arte no es sólo a lo que exponemos los sentidos, sino lo que nos crece dentro cuando lo hacemos.

29.8.06

El oso astrónomo

Yo creo que, aunque sólo sea por el recuerdo del oso astrónomo, la brujita recién licenciada y la princesa de turgentes pechos el fin de semana pasado entrará en la memoria (en la mía) como un buen fin de semana, cuando las aguas de mis pequeños desórdenes mentales (nada importante, todo muy doméstico, muy de andar por casa. Que nadie llame a nadie que lleve bata blanca) dejen de inundarlo y salpicarlo de espuma.

Ah, no: Que ya han parado. Vale, pues ya está, entonces. Todo bien. Correcto. En su sitio.

A lo que iba. Este fin de semana ha tenido sus cosas malas, como todos los fines de semana, y en la pecera de colores elitista y privilegiada que es mi vida, donde la muerte de civiles en guerras remotas o los hundimientos de petroleros de graciosos nombres no llega a condensarse como realidad, mi mayor drama fue tener una amiga malilla. Bueno, de hecho no tenía una, sino tres que yo me enterase, debía estar de moda o algo, pero en fin, esta en concreto fue original y se buscó un problema propio que la hacía ser bastante asocial y pasar mucho tiempo en la cama (y al que piense mal le suelto un capón). Así que el sábado por la tarde me pidió que la contase un cuento, y yo, que de un proyecto escoplo fallido recordaba la idea conceptual de un oso astrónomo, me puse a contarla su historia en seis actos. A contársela y a contármela, porque la verdad es que la historia la íbamos escuchando juntos según algo, dentro de mí, se la iba inventando.

Luego mi amiga convaleciente me dijo que le gustó, y yo, como soy un vanidoso de mierda intenté aprovechar la racha y me puse a enseñarle fotos mías en el portátil para que continuase dándome lustre al ego... pero no, en serio, yo lo agradecí, cómo no, muchísimo.

Y desde entonces he estado yo pensando en esto de andar inventándose cuentos. Porque yo ya he escrito mis cuentecillos, y algunos hasta los he conservado y andan por ahí, pero no es lo mismo escribir uno que inventárselo, sobre la marcha, para una audiencia de una persona, que más exclusivo no sé puede ser (...¿o sí? ¿Literatura masturbatoria?). Cuando los escribes, cuando se leen, uno siempre se espera más del cuento. Una buena prosa, una buena historia, una sorpresa final, una consistencia, en fin, lo que es un cuento. Pero al improvisar uno tiene la excusa del directo y se puede desvariar, se puede cambiar el tono de pronto, se puede hacer un inciso para introducir el personaje de la reina, que era una pánfila que de pronto pasó a ser la mala de la historia, tan mala y tan bruja que no sabía cómo matarla y falleció en el bosque al romperse la crisma cuando uno de sus zapatos de cristal se quedó enganchado entre las raíces de un roble. Hasta se puede, al final, meter la historia de amor que todo buen cuento de hadas merece y hacerlo a toda prisa y sin calzador.

El caso es que no es una práctica habitual mía, esta de improvisar un cuento, pero asumo que salvando las distancias de la metáfora, esto debe ser a la literatura lo que improvisar un solo en directo es a la música, y no sé, me parece sorprendente haber tardado tanto en darme cuenta de que existen los solos en este arte, porque aunque este mismo blog, con su escritura casual y sin propósito que suele empezar sin que ni mis dedos ni mi cabeza sepan que vamos a ir contando... bueno, pues ni así es lo mismo. Lo que supongo que convierte esto, más o menos, en la grabación de la música en directo. Tiene sentido: Igual que esas grabaciones cuando tú me lees esto ya no está sucediendo, el que yo escriba, sino que pertenece al pasado, e igual que en las grabaciones yo tendré, mientras, la posibilidad de reciclar y adornar el producto, que no es costumbre excepto para corregir errores de dedos torpes o patadas al diccionario, pero la posibilidad existe y como tal hay que aceptarla.

Pero volviendo a la invención y narración simultaneas, fue una experiencia divertida. Tanto que ya estamos pensando, aquí mi amiga y yo, en institucionalizar una noche del cuento en la que no seremos tan sádicos como para exigir a todo participante que se invente uno, pero sí que lo cuente, sacándolo de donde sea o llevándolo pensado de casa, y quien no cuente ninguno será sometido a un castigo todavía por determinar pero que sospecho que será quedarse sin postre a la hora de cenar o algo parecido.

Y no sé, pienso, como escritor que soy, que ese cuento quedó ahí, flotando entre las paredes de mi habitación y metido en la imaginación de mi amiga, y que tal vez, tal vez, tal vez debería, no sé, ¿escribirlo?

Y no puedo. No ya porque piense que era más o menos malo o bueno o porque considere, honestamente, que escrito perdería toda su gracia, sino porque no haciéndolo se convierte en un regalo compartido bastante exclusivo (al fin y al cabo sólo dos personas conocemos el cuento)... y porque de pronto, esa tarde, el hecho de contar la historia fue mucho más significativo que la historia en sí, y eso es algo que no hay forma de poner en un papel, por muchas letras que amontones sobre él.

Vamos, que te lo recomiendo. Invéntate cuentos, y cuéntalos. Es divertido, en serio.

28.8.06

Tendencias autodestructivas

Razones para el optimismo:

1. En el camino de casa al trabajo he visto al menos a tres mujeres hermosísimas. Dice la teoría que siempre están por ahí y que siguen una distribución uniforme, más o menos, así que verlas no es cuestión de suerte, sino el reflejo de algo. De algo vivo. Así que eso debe ser bueno.

2. La semana pasada Canon sacó esta maravilla, y yo ando buscando en qué gastarme el dinero imprevisto que voy a ganar este mes que viene.

3. Gogol Bordello, Kingston Wall y Jethro Tull y Dream Theater, que me mantienen con vida.

4. Ray Grasso, por cosas como esta y esta.

Razones para el pesimismo:

1. Las horas de sueño de este fin de semana... la noche del viernes al sábado, unas 6 o 7 horas. La del sábado al domingo, 5, y anoche, 3: Qué mala pinta.

2. La tendencia a terminar los debates con cadenas de reproches y montañas de incomprensión: ¿por qué todo el mundo, cuando estoy tristísimo, cuando no puedo levantar la vista del suelo ni hablar, asume que estoy cabreado, si cuando estoy cabreado grito y miro en plan asesino en serie? Así me va, la gente me da tratamiento de cabreo cuando ando mustio, y no ayuda. Como tomarte aspirinas para una fractura de peroné, luego tienes toda tu lucided y tu cabeza despejada para saborear las punzadas de dolor.

Así que, haciendo balance, hay más razones para el optimismo (aunque una de ellas sea puro deleite de afán de despilfarrar dinero) que para el pesimismo. Lástima que estos animalitos de la mente no entiendan de razones ni se dejen convencer por los recuentos.

