23.11.06

La bondad animal

Recuerdo ser muy pequeño y preocuparme yo mucho por la ecología. Estábamos en el campo en la época de las aceitunas mi familia y yo, mi abuelo hacía un fuego para calentarnos un poco a la hora de la comida, y yo me preocupaba pensando en todo aquel humo que subía a ensuciar las atmósfera, de un azul que daba penita profanar. Recuerdo mi incomodidad cada vez que alguien tiraba en el campo un trozo de papel albal o un paquete de cigarros vacío. Recuerdo la lástima que me daban las sentencias de muerte que les caen a los castaños que no crecen en buen sitio o que pese a los injertos no dan lo que se espera de ellos, y me pregunto por qué de pequeño era yo así. Supongo que sería porque alguien me explicaría que, pese a las apariencias, el mundo era un lugar pequeño (recuerdo también un globo terráqueo que tenía, y esa tontuna de niño que empieza a hacerse preguntas que miraba asombrado los pitorrillos que le salían por los polos y la regla curva que yo, por más que miraba al cielo por el día, nunca alcanzaba a ver) y por lo tanto todo lo que tirábamos por ahí, todo el humo que producíamos, todo el aire que gastábamos tenía que ser tenido en cuenta y medido para no quedarnos sin mundo en el que vivir. Y aquello se me metió tan dentro que aún hoy al ver a algunas personas cometer alguna tropelía medioambiental me siento incómodo y culpable, igual que me siento cada vez que bajo la basura y pienso en su destino, que al ritmo que llevamos va a ser el de servir de alfombrado para los pies de nuestros hijos.

Y sin embargo hay actitudes y puntos de vista del ecologismo militante que no sólo no comparto sino que además me sacan de quicio, como aquella idea de que nosotros somos unos malditos egoístas que nos estamos cargando el planeta mientras que en cambio el resto del reino animal tiene muchísimo cuidado de respetar el medioambiente. Yo creo que lo que a mí me hizo tomar consciencia de que había que respetarlo (y que, de hecho, existía una cosa que se llamaba medioambiente) fue mi inteligencia que empezaba a despertarse, y la toma de consciencia de que no estoy sólo yo y que el mundo es una bola de algo menos de 6.400 kilómetros de radio, y sospecho que pocos animales andan incluso cerca de sospechar la topología de la Tierra. Al menos yo, que me he pasado la vida observando a gatos y perros, jamás les vi actuar de forma particularme ecológica. Es cierto que comen lo que cazan y que así contribuyen a la mejora de las especies que depredan, y que van por ahí cagándose y meándose y trabajando así para abonar los campos, pero creo que asumir por eso que su actitud ecológica sea intachable es cambiar el orden de las causas y los efectos: No es que ellos actúen así por el medio ambiente, es que el medio ambiente ha evolucionado de tal forma en que todo eso se convierte en actitudes ecológicas; si las leyes que gobiernan el mundo son universales todo debe seguirlas y lo que Darwin observó en los pajarillos del Atlántico Sur termina encajando también con las sucesivas reencarnaciones de los programas informáticos, con la evolución de las estrellas y con el recíproco de los seres vivos, el marco en el que viven.

El problema es que el medio ambiente necesita un tiempo de reacción y no tiene, como nosotros los animales, un sistema nervioso rápido y eficaz a la hora de obtener ventajas egoístas con las que intentar perpetuar nuestros genes, por contraproducentes que esas actitudes puedan resultarles a la larga a los genes. El problema del medio ambiente, ahora mismo, es que tiene que soportar a 6.000.000.000 personitas viviendo sus vidas sin recordar muy a menudo que somos 6.000.000.000 personas comiendo, cagando, respirando, quemando y (esto, afortunadamente para el bien común, por mucho que nos mosquee por la diferencia de clases) conduciendo sus Audis por inmensas autopistas de ocho carriles.

Y la buena noticia es que al menos nosotros, los seres humanos, somos capaces desde pequeñitos de tomar consciencia de nuestro entorno y de nuestra necesidad de conservarlo. Y tarde o temprano tendremos que dejarnos de hacer el gilipollas y de sacrificar ecosistemas por petrodólares y empezar a hacer algo al respecto. Mientras no sea proponer a los animales como modelos de conducta, porque ellos no filosofan sobre las consecuencias de sus actos, porque las vacas han venido jodiendo la capa de ozono durante milenios con sus cuescos sin pararse a pensar en ello, porque los depredadores no es que respeten la población de sus presas, sino que cuando hay pocas tienden a palmarla de hambre, y cuando desde el principio de los tiempos cada forma de vida que ha predominado ha hecho todo lo que ha podido por joder el mundo. Y si no recordemos que el oxígeno, en principio, era un gas residual y venenoso, o pensemos qué futuro le aguardaría a un mundo en el que las hormigas creciesen más y más y más sin nada que las frenase, donde las termitas devorasen cada árbol y cada brizna de hierba, o donde las cabras pudiesen comerse todo lo que las muy hijas de puta se llegan a comer si las dejas.

Pero claro, cuántas cabras han visto los ecologistas que, cuando salen de sus autopistas de ocho carriles y se bajan de sus Audis, sueñan con salvar el planeta.

3 comentarios:

  1. Supongo que nuestra programación (no sé qué código usa ese tal Dios, pero seguro que no es html) nos permite olvidar por momentos el instinto (excepto en aquellos temas en los que intervienen los genitales) y actuar en base a objetivos no evolutivos ni perpetuadores de la especie, como OT o el intercambio de trozos de papel y metal con valor por bienes y servicios.

    La programación de los animales es bonita porque cagan, comen y follan (y supongo que hacen algo más) sin ser conscientes de por qué están buscando ese beneficio.

    Y lo bello que sería que nos dejásemos de pijadas como que solo se puede cagar en un váter. ¡Abonemos el campo!

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  2. A mi me revientan los ecologistas que nos quieren convencer que usar un abrigo de plàstico ( cuero ecològico) es mas sano para el planeta, que usar cualquier fibra natural vegetal o animal

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Hola, me llamo David, tengo un blog, me gusta la música que no le gusta a nadie y las películas de Clint Eastwood, aborrezco las fotos de anocheceres y cada vez más libros. Escribo bobadas, sin pensarlas mucho, y cuentos del oeste que, que no cunda el pánico, no cuelgo aquí.