El otro día Irene me dijo que debería dejar de tener tendencias autodestructivas. Lo decía por esta tonta manía de terminar sólo solísimo en un bar, copa en mano y propiciando ese estado físico y mental que es campo abonado para la depresión, pero he venido pensándolo hoy según me levantaba, en los ratos en los que podía dejar de mirar al mundo como si fuese un lugar desquiciado (ya, ya sé que lo es, pero esta mañana, supongo que es cosa del no dormir, lo parecía más aún). ¿No es, esto de no dormir, otra tendencia autodestructiva? Porque al fin y al cabo no es que me tumbe en la cama y no pueda dormir: Es que no me voy a la cama. Puedo dormirme, si estoy en ella, pero lo que, por alguna razón, no puedo hacer es irme a dormir. Estoy como decía ayer, alucinado por cómo el tiempo llega y se va sin hacer nada por el camino, sin dejarme nada excepto diferenciales de longitud prendidos de cada pelillo de la barba y aumentando la profundidad de mis ojeras y robándome trozos de vida con un truco de escamoteo digno de Tamariz.

Pero ¿cómo puedo dejar de hacer algo que no puedo evitar hacer? Sé que es fácil, que cualquier cosa, cualquier acción podría romper el hechizo y yo podría ejecutar cualquiera de los "podría" de ayer. Pero queda ahí esa fascinación, ese estado alucinado de inmovilidad, de gato de campo pasmado ante los faros del coche que aún está lejísimo pero que viene directo a atropellarle.

En fin, yo hago mis intentos, sabes que los hago. Desde la misma música, medicina sin receta que tantas vidas me salva, hasta los alegatos al surrealismo y las declaraciones de intenciones, tengo que conocer gente, aterrorizar a desconocidas, flirtear con gente que no me conozca y a la que la educación le impida hacer caso a las advertencias del instinto. Mudarme. Beber menos. Beber más. Beber mejor. Pasear. Ir al cine. Reírme. Dejar de mirar al suelo. Dar de vez en cuando saltitos, probar habilidades levitatorias. Cantar. Bailar. Y, en parte, dejar de ser yo, para empezar a ser yo de una puta vez.

Cómo se nota que se termina el verano.

27.8.06

(Desol, frustr, despendol) + ación

Supongo que podría tirar de excusa barata y echarle la culpa de este estado de ánimo de nefasta tarde (noche, ya) de domingo a que mañana vuelvo al trabajo, a que se han terminado las vacaciones, etcétera. O limitarme a ignorarlo y a asumir que es una vieja costumbre que ha vuelto a pasearse por aquí para amargarme algo la noche.

Podría hacer mil cosas más. No escribir, por ejemplo, o limitarme a contar lo maja que puede ser la gente al volante cuando se te pega al maletero y reaccionan ante tu cabreo y un frenazo un poco repentino persiguiéndote, intentando echarte de la carretera y haciéndote gestos y lo posible para que pares en la cuneta a cruzar impresiones y hostias. Desde aquí, amable conductor, te deseo un accidente de tráfico brutal y solitario y una larga agonía en una cuneta olvidada, empapado de gasolina ardiente y desangrándote bajo el peso de tu precioso Volkswagen.

O podría inventarme un estado de ánimo. Soy bueno inventándome vidas mejores que la mía (es fácil, sólo quita un detalle, cambia un hecho del pasado o ignora algún punto de alguna lista).

O podría irme a dormir, que, ¡sorpresa!, buena falta me hace.

O mandar un mensaje al móvil de cualquier persona que no se lo espere, diciéndole algo desconcertante.

O ver una película.

O leer.

Y sin embargo no puedo hacer nada. Una amiga, a la que puedo llamar Marta, que para algo los nombres son así de flexibles, me dijo una vez que yo conduzco de forma "despendolada", lo que después de muchas pesquisas creo que quiere decir que mi coche tiende a moverse de forma sinuosa por su carril. Hay otras opiniones sobre cómo conduzco, bastante más tranquilizantes, pero ahora mismo no estoy con ánimo ni para recordarlas ni para inventarle un nombre a sus autoras. El caso es que cuando cambio de carril, por lo visto, tiendo a acercarme al arcén para luego regresar al centro del carril, un culebreo automovilístico, vamos. Y yo me pregunto si no será eso algo que no hago sólo al conducir, y que si un día siento una alegría absurda y sin motivo es normal que luego el culebreo, el despendolamiento, me lleve en la otra dirección y sienta una depresión absurda y sin motivo. Y jugueteo con la idea, y casi, también, podría creérmela, si no fuese porque sé que hay motivos, es sólo que no me apetece pensar en ellos (déjame, al menos, con la cabeza fuera del barro. Ya miraremos que nos atrapa en este charco otro día en el que el sol no sea tan hostil, el cielo sea más azul y yo recuerde que vivir es algo divertido), y no hablemos ya de escribir sobre ellos.

Por eso, aunque supongo que también podría, no voy a hablar de ellos, ni a explicar nada. Qué de cosas podría hacer.

El caso es que agosto se termina y yo, como buen ex-estudiante universitario, siempre he tenido, al acercarse septiembre, la impresión de que el año, el año de verdad, no el de los calendarios, empieza a la que las hojas de los árboles empiezan a amarillear y a planear en el viento sus rutas de descenso (ya me salió la pedantería). Y miro lo que se plantea en el futuro a, digamos, medio plazo (por no pensar mucho en tiempos). O podría mirarlo, y la despendolación, si esa palabra existe, entraría en juego repartiendo la tarta del porvenir en dos trozos iguales de depresión y euforia. Me independizo, me voy de casa a vivir con un par de alimañ... digo de amigas. Eso por la euforia.

Y por ser coherente y justo y sincero, podría contar qué ingredientes lleva la otra parte del pastel. Podría, ¿verdad?

Pero es que no hay manera porque la apatía me mata a pisotones todos los "podría" apenas empiezan a abrir los ojillos y a mirarme susurrando "¿papá?"

Yo, que la sé invencible cuando llega así y cuando tiene ese brillo de hielo en sus horribles ojos, la dejo hacer y miro el reloj fascinado por cómo puede correr así de deprisa cuando el tiempo se va, hora tras hora, tan vacío como vino.

25.8.06

El aire de la calle

Es lo bueno de esto de ir por la vida dando bandazos (y que esos bandazos no sean tan bruscos como para arrastrarme hasta arcenes y quitamiedos), que últimamente ando con unos arranques de alegría que no tienen, que yo sepa, motivos ni razones, y a los que me someto con el entusiasmo de quien se encuentra en su trocito del roscón de reyes el regalo (si hace ilusión, claro, porque habitualmente los regalos del roscón... en fin: El regalo suele ser el roscón en sí, así que qué más da). O sea, haciéndole caso a aquél par de versos de Reincidentes que decía "no tengo motivos para estar contento / tengo que asumir esta contradicción", y como encima ando heredándole modos de comportamiento a los gases nobles (por lo de ser incomprensible) pues no hay quien me entienda últimamente, pero yo escucho venir un coche y me da la risa, veo una mosca y me da la risa, veo una ventana horrible (a la que tengo unas ganas locas de echar una foto, naturalmente)... y me da la risa.

Y también me la da cuando pienso que las vacaciones se me acaban, y en esa pregunta que últimamente me reconcome por dentro y que viene a ser, verbalizada (no me hago responsable si sueno como un imbécil, es lo que tienen los peores miedos cuando los pones por escrito) que por qué será que parece que le doy miedo a las mujeres... ¿es que realmente doy miedo? Pero aunque comprendería darlo (yo también me escucho, cuando hablo, a veces) ¿no será eso la excusa barata que me busco para no encontrar alguna respuesta más complicada, o alguna pregunta peor?

Total, que he llegado a una conclusión frívola para garantizar mi futura alegría absurda y para apuntalar lo que queda de mi cordura: Lo que tengo que hacer es, a la hora de soltar los jinetes del apocalipsis que cabalgan sobre mi conversación habitual, buscar a desconocidas que no sepan a qué atenerse y que, en consecuencia, no sepan que lo mejor que se puede hacer es huir y esconderse. Y pensar esto, no sé por qué, me ha llenado de alegría, alegría que aunque promociona mi alegría general, absurda y sin sentidos ni causas, tiene la fecha de caducidad puesta y aplazada para el mismo instante en el que me de por pensar cómo narices consigue uno encontrarse con alguna desconocida en este mundo nuestro que, ya contaba por ahí debajo, tiene más de laberinto de cristal que de otra cosa, y yo, entiéndeme, intentaría tirar abajo esas paredes de cristal, pero no sé si tengo tiritas suficientes para hacer frente a tanto corte.

22.8.06

De vuelta (o casi)

Y después de esos viajes en avión en los que parece que uno es la bola de una partida de pinball contintental en la que va rebotando de aeropuerto en aeropuerto (en total Barajas, Munich, Budapest, Budapest, Frankfurt, Barajas) por fin aterricé el domingo en el paisaje habitual de lo que es Madrid: Calor, cansancio, ruidos nada soprendentes y gente tan lamentablemente poco graciosa después de la fauna que nos ha adornado los paseos de la última semana.

Las curas de sueño se fueron al garete la última noche, donde conseguí dormir un total de media hora con permiso de una simpática araña que me hizo una sesión de acupuntura que aún recuerdo con rascares frenéticos e insultos varios, pero bueno, de las últimas 24 horas he pasado 15 durmiendo así que tampoco puedo quejarme.

Total, que después de una escala de una noche en Madrid me he venido a los montes, a echar de menos a gente que está, pero como si no estuviese, y a gente que no está, pero que estará en unos días (gracias, relojes y calendarios del mundo, por acercarme el futuro. Os debo una copita). Y a filosofar sobre nuestra suerte atmosférica: Nos fuimos de España justo a tiempo para evitar una ola de frío, y volvemos de Budapest justo a tiempo para esquivar lluvias torrenciales. Y qué mal repartida está la suerte, anda que no cambiaba yo la mía de sitio, potenciando más la referente a los asuntos de faldas, aún a costa de tener que llegar a casa algún día calado hasta los huesos con un paraguas herido de muerte en la mano.

En fin. Divago, ya lo sé. Pero es que me gusta divagar. Puedo ir saltando de pensamiento a pensamiento como si esto fuese la prueba esa estúpida (nada peyorativo eso de estúpida, es que lo es, las cosas como son) de humor amarillo en la que la gente va dando brincos de piedra a piedra esperando que ninguna se hunda, o que caso de hacerlo les de tiempo a llegar a la siguiente. Y como yo, en estas cosas, soy muy hábil, pues me paso los días y las noches dando botes sin mojarme más que los tobillos.

Y es martes, se dice, se comenta, y mañana es miércoles, y el viernes, que va a ser un día estupendo, que lo sé yo, se acerca despacito pero con paso firme, silbando y contento de estar a sólo un montoncito de horas de llegar para alegrarme las noches con una risa que, siempre que se escucha, se redescubre por vez primera, y que espero redescubrir montones de veces.

Dicho lo cuál me voy a comer, que ya va siendo hora.

Saludos, besos, flores, abrazos y reverencias. Las fotos, para la semana que viene.

16.8.06

Sí, sí, si yo estoy en Buca... digo Budapest...

...pero qué le voy a hacer si esta gente tiene un ordenador con conexión a internet y no tengo nada que hacer mientras la gente se ducha y esperamos a que nos inviten a una fiesta húngara (que incluye invitación a sopita, slurp).

Además he averiguado cómo hacer que el teclado de este ordenador, que es raro como un perro con diez patas pintado de verde, se comporte como Dios, Aznar y el Papa mandan, con sus eñes y sus tildes y ¡los dos signos de admiración!...

En fin. Budapest:

La gente es majísima. Y las mujeres, guapísimas, mejorando lo presente.

Y estas mujeres, en vez de huir, se acercan a preguntarte dónde vas, para ver si pueden indicarte el camino.

La gente de los hostales que incumplen sus reservas te pagan un taxi a otro hostal (o, en su defecto, a una herencia soviética decadente, industrial y con unos baños para nada dignos de confianza, siendo muy amables) y te invitan a cervezas mientras los esperas.

Las avispas tienen arrebatos suicidas, embisten contra las velas y hacen picados en la cera derretida. Ver para creer (hay foto, ya la pondrá alguien algún día en alguna parte... joder, qué poder de concreción).

Las multas, en los transportes públicos, supone que te hagan pagar el billete. La cuestión de quién tiene billete o no se deja a cargo del honor y la conciencia de los usuarios. Como somos buenos, tenemos billete.

Y cuando el que tenemos no vale para viajes en tren de cuarenta kilómetros, amables nativos se ofrecen a traducir las instrucciones y preguntas del revisor, esa especie tan inexistente por aquí (hemos cogido doce mil transportes públicos y hemos visto uno).

Los bares de los hostales no están preparados para resistirnos: Ayer terminamos con las existencias de ron, esto parecía Piratas del Caribe I y II juntas, "but why is the rum gone?", and "but why is the rum ALWAYS gone?" Acabado el ron yo, que soy tan polifacético, me pasé al whisky, y creo recordar que también se acabó. No nos vieron venir.

Uno recorre tres aeropuertos y miles y miles de kilómetros para terminar, con tres colegas de toda la vida, hablando de conocidos de toda la vida. Qué afán por negarnos a estar lejos.

Los perros, por aquí, son enormes. Los parques son verdes, y en cuanto sales de la ciudad hay prados (qué palabra, prefiero nuestro "praos" de pueblo) verdísimos en todas las extensiones que no ocupa el Danubio.

Ah, sí, el Danubio: Pedazo de río. Pero miente la canción y tiene razón mi agente, no es azul. Es verdoso, con matices.

Hay quien se entretiene tirando palitos al río para que sus perros naden y los recojan. Como los perros son talla XXL, tiran trozos de árboles.

Hemos ido a un pueblo cuyo nombre me es imposible recordar: Sche... Ske... Ste... Frtpre... algo. La calle principal está desconchada, ruinosa y plagada de tiendas: Para un adicto a las ruinas, es preciosa. Creo que para el resto del mundo también lo ha sido.

Compartimos cuarto con un guiri a quien yo aún no he visto bien. Anoche fue una presencia rara que trepó a su cama, hoy ha entrao y salido como un relámpago cuando Rebe se paseaba por la habitación en bragas, y cada vez que pasa por aquí y me dicen "mira, ese" llego tarde para verle.

Se duerme estupendamente por aquí. Para ti, asidua lectora o asiduo lector de este bló, eso tiene que suponer una alergría, a poco que seas tan boba o bobo de apreciarme en algo.

Amo a mi almohada. Amo a mi almohada. La amo. De verdad.

Y también al 40% de las mujeres de por aquí que se me pasan por delante. Al otro porcentaje probablemente no porque no me da tiempo a verlas mientras sigo mirando al primer 40%.

Tiene razón mi agente y concrección no lleva dos ces, lleva una. Me da asco esta mujer cuando tiene razón, menos mal que no pasa casi nunca.

Me meto con ella porque no contesta blogs cuando está de vacaciones, ji ji. Ni debería leer sobre el hombro de quien los escribe.

Hay un gato genial en el hostal. Es negrísimo, muy sociable y se llama Frederik, por mucho que haya quien se empeñe en llamarle Lúo. Sabré yo de nombres de gatos...

Hecho de menos a gente, sobre todo a recientes víctimas de secuestros campestres.

He pasado media hora al pie de una torre intentando hacer una foto, que tenía que cumplir:

1. que el sol diese en la torre.
2. que detrás hubiese nubes bonitas.
3. que hubiese pájaros volando alrededor.

Tengo tres o cuatro fotos de ella, en dos se cumplen los puntos 1 y 2, pero sólo en una sale un pájaro y no es ninguna de esas. Así que cortaré el pájaro con el photoshop y lo plantaré en una de ellas. La realidad no es como es, la realidad es como yo quiero que sea.

Aquí tienen cierta fijación por la BSO de Pulp Fiction. No se lo tenemos en cuenta y movemos los hombros al ritmo, cuando no estamos ocupados tecleando.

Un mosquito corretea por esta pantalla. Estoy por traerle una vela a ver si se quema a lo bonzo como las avispas.

Hemos conseguido dominar el arte de usar los transportes públicos, que incluyen: tren, metro, tranvía, autobús y autobús exprés. Tiene su dificultad, no te creas.

Y ya vale por hoy.

Voy a ver qué pasa con esa sopa, y/o a por otra cerveza (retrasamos el ron hasta después de la sopita, pero como tarde mucho más yo no prometo nada). Saludos desde Buda. Ooom...

14.8.06

¡Ya sí que sí!

¡Vacaciones! ¡Vacaciones! ¡Vacaciones!

Nos vamos a la que por lo visto es la ciudad de las tartas. Después de mil odiseas con los billetes de avión y con las reservas del hostal que más que en planes de vacaciones hacían pensar en números de ilusionismo, en plan de "¿ves dónde están los billetes?... pues barajeo y... ¿dónde están ahora?" hemos salido más o menos indemnes.

Excepto por el pequeño detalle de que para esta noche no tenemos dónde dormir. Además dice el tiempo que hoy y mañana lloverá de vez en cuando (y el viernes, pero el viernes tendremos techo y cama), así que la primera idea de cualquier mente racional, que es comprar mucho alcohol, buscar un parque y pasar la noche jugando al quinito, se viene abajo. Pero bueno, ¿quién quiere preocuparse?, esto son vacaciones, y no querer las vacaciones típicas de tantas noches de hotel y viaje organizado para visitar todas las maravillas locales pastoreados por un guía tienen estas cosas. Y ante la adversidad es donde se forjan los héroes, qué carajo, y donde nosotros, que asumo que no lo somos, podremos o desesperarnos o reírnos hasta las agujetas.

Así que esto es una despedida. No sé cuándo voy a poder volver, y te voy a echar de menos, y me preocupa que te quedes ahí sin que yo ande al otro lado de este teclado para darte la lata. Así que bueno, aguanta, resiste, que yo en cuanto pueda vuelvo, con un montón de fotos para subir al fotoblog, palabra de niño bueno.

Bostezo: Parte de mi preparación, ante la perspectiva de una noche sin alojamiento, ha consistido en no dormir, tampoco, en la última noche en una cama conocida. Hay algo estúpido en ese razonamiento, lo sé, pero también tiene algo de inapelable: Si no me dejan dormir cuando quiero, pues no me da la gana dormir yo cuando puedo, ea.

Además, estaba nervioso. Y pensando en palabras como escapucias, que quieras que no es una palabra que da que pensar.

Y si nos lee alguna doctora adicta a la RAE que no se moleste en buscar ese palabro, que no creo que venga. Doctora querida, no todo está en los libros, no piense usted así que a la mínima se planta uno un orinal en la cabeza, recluta un escudero y recorre las whiskerías de La Mancha a la caza de sus gigantes y su Dulcinea.

11.8.06

Chan cha chan chaaan, chan cha chaaa...

Es la música de Indiana Jones, para quien sea corto de entendederas y no lo haya pillado a la primera, que supongo que no será nadie porque eres una persona inteligente y cultivada. Y el día se merece música de Indiana Jones, o se lo merecía, porque ya toca ir cambiando por música apropiada para Jack Sparrow (¡Capitán Jack Sparrow...!). Empezó la mañana bien. O sea, tarde, para variar, y con esa decepción diaria de salir de la cama viendo que las mil cosas que uno dejó por hacer al rendirse a la cama no se han hecho solas (puta pasividad del mundo inanimado. ¿No se aburrirán las camisas, tiradas sobre los respaldos de las sillas? ¿No se decidirán nunca irse a la lavadora, con lo diver que tiene que ser, y después jugar al parapente de pinzas en el tendedero y al masaje al vapor de la plancha?), correteando con el cochecillo camino de un lugar estratégico desde el que robarle unos minutos a la noche cuando salgamos del cine y salgamos corriendo, mis pasajeros y yo, hacia los montes, las copas, las noches fresquitas y la fauna salvaje que puebla ciertos bares y que se disfraza con nuestras caras cuando uno comete el pecado capital de mirar un espejo. Y trabajar, descubriendo que de pronto la gente ha descubierto que en mi empresa hay un encantador chaval que da soporte y resulta simpático y para agonía del tal chaval (servidor. Me consideran así porque no me conocen y porque caen rendidos a mi prosa, que tendríais que leerme qué correos me curro para responder dudas y proponer soluciones. Porque la gente me escribe buscando que una base de datos deje de hacerles cortes de manga pero yo aprovecho para darles consejos espirituales que los hagan dar pasitos hacia delante en el camino del Nirvana) (el del budismo, o lo que fuese, no el del Kurt Kobain, aunque también hay gente a la que fijo le hago dar pasitos en la dirección de terminar mordiendo una escopeta y apretando el gatillo con el dedo gordo del pie, las cosas como son). Y así pasa la mañana, sin tiempo para que uno venga a avisar de que se va de vacaciones, y no hay forma de venir aquí a saludarte y decirte adiós y que me voy de vacaciones hasta, ya ves, ¿qué hora es?, las seis y veinte ya, uf.

Pues eso. Que me voy de vacaciones, como quien dice, aunque en realidad no me voy, porque el lunes trabajo y el lunes sí que robaré tiempo a la empresa para decirte cuatro tonterías más, te lo prometo, pero yo ya considero que estoy en modo vacacional. Hoy nos vamos a ver Pirattes of the Caribbean II: Bla bla bla, y a la que vuelva dedicaré el domingo a la lucha libre con el equipaje y esas cosas que hay que llevarse a los sitios, como por ejemplo la cámara de fotos, el casco de explorador y los abalorios para cambiárselos por tartas a los nativos, y luego dormiré dando saltitos en la cama y con una sonrisa de felicidad e impaciencia que no me cabrá en la habitación, e iré a currar, y saldré escopetado para el aeropuerto de donde al segundo bote llegaremos a... hmmm... Budapest (se me había olvidado dónde íbamos, je). Espera, que me distraen con la música y se me va, y así pasa, que por ejemplo se me ha olvidado a cuento de qué venía lo de la música de Indy, que era por la odisea de pasar la mañana sin recibir a ningún mensajero con los billetes de avión y salir histérico perdido para descubrir, en boca de un resacoso capullo que acababa de levantarse y que está en la playa que no, que los billetes están en su buzón del correo y que deje de pensar que al final en vez de Budapest nos vamos a ir al Alcampo una mañana.

Recapitulando: Que me voy a Budapest el lunes con cuatro impresentables a los que por alguna tara mental quiero como si fuesen música (aunque en realidad, pensándolo bien, lo son), que vuelvo el 20, y que después supongo que me iré a los montes a hacer el cabra, o mejor el gato, que se pasan las noches de verano danzando y los días sesteando. Así que hasta el 28 no te asustes si no me ves poner nada por aquí: Será que estoy cargando baterías y llenándome la vida de esas estupideces que luego quedan tan bonitas cuando te las cuento aquí. Así que besos, besos, y si te aburres mira las fotos, que van a ir subiendo una al día aunque yo esté allí donde los húngaros. Comiendo tartas como un salvaje.

Besos, besos. ¡Y escucha Estradasphere!

10.8.06

Abrirse y repartir trozos de uno

Venía yo a contar algo totalmente distinto a lo que vas a leer, y antes de ponerme le he hecho la ronda de rigor a los blogs del mundo que leo, que no son tantos, los que dije en ese post tan lameojetes, según algunos, y nada lameojetes según yo, porque a mí eso de lamer ojetes no me va mucho y porque es la respuesta lógica de alguien a quien como yo es capaz de considerar un plato de la comida más lamentable del mundo como si fuese un menú de boda de las buenas (de aquellas a las que no me invitan, vaya), y NO, señorita, NO estoy diciendo con esto que los platos de espaguetis con espinacas y nata de extraña procedencia (qué mal me suena eso) sean lamentables, que no lo eran, y que los platos a base de residuos me sepan a gloria no significa que todo lo que me sepa a gloria sea un plato que merecería ser hormigonado, embarrilado (¿existe ese verbo?) y lanzado al corazón del Sol, es decir:

(A => B) =/=> (B => A).

Qué larga me ha quedado la disgresión. ¿Qué decía? Ah. Sí. Que vengo de leer blogs, y bueno, no es que la gente se esté empleando mucho últimamente, aunque Cerijo parece que ha vuelto al mundo de los tecleantes para ponerse hacer reviews de películas, pero entre que hoy no había nada suyo por ahí y que algún otro blog no se ha actualizado llegaría hasta a quejarme si no fuese por eso de 666.amor.tv que ha escrito el tipo ese del nombre tan bonito.

Y entre eso y las paranoias de la gente con el color amarillo, he pensado que bueno, ya sí que no iba a hablar de lo que fuese que iba a hablar, el día está salvado en lo que se refiere a arte y a desvaríos. Así que nada, a teclear un rato para cumplir y, te seré sincero, como siempre, ja ja, y confesaré: A teclear un rato para que el reloj corra mejor y entre él y yo hacemos que suene el teléfono de una vez, para que nos hacerque un poquito más el disco nuevo de The Mars Volta (que no cunda el pánico, que hoy no voy a hablar de música) y una voz que nos cuente y nos tranquilice, aunque sepamos que la voz no nos va a tranquilizar porque el mundo ya sabes cómo es, al menos nos llame para, no sé, la verdad es que no tengo ni idea de para qué pero más le vale al teléfono sonar pronto o le voy a castigar sin batería por tiempo indefinido, aunque así me prive de escuchar Heroína de Los Calis (a estos no les pongo link) cada vez que alguien me llama.

Bostezo, entrecierro los ojillos y sacudo los brazos para espantar un dolor de cabeza pesado y cansino que lleva aquí desde que el psicópata que entretiene mis días se coronó como tal y/o desde que decidí que bueno, que ya si eso la noche del 20 de agosto parece que será una buena noche para dormir, y que pienso dedicar un día de los comprendidos entre este que se tapa la cuchillada diciendo que no es nada y que se pondrá bien sin saber aún, qué optimista, que es mortal y que le quedan menos de cuatro horas y el día 28, que creo que es cuando se terminan mis vacaciones, para dormir durante todo el puro, puto, maldito y ansiadamente esperado día. Excepto el 23, claro, porque si dedico el 23 entero a dormir alguien me saca los ojos y se hace unos pendientes con ellos.

Bostezo, entrecierro los ojillos y miro el teléfono que no, no se ha quedado súbitamente descargado ni sin cobertura ni en modo estoico (que es cuando le da igual que alguien llame, el ni dice ni hace nada al respecto). Y pienso qué hacer para pasar el rato. Fresquito se dedica a patear cráneos en juegos de fútbol americano, y o a espachurrar peatones y reventar coches en el Carmageddon II, que está segundo en mi olimpo de los unos y los ceros sólo por detrás de las dos primeras series de gansadas de Guybrush Threepwood.

Y estoy preocupado, qué pasa, por qué no admitirlo. Por qué venir aquí a desvariar, a pasar el rato sin contar nada, a perder mi tiempo y luego, qué perro, hacértelo perder a ti que me lees, cuando me leas. Por qué no entretenerme escuchando música y mirando por la ventana, o leyendo en el sofá, con la espalda en el asiento y las piernas colgando hacia el techo. Por qué no unirme a la carnicería que hacemos todos los días en internet, unos días unos y otros días otros, y abrirme como si fuese un expositor refrigerados y ofrecerme a trozos, un día algo de estómago, otro día algo de hígado, cerebro pocas veces que escasea y corazón si hay suerte y me pillas de muy malas. ¿Y por qué no hacerlo? Pues porque esto no es una charcutería, oye, y hoy no toca. Y porque estoy preocupado, y bostezo, y estiro los brazos y aporreo el suelo con los pies al ritmo de la batería de The Mars Volta, y eso es todo lo que tengo que decir, y si lo escribo aquí pues, aunque en realidad sí lo esté, no estoy solo cuando lo hago, porque minutos, horas o días más tarde, es decir, mira el reloj y AHORA, no estoy, en absoluto, solo.

Y muchas, muchas gracias por la compañía.

8.8.06

La mente y el cuerpo

Llevo yo unos días sin escribir aquí por dos razones. Bueno, tres. La tercera, que se me acaba de ocurrir, es porque me fui al pueblo el viernes y eso explica por qué no he escrito desde entonces. La segunda (ya puestos hagamos todo el camino al revés) porque no he tenido demasiado tiempo, desde que vine del pueblo, por culpa de cierto perturbado mental (no es un insulto, es literalmente cierto) al que tuve la gloriosa idea de tratarle como trato a todo el mundo (es decir, con algún que otro insulto y discutiéndole muy, muy, muy a fondo), que viva la integración, y que reaccionó con arranques psicóticos y dándole la vuelta al papel que hasta entonces había adoptado para convertirse en una máquina de odiar y de soltar barbaridades. Lo que me molesta del asunto es que yo soy muy fácil de odiar, caray, basta con ofenderse por algo que digo, recriminármelo, y llamarme animal, o bestia, o terco, o quisquilloso... pero no, al chico no le valía así que se inventó un yo ficticio fascista, homófobo, un yo al que él, que era un tipo dulcísimo y solidario y en fin, ya les conoces, se dedicó a desear, en buzones de voz ajenos, empalamientos anales, amenazas y retos, acompañados de su dirección. Para luego despedirse arrepentidísimo pero ecuánime diciendo que al fin y al cabo todo es culpa mía que no quise dialogar con él (dialogar creo que es escuchar sus desvaríos) ni aceptar su mano tendida (que creo que se refiere a cuando propuso que nos diesemos de hostias). En fin, por este perturbado, decía, tuve que realizar labores de escolta y de vigilancia que me fueron recompensadas, sobradamente, con un capítulo de House y un plato de espaguetis con nata y espinacas que, diga lo que diga la cocinera, a mí me supieron de muerte. Sobradamente sobre todo porque todo aquel asunto fue culpa mía...

Oh, sí, y la primera razón por la que no escribo es que no se me ocurría sobre qué.

Es mentira, pero sólo en parte. Se me ocurría sobre qué, pero no cómo enfocarlo. Y sigo sin saber cómo hacerlo, pero hace un rato tuve una idea bastante buena, perdón por la inmodestia, que fue empezar a escribir de todas formas, y ahora acabo de tener otra, que es contar sobre qué quería escribir, y dejar que te hagas una idea de lo que a mí me gustaría decir al respecto. Total, nos conocemos, hay confianza y ya me conoces, a tu manera, a nuestra manera.

Pues quería hablar de la mente y del cuerpo. De el conflicto que tenemos entre la una y el otro, de cómo la primera madura después pero envejece más tarde, de forma que cuando uno por fin es consciente de lo que tiene alrededor y se apaña para entender el mundo con sus esquemas mentales más o menos ya afianzados, se empieza a encontrar con un cuerpo cansado y gastado que empieza a cobrarse facturas anticipadas. Yo hace poco empecé a reconocer a mi cuerpo, en los espejos, como la funda traidora donde yo estoy embutido. Como un vehículo que tiene que llevarme, traerme y permitir mi relación con el mundo, pero que como todo vehículo empieza a tener piezas sueltas, desperfectos de chapa y pintura y respuestas que no son las de antes, que de todas formas nunca fueron todo lo espectaculares que se supone que podrían haber sido, pero hay que resignarse a no haber sido nunca un GTI.

Así que según pasan los años me queda menos pelo y más dolores extraños que ya no se van con la promesa de haber desaparecido en un par de días, sino que entregan su tarjeta de visita, dicen "volveré" y corren a esconderse detrás de la primera esquina.

Lo he estado pensando y la verdad es que me da igual. Sé que yo no soy esta cosa tejida a base de ADN y que se supone que debería preocuparse sobre todo de alimentarse, evitar depredadores y depositar la mayor cantidad de esperma posible en la mayor cantidad de mujeres posibles. Yo soy algo que en algún momento surgió aquí y que adora mirar a las nubes y hacer fotos, que se frustra por no ser capaz de hacer música (bueno, ya no: Soy demasiado feliz escuchándola como para andar por ahí frustrado), que adora quedarse hasta las tantas de la mañana espantando un miedo o una pena por teléfono aún a costa de condenarme a la muerte en vida al día siguiente. Soy esta nube de pensamientos que muchas veces no me hace falta ni contarte para que reconozcas e identifiques, y de la misma manera tú tampoco eres un montón de carne con una genética más o menos afortunada, sino esa cosa que hay detrás del timón, ese brillo al fondo de los ojos, ese titiritero que mueve tus labios para componer las sonrisas más bellas del mundo. Y lo sé, sé que es así, y estoy muy feliz con esa información, pero entonces luego siempre me pregunto ¿y por qué entonces cuando miro a una mujer, por la calle, lo que admiro al primer bote es siempre cosa de méritos genéticos? Me disculpo conmigo mismo (tiene la palabra el acusado) diciendo que quieras que no es lo que primero se ve y que, de hecho, es estéticamente bonito, y casi me creo del todo cuando me digo que, al fin y al cabo, siempre me he considerado un desgraciado cuando alguna mujer a la que he querido era una beldad; aquello sólo complicaba las cosas, me hacía dudar de si yo estaba inventándome excusas para no ser superficial (y alguna vez, de hecho, fue así, mea culpa) y, lo repito porque es importante, sobre todo complicaba las cosas.

Pero ¿por qué complicaba las cosas? Ay, pues porque mucho darle importancia al contenido y no al continente, mucho ser profundos y ser distantes de lo físico, pero por más que nos empeñemos seguimos siendo materia y estando conectados a esa ruina andante que entiende que vivir es desmoronarse, a la que llamamos cuerpo, y ese cuerpo sigue pensando que puestos a retozar mejor darse el gusto de hacerlo con un GTI... y así termina pasándonos siempre a mi vieja carrocería y a mí, que somos un encanto, somos adorables, y somos tan imbéciles y tan desgraciados como para no ser capaces de iluminar, en las cabinas de mando de los cuerpos que perseguimos, esas lucecitas rojas que le dan a uno permiso para sacarse un puñado de tickets para un viaje al paraíso de las hormonas efervescentes.

4.8.06

Ya tardaban en aparecer...

...las cadenas de preguntas como esta para responder en los blogs. Son repelentes, sí. Son horribles, sí. Pero no tengo nada mejor que hacer mientras se descongelan los canelones, así que:


1. ¿Cuánto tiempo llevas blogueando?

Hmmpf, pueees... en serio, o sea aquí, desde octubre del año pasado, creo. Pero antes me hice otro blog que se llamaba "el insomnio como hobby" y en el que sólo escribí dos veces, la de la declaración de intenciones y otra que vete a saber qué diría. No recuerdo la URL ni nada. Ala, quien se aburra que busque.

2. ¿Cómo te enteraste de la existencia de los blogs y porqué te animaste a participar?

Pues porque mis orejas a veces además de música escuchan lo que dice la gente y mis ojos aparte de escotes a veces leen cosas por ahí, y con esas dos condiciones era inevitable enterarse de que existían los blogs. Desde el principio los aborrecí. ¿Y por qué empecé a participar? Para odiarlos desde dentro. Para hacer un blog que no fuese la basura victimista y egocéntrica de literatura barata que es el blog normal. Supongo que en lo del egocentrismo he fracasado vilmente, en fin.

3. Cinco blogs que sigas a diario o con mucha frecuencia...

Voy a incluir fotoblogs porque hay uno que sigo con fervor religioso:
Chromasia, el fotoblog de David J. Nightindale, que es el culpable de que yo esté empezando a soñar con pasarme la vida haciendo fotos, y de que me haya hecho mi fotoblog.
Vivir en Ynis. Si al dibujante con más talento, más mala leche y más sentido del humor que conozco (y una de las personas que más orgulloso me siento de conocer. Además su nombre es muy bonito) le pones al lado a la escritora que más quiero y admiro la mezcla tiene que ser genial. LA PENA ES QUE ESCRIBAN TAN POCO, EJEM EJEM.
¡Illo illo mostro!, el blog de otro artista que es a los renacentistas lo que el punk al rock. Dibuja, escribe, toca, y destila mala leche de la forma más genial y cachonda que he leído nunca. Imprescindible también su otro blog injustamente abandonado desde hace siglos, pajas con guante de pana. Uy, he dicho dos, pues sólo me falta decir uno...
Cerrada por reforma. La pongo porque es mi agente, no porque sea graciosísima, genial, tenga siempre salidas impredecibles y sea una de las personas más estupendas que conozco. Es que si no la menciono me denuncia.

4. ¿Eres lector anónimo de algún blog? si es así de cuáles.

De todos los anteriores y de alguno más, como un agujerito para verme y El Observador Inútil, con otro loco genial que inútil será o no, pero necesario para seguir cuerdamente loco en la vida sí que es el asqueroso.

5. Y sobre los autores nombra cinco que te despierten especial simpatía.

Pues todos los anteriores. Quita a David Nightindale, que no le conozco, y salen cinco, justo. Qué bien.

6. Vamos, mójate, ¿que blogs consideras con mayor calidad? (tratando de ser lo más objetivo/a)

Chromasia y Vivir en Ynis.

7. Con qué blogeros/as te irias de borrachera (mínimo tres/máximo cinco)

Con todos a la vez, e iba a ser la fiesta del milenio, porque siempre que nos hemos juntado unos cuantos fue la del siglo. Lástima que no nos veamos tanto como me gustaría. Claro que viviendo alguno a tomar por culo siempre es jodido.

8. ¿Con que tres blogeros/as pasarias un noche de locura sexual?

En estos momentos es cuando echo de menos preguntas del estilo de ¿sabes para qué sirve un pollo de goma con una polea en medio? Preguntas útiles, interesantes, educativas.

En fin, ¿Naomi Watts tiene blog?

9. ¿Te has enamorado alguna vez de un/a blogero/a?

Yo soy cola, tú pegamento.

10. ¿Conociste a alguno/a más allá del teclado? ¿a cuáles?

Excepto al de Chromasia y a Anna, sí. A Anna espero conocerla, para que no me diga nada y luego pueda decirme que ya me lo advirtió.

11. ¿Te consideras satisfecho con tu blog? ¿qué cambiarías?

Uy, pues no me lo he planteado. Supongo que sí, no sé. El blog es parte de esta cosa así difusa e incongruente que soy yo, así que supongo que sólo puedo aspirar a que sea difuso e incongruente. Y cambiar... cambiar... cambiaría los colores, pero el buen gusto se me fue todo en la música, las mujeres y las películas y así pasa lo que pasa.

12. Y por último que se mojen los lectores y digan una virtud y un defecto de este blog

Pues ala, te toca, a responder. Si no se te ocurren defectos lo comprenderé, pero inventate algo y fingiré que es cierto para ti, ji ji.

3.8.06

(B), C))

Otra ronda de hechos rápidos que probablemente ya conozcas (el dibujo de hoy es de Irisz Agocs):

Nací el 17 de diciembre de 1975

Tengo una bandera de Amsterdam colgada en mi habitación.

Colecciono tornillos.

No me gustan las sardinas.

Detesto el limón como bebida.

Conozco grupos de música que no conoce nadie en 500 kilómetros a la redonda.

Por lo tanto, dicen que soy un friqui de la música. Y del cine.

Y yo, por dentro, me siento feliz con mis tesoros privados y voy por ahí correteando y ofreciéndoselos a la gente. ¿Has escuchado Estradasphere? ¿Porcupine Tree? ¿Ocenasize? ¿El Damnation de Opeth?

Un buen fin de semana puedo ir tres veces al cine. Versión original siempre.

Soy ateo. Nada de agnóstico: Encuentro razones de peso para no creer.

Y si hay que creer, siempre nos quedará El Gran Unicornio Rosa Invisible.

Estudié una carrera estúpida, y luego me hice matemático.

Se me da muy bien jugar al buscaminas.

Se me daba bien jugar al ajedrez hasta que hubo que empezar a pensar demasiado tiempo seguido.

Pero inventé el juego de guerrillas y el de guerra fría para el ajedrez, en el cole: Distrae, confunde y muerde, ñam.

Linux me odia.

Soy un elitista arrogante.

Dicen que soy simpático o que soy insufrible. La gente no se aclara. Así que eligen las dos cosas o, simplificando, sólo la segunda.

Estoy haciendo también una colección de pequeñas abolladuras en la parte de atrás de mi coche.

Aparco fatal. Sí, esto tiene que ver con lo anterior.

Mantener la boca cerrada se me da fatal. Abrirla también.

Adoro perder el tiempo. Me pasaría perdiéndolo la vida entera. Tengo el consuelo de que es una actividad que puedo hacer bastante a menudo.

Mi mantra favorito es "calidad de vida". Que consiste en hacer esas cosas pequeñas, insignificantes y muchas veces absurdas que uno nunca suele hacer por razones estúpidas, y que cuando haces te dejan absolutamente feliz.

Me pasé leyendo el año que se supone que tenía que hacer el servicio militar.

Debería tomar más zumo de tomate, viendo cuánto me gusta.

Soy muy desordenado, y me encuentro cómodo en el desorden.

Nunca digo gazpacho. Digo gazpachito, porque me gusta cómo suena cuando lo dice un Sergio Ramos que no es el defensa del Madrid.

Ah, sí: Soy del Madrid. Y más bien anarquista. Un amigo lo ve muy contradictorio. Pero yo adoro las contradicciones.

Sospecho que me mienten cuando me dicen que últimamente me ven más guapo.

La música me hace feliz, y me lleva a sitios que no existen excepto dentro de la música que se me mete por dentro.

He tardado más de tres años en comprender, del todo, Táctica y Estrategia de Benedetti (lo entendí, del todo, ayer).

No me corto las uñas muy a menudo.

Empecé a leer Rayuela a finales del siglo pasado, y pronto supe que, aún habiendo leído todas sus páginas, nunca la terminaré.

Mis libros suelen pasar más tiempo en estanterías ajenas que en la propia. Cuando llegan se comportan como si estuviesen de vacaciones, sacan fotos, se ponen gafas de sol, montan fiestas por la noche y mandan postales a sus antiguos vecinos.

A veces tengo razón, puedo probarlo y lo hago con toda la contundencia que puedo. Cuando me enfado. Y después me tiemblan las piernas, me siento invencible y cruel y me lo paso pipa.

Voy siempre con la cámara de fotos.

Me gusta mirar los escotes de las mujeres, aunque sin que se note, por no ofender. Es que son bonitos.

Acostumbro a enamorarme locamente en los transportes públicos, claro.

En el trabajo unos juegan a fotocopiarse el trasero y yo, sin fotocopiadora, me entretengo radiografiándome por aquí.

Llevo treinta años sentándome mal. No sé cómo me sobrevive la espalda.

Una vez me dijeron que tenía dedos de pianista.

Soy hipocondriaco, paranoico y egocéntrico. Importo sentido común para combatir mis males.

Siempre quise tocar un instrumento hasta que decidí que escucharlos me resultaba más satisfactorio.

Peso 73 kilos y me estoy quedando calvo. No sé cómo la gente se toma esto último tan en serio. Ya le dijeron a Galeano que si el pero fuese importante crecería dentro de la cabeza, no fuera.

Me gusta la fotografía porque es el arte en el que uno puede batir records para completar una obra. A no ser que te dediques a los cuentos ultracortos del estilo de "había en el reino una hermosa doncella y un apuesto príncipe. Se casaron, no pasó nada, murieron de aburrimiento."

Temo decepcionar a mi agente no haciéndola rica por creer que el copyleft es algo estupendo.

...aunque luego me digo que tampoco la iba a hacer rica perpretando copyrights.

Mis sueños se mueren por falta de riego. Cuando vuelvo a visitarlos quedan ramitas secas y alfombras de hojas muertas deshechas. Pero siempre salen más.

Escribo cosas al azar cuando no se me ocurre nada que contar.

2.8.06

8:31... p.m.

¡La siesta produce taquicardias!

Ya sabes los problemas de sueño que tengo yo habitualmente, y que desde hace una eternidad de estas pegasosas e inconmensurables que sufrimos los insomes no duermo como mandan los cánones. Pues bien, estando como estaba hecho polvo por esto de no dormir, y no teniendo hoy nada que hacer más que esperar a que sonase el móvil tranquilizándome un poco con alguna voz a la que en estos momentos estoy echando muchísimo de menos, pues cuando he llegado a casa de trabajar he comido, me he pegado una ducha, me he afeitado y me he ido a la cama a echarme una siesta. Y he caído como un tronco. Y he dormido... ah, ¡cómo he dormido!, he navegado por rincones de los reinos de Sandman que ya ni recordaba, tan feliz por el puro acto de dormir...

Y me ha despertado un ruido, el ruido de alguien que tendía la ropa. ¿Alguien tendiendo la ropa? Mi vecina, me he dicho, mientras me incorporaba, pensando que cómo podía mi vecina estar tendiendo la ropa tan pronto, y he mirado la hora, y el reloj marcaba las 8:31. Así que he pegado un brinco mientras gritaba algo así como "MIERDAMIERDAMIERDAMIERDA", y he salido corriendo de la habitación camino del baño, móvil en ristre para llamar al trabajo y avisar que me he dormido, que ni he oído el despertador y que iba a llegar una hora tarde... y al abrirlo me he encontrado con esas dos benditas letras detrás de la hora: "p.m.", y sólo entonces me he dado cuenta de que no era por la mañana, sino por la tarde, y que esta actividad no era un sueño nocturno, sino una siesta. Buf, buf, buf, qué susto que me he pegado.

En fin. Sigo mi guardia junto al teléfono móvil, a ver si pidiéndoselo por favor suena, mientras no paro de repetirme qué bobo soy y que ya me vale la desorientación. Siempre me estoy perdiendo, ya lo sabes, pero caray, ¡suele pasarme en el espacio, no en el tiempo!

1.8.06

The Shins

La verdad es que no sé por qué terminé conociendo a los Shins. Sé que fue en la época en la que me dio por empezar a escuchar música de esta que llaman indie, después de que saliese el tema en un par de foros de estos que pueblan las redes de ceros y unos, y que por aquel tiempo pasaba yo mucho tiempo en Live Plasma, que entonces se llamaba de otra manera, buscando grupos que se pareciesen a los que ya me gustaban o a los que acababa de conocer, y por uno de estos azares de ir haciendo click en un sitio en lugar del otro dos discos suyos, sus dos discos de estudio, terminaron ocupando un lugar en mi ordenador, donde no sé si llegué a escucharlos un par de veces antes de olvidarme de ellos.

Por aquel entonces yo estaba saliendo con una mujer que, como todo el mundo, aborrecía esa fiebre compulsiva que hacía que cada vez que iba a comprarse un disco yo estuviese detrás diciendo cosas como "cómprate mejor el del 2002 que suena mejor y tiene dos temazos" o "si te gustan esos mejor comprate este otro disco de este otro grupo" o "sí, ese también lo tengo" (parece mentira que dedicándome casi en exclusiva a música que nadie escuche ni probablemente soporte tenga al fin un montón de música que hay gente que de hecho escucha). Porque esto de tener una compulsión interminable por descubrir música hace que, al final, uno se escuche montones de cosas y acapare montones de cosas que el resto del mundo no llega a conocer porque no le echan tantas horas, es lo que tiene la cordura.

El caso es que esta mujer y yo íbamos al cine. Casi podríamos decir que íbamos bastante al cine, si bastante no fuese una palabra tan perezosa, que nunca termina de explicar qué pinta en las frases en las que se digna a aparecer. Así que un día fuimos a ver Garden State, que en español se llamaba Algo en Común, y resultó ser una gran película, íntima, de pérdidas y amores y madurez, y en mitad de ella, cuando aparece Natalie Portman, sonaba un grupo (y si quieres escuchar la canción mientras lees pulsa aquí y dale a la canción que se llama New Slang). El protagonista preguntaba quiénes eran, y ella, Natalie, decía "The Shins". Y "te cambiarán la vida".

Es una afirmación que siempre resulta pretenciosa, vale. Pero es cierto, es un grupo que hace sonreír. Y eso, a día de hoy, no tiene precio.

Pero a lo que íbamos, la peli y The Shins. El caso es que hablan de ellos y, ahí estaba la mujer esta a mi lado, que oye hablar de ese grupo desconocidísimo, y se inclina sobre mí y murmura a mi oído "¿qué, esos también los tienes?", a lo que yo, levantando las dejas y en plan de derrota, tuve que contestar que de hecho sí, tenía dos discos suyos.

En fin, me llevé un par de tortas de esas que nunca duelen y que te arrancan una sonrisa incluso ahora que ha pasado un montón de tiempo (siempre demasiado poco, a su manera) y aquello se acabó porque, para variar y como me ha pasado siempre excepto una vez (que me hace sentir fatal), yo la quería tanto que ella no se sentía en igualdad de condiciones. Y luego ya sabes cómo son estas cosas, hay temas que se vuelven tabúes, palabras que escuchas en otros labios y que una vez salieron de los suyos y que son como una zancadilla en la oscuridad, y películas que de pronto cobran dobles o triples sentidos, como esa. Y hay grupos geniales que quedan envenenados por los siglos de los siglos, y que uno nunca puede volver a escuchar sin que los lagrimales decidan hacer huelga a la japonesa y los hombros se abatan y los suspiros hagan cola en la base de los pulmones.

Y lo que me sorprende es que no es mi caso. Yo no sé por qué, pero siempre que me ha pasado eso he intentado lo que todos, satanizar la música, hacer de ella la culpable de mis depresiones y desterrarla al rincón de los cds que nunca suenan para evitar que las ideas se den la mano y yo termine sintiéndome fatal. Pero nunca me sale, vuelvo a sentir la necesidad de escuchar esa música, vuelvo a escucharla y vuelvo a sonreír, y la música es música, y yo creo que de alguna manera nunca he necesitado que la música sea nada más que música para sentirla tan dentro y tan propia... o tal vez sea que, a pesar de amar siempre de más, no he llegado, hasta ahora, a amar a ninguna mujer como amo a la música (al menos no en los amores consentidos: En los amores sin permiso, ay, si que he batido records de los que me siento orgulloso y que todavía me asustan), esta amante que nunca me falla, que siempre me sorprende, que me hace feliz, que me secuestra para llevarme por sorpresa a pubs japoneses y praderas infinitas y mares de nubes en los que caer para siempre.

Bendito sea el sentido del oído. Dioses en los que no creo, a todos vosotros, gracias, de corazón, y sobre todo, y mucho más sincero y visceral, de oído.
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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